jueves, 30 de abril de 2009

Vuelvo de Vigo

Foto: I. N., Balcones en Vigo, 2009
Mi conferencia balcánica fue un éxito, a pesar de los obstáculos: en una planta superior del mismo edificio donde se celebraba, estaban negociando los representantes sindicales de los basureros y varios centenares de ellos se habían concentrado a las puertas, con sus chalecos fosforescentes y la vigilancia de dos camionetas policiales, de modo que acceder a la sala donde yo iba a hablar exigía cierto coraje, para atravesar la multitud desafiante y con el aire siempre inquietante y desagradable de la policía. Pese a todo, unas cien personas se sentaban en el recinto, según calculó la eficaz organizadora. Un joven periodista me presentó y me hizo algunas preguntas. No llevé imágenes. No hizo falta. Con ese tema no hace falta darme cuerda, me es fácil transmitir mi pasión investigadora balcánica. El público me encantó. Los gallegos siguen pareciéndome excéntricos, viajeros, librepensadores, imprevisibles. Un hombre mayor con gorra y ojos fogosos que había frecuentado Serbia y simpatizaba vagamente con el nacionalismo de Milosevic, un motero de Harley Davidson que hablaba con entusiasmo de Ucrania y la Galitzia del Este (son gallegos como nosotros y también comen filhoas... A mí me encantó que me hablara de ese lugar tan históricamente literario, que ha formado parte de varios países distintos, de escritores judíos y gentiles...) y me preguntó si le recomendaba viajar por los Balcanes y acabó interpelándome sobre los propósitos de los rusos; un hombre que me exigió precisiones y objetó a su manera para luego acercarse y decirme que le había encantado mi libro balcánico y el de Slavenka y que me había visto en el programa de Sánchez Dragó; una mujer quería comprarme mi ejemplar, otra preguntó si yo no los vendía porque quería que se lo dedicara. Aplaudieron mucho, pero yo les habría aplaudido a ellos, por su nervio, su participación, su cálida asistencia, acostumbrada a públicos silenciosos y comedidos donde sólo hablan algunos locos, me hizo ilusión poder hablar en un lugar de gente interesada de verdad y con interrogantes que hacerse y todos gallegamente imprevisibles. Ciertamente yo no podía responder a algunas de sus preguntas sino con más preguntas o interrogaciones, pero fue un acto vibrante y me gustó mucho estar allí con ellos.
Alguien me pregunta al dorso cuándo iré a dar una conferencia balcánica en Madrid. Me encantaría. Yo nunca me canso de hablar de este tema, pero no sé a qué institución podría proponerlo...
Vigo es una ciudad industrial y como dijo el director del Faro de Vigo, una ciudad compleja, de conflicto... En este momento hay huelga de basuras (empezaba a ser ostensible), huelga del naval y metal, los astilleros... El 1 de mayo será agitado. Toda la ciudad parece en obras. Y en efecto, la corrupción del cemento también ha llegado allí, han estropeado el puerto y han construido pedazos feos en medio de la belleza septentrional y antigua que sigue perviviendo a pesar de todo. Pero los árboles son gigantes, el verde llega al mar y aún quedan rótulos art-déco, arquitectura modernista y racionalista, con ese estilo señorial del norte, que me hace soñar. Por la noche tuvimos una cena celebrativa. Mi habitación tenía un rótulo que decía: "Aristóteles. Razonamiento lógico encadenado". Al despertarme tenía El Faro de Vigo en la puerta, ¡con una página dedicada a mi conferencia! El titular me ha hecho gracia, ponían mi apellido sin nombre y eso me recordó a las noticias del periódico portuario donde siempre salía mi padre, y a veces con citas típicamente suyas, por ejemplo: "'Es imposible', dijo Núñez...". Pueden verla aquí. Es verdad que los periodistas cosen las cosas a su manera y nunca nada es exacto. Por ejemplo, un titular sugiere que yo hubiera querido ir a los Balcanes para entender los nacionalismos de aquí. ¡No es así! Yo sí quise saber de allí para pensar de aquí, pero me refería a la guerra civil y su legado, no a los conflictos nacionalistas de ahora, que no son centro de mi interés, sino más bien al contrario. O su interpretación de mi currículum. Siempre me gustaría precisar. Saldrá una entrevista un día de éstos.
Esta mañana he vuelto a pasear por la ciudad, pescando imágenes. Hacía frío, un aire húmedo y vigorizante que estimulaba al paseo. Luego me ha recogido un taxista portugués, casado con una gallega y que añoraba París pero también Lisboa. Me ha hablado de la cortesía portuguesa y del cuidado con que conservan la arquitectura de siempre. Me han dado muchas ganas de irme para allá. Luego ha dicho que en Galicia todo crecía solo, el verde y la economía y los movimientos migratorios. Decía que a pesar de los políticos, a pesar de la corrupción, había algo en el espíritu gallego...
En el camino de vuelta me he leído los periódicos, un Time sobre los desafíos de Obama y luego me he sumergido en Cofrecillo de joyas, que hace honor a su nombre y me ha salvado del horror circundante: un avión abarrotado de niños maleducados que gritaban sin cesar sin que sus progenitores se decidieran a pararlos. Detrás de mí, una adolescente pateaba y empujaba mi asiento constantemente a pesar de mis miradas torvas, y una madre muy desagradable parecía pensar que todo el avión tenía que pagar las consecuencias de que ella no usara anticonceptivos. La niña-monstruo de dos filas más allá ha llegado a ganarse un abucheo general y un hombre ha espetado: "¡Que no estamos en el parque!", sólo así el padre, que la adoraba con aire de cordero degollado, se ha atrevido a frenarla, mientras la madre proyectaba hacia el techo su expresión de depresión profunda. Así que una y otra vez yo me sumía en ese almanaque de J.P. Hebel que deleitó a Wittgenstein, Kafka, Hesse, Benjamin, Tolstoi y Goethe, lleno de humor, de observaciones de estrellas y animales, reflexiones, consejos y fantasmas, publicado en 1811.
Al llegar me he encontrado la casa okupada, pero ha sido sólo un momento y siempre alegra la visión de la belleza adolescente, su vibración. Y mientras escribo esto disfruto de una música rejuvenecedora que me grabó un amigo librero y que me arrancará a bailar en cualquier momento (aclaración para un psicoanalista melómano y lector: es una mezcla ecléctica titulada For you to dance! Sigur Ros, Eels, The Cure, The Unfinished Sympathy, The Breeders, The Smiths, The Decembrists, Lemon Heads, Blur, Aimée Mann, Arcade Fire, Elvis Presley!, Johnny Cash!).

martes, 28 de abril de 2009

A punto de partir, una nota

Foto: I.N. San Petersburgo, 2006
No sé si ha sido el medicamento homeopático pero hoy andaba todo el día por la ciudad sucia, ruidosa y fuertemente contaminada y fea de mi barrio sintiéndome energética y mirando sólo el verde brillante de los árboles, que parecen haberse vestido en unos días para esa danza clorofílica y alegre.
Mañana me voy a Vigo, a mi conferencia balcánica. He recibido anuncios que han salido en El Faro de Vigo y algún otro medio. Creo que mi hotel está cerca del puerto y me preguntó si reconoceré aquella Rambla hecha por conserveros catalanes, si quedará alguna de aquellas tiendas antiguas con rótulos art-déco o si todo eso habrá sido engullido por el cemento, como ocurre aquí. Qué pasará con mis más viejos recuerdos, con todas las distintas capas, cómo se superpondrán a lo que vea ahora, y si habrá algo feliz en esa reconstrucción de Mnemosyne.
Tengo un plan trazado y eficaz por los organizadores del evento, incluso está prevista la eventualidad de que el avión se desviara a Santiago. Habrá lluvia y frío, y tendré que retroceder a las botas, aunque psicológicamente no me siento capaz de volver al abrigo, así que recupero mi vieja London Fog (Nmp sabe de lo que hablo; y también, J, en homenaje a un libro que tradujimos) y un chal abrigado, y que los dioses del tiempo sean clementes...
Me llevo sólo (reprimiéndome) Isabelle de André Gide y Cofrecillo de joyas de Johan Peter Hebel (si le gustaba a Kafka y a Mann...), y mi libro balcánico, por si acaso me olvido de algo, la cronología, los nombres, la bibliografía... Y mi cuadernillo manual y poca cosa más. Me he pasado la tarde escuchando la Pasión según San Mateo de Bach, aún celebrando la transparencia de mis oídos y con la gata siguiéndome por la casa, porque sabe que me voy. G. se ocupará de ella en mi ausencia. He llamado a mi amigo serbio, que está lesionado, siguiendo esta extraña racha que rodea mi mundo, y que él dice que yo debería convertir en otro cuento. Me ha reconfortado comprobar que conserva todo su humor negro y su espíritu. Hablar con él me alegra y me da la sensación de que nos recargamos mutuamente las pilas. Me ha revelado que él, que no creía nunca en mi método de escribir a ciegas, y que siempre planificaba todo de antemano, ha escrito su última novela exactamente como yo, ¡a ciegas!. Nos veremos a finales de mayo. Dejo a Zygmun Baumann hasta el jueves por la noche. No me llevo ordenador, aunque tal vez haya algún cibercafé...
Y dejo al azufaifo esplendoroso en su jardín silvestre, con algunos centinelas, además de los pájaros...

