martes, 29 de abril de 2008

En la Pedrera


Foto: Manel Armengol, Murs fantàstics, La Pedrera, 1983
Ayer había sido un día difícil, con el mismo estruendo implacable de las obras que ahora mismo me rodea y me produce desolación, y sembrado de inconvenientes, así que llegué a La Pedrera con un humor dudoso. Temía que cuando me tocara hablar, la gente ya estuviera cansada o con prisas y empezaran a levantarse. De hecho bromeé con que, si eso ocurría, yo diría: To be... or not to be, como aquel pobre Hamlet de Lubitsch. Pero no ocurrió. Al contrario, la sala estaba abarrotada y hasta al premiado le quitaron su sitio de primera fila mientras hablaba frente al atril. Era una sensación muy sugerente contemplar el techo ondulado, las dunas de yeso de Gaudí (eché de menos a un amigo que había vivido en La Pedrera, en una misteriosa simbiosis con el espíritu de ese edificio mágico-místico de Gaudí, y me ayudó a descubrirlo años atrás. Le nombré en la conferencia, seguramente no pudo venir. Yo no podía evitar recordar aquel otro techo gaudiniano de su casa, con una inscripción enigmática, y las excursiones nocturnas con él al tejado de guerreros medievales ni las fotos que hizo). Creo que esas dunas de yeso son perfectas para escuchar poemas. Leyeron cuatro de ese libro de Kavafis traducido por Eusebi Ayensa, ganador del premi de traducció poètica Jordi Domènech. Ayensa es un helenista de Figueres, que dirige el Cervantes de Atenas y es conseller de cultura de Riudemorts, y pasa la vida en los aviones. Él leyó los poemas en griego (se notaban poetas y traductores en el público, prestando oídos e inclinando la cabeza para captar esa fonética familiar y lejana de los griegos) y Montse Vellvehí, actriz, los leyó muy bien en catalán, de una forma pausada y vibrante al mismo tiempo. Había un poema sobre el remordimiento que me encantó.
Toni Clapès me elogió mucho al presentarme, fue generoso y entusiasta, y también crítico, dijo que la cultura catalana no se sabe, ni sabe valorar lo mejor que tiene y habló de Jordi Domènech y nos dio ganas a todos de que salga al fin el libro de sus poemas reunidos en Cafè Central-Jardins de Samarcanda. Sam Abrams presentó a Eusebi Ayensa como un helenista apasionado e incansable, que había perseguido siempre su pasión de saber.
Yo leí mi texto, y en esa lectura, pude ir mirando a algunos amigos (a pesar de mi miopía) en los momentos en que algo de lo escrito les concernía. Aunque debería haberme pausado (siempre tiendo a acelerarme y cuanto más me agobio, más me acelero en el ritmo), el público era afín y me aplaudió mucho, y al acabar muchos me felicitaron, entre ellos algunos traductores de poesía que se sentían identificados. Me felicitó el cantante Josep Tero, que había interpretado un poema de Kavafis traducido por Ayensa. Tero es de Empúries y bromeábamos sobre los tres del Empordà. De hecho, al llegar a la Pedrera, Eusebi Ayensa me preguntó "Tu ets de Figueres, oi?" Por lo visto, le habían llamado de un periódico ampurdanés que cuenta con un buscador de oriundos del Empordà y le habían advertido: "La conferenciant també és de Figueres", lo cual tenía su gracia. Como decía, Tero me felicitó con su sonrisa romana, o más bien etrusca, y me dijo varias veces "Has treballat molt"... Le dije que no. La verdad es que había gozado escribiendo esa conferencia, surgían muchas reflexiones de tantos años traduciendo (en eso sí que he trabajado mucho, aunque para alguna interlocutora institucional, ese trabajo no tenga valor) y él me dijo: "Aleshores ets molt sàbia", lo cual no es cierto, naturalmente, yo no sé nada, no soy erudita, ni estudiosa y admiro a los que lo son, y mis aprehensiones de las cosas son siempre fragmentadas, caprichosas, sesgadas. De hecho, mi texto de ayer empezaba explicando por qué me siento intrusa. En la traducción, en la escritura, en la lengua catalana, en la crítica literaria y en casi todo.
Luego tuvimos cena en el histórico sagarriano Bauma y tertulia en un bar cercano. Lo pasamos muy bien, con esa combinación de humor, curiosidad, intercambio de pensamientos y entusiasmo. Me tocó un matemático al lado, apasionado de su materia, y cerca estaba la poeta visceral e inteligente Esther Zarraluki y la reina de la traducció (Hac Mor dixit) con quien tengo pendiente un libro sobre el tema. Y resultó que el reflexivo patrocinador del evento, amigo del poeta y traductor desaparecido cuya memoria es la razón de todo eso, era hermano de un amigo mío de la preadolescencia, a quien me habría gustado ver también allí. También apareció un histórico, mi antiguo profesor de matemáticas y física, navegante: creo que no se aburrió.
En cuanto al texto, saldrá publicado por Cafè Central dentro de un año.
Por cierto, qué ilusión me hacía ayer, bajo las dunas del techo y los árboles del Passeig de Gràcia asomando por las generosas ventanas gaudinianas, ver entrar y sentarse silenciosamente a algunos amigos que vinieron a escucharme. Les veía buscar asiento, me daban ganas de hacerles gestos para indicarles que tal o cual estaba por allí cerca. Sus caras entre el público me hacían sentir acogida, en plena hospitalidad. Esa gratitud se queda ahí como un poso feliz de la amistad. Y también estaba G., con la guapa P., los espectadores más jóvenes. Mucho más tarde le mandé un sms a G. para decirle cómo me había gustado verles entre la multitud y me dijo: "M'ho imaginava. Per això intentava mirar-te entre els caps..."

