jueves, 26 de febrero de 2009

Veo

Foto: I.N., Igor M con mi maleta en Belgrado, 2003
Veo unas moscas volando en círculos en la terraza, ante la espera de la gata cazadora y somnolienta. Los mirlos ya cantan un momento por las mañanas y un rato del atardecer. Los almendros han florecido. Es casi primavera, pero las temperaturas de París siguen siendo invernales y a mí me cuesta llevarme el abrigo más pesado para mi viaje relámpago.
Ayer por la mañana fui a esa zona tan espantosa de la ciudad-autopista que propician los arquitectos, a las feas y dudosas Glòries, absolutamente antigloriosas, a reunirme con Ramon Garcia-Bragado, Oriol Clos y el coordinador de los arquitectos de la reforma de la Diagonal. En la mesa había un plano de la Diagonal y en la pared, otro. Garcia-Bragado expuso los motivos de la reforma (pacificar o reducir el tráfico) y las distintas opciones abiertas, que incluyen cortar los árboles, no cortarlos todos, excavar para hacer aparcamientos, hacer un colector, instalar un tranvía sin catenaria... Y la consulta ciudadana entre dos proyectos, que (dijo respondiendo a mi pregunta) no incluirá una tercera opción, la de no hacer esa reforma y dejarnos la Diagonal que tenemos. Dijeron que no querían que la nueva Diagonal cambiara del imaginario de los barceloneses, y que no tocarían las fachadas.
Yo sólo manifesté mi total oposición. No veo que esas obras faraónicas que colapsarán el tráfico durante años, que nos dejarán sin la Diagonal de siempre, la que tenemos para pasear al menos sábados y domingos, la de la diversidad arbórea, vayan a beneficiar a los ciudadanos (sólo a los constructores, arquitectos y quienes cobren de ese cemento). No tengo ninguna confianza, porque en todas partes están quitándonos los árboles, la quietud, el oxígeno, los pájaros, la frescura. Joaquim Folguera está gravemente amenazada (el otro día alguien me escribió de una tala en la plaça Sanllehy), y mientras, se han cargado la plaça Wagner, además de la placita del Barcino y tantas otras, nos han impuesto esas plazas que les gustan a los arquitectos, como Lesseps o la dels Països Catalans, espantosa pesadilla de cemento que arde en verano y oprime en invierno, fealdad pura y sin justificar. También les dije que no entiendo esa mentalidad de promover el coche hasta tal punto de considerar que todos los barceloneses tienen que tener el aparcamiento debajo de casa, en lugar de hacer aparcamientos disuasorios en las entradas de la ciudad y fomentar el transporte público. Dicen que quieren mitigar el tráfico, pero sólo parecen pensar en la industria del automóvil y en las recaudaciones de los aparcamientos. Esa normativa de que toda casa nueva que se construya tenga que tener parking ha destruido Sant Gervasi y tantos barrios, ha logrado llevarse todos los árboles y pequeños jardines que teníamos, ha aumentado la contaminación auditiva y del aire hasta triplicarla, ha ahuyentado los pájaros. A eso no contestaron; no van a modificar su tendencia hacia el cemento que todo lo cubre.
Joan Bordas, jardinero experto y miembro de prestigiosas sociedades internacionales, elogió a la persona que les asesora -no puede ser mejor, dijo-, pero alertó que debían dejarle las manos libres y hacerle caso para que sirviera (generalmente, si el experto dictamina que el árbol necesita dos metros de profundidad, le dan medio metro, y así enferman los árboles y mueren o crecen escuálidos como pasa en esta ciudad). Bordas nos explicó que si siguiéramos a rajatabla las normas alemanas para plantar, en este país los árboles se harían muchísimo mayores que en Alemania, por ejemplo (así lo comprueba él continuamente cuando planta en jardines del país y sus colegas alemanes vienen a ver esos ejemplares), pero como no se hace, son escuálidos y enfermizos. Explicó cómo se trabaja en otros países y lo barato que es con las máquinas actuales que los árboles se planten con un agujero profundo (siempre que no haya canalizaciones debajo) y tengan tierra blanda y no compactada para extender las raíces. Un árbol no rompe el pavimento, dijo, a menos que la tierra esté compactada y no pueda crecer sano hacia abajo. El abogado Borja Querol les habló de la situación de la plaça Joaquim Folguera.
Nos escucharon con paciencia y dijeron que el proceso de la Diagonal será transparente y que se nos informará (a todos los que se interesen por el proceso, supongo) de los distintos pasos. Dijeron que una de las opciones implicaba no tocar los árboles, pero parece improbable que elijan ésa. Pese a que agradezco su voluntad de diálogo o de escucha, yo no tengo ninguna esperanza en ese sentido, salvo la de que no haya dinero para emprender esa horrible reforma, que sólo les beneficia a ellos.
En otro orden de cosas, ayer tuve una alegría con esa página de La Vanguardia Cultura/s que aparece en el post anterior. Me gustó además que la foto incluyera ese espejo, que ya ha frecuentado este blog y que tiene para mí una historia familiar asociada a una película que lo explicaría, pero al contrario. Mitos de espejos y poéticas del terror, pasado familiar y transformación de esa carga en una construcción vital y literaria.
Sigo sintiendo impaciencia respecto a mi libro balcánico. Estoy segura de que el único libro que aborda una guerra organizada y perpetrada por escritores desde el punto de vista de los escritores y que Juan Goytisolo ha defendido (y al que La Vanguardia le ha dedicado un espacio generoso en un momento como éste), tiene que encontrar su eco en los otros medios, radios y revistas o los raros programas de tv. Que algún responsable de esos medios juzgará interesante hablar con alguien que ha pasado cinco años leyendo ficción y poesía sobre la guerra y viajando allí para escuchar a sus autores. Eso sí, frente a los prejuicios de algunos medios de que las guerras pasan de moda o de que hay que olvidarlas sin reflexionar, o que sólo vale la pena entrevistar a taxistas y porteros porque la literatura no puede ser fuente de conocimiento, o que este libro es minoritario, antes de que esa resonancia mediática se produzca, las primeras conferencias empiezan a surgir y yo sigo notando el interés del público, que escucha con una atención concentrada y que desmiente todos esos prejuicios.
Se me olvidaba. Sigo maravillándome y acercándome a Joan Vinyoli todos los días, mientras leo una oscura y troublante novela danesa para La Vanguardia y me preparo para escuchar esta tarde a la siempre interesante psicoanalista Elisabeth Roudinesco.
A partir del lunes 2 en CajaMadrid, todos los lunes de marzo a las 19h nuestro ciclo de conferencias Escritoras y fotógrafas silenciadas (Lydia Oliva - Isabel Núñez). Entrada libre.
Manifiesto arbóreo y firmas aquí (ni caso de la petición de dinero final de la web, nada que ver con nuestro manifiesto!)