lunes, 27 de abril de 2009

He vuelto al ruido del mundo

Foto: I.N., Escola Industrial, 2009
El otorrino se ha acercado con una jeringa gigantesca, de dimensiones casi oníricas, me ha pedido que sujetara una bacinilla metálica junto a mi cara y nada más liberarme el oído izquierdo he oído el estruendo fragoroso de una máquina. "¿Y ese ruido?", le he preguntado. Él se ha echado a reír: "Ese ruido ya estaba antes, cuando usted no podía oírlo..." Al liberarme el oído derecho, todo me parecía estridente, como si hubieran subido en exceso el volumen del mundo. "Con la quietud que tenía...", he musitado. "No diga eso. Piense que algunos sordos lo son porque no quieren oír", me ha dicho, con una sabiduría inesperada.
La calle me ha parecido un lugar terrible. En el camino de ida yo andaba maravillada con la luz, aún con el efecto de los mensajes apocalípticos sobre la crisis, la fiebre porcina y nuestro precario futuro, o el realismo inteligente del texto de Zygmun Baumann que traduzco y que muestra no sólo la profundidad de la crisis, sino la realidad de que no se está haciendo nada de nada para corregirla de verdad, sino que sigue el latrocinio de banqueros y grandes fortunas con la complicidad de los gobiernos (por ejemplo, es ya sabido que las ayudas a los Bancos han servido sólo para repartir bonos millonarios a los altos cargos, pagados con nuestros impuestos), y pensaba: "Con esta luz, no puede ocurrir nada realmente malo". Pero el camino de vuelta, ay, como los bebés que llegan al mundo llorando y sacudidos, arrancados de ese universo cerrado y oscuro donde no tienen que estrenar siquiera el aparato digestivo, ha sido irritante. Al llegar a casa he descubierto que todo suena, incluso este teclado me parece ahora estrepitoso; he logrado que G. bajase el volumen de los teléfonos, y para celebrarlo he puesto música, eso sí, música que me envolviera como un chal de seda filtrando los horrores auditivos de esta pobre ciudad abandonada por políticos desaprensivos y corruptos. Música de toda clase, empezando por Ben Harper y acabando con las Sonatas de Beethoven (que ahora me suenan distintas porque pienso en su enclaustramiento auditivo, en cómo debía imaginar la música, casi soñarla), en una celebración privada de mi doloroso retorno al ruido del mundo.
Ayer anduve por la ciudad peligrosamente, recorriendo la calle como si fuera un paisaje fotografiado. En un paseo con un amigo bajo los pinos arrogantes y generosos de Ca N'Altimira (él no me oía, porque yo hablaba bajito y es que mi voz me resonaba con fuerza en mi interior, y apenas le oía a él con mis oídos tapados) señalé la escena y le dije: "Parece un paisaje pintado". Y era verdad, dos perros y un anciano inmóviles nos contemplaban y en mi mundo silencioso nada era real. Por la tarde me fui a la cárcel Modelo, al Hospital Clínico, a l'Escola Industrial; necesitaba hacer unas fotos para mi libro. La Modelo me impresionó, como en otros tiempos, sentí de nuevo que todas las casas de los alrededores están contaminadas de su tristeza, las feas construidas desde los setenta en la más pura mediocridad, y las bonitas, humildes edificios de l'Eixample que viven a la espera, como si estuvieran ocupadas por familiares de presos, por la sombra de ese mundo vuelto al revés (otro calcetín, como mi sonido hacia dentro) y las fotografías mostraban esa construcción decimonónica y foucaultiana donde luego han acumulado alambradas y paneles metálicos con una humildad cutre, tercermundista. "Debería ser un museo del franquismo", pensé yo, recordando mis visitas a un hombre en 1974-75. Dos veces estuvieron a punto de arrollarme, un coche y una moto. El motorista, joven y con un habla precaria, gritó algo como "¡Oye! ¡Que yo estoy aquí!" mientras él y su colega me miraban asombrados. Yo les miré fijamente, estupefacta. Al conductor del coche le pedí disculpas con un gesto. Se lo conté a G. y se enfadó conmigo y me descubrí pensando: "Qué importa, yo he vivido mi vida", como si hubiera cumplido 80 años. Andaba feliz y desconectada del mundo, tanto que empezaba a preocuparme mi desapego vital, aunque tengo alguna pista y se la llevaré a La Esfinge si me decido a llamarla. Me dicen que los sordos viven en esa distancia. Pero qué quietud y qué paz la de estos días pasados. Era casi como si no estuviera del todo en el mundo, como si... (Allá, allá lejos; / Donde habite el olvido... Luis Cernuda) De pronto se puso a llover con fuerza y cogí un taxi al vuelo. El conductor no me oía. Era como si nada tuviese volumen, ni siquiera yo misma.
Luego estuve leyendo El solterón, de Adalbert Stifter, que tiene ese estilo Mann-Zweig, esa época y ese espíritu de La montaña mágica o de Veinticuatro horas de la vida de una mujer, incluso un leve matiz walseriano en el tratamiento del paisaje y el estado de ánimo, aunque tal vez sea más ingenuo. También leí el ártículo sobre la voz de un psicoanalista que sigue leyéndome y me asombró la cantidad de afinidades, coincidencias temáticas y sincronías y de la multiplicidad de voces poéticas y analíticas de su texto (!). Y hoy llegó a la lista del librero de la calle Berlinès la noticia triste de la muerte de otro psicoanalista que también me leyó y animó a seguir.
No puedo evitar preguntarme si este retorno mío significa algo más, si es una prefiguración de otro retorno necesario que sigo postergando misteriosamente, si mi alejamiento de estos días se refería también a ese otro territorio vital extrañamente abandonado en estos últimos tiempos y que temo recuperar, aun sabiendo que sin él estoy entre paréntesis, viviendo a medias, refugiándome, protegiéndome artificialmente... Chissà.
Mientras escribía de la cárcel me acordaba de aquella visita a la cárcel de Quatre Camins en que Carles Hac Mor logró hacerme cantar una canción, canté un poema del Romancero anónimo al que siempre vuelvo y temí que a aquellos presos no les gustara la metáfora, pero les gustó. En realidad, eran un público excepcional, escuchaban cada palabra con todo su peso y una atención intensa y vibrante, era difícil sostener la mirada oscura de algunos (yo no sabía qué miraban en realidad), y recogían cada mensaje. El poema habla de las prisiones interiores, pero Chicho Sánchez Ferlosio le puso música y yo entonces sólo recordaba vagamente (ahora ya tengo el disco), pero logré un efecto gracias a la intensidad que allí flotaba. El otro día se la canté a mi hermana italiana, que está por aquí para dar uno de sus talleres del autorretrato y vino un momento a dejar sus cámaras, y al oírme se echó a llorar, como cuando era pequeña, mientras alguien revoloteaba por aquí, poniendo orden en mi caos (Daniel Baremboin sigue ahí).