domingo, 27 de abril de 2008

Excursión y retorno


Foto: I.N., techo de la terraza del Centre Fontana d'Or, 2008
Hay al fin un silencio privilegiado (ya sólo el domingo) en este pobre barrio torturado de obras, destruido en toda su belleza con ensañamiento y alevosía por nuestro ayuntamiento y sus aliados constructores. Me he encontrado a dos viejos amigos delante de casa y hemos pasado media hora despotricando al sol con una alegre furia. Ayer me pasé el día fuera (al volver, comprobé que los obreros habían trabajado, no sólo en el andamio, sino que se habían enseñoreado del ruinoso patio de mi lavadora y me habían tirado al suelo todo lo que ahí guardo, además de cubrirlo de nuevo con su montaña de polvo tóxico), en Girona, con dos amigos favoritos, viendo la magnífica exposición de Léger en el centro Fontana d'Or. Es una muestra pequeña, pero maravillosa. Yo nunca había visto esos tapices inmensos que ejecutaba la habilidosa Yvette Cauquil-Prince, a partir de cuadros de Léger que sí he visto en alguna parte, ni esas piezas tan alegres y ligeras (seguro que su apellido le influyó) de cerámica, o los elegantes relieves de bronce que parece madera, y era una sensación gozosa rodearse de ese espíritu maiakovskiano revolucionario, obrero y vitalista, sensual, naïf, con una melancólica alegría, a veces algo picassiano, que también me hizo pensar en las fotos obreras parisinas y de celebración vital de Willi Ronnis, y en la tentativa cultural de alfabetización y bibliotecas de la República española o en la ideología de Sert y el GATCPAC, tan vanguardista y llena de esperanza, y una vez más nos dijimos que esa época de entreguerras fue una de las mejores de la historia en la vida artística e intelectual, a pesar de que muy pronto, el horror del nazismo pulverizaría las esperanzas, Franco destruiría para siempre la posibilidad de una España ilustrada, culta y cosmopolita, y Stalin se encargaría de borrar cualquier romanticismo en el Este de Europa.
Naturalmente, aprovechamos la visita para pasear por el Call, revisitar la catedral, con ese claustro y sus relieves, que A. nos iba contando, con el osado poema de Carner a la mare de déu del bell ull, a la que atribuía una "tenacitat pagesa", y llamaba "reina dels boscos grocs, les tombes i les òlibes", y pudimos disfrutar en solitario de la paz de ese lugar de hierba y piedra y tumbas y del tapiz maravilloso de la creación que se expone al fondo del museo (por desgracia, un arquitecto local puso unas baldosas espantosas) y de las preciosas iluminaciones de la monja Ende en el Códice de Girona, mientras la catedral se ocupaba con la extraña y siniestra ceremonia de una cofradía militar, gente con el pecho lleno de insignias, mujeres con mantilla negra que recordaban a la fea "Collares" y a tiempos vergonzantes de este país.
Fuimos a los baños árabes (árabes y judíos nos enseñaron a bañarnos, dijo A.), entramos en el interesante y tradicional colmado Moriscot, y compramos gengibre confitado (siguen teniendo esas asombrosas colecciones de botellas y licores, uno mexicano con gusanos, otro chino con diminutos ratones, etc., además de todos los tés, mostazas y frutos secos habidos y por haber).
El Call sigue tan bonito como siempre y Girona conserva sus generosas arboledas de plátanos y sus arbolillos de Judea, y esa comprobación me produjo alivio, aunque el río no tiene apenas agua y el cauce tan bajo produce un efecto alarmante, aunque sobreviven algunas carpas. Comimos en un lugar que aún mantenía su buena relación calidad precio, soñamos con otras estancias posibles (una más humilde pero sombreada en la pensión Pérez y otra más suntuosa en un hotel cuyo nombre he olvidado), nos lamentamos de la miseria cultural de este país, hablamos como siempre de la historia del siglo XX, yo disfruté de las historias y las conversaciones de esos dos amigos y les ofrecí a cambio las mías, y en conjunto fue un sábado muy gozoso.
En El País del jueves, leí un artículo contra las inexactitudes y la baja calidad de los blogs y de Internet, y me pareció curioso que la autora -a la que le comentaré si me la encuentro antes de que se me olvide-se escandalizara de eso, como si no predominase la basura en nuestro mercado editorial, como si no fueran inexactos y poco rigurosos nuestros periódicos, en los que incluso periodistas prestigiosos entrevistaron a Enric Marco, entonces director de Amical Mauthausen sin molestarse en comprobar que nunca había estado interno en ningún campo de concentración y que sus propios libros estaban llenos de contradicciones flagrantes, incongruencias e inexactitudes. Y es que cada vez que algún asunto que conocemos sale en los periódicos, al leerlo encontramos datos inciertos o mal explicados, y podemos suponer que otro tanto ocurre con los temas que no conocemos directamente. El otro día entrevistaron a V. en dos periódicos y sólo dos de sus frases eran ciertas. Muchos periodistas inventan, no comprueban, escuchan mal y sobre todo, no ven nada que se salga de sus esquemas prefijados. ¿Y acaso no es un peligro para la cultura, para la lengua escrita y hablada y para la salud mental leer a Ruiz Zafón o a Paulo Coelho? Naturalmente que en Internet hay más inexactitudes que en los buenos ensayos, monografías o revistas serias, la inmediatez tiene esos peajes, y hay que comprobarlo todo (doublecheck) o que hay mucho blog insustancial, pero también pueden encontrarse lugares rigurosos o incluso buena literatura y crítica digna en el mundo libertario, efervescente y bullicioso de los blogs. Al lector y su criterio corresponde distinguir entre la web de la LoC y una página de un aficionado que no comprueba u otro que sí, o el terrible rincón del vago. Yo se lo he dicho a algunos alumnos del posgrado de traducción: está bien que busquéis información, pero por favor, intentad escribirla con vuestras palabras, no la copiéis de esos trabajos tan mediocres e impersonales del rincón del vago, donde sólo se repiten tópicos. Prefiero una respuesta breve a uno de esos artículos infumables. Y aún más curiosamente, la autora del artículo acaba diciendo que Internet vale la pena por ver a Obama en el youtube, haga lo que haga luego. Justamente hace unos días recibí un artículo por email donde ese encantador Obama anuncia que él no cambiaría nada de lo hecho en Irak por su predecesor. Sin comentarios.
Y me retiro ya, que esta tarde quiero ir al Baff a ver una película. Mi idea es volver a casa pronto para seguir con otro cuento que acabo de empezar, aún en estado completamente germinal, y mientras dejo reposar el anterior.
Plus tard...
Hemos visto una extraña película filipina, violenta y triste, con un hilo narrativo que era casi un loop, y volvía todo el tiempo sobre el final para recontar el pasado. Escenas turbias, imágenes que parecían de vídeo, blanco y negro desteñido y azuloso, sexo interrumpido, móviles y miseria y robos. Me gustaba la mirada del actor más joven, su presencia en la historia, pero también él acababa en plena angustia, aunque parecía haber dos finales posibles. Me ha dejado un poso inquieto, que conecta con el sueño rarísimo que he tenido esta noche. Como nunca recuerdo los sueños, cuando tengo uno, me interpela casi violentamente, me plantea interrogantes, no sé qué significa, apenas puedo asociar la parte central, aunque algunas escenas sí tienen que ver con mi adolescencia en la pesadilla familiar.
Mañana es mi conferencia en La Pedrera. ¿Tendrá que ver con el sueño? Debería preguntar a la Esfinge.

viernes, 25 de abril de 2008

Funambulistas


Ilustración: la portada del libro
Ayer N. me trajo, recién horneados, mis 4 ejemplares de la antología audiolibro de Funambulista. El audio está en formato mp3 y me ha costado escucharlo, pero me hace mucha ilusión (Me dicen que mis ordenadores deben de estar obsoletos, y eso me preocupa porque uno de ellos -el de G- es de 2008 y mi portátil es de 2007. Por lo visto la obsolescencia es ya cuestión de meses o semanas. Al parecer, todo el mundo los ha escuchado sin problemas, así que soy yo la única incompatible). Me encantan los textos leídos por sus autores. Las intenciones están en las vibraciones de la voz y se produce una conexión mágica, hipnótica.
La semana que viene, el libro estará en las librerías, con su flamante audio. En el metro, hacia Poble Sec, me releí el cuento de Vila-Matas (vale la pena escucharlo) y los de Cristina Grande y José Ovejero y concluí que mi "Verano. Fragmentos de un blog" estaba en buena compañía.
Ya en el Lliure, invitada por la siempre interesante V., participé anónimamente en Domini públic, un espectáculo de Roger Bernat sin actores, o mejor dicho, donde los espectadores son los actores. Lo que en otros casos podría ser una pesadilla, aquí fue un juego inteligente y sutil. Y que conste que yo no soporto esos grupos que hostigan al público ni a esos públicos masoquistas que se entregan a cualquier cosa. En la plaza que separa el Lliure del Institut del Teatre, entre algún mirón atónito que no podía oír ni entender y unos perros que corrían silenciosos, los espectadores llevábamos auriculares y nos movíamos respondiendo a las preguntas que nos hacía la única actriz, oculta, por el sistema de megafonía. "Prens cacaolat per esmorzar? Acosta't a l'acomodadora. Tens parents a l'exili? Allunya't. Has robat alguna vegada al supermercat? Vés al centre de la plaça. Creus en déu o en alguna força superior? Agenolla't. Tagrada que et preguntin sobre la teva vida? Agafa una carpeta. La meva veu et sembla una música? Gràcies! Agafa una manta. Guanyes més de 2.000 euros? Vés al centre de la plaça!..." La hábil combinación de humor absurdo, dramatismo, crítica social y poesía, junto con La flauta mágica de Mozart y otras músicas muy diversas producían un efecto interesante. La gente se reía, discutía sus respuestas ("¿Túuu... crees en dios?", decía uno, "No, pero ha dicho una fuerza superior..." "Qué raro, no me creo que Carlos no haya robado nunca en un supermercado..."), se observaba con curiosidad, se reconocía afín, se separaba de los suyos... Hubo un chico alto, de aspecto algo moruno, que siempre que tenía que elegir me señalaba o se acercaba a mí y se reía mucho. Me hizo pensar en los encuentros y desencuentros. Representamos, sin esfuerzo, a agonizantes, muertos, policías, presos, fugados, fusilados miembros de la cruz roja, con chalecos de colores como distintivos, distribuidos arbitrariamente según el lugar de nacimiento o si habías esquiado en Baqueira Beret o si desayunabas cacaolat, o si habías celebrado la navidad en verano o conocías a la rana René (una manera de identificar a los latinoamericanos, que se rieron mucho con eso) y los comentarios sobre racismo y prejuicios estaban también dentro. Todo era simbólico y respetuoso, elgante, como dijo V., sin molestar ni violentar a nadie. Lo pasamos muy bien, aunque yo acabé agotada, no sé por qué.
Y al llegar a casa, me esperaban revelaciones y esa sensación del poso que dejan las cosas o su temblor y de cómo necesitamos tiempo para digerir los descubrimientos.
Me he despertado melancólica, maldiciendo el fragor de las obras y la promiscuidad extraña de la cocina; veo las sombras y colores de la ropa de los albañiles moviéndose muy cerca, al otro lado del cristal, y el andamio oscurece el patio y el pasillo. Me siento espiada. Pensaba que mi cuento (que anoche le mandé a mi amigo serbio) era un engendro, que no tenía sentido, y me sentía desolada y hormonal. Pero un email matinal de mi amigo serbio me decía que en efecto, era raro: "me parece irregular estructuralmente pero atrae, creo que has conseguido alguna similitud compleja" entre dos trasuntos distintos, y me proponía cortar un trozo del final y pelar otro trozo, quitando comentarios y dejando declaraciones desnudas. Lo he hecho. Creo que mi amigo tiene un talento único y pragmático para la estructura. Ahora el cuento es un cuento. It makes sense! "Si lo haces así, y me lo mandas, podré decirte algo más preciso", decía. No sé qué me propondrá, ni si lo aceptaré, pero ahora el cuento tiene vida propia y yo me siento restaurada (pensando en el siguiente, que va casi encadenado).
La gata Gilda se ha curado. Veinticuatro horas de ayuno y núx vómica. Aunque sigue extrañamente mimosa con todos.
Seguimos ultimando las ilustraciones para La plaza del azufaifo. Con suerte, la semana que viene o la otra tendremos maqueta.
Ayer, entré en la cocina maldiciendo el ruido espantoso de las máquinas y de pronto, el ruido se detuvo, y unos segundos después oí que uno de los albañiles cantaba: In un mondo che... Como no recordaba el resto de la letra, silbaba el resto de la tonada, tan antigua. Sin saber por qué, sentí una simpatía inmediata por aquel obrero que canturreaba en el andamio. Y de pronto lo comprendí, mientras él reemprendía el estribillo, volví más de treinta años atrás, al profesor de literatura que me hizo descubrir a Góngora y su uso misterioso de la letra u (la cueva, bostezo suave de la Tierra...), Ferran Rocaspana, desaparecido y uno de mis favoritos, que recorría sin parar el estrecho espacio del aula de un extremo a otro, desplegando su pasión literaria, y que una mañana entró en la clase distraído canturreando In un mondo che...
Hoy empieza el Baaff. No estoy invitada a la inauguración, y planeo incorporarme el tercer día. Esta noche no me moveré. Mañana me voy con dos amigos también favoritos a Girona, a ver la exposición de Léger, que dura hasta el 4 de mayo: comeremos por ahí, conversaremos y volveremos a la ciudad. Un plan interesante.
Y ahora, en este silencio maravilloso, con mi mirlo preferido imitando a un ruiseñor, ha llegado G. y me ha tentado a subir al andamio que ocupa el patio. Él llevaba la cámara y ha subido por la escala chirriante hasta asomarse a la azotea, pero no ha llegado adonde quería. Yo no llevaba la ropa adecuada, y sobre todo, había una ventana encendida que me ha hecho desistir. Pero he estado a punto de seguirle y quizás lo haga el domingo, piensen lo que piensen los vecinos. Siempre me ha gustado trepar por ahí (sabía que te gustaría, me dice G.), me encaramo sin problemas a las estanterías y ese andamio ofrece unas vistas interesantes... cuando se marchan sus pobladores. Un hecho misterioso es que algunas noches, alguien entra en ese piso vacío donde ahora trabajan y pasa la noche ahí o inspecciona las obras. Como el dueño está oficialmente de viaje, me pregunto quién podrá ser. ¿Otro funambulista? ¿O tal vez lo he soñado?