miércoles, 25 de febrero de 2009

Hoy, en La Vanguardia Culturas

Marc Arias es el fotógrafo, que tuvo mucha paciencia conmigo y hasta a mí me gusta el resultado...
Literatura para entender una guerra
9 Culturas La Vanguardia Miércoles, 25 febrero 2009 ESCRITURAS
Un libro de entrevistas recoge el testimonio de una serie de escritores balcánicos sobre el conflicto que desmembró Yugoslavia ADA CRUZ “Probablemente ésta sea la única guerra de la historia planeada y dirigida por escritores”, dice Marko Vesovic, una de las diversas voces literarias que Isabel Núñez (Figueres, 1957) ha recogido, durante cinco años, para comprender en qué consistió la guerra que llevó al desmembramiento de Yugoslavia. Si un árbol cae busca las respuestas en los testimonios de los escritores balcánicos cuyos textos –sobre todo ficción y poesía– retratan el conflicto.
Núñez conversa con quienes se opusieron a la barbarie y describe el paisaje de sus encuentros, de los cementerios de Sarajevo a las huellas de las bombas en Belgrado. La ventanilla del tren con destino a Eslovenia le ofrece unas vistas que evocan la Transilvania de Drácula, un muerto viviente que representa la imagen que tiene de los Balcanes el resto de Europa: “El reverso salvaje que garantizaría que ‘nosotros somos civilizados’”, indica Núñez citando a los pensadores Slavoj Zizek y Alenka Zupancic. Asimismo intentó contactar con los defensores del discurso de odio esgrimido por Milosevic, que también escribía, pero sólo uno accedió a hablar con ella. En cada entrevista, Núñez usa las afirmaciones de unos para cuestionar a otros como si, pese a la distancia, debatieran entre ellos. Los autores que se atreven a adoptar un tono crítico o hablar de la naturaleza humana –que no la épica– de la guerra suelen recibir como respuesta la indiferencia de lectores y crítica. Núñez se pregunta el porqué del silencio. “Hay muchos que prefieren no hablar, creen que tienen algo que ocultar, aunque sólo sea haber mirado a otra parte”, opina el escritor y editor Nenad Popovic. Algunos no fueron conscientes de su etnia hasta que estalló la guerra. Los contrarios al conflicto fueron declarados enemigos de la nación por miembros de su propia comunidad y, además, atacados por quienes los odiaban por su lengua o religión. La ironía es frecuente en la narrativa de estos autores. Según Igor Stiks, es la forma de evitar que lo que “es una tragedia en la vida real” sea “de una banalidad extrema en la literatura”. Igor Marojevic cree que “en la ficción siempre es más fácil describir lo que has vivido directamente”. Hay quien se refugió en otra ciudad y tuvo que adoptar el punto de vista de un extranjero para conseguir escribir sobre su tierra natal.Otros, como Grozdana Cvitan, estuvieron en el frente, contaron su experiencia y la de quienes “no necesitan enemigos para cometer crímenes”. Hay quien tuvo un hijo durante la guerra “en una especie de impulso vital contra la muerte” –en palabras de Núñez– y quien narró historias sobre el aborto pensando en las mujeres violadas. Los hay que escribieron sobre el amor, porque la guerra les sorprendió en edad de descubrirlo. Las entrevistas también abordan la posguerra, en la que ciertos cargos institucionales se mantienen a pesar de los abusos que cometieron durante la ofensiva. “Vivimos en el absurdo desde hace quince años”, asegura el escritor Zoran Feric, en referencia a la corrupción. “Lo peor es que nos hemos acostumbrado.” “Si un árbol cae, nadie lo ve, no cambia la vida de los árboles”, dijo Vesovic para describir cómo era la vida durante el asedio a Sarajevo. Este libro cuenta cómo cayeron los árboles y por qué, ya que sólo entendiéndolo podremos evitar que se repita. Isabel Núñez Si un árbol cae ALBA 368 PÁGINAS 18 EUROS

domingo, 22 de febrero de 2009

Pequeñas correcciones a una tendencia perversa

Foto pescada en Internet, sin firma, tranvía en las cocheras de la ciudad, tal vez en plena guerra
Anoche tenía un encuentro misterioso en las alturas. Un antiguo amigo a quien no había visto en veinticinco años me había citado en lo alto de la torre San Sebastián, allí donde antes se cogía el teleférico, quizás con la idea de que en aquella época, cuando la ciudad histórica estaba aún olvidada del mercado, Ciutat Vella era accesible y vacío de turistas, en el Born había almacenes de plátanos, café, grano y arroces, y nosotros nos sentábamos a leer o escribir en el silencio del Cafè de la Ópera o del Zurich, a los pies de esa torre estaban los modernistas Baños de San Sebastián y en lo alto había un barucho cutre pero subíamos al teleférico y contemplábamos las vistas solos, yo le dije: "Si ésta fuera otra ciudad de Europa, aquí habría un restaurante de moda". Ahora lo hay y un vigilante en la puerta impide que nadie sin reserva para cenar suba a ver las vistas espectaculares ni atraviese ese tránsito vertiginoso del ascensor con las olas del mar llegando a la orilla. Ahora lo hay, pero nada es como imaginábamos entonces.
Abajo, esa zona se ve completamente inhóspita, con ese estilo tercermundista que utiliza el ayuntamiento de Hereuville para dar paso al cemento y al dinero, obras con unas verjas hipercutres recubiertas de plásticos anaranjados y que sólo dificultan el acceso a los pobres transeúntes de la ciudad, sin ninguna consideración para ellos. Donde antes había arena y se divisaba ya el paisaje poético de la playa, han puesto además cemento y desde arriba parece una fea maqueta irreal. Pero el mar no han podido eliminarlo.
Nuestro encuentro fue como tenía que ser, resurgió enseguida la vieja afinidad, y todo, incluso las revelaciones inesperadas, me pareció encajar inteligentemente en la historia, de modo que lo más natural era reanudar nuestra conversación tras un largo paréntesis. Habíamos estudiado juntos, habíamos sido comunistas juntos, y juntos estábamos la mañana siguiente de la muerte del dictador que asfixió este país.
Y hablamos de la ciudad y de cómo las Ramblas habían sido nuestras, no imaginábamos entonces que lo perderíamos todo en esa pesadilla municipal de "la botiga més gran del món", enterradas deliberadamente las heridas sin curar y las marcas de lo ocurrido con gran desvergüenza histórica. Entonces imaginábamos que un día habría un memorial donde poner flores por los fusilados del Camp de la Bota y no que una construcción bochornosa se encargaría de asfixiar esa memoria. Pensábamos que el patrimonio arquitectónico y verde sería preservado, no podíamos sospechar que habría que luchar para que no cortasen los árboles ni los matasen con podas equivocadas y salvajes, ni que la institución que debía defenderlos se convertiría en un plantel de verdugos arboricidas.
Y hablamos de las pequeñas cosas que cada uno de nosotros hace para corregir simbólicamente esa tendencia perversa a la destrucción, a la burramia y el olvido. Aunque sólo sean microcorrecciones, aunque sólo sirvan para no enfermar, para encontrar sentido o para transmitir a otros que se puede reaccionar.
En cuanto al restaurante, nos pareció que la cena no estaba a la altura del precio o de las pretensiones, aunque eso no disminuye la generosidad ni la inspiración de mi amigo. Ponían la música tan alta como en una discoteca. Mi amigo pidió dos veces que bajasen el volumen. Han habilitado una checa helada y cutre para los fumadores, sin duda para avergonzarles y disuadirles de ese feo vicio (allí nadie resiste siquiera un cigarrillo entero), aunque estén obligados -gracias al gobierno de ZP- a consumir transgénicos y no limitar ni siquiera los pesticidas más peligrosos en la agricultura, y -gracias a nuestro ayuntamiento de hereuville-, a respirar en un aire altamente contaminado, soportar el ruido diurno de una ciudad desventrada por las obras y el tráfico.
Pero allí arriba (y en el vertiginoso ascensor) el espectáculo es maravilloso y emocionante: la ciudad iluminada, vibrante, extendiéndose por todas las paredes acristaladas, parecía recobrar sus raíces, su historia, y las luces nos hacían guiños de esperanza. Era como si la belleza de aquellas olas suaves y negras, con finas ondulaciones de espuma fosforescente, desmintiera y corrigiera todo lo equivocado. ¿O tal vez era nuestra conversación reanudada, que nos ofrecía una visión del tiempo llena de nuevos puzzles, de nuevos juegos de respuestas e interrogantes y claves para matizar lo vivido? Mi amigo sale en uno de mis cuentos, esos que, si todo va bien, aparecerán en este mismo año editorial. Ayer le dediqué un ejemplar de mi Crucigrama, y uno de La plaza del azufaifo, que había comprado para una lectora secreta de mi blog, y también El cec de l'Odissea, el bloqueig i un somni d'editors... Sólo le faltó traer Si un árbol cae para que le garabatease una dedicatoria, pero todo se andará...