domingo, 26 de abril de 2009

Hace mucho tiempo

Foto: I.N., Un lugar de mi memoria, Barcelona, 2009
Estuve con alguien que intentaba convencerme de que yo no existía. Según él yo era los otros y todas mis ideas eran ajenas. Según él, yo no sabía nada antes de conocerle. No digo que no fuéramos felices, aun en medio de aquel malentendido, pero fue un alivio reencontrarme con mis viejos libros al separarnos.
Yo no comprendía sus palabras. Sabía que si tenía algo era precisamente mi mundo, mi particular percepción de las cosas, que había construido en mi infancia y por tanto, se basaba en la memoria. Imaginaba que me convertiría en uno de esos escritores que VM describía -temo que con aburrimiento-, excluyéndose del grupo, los obsesionados por su infancia.
De pequeña, mi vida cotidiana tuvo el ritmo de la administración del castigo que recibía, perpetrado con el perfeccionismo maniático de mi tía Rottenmeyer y con la gozosa y lógica complicidad de mis hermanas: era bueno tener a alguien con quien desahogarse impunemente y ese alguien era yo. Me habían declarado culpable de un accidente ocurrido cuando yo era un germen que crecía en la barriga de mi madre; había llegado en mal momento, mi madre se había despistado por culpa del embarazo y la desgracia le había ocurrido a mi hermana. Yo debía asumir la culpa -insoportable para mis padres- y pagar por todos.
Ya lo he contado aquí.
En ese mundo claustrofóbico y violento, yo vivía de la belleza del paisaje. Tenía la sensación casi mística de que el universo me mandaba señales, de que los pájaros cantaban para mí, ya que nadie más parecía oírlos.
Luego, en esa ambivalencia que ha sido siempre un interesante desafío a mi comprensión, mi carcelera, mi Némesis, me enseñó a leer y sólo quise vivir en ese mundo, donde había una justicia implacable para los malvados, y seres afines capaces de describir mi realidad en forma de madrastras y hermanastras, y los que sufrían como yo huían volando a lomos de una golondrina o aterrizaban en un palacio de cristal o se convertían en cisne, todo con una crueldad bíblica y lleno de la misma belleza de los símbolos que a mí me había salvado.
Al llegar a Barcelona, en el colegio había una iglesia abarrocada donde el coro y el órgano, e incluso mi propia voz en los intervalos leyendo en voz alta para todos: "En un principio era el Verbo, y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" me producía una emoción inexplicable. Sólo cuando nos cambiaron a la capilla de abajo, fea, nueva y sin historia ni órgano ni coro, me di cuenta de que mi emoción estaba conectada sobre todo a la música. Que la música podía ser una conexión a cierta espiritualidad o una forma de acceder a la belleza que me conmovía como las visitas de los pájaros.
Pero había algo misterioso en aquel espacio de la iglesia de arriba, incluso sin música.
Volví a encontrar la misma sensación a los 14 años, en un viaje a Menorca con el colegio, cuando visitamos alguna taula o un talaiot, en medio del campo verdísimo de primavera, cuando la isla era un lugar solitario y silencioso. "Donde hay dolor hay un suelo sagrado", escribió Wilde. Hay lugares, ya sean monumentos megalíticos o templos de cualquier religión, donde la gente ha llorado y ha rezado y creído y todo eso deja un poso, una vibración que recoge la piedra. Yo he percibido esa vibración misteriosa en algunos templos, pero no en todos, ni mucho menos. También la he percibido en la voz.
Esto resurgió el otro día, a raíz de un intercambio al dorso de este blog, con un profesor vasco de literatura que citó a mi querido T.S.Eliot y me hizo rescatarlo una vez más de la estantería: "You are here to kneel / Where prayer has been valid..."
Al comentarlo con el hombre que llamaba, me dijo: "No, estás confundida. Era mi padre quien decía eso de los templos y tú, que tienes mala memoria, has adaptado su idea y crees que es tuya."
Extrañamente, en el mismo momento me estaba contando que para él, que no recordaba nada de su infancia, había sido chocante vivir con alguien como yo, obsesionada por la memoria (aunque esa memoria fuese selectiva y recortada, forzosamente). Ciertamente su padre es un personaje -vasco, religioso, librepensador, crítico y apasionado en sus ideas, con su propia vivencia de memoria histórica- a quien yo considero, y le he citado a veces en este blog, puesto que mi escritura se construye a base de citas y para mí -aunque el hombre que llamaba no pueda entenderlo- es una experiencia gozosa recordar de dónde viene cada cosa. Pero mi experiencia con los templos no es una frase copiada de su padre, sino una cadena de recuerdos.
Según parece creer el hombre que llamaba, mis recuerdos son falsos como aquellos que les injertaban con chips a los replicantes de Philip K. Dick. Sin duda su vértigo de vacuidad, su bloqueo mnémico le hace creer que es un replicante y para consolarse, quiere convencerme de que yo también lo soy, y de que sólo él sabe y puede decir quiénes son los terráqueos auténticos.
Escribo todo esto sumida en mi extraño silencio, con los dos oídos tapados ya por completo. En Facebook, dos escritores me han recomendado que deje de escribir ("No escribas con los sentidos tapados!", bromea uno. "Mejor no escribas más", dice el otro, con peor intención). Hay gente que no tiene bastante con no leernos, necesita que dejemos de escribir. El segundo consejo sólo tiene un sentido irracional, que es el de su deseo. Según su lógica, los sordos no podrían escribir ni los ciegos tocar un instrumento o componer, ni habrían existido Beethoven o Goya. Me han recordado a aquel famoso psiquiatra que trató a Edith Wharton, a Virginia Woolf y a Charlote Perkins y les prohibía que escribieran porque, según decía, era malo para sus nervios (¿para los nervios de quién?).
Lo mío no es exactamente silencio: es como si el sentido del oído se hubiera dado la vuelta, como un calcetín, una inmensa oreja vuelta hacia dentro, con sus laberintos apoyados en la piel, como aquel personaje de cuento que ponía la oreja en la tierra para escuchar el crecimiento de la hierba o el deambular de las hormigas. Mi vecino dijo un día que le gustaba dormir con tapones en los oídos porque sentía como si estuviera de vuelta en el vientre materno. Yo me siento vuelta a mi propia interioridad. Me dicen que hablo demasiado bajo, y es porque todos mis sonidos se oyen mucho más intensos. Respiración, latidos, voz. Mientras, todo lo demás parece alejarse y yo imagino el universo de los sordos. Mal que le pese al (segundo) comentarista del Facebook, escribo bien en este silencio ruidoso, silencio con oleaje, campana de cristal que me aleja del mundo, sólo un poco. Oigo los truenos muy lejos, no oigo a ningún vecino ni el ascensor, el teléfono ya no es imperioso ni hace falta cogerlo; todos los timbres parecen sonar en otro mundo.

