lunes, 29 de septiembre de 2008

Retorno


Foto: Caterina Solivellas, Al otro lado de Cala Figuera, Mallorca, 2008
Dijo G. anoche que el piloto había aterrizado muy bien en Barcelona, y era verdad. Pero la suavidad de su aterrizaje no pudo evitar la dureza ni los trompicones del retorno a la realidad de esta mañana, después de un fin de semana en la isla, rodeados de árboles vetustos con troncos inmensos y sombra generosa, ficus y almeces, con cielos suntuosos de nubes baudelairianas, en una ciudad vieja elegante y bien conservada, con ese aire italianizante que decía L., y que M. y yo recorríamos andando con nonchalance hasta que se nos unió un escritor mallorquín, viejo amigo de M. (y amigo de VM) al que yo había conocido en París, y me fue explicando la historia de algunos edificios y rincones, mientras ellos dos intercambiaban observaciones sobre la conservadora excentricidad de carácter y protocolos de los mallorquines.
Por cierto que pasamos por una librería nueva de Palma que me gustó mucho, con su café. La selección de pensamiento me pareció interesante, así como la más puramente literaria y de ficción, y allí estaba La plaza del azufaifo. M. lo compró para regalárselo a una amiga y yo acabé dedicándoselo al escritor mallorquín, quien a su vez me trajo El informe Stein, reeditado con la portada que siempre quiso, una misteriosa foto de Cartier Bresson inspiradora de un retrato paterno en la novela.
Esa noche M. y yo repasamos hablando el tiempo perdido, instaladas en esa zona nuestra de entente sobre lo familiar, las relaciones y la memoria, entre su cultura judía y mi pasión psicoanalítica, y acabamos a las tres y media, pero la noche siguiente teníamos cena con J.C.L y la bella H, que le acompaña a todos los homenajes y tournées francesas (por lo visto él sigue triunfando en Francia más que en este país, y cuando le pregunté por ese éxito dijo que era la sonrisa que se le ponía al afeitarse, y cuando se preguntaba a sí mismo: "¿De qué te ríes?", le venía a la mente el éxito francés). Lo cierto es que empecé su libro esa madrugada, al acabar la cena, y reencontré esa escritura suya que arrastra, con una extrañeza cercana, y pensé que le gustaría a G.
Mientras, G. paseó y conversó con su viaje amiga C., la misma que de pequeños trepaba como él por el marco de la puerta de la sala hasta el techo, en un alegre y extraño ritual.
En el aeropuerto de Barcelona, la guardia civil había parado a G., quien ya lo había previsto. Los dos estábamos malhumorados ante la larga cola del aeropuerto, maldiciéndonos por viajar en fin de semana en estas fechas, y cuando salí al fin de la mascarada ritual y le vi con la guardia civil, me dirigí a ellos indignada y logramos abreviar las cosas (no eran de lo peor, aunque no estuvieran dotados para la dialéctica ni siguieran ninguna lógica, y acabaron disculpándose e intentando congraciarse con G, que les perdonó antes que yo).
En ese momento G. vio a Frikosal, que acababa de salir del mismo desagradable e inútil protocolo y se iba hacia un país andino. Nuestra dirección de embarque no estaba lejos y estuvimos andando con él por las cintas. Dijo que seguramente tendría poco tiempo para mirar bichos, sólo el fin de semana, así que tal vez traiga más fotos del lugar que de especies interesantes, pero quién sabe. Fue un paréntesis agradable en medio de la pesadilla de los aeropuertos.
En Mallorca, el tiempo fue otoñal, con muchas nubes, alguna lluvia dispersa, pero nada impidió nuestros paseos, incluso un baño fugaz ayer en un mar de agua transparente y maravillosa (¿Cala Blava?), y luego comimos y paseamos hasta Portitxol. Antes habíamos recorrido Cala Figuera y los alrededores, y la verdad es que todo estaba bastante cuidado y limpio. Todo el fin de semana fue muy agradable, gracias a la hospitalidad de nuestros amigos, a la aromática galería de su casa, a los paseos y a esa afinidad de conexión en la que todo se retoma fácilmente, como si el tiempo no hubiera pasado.
Volver a esta pobre ciudad invadida de basura, hoteles y cemento, a sus pobres árboles escuálidos y amenazados y al barrio más ruidoso de Barcelona resulta triste. Supe que nuestro autoritario alcalde, señor del cemento, había aceptado una consulta popular sobre la destrucción de la Diagonal que ha decidido emprender, pero al parecer luego matizó sobre tal consulta. Cuenta con la pasividad de los ciudadanos, miedo revestido de pereza y nihilismo, incultura arboricida y pensamiento débil, esa parte indudablemente heredada del franquismo, que dejó todo atado y bien atado.
A la vuelta, con su ironía burlona, G. me dijo que formábamos un grupo cohesionado (él y yo), y así nadie nos pararía en los aeropuertos.
Supongo que iré reconciliándome con las cosas, desprendiéndome del lastre de los excesos, escribiendo (aunque el dolor del brazo ha vuelto enseguida) y leyendo, y tal vez la visita de mi amigo serbio sea uno de los alicientes para soportar lo que aquí ocurre, como la buena noticia de que ya hay galeradas de mi libro balcánico.
Plus tard...
He salido a la calle y no he parado de encontrarme gente conocida. ¿Qué pasaba hoy? Yo iba leyendo a Brigitte Reimann mientras me dirigía a un estudio familiar y luego, subiendo Major de Gràcia, leía Ella era Hemingway y No soy Auster, de Enrique Vila-Matas, en una de esas pequeñas ediciones tan logradas que ha hecho la nueva editorial Alfabia (me gustaron las páginas donde habla del "encanto" del escritor, como habló Stevenson, o como Lorca en Teoría y juego del duende, ese hechizo que hace que perdonemos todo o casi todo a algunas personas, el mismo que poseen algunos escritores, aunque no sean siempre los más grandes, y del que carecen algunos de los más grandes, decía VM). Justamente el otro día J.C.L me habló de esa nueva editorial de la que era editora mallorquina de Alpha Decay. Yo iba hacia casa de V., y le llevaba un libro de Tanizaki por haber cuidado de nuestra Gilda estos días. V. estaba hoy como el campo de JRJ, llena de vida y de pasión, con una fiereza radical que impresionaba, pero que a mí me tranquiliza en cierta manera, porque yo tengo ese état d'âme otras veces y la visceralidad suele despertar mi simpatía (como al leer la crítica acerada que VM hace de la arrogancia de Unamuno), mucho más que la tibieza de espíritu. De vuelta a casa, he seguido encontrándome gente por la calle y preguntándome por qué. Por cierto, me encanta que en esos libritos de Alfabia haya un espacio para notas. Piedad para los que, como yo, ¡acabamos anotando cosas en los periódicos, las tarjetas de metro y la última página de algunos libros! La cuestión es que, pensaba yo andando hacia mi casa, V. tiene ese enchantment de Stevenson, o duende lorquiano. Y también lo tiene G., al menos a mis ojos. G ha venido un momento y me ha arreglado el teclado, que parecía muerto. Tras este intensivo juntos, parece que los dos, en vez de saturarnos, nos añoramos...
En Polis, un artículo del AVUI de hoy sobre la basura que los vandálicos habitantes de este barrio arrojan al descampado del azufaifo y que el Ayuntamiento y el distrito se niegan a limpiar, ni a requerir al propietario que limpie. Sepan que en Hereuville se tolera el mantenimiento de vertederos urbanos, aunque eso incluya ratas y haya una guardería al lado (dicho esto, yo no me considero "líder" de ningún "movimiento vecinal").