jueves, 19 de febrero de 2009

Juan Goytisolo en El País

Foto: Javier Romero. Presentación de Si un árbol cae en La Central, 2009
TRIBUNA: JUAN GOYTISOLO El genocidio y sus fantasmas Como ahora en Gaza, los políticos europeos se escudaron en el "todos son igualmente culpables" para no hacer nada ante el cerco de Sarajevo y la matanza de Srebrenica. Se repite la misma musiquilla analgésica JUAN GOYTISOLO 19/02/2009 En un artículo aparecido en este periódico (La nueva trama de Sarajevo, 18-10-2008), Beatriz Portinari examinaba la actual narrativa de la ex Federación Yugoslava escrita por autores que vivieron las guerras en los distintos Estados que componían aquélla o que, oriundos de ellos, escogieron el exilio europeo o norteamericano y permanecen en él después de los paticojos acuerdos de Dayton, la independencia de Montenegro y de Kosovo, la muerte de Milosevic en La Haya y la captura de Karadzic. Antes del funesto Memorándum de la Academia de Ciencias de Belgrado y del discurso de Milosevic en el Campo de los Mirlos, la literatura yugoslava conocida fuera de las fronteras de la ex federación se reducía a un par de nombres: el Nobel Ivo Andric y Danilo Kis. Sin descartar los méritos y pasajes inolvidables del primero, la obra de Kis, judío de Voivodina -esto es, de una provincia periférica de Serbia, poblada de diferentes etnias-, refleja antes y mejor que nadie, en razón de su singularidad cultural y artística, la tragedia que se gestaba: su narrativa no cabe en los límites de la llamada literatura balcánica, pertenece, como la de Kundera, al núcleo de la gran literatura europea de la segunda mitad de la pasada centuria. El desencanto, la amargura y el humor negro respecto al nacionalismo patriótico y al relato heroico de la Gran Serbia desmonta avant la lettre la retórica de Dobrica Cocik y demás paladines intelectuales de la siniestra limpieza étnica. ¿Habría durado el cerco de Sarajevo 42 meses si los asediadores hubieran sido musulmanes? La implosión de la ex Yugoslavia afectó más a quienes no encajaban en ningún casillero étnico Como dice el escritor montenegrino Marko Vesovic, profesor en la Universidad de Sarajevo, a Isabel Núñez en sus Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes, sobre el núcleo de intelectuales serbios que alimentaron la retórica ultranacionalista de Milosevic, "probablemente ésta sea la única guerra de la historia plantada y dirigida por escritores". La única no, pero sí la más sangrienta y de efectos perdurables. La implosión de la ex Yugoslavia afectó especialmente a aquellos ciudadanos de la misma que no encajaban en ningún casillero étnico ni tribal, como el propio Vesovic ("Estoy viviendo en un país donde no existo. Estaba luchando por un país que ya no existe, que luchaba para que no lo fragmentaran y lo han hecho pedazos") o la sarajevita Ferida Durakovic ("No fue una guerra entre grupos étnicos distintos, sino entre nacionalistas retrógrados y gente que creía en otra forma de vida, más libre, abierta y tolerante"). Para Ozren Kebo, autor del conmovedor Bienvenue en enfer. Sarajevo, mode d'emploi, "Bosnia fue vendida y traicionada por la Unión Europea. (...) ¿Qué hicieron sus políticos para evitar la matanza? ¡Nada! Se sentaron a contemplar el genocidio y pronunciaron discursos huecos sobre la igualdad de culpas (de las partes implicadas). (...) Pero, según datos de la ONU, el 90% de los crímenes de guerra fueron perpetrados por las fuerzas serbias, el 7% por los croatas y el 3% por los bosnios". El resumen de lo acaecido entre abril 1992 y setiembre 1995 es exacto (¿habría durado el asedio de Sarajevo 42 meses si los asediadores hubieran sido musulmanes -laicos y democráticos- y los asediados cristianos?), y coincido con Kebo en que, fuera de las minorías ultranacionalistas de Belgrado y Zagreb, la guerra no respondía a un odio interétnico: éste se originó a causa de ella. La convivencia multiétnica de Sarajevo, defendida por el Gobierno bosnio, fue una víctima más del cerco. Como pude comprobar en mis recientes visitas a la ciudad, las distintas comunidades que componen su población tienden a vivir replegadas en sí mismas, y el voto municipal del pasado otoño confirmó mis temores: los partidos nacionalistas serbios, croatas y bosnio-musulmanes se afianzaron en sus correspondientes feudos de la República Srpska y de la Federación Bosnio-croata mientras que los partidos multiétnicos, como el Partido Socialdemócrata, retrocedían. Si las cosas han mejorado en Croacia desde la muerte de Tudjman -lamento tan sólo la desaparición del Ferald Tribune, el equivalente demócrata del Oslobodenje sarajevista-, las entrevistas de Isabel Núñez a varios escritores serbios reflejan las contradicciones dolorosas de una sociedad traumatizada por los desastres del conflicto y la aceptación acrítica de una buena parte de ella del discurso del odio de Milosevic y de sus asesores mitológicos. Mientras algunos reducen el conflicto a una "guerra de vecinos", como lo fue en bastantes pueblos de la Península durante la Guerra Civil española -"fulano no iba a misa, votó republicano"-, Slavenka Drakulic, de origen croata, apunta al odio patriarcal y rural de la ex Yugoslavia a las mujeres modernas y libres de los núcleos urbanos -como dijeron cuatro acusados de crímenes de guerra en el enclave musulmán de Foca, ellos no habían matado a nadie, "sólo habían violado" a varias mujeres, algo que les parecía natural y no constitutivo por consiguiente de delito alguno-, o el silencio y el negacionismo, tanto serbio como croata, de las tropelías y matanzas cometidas por el propio bando. Con mayor ironía y humor, Dusan Velickovic (Amor Mundi, Ed. Del Bronce, 2003) escribe: "Un bombardeo es el momento idóneo para poner en orden mi biblioteca". Como apostilla Isabel Núñez, "en Sarajevo, durante el asedio, muchos usaban los libros para calentarse ante la falta de electricidad en el duro invierno balcánico y elegían qué libros quemar primero y qué libros conservar a toda costa, convirtiendo el drama en un sistema de prioridades literarias". La entrevista más significativa del libro quizá sea la de Miroslav Toholj, novelista y editor del bardo-psiquiatra-genocida-curandero practicante de medicina alternativa, Radovan Karadzic. Toholj, ex ministro de Información de la República Srpska, tras descalificar la prejuiciada visión exterior de la guerra y exculparse de su participación en ella, afirma rotundamente que "su amigo es uno de los mejores poetas, no sólo de poetas serbios de Bosnia, sino de toda Yugoslavia". Ésta no era en modo alguno la opinión del crítico sarajevita que me entrevistó en un sótano en enero de 1994: según él, el criminal de guerra actualmente detenido en La Haya era un mero perpetrador de versos facilotes que, despechado con él por su opinión negativa de los mismos, bombardeó con saña con su artillería el piso del edificio en el que residía y del que tuvo que huir de estampía al comienzo mismo del cerco. Lamento únicamente que un libro tan oportuno como el de Isabel Núñez no haya recogido la opinión de quienes más sufrieron el asedio y lucharon con sus plumas contra él, como el poeta Abdulá Sidran ("lo único que se puede escribir hoy en Sarajevo es una crónica necrológica"), Zladko Dizdarovic (periodista de Oslobodenje, en el que publicaba su Diario de guerra), Asaf Dzanic (editor y traductor, comandante de la Armiya mientras duró el sitio), Nezad Ibrisimovic (novelista superviviente del destruido e incomunicado barrio de Dobrinja): como me dijo en 1995, él no quemó sus libros para calentarse, pero se sirvió de ellos para cubrir los huecos abiertos en las paredes de su domicilio por la artillería de Karadzic. Sus testimonios hubieran enriquecido el abanico de puntos de vista recogidos en el libro. No conozco toda la bibliografía documentada por Beatriz Portinari en el ya citado artículo, pero entre las obras que comenta yo escogería, por su valor literario, La cuestión de Bruno de Aleksandar Hemon (Anagrama) y, sobre todo, Sarajevo. Diario de un éxodo y Sara y Serafina de Dzevad Karahasan (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores). La huella fecunda de Danilo Kis es visible en ambos. En el plano estrictamente testimonial, resulta sobrecogedora la lectura de Postales desde la tumba, de Emir Suljevic (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores). Su descripción del exterminio de Srebrenica en julio 1995 entronca con la mejor literatura de los sobrevivientes del genocidio nazi: "Entre mi supervivencia y su muerte (la de ocho mil y pico varones musulmanes fríamente asesinados por Mladic) no hay ninguna diferencia porque permanezco vivo en un mundo que está marcado para siempre, de forma indeleble, por su muerte". Evocaré, para concluir -aures habent et non audient- el vergonzoso silencio cómplice de Unprofor, Unión Europea y Naciones Unidas respecto a este genocidio, oculto por espacio de ¡45 días! a los medios informativos, pese al hecho de tratarse de la mayor matanza acaecida en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. El primer testimonio de ella, una entrevista con un fugitivo de la misma que alcanzó la capital bosnia y se reponía de su traumática odisea en el hospital sarajevita de Kosovo, fue publicado con mi firma en EL PAÍS (Cayó sobre nosotros un diluvio de fuego, 24 de agosto 1995). ¿Será necesario recordar a los políticos de la Unión Europea, tan cínicos o impotentes como los de hoy respecto a Gaza, que Srebrenica y Sarajevo eran "enclaves protegidos" por la comunidad internacional? Para oprobio de todos la historia repite, con variaciones sinfónicas, la misma musiquilla analgésica y adormecedora sobre una "tragedia" sin responsable alguno.
Juan Goytisolo es escritor.