jueves, 24 de abril de 2008

Releer el pasado


Fotos: J. Aguirre. Otra vez yo con mi melancolía fotográfica, en Santa Cruz de Tenerife, en 1986
Ayer puse en un jarro la rosa que me trajo G. y me adentré en el maremágnum de Sant Jordi. Quería celebrar que el librero de la calle Berlinès se había llevado mi Crucigrama a su mesa de la Rambla (dos años después de su salida) y J. se ofreció a acompañarme. Al llegar, yo le compré a ese sabio librero un libro de Enrique Vila-Matas que estuve leyendo en el metro (pura metaliteratura que me fascina, y a la vez siento que me ha robado una oportunidad, y otras veces me quedo desconcertada ante la forma de algunos de sus títulos). Antes pasamos por La Central de Mallorca, donde le compré a J un libro maravilloso de Mario Rigoni Stern (El sargento en la nieve; por algo que me dijo sobre un sentimiento malgré lui, que me recordó a aquel sargento) y él casi me obligó a regalarle también ese libro luminoso y soprendente de Casasses, El poble del costat (yo lo tengo en el cuarto de baño -forrado, lo admito, porque la portada no me gusta- y cada vez que leo una página pienso: ¿Para qué escribir, si él ya lo ha escrito todo? Son artículos (!) de periódicos de los años ochenta, pero él tiene esa cualidad pan... es capaz de nombrarlo todo, al menos para mí, de señalar muchos de mis pensamientos y experiencias al mismo tiempo en esa poética acelerada y febril). J. me regaló un libro muy bien editado de Camil Petrescu, recomendado (lo adiviné) por Marta Ramoneda, y yo me compré una novela donde la autora ventila los demonios de su infancia y que ha levantado ampollas en su familia, y más tarde me asomé a ella: no es un tema que me resulte indiferente. Yo tengo escritos fragmentos de la novela de mi infancia (uno me lo sé casi de memoria, y me gusta), pero siempre me quedo encallada en algún punto y sé bien por qué: quisiera cumplir el mandato chejoviano de que las lágrimas, la rabia y las emociones quedasen fuera (como sí logré en Crucigrama, a mi modo de ver), de poder acoger con afecto a mis personajes, mostrándolos sólo, sin juzgarlos (para que sea el lector quien los salve o condene), aunque en la realidad no les perdone, o mejor dicho, sí les perdone pero procure protegerme de ellos. No usar la escritura para ajustar cuentas, es decir, ser despiadada como manda Faulkner, pero sólo intentando la perfección. La estética exige una sobriedad y una distancia para poder manejar esas heridas, esos conflictos bélicos que seguirán siempre humeando, y tal vez por eso, contra las leyes de mercado que enunciaba una vez el editor Jordi Herralde ("Nosotros nunca publicamos a un autor desconocido de más de 40", dijo, explicando la excepción que hizo con Méndez y sus magníficos Girasoles ciegos, mi libro favorito de la guerra española), yo mejoro mi escritura lentamente, a medida que pasa el tiempo, y sólo si logro vivir suficiente podré escribir lo que tengo pendiente (por suerte, hay editores que no siguen ese criterio de que la juventud sea lo mejor para la literatura, cuando hay pocos Rimbaud y la auténtica literatura es lo contrario de la pasarela). En mi humilde opinión, la escritora cuya novela empecé ayer, que es inteligente, talentosa, innovadora y reconocida, tiene algo pendiente de resolver y ha dejado que ese viejo dolor, esas lágrimas y esa rabia distorsionen su escritura en este caso. Tal vez no sea yo la más indicada para opinar. Pese a todo, su novela tiene un interés indudable para mí y la seguiré leyendo para juzgar o por puro interés espejeado. Tal vez, entre sus personajes, el padre sea el más afinado, puesto que es contradictorio, ella le amaba, y muestra sus talentos y también las debilidades, la cobardía que le impidieron protegerla (eso sí me resulta familiar), y a la vez es un padre simbólicamente incestuoso, entregado a sus excesos, y su muerte es interpretada como algo buscado, casi suicida, y aunque esa imagen paterna pueda ser difícil para la familia, cada uno tiene la suya (Juan Goytisolo pintó a un abuelo incestuoso y abusador en su Coto vedado, y ese hecho dio lugar a una discusión pública entre los hermanos escritores, en El País, hace ya años, donde Luis Goytisolo objetaba que se trataba de una invención). Ahora, la hermana de la escritora, que aún no ha podido leer la novela, porque vive lejos, me preguntaba mi parecer, ¿es lícito que un escritor haga eso? Yo creo que un escritor debe escribir y seguir su deseo, su impulso, aunque eso le valga la enemistad del mundo. Ya lo he dicho aquí. Aunque sea difícil para su familia. Siempre hay maneras (conozco un escritor con una madre inteligente y pragmática, que siempre dice: Estic molt orgullosa de l'èxit del meu fill, però no llegeixo les seves novel·les, y con esa frase acalla a todos aquellos que citándole a él, intentan perturbar su placidez o escandalizarla. Y es que ¿por qué debería leerle?). Pero sólo la escritura de calidad justifica, la escritura sin lágrimas ni emociones que distorsionen. Si Shalamov logró escribir sus Relatos de Kolyma sin quejarse (con todo aquel horror de Siberia, el hambre y el frío y la injusticia de estar allí; por cierto que en el Babelia no le hicieron justicia, no dijeron que lo importante de Shalamov no es lo que cuenta, lo que ocurrió allí, sino su capacidad de convertir el infierno en el mejor material literario, a diferencia del quejumbroso Soljenitsin), si Shalamov pudo con aquello, como decía, ¿no vamos a poder nosotros contar nuestra infancia, por terrible que fuera, sin mojarla de lágrimas ni empañarla con el temblor de la rabia?
Lo decía ayer aquí al dorso: nunca he dejado de reinterpretar mi pasado, y ayer, en ese paseo y comida de Sant Jordi, J y yo nos íbamos diciendo más sobre ese pasado , y la conversación me ha hecho matizar y recapitular una vez más. J me ha dicho algo que me ayuda a separar mi parte de la suya: mi fantasma infantil del rechazo se superponía a una situación que tenía otro significado para él. La felicidad de comprender y de seguir una conversación a través del tiempo. No todos los interlocutores lo permiten o se lo permiten.
Precisamente hoy he recibido varios mensajes que mostraban percepciones distintas de las cosas. Uno de esos interlocutores parecía revestir de un halo maravilloso algo que yo apenas había advertido. Todo es complejo, aunque esté iluminado. Por cierto, que le regalé a G. ese libro de Jonathan Safran Foer, y a P. dos monografías de pintores (yo buscaba Matisse y Hopper, porque creo que es lo que ahora le conviene, pero no pudo ser, y fueron el douanier Rousseau y Egon Schiele, que tampoco le irán mal).
Mi gata Gilda sigue malucha. El veterinario ha recomendado 24 horas de ayuno y yo le añado un remedio homeopático a su bebedero de agua. De vez en cuando maúlla y nos mira, dolorida y perpleja.