viernes, 24 de abril de 2009

Hacia el silencio

Foto: I.N., Torre Castañer, 2009
Por la mañana me dirigí a una clínica donde me habían dicho que me atenderían a las 10 am. Sólo al llegar descubrí que se trataba de un lugar cargado de recuerdos turbulentos para mí. Respiré con aprensión y subí a la sexta planta en un ascensor encharcado de tristeza. Llegué a la zona precisa, pero nadie me atendía y al fin me dijeron que si me esperaba allí, tal vez a las 12.30 o las 13h habría alguna posibilidad. ¡Pero eran las 10! ¿Por qué tenía que esperar allí tanto tiempo y sin apenas gente delante? Y esperar allí, con aquel dolor ajeno y resignado y aquel olor desagradable que me asaltaba por el torbellino de recuerdos, con dos escenas de una teatralidad dura...
Salí a la calle, fotografié algunas cúpulas y balcones, la destrucción de la belleza. Llamé a mi madre para pedirle el teléfono de la mutua, pero en su confusión, sólo acertó a darme el mío. Llamé a información de telefónica, me pusieron música, me hicieron esperar, escuchando ofertas engañosas, y al fin me dieron el número. Llamé, volvieron a ponerme música y al poco me contestó alguien, situado en el espacio sideral, o en una autopista de la información. Le expliqué, con gran esfuerzo didáctico porque me daba la sensación de que no me entendía, que era una urgencia de otorrinolaringología, añadí que tenía el oído tapado y le pregunté dónde podían atenderme. Me pidió mis datos, deletreados. Me preguntó en qué localidad estaba. Me hizo esperar con más música. Después me dio la dirección y el teléfono de tres centros. Llamé a los tres, subiendo el volumen del teléfono. Ninguno tenía servicio de otorrinolaringología. ¿Qué habría entendido la propietaria de aquella voz, desde su lugar virtual? ¿Estaría también ensordecida? Como las nuevas empleadas de la farmacia de abajo, que apenas entienden lo que les pido. Ya nadie sabe nada y hay días que resulta agotador hacerse entender, tras esas batallas con las compañías, la música grabada, la repetición de los datos propios y las respuestas robotizadas. A veces me parece que el paquistaní del colmado de abajo comprende mejor.
Volví a casa. Arrastro el mar en uno de los oídos, como cuando de pequeñas nos acercábamos las caracolas grandes a la oreja para escuchar las olas. Hice algunas fotos y al llegar las copié en el nuevo ordenador, lentísimo pese a su potencia, por las maravillas del Vista. Pero cuando ya estaban grabadas y borradas de la cámara, comprobé que habían desaparecido. Hablé con un informático, preguntándole si podrían ponerme el xp, me dijo que tal vez, pero que me costaría un dineral, seis horas de trabajo, el programa, y sin garantías de lograrlo... le dije que lo pensaría.
Me puse a traducir a Zygmun Baumann en el ordenador viejo, y sentí que me tranquilizaba ese trabajo mecánico de girar los vocablos como dice el Tirant: como ya dije en Los meandros de la traducción, resolver jeroglíficos consuela, es como imaginar que todos los problemas podrían tener una solución, una respuesta. Además, Baumann explica cómo nos han engañado con la crisis, cómo no se trata de un fracaso sino de un éxito de los Bancos, apoyados por los gobiernos. Y su análisis, pese a todo, también consuela, porque analizar el horror, intentar entender los mecanismos incluso de lo más injusto produce alivio.
Y por la tarde acudí a ese otro otorrino, consulta clásica y médico de la vieja escuela. Me llevé Isabelle de André Gide, que quiero releer, arrastrada por aquella frase que cité en mis cuentos y que no pondré aquí, pero en su lugar diré otra: "Nous suivions Gérard sans parler, oppressés par la beauté du lieu, de la saison, de l'heure, et parce que nous sentions aussi tout ce que cette excessive opulence pouvait cacher d'abandon et de deuil.". El otorrino me dijo que tengo un tapón de cera pétreo en cada oído y que me conviene pasar unos días echándome agua oxigenada. "No oirá nada", dijo, "¿Tiene cenas? Anúlelas. Le parecerá que por dentro todo hierve, pero no se preocupe. Se hará una pasta y no podrá oír nada, pero así, con suerte, el lunes por la tarde podré quitárselo." Me acordé de mi padre, que odiaba los cohetes y la pirotecnia, y en la noche de San Juan, anunciaba: "Si queréis decirme algo, que sea ahora, porque voy a ponerme los tapones", y después de un picnic nocturno (¡con noctilucas!) en la Savoia, de Cadaqués, se tapaba los oídos hasta el día siguiente. He avisado a unos cuantos de que a partir de ahora no oiré, y uno de ellos me ha lanzado un mensaje declarativo entre risas. Si quieren decirme algo, que sea por escrito.
He renunciado a asistir a la sesión lacaniana de mañana sobre la traducción de L'Étourdi, he apartado la vida social y me preparo para un fin de semana silencioso, como una extraña experiencia algo vertiginosa, con estas mareas que empiezan a resonar en mis oídos, leyendo y escribiendo y saliendo poco porque en la calle me siento aturdida, hablo demasiado bajo y nadie me oye (me ha pasado en la panadería y en el librero de la calle Berlinès), y además, me mareo al moverme, al agacharme, y al echar la cabeza hacia atrás para ponerme las gotas en los ojos, algo menos tristes y menos insidiosos, pero aún feúchos.
Yo querría irme a Vigo a conferenciar curada de todos estos pequeños malestares. Imagino la ciudad que conocí hace años, con su rambla catalana y sus múltiples rótulos art déco, las cesterías, cosas que ya no existirán. He leído que está toda abierta por obras. ¿Hasta dónde llega la locura del cemento? ¿Recorre toda la península? Me dicen que Portugal conserva la belleza, esa Portugal que nuestros programas metereológicos ignoran como si no existiera y como si a nadie de aquí le importase el tiempo que hará allí: siempre me lo decía una escandalizada Angela Reynolds y el otro día lo repitió Gibson: tienen que ser los extranjeros los que se den cuenta de la tremenda descortesía que tenemos hacia nuestros vecinos ibéricos.
Es extraño cómo el silencio o la distancia del sonido, que llega poco, disminuido y parece venir de otras direcciones, altera la percepción de las cosas. He recordado cuando tuve que estar toda una tarde sin usar los ojos y me senté en la sala y los cerré, llena de sensaciones extrañas e intensas y danzantes. Me parece como si pudiera comprender otros alejamientos y casi temo que mi inconsciente quiera aferrarse a este estado, alejarme, no oír, protegerme de todo lo que duele, de todo lo que sacude con su fealdad y su estruendo insensible. Pienso en John Cage y en algunas danzas de Cunningham en las que parecía volar. Pienso en un texto de la voz que me ha mandado un psicoanalista que a veces viene por aquí a leer. Pienso en la campana de cristal de Plath. En releer a T.S. Eliot, gracias a alguien que me manda un fragmento al dorso, la revelación aún es posible (ahora que yo, nacida en abril y siempre partidaria de ese mes energético en que todo renace, por primera vez en la vida pensaba en darle la razón a su April is the cruellest month!). Pienso en las películas nórdicas y en las orientales. Y escucho las oleadas marinas como cuando dormía en la habitación de arriba, en Cadaqués, con la puerta de la terraza abierta sobre Portdugué. Le silence est un prélude d'ouverture à la création, à la révélation"... dice mi diccionario de símbolos, "le silence, disent les règles monastiques, est une grande cérémonie."

jueves, 23 de abril de 2009

Me levanté con un silencio extraño

Foto: I.N., Balcones con cactus, Barcelona, 2009
Se me había tapado un oído. Bajé a la calle con una percepción amortiguada de las cosas. Primero vi al azufaifo, verde, verde, verde chino y brotado mágicamente en su jardín silvestre, a pesar de los forajidos primitivos y zafios que siguen arrojándole su basura, la misma que les llena, a falta de otro espíritu. El estruendo de la ciudad más ruidosa de Europa parecía distanciado, en otro plano. En el metro leí tranquilamente mi periódico, rodeada del parloteo de jóvenes damiselas, en mi campana de silencio. Fui al desayuno de escritores en el Regina. La gente se abalanzaba sobre canapés de salmón y jamón. Yo, desconcertada (y con mi desayuno demasiado reciente para comer), pedí zumo de naranja y me pregunté, apoyada a una columna, entre autores de best-séllers poco relacionados con lo literario, perseguidos por múltiples cámaras, cuánto resistiría. En esas entró un escritor no-amigo, una presencia no precisamente afín, ni amigable. Luego vi pasar a González Ledesma y a Racionero, pero la prensa prefería a una modelo. Y al fin, a mi lado, Ian Gibson. Le dije que su primer Lorca, traducido en Ruedo Ibérico, cambió mi visión de las cosas en mi adolescencia. También le dije que íbamos a firmar juntos: "Bueno, rectifiqué, usted firmará y yo miraré..." Él se rio y dijo que su libro no tendría éxito... Nos pusimos a hablar y a despotricar contra el país, la ignorancia que se extiende sin conciencia, los abusos de algunos miembros de la Iglesia, la guerra y la memoria no resuelta, la actitud light del gobierno frente a tantas cuestiones, su política de derechas, etcétera. Hablamos de la lentitud de investigar, le conté de mi libro balcánico, dijo que intercambiaríamos ejemplares, que le interesaba. Cuando llegó el momento de la foto todos se pusieron delante, cubriéndome, excepto él que se colocó detrás: "Yo soy un hombre modesto", dijo.
Luego fui a ver al Librero de la calle Berlinès, que estaba en Canaletes, muy bien acompañado, y le compré una edición de cuentos de Kipling, seleccionados por W.Somerset Maugham y con un comentario de Javier Marías (traducidos por Martínez Lage y editados por Sexto Piso). Y me fui para arriba a mis recados urgentes hasta la hora de firmar. Antes pasé por la abigarrada Central, donde un amigo librero mantenía el tipo, seguramente soñando con mañana. Vi a una ajetreada Marta, moviéndose deprisa y eficaz entre los libros y las multitudes.Y me fui para la mesa de las firmas, con sus rositas de pitiminí y su agua y buenos tratos. Ian Gibson llegó tarde y no paró de firmar ni un momento. Maruja Torres y Roncagliolo no vinieron. A Clara Usón no la vi. Pero estuve firmando bastante para lo esperado, sobre todo al principio. Algunos llegaron cuando ya me había ido, pero no me puedo quejar. El poeta que estaba a mi lado se sumergió en su lectura, me dijo que estaba acostumbrado y que lo tomaba filosóficamente. Nos regalaron la magnífica Oda a Barcelona de Mossen Cinto. Dice, por ejemplo, en esas iluminaciones suyas apasionadas:
Y al veure que treus sempre rocam de ses entranyes
per' tots casals, que creixen com arbres ab saó,
apar que diga a l'ona y al cel y a les montanyes:
-Mireu-la: ós de mos óssos, s'es feta gran com jo.
La edición se abre con esa cita de Cervantes que ya puse aquí antes y que evoca una Barcelona tristemente desaparecida y enterrada:
"Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única."
La comida fue lenta, al salir pasé por delante de La Central, que era un puro hervidero de gente, y me encontré amigos afuera, entre ellos el pequeño causante de mi malaise ocular y su guapa y energética madre en manga corta hablando del calor. Volví renqueante, entre mis pobres ojos y esa sensación extraña, entre el desequilibrio físico y el mareo y el aislamiento de mi oído izquierdo, a buscar un otorrino que me atendiera de urgencia, porque necesito resolver este malaise antes de irme a Vigo. Algunos me preguntaron si no firmaría por la tarde. Me llamó un amigo para una hipotética cena, que dejaremos para otro día. Renuncié al party de escritores de El Mundo: no se puede ir de fiesta enferma y con nocturnidad. G. echó de menos el viejo regalo tradicional y aludió a su reciente retorno a la lectura, así que le prometí remediarlo, ya fuera de muchedumbres compradoras y librerías enfebrecidas.
Y qué bien se está en casa leyendo a Kipling... No hace falta sonido para la lectura y si no me curase sólo querría seguir leyendo para consolarme... pero tengo que vivir, tengo que destaparme este oído, que caiga esa barrera acuática que resuena como una extraña marea... ¿Cómo si no, dar mi conferencia? Mañana veremos. Mañana pondré los links. Mañana pensaré en cómo sorteo las barreras del Vista. Mañana...

miércoles, 22 de abril de 2009

En La Vanguardia Culturas, pág. 24

Foto: I.N. Belgrado, 2003 Cuatro análisis de la actualidad destacan por su garra periodística: el de Juliana sobre la España de ZP, el de Poch sobre la emergente China, el de Carlin sobre la Sudáfrica de Mandela y el de Isabel Núñez sobre el puzzle balcánico. Isabel Núñez Si un árbol cae ALBA, 368 PÁGS., 18 EUROS La masacre de Sebrenica o el largo y cruento cerco sobre Sarajevo son estallidos que desentonan con una Europa que aspira a la normalidad y la concordia. Isabel Núñez se acercó a veinticinco escritores afectados por el conflicto balcánico, y en largas y profundas entrevistas, entresacó testimonios que ayudan a interpretar unas heridas que distan de estar cerradas.