jueves, 25 de septiembre de 2008

Mallorca y algunas canciones

Foto: Jose Aguirre, G. entre los árboles, Lisboa, 2008
Me voy a ses illes. Hace muchos años que no he vuelto a Mallorca y esta vez tampoco voy a recorrérmela, más bien voy a la ciudad, a recuperar el tiempo perdido en largas charlas con mi amiga M y su partner S. La última vez que los vi juntos fue pura cuestión de azar, oí que me llamaban en una calle de París y gracias a eso, salieron en mi libro balcánico. He visto las predicciones de tiempo: tormentas y nubes y fresco.
Me llevo sólo lo que voy a reseñar para La Vanguardia, y nada más, ni ordenador. Sólo mis cuadernillos, por si surge alguna inspiración de emergencia. De hecho, uno de los dos gérmenes de cuentos pasaba en Mallorca y tal vez el viaje se convierta en el drive que me lleve a esa historia o me dé coraje para adentrarme en el otro cuento embrionario...
Hoy he tenido la sensación de que mi libro balcánico casi existe ya, como objeto. Ese libro me hace una ilusión especial, tal vez por la cantidad de tiempo que me ha acompañado su gestación, los viajes. Hacía la maleta para este tiempo cambiante y pensaba: ¿Qué me llevé a Ljubljana? Siempre me vuelven sensaciones felices de esos viajes, aun con todos sus extraños avatares, a veces desesperantes.
He ido a ver al acupuntor francés. Me ha dicho: ponga los pies en el suelo, está volando. Demasiada actividad cerebral. Doble un poco las rodillas, sienta como si tuviera raíces bajo tierra, como si las extendiera. Y relájese. Respire... No le he dicho nada de La plaza del azufaifo. O la noche del azufaifo. Iré a verlo antes de irme. Esta vez será V. la que cuide de Gilda, si es que encuentro mis llaves.
Me he despertado con unas tontascanciones que me hacen reír. Tal vez sea la idea de desplazarme sólo de visita cuando se ha acabado el verano y sólo va a llover. Una letra de canción decía: sábado y domingo, te quiero Beatriz, sábado y domingo, no quiero estar sin ti. Creo que la cantaba Luis Aguilé. Y eso me recuerda que un día, después de años o siglos sin vernos, Carlos Pazos me llamó para decirme que pusiera la tv, que salía Luis Aguilé. Aquí estaba una amiga semilondinense, E., que se moría de risa: inmediatamente CP subió puntos ante sus ojos. ¿Quién llamaría para avisar que sale Luis Aguilé en la tv? Sólo alguien capaz de una pasión irónica por el pasado como CP (claro que Nmp...). La cuestión es que no llegué a ver al cantante kitsch, pero estuve un rato hablando con CP (aquella voz de siempre, que yo había definido en un viejo escrito de 1978).
Otra canción que bailaba en mi cabeza esta mañana es de un cuento del perverso y poético Andersen, El porquerizo, donde el susodicho seducía a la princesa con una cajita de música que cantaba: "Oh mi querido Agustín, todo tiene su fin" y la cambiaba por besos. Al menos, esa fue la versión que puso el traductor a una canvión danesa. Pero a mí me gustaba esa melancolía asociada al nombre, como aquellas nanas tristes que comentaba Lorca, A la nanita, nana, el caballo fue a la fuente, pero no quiso beber... ¿Por qué no quiso beber? Por la misma razón misteriosa que embarga a ese triste Agustín, o que lleva a la princesa a besar al porquerizo, para oír que todo tiene su fin.
Si quieren leer mi reseña en La Vanguardia, vayan a mi blog de artículos. Y lean a Frikosal sobre las centrales nucleares y el timo de las subprime.

martes, 23 de septiembre de 2008

Esta mañana


Foto: Jose Aguirre, G. (en el centro) haciendo escalada en Lisboa, 2008.