martes, 22 de abril de 2008

Temblor e ilustraciones

Foto: Jose Aguirre. Cadaqués, 1986
Ha sido un día extraño. Yo estaba somnolienta porque ayer vino G y estuvimos hablando hasta tarde, ¡había que repasar! Y echaba de menos su presencia inteligente y su vitalidad raisonnée.
Estamos acabando de seleccionar las imágenes para la maqueta de La plaza del azufaifo, reescribiendo pies de foto, pidiendo alta resolución a los autores de dibujos o fotos, encajándolas en el texto. Por suerte, el 99% de esos autores se alegran de que el libro salga con sus imágenes e intentan facilitar las cosas, aunque eso no disipa mi desconcierto de que uno de ellos me haya contestado mal. Todo eso invadida a ratos por el fragor de esas obras terribles, que arremolinan el polvo por la escalera y en la entrada y han reducido los buzones a un rincón sucio donde las cartas se malean. Y de pronto, un arquitecto que pasaba frente al edificio deja recado de que las columnas de hierro que sostienen la parte delantera de la estructura se encuentran en una situación precaria y hay que hacer algo. He llamado al propietario: "Está de viaje". Luego al 010, donde me han aconsejado llamar al Distrito. En el Distrito me han remitido a Serveis tècnics. En Serveis tècnics me han indicado que llamase a la guardia urbana y que ellos avisarían a los bomberos. Ha venido una pareja de la guardia urbana. Uno de ellos era altísimo y su inteligencia era negativamente proporcional a su altura; en cambio, su agresividad le acompañaba muy bien. Me ha anunciado que yo tendría que pagar la factura de los bomberos. "Qué raro", le he dicho yo, en el distrito me han dicho que si les avisan ustedes, no hay que pagar." Luego ha empezado a meterse con el arquitecto y me ha exigido un informe escrito y sellado por el Colegio. Etcétera. Su tono era tan desagradable y su estupidez tan elevada, que le he dicho: "Siento mucho haberles molestado" y me he vuelto a casa. Pero el agente sensato, el que me pedía disculpas por hablar en castellano (!), ha llamado a los bomberos y ha vuelto a mi puerta, ya libre de su estúpido compañero. El bombero me ha tranquilizado, dice que el edificio no se caerá, que la columna de hierro está podrida, pero él cree que hay otra sujeción, una viga interior, etc.
Yo estaba deseando acabar con las ilustraciones para volver a mi cuento, he ido a recoger un documento de memoria histórica y trauma, he comprobado que en Rosselló Balmes el fragor es casi tan fuerte como en mi casa, he tenido una conversación sobre la entropía doméstica con Cachodepan, he encontrado por azar en la red al profesor de matemáticas que me desbloqueó en la adolescencia, que sigue su trayectoria de físico navegante (dice que las matemáticas son un lenguaje y un juego y que yo era una jugadora vital, pero se equivoca en el número de años que hace que no nos hemos visto, ¿o acaso los matemáticos-físicos usan los números exagerando, como el resto de los mortales?), he tomado un té chino con la Petite a, que me ha prestado su insight para comprender y situar las cosas y me ha enseñado fragmentos de una película muy conceptual rodada con móvil que presenta al Movil Film Fest, y una vez he llegado al final, el forcejeo interior entre mi pereza-miedo-bloqueo y mi deseo de escritura me deja poco rato. Pero picotearé un poco en ese cuento, que me ha planteado ya un primer problema estructural, y sin embargo, qué felicidad esperanzadora hay en él...
Sigo comparando contadores de blogs y compruebo que no hay tanta diferencia, ¿pero qué pasa con estas matemáticas variables? ¿Tal vez son tramposos comola perversión de los sondeos y la ingeniería financiera de los políticos? No sé qué le pasa a mi gata, parece convencida de que me voy de viaje y se equivoca: hasta mediados de mayo no tengo que moverme, salvo para trayectos cortos. Me vigila, se sienta cerca, me pide atención... Tendré que buscar un remedio homeopático para librarla de esa actitud canina y restituirle su orgullosa independencia gatuna. ¡Y un lector voraz y muy cultivado me pide recomendaciones para Sant Jordi! Suerte que otros habituales han fallado este año...