sábado, 14 de febrero de 2009

Rodeos

Foto: I.N., Collserola, 2008
Esta mañana he desayunado con C. en El Escocés, y hemos hablado de libros y escritura y rituales que ayudan a escribir y no posponer, entre otras cosas, y mientras hablaba yo contemplaba la combinación de colores de su chal verdoso y los grises y pardos y el abrigo algo lanoso y la forma de mirar arriba y hacia un lado a veces cuando hablaba, que le daba más luz a los ojos. Luego he tenido que hacer una absurda peregrinación a estaciones de tren y una espera aún más absurda, pero al fin he conseguido cambiar mi billete para el Ave: tantos años yendo a Madrid en avión, siempre creo que tengo que pasar por el aeropuerto y es un alivio que no sea así, aunque es terrible verse rodeada de la fealdad de la grasienta estación de Sants, donde no hay nada, ni un solo lugar bonito donde posar la mirada. Al salir de allí he ido andando, he visitado la fachada del feo instituto donde estudié COU, y luego la Modelo, que sigue siendo -dentro de su significado terrible, que me hace pensar en los que están allí encerrados- el edificio menos feo de esa zona donde todo es mala arquitectura de la que ahora sigue promoviendo el ayuntamiento y lo único que salva un poco todo eso son las suaves acacias y los plátanos, inclinados y abiertos como manos. Esos árboles que el ayuntamiento sólo piensa en cortar.
Y luego, qué felicidad de tarde escribiendo mi reseña de los Cuentos reunidos de Clarice Lispector, y corrigiendo la conferencia del lunes. Le he leído la reseña a G. y él, que es más bien parco en elogios, ha dicho: "Otra gente escribe esas críticas como si fueran informes, pero las tuyas ¡son literarias!" Me ha hecho ilusión que lo viera así porque yo procuro construir mis textos (no aquí) para que suenen , para que tengan una musicalidad si se leen en voz alta. Por eso leo las conferencias, aunque algunos opinen que no debe hacerse.
Más tarde había quedado con M. y L. para ver esa Pitié!, inspirada libremente en la Pasión según san Mateo de Bach, de Alain Platel en el Mercat. Reconozco que me ha decepcionado. Me gustaba la música, cuando cantaban, pero no entiendo esa forma de abordar el dolor y la piedad -para mí tan sugerentes iconográficamente y como reflexión- como una especie de fealdad y horror. No me gustaba la gestualidad desagradable de la coreografía o bien no entiendo su poética, y la calefacción tan fuerte me dificultaba respirar.
D.U. me ha mandado un comentario de mi libro balcánico que me ha alegrado:
Isabel, Per començar et felicito efusivament. El llibre m'ha semblat molt bo, m'ha interessat molt i el trobo una contribució important a la història de la guerra (i del segle xx, de fet). Has aconseguit reunir una quantitat extraordinària de testimonis mantenint-te en un segon pla molt eficient però dirigint el discurs dels entrevistats per fer-los parlar entre ells. És com una mena de novel·la amb diferents personatges, alguns més impressionants i "enraonats" que altres, evidentment, ple de detalls que fan pensar. Està clar que els escriptors són afortunats de poder-se expressar, i de poder mirar d'entendre i pensar, amb la literatura; m'ha sorprès no trobar més desesperació en les seves paraules, en general. (Sempre, quan penso en la història de la guerra de l'ex-Iugoslàvia, tinc al cap el mapa dibuixat de Sarajevo amb els canons dirigits cap a la ciutat.) Val a dir que la lectura del llibre no m'ha portat a "entendre" pròpiament dit els motius de la guerra: el nacionalisme no em sembla tant un motiu com una conseqüència, sobretot en el cas dels que en principi es defensen. No em sembla que la majoria d'entrevistats sàpiguen tampoc per què tot va ser (tan lamentable) com va ser. Ara tinc ganes de llegir alguns dels llibres de què has parlat, per exemple, del Hemon, que m'ha semblat un dels personatge més interessants. Que dura devia ser fer l'entrevista al Toholj, a sobre amb el seu convenciment de la separació entre la cultura i la política! En fi, felicitats, i en parlarem!
Me gusta la idea de que parezca una novela porque yo tenía la sensación de que lo narrativo dominara en el libro, como un hilo invisible o la fuerza del relato que atara las entrevistas, las críticas y los itinerarios, como un solo viaje hacia la guerra de los Balcanes.
Por cierto, para evitar que sigan talando los árboles de la ciudad, podéis firmar aquí. ¡No hagáis caso de la petición de dinero de esa web! Nada que ver con el manifiesto arbóreo

jueves, 12 de febrero de 2009

Cielo cambiante

Foto: Miriam T, yo en Palma de Mallorca, septiembre 2008
El tiempo se me escapa. Ayer apenas pude avanzar en mi trabajo.
Primero tomé un café metafórico con mis ex suegros, que son gente leída y librepensadora, cada uno con un estilo muy distinto, entre el koestlerianismo vasco y robinhoodiano de él y un magnetismo energético alternativo y psicoanalizado de ella. Me alegró verles tan en forma como siempre y con el mismo sentido del humor. Y les dediqué mi libro balcánico. Luego venía a casa el fotógrafo de una publicación significativa, con su cámara. Por suerte era un hombre comprensivo, yo le cité a Frances Benjamin Johnston: "el estudio del fotógrafo es para muchos como la consulta del dentista". El fotógrafo, paciente y positivo, me hizo un millar de fotos y espero que elija bien, porque algunas se veían bonitas, al menos con ese tamaño de la cámara...
Después tenía una de esas comidas que tanto me gustan con Jc, a quien no veía desde "abans de festes". Aunque JC dice que no lee tantísimo como antes y lleva su camiseta de Bartleby puesta bajo la camisa, sigue siendo muy literario y hay algo en su actitud o en su posición ante el mundo que me produce una gran tranquilidad: no sé en qué consiste, es esa antivehemencia suya, esa postura reflexiva y ese humor o esa forma de contar las cosas, pero siempre salgo contenta, aunque él me contara historias difíciles donde una vez más pensé que su bartlebianismo no excluye un espíritu humanista, de una bondad inteligente. Tras presenciar la destrucción del viejo Cibeles, donde ahora construirán otro bloque de fealdad y cemento, volví por la Diagonal mirando el cielo (aunque de vez en cuando me atenazaba el terror de cruzarme con esa nueva guardia urbana que impone mordidas mexicanas a los pobres peatones) y los árboles enmarañados que aún no han cortado, aunque parecen decididos a hacerlo, argumentando venenosamente como en el artículo de un closarquitecto de ayer, o seduciendo sin esfuerzo al gremio de botiguers de la Diagonal, que ni piensan en los árboles, sino sólo en que les darán aceras más anchas y podrán vender más. Como hicieron en Lesseps. Es tan fácil convencer a tantos comerciantes... Oí al presidente de ese gremio en la Ser justo antes de que hablase yo y me fui enfureciendo cada vez más. Cuando dije que se habían cargado la plaça Wagner, el representante del ayuntamiento dijo: "No és veritat! L'estem remodelant!" Y es que para ellos cortar los árboles es la primera medida para remodelar algo. Setenta, cincuenta, cien años de crecimiento lento y generoso sin polución cortados de cuajo. Ya pondremos otros, dicen, como si fueran sillas, como si no se hubiera descubierto la sostenibilidad, como si los árboles crecieran del cemento, como si ahora fuese lo mismo que antes. Como si...
Pero yo volvía con cierta semilla de alegre ensoñación, fotografié con aprensión el feo y caótico lugar donde me multaron (para mi abogada), donde el ruido es ensordecedor por las obras. Luego volví aquí y busqué fotos y repasé mis textos de conferencias y leí un cuento de Clarice L., cuando apareció fugazmente un músico vecino que parece habitar en otro mundo y me trajo un disco suyo precioso, conciertos de guitarra, fantasía sobre dos temas de Falla, nana para mezzosoprano... Y aquí me quedé, con esa música maravillosa y mi libro de Clarice Lispector, hasta que llegó la hora de irme a Acec.
Y en Acec, Júlia Bel, a quien conozco como alumna de nuestro ciclo Las olvidadas, hacía una performance poética con su clara voz y un instrumento magnífico, un pandero cuadrado que tocan sólo las mujeres en Peñacerrada(?) y luego Cachodepan demostró su talento ingenioso-poético superando las interrupciones del poeta que oficiaba de presentador, que le pedía que leyera otros poemas, que se sentara o etc. Sus poemas flotaron en el aire de la sala de Acec, entre el humor, la melancolía, la mirada cruel sin piedad y el juego persistente con las palabras.
Al acabar me retiré corriendo porque estaba agotada, pero no logré el sueño reparador que anhelaba... En lo único que me parece avanzar es en la lectura hipnotizada y maravillosa de Vinyoli. Leo y releo abriéndolo al azar y nunca me decepciona.