Me he despertado con una percepción completamente distinta de la misma realidad. Lo que ocurrió ayer parece otra cosa visto desde hoy. No una cosa, sino todo ha adquirido otro sentido. ¿Significa eso que necesito tiempo y lentitud para valorar lo que ocurre? ¿O bien significa que la grisaille del cielo, el cambio de temperatura, los misteriosos humores hormonales o el precio de ciertos excesos están distorsionando mi visión de lo real? ¿Existe lo real? Por otra parte, no sólo lo ocurrido ayer ha cambiado de color o de significado, sino también lo que ocurrió hace unos días. En general, todo parece más sombrío y complejo con esta luz. Tampoco Peter Hobbs, con sus personajes siempre al borde de la psicosis, parecía una alternativa, pero confieso que me encanta trabajar leyendo y que es justo lo que apetece hoy.
Por cierto, el otro día tuve que hacer por primera vez una reseña sin haber logrado que el editor me mandase el libro. Algún responsable de prensa de esa editorial me llamó diciéndome que le constaba que el libro debía estar ya en mi casa. Pero no era así. Concluyó que me mandarían un ejemplar desde Barcelona (al parecer, lo habían mandado desde Madrid). Seguramente, nada más colgar el teléfono olvidan sus promesas, los libros que deberían mandar y mi dirección. O tal vez utilizan tortugas mensajeras. O bien hay un agujero negro en el camino que devora los libros. Quién sabe. El caso es que yo he sido clemente citando la editorial, he leído el libro en francés, y no he podido valorar la traducción castellana. Pero me sorprende. ¿Se trata de la misma tendencia de los vendedores que no quieren vender? Una vez escribí una pieza sobre ellos. De una ferretería en Castellterçol a la que yo iba una y otra vez, de un hombre que se negaba obstinadamente a vender nada. Yo le pedía, por ejemplo, una sartén. El hombre me decía que no tenía. Yo le señalaba entonces una que veía allí colgada. Él objetaba que aquella estaba rota y no podía vendérmela. La escena se repetía siempre con cualquier pieza. Luego supe que el hombre no quería jubilarse e intentaba retrasar el momento negándose a liquidar sus existencias. Pero Carles Hac Mor me contó de un charcutero de pueblo al que le pedía, por ejemplo, una botifarra negra. "No n'hi ha", decía el charcutero. "Però si la veig aquí...", insistía el poeta. "Ara em faràs aixecar?..." concluía el vendedor, exasperado. Y ayer uno de los editores de mi libro balcánico me aseguró que en Mallorca ocurre algo parecido, pero no es por desidia, ni por jubilación, sino por unas razones otras... que intentaré comprobar este fin de semana en la isla.
Llegué tarde al homenaje a Alexandre Cirici en La Pedrera. No me dejaban entrar, aunque insistí en que soy de la familia: al fin y al cabo, mis sobrinos llevan ese apellido y para mí, Cirici fue una figura especial, que yo admiraba. Pero una empleada de la institución muy preocupada por la seguridad (la sala podía caer o incendiarse, nos dijo a las atónitas seis personas que esperábamos fuera) nos lo impedía. Era difícil entender que 6 personas más pudiéramos ponerlo todo en peligro. Al fin me dejaron pasar, cuando acababa. Alguien que sólo parecía hablar de sí mismo, y erráticamente, nombrando sólo el apellido Cirici, acabó su parlamento aludiendo a una obra de Carlos Pazos que Cirici había sido el primero en comprender y valorar. Miré por los ventanales que dan al Passeig de Gràcia, los plátanos aún en pie. Recordé una escena en la puerta de la Galería Ciento en que Cirici consolaba a un Pazos desanimado por las críticas adversas: "Deberías estar contento", le dijo. "Si esos te apoyaran, ¡significaría que vas por mal camino! Sus críticas demuestran que no te has equivocado..." En ese momento vi, detrás de los oradores, la foto inmensa de un Alexandre Cirici que miraba hacia mí, me miraba como muchos años antes, en una comida sentado frente a mí, y yo, muy joven y tímida, me preguntaba inquieta qué estaría pensando, por qué me miraría así. Pensé en aquel Cirici que, cuando le enseñaban una pieza, enseguida la asociaba a unas figurillas chinas de la dinastía fu o a cualquier momento de la historia del arte, y le daba otro contexto y otros sentidos. Y también en aquel día, tras su funeral, en su casa, en que personajes como Josep Benet (él sí le habría presentado bien) o Francesc Vicens (ayer le vi entre el público) o tantos otros y otras contaban anécdotas y recuerdos y aquel montón de historias entre el humor, la ironía y quizá alguna lágrima privada le iban recomponiendo en una auténtica celebración. Así imaginaba yo lo de ayer...
Me contaron que todos los oradores excepto uno (Raimon Obiols, que sí habló de Cirici) habían hablado sólo de sí mismos. ¡Me remito a lo que me contaron! Mi hermana señaló que ella ya se está acostumbrando. Dice que en los tribunales de tesis, nadie parece haberse leído la tesis y hablan sólo de sus propias investigaciones. D. Cirici me dijo que había esperado que Pujol contara de unas discusiones perennes que él mismo había presenciado, a sus 7 años, tantas veces, volviendo de Queralbs a Barcelona, entre su padre y Pujol (cuando Cirici no tenía coche y Pujol sí). D. era pequeño, pero recordaba algunas frases que se repetían: "Ara és moment de construir, no de fer batalla", decía Pujol. Y Cirici se oponía: era la dictadura y había que batallar. También discutían de iglesia y laicidad. Pero Pujol no recordaba o no quiso recordar. Eso sí, me dijo DC que la biografía es espléndida, que aparece Cirici tal como era, un gran intuitivo, que improvisaba e inventaba cuando no sabía, pero daba en el clavo. Fuimos a tomar algo y hablamos no sólo del Pam a Pam, sino de aquel Cirici que anotaba en su cuaderno las combinaciones de colores que llevaban los gitanos, porque le atraían. Que diseñó los gegants i capgrossos, del publicitario de "Es Búuuufalo", que hacía las ilustraciones del diccionario de latín y se dibujaba a sí mismo en el triclinium. O dibujaba edificios que encontraba (una vez se puso a copiar lo que resultó ser un cuartel o una sede de espionaje militar. Le tomaron por espía y lo encerraron en el calabozo. Veía los pies de la gente que pasaba por la calle y al fin reconoció a alguien y le pidió ayuda...). O cuando, en el frente, haciendo de topógrafo, añoraba a Carme, su mujer e imaginaba conversaciones con ella, imitando su voz que le decía "Sandre, Sandre"... Por cierto, también vi a Carme, que se acordaba de todo como siempre. Dijo una amiga de la familia que parece como si las montañas la reforzaran; cuando vuelve de allí está siempre mejor.
Un poco más tarde tenía yo una cena en Ciutat Vella con dos amigos croatas, un agente literario amigo, una crítica literaria del Babelia que no se presentó (tal vez porque había despedazado la primera novela del escritor croata y prefería no encararse con él; mientras que a él le hacía gracia el encuentro) y una editora. En un restaurante que siempre echo de menos (aunque ahora no dejan fumar. "¡Pide la lasagna de butifarra negra!", me dijeron varios, olvidando que yo no como esas cosas. Pero mi rape estaba delicioso). En el trascurso de la cena, Marijana, hinduísta casada con el autor croata, me dijo algo triste y revelador, que me habría gustado incluir en mi libro balcánico. Pero ya está cerrado, así que lo contaré tal vez en la presentación o en alguna conferencia o exposée.
Dejé a mis amigos buscando un bar y llegué a casa agotada (no estoy acostumbrada a pasar el día por ahí, y lo que para otros es el pan de cada día, para mí es un esfuerzo que me deja resaca), tras un trayecto con un taxista extrañamente afín, que se preguntaba quién nos gobierna y comentaba las obras de infraestructuras como lo que son, chanchullos en los que algunos se enriquecen y el fin de la quietud, la armonía, el verde, la posibilidad de lluvia. Y aquí estaba G., milagrosamente, esperándome para hablar un rato y enseñarme las fotos de Lisboa.
En Polis, sobre memoria histórica... Y Si alguien quiere leer mi reseña en La Vanguardia Cultura/s, la he colgado en mi blog de artículos.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Alea jacta est