sábado, 19 de abril de 2008

Maneras de ver, de traducir


Foto: Jose Aguirre, Página de álbum, G. y yo en Cadaqués, en 1992.
Yo sé que miro las cosas de una manera sesgada, fragmentada y lateral. No puedo evitarlo. Mi analfabetismo científico me permite ver exclusivamente el lado poético y filosófico de la física y los aspectos simbólicos de sus conceptos, sus ecos en este otro lado de las cosas, o la pura belleza de esos nombres. Me gustan las fotos borrosas, veo composiciones poéticas o narrativas en ellas que mis amigos técnicamente expertos no pueden comprender. Cuando coordinaba el Premio de Narrativa de La Sonrisa Vertical (fui secretaria del jurado, mil años ha), los editores me advertían que en la selección de las obras presentadas, contuviese a L.G. Berlanga, porque a él todos los manuscritos le parecían interesantes: "...Para una película..." También había un candidato perenne al premio que presentaba todos los años un manuscrito sobre erotismo y tauromaquia, y había que dárselo a Juan Marsé, que lo había adoptado como personaje. Esa impresión de Berlanga de que todo podía utilizarse estaría cerca de la literatosis de Lobo Antunes y del "Il faudra tout dessiner" del hijo de mi amiga parisina. ¿Cómo no entenderlo? Adolescente, yo pensaba que no podría escribir porque no veía los detalles de las cosas, o más bien, veía sólo unos detalles, una parte de las cosas: era incapaz de describir sistemáticamente una habitación como mi padre con la biblioteca y el gabinete de su padre, de arriba abajo, racionalmente (y al mismo tiempo, siempre sentí que mi padre fabulaba en aquellas descripciones, como su escena de la barca rodeada de delfines, que luego resultó ser cierta, aunque nunca le creímos), incapaz de contestar a la pregunta de si un hombre (feo) con el que había hablado llevaba gafas o bigote, pues sólo me había fijado en sus manos o en cómo enarcaba una ceja. Por eso me consoló leer que Proust despertaba a sus amigas o irrumpía en sus casas para preguntarles cómo era exactamente el vestido que llevaban en una determinada soirée años atrás o qué árboles había en el jardín. Ayer, una amiga científica que había pinchado en un link de este blog y se había admirado del proyecto que describe, me decía que el interés por las matemáticas es desdeñado socialmente. Yo siempre he admirado a algunos científicos, y siento una lejana fascinación pitagórica por las matemáticas. De pequeña, le conté ayer a C., pensaba que estaba negada para ese lenguaje, pero un profesor me demostró que no era cierto, y una vez superé ese bloqueo, conocí el extraño goce intelectual de resolver problemas, aunque aquello fue muy breve: yo elegí las letras y al alejarme volvió mi perezosa barrera, y nadie más se empeñó en despertar ese lado mío. C. me corroboró la idea, expresada en una cena por Frikosal, de que en el universo matemático, como en el deportivo, y en algunos otros ámbitos de la ciencia, son necesarias las mentes muy jóvenes, y después de los 30 la potencia intelectual de ese conocimiento reflejo se desvanece. La idea tiene su gracia, pero a mí me alivia estar en un mundo donde, contra lo que pretende el mercado y sus estúpidos mandatos antiliterarios, el tiempo ayuda. La littérature doit mijoter, macerar, y la vejez es casi un "atout", como demuestran con solidez algunos autores sajones (hay que alegrarse de que la editorial que publica a la magnífica escritora canadiense Alice Munro aquí haya decidido por fin contratar buenos traductores, porque sus libros anteriores eran ilegibles en castellano). Por cierto, ayer estuve a punto de comprar un libro de William Saroyan para regalarle a G., de Acantilado, pero la primera página estaba tan llena de catalanismos -lo cual me sorprendió en esa editorial, normalmente tan cuidada- (nadie se da cuenta por estos lares de que existe la palabra "andar" y de que en un diálogo, sólo en Catalunya la gente dice cosas como "¿Caminarás?" en vez de "¿Vas a ir andando?", nadie se da cuenta de que en los diálogos, para las acciones del futuro inmediato no se usa el futuro y "voy a ir" es más adecuado que "iré" si esa acción va a ocurrir en un momento... O de que en un contexto así, es mucho más bonito "volver" que "regresar", de que hay muchas cosas que se hacen y no se "realizan"... Recuerdo que, en una época de nerviosismo, alguien me dejó una de esas cintas de relajación que corren por ahí. Me costó mucho superar mis prejuicios culturales porque la voz masculina decía cosas como "Si desea cambiar de postura, puede realizarlo sin problemas..." Cada vez que oía ese realizarlo me alteraba y tenía que decirme: "Venga, Isabel, la voz es de un cenutrio, pero la técnica puede servirte..." En el mundo del arte barcelonés, pomposo aun cuando no corresponde, e iletrado a pesar de la complejidad de los textos críticos, se ha instaurado de tal manera ese "realizar" que ya no existe ningún artista que haga ni monte nada, todos realizan (sin réaliser! Yo siempre he echado de menos que el castellano realizar tuviera la connotación esa francesa e inglesa de "darse cuenta")... Pero la cosa adquiere tintes risibles cuando alguien "realiza" una tortilla...
Volviendo a La Sonrisa Vertical, fue para mí una suerte estar allí, en dos ediciones del premio, gracias a Ricardo Muñoz Suay: conocer a Juan García Hortelano, estar un rato en su acogedora casa madrileña, su biblioteca, escuchar sus consejos de escritura, contarle mi lectura gozosa de sus pecas a la espalda (aquellos poemas donde los apellidos de sus amigos poetas y escritores se convertían en accidentes geográficos y uno saltaba barrales y marseses) y su Mary Tribune, escuchar las historias de un Gil de Biedma que estaba ya en su época mala, según me decían, el saludo casi de oso de Fernando Fernán Gómez... Recuerdo haber ayudado a Luis G. Berlanga a comprar un repollo entre Pozuelo y La Moraleja, para que no le regañaran si llevaba una hortaliza equivocada -me hacía llevarme los manuscritos enseguida porque según su mujer, el papel olía mucho-, o su forma de contestar el teléfono diciendo directamente: "No está, ¿de parte de quién?" (y enseguida, al oír mi nombre, sin más transición que su risa) "Ah... hooola, ¿cómo estás?". Recuerdo los insólitos remedios para el bloqueo que me dio Marsé, las reuniones y una comida en aquella casa maravillosa de T. López, entonces rodeada de silencio y hojarasca, o la noche en que llamé por primera vez a Jaime Gil, yo tartamudeaba como una tímida fan y él estaba borracho. Me preguntó sin más si a mí me ponía todo aquello y añadió que a él, lo único que se la levantaba era el último libro de Sánchez Ferlosio, y yo le escuchaba, sin apenas articular, pellizcándome de mi suerte por hablar con él. Recuerdo también mi desolación de que algunos de ellos murieran, porque ya no tendría la ocasión de seguir hablando con ellos un día, de llevarles mis escritos.
...
¡Olvidaba unas lecturas últimas! Releo L'envers et l'endroit, ese primer libro de Camus donde ya dibuja su dificultad para digerir o siquiera afrontar el intenso silencio (emotivo, incapaz de verbalizar) de su madre, que antes de morir trazaría con fuerza en Le premier homme (one of my favorites!), y un capítulo donde explica cómo los viajes nos ponen en evidencia, nos quitan la máscara, nos impiden trampear con esas horas de trabajo de las que tanto nos quejamos pero que nos justifican y protegen (dice que tenía ganas de crear personajes que dijeran "Qu'est-ce que je deviendrai sans mes heures du bureau?" O bien "Ma femme est morte, mais par bonheur, j'ai un paquet d'expéditions à rediger") y cómo nos refugiamos en cafés extraños, intentando con esa gestualidad ritual, enmascararnos de nuevo... Me ha decepcionado el Diario de 1920 de mi adorado Isaak Babel, demasiado guerrero (yo buscaba sus reflexiones sobre el bloqueo, yo buscaba fragmentos otros) y compuesto de notas bruscas que la traducción no ayuda a aclarar, faltaría una edición más culta, anotada... Pero tal vez lo retome, a veces aparecen esas visiones de lo grotesco y loco de la realidad o destellos de la pasión inteligente que ilumina sus Cuentos de Odesa. Y he empezado el Diario de M. Sebastian, leí en el prólogo la forma abrupta en que se acaba su vida a los 38 años y sus propias frases sobre interrupciones igualmente dramáticas de otros escritores amigos.
Vayan a Polis, por favor, para saber del nuevo y gigantesco arboricidio municipal. Las golondrinas, refugiadas en este patio de cemento, están montando un jolgorio para devolverme la esperanza.