domingo, 8 de febrero de 2009

Caminos intrincados de la memoria

Foto: Javier Romero. Luis Magrinyà y yo, esperando a Delgado en la presentación de Si un árbol cae, La Central, 2009
Anoche leí el artículo de VM, El copista de Kubrick y estuve a punto de escribirle, pero me quedé pensando que seguiría en las nieves y viajando, así que decidí escribirlo aquí, como cuando la misteriosa Pastora de gansos (que habla con la cabeza de caballo colgada en la puerta) le dice al viejo rey que ha jurado no repetir su historia y él le dice: "Entonces cuéntale tus penas a esta vieja chimenea". Y el rey se sitúa detrás de la chimenea... (eso decía la traducción, pero yo me preguntaba si sería una estufa o dónde se colocaría el rey, que lo escucha todo y toma medidas ejemplares para vengar a la princesa reducida a pastora). La cuestión es -oh blog, vieja chimenea- que hace años, en una época de árido bloqueo, mi vecino Todó me pasó un libro de Victoria Nelson (On Writer's Block, traducido al catalán por Glòria Bohigas - Francesc Gual como El bloqueig de l'escriptor), diciéndome que era muy yanqui pero tenía interés y no decía tonterías. La gracia del libro era que se basaba en las entrevistas de la Paris Review de Georges Plimpton a los escritores (y yo enseguida empecé a buscarlas por ahí y a comprarlas de segunda mano; así descubrí también a the Person from Porlock de Coleridge, que es una de mis figuras favoritas del bloqueo, además de Torrance). Pero una de las cosas que recuerdo es cómo explicaba la locura de Torrance como escritor bloqueado (Stephen King sabe bien del bloqueo y de las miserias y obligaciones de la escritura; en Misery ya había hablado de eso) que sólo escribe una frase (All work and no play made Jack a dull boy) donde según VNelson está la clave del bloqueo, es decir, el escritor ha perdido el espíritu del niño-que-juega, por ambición calvinista o por querer triunfar antes que divertirse, y ese niño interior se rebela y le bloquea, porque para escribir o hacer arte hay que pasarlo bien, hay que ser libre, jugar interiormente y gozar...
La verdad es que el viaje a los lugares de mi infancia y del maltrato, asociado a los lugares del duro itinerario del exilio y la represión, me removió como aquellas olas atlánticas que nos arrojaban con fuerza en la arena. Que la geografía confirmase mi asociación simbólica me sacudió. Pensar que en los mismos lugares donde yo viví prisionera había ocurrido todo aquel espantoso sufrimiento colectivo. Para rematar, recibí unas fotografías (alegres para quien las mandaba) de la casa de Figueres, y me encontré mirando la oscura y fría escalera donde siempre estaba castigada o la puerta de la cocina donde me metían la comida a la fuerza, tapándome la nariz. Sólo faltaba el cuarto de la caldera, donde me encerraban.
Así que me fui a andar, llegué a La Tamarita, que estaba misteriosa y nocturnamente abierta y solitaria, y hablé con la sabia V, que entendió todo enseguida y dijo y descifró y puso en palabras lo que había que decir, mientras el aire helado me azotaba el abrigo y la cara y yo miraba desde abajo los árboles altísimos de ese hermoso jardín.
Antes, a media tarde, un amigo librero vecino (cuya identidad no sé si estoy autorizada a revelar) y yo habíamos formado la brigada de apoyo al azufaifo y provistos de guantes multiusos recogimos esas basuras que los vándalos del barrio le arrojan al azufaifo, y aproveché para saludar a mi árbol amigo, del que fui nombrada dríade por un poeta, y admirar los surcos profundos de su tronco rodeado de verde silvestre. Alguien nos preguntó si cobrábamos por hacer aquello. Por cierto que siempre nos dicen que hay ratas, pero suelen ocultarse cuando yo aparezco.
Esta mañana me he encontrado a un músico vecino que además suele acompañar a Casasses en sus recitales y vive aquí cerca y tiene un pequeño azufaifo en su jardín. Y al contarle del concierto de Mestres Quadreny, me ha dicho lo que pensaba de sus músicos preferidos (MQ no estaba entre ellos), yo he citado al gran Vinyoli (todos los días le leo y tengo breves epifanías) y él ha recitado algunos versos suyos y de Estellés, y de Salvat Papasseit, y él me ha contado que estaba investigando de canciones populares del campo, ha dicho algunas, y al final hemos concluido que mañana intercambiaríamos mi Crucigrama por un disco suyo.
Sigo leyendo los cuentos de Clarice Lispector para La Vanguardia, impregnada en esa atmósfera suya pintada, llena de sensualidad y fantasía, de pensamientos que pasan como mariposas, de cotidianeidad transfigurada por las ideas. Hoy hablaré de Dorothy Parker en el CCCB. Espero no decepcionarles. En Facebook me piden una ponencia para el grup d'estudis carleshacmorians. He prometido entregarla en un mes...

sábado, 7 de febrero de 2009

Yo comprendo que es difícil comprender(me)