Foto: I.N. Estos liliums los compré, envidiosa de una editora del barrio, a un florista cercano, desesperado de que vayan a arrancar los majestuosos almeces (lledoners) que dan sombra a la Plaça Joaquim Folguera, a diferencia de esa gentuza supuestamente más burguesa (y en realidad analfabeta y zafia) que cree que ni los árboles, ni la tierra ni la frondosidad importan, o que los árboles "están viejos"... Los liliums tardaron tanto en abrirse que casi iba a reclamar y de pronto es una apoteosis de flores carnales y exuberantes, con ráfagas aromáticas que me recuerdan a algo lorquiano.

Acabé la corrección de correcciones de mi libro balcánico y ese hecho me llenó de una intensa felicidad, aunque sólo fuera una fase más, aunque sólo fuera el deber cumplido, o la aproximación al momento en que ese libro (que viajará secretamente a Europa aún en forma de manuscrito) salga a la calle y empiece su vida independiente. Además de felicitarme de lo atinado de las sugerencias del editor, me daban ganas de releerlo todo una vez más...
Luego, una visita al dentista, las malas noticias de Saturno y Némesis me devolvieron bruscamente al suelo, en un aterrizaje forzoso. Estaba lloviendo y ni siquiera mi perspectiva de fin de semana leyendo y escribiendo, sin obras, sin estruendo infernal ni polvo ni sirenas perforadoras de tímpano, podía arrancarme la melancolía dental (ya empezó bajo la fea luz de la sala de espera, y las moléculas de olor que yo, como el personaje de Rick Moody (de quien ya traduje un extraño libro de cuentos), intentaba evitar en vano, mientras leía mi último Agota Kristof, Hier (recién he terminado de encajar mi reseña en los 4.000 caracteres prescritos; allí contaré sintéticamente los ecos de mi borrachera de lectura de sus libros, mi full immersion en Agota Kristof, que ha valido la pena, aunque su desesperanza no fuese teóricamente lo mejor para acompañarme al dentista ni para consolarme de lo que tendré que desembolsar, ¿pero qué libro lo sería?).
Y ahora me volveré al sofá a leer, entre hoy y mañana y tal vez pasado, a Peter Hobbs y a Daniel Handler y a Bergsson (a quienes también voy a reseñar), interrumpiéndome a s'hora baixa para los encuentros sociales o de cualquier especie afín, ya que si no acabaré enloqueciendo y dando voz a las casas como los deslumbrantes psicóticos de la Kristof. Y quien sabe si tal vez reúna el valor para abordar esos dos posibles cuentos que ahora yacen en forma de germen diminuto en uno u otro cuadernillo, antes de que se vuelvan lejanos e irrecuperables.
Ayer me llegó la carta breve y amable de una lectora de La plaza del azufaifo que no sabía mi dirección y me la dejó en un portal de la calle Berlinès, diciendo Carrer del Ginjoler o algo parecido. Por cierto que esta mañana he mirado al árbol desde un ángulo privilegiado y lo he visto más extendido e inmenso que nunca, con el suelo cubierto de azufaifas (he cogido tres o cuatro, para plantarlas) entre la basura que le tiran los vándalos de este barrio ciego y sordo, este barrio destruido y sin apenas belleza, donde la mayoría es ya gente embrutecida, que desdeña los árboles y celebra la fiebre del cemento, ruido y basura del alcalde de Hereuville. Por cierto que hoy, en El País, Patricia Gabancho, en un artículo moderado para mi gusto, señalaba algunas cosas certeras sobre la política municipal. Ah, y anoche se me malogró un post que estaba escribiendo, donde me interrogaba sobre las divergencias en la concepción del tiempo que tengo con una gran parte del mundo, no siempre exclusivamente masculina.
Y una última cosa. En mis lecturas del baño alterno Lavorare stanca de Pavese con La realidad y el deseo de Cernuda y aunque los dos son magníficos, ese libro último late y tiembla, centellea, Cernuda logra disparar tantas hebras nuevas del tapiz inacabable y tanta pasión que...
Vayan a Polis, sobre la que nos viene encima...