jueves, 17 de abril de 2008

Blogosfera, país vecino y lectores


Ilustración: Arthur Rackham, Little Brother and Little Sister (Podría ser yo, en mi pobreza bloguera de escritura sin apoyo, barriendo comentarios indeseados en mi blog Crucigrama, con algunos lectores camuflados espiando lúdicamente).
El Magazine Littéraire de abril (474) dedica un interesante reportaje de investigación a los blogs literarios, que he leído gracias al aviso de la psicoanalista Rithée Cevasco. Basta empezar a leer para darse cuenta de la infinita distancia que separa a nuestro mundo editorial y el del país vecino en materia de blogs. La clave es la curiosidad, la receptividad, la capacidad de reacción. Los editores franceses descubren ya escritores a través de los blogs. La crítica bloguera se ha vuelto poderosa: único lugar donde se critica libremente la estupidez vana o excesivamente comercial de los premios y eventos literarios. También abundan las entrevistas sin publicidad y más largas de los autores favoritos. Algunos autores mediáticos y famosos, como Frédéric Beigbeder, ofrecen su primera entrevista audiovisual a los blogs (blog de Thomas Clément) mientras rechazan aparecer en la tv porque "Se ha vuelto perfectamente inútil ir a vender hoy un libro a la tele". Otro aspecto clave de los blogs (como me ocurrió a mí) es luchar contra la rápida caducidad mediática de los libros, prolongar la vida de los libros que escribimos y leemos en nuestros espacios. Los blogs serían, en este y otros sentidos, espacios libres de resistencia, una manera de compensar las injusticias y rigideces del mercado editorial, y también una manera de saltarse el dudoso proceso de llegar al público a través de unos lectores editoriales que cobran demasiado poco (en este país; en Alemania un Lektor estudia para serlo y está bien pagado y considerado por su trabajo) por sus informes, leen deprisa y mal, y unos editores a veces obsoletos, que no sólo no leen, sino que proyectan prejuicios sobre lo que gustará a los lectores o promueven las malas copias de lo que funcionó, y rechazan todo lo que no se parezca a eso.
En los blogs franceses también se han revelado noticias internas y escandalosas del mundo editorial, como los "vagabundeos motorizados, parisinos y finalmente policiales de la pareja Angot-Gynéco" (estrellas de la autoficción francesa) o el hecho de que François Nourrissier nunca leyó Las benévolas, novela a la que dio su voto para el Goncourt 2006. Etcétera.
Hay casos de escritores como el bloguero Ron l'infirmier, que empezó a recibir llamadas desde sus primeros posts, y ha podido elegir editor y publicar con éxito, además de vender los derechos de adaptación a la tv. En Francia, los medios tradicionales enseguida han apoyado, financiado, promocionado a los blogs, a diferencia de nuestros medios, que de momento sólo han ofrecido espacio a los autores ya consagrados o comentado blogs muy especializados, pero no a nuestros cajones de sastre multiformato, mucho más contemporáneos e inclasificables y que triunfan en Francia como en el mundo anglosajón. En el país vecino, esos blogs reciben además apoyo comercial de toda clase, desde marcas de alimentación natural como viveros, editores, etc. Hay editores, como Au Diable Vauvert, completamente volcados en ese mundo, y señalan que hay figuras importantes como el escritor escocés Irvine Welsh (Trainspotting, uf) que no existe en France Culture, ni en Libé, ni en Les Inrocks o Le Monde, pero que tiene un éxito enorme en la Toile, como los gabachos llaman a la red. Y blogueras tan influyentes como la que comenta todas sus lecturas en Chez Clarabel, a quien los editores envían novedades o Wrath (Lise-Marie Jaillant, "exiliada en Londres" y atacante del mundo editorial francés, autora de Crevez tous, useless cunts!). O Buzz Littéraire, Culture Café o La Lettrine ("el mundo literario triturado en el molinillo")
También se habla de los blognovelistas innovadores como Mark Danielewski, en EEUU, cuyo texto en línea, La casa de las hojas, una novela fantástica que, "con su maqueta atormentada, sus columnas, sus páginas espejo, sus links, sus enlaces y sus códicos ocultos parece hecha para ser leída en la red antes que en papel. ¿Tal vez prefigura las futuras cibernovelas, escritas para la pantalla y que aprovechan los recursos de la máquina?" Pero en Francia, como por aquí, los blogs sirven en general como espacio y formato paralelo a escritores y críticos, no tanto como sustitución total.
El 14 de mayo, Cachodepan, El objeto a, Jorge Chapuis y yo celebraremos nuestra mesa redonda sobre blogs en el Ateneu. Por mi parte, además de leer algo de este blog, me propongo hablar de algunos de los blogueros que me siguen sorprendiendo. A todo esto, ayer se me ocurrió mirar cuántos hits he tenido en las últimas semanas y me salió una media de 589 al día. Me he puesto un nuevo contador para saber con exactitud el número de lectores. Sobre todo, me siento feliz de que me sigan leyendo y sobre todo, por la idea de que algunos de esos lectores-interlocutores son realmente los que siempre hubiera querido tener.
Mientras tanto, en esta ciudad nuestra llueve y dan ganas de celebrarlo con fiestas africanas. Ojalá llueva en los pantanos. Ojalá aprendan de una vez a recoger el agua que se pierde. El azufaifo, ayer lo vi a la luz del sol, está lleno de brotes. A pesar de la basura, que crece a su alrededor a montañas, en una escandalosa demostración de la miseria cultural y vital de los barceloneses y del abandono municipal. Alrededor del azufaifo proliferan las cajas de pizza: los contenedores están a unos metros y cuesta más esfuerzo meter esa basura bajo la reja o arrojarla por encima que pisar la barra y abrir el contenedor, pero los simpatizantes del cemento y los vándalos descerebrados detestan la idea de los espacios verdes, de los árboles, de la preservación. Y se alegran de que hayan ratas. Algunos vecinos se acercan a mí para quejarse. En su pasividad tradicional, heredada del franquismo, esperan que yo les saque las castañas del fuego. Hoy, en un arrebato, he vuelto a escribir a Urbanismo y he obtenido por sorpresa una rápida respuesta. Me piden paciencia, ya que tienen que concluir los acuerdos. ¿Pero y mientras? ¿Nadie podría venir a limpiar? Si la verja nueva que rodea el terreno no fuese tan inexpugnable, yo misma entraría con máscara, bolsas industriales y un traje de astronauta contra mordeduras de rata.
He acabado de escribir el texto de mi conferencia Els meandres de la traducció, que leeré con motivo de la cuarta edición del Premi Jordi Domènech de Traducció de Poesia (este año el premiado esel helenista Eusebi Ayensa, por su traducción del libro Poemes inacabats de K.P. Kavafis. Por cierto que casualmente Ayensa es de Figueres, como yo, y ahora, si no me equivoco, dirige el Cervantes de Atenas), el lunes 28 de abril, en La Pedrera. La verdad es que lo he pasado bien escribiéndola, sobre todo cuando me pareció encontrar al fin la manera de encajar lo personal con un universo de citas maravillosas. ¡Espero estar a la altura...! Y la última noticia es que Manuel Delgado ha aceptado presentar mi libro La plaza del azufaifo.

domingo, 13 de abril de 2008

De la belleza y las celebraciones


Foto: Guillermo Aguirre, Suricatos en el zoo, 2008

Este mediodía no lograba salir de casa, entre mi lentitud ociosa, el sueño que me faltaba, el silencio magnífico y suntuoso que reinaba en el barrio y las felicitaciones telefónicas parecía el cuento de mi amigo serbio. Cuando la Belle Elaine me ha dicho que iban pedaleando hacia la exposición de arte etrusco allí en Montjuïc, mi oleada de nostalgia ha podido más y me he unido al grupo. ¡Cuánta belleza! Todo era de una delicadeza y una armonía de formas y materiales, hasta los cubos de acarrear agua, todos los recipientes, braseros, peines y broches eran maravillosos. ¿Cuándo empezó a volverse todo feo? pensaba yo, sabiendo demasiado bien la respuesta. ¿Por qué no podríamos vivir rodeados de objetos como esos? ¿Por qué nuestros objetos no contienen ni humor, ni poesía ni virtud? La sensualidad de las figuras era maravillosa, las del siglo V y VI antes de C., picassianas, mucho más interesantes que las posteriores, ya más cretenses. La extraña mezcla bizantina. La interesante e irónica sonrisa etrusca. ¡Y las tablillas de escritura! Claro, les he dicho, entonces la escritura reunía un gesto físico, pictórico y un soporte visualmente hermoso que nosotros hemos perdido. Esa fisicidad, ese goce del gesto, inmediato, que yo envidio a pintores y escultores, ellos podían tenerla escribiendo. Ahora la escritura se ha vuelto tan cerebral o el gesto físico de teclear es tan desequilibrado que produce tendinitis o síndrome carpal. Pero esos utensilios maravillosos. Y la materia: El bronce con verdín, las láminas de oro finísimas, las tablillas de cerámica, la plata con pan de oro, arcillas, piedra fétida... Alguien de la exposición había querido retar al público con los nombres. En los pies de las piezas decía cosas como: antefijas, crátera, enócoe, escifo, aríbalo, fiale, ónfalo, infundíbulo, situla, morillos, lastras, lebes, fóculos... palabras que N. y yo íbamos apuntando para investigar después. Una escultura simbólica del hígado -utilizado por los arúspides para adivinar el futuro- ha removido al mío de inquietud. N. ha dicho que en el prólogo de El collar de la paloma: tratado sobre el amor y los amantes, de Ibn Hazm de Córdoba (libro que influyó a su vez en El libro del buen amor), Ortega y Gasset cuenta que los romanos tomaron prestada la palabra amor a los etruscos (con una significación puramente física, creo) porque no la tenían y también que la civilización etrusca había acabado muriendo a base de orgías.

Anoche tuve mi celebración de cumpleaños: éramos diez y se montó una tertulia viva y llena de humor y esprit y buena conversación. Hoy M. me escribía: "Sí, em vaig sentir molt bé amb els teus amics. Em van semblar gent interessant, intel·ligent, divertida i que t'estima. Així que et felicito perquè aquestes coses no venen soles." Y L. "Isabel, gracias por esa velada tan simpática y agradable, esa comida tan buena y ese vino tan en su punto. Ya viste que fue un éxito porque nos fuimos tardísimo. Yo me reí a gusto..." Las felicitaciones habían empezado el viernes, en un bar y en la Rambla, una larga e inesperada desde Londres por chat, otras por email con fotos arbóreas, me felicitaba gente que yo no sabía que sabían de mi cumpleaños o que lleva una agenda muy bien organizada, alguien me ha llamado desde Cap de Creus en un mediodía radiante, antes desde Madrid... Es como si este cumpleaños durase tres días y me he sentido arropada por mis amigos interesantes y generosos, también por los que me han felicitado y no pude invitar, que son muchos, porque no cabía un alma más en mi cueva de Alí Babá, y sólo avisé a los que me llamaban estos días (la próxima vez en un bar). Me regalaron música celestial, el Diario de Mihail Sebastian (leyéndolo dan ganas de escribir diarios, dijo Igor), Lacan et la littérature (empecé a leer anoche el interesante artículo de Catherine Millot, que intentaba situar las razones del interés y la pasión psicoanalítica por la literatura), dos bonitos foulards como llamaradas, una hermosa planta llamada Callistemon, dos tazas japonesas preciosas con una respuesta genial a su distinto tamaño, un cinturón de cuero muy claro que llevan los estancieros argentinos (con un bonito rótulo gráfico que decía en plateado Felizabel), más los dos regalos que me llegarán mañana... La gata Gilda enloqueció jugando con bolsas y envoltorios, y en el momento en que apagué la vela, ella dio uno de sus mágicos y atléticos saltos por encima del sofá, como si quisiera dedicarme ese rito para celebrar.