Foto: Dante Bertini, presentación de Si un árbol cae en La Central, 2009 (me gusta esa foto casi pictórica)
Recién llego de La Jonquera, en el Museu de l'Exili celebrábamos la última sesión de las jornadas Identitat i Exili. Yo moderaba una mesa con alcaldes de ciudades que escenificaron la retirada, la represión, que fueron bombardeadas y que, a diferencia de Barcelona, que borra la memoria e intenta teñir y disfrazar las marcas de la historia y convertirse en centro comercial inmenso y sin significantes propios, quieren mostrar esas marcas y conmemorar y hablar de lo que pasó. Granollers, Figueres, Petra, Elna y Argelès. El alcalde de Petra, Mallorca, lo ha contado muy bien, que no podían escapar y que se escondían e iban matándolos y aterrorizaban a los familiares, que la gente aún ahora tiene miedo. Allí los mataban y desaparecían, los tiraban a los pozos o al mar o a cualquier lugar. Masacraron a todos los sospechosos de fidelidad a la República, a todos los resistentes. El alcalde es marger de oficio, de esos artesanos que construían los muros de piedra seca. Esos muros que en el silencio de algunas tardes dejan oír el crujido de la piedra en el campo. Es un hombre corpulento y tiene manos fuertes y hoy allí sentado a mi lado ha tenido que callarse un momento por las lágrimas. Arrasaron la isla y la convirtieron en una base nacional desde donde bombardear Barcelona, Figueres... Figueres fue muy bombardeada y llegó a tener 14 refugios antiaéreos, uno de los cuales se abrió hace poco, intacto, bajo el teatro municipal El Jardí. Figueres fue capital de la República el día en que se reunieron las Cortes republicanas por última vez, tres o cuatro días antes de que Azaña, Negrín, Aguirre, Companys atravesaran la frontera (Azaña iba a pie; nunca más volvería a cruzarla; Companys fue detenido por la Gestavo, extraditado y fusilado). Figueres y Granollers tienen alcaldes comprometidos con la memoria colectiva. Una historiadora, Anna M Garcia, ha dado una conferencia muy interesante y valiente, planteando contradicciones y desafíos en ese trabajo histórico, muy culta, muy documentada y seria, muy crítica, apoyándose en Kertész, Benjamin, Primo Levi, Enzo Traverso... Ella fue la primera directora de ese museo, que me ha gustado mucho. También estaba Josefina Piquet, que tenía 4 años y quedó atrapada bajo los escombros en un bombardeo de Figueres y luego atravesó las montañas con su madre y estuvo en el exilio, y es una lección de cómo alguien puede superar el trauma y encontrarle sentido a lo vivido, ofreciendo su experiencia a otros. Otro testigo superviviente ha resumido su experiencia con una ironía que resultaba brutal. El legado del exilio, todos los escritores, médicos, artistas, músicos, mentes brillantes que se fueron. Y la miseria con que se encontraron. Y la muerte en vida que supuso quedarse. Y todo eso, las fotos e imágenes documentales de desfile de jovencísimos soldados, mujeres, niños, tullidos, heridos, con una expresión de agotamiento extenuado, de hambre, de frío, ocurría en los paisajes de mi infancia: Figueres, Le Perthus, La Jonquera, Perpignan... "Si tu padre lo supiera", dijo ayer mi madre cuando le dije que tenía que leer un texto allí. Y hacía tanto frío y el viento era helado y el cielo...
De vuelta aquí, agotada del torbellino histórico y la conmoción y los pensamientos negros del pasado en el presente, iba pensando que algunos (que me interpelan) no comprenden que mi escritura aquí no es literalmente mi vida o si lo es, tiene otra existencia metamorfoseada y que cuando transformo trozos biográficos en escritura aquí, aunque los exponga, no pretendo que me disuadan ni consuelen de un supuesto problema ni tengo interés en consultarles aspectos de mi vida. Tampoco comprenden otros que se pueda abordar o recoger la tristeza, que vive entretejida y mezclada con los bailes por la casa y todos los demás aspectos gozosos y vitales, sin ser desdichado ni necesitar consejos privados. Yo no imagino cómo se puede vivir sin contar con la tristeza y encontrarle un lugar, uno de aquellos compartimentos del costurero chino de mi sueño. Pensar como ellos sería como creer que tener valor es lo contrario de tener miedo. Para mí no existe el valor sin miedo, como no existiría goce de la vida si no supiéramos que hay un final. Tampoco pretendo que nadie me ayude a resolver supuestamente mi rechazo a aceptar mis fotos en formato digital; no estoy interesada en convencerme de que esas imágenes que algunos me hacen valgan más que los espejos, que las fotos que sí me gustan... o que la mirada de algunos partners. Sí me interesa hablar de la calle, de la mirada hacia otros lugares, los libros, la memoria, cualquier otra cosa, pero si escribo de mi infancia y de Rottenmeyer y de los pájaros, es sólo parte de mi escritura, y esa double exposure no es ninguna confesión ni ningún tema real de conversación, sino otra máscara más en la danza de máscaras que es la escritura, o una forma de mirar o el entramado de un leve y humilde ejercicio o juego literario. Sigo pensando (y ya lo dije por aquí) que la escritura de los blogs me recuerda a esos ajedrecistas hindúes que juegan partidas de cinco o diez minutos. Son muy rápidos y aprenden a ganar en pocos minutos, pero los que aprenden así, luego tienen el hándicap de la resistencia, les cuesta aguantar las largas partidas de varias horas de un Kasparov. La escritura de blogs es rápida y no se parece a la de los cuentos, pero a mí me da cierto entrenamiento y también aquí surgen a veces ideas (como las que Mestres Quadreny encuentra en la bañera) que puedo transportar.
(Pueden escuchar un fragmento y ver público de la presentación de Si un árbol cae en youtube aquí)

viernes, 6 de febrero de 2009

Del silencio y la memoria

Foto: Joan Comas, presentación de Si un árbol cae, La Central, 2009 (Sin duda esta imagen no es profesional como las de Eph, pero tiene la ventaja de su condición borrosa, lo cual me favorece y le da una cualidad casi pictórica... y qué bonito el espejo de libros que me recuerda a mi casa...)
El otro día, al llegar a la radio me pidieron que esperase en una salita. Yo había sacado los maravillosos cuentos de Clarice Lispector y me disponía a gozar del tiempo de espera, pero enseguida me di cuenta de que era imposible. La radio sonaba muy alta y hablaban de deportes. Le pregunté al vigilante si no podía bajarla. No tenía mandos. Le dije, desesperada, que me iba fuera. El vigilante era un joven alto y corpulento, muy educado, de algún país latinoamericano. "Pero fuera hace mucho frío", me dijo, y me ofreció una silla, que sacó de detrás de su mostrador, y me senté allí. Los que pasaban me miraban extrañados. Yo leía. Cuando vino a buscarme el productor del programa me preguntó por qué no había esperado en la salita. Le dije que encerrarme a mí en una sala con una radio atronadora, y encima hablando de deportes, podía ser una forma de tortura. Él se rió, sin duda concluyó que estaba como las maracas de Machín. Aunque al acabar el programa estuvo preguntándome mucho sobre los Balcanes y el libro.
Hoy en el metro he buscado en vano un lugar donde no hubiera nadie con casquillos y música demasiado alta o hablando por el móvil a un volumen excesivo, exhibiendo su banalidad de una forma casi obscena. A nadie parece molestarle. Apenas nadie lee ni lo intenta, todos se sientan a mirarse o a hablar por sus móviles sin recato. Y yo me siento cada día más depaysée.
Mañana voy a La Jonquera a continuar las Jornades Identitat i exili. Hoy he pasado un rato por el Aula Magna de la UB. Me han dicho que los actos de la mañana han sido brillantes. He oído contar del desdén y la hostilidad con la que parte de la población francesa recibió a los pobres exiliados de este país. He oído del franquismo aún presente en la vida política y cultural, con citas ardientemente franquistas de Carlos Sentís, por ejemplo. He oído algún que otro testimonio. Mañana leeré un texto que he acabado recién ahora. De todas formas, esperaba que no se pudiera entrar, que hubiera una multitud. A veces pienso yo también que vivimos en un país sin remedio, que el descabezamiento y la destrucción y aquella Nada del franquismo nos dejaron sin vida. Ya lo decía aquella pieza de Joan Rabascall mostrando la programación de tv y radio del franquismo. Páramo cultural hasta el ridículo.
Ayer estuve en un estupendo concierto homenaje a Mestres Quadreny en La Pedrera. Fui escapándome, lo decidí a última hora, invitada por Aurora Gasull y me encantó. Mestres Quadreny nació en 1929, como mi padre, y cuando fuimos a felicitarle nos contó que compone con el ordenador desde 1968 o 69, cuando tenían uno inmenso en una sala de la Universidad, con refrigeración para que no se calentara. Me gustó su actitud discreta y quitándose importancia. Un músico que trabajó con Brossa y Miró, polifacético, poético y matemático, inquieto y vanguardista. Cuando le preguntaron por las piezas que íbamos a escuchar, citó a Schopenhauer para decir que el músico es como un médium, que cuando acaba el trance no recuerda ni sabe por qué. También dijo que era muy distinto cuando se trataba de un encargo, que siempre implicaba ese momento negro, ese ponerse nervioso y pensar que no podría, antes de la idea. Y cuando era libre, pues él estaba en la bañera y le venía una idea y corría a levantarse para anotarla... La primera pieza (Fogall de son) me desconcertó un poco... "tan dislocada", dijo luego el flautista, Quim Ollé. ¡Pero la segunda! Era un homenaje a Schumann y él dijo que era muy frágil y que si se tocaba bien era sugerente, pero si no se deshacía... Y la tocaron maravillosamente, todo era sutilidad y juego y dentro de su envoltorio punteado estaba encerrado Schumann misteriosa, poética, sintéticamente... Luego unas Constel·lacions que formaron su bóveda celeste y al final, qué maravilla las Sonades de la calor i el foc... Al salir, un japonés le dijo a Aurora con vehemencia que no le había gustado nada. Hay que tener el oído abierto para captar esos vuelos de mariposa, esos viajes de la música de este siglo. Contó uno de los conferenciantes que en la Barcelona de la República había conciertos de Alban Berg y se llenaban... ahora aun pesa el franquismo y su guadaña. Sólo hace dos años que se pudo estrenar una ópera de Mestres Quadreny compuesta hace tanto tiempo... Los músicos componían su propio paisaje fantasioso y ensoñado. La gestualidad loca del violín, Evelio Tieles, lejano en su universo otro! O la seria fiereza de la viola, la alta Dolores Nycz, o la palidez ojerosa y melancólica del trompa, o el color subido del clarinete, o el flautista que recordaba a un pájaro al tocar... Los músicos vivís en otro mundo, le dije a Aurora, que durante años fue uno de ellos...