Me ha hecho ilusión ver mi libro recomendado junto a los de Rafael Poch y John Carlin, y sabiendo lo que es una auténtica marabunta editorial de Sant Jordi. Un periodista asturiano, Lino Veiguela, me ha entrevistado por email para la publicación Les noticies. Yo sigo recibiendo notas de lectores desconocidos y conocidos que me felicitan por mi libro balcánico. Espero que alguno venga a la firma de Sant Jordi, jueves 23 de abril, de 13h a 14h en la mesa de La Central, Rambla Catalunya-Mallorca. Mientras, sigue la revolución informática con su estela de imposibilidades y problemas, y esa sensación delirante que producen los ordenadores, como cabezas de la hidra (¿cortadas por Hércules? ¿o es sant Jordi?) que hablan, nos interpelan y mueren. Es como si los contornos, que nos permiten compartimentalizar las cosas en la mente consciente y que el sueño difumina o borra directamente para que el inconsciente nos diga con su lenguaje jeroglífico y simbólico, nos bailaran en la vigilia. El ordenador desordenado. Programas incompatibles. Máquinas que dejan de funcionar. Excesos eléctricos. G se recupera rápidamente. Hace mucho calor, un calor repentino y extraño, que ha llegado bruscamente, como si también significase algo, y los restos de mis síntomas se resisten a desaparecer. Ahora tengo que peregrinar, en busca de un medicamento homeopático difícil de encontrar. Todo sea por mis ojos...

martes, 21 de abril de 2009

Hace un día de perros

Foto: I.N., Baskarsija, Sarajevo, 2003
Y ha empezado mal: un visitante del juzgado traía malas noticias pecuniarias (luego resultaron no ser malas, sino todo lo contrario) para alguien que ya no vive aquí desde hace una década y cuando le he dicho que ya había protestado al juzgado por esa misma razón, me ha dicho que Justicia vive en la Edad Media, los ordenadores no existen y lo que pasa en un juzgado lo ignora el juzgado contiguo y que yo tendría que ir haciendo comunicados a todos los juzgados del país para que sirviera de algo.
G. anda por aquí, enfermo del mismo virus que me atacó antes a mí, dormitando.
He ido a comprar mi nueva cabeza portátil, es decir, un ordenador. Reconozco que mi malhumor estaba ya arraigado a esas horas, quién sabe si actuaban también las hormonas o si se debía a pequeñas desesperaciones y esperas cronificadas, la cuestión es que sólo me faltaban las noticias aún peores de Bill Gates y su aparato abusivo policial, que impide elegir nada y obliga al mundo a pasar por el tubo. Oh ya sé que debería pasarme a Linux (pero soy demasiado ignorante e impaciente para resistir ese estrés) o a Mac (why not? soy perezosa y tampoco quiero pagar más), en fin, la cuestión es que la empleada de turno ha desplegado todos sus recursos y paciencia estoica y por esta vez he sucumbido de nuevo a ese horrible diseño e ideología y soportaré la estúpida fealdad del Vista y su nomenclatura analfabeta, que me recuerda a Bologna y ese feo renombrar las cosas (como a la pobre biblioteca de la UPF, ahora llamada tristemente CRAI). Para rematar, seguramente mi escáner-impresora es incompatible, tendré que donarlo graciosamente y comprar otro. Yo quería poner aquí una hermosa foto de Lewis Carroll... Pero nada funciona, ni el flamante office que he tenido que pagar aparte, ni el escáner, que es incompatible, nada de nada. Tendré que volver a la tienda y eso me desespera, me siento envilecida por la perversidad de ex hacker traidor de BG. Hoy, alguien me ha dicho que había decidido vivir sin ordenador porque le estresaba demasiado: cómo le comprendo aunque no pueda hacer lo mismo...
Y por otra parte teóricamente es una cabeza nueva y llena de memoria y de recursos, cómo me gustaría ampliar también la memoria de mi auténtica cabeza humana. Justamente antes me preguntaba por qué algunas palabras se me escapan y desaparecen en esos entresijos de las grutas de mi memoria y nunca sé si se debe a su contenido simbólico o a un puro código fonético conectado a algo más técnico. Por ejemplo, la palabra espejismo se me rebela, y durante un tiempo no me salía la palabra anatema. ¿Por qué? Tal vez temo vivir en un espejismo y haberme convertido en cierto modo en anatema? Quién sabe. También se me escapan algunos nombres insidiosos, como el de un editor ambicioso y corpulento que, según me confesó hace años en un jardín donde se celebraba un cumpleaños, había sido descargador de muelle y olía el dinero allí donde estuviese. Como decía, el ordenador parece flamante y poderoso y cuando acabe de copiar al fin mis archivos en una memoria externa, quién sabe si podré poner fotos como antes y continuar mi libro urbano... ya parece un sueño... Mi informático de siempre me dice que devuelva el ordenador y me compre otro con un sistema operativo mejor, Linux o Xp. Los de la tienda me dicen que todo se puede arreglar, pero pagando un precio exorbitante. No sé qué será de mí...
Ayer di mi conferencia balcánica a pesar de todos los obstáculos técnicos que tuve que superar y que implicaron un retraso considerable. El público parecía interesado y el intercambio fue interesante. El lugar es precioso, una casa modernista y bien conservada, a la que no le han arrancado la puerta de madera para ponerle una de aluminio, como suele hacerse en esta ciudad, gracias al nulo apoyo ni protección que las autoridades municipales han prestado al patrimonio.
He aceptado una traducción para Arcàdia, no es un texto fácil, y mi intención era traducir sólo lo que en este momento me sirviera para mis conferencias, pero no ha podido ser. La lentitud de la respuesta de los editores ha acabado por impedirlo. Veremos.
Todo son anuncios y propuestas de Sant Jordi. Un desayuno de escritores en un hotel. Una visita al librero de la calle Berlinès trasladado a la Rambla. Mi firma a mediodía (de 13 a 14h en la mesa de La Central en Rambla Catalunya - Mallorca). Y al atardecer, si resistiera y si tuviera hipotéticamente un espíritu social que he perdido en los últimos tiempos, invadida por una corriente casi monacal, asistiría a una fiesta de Sant Jordi organizada por un periódico. Me ha escrito un periodista asturiano para una entrevista por email. Me llega la noticia de los autores que firmarán a la misma hora que yo en la misma mesa y me entra un temblor: ¿vendrá alguien a comprarme un libro y firmar? ¿O sólo lloraré interiormente mientras ellos firman sin parar? Son: Maruja Torres, Rubén Abella, Ian Gibson, Clara Usón, Santiago Roncagliolo, Ricardo Menéndez Salmón, Jordi Julià et moi même.
¿Y qué decir de esta lluvia? No puedo evitar recordar las palabras de Salinger: "As a matter of fact, I’ve been known to take a perfectly normal rainy day as a personal insult" (For Esmé with Love and Squalor) o también las de W. Somerset Maugham en aquel cuento magnífico llamado precisamente Rain, Lluvia: "Outside, the pitiless rain fell, fell steadily, with a fierce malignity that was all too human."
Yo he seguido contemplando las fotos maravillosas de Lewis Carroll, que un inspirado amigo librero ha tenido a bien regalarme, en edición preciosa de Phaidon, el mismo que ha escrito una reseña de Sant Jordi de mi libro balcánico aquí. Sin saberlo, ese libro viene a restituir mágicamente la vieja usurpación que A. hizo de mi antiguo libro de fotos de Lewis Carroll, regalándoselo a un amigo suyo fotógrafo, como solía hacer entonces con los objetos ajenos.
Y leyendo, leyendo el magnífico y atinado El espíritu de las obligaciones de Hazlitt (Alba) y a ratos Une rencontre de Kundera, que recomendaba Pierre Assouline, sobre la pasión de la lectura. Y asombrándome aún de ese extraño poder y esos modos del inconsciente, que me llevaron de la escritura de mi conferencia sobre el dolor (D. Collobert) a la realidad del dolor físico más intenso y desesperante, el mismo que arrasó mi cumpleaños. Espero que esa semana horribilis me haya inmunizado para pronunciarla. Antes, el 28-29 estaré en Vigo, para otra conferencia balcánica.