sábado, 12 de abril de 2008

Los encuentros con la otredad, la escritura del siglo XXI, los caminos difíciles


Foto: I.N., Autorretrato borroso, mayo 2007

Ayer estuve en el Ateneu, en una de las actividades del Espai Freud, "Los unos y los otros. El encuentro con las diferencias. Subjetividad y pensamiento contemporáneo." La interesante combinación de los ponentes -Rithée Cevasco, psicoanalista, Julieta Piastro, historiadora, Jordi Borja, urbanista, y como presentadora y moderadora la psicoanalista Marta Rodrigo- permitió situar el tema de la inmigración y la alteridad en unos parámetros avanzados, más allá de los estereotipos y las discusiones sabidas. Marta Rodrigo hizo una presentación muy crítica, inteligente e ideológicamente muy clara, con ese viejo espíritu de la izquierda de verdad que tanto echamos algunos en falta. Luego Julieta Piastro mostró su insight capaz de entender esa alteridad gracias a sus reflexiones y práctica en las diferencias y cuestiones de género, apoyándose muy bien en análisis de Agambem, Vattimo, Heidegger, definiendo las distintas posiciones y el significado del multiculturalismo, etc., le siguió Rithée Cevasco, que iluminó con un análisis sintético y brillante, pasando desde lo analítico -del goce y la pulsión de muerte- a lo histórico y sociológico, basándose en la realidad francesa, la explosión de la segunda y tercera generación de inmigrantes (no de la primera, y no de la primera viene el arraigo religioso, como defensa, pues entonces funcionaba el ascensor social), profundizando sin necesidad de extenderse, y preguntándose si este país nuestro sabría superar los retos que allí no se habían superado (lástima que en algunos momentos bajaba la voz y yo, en un extremo, no lograba oírla), y acabó Jordi Borja, que tras bromear sobre su posición como el otro y su distinto nivel teórico, y de mostrarse crítico con la política del ayuntamiento y la del gobierno (ley de extranjería, regulación urbana sobre el civismo), situó las cosas en la ciudad, desmitificó la idea de los guetos, condicionó la integración a otros factores (de nuevo el ascensor social; o la ciudad compacta, ideas que personalmente me habría gustado pedirle que elaborase con más detalle, pero no pude quedarme al debate posterior y no sé si si entonces se desarrollaron más). En conjunto, una vez más, un tema tan importante y ubicuo en los medios y en las conversaciones diarias, abordado más allá de la hipócrita "cultura de las mentiras", incluyendo felizmente la perspectiva del psicoanálisis y la filosofía, y a la vez situado en su entorno natural más obvio, la ciudad. Por allí andaba el verdadero factótum de todas estas iniciativas, el librero de la calle Berlinès.

Esta mañana, una amiga poeta que lee mi blog me decía: "Has encontrado la escritura del siglo XXI, el formato, los enlaces, la periodicidad... ya llegará la manera de financiarte o de que se reconozca para que puedas vivir de eso..." (anoche hablé con un famoso blogger, últimamente foucaultiano, rortyano y judithbutleriano, que vive en otro mundo, mucho más receptivo y supportive y a quien The Guardian ha acogido a raíz de su actividad de blogueo) y una vez más, preguntándome si eso llegará, si no habrá sido un error entregarme a esta desvalorizante gratuidad en un país desértico, este abandono antipragmático, esta exposición exagerada que atrae no sólo a mis lectores favoritos, sino también indeseables, me acuerdo de la frase de mi padre: "Elegís caminos tan difíciles...y luego os extrañáis..." Yo le pregunté entonces a quién más se refería, aparte de mí, o en qué grupo me estaba incluyendo, y él soltó su risita de circunstancias, y concluí que me había puesto el plural para no ser tan directo. Y ahora al cabo de los años, si estuviera, podría decirle que sí, que en lo difícil, lo sesgado, lo lateral, los márgenes y meandros he encontrado casi siempre lo que me interesa o mi mismidad o simplemente me he encontrado ahí, por temor a dejar de ser libre, por afinidad con el espíritu del que habla Li Bai o por una inclinación no-sabida. Pero él no está para seguir la conversación, y eso es la muerte y la pérdida, una conversación interrumpida.

Voy a seguir con mi escritura interrupta, antes de que llegue la hora de las celebraciones.

jueves, 10 de abril de 2008

Inquilinos frente al cemento



Foto: Isaias Fanlo, Conversa d'orenetes, 2006

Las golondrinas que alquilan el nido en el patio de la lavadora de mi vecino han vuelto. Cada año llegan por estas fechas, anidan, crían y se van cuando se acaba el buen tiempo. Los polluelos crecen, se emparejan y vienen a ese patio urbano de su infancia, tan deprisa pasa su tiempo, y a lo mejor eligen este patio ruinoso por el apellido de mi vecino, que les da confianza. Por la mañana montan un guirigay de conversación bulliciosa, uno frente al otro, y su intercambio parece interesarles mucho. Si les imito, se callan y me observan por la rendija de la puerta del patio, y al cabo de un momento vuelven a lo suyo. Si salgo a la lavadora, revolotean y planean a mi alrededor, ondulantes. Pero no podían contar con las obras. Acaban de instalar un andamio en el patio y el ruido es ensordecedor. Mejor el ruido en el patio que sobre mi cabeza, pero sigue siendo un infierno. Para rematar, uno de los trabajadores grita como si le estuvieran matando, a veces con el móvil, otras con los demás. He salido dos veces a ver qué pasaba, si había fuego o algo, y cuando ha venido uno a decirme no sé qué, le he preguntado si no podían al menos dejar de gritar. "Ese nos tiene mareados a todos", ha dicho. "Ya le digo que no le hace falta el teléfono, con esa voz le oyen hasta en el Prat..." Mi vecino teme que los pájaros se trasladen, y yo temo que, si eso ocurre, se olviden de este sitio y no vuelvan más. Me gustaba cómo G. imitaba sus gestos al contarme lo que hacían y esperaba que los fotografiase...
Aparte de estas escenas caseras, llevo unos días agitados. No he parado de recados, reuniones, visitas, contratos, discusiones, eventos positivos y negativos, algunos claramente esperanzadores, pero la combinación es excesiva para digerirla. Y todavía me queda la estela de mi disgusto institucional, que me ha impedido ir a la presentación del libro de una amiga, y otra situación paralela que me ha hecho preguntarme quién tiene el simple valor de dar la cara por mí y quién no lo tiene, aunque simpatice conmigo y me tenga afecto, aunque pueda darme otras cosas; yo me alegro de tener ese valor y de poder lo que ellos no pueden. Es la ética del buen persianero. Pero se aprende a distinguir qué podemos esperar de cada amigo, qué es lo que valoramos de cada uno y qué es lo que podemos y queremos darles.
Dice V que según los mexicanos, los días anteriores al cumpleaños son nefastos... ¿o difíciles?. Eso será. Ayer recogí el magnífico retrato (original a plumilla) del azufaifo que nos hizo Aurora Altisent y que le encantó al editor, y será probablemente la portada del libro. Más tarde vi a mi amigo serbio y nuestra vieja afinidad me reanimó. Por el camino iba leyendo las Siete noches de Borges y el Tirant, alternando el encantamiento. Espero que mañana tenga la calma que necesito para escribir un texto complejo en el que, por ahora, no logro oír la música de las palabras. Yo había tenido una edición mucho más bonita de ese libro de conferencias borgianas (una sobre la pesadilla, otra sobre la Comedia de Dante, otra de los traductores de Las Mil y Una Noches, etc.), pero la perdí en algún traslado o división bibliotecaria y me lo recompré en esta edición sobria. Dice Borges que dice Stevenson que un escritor debe tener encanto, porque si no lo tiene, lo demás es inútil. Esas conferencias son capaces de todo encantamiento, las leí hace mil años y aún las recuerdo. Ahí es donde habla de la pesadilla como una yegua de la noche (night mare) y como un íncubo aferrado a la espalda de la doncella, como en los cuadros simbolistas y prerrafaelitas. Esa idea del gnomo aferrado a la espalda como una carga, tan psicoanalítica y cercana, y que salía en uno de aquellos cuentos de hadas del mundo favoritos míos de la editorial Molino, conecta con el cuento contemporáneo que le gustaba a V. Mientras, gracias a un joven escritor-librero, que disfruta de una gran actividad onírica en los últimos tiempos, he visto El fantasma y la señora Muir, de Mankiewitcz, que tanto le gusta a J. Marías. La primera parte de la película tiene una atmósfera muy sugestiva, aunque Gene Tierney siempre me parece recién llegada de una novela de Somerset Maugham (¿es culpa de The Razor's Edge? ¿O fue otra?), más en el mundo y no tan monacal ni tan pasiva como en El fantasma: el aspecto monacal me molesta un poco, lo confieso. Yo esperaba al menos que siguiera escribiendo, aprovechando el setting, y con más conversaciones interesantes, amistades con esprit, como en las historias de Maugham, pero no. Y por otra parte, tal vez mi amiga físicamente parecida a Gene Tierney aprobaría esa segunda parte (o sólo le añadiría la escritura). Pero lo he pasado bien viéndola. Hace unos días empecé a ver una película japonesa que me mandaron, mucho más extraña y contemporánea, After Life, de la que ya hablaré.

lunes, 7 de abril de 2008

Más tarde...