jueves, 5 de febrero de 2009

Después

Réné Magritte, La voix du sang, 1961, Bruselas (gentileza de Laura Z).
Yo empezaba a preguntarme si vendría alguien a la presentación de Si un árbol cae, cuando dejó de llover, salió el sol y justo antes de salir oí el primer mirlo del año. Lo busqué entre antenas y tejados y no lo vi, pero cantaba con toda la potencia del cielo de la tarde. Es verdad que hay partes de la mente mucho más rápidas que la conciencia: yo oigo ese sonido antes de la primavera y siento una misteriosa felicidad. Me veo luego pequeña y vestida con el uniforme gris carcelario del colegio, volviendo a mi casa que era el segundo lugar de horror, sin saber qué era peor, si el colegio o el retorno, con aquella conciencia de inhospitalidad que me rodeaba, y de pronto, por el balcón de mi habitación, que daba a Montjuïc, oía a uno de esos mirlos machos tempraneros, que empiezan a buscar pareja antes de tiempo y cantan justo antes de mi estación favorita. Y como nadie parecía oírlo, para mí era un mensaje personal, ya lo he dicho aquí, pensaba que había algo, una parte del universo que estaba conmigo, que me decía: No hagas caso de todo eso, ya verás... (aunque sólo lo creyese a medias, o a ratos, o riéndome yo misma de mi sensación, ya dice mi amiga new age que soy descreída...) Lo mismo que cuando la bruja que me encarcelaba me enseñó a leer, como si hubiera querido darme inexplicablemente la llave de salida, y yo vi que en los cuentos se contaba mi historia, todo el tiempo, otro mensaje de parte de los escritores: yo era el patito feo que podría ser cisne, era la Cenicienta a quien sólo saludaban los pájaros, era el tercer hermano que no se fijaba en que el camino era de oro y cabalgaba sin apartarse hasta el castillo del dragón y la princesa, era también el hermano asesinado que resucitaba en forma de canción en una flauta hecha con huesos, o la que recorría el mundo gastando siete pares de zapatos de hierro, o la que hablaba con la cabeza de Caballo colgada de la puerta, o el hombre que pegaba la oreja a tierra para escuchar crecer la hierba y oír el avance de las hormigas...
Así que me fui hacia La Central contenta pese a la tensión. VM me deseó suerte. En la librería habían puesto mis tres libros en la mesa principal y luego un montón de Si un árbol cae. Allí se congregó una pequeña multitud interesada, que escuchó a Magrinyà hablando de la desmitificación balcánica de los escritores y elogiando generosamente mi libro, o a Manuel Delgado hablando de lo que es la guerra y la violencia, a su manera provocadora, o a mí leyendo mi texto porque, de no leer, hablando de los Balcanes, no pararía. Hubo gente que preguntó y que objetó y discutió, y en general se notaba un público atento, con nivel en la discusión y algunas figuras conocidas del mundo cultural de esta ciudad -a quienes yo sólo veo en sus propias presentaciones-, y un público comprometido en aquel acto. Fue un alivio para mis inevitables nervios y malestar de la espera, de la anticipación. Fue también, como dijo el librero de la calle Berlinès, una victoria, haber publicado ese libro tan deprisa después de acabarlo, y poder presentarlo, celebrarlo.
Olvidé contestar a un comentario de M. Delgado: ¿por qué no entrevistar a taxistas o a basureros o etc? Olvidé decirle que, aparte de ser actores principales en esa guerra, los escritores son casi los únicos que no se niegan a hablar de lo que ocurrió. Que el silencio es absoluto y la mayoría no quiere hablar de ese pasado aún humeante.
Algunos editores internacionales parecen interesarse a priori en el libro, sorprendidos tal vez de no haber hecho antes ellos ese proyecto, de que sólo se le haya ocurrido a alguien de este país que aquélla era una guerra de escritores y había que hablar con ellos, de que se podía buscar a través de su literatura para comprender, de que había que hacer hablar a los de allí para saber, y dejar aparte esos estereotipos y esos esquemas mediáticos que ocultan siempre la complejidad de todo, que dejan fuera todo lo que no encaja. Veremos.
Ayer estuve en una radio por la tarde. El periodista leyó una cita de Durkheim sobre la guerra y ése fue un buen contexto para la entrevista. El miércoles tengo otra.
Yo sé que aquí es difícil que nos hagan caso. La arrogancia mediática, el desdén por todo lo que no vaya asociado a nombres famosos o a autores reconocidos fuera. La falta de receptividad que sí vemos en otros países. Aquí hay tanta autocomplacencia cerrada... Poca gente tiene criterio para ver cuando algo es distinto, cuándo tiene un valor extraño, cuándo estaría bien apoyarlo. Para qué arriesgarse, cómo tener criterio, qué pereza les daría pensar, discriminar... Lo mejor es seguir premiando y apoyando en primer plano sólo lo que ya es reconocido, mediático y famoso. Seguir dejando que ocupe el espacio principal y reduciendo el espacio que se dedica a lo demás. Pero como el canto del mirlo, yo creo que los libros tienen su camino especial y a veces pueden dar sorpresas. Yo he notado algo que siempre parece producirse cuando hablamos de ese tema, noto una atención en la gente, algo especial. Y eso está ahí y tarde o temprano saldrá. (Aquí un fragmento en you tube)
Y otra vez las prisas, el personaje carrolliano que se aleja mirando el reloj, Oh dear, oh dear, is so late... Por cierto, en la web de VM lean aquel artículo magnífico sobre Beckett, yo lo guardaba en papel porque sólo verlo sobre la mesa me recuerda la sensación de su lectura. (Eph me mandó generosamente unas fotos de la presentación, de composición impecables. Colgaré alguna, aunque verme en formato digital, fotografiada por otros, siempre me cuesta, es triste pensar que me he convertido en eso...) Ah, y ya sé, los políticos arboricidas siguen talando...