domingo, 19 de abril de 2009

Conferencia balcánica

Foto: I.N., Biblioteca de Sarajevo, incendiada durante el asedio y reconstruida posteriormente, 2003
Mañana Lunes 20 de abril, a las 19.15 en Amics de la UNESCO, Mallorca 207, principal, yo conferenciaré sobre mi Viaje literario a la guerra de los Balcanes. Quien quiera venir será bienvenido. (Creo que cobran una entrada de 2 o 3 euros, pero no estoy segura).
Sólo unas notas apresuradas para decir que he gozado (gracias a L., que me animó a ir cuando estaba desfalleciendo por la falta de sueño) de un concierto maravilloso en el Palau de la Música, la Pasión según San Juan de Bach, con la Orquestra Nacional Clàssica d'Andorra y la Coral Càrmina. Qué maravilla. Me he olvidado la linterna, pero pese a todo iba siguiendo porque la Pasión siempre me gustó también como narración (al fin y al cabo, ése era uno de los textos evangélicos que yo tenía que leer en voz alta para el colegio en la iglesia abarrocada y espléndida, con un órgano que sonaba a música celestial). Ese juego del evangelista y el coro; el evangelista dice: "Cuando le vieron, los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron" y el coro contesta: "Kreuzige, kreuzige!" (Crucificadle, crucificadle). La orquesta sonaba magníficamente, el coro era espléndido. Yo me identificaba con el evangelista, que era como mi personaje narrador de las funciones del colegio. Qué bien contaba-cantaba (con qué pasión) el momento en que se rasgan las cortinas del templo, la tierra tiembla, las rocas se agrietan, los sepulcros se abren y resucitan los espíritus. Me gustaba muchísimo el barítono (Pedro negando tres veces, Ich bin's nicht!) y el contralto (esas voces misteriosas, seráficas de castrati), no tanto el tenor, que sustituía al que tocaba y a veces parecía no llegar, y era poderoso y matizado el bajo (Pilatos) y muy expresivo el otro barítono (Jesús) y allí estaba también Gerard Claret, fundador según creo de esa orquesta.
Música reparadora, celestial, maravillosa, que como dice L. te despierta los sentidos, te permite olvidar todo, o como dice Tigridia, te reconcilia con el mundo. Y es tan bonito ese lugar (hasta los nombres: Carrer del Bou de Sant Pere), por eso nuestros políticos municipales han decidido destruirlo construyendo un hotel, tirando dos edificios antiguos para que otro arquitecto arrogante y sin escrúpulos deje su huella pisando la historia de la ciudad.
No he podido contar aquí que el otro día fui a la presentación del sugerente Álbum del trasiego de Ramon Dachs, en la maravillosa biblioteca (especializada en anarquismo y francamasonería) Arús, de Passeig de Sant Joan. Qué entorno tan idóneo, con esas paredes llenas de libros acristalados y esas maderas artesonadas y una historia rebelde e independiente... Dachs habló de ese trasiego suyo y del libro que está escribiendo, sobre su viaje a la Antártida en el barco científico Hespérides. Y mostró algunas imágenes, que me hicieron soñar con los mitos de Caspar David Friedrich, Edwin Church ,Edgar Allan Poe y Moby Dick, pero también con Herzog, de hielos, ballenas y pingüinos y esa sensación luminosa de desierto helado y de históricas expediciones y de historia (amenazada) de la Tierra.
Sé que escribo deprisa, pero me gustaría tomar unas notas para la conferencia de mañana, que no será un texto leído, sino una charla con algunas imágenes mías. Espero que vengáis a escucharme, lectores silenciosos.

sábado, 18 de abril de 2009

La presentación de ayer

Foto: Gaétan Gatian de Clérambault
Ayer celebramos la edición audio de mi Crucigrama, en la galería h2o. El jardín estaba exhuberante y parecía como si cantara (una consagración de la primavera estravinskiana, con la inmensa palmera dirigiendo la orquesta vegetal), pero el aire frío no permitía hacerlo allí.
Cuanto más pasan las horas más me convencen los ecos del discurso de Carles Hac Mor, que estuvo como siempre brillante. Otra vez comparó mi escritura con la de Marguerite Duras, pero lo hizo siguiendo aquella idea de los surrealistas de que si escogemos dos objetos al azar, podemos compararlos sin más, puesto que las conexiones y similitudes irán saliendo a posteriori. Genial. Luego citó de nuevo a la Duras para decir que, contra la tendencia común de perseguir el éxito, hay que perseguir el fracaso: eso nos da total libertad, no tenemos que ajustarnos a ningún canon y podemos ser nosotros mismos o quien queramos.
Pensé que para mí, ésa podría ser la clave de por qué ha habido tan buena literatura en el comunismo; ellos no necesitaban el éxito comercial, ni el mercado. También es la clave de mi libro balcanico (cultivar temas al margen de lo esperado, de lo que se vende), de adoptar géneros prohibidos o desdeñados por los editores, como los cuentos...
Al final, Hac Mor leyó un largo poema argumentativo, en el que parecía discutir consigo mismo, que me gustó mucho y que espero volver a leer pronto. También me dio una lección, pero con toda su gracia y sin desdén ni disimulo.
Yo hablé de la voz, de cómo había empezado a leer en voz alta de pequeña, de la escasa valoración que se hace aquí de la lectura en voz alta, de que la radio no invite a los escritores... pero he colgado ese texto en mi blog de artículos, para quien quiera leerlo.
Al acabar, pusimos un cuento grabado del CD, un cuento que yo quería volver a escuchar/me, un cuento que había vuelto a asaltarme con su presencia del pasado en el presente justo antes de ponerme enferma. Y me gustó escucharlo. Me gustó que Ester Xargay me hablara de su escucha, me dijera de su añoranza de ese hilo conductor de la prosa (yo le dije de mi envidia de esa síntesis del mundo de la poesía, que a veces es pura filosofía).
Y después de aquello me sentía en mi fragilidad convalesciente, volví a ser la princesa del guisante (así me llamaba un artista conceptual, hace tiempo). Habría querido que me llevaran a casa en volandas.
Cada vez estoy más convencida de que mis poderosas anginas y su dolorosa estela fueron consecuencia de la conferencia sobre el dolor que estuve escribiendo días antes. ¡Poderoso inconsciente! Debí de adentrarme demasiado... Espero que el día que al fin la pronuncie no me duela nada... Pero haré un añadido final sobre esto.
No tengo tiempo de más. Tengo que preparar mi conferencia balcánica del lunes (19h Mallorca 207, Amics de l'Unesco) e inventarme algún ritual de cumpleaños o de resurrección de entre los enfermos.

jueves, 16 de abril de 2009

Viernes por la tarde

Foto: Cristina Núñez, Barcelona, 2001
La galeria h2o i Llibres de Veu us conviden a la presentació de l'audio llibre CRUCIGRAMA, d'Isabel Núñez
Amb el poeta CARLES HAC MOR;
l'autora, Isabel Núñez;
Dolors i Cristina Capellades, editores de Llibres de Veu i Joaquim Ruiz Millet, director de galeria h2o.
La galeria h2o y Llibres de Veu les invitan a la presentación del audiolibro CRUCIGRAMA de Isabel Núñez
Con el poeta CARLES HAC MOR;
la autora, Isabel Núñez;
Dolors y Cristina Capellades, editoras de Llibres de Veu y Joaquim Ruiz Millet, director de galeria h2o.
Divendres 17 d'abril de 2009, a les 20h. a h2o
Viernes 17 de abril de 2009, a las 20h. en h2o
Carrer Verdi, 152. 08012 Barcelona