jueves, 18 de septiembre de 2008

Giovedi


Foto: Jose Aguirre, G. en Lisboa, 2008

De madrugada, mientras recogía los restos de una cena improvisada, y los rituales de orden tardío se mezclaban en mi cabeza con retazos de conversación y sensaciones físicas y todo lo que los dioses griegos me dedicaron como compensación a mi osadía, volvió a visitarme la idea de un cuento que parodiaría un título de mi querida Dorothy P., y que en realidad respondería a lo que el escorpiniano A. siempre me insiste en que escriba. Hace días, tal vez una semana, se me ocurrió al despertar, pero no lo anoté y se desvaneció, y creí que para siempre. Ahora ha vuelto, y aunque no tengo tiempo, porque la corrección balcánica sigue ocupándome (integrando o respondiendo a las sugerencias de un editor minucioso y con sentido común), ya empieza a ocupar un lugar posible. Veremos si me sale, si tiene sentido, si... Ayer hablaba con alguien que durante años había convertido su vida en una aventura en busca de material para escribir (entre Corea, Dubai y una colina de Alexandria VA desde donde se veían nítidamente los atentados del 11/S, o las predicciones de una joven gitana y los poderes de un maleficio rebotado, y diría que, cuando esa búsqueda tuvo que cesar por otros amarres, la sustituyó por emisoras de radio que hablan de supernovas, neutrones y agujeros negros gigantes que podrían devorar la Tierra), una idea que me atrajo porque yo siempre he pensado que mi material está siempre rodeándome, me persigue con insistencia, interpelándome con descaro, y yo me he pasado la vida esquivándolo o guardándolo o defendiéndome de él, abrumada por su peso y multiplicidad. Y luego buscándolo inútilmente en mi cabeza, desconcertada y cegada en mis bloqueos. Pero claro, mis aventuras son de otra clase porque yo sólo escribo dándole la vuelta al calcetín, como hizo Alexandre Cirici con las casas de l'Eixample en el libro La Barcelona Tendra (dibujadas por Aurora Altissent), y mis búsquedas (en vez de espejo, a veces creo que arrastro gigantescos interrogantes en el camino, con telarañas de sensores internos) están siempre en lo asombroso de las relaciones, lo invisible y su asociación con lo visible, los signos y la parte ignorada, el saber no sabido, el inconsciente.
El brazo aún me duele, sobre todo a ratos, y a pesar de las revoluciones físicas habidas y por haber. Un blogger me ha entrevistado para su blog: pondré el link cuando salga. Y entre tanto, G. cumplió 20 años y le comunicaron el mismo día que podría pasar el curso. Cuando le mandé un sms para felicitarle por su nuevo año, me contestó que yo podía estar contenta, porque lo había hecho muy bien en estos 20 años. G. es así y esas frases suyas, dichas siempre sin énfasis, en la puerta de casa o en un mensaje casual, me alegran una temporada. Al día siguiente lo celebramos con algunos manjares favoritos y la única tarta que le gusta, la sacher vienesa (pero sólo la que hacen en una pastelería clásica y cercana). Luego se fue con J. a Lisboa y desde allí me manda las primeras fotos, contemplando la ciudad, con sus rastas. El otro día me preguntó si me gustaban esas rastas y cuando le dije que no, se burló de mí diciendo: "Pues a ti te quedarían bien con tu color de pelo. Un día te haré unas cuando estés durmiendo"... (lo cual es afortunadamente imposible, porque yo me despierto con el vuelo de una mosca y él no sabe hacer rastas. Así que no tendré que repetir la frase de aquella indigente del cuento reflejada en el charco que le gustaba a V.).
En cuanto acabe la corrección, sumergida en mis lecturas de La Vanguardia, que siguen creciendo, retomaré mi papel de activista y dríade arbórea, contra los planes terribles de los políticos de Hereuville. Hoy he amanecido agotada y para rematar, he tenido que ir a ver a un banquero. El cansancio me sume en un estado peligrosamente vulnerable a lo emocional. Que nadie se fíe de mis declaraciones de hoy en ese terreno. ¿Lloverá?
Vayan a Polis!!!

domingo, 14 de septiembre de 2008

Apenas escribo aquí y lo sé

Foto: I.N. V. y A. leyendo en Ibiza, 2008
Pero el viento sigue. Ayer miraba a ese espectáculo de nubes que nunca tenemos en esta ciudad y que me recuerda más a los cielos madrileños, secos (la contrapartida es que allí, la sequedad del aire me molesta en la cabeza, me alisa el pelo, hace que mi piel parezca tierra yerma y resquebrajada y siento una extraña inquietud de que en ningún horizonte pueda estar la tranquilizadora franja azulada), uno de esos espectáculos que, como decía Virginia Woolf en Estar enfermo, la Naturaleza seguiría organizando aunque nosotros nos tumbásemos todos boca abajo o cerrásemos los ojos. Las nubes eran magníficas, de esas que arrebataban al personaje de L'étranger (les nuages! Là-bas...) de Baudelaire (con el que yo me identifiqué sobresaltada en una lectura adolescente), y ayer, por un momento, extasiada, pensé: "Al menos no pueden talar las nubes". Porque ando buscando rincones con árboles, sabiendo que muchos, si no todos, tienen los días contados. A veces me pregunto si no es una pesadilla todo lo que se avecina en la ciudad: la destrucción de la Diagonal, la destrucción de la plaça Joaquim Folguera, la destrucción del Parc de la Ciutadella, o esa calva espantosa del Tibidabo que ya se ve desde Muntaner, por las encinas centenarias que están talando en Collserola. Y lo peor, con el beneplácito de tantos ciudadanos analfabetos, contentos de que el trambaix llegue más allá o el metro transporte a esos turistas del mendrugo a la montaña rusa, aunque eso suponga respirar un aire más contaminado, no tener sombra ni tierra sino más cemento ardiente. Tal vez sean esos mismos ciudadanos que tiran basura a la calle o que mean contra un coche, como los perros: lo vio ayer horrorizada L. en su barrio (¿Habrá que ponerles azufre?). Ayer en La Vanguardia había una carta que me pareció decisiva, especial para los que no quieren darse cuenta de que vivimos en un estercolero. La he puesto en Polis, junto con un artículo que me manda Jazzy de JM en El País contra los alcaldes y la especulación. Creo que en este caso, JM tiene toda la razón.
Y volviendo a los espectáculos celestes, ya anteanoche, mientras celebrábamos un agradable cumpleaños en una de esas casas con esprit pero sin humo, vi que alguien fumaba en la ventana y fui para allá. Esa ventana de la galería da a un patio privilegiado del Eixample, con palmeras generosas, y aunque obtuve el permiso del homenajeado, hubo que apagar el cigarrillo inmediatamente, porque el otro señor de la casa y anfitrión de la fiesta vino a decirnos que el humo entraba y no podía ser. Pero valió la pena el momento porque me sirvió para contemplar una nube asombrosa, densísima e inmensa, que se movía iluminada por la luna (como el vaso de leche envenenada de Sospecha) creciente de una forma completamente insólita, apoyándose en los edificios y envolviendo las antenas, en un cielo impecable, barrido por el viento y nada barcelonés.
Yo sigo (pese a las oleadas de dolor ardiente de mi brazo) con mi maratón correctiva del estudio sobre memoria histórica y salud mental, y esta semana seguirá lo balcánico; de hecho estoy sufriendo de no poder dedicarme en exclusiva y ya mismo a ese libro mío, acabado y rematado, pero en fase de pulido. Ayer fui a ver a Pina Bausch, y pese a maldecir al Liceu, que cobra unas entradas a precios astronómicos sin ofrecer apenas visibilidad, fue una experiencia gozosa ver ese otro espectáculo, tan poético y sutil como las nubes. La primera pieza, el Cafe Muller, parecía hablar -ella como una libélula o una mariposa nocturna chocando contra la pared- de la fragilidad, el paso del tiempo, la vejez, pero también la extrañeza y el aislamiento frente a la agitación del mundo, y había un personaje más terrestre que me recordaba a la primera farmacéutica de Cadaqués, una francesa pelirroja y alocada, andando con un taconeo ridículo, entre pájaro y spinster, muy graciosa y sensual, y una pareja que repetía dolorosamente aquellas caídas y abrazos y caídas, todo desesperado, entre el patetismo y la burla, y la escena como un cuadro de Hopper (L dixit) y la luz que les transfiguraba al salir tras los cristales. Y luego, esa interpretación tan inteligente y literaria, coral, de la pieza de Stravinsky, La consagración de la primavera, con todos aquellos bailarines tan diestros y hermosamente descarnados, con sus respiraciones como vuelos de pájaros, componiendo cuadros vivos y dramáticosde una belleza sobrecogedora, y a veces orwelliana, de mundo catastrófico, donde todos corrían y se encontraban y abrazaban con desespero. Ya sé que hace muchos años de todo esto (Cafe Müller es del 75), que ella abrió caminos a tantos otros (la versión danzarina y acuática de Dido y Eneas de Sasha Waltz que vimos hace poco en el Auditori recogía el legado de Pina B., como dijimos ayer), por eso y porque a Barcelona no había venido y ésta era una ocasión tal vez última para verla, no comprendo que el primer día hubiera un público dispuesto a abuchearla. Ayer todo el mundo aplaudió y con entusiasmo.
Y sigo leyendo a Agota Kristof, aunque en francés, porque algunas editoriales, para mandar un libro a la misma ciudad tardan semanas, aunque pierdan la ocasión de que salga reseñado (y otras lo mandan en media hora) en La Vanguardia.
Por cierto, me ha encantado la reseña que E. Lynch hace en la revista Las Nubes de un ensayo genial de Sloterdjik sobre Derrida (Moisés y Freud) que leí en casa de la hospitalaria N. en Luxemburgo, y me hace gracia que use la frase que yo, en mi ignorancia, tuve que concluir de mi lectura: Se non è vero, è ben trobato. También en Las Nubes una estupenda reseña de Elisenda Julibert sobre Coetzee, donde cita a otro favorito mío, con una de sus frases geniales, ya desde el título. Lo malo de esa revista es que engancha y luego cuesta salir...
Seguimos con estos cielos magníficos y una brisa fresca (aunque me alise el pelo, con el peligro de encontrarme como la indigente de aquel cuento de Pepe el tonto y otros tontos, a quien algún desaprensivo le cortaba la falda mientras dormía, y la pobre, al verse reflejada en el charco decía: "¿Pues quién soy si no soy yo?") me permite reponerme unas horas hasta que vuelva el fragor de las obras, la condena de nuestros árboles, el infierno especulativo de este horrible ayuntamiento y su inclemente alcalde, que ha logrado casi hacer mejor a su ya horrible antecesor. Así que voy a seguir disfrutando de este silencio y este sol, mientras pueda.