Matisse, Mujer leyendo con parasol, 1921

Yo leí el Tirant hace muchísimos años, cuando tenía 16 o 17, y ya no sé estoy segura de si el libro era mío y lo perdí en un traslado o si era prestado, aunque recuerdo la edición. La cuestión es que yo recordaba una frase que me interesaba para mi conferencia, con ese estilo luminoso y romántico de Joanot Martorell. Al pasar por una librería he encontrado una edición vieja de la editorial Barcino en 5 volúmenes pequeños y he comprado uno: me sentía culpable de comprármelo todo antes de verificar que no lo tuviese en casa. En el metro, lo he abierto y he encontrado la frase (¡aún mejor de lo que pensaba!) y cuando alzaba los ojos en plena felicidad (es una cita preciosa y por primera vez he pensado que Cachodepan tenía razón con mi condición memoriosa), he visto que frente a mí se sentaba un espía semioculto tras un periódico... Era Toni Marí. Me ha confesado enseguida que había pensado: ¿Quién estará leyendo esa edición del Tirant en el metro? "Només pot ser la Núñez!!!!" ha exclamado entre risas. Y le he enseñado la frase, que no pondré aquí para no estropear la sorpresa, y le he felicitado porque han dado dos veces el premio nacional a los poetas de la colección de poesía que dirige en Tusquets desde hace veinte años y ahora el Ciutat de Barcelona (Corredor Matheos, Chantal Maillard...). Cuando pasábamos junto al azufaifo, me ha anticipado cómo pensaba conmemorar esas casi bodas de plata librescas y hemos hablado un poco de la condición siempre moderna y contemporánea de los poetas, que la Universidad no parece comprender ni acoger, y él hablaba con ese bonito acento eivissenc que parece darle a todo una especie de brillo entusiasta, ¿será la luz de la isla?
Luego, por teléfono, otro poeta, EC, me ha dicho que sí podría actuar en nuestra presentación de La plaza del azufaifo. Falta que su músico amigo acepte también. Me ha propuesto que lo celebrásemos en una pequeña placita más accesible y mejor para el sonido, aunque sea más feúcha y no tenga los elegantes troncos de seda de los lledoners (almeces o Celtis australis) de Joaquim Folguera, pero esa placita dura también tiene nombre de poeta, Frederic Soler (Serafí Pitarra!).
Olvidaba decir que entre medio, mientras hablaba con la sabia V ha aparecido G, que venía alegremente, con sus fotos de suricatos en el zoo, a recoger algunas cosas para irse a un pueblo cerca de Palafrugell, de cuyo nombre en vano quiero acordarme. Como siempre, ante mis comentarios críticos, G argumenta bien, yo siempre le he dicho que tiene ese don dialéctico para defender lo que quiera, espero que se decida a usarlo, junto con los demás dones que ahora desaprovecha en esas semivacaciones permanentes, aunque él dice que está empezando a estudiar, tarde, pero enderezando su curso. On verra bien.
Sólo quería añadir este pequeño post tardío para contar que ya a s'hora baixa, en el silencio piadoso del anochecer, ha empezado a despejarse mi denso horizonte irritante de lunes.

Lunes maldito


Ilustración: Mujeres pintando y leyendo, grabado japonés del s.XVIII
Durante toda la mañana los ruidos de las obras han continuado lloviendo sobre mi cabeza. Los hombres que desembarcaron en mi terraza hicieron pedazos uno de los faroles que quedaban. Nadie sabe decirme cuánto van a durar esas misteriosas regatas, porque quien decide cambia de opinión constantemente (o eso dicen ellos). He tenido que repasar por enésima vez listas de edificios japoneses y la concentración me fallaba. Luego, correcciones de un catálogo acabado, dudas y cambios de última hora (¿para qué? Llegará la correctora reduccionista y convertirá esos textos en Heidi y la Caperucita, con el beneplácito del departamento de publicaciones). Me alegra pensar que no trabajaré más para esa institución.
He recibido la nota de una ponencia psicoanalítica titulada Tristeza, dolor y melancolía; ¿será una señal? O tal vez debería apuntarme a boxing como ha hecho una amiga, que no quería acabar fabricando bombas caseras. He protestado porque tardaban en traerme un paquete y me contestan facilitándome un complejo sistema de "tracking" con numeración y varias webs (me temo que renunciaré al paquete; ¡pobre Gilda! Cumplió 10 años y G y yo queríamos regalarle una nueva y nívea cama de dacha). Un mensajero que traía otro paquete para mi vecino ha llamado cuatro veces a mi puerta, la última pidiéndome si podía dejarme el paquete a mí. He aceptado, pero la cosa no acababa ahí. El teléfono ha sonado entre tanto. "Cójalo", me ha dicho el mensajero con su sonrisa eterna, "aún me falta otra firma". He firmado en tres sitios distintos, pero el teléfono ha vuelto a sonar y el mensajero no se iba. Cuando le he preguntado qué más quería, me ha dicho que le faltaba mi DNI. Le he dicho: "Oiga, llévese el paquete, yo no quiero darle mi DNI". Me temo que voy a cargar con mi portátil y me voy a mudar, aceptando la hospitalidad que se me ofrece.
"No sabemos qué sorpresas nos deparará el pasado" declaró Pascal Guignard a El País hace unos días, en un arrebato de iluminación (y en una entrevista que me convenció de que debía seguir leyéndole y buscar Les ombres errantes). Esa frase me ayuda a restaurar mis nervios. Al fin y al cabo, yo vivo en el pasado, en cierta manera. Revisitándolo. Rehaciéndolo. Cada mañana, un gesto bajo el agua de la ducha me devuelve a un juego espinoso de mi infancia. Otro gesto con las pieles de las verduras en la cocina me recuerda a otro juego más suave y ritual. Sigo indecisa: ¿Será este silencio sólo el descanso de la comida de los trabajadores? ¿Debería irme a reescribir mi conferencia próxima sobre traducción a una casa silenciosa? No sé si incluir en mi conferencia un apartado sobre "tropelías contra el traductor", y contar lo que me ha ocurrido con esa institución, cuyo eco resuena como un moscardón gigante que no encontrase la salida de mi cabeza. Lo malo es que en catalán no hay "tropelías". O no se me ocurre un término similar. Debería releer el Tirant lo Blanc, seguro que allí encontraba una palabra digna que el triste diccionario no recoge. Toda una mañana leyendo el Tirant para buscar una palabra... otra idea reparadora. Unos almacenes me felicitan el cumpleaños, con seis días de antelación, o cinco, según se mire. No sé si esas felicitaciones me parecen ofensivas o desoladoras. Aún no he decidido cómo celebrarlo y si tuviera que decidirlo hoy, me abstendría. O lo celebraría con un dramático gesto a la japonesa.
Cuando comento lo del ruido, la gente me dice: "Claro, es que tú trabajas en tu casa..." Pero yo sigo sin entender. Toda la ciudad está en obras. ¿Dónde trabaja el resto de la gente? ¿O es que los ruidos en una empresa son más tolerables? ¿O esos edificios inteligentes que producen extrañas protuberancias en las piernas ensrodecen a los trabajadores? Quién sabe. Yo sospecho que aquí sigue dominando la cultura del ruido y que la mayoría de la gente perdió esa sensibilidad hace tiempo y ya no sabría vivir sin esta locura de decibelios. Ese es uno de los temas que me parecen muy distintos en Alemania y Francia, por poner dos ejemplos. La contrapartida de vivir en este lugar ruidoso era el clima, pero ahora que vamos a tener que pasar 7 horas diarias sin agua, por las restricciones, ¿a quién le compensa? ¿Qué será del turismo, por el que han sacrificado la ciudad? ¿Qué harán bares, restaurantes, hoteles, peluquerías y etc. sin agua? No quiero seguir con detalles escatológicos y terribles. Los políticos se encomiendan a la Moreneta y siguen con su política del cemento, la contaminación y los campos de golf.
Sé que estoy muy quejumbrosa, pero prueben a someterse a esta tormenta de ruidos constantes y durante semanas. Pese a todo, ninguno de estos problemas podrá conmigo, es sólo uno de esos lunes malditos de las canciones. El fin de semana ha estado demasiado lleno de cosas. En algún momento me embarcaré y desapareceré sin dejar rastro: qué idea tan feliz, pero tan difícil de cumplir. ¿Cómo abandonar la costumbre de publicar aquí inmediatamente?