martes, 2 de enero de 2007
Vecinos
Foto: Copito de nieve
Creo que fue Vila-Matas quien dedicó una vez una de sus mejores crónicas dominicales a hablar de los vecinos: por lo visto había leído Une saison de machettes, de Jean Hatzfeld (un libro brutal, aterrador y bien construido sobre el genocidio en Ruanda, con relatos de tutsis sobre su sangrienta guerra, y que yo leí por azar, sobrecogida, tras ver a JEAN HATZFELD en el programa de libros de Arte tv una mañana de sábado, http://www.arte.tv/fr/70.html ) y estaba impresionado. En un texto hilarante pero no desprovisto de insight, Vila-Matas comparaba a los vecinos con tutsis y hutus. O tal vez lo habré soñado. La cuestión es que pienso a veces en ello, sobre todo, cuando veo a una vecina que un día decidió odiarme. Todo empezó por una anécdota banal. Ella vivía en el piso de arriba y siempre tiraba todo lo que le sobraba a mi terraza. Un día encontré un cepillo de pelo. Escandalizada, lo cogí con guantes de fregar y lo tiré a la basura. Al cabo de tres días, vi una nota en la portería, escrita con faltas de ortografía insólitas, donde la vecina me pedía que le devolviera su cepillo. En el reverso de su nota contesté que lo sentía, que no había conservado el cepillo y que tal vez pagaran justos por pecadores, pero alguien había confundido mi terracita con un estercolero. Desde entonces, la vecina no me saludó más y al principio, si me veía acercarme, cerraba la puerta del ascensor con gran violencia para impedirme el paso (ahora, si la veo, procuro esperar en la calle para no darle esa opción). Lo peor es que, por una desdichada coincidencia, cada vez que entro o salgo de mi casa me la encuentro. No sólo eso, también está en el bar de abajo si entro a tomar café con alguien, o en la parada de los FFCC, o en la puerta del supermercado. Su ubicuidad es asombrosa. Desde que se lo dije a una amiga que vive en el barrio, ella también se la encuentra por todas partes. Esa vecina tiene una niña que salta sin parar. La niña lleva años saltando con fuerza y en todo momento, sin cansarse. A veces salta a medianoche, o incluso a las dos de la madrugada. Pero también puede pasar tres horas de una tarde de domingo brincando sin tasa, mientras los objetos caen de mis estanterías y vibra la mesa del ordenador. Eso sí, al menos, la niña saltadora me saluda si va sola. Y su padre también. Sólo esa mujer mantiene su fiereza contra mí, por el recuerdo imborrable de su cepillo de pelo y la nostalgia del tiempo en que podía tirar sus desperdicios a mi casa. Si aquí hubiera un conflicto como el de los Balcanes, una de esas guerras intestinas, es fácil imaginar lo rápido que mi vecina se apuntaría un tanto conmigo.
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6 comentarios:
bravo, bravo!...
Seguramente es un tema universal. Las historias de vecinos son tan infinitas como las de las ventanas que vemos iluminadas en la noche y en las que sabemos que puede suceder cualquier cosa, y en eso
incluyo naturalmente las pantallas de nuestros ordenadores.
Un abrazo.
Enrique
Copito se parece a algún vecino, o está aquí por su mirada de lúcida resignación?
¿Pero quién es ese anónimo Enrique? Como aquella postal que recibía Roland Barthes, "j'arrive. Louis" y que le hacía pasar horas pensando en todos los Luises posibles. ¿Cómo puede mandar alguien un abrazo anónimo? ¿Cómo puede definirse alguien como anónimo y luego firmar Enrique? ¿Significa eso acaso que Enrique es un seudónimo? ¿Tal vez intenta fundirse con el escritor al que yo aludía?
Hasta los comentarios los escribes con gracia...
Un saludo; acabo de descubrir a Zbelnu...
A lo mejor era el verdadero Enrique el que escribió y yo entonces no podía creerlo...
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