martes, 9 de septiembre de 2008

Un viento huracanado

Foto: ?? G y yo en La Habana, en 2004 (seguramente a G no le gustará que ponga esta foto; ahora con sus rastas y piercings no se parece a este chico inocente..., pero está ocupado con sus exámenes y no lo verá). Los que nos hicieron la foto tenían prohibido salir en ninguna fotografía por sus creencias changó o lo que fueran; lo extraño fue que pese a todo salieron... pero no fue por voluntad nuestra.
Me ha recorrido también en sueños. En algún rincón de mi mente crece un deseo obsesivo y secreto, una burla de mi idea desdeñosa sobre esa clase de caprichos vanos y sin salida, que me exasperaban en otros. Esa repetición, convertida en manía, tiene una función sustitutiva que no acaba de convencerme. Y al mismo tiempo, qué tentación, qué agradable soñar en vez de vivir, en una modalidad más saludable y menos tóxica que en otros tiempos...
Del colegio vecino me llegan los llantos desesperados de septiembre. Algunos niños lloran con tal fuerza y a veces son tantos que en algunos momentos siento ganas de unirme a ellos. Es espectacular. Cada año es lo mismo, y en octubre, el grupo de los que lloran a gritos, de los que no transigen ni se rinden ni socializan es más pequeño, pero sigue ahí. Algunos hacen huelga de hambre, de juego, de atención, y sólo se rebelan. Otros les miran extrañados. Y yo me acuerdo de cúando espiábamos a un G. pequeño que jugaba en ese patio, bajo un sauce gigantesco que talaron para construir un barracón, con el mismo espíritu arboricida de todo este país (lean Polis).
Mientras, mis editores del libro balcánico me contagian su entusiasmo y diligencia, así que héme aquí -a pesar del dolor y de la corrección del estudio de memoria histórica que me ocupa-, con el manuscrito balcánico, revisando las correcciones editoriales. El texto de la contraportada contiene una frase elogiosa que me servirá también para momentos oscuros. También un amigo agente literario de autores balcánicos me ha dicho que el libro se lee como una novela. Ayer fue un día de elojios (como diría JRJ) que me llegaron como una lluvia generosa. Cachodepan en su post, J. que me hizo gestos en la calle, desde lejos, y luego me escribió para elogiar mi aspecto alardeando de su condición de experto en mujeres, V., que tras una sesión yógica especial para mis vértebras, citó a A diciendo "él sabe de lo que habla"., incluso un osado tendero que decidió sumarse a una campaña sin orquestar, decididos a fortalecer mi espíritu lacerado por el dolor del brazo.
De pronto tengo un montón de libros que reseñar para La Vanguardia. Libros que tienen que llegar, entre ellos la trilogía y uno más de la magnífica e interesante Agota Kristof. Y otros tantos que iré comentando. Mientras, tal vez estimulada por el desafío de la dificultad que alguien me anunció, me compré Il mare non bagna Napoli de la Ortese: el prólogo me encantó, su reflexión autocrítica intentando entender el por qué de su furia contra la ciudad que amaba y que tuvo que abandonar. No puedo decir que no me resulte familiar. Y de momento el lenguaje no es jeroglífico. Leo a Cernuda, La realidad y el deseo y me sigue deslumbrando como cuando lo leí de pequeña, en una edición bien distinta.
En su paz la ventana
Restituye a diario
Las estrellas, el aire
Y el que estaba soñando.
Pero todo esto se acabará. Me han aprobado dos ciclos de conferencias y tengo que empezar a investigar, a buscar. Me abruma pensar que tengo dos meses -febrero y marzo- de conferencias. ¿Para cuándo mis viajes necesarios para airearme, si mi libro balcánico sale en enero y en octubre doy otro curso de siempre? Me queda noviembre y diciembre para pensar huidas diversas.
Hoy en La Vanguardia un artículo de Màrius Carol cuenta el horror y la destrucción que nuestro desastroso ayuntamiento piensa hacer en la Diagonal. Cargársela. Lo copiaré en Polis si mi brazo me lo permite. También pondré el link de un artículo mío sobre la memoria que ha salido en la publicación del Col·legi de Psicòlegs.
En attendant (Godot) el retorno vacacional del librero de la calle Berlinès (él se ha perdido felizmente los peores y últimos ruidos de la calle, ahora ya cerrada), lieu d'esprit de estos parajes, veo que han ampliado La Central. Me encanta ver cómo crece ese espacio libresco (es una especie de victoria contra el analfabetismo ubicuo), y también me gusta que pongan un café (si ya quedábamos allí sin poder tomar más que libros...). Hoy una joven rubia que estaba en la caja y tiene nombre de escritora me ha preguntado con interés por mi libro balcánico, en qué consistía.
Sólo queda esperar que el osteópata haya acertado con mis vértebras y se vaya desvaneciendo el dolor, que yo asocio a otra situación, creada misteriosamente y cuyo muro invisible no logro franquear, un poco como en El ángel exterminador de Buñuel (o La casa tomada de Cortázar) no podían salir de la casa. Cuando acabe mis dos maratones de corrección, tal vez vuelva a los cuentos. O tal vez mi fugaz visita a una amiga mallorquina a final de mes me devuelva a esa escritura...