martes, 3 de febrero de 2009

Yo leo mis textos

Foto: I.N, Bruselas, diciembre 2008
...en voz alta en conferencias y presentaciones. Sé que a algunos les molesta: de hecho siempre hay una persona que me regaña y los demás me dicen que está bien así. Ayer volvió a ocurrir en mi conferencia sobre Jean Rhys. Sé que cada opción tiene sus contrapartidas: al leer, se pierde espontaneidad y relax, pero el texto es mejor y se puede construir, encajar, hacer que sea redondo, casi un texto literario, casi como los cuentos, casi... Y además, se controla mejor el tiempo y no quedan cosas fuera, olvidadas. Hay quien detecta esa magia en la sonoridad y recibe las vibraciones de matices que la voz transmite, yo leo poniendo intención en cada palabra, notando la escucha de los que están, y sé que a muchos les llega. Pero siempre hay alguien, uno, que no puede seguir, siempre es demasiado rápido para ellos (yo ayer notaba que respiraba tranquila, que hacía las pausas), no pueden con las palabras y se pierden. Ayer le pasó a una señora. Dijo (generosamente) que yo hablaba muy bien, pero que le gustaba más en las respuestas finales, cuando hablaba sin leer, y era "una lástima" porque si yo leía, ella apenas podía seguir. Y pese a todo, yo creo que la magia siguió flotando ayer en esa sala del CCCB (vertiginosa) frente al cielo urbano y nocturno, atravesado por aviones furtivos y silenciosos. En cuanto acabé de hablar me puse a disfrutar de la conferencia de Lydia Oliva y las imágenes de FBJ. Creo que la escritora y la fotógrafa se desplegaron frente a un público interesado, que hacía preguntas al acabar, y seguíamos allí hablando y apenas nadie se iba, habríamos seguido indefinidamente y tuve que ser yo quien levantara el campo (!)
Hoy volveré a leer, en mi presentación balcánica. Tal vez lea ante una Central vacía, sólo mis cinco amigos, el editor, Manuel Delgado y dos libreros que puedan subir en ese momento porque en Barcelona cuando llueve nadie va a ningún sitio y porque algunos me escriben o llaman para decirme que no podrán. Llueven esas disculpas como la lluvia del cielo. Así que, ¿por qué temer nada? Yo temo mi constipado, que crece de pronto, que ayer estuvo a punto de no dejarme hablar. Temo que mi conferenciante llegue tarde, temo... cualquier coisa, como en la canción de Caetano. Y a la vez estoy feliz de presentarlo. Temo no resistir las radios de estos días, el discurso del sábado con su excursión y comida en La Jonquera, sobre el exilio de la Guerra Civil. Podría decir que temo quedarme en blanco o echarme a llorar o ponerme a cantar una canción medieval, como Iris Murdoch al empezar su alzheimer (ella cantó algo irlandés, y el público lo tomó con humor, pero era el principio) pero tampoco sería verdad. Sólo temo encontrarme mal, quedarme sin voz, la chimenea obturada y sin los deshollinadores mágicos de mary poppings... O no temo nada y bailo por la casa, en algún momento (pongo la música por MB, que me preguntó con qué bailaba y que hoy tampoco podrá venir :(). Ya ven... Ayer, un amigo se equivocó y fue a La Central, anticipándose...
Mientras (infiltración de Polis), todo cae económicamente, este país se ha convertido en una broma para Davos, y nuestros políticos, en lugar de corregir, siguen apostando sólo por el cemento. Nuevas talas de árboles (desapareció también la placita arbolada frente al Barcino, en lo alto de Balmes. El ayuntamiento se ha propuesto destruir todas las placitas arboladas. Una imagen como la de arriba, de una placita silenciosa en torno a un árbol magnífico, con pájaros, será pronto imposible en esta pobre ciudad). El gobierno de ZP cambia la normativa para poder seguir comprando y vendiendo las casas construidas en primera línea de costa, para consolidar la destrucción. Los banqueros siguen repartiendo pingües beneficios y negando créditos a todos. Y aquí no se les ocurre nada. En alguna ciudad de provincias, los empresarios extremeños amenazan con encerrarse en los bancos si no les conceden créditos ni hipotecas. Al menos ellos hacen algo...

domingo, 1 de febrero de 2009

Un sábado lluvioso

Foto: I.N., Sarajevo, 2003, el primer viaje balcánico de mi libro...
Ayer vi un documental de Heddy Honigman sobre la pobreza en Lima, Perú y salí del cine pensando en poner bombas a banqueros y políticos. La película se llama El olvido, tal vez no sea tan redonda como otras suyas, hay un momento tras el genial principio que me desconcertó o me pareció que decaía (tal vez era mi cansancio o la resaca de una alegre celebración improvisada) en cierto momento, pero enseguida fue tomando fuerza y me arroyó, con la lúcida ironía de los que han visto cómo un presidente tras otro les robaban y mentían, y esas imágenes del inmenso barrio de chabolas, de algunas miradas, de los niños malabaristas en la calle, un niño limpiabotas que parece muerto en vida, de las casas por dentro, del público que mira cantar a una pareja de ciegos con karaoke en la calle, del curtidor que perdió todo en la deflación, de los abrazos de una familia pobre-pobre-pobre, qué rabia y desolación de vivir en este mundo, donde los banqueros (es decir, los forajidos, los sinvergüenzas que junto con los políticos se llevan el botín mientras la gente va a la pobreza) -incluso los banqueros norteamericanos que nos han arruinado a todos- reparten beneficios mientras los demás van cayendo y ahora con la deflación amenazan con un robo mayor. Honigman busca en el gesto poético de esos malabaristas, de esos abrazos, de esas miradas, la belleza que hay en todo, pero no idealiza, sólo muestra y escucha, con esa capacidad que le da la memoria de sus padres, supervivientes del Holocausto. Hoy vuelven a ponerla a las 6 o 6.30 de la tarde, en el Verdi, Docs Barcelona es el festival; me gustó lo que dijo el hombre que había hecho la selección de las películas de Panorama.
Yo había tenido una celebración improvisada y vital con Anne Hélène Suárez, V. y Amaia, la directora del festival asiático Baaff, en un lugar donde todo era delicioso, y la conversación (hacer las cosas por la pura pasión y superar esos obstáculos en un país que nunca apoya, los poetas chinos, el hundimiento de la Universidad, la ciudad, la memoria, no importaba sino esa mirada Li Bai-Du Fu) superaba a los quesos, el vino y el jamón. Luego tambaleante me fui hacia arriba y al cruzar la Diagonal ya lluviosa seguía mirando maravillada a mis árboles amenazados por el Gran Talador, como llaman ya los vecinos de Lesseps a este horrible ayuntamiento. Después pasé por el estudio de P., y me fui hacia el Verdi, donde había quedado con Yelena Caterinova. Y fue ella quien se empeñó en arrastrarme a una cena chez James donde Jonathan celebraba su cumpleaños, al otro extremo de la ciudad, y anduvimos por las calles encharcadas buscando un taxi y yo sólo pensaba en cómo escaparía, pues mi ánimo monacal y antisocial de los últimos tiempos ha cambiado mis costumbres y la idea de ir a un lugar lleno de gente (sin un objeto claro, como una conferencia o la presentación de mi libro), aunque sean amigos, me produce unas ganas de salir huyendo a mi templete (mientras lo tenga, porque todo cae a mi alrededor y no exagero). Pero Yelena me secuestró, y acabé allí, y me gustó poder hablar un rato con algunos amigos en aquel espacio tan bonito de Ciutat Vella en lo alto de una escalerita estrecha, aunque no comí ni bebí y salí huyendo antes del pastel.
Unos días antes vi Entre les murs (o La clase) y también me gustó. Me hizo recordar por qué renuncié hace mil años a enseñar a preadolescentes tras una experiencia asombrosa en La Mina que he contado en uno de mis cuentos, me hizo pensar en la diferencia de recursos, cultura y solidez de los maestros en Francia y este pobre país, y la barrera de violencia y resistencia de esos chicos, y el agotamiento y la empatía y el control de los enseñantes, y sus arrebatos de desesperación.
Esta mañana una mujer argentina, mayor, según ha dicho, ha llamado a mi portero automático para decirme que ella y un grupo de gente quería firmar y ayudarme para defender los árboles de la ciudad. Ella ha vivido en Alemania y sabe que allí los trazados de obras respetan los árboles y están indignados.
No sé qué será de mí ni de nosotros, pero cada vez pienso que el único lugar donde no está todo equivocado en este mundo, donde encuentro sentido, donde no predomina el pensamiento único y falaz, es la literatura; la única verdad empieza a estar en la ficción.