miércoles, 15 de abril de 2009

Después del dolor

Foto: Andrea Resmini, Cadaqués, ca.2007 El fuerte virus de las anginas desencadenó otra reacción y ese malaise de mi brazo, que estaba ya en una fase benigna y parecía cercano a su curación, se multiplicó de pronto hasta extremos inimaginables, extendidos a los dos brazos y han sido noches y días de intenso dolor, un dolor que a mí me resultaba irresistible, y sólo me consolaban pensamientos de muerte.
J. me traía la prensa y lo que necesitaba a diario y la presencia de G., soft and supportive, ha sido importante. Ayer, en cierto momento, intenté una cura musical. Pero entonces llegó J, que me traía un nuevo enchufe-cargador para mi portátil (el mío no cargaba) y una memoria externa para que guardase mis fotos. Y mi ordenador murió en ese instante (y ahora temo por mi archivo de fotos y por mi libro con imágenes). Algo pasa en la electricidad, porque el portátil de G. había muerto dos días antes y sé de otro habitante de mi misma calle en cuya casa han muerto dos ordenadores y el otro agoniza, apagándose cada poco, como le ocurría al de G. Así que he llamado a Averías de Fecsa-Endesa y he tenido la suerte de que me atendiera alguien decente y me ha dicho que era muy posible y que si se demostraba que era así, ellos pagarían los daños.
Hoy estoy mejor, al menos esta noche el dolor no me despertaba. Yo no me considero estoica. Pensaba que la costumbre de mi torturadora en mi infancia de impedir con un jarabe hipnótico que mis pesadillas y terrores nocturnos la molestaran me había dado una baja resistencia al dolor. Y tal vez así fue durante años. Pero ahora, que sólo tomo homeopatía y oigo a mi alrededor la celeridad con la que algunos toman fuertes pain-killers para tapar cualquier cosa, me pregunto si no me seré mucho más resistente al dolor de lo que pensaba. Pese a todo, tengo una saturación, llevo un año soportando y ahora que estaba mejor, volver tan atrás se me hace imposible.
Cuando la fiebre me dejaba leía Desde la ciudad nerviosa de Vila-Matas, que me gustó (hay capítulos memorables, y allí estaba un artículo viejo que siempre recordaba, de él haciendo maniobras y cabriolas para ver qué leían las mujeres que leen en los autobuses; y me confirmó una vez más que la singularidad de la escritura o la escritura multigénero es un valor positivo cuando eres reconocido y un inconveniente cuando no lo eres), luego pasé a María Zambrano y su Pensamiento y poesía en la vida española, que es maravilloso, y comprendí que este país nunca tuvo remedio (habla de esa renuncia a la reflexión y al raciocinio, de la melancolía, del estoicismo y el suicidio colectivo histórico, la entrega a la muerte, se entienden tantas cosas, y siempre basándose en la poesía... es brillante y es poético también, y me encantó el principio, cuando distingue entre historia, filosofía y poesía y cuenta que Platón, al abandonar la poesía por la filosofía, seguía siendo poeta "porque hay mercedes irrenunciables" y cuando arremetía contra los poetas y los expulsaba de la República, en realidad se defendía de sí mismo. Y dice que la filosofía es ante todo problema mientras que para la poesía, nada es problemático sino misterioso. "La poesía no se pregunta ni toma determinaciones, sino que se abraza al fracaso, se hunde en él y hasta se identifica con él"... No sé si esto valdría para toda la poesía, pero me gustó). Yo seguía pensando en Vinyoli. Por cierto que hoy sale mi reseña de Clarice Lispector en La Vanguardia, con una cita maravillosa de Vinyoli al final. Intenté Everyman de Roth, pero no me arrastraba y abandoné. Ah, y cuando estaba pensando en mis nocturnas fantasías de muerte -producidas por el dolor físico- que chocaban con mi fuerte apego a la vida (y es que me gusta vivir, pensaba yo, quiero escribir algunos libros más y además de todas las cosas que me unen a este mundo, está G., a quien yo traje aquí y nunca abandonaría), abrí casualmente un libro de Hazlitt (parte de mi autorregalo navideño de Alba), El espíritu de las obligaciones: el primer capítulo se llama "Del amor a la vida" y era como si me hubiera escuchado y respondiera a mis interrogaciones. Habla de que las pasiones y el deseo son más importantes que su logro real, "parece como si sólo hubiera unos cuantos lugares verdes y soleados en el desierto de la vida, hacia los que siempre nos estamos apresurando: los miramos ansiosamente a distancia, sin cuidarnos de cualesquiera peligros o del sufrimiento que soportamos, con tal de que al fin lleguemos allí", explica por qué los tiranos nunca se suicidan, y tiene esa concisión poética inteligente de aquel suyo que hablaba del arte de caminar. Es absolutamente genial. Los demás capítulos también, por lo que llevo leído...
Mientras, mi ordenador ha muerto, pero me recuperan la información. Así es la vida. Y suerte de mi bicefalia y que estoy aún con el viejo ordenador, resistiendo... hasta que vaya a por uno nuevo. Pero cómo cuesta cambiar de cabeza y ordenarla un poco a nuestro antojo... J lo ha llevado a reparar, ha vuelto a por la memoria externa y les ha dicho: "Es de mi ex mujer, que me tiene esclavizado." "Pero algo ganarás a cambio", le ha dicho el reparador. "Nada de nada", ha contestado; ése es su humor particular.
De momento no puedo poner aquí mis fotos, ni ninguna de las imágenes que guardaba, voy a ver qué encuentro para ilustrar este pobre post convalesciente...
Muerto el ordenador y aún renqueante, pero el viernes 17 a las 20horas presentaremos la versión audiolibro de Crucigrama en la galería h2o de la calle Verdi, con Carles Hac Mor. Pero seguiré recordándolo aquí...
Y el 23 de abril en la mesa de La Central por sant Jordi y una novedad: sí firmaré en la Feria del Libro de Madrid, el fin de semana del 30-31 de mayo, en la caseta de ALBA.

domingo, 12 de abril de 2009

La fiebre

Foto: I.N. Palmeras de la calle Elisabets, con la cámara mojada por la lluvia, 2009 (perdonen esta foto defectuosa, la mejoraré si un día resucito y vuelvo a la calle)
Yo nunca tengo fiebre. Creo que la última vez había sido hace diez años, y esa vez después de otros veinte. Al menos, así era hasta ahora. Sí tengo comprobado que algunos hechos vitales extraños donde la presencia del pasado me sacude en exceso, suelen desencadenar en mí procesos víricos o alguna clase de malaise agudo. Tal vez simplemente bajo las defensas, y en ese contexto, cualquier bacilo pasajero es bienvenido a mi organismo. Esta vez han sido unas anginas brutales, con la sensación de retorno a la infancia, ya que yo no soy especialmente adenoidea y nunca tengo anginas.
Así que héme aquí aún hoy, sin el coraje ni la fuerza para ponerme a escribir de verdad lo siguiente que me espera (So here I am, in the middle way, having had twenty years -Twenty years largely wasted, the years of l’ entre deux guerres -Trying to learn to use words, and every attempt Is a wholly new start, and a different kind of failure; no eran veinte años perdidos, ¡si ya escribía así!), dudando si mañana podré celebrar mi cumpleaños, con una debilidad silenciosa y que parece difuminar los límites entre la noche y el día, para felicidad de mi gata, que me admite enseguida en ese reino suyo donde siempre se dormita y siempre se vela, se juega, se vigila y descansa en proporciones misteriosas.
Leo y duermo, entro y salgo de la cama, recibo la visita de alguien caballeroso que me trae la prensa y cualquier otra cosa, me sumerjo en ensoñaciones, no siempre agradables (de madrugada creía que me ahogaba, tanto habían crecido esas glándulas en mi garganta) hablo con la homeópata e intento colaborar a sus pesquisas suministrándole la información necesaria y sigo con ese medicamento arbóreo, ajena a lo que ocurre en el exterior y dando gracias (después de que un vecino moscón haya parado su black & decker) por el silencio y los pájaros. Me cuesta comer, me cuesta hablar y no tengo fuerzas.
Estos días andaba preguntándome por qué a veces, a los críticos, les cuesta tanto apreciar cuando un libro testimonial de alguna atrocidad es además y sobre todo literario. Me gustó que Lolita Bosch pudiera decirlo del Diario de Hélène Berr en una reseña minúscula donde iba contando los caracteres que le quedaban: pero lo dijo, pudo decir lo esencial, con gracia, burlándose de su falta de espacio, y concluyócon algo como: "Esto es literatura, ¡léanlo!" (esas reseñas pequeñas tampoco se encuentran en versión digital). En el caso de Berr lo había dicho también Alejandro Gándara en su blog El Escorpión (que en vano intento linkear con los blogs que visito, y siempre me sale la portada de El Mundo, así que lo he puesto con las webs). A Gándara no suele escapársele nada, y por eso me alegró doblemente que dijese que mi libro balcánico era un viaje literario, cosa que otros no podían percibir y que para mí significa un reconocimiento, la idea de que no he soñado. Algo comparable ocurre con La plaza del azufaifo; parece que no tener un género definido o ser "singular", lo hace más difícil de entender, y una reseñista habló -sin leerlo- como si se tratara del panfleto de una asociación de vecinos (por suerte, otros sí lo entendieron). Pero creo que por estos lares, cuando alguien no es muy muy famoso y reconocido, y para rematar es una mujer, la mayoría lee sin atención, llena de prisa y de prejuicios, y si pueden nos regañan.
A mí me decepcionó que varios artículos citaran a Shalámov sin distinguirle de Soljenitsin y olvidaran lo más importante, que abordaran sólo el aspecto de documento histórico y no llegasen a decir que lo de Shalámov es sobre todo literatura (sí que lo dijeron otros), que su hazaña es sobre todo literaria y no documental (aunque permita comprender mejor lo que ocurrió, y es que eso tiene la literatura y por eso yo entrevisté a escritores y leí sus ficciones, pues Hemon, Ugrešić, Drakulić o Marojević me siguen pareciendo más útiles para entender la guerra balcánica que las crónicas periodísticas, algo que no siempre se comprende, pero si alguien de la talla de María Zambrano leyó el Quijote y a los místicos para construir su pensamiento sobre España, ¿por qué no podemos seguir haciéndolo los que creemos en la verdad de la ficción?), llevando el legado chejoviano al extremo, puliendo su obra y sacando perlas de un lugar donde sólo había frío mortal, hambre terrible y penalidades y convirtiendo esos relatos en algo tan maravilloso, de una economía extrema, sin una queja ni una valoración ni una lágrima, en esas escenas de reclusos y sus trucos para resistir vivos el invierno, la tremenda intensidad humana despojada de todo que hay en esa obra suya, algo que va mucho más allá de la historia. A veces, el formato extenso tampoco permite que lo digamos todo, ¿pero por qué será que a tantos les ocurre eso?
De las preguntas y las perplejidades que nos interpelan trata un poco el magnífico artículo de Vila-Matas de hoy, de Burdeos y el delirio caminante y aquel viaje a pie de Hölderlin de Burdeos a Alemania que precedió directamente a su brote psicótico, y de la intervención de la poética -¿austeriana?- del azar en las cosas y de las preguntas que hace a veces el público en las conferencias, tras un silencio cargado de interrogantes. Hace poco, en nuestras conferencias de Caja Madrid, una mujer preguntó si yo creía que Isabelle Eberhardt era bipolar. Me pregunto qué podía aportarle el supuesto diagnóstico de alguien que, como yo, no se dedica a la medicina ni a la psiquiatría, ni por qué le parecía importante diagnosticar a una escritora desaparecida que, además de su escritura hechizante y sus crónicas con nómadas por el desierto vestida de hombre a finales del XIX y principios del XX, vivió libremente, murió como líder espiritual musulmana y todavía hoy sirve para romper estereotipos occidentales sobre el mundo islámico. Las neurociencias y la presión de los laboratorios farmacéuticos pesan más que todas las cosas y lo llevan todo, incluyendo la literatura, a ese terreno de banalidad. Hoy en La Vanguardia el titular de un artículo de J. Corbella lleva a inducir que el exceso de pomelo puede llevar a la gangrena: a mí me encanta el pomelo y no dudo que tenga sus efectos en el organismo, así que he seguido leyendo y he visto que, más abajo, se dice que la mujer tomaba estrógenos y otros medicamentos y que la dieta abundante en pomelo sólo potenciaba sus efectos o permitía que llegasen más directamente a la sangre. Los laboratorios mandan tanto que no nos damos cuenta. Justamente hoy En El País Soledad Gallego Díaz denuncia el silencio que protege a esos médicos de laboratorios farmacéuticos que someten a niños del Tercer Mundo, por ejemplo, a experimentos que les causan daños cerebrales o la muerte. Y hablando de artículos de opinión política, lean el de Gregorio Morán de ayer en sus mordaces Sabatinas intempestivas (que he copiado en Polis, para contribuir a que la gente lo encuentre en google), donde comenta el éxito del modelo Berlusconi en este pobre país nuestro, lleno de corrupción y que sigue siendo destruido día a día por el cemento gracias a nuestros políticos, a pesar de las denuncias de la Unión Europea, que nuestros gobiernos, central y autonómicos, se pasan por el forro y que los medios apenas comentan. Léanlos a todos... Y vean fotos de Manel Armengol sobre la transición en el suplemento de El Público...
Y dicho esto me retiro de nuevo a mis aposentos, porque otra vez la fragilidad y el cansancio me invaden...