viernes, 5 de septiembre de 2008

Mientras


Foto: I.N., Cementerio de Barjac, 2008

Corrijo un libro de Anna Miñarro y Teresa Morandi sobre trauma y memoria histórica (por cierto: me pareció una buena noticia la decisión de Garzón: veremos cómo prospera y en qué queda), y mi brazo no deja de doler. Dos amigos me han llamado a mediodía para huir a una playa y yo les he llevado a aquel lugar solitario que pocos conocen, pero no hacía sol, sino viento. Una medusa fea, que recordaba a un preservativo gigante, me ha pasado rozando la cintura sin hacerme daño, en una dudosa caricia tentacular. Tenía un reborde marronoso que parecía de caucho. Había cierto oleaje, pero no he visto los peces voladores típicos de ese lugar de pinos peinados y compactos. Hemos ido a comer un bocadillo y el pan era de ayer y he dejado la mitad. Luego a tomar un té en un lugar muy agradable bajo los altísimos pinos, pero el agua era mala, no la habían calentado suficiente y el té (de marca irreconocible) sabía a sopa o a jabón. No sé por qué todo el mundo me llamaba y enviaba sms al mismo tiempo: ¿sería una hora telefónica, una hora comunicativa, la hora de Hermes-Mercurio y sus sandalias aladas?
Ayer acabé La preuve (su final melancólico y en parte siniestro no me sorprendió, excepto por un detalle interrogante que no vi claro) y luego leí casi entero Telón de boca, un libro insólito de Juan Goytisolo, con una poética personal (surgido sin duda tras la muerte de Monique Lange) y una narración de la soledad y la pérdida y el desconcierto, con sueños que asocian esa muerte a la muerte de su madre en la infancia, y con una fatiga que prefigura la proximidad de su propia muerte (la del narrador), bien escrito, pero distinto del resto de su obra y con un aliento poderoso.
Aún no he logrado volver a mis cuentos y el dolor del brazo se mezcla a ese otro más leve, desgaste o rozamiento o premura lacerante, confusión desconcertada de que cuando no escribo, no soy o apenas. No diré más: me duele también el teclado. Empiezo a pensar en programas de dictado... Espero reponerme este fin de semana.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Del dolor y sus grietas


Foto: Manel Armengol, As Furnas, 1999.
Leo a Agota Kristof, repentinamente y casi por casualidad. Hacía mucho tiempo que Yelena me la había recomendado, sé que ella la propuso a alguna editorial y no le hicieron caso o reaccionaron demasiado tarde, cuando otra editorial ya la había descubierto. Entonces publicaron en el Babelia una entrevista brutal, que permitía adivinar la mirada de su prosa, esa desesperanza ósea, completamente descarnada: me impresionó. El otro día pesqué La preuve y la estoy leyendo. Es una nouvelle, pero la alterno con Sebastian y con Maugham y en los pocos ratos que me quedan para leer. Ayer volví a leer andando por la calle (controlando los obstáculos de soslayo, con el rabillo del ojo) porque el relato de Kristof me atrae irresistiblemente: esa extraña mezcla de dureza y vida dentro del horror, con una sensualidad que no se agota en el dolor, con encuentros intensos y protectores, tal vez con humor incluso, pero siempre viviendo en el infierno, un lugar donde no hay reglas (Thomas Mann), donde reina la arbitrariedad y la muerte es siempre una posibilidad cercana e impuesta, como el saqueo y el miedo. Hay una oscuridad, o más bien, una grisaille que lo domina todo, y sin embargo, hay momentos en que Kristof recuerda a la locura delirante y mucho más esperanzada pese a todo de Babel, o a la atmósfera de Trastorno de Bernhard. Aunque lea otras cosas, me parece que sólo estoy con ella. Su voz es como un susurro persistente, capaz de erosionar y crear un canal constante. Siento que ella es el mundo, aunque haya cosas más luminosas fuera. Es la historia del siglo XX, junto con la parte de Primo Levi y de tantos otros. (La parte que a algunos nos costó reconocer, porque se había solapado a una ética que aún nos sigue convenciendo. Yo seguiré pensando, como Berger, que el marxismo era una buena idea que se aplicó mal, y como tantos balcánicos, la única salida de esa ética del rojerío estaría más cerca de la socialdemocracia estilo nórdico.) La historia de la brutalidad y el terror, pero también de cómo en medio de un ambiente (en ese niño lisiado y pequeño, abandonado por su madre, en ese gemelo solo que convive con los esqueletos de su madre y su hermana y espera a su gemelo que cruzó la frontera, y acoge a una mujer desesperada y visita a un cura que juega con él al ajedrez y le dice que se condenará o visita a un secretario del Partido que comparte su miedo porque es homosexual y puede ser descubierto) así, puede transcurrir la vida. Seguiré leyéndola.
La leo mientras no se apaga el dolor de mi brazo. Me dijo mi nuevo osteópata que me dolería dos o tres días tras la primera sesión y en eso estoy. Discutimos sobre si mi inglés sería mejor o peor que su castellano y en inglés explicó que todo estaba en la nuca y me enseñó lo que ocurría con una columna vertebral de plástico. Dijo que en tres sesiones lo resolveríamos. Hoy volveré a yoga. Todo este proceso empezó con un terrible disgusto de traducción en un museo, y aunque resolví no trabajar más con aquella falta de confianza, el dolor ha seguido ahí porque una vez se pinza el nervio hay que hacer algo para resolverlo fisiológicamente.
Me duelen los árboles condenados, la ciudad que sigue siendo destruida. No me dejan olvidarlo porque aquí, el estruendo es constante, y el polvo y la basura que la gente sigue tirando a la calle.
La música me consuela muchísimo, aunque a veces la escuche como una música dolorida. Y es que el dolor, como en el relato de Agota Kristof o tal vez con más intensidad para mí, tiene siempre grietas por donde se cuelan el placer y la fruición y también oleadas de una extraña felicidad. Yo puedo bailar con ese dolor y de paso reírme de mi extraña heteregeneidad d'états d'âme, puedo todavía notar esa respiración que ensancha las grietas de tal forma que a veces casi parecen transformarlo todo, como las esperanzas que crecen en las macetas de G (espero que los dioses griegos le iluminen hoy en su examen oriental y su examen castellano). Pero pensando en las grietas del dolor, recuerdo que una vez, cuando G. era pequeño, en Cadaqués, cerré la puerta pillándole un dedo, y cuando le llevaba, en brazos de su padre, al hospital del pueblo, llorando de dolor sin parar, con una intensidad que hacía insoportable mi asfixia culpable, a pesar de las lágrimas vio algo al pasar. Y al salir de la cura, señaló un muro encalado y ajardinado con una higuera olorosa y dijo que allí vendían helados, porque había visto salir a un niño con uno, y él también quería. Era la demostración gráfica de que el deseo e incluso un pequeño placer siguen latiendo en medio del dolor. Para mí, la niñez de G. estuvo llena de esas demostraciones.

martes, 2 de septiembre de 2008

Correos y surrealismo

Foto: Inés Batlló. Oruga en Mas du Pellier, la Provence, 2008
Me estaba acordando de un ensayo de Jonathan Franzen en How To Be Alone donde contaba la odisea de una oficina de Correos corrupta en no sé qué ciudad norteamericana donde nunca llegaban las cartas y las protestas seguían un itinerario extraño y las incidencias eran dignas de la prosa más paródica, tal vez rusa. No es casual que lo recuerde. En este mes de agosto, durante una semana estuvo estropeado el interfono de mi edificio o más bien la luz de la escalera, y parecía imposible que lo arreglaran. La cuestión es que dejamos de recibir el correo. En cambio, el repartidor de bancos y facturas no dejó de llegar. Llamé a Correos y tras pasarme de un número a otro y negar cada uno lo que decía el anterior ("Es que en agosto contratan gente que no sabe nada", concluyó el último, algo más razonable... Si sólo fuera en agosto, pensé yo). Me dijeron que podíamos recoger el correo en una oficina de República Argentina, pero cuando me personé allí, en el horario indicado, la oficina estaba cerrada al público. Esta mañana, la propietaria del estanco que hay frente al edificio me ha contado que el cartero le dijo que tenían "la orden de no repartir correo en nuestro edificio" y que "la pila de cartas crece y crece y nadie va a recogerlo", excepto un señor que sí recogió algunas cartas suyas. He vuelto a llamar, pero en la oficina de República Argentina no cogen el teléfono. He llamado a la de Balmes, pero me dicen que no es responsabilidad suya, que ellos son de admisiones, y que a esa oficina hay que llamar o ir a las 7 de la mañana, porque más tarde no están para atender al público. Así que mañana probaré a las 7, pero no tengo grandes esperanzas. Imagino que deben de haber devuelto todos los paquetes de libros encargados. Imagino cartas urgentes que llegarán obsoletas, como aquel Lucky Luke contre Phil de Fer, tan vigente por estos lares. Un tipo iba a buscar oro y le decía a su novia que le esperase. Enseguida le mandaba una carta comunicándole que ya era rico y que se reuniese con él, pero el cartero iba a caballo, era atacado por los indios, saqueado por bandidos, enfermaba de sed y tras todas esas y otras vicisitudes, llegaba al fin a su destino, pero la mujer estaba ya casada y tenía tres hijos. En fin, espero que no tuviéramos cartas de embargo ni cosas similares. En cualquier caso, el cartero viene todos los años a por el aguinaldo (un detalle que siempre me recuerda al franquismo) con una postal muy fea donde aparece un cartero dibujado que sin embargo no se le parece. Todo esto naturalmente roza la ilegalidad. Hay contratos y papeles legales que pueden ser urgentes. Todo ciudadano tiene derecho a recibir el correo en su domicilio y nadie puede dar por otros "la orden" de que no lo repartan. ¿Pero a quién le importa? Vivimos en estados de políticos forajidos, que trabajan con las mafias de la construcción, cobran nuestros impuestos y deciden sin contar con nosotros, cortan los árboles y no los sustituyen, abandonan la educación pública y apuestan sólo por la privada (ayer leí que sólo dos países de la UE tienen úna educación pública más abandonada que la nuestra). Las compañías también son forajidas, nos cobran y no nos sirven, nos cortan suministros sin rebajar el coste, mi madre lleva meses intentando recuperar su línea de telefónica. Está mal de salud y es mayor y le cuesta manejar un móvil, pero en telefónica no la atienden. El Estado no obliga a las compañías a reinvertir sus beneficios en mejorar redes ni asistencia. Las eléctricas no se molestan en revisar las centrales nucleares, que peligran como los materiales radiactivos en Rusia. Cada uno que se pone al teléfono le dice una mentira distinta, pero el teléfono sigue sin línea. La gente se resigna y sigue pagando. ¿Y a quién le importa?
¡Vayan a Polis! Luego sigo con los links