viernes, 10 de abril de 2009

Per un pertugio tondo

Foto: I.N., La maraña de los almeces de la plaça, que el ayuntamiento pretende talar y acabar también con esta belleza invernal, marzo 2009
Siempre me gustó ese hueco rotundo de la salida del infierno de Dante:
"lo duca e io per quel cammino ascoso
intrammo a ritornar nel chiaro mondo;
e sanza cura aver d'alcun riposo
salimmo su, el primo e io secondo,
tanto ch'i' vidi delle cose belle
che porta 'l ciel, per un pertugio tondo;
e quindi uscimmo a riveder le stelle."
Leí de verdad la Comedia tarde, en 1981, en la edición bilingüe de Ángel Crespo, y confieso que leí y releí muchas veces el Inferno, me aprendí incluso de memoria algunos fragmentos, sin proponérmelo, a base de citarlos, leí el Purgatorio una sola vez y nunca acabé el Cielo. En uno de aquellos programas de libros franceses que tanto me gustaban, oí decir a Philipe Sollers que el Infierno se había vendido siempre diez o veinte veces más que los otros dos, tal vez porque los humanos sabemos mucho del infierno y no creemos demasiado en el cielo. O porque la felicidad no resulta muy literaria. Hace poco una mujer inteligente que no suele leer ficción me pedía que le recomendase una novela alegre y no oscura y la verdad es que no supe qué decirle porque a mí me gustan los libros donde la melancolía y la tristeza tienen su sitio, aunque convivan con la vitalidad y lo esperanzado, y no puedo imaginar una atmósfera literaria ni vital sin parte oscura, que no pareciese sospechosamente banal como un libro de autoayuda. A veces hasta el humor, si no muestra el lado amargo (como hace el Quijote, que está lleno de todas las cosas y entre ellas la violencia, la tristeza, la injusticia, el triunfo de la mediocridad, los sueños, el delirio y la locura como forma de vivir en el mundo) me resulta deshumanizado y deprimente.
Yo fui, durante un tiempo, uno de esos seres tristes sin causa, cuando el sol brillaba, que ahí aparecen condenados a vivir en el lodo, en la charca negra:
Fitti nel limo, dicono: "Tristi fummo
n'ell aere dolce che dal sol s'allegra,
portando dentro accidioso fummo:
or ci attristiam nella belleta negra..."
No contaré cómo pasé yo de la belleta negra al aere dolce, fue un proceso lento y misterioso, callado como la salida del infierno, y me llevé conmigo fragmentos de la selva selvaggia e aspra e forte che nel pensier rinova la paura! Porque no existe una sin la otra, como no podríamos percibir el silencio si no existiera el ruido.
He visto mientras desayunaba un documental triste en Arte TV de Uzbekistán y el mar de Aral, una extensión de paisaje lunar y naturaleza agonizante por los pesticidas y la contaminación, que ha llevado a la enfermedad y el hambre en toda la región vecina... Luego, con esa escandalosa combinación de la tv, que pasa de la desolación al placer de vivir sin transición (y peor aún cuando hay publicidad), un chef marroquí que ha montado en algún lugar de Marruecos un restaurante de fusión iba a un mercado magnífico y enseñaba unas alcachofas silvestres muy pequeñas y despeluchadas como cardos que sólo crecen allí y duran una sola semana, según él, deliciosas. Había un montón de vegetales distintos, y enseñaba a elegir una sandía y hablaba del ruido de agua que hay que oír tras apretarla, si está madura...
Me he despertado a una mañana algo desolada, por mis malaises físicos y la incertidumbre y el cansancio que me producen y mis dudas laborales (me han propuesto una traducción que no sé si podré hacer, ¿resistiré?) y financieras. J nos ha preparado unos manjares pese a su propio malestar, yo he pospuesto mi excursión a las palmeritas y el mar donde vive JC. Me pregunto si el exótico medicamento homeopático servirá para que me sienta capaz de celebrar mi cumpleaños en tres días. Esta tarde quiero revisar mis cuentos por última vez antes de imprimirlos, y luego, si me queda tiempo, entraré en mi otro libro: ésas son fuentes ciertas de aere dolce. He leído en la web las indicaciones muy antiguas, estilo Samuel Hahnemann, de sufrientes a quienes conviene mi extraño medicamento, que resulta ser un ombú (mis ombúes americanos de Cadaqués, que tanto he fotografiado!) y me ha hecho gracia: ¡hablaba de enfermos a quienes duele todo, que aprietan los dientes y piensan en la muerte! No sé si me habrá contagiado pero empiezo a sentirme destemplada y con el peso de la ley de la gravedad arrastrándome hacia abajo...
A pesar del tiempo, los árboles están llenos de brotes, incluso los pobres condenados de la plaça Joaquim Folguera celebran la primavera con su aire secreto y conspirativo del Cerro de los faunos, dictando sus encantamientos de cuentos de hadas y protegiendo a los niños que juegan en ese claro. Ojalá algo impida la ejecución arboricida anunciada e inminente. Que algo detenga el brazo armado de este consistorio antiverde. Me han mandado una noticia de esa guerrilla gardening que pone flores en las alcantarillas de esta ciudad para denunciar la falta de espacios verdes. Pobre Diagonal también amenazada... Por cierto, he puesto más abajo el manifiesto para que sigan firmando...