jueves, 30 de septiembre de 2010

Esta tarde, en el Día Internacional del Traductor

Por iniciativa de Anna Casassas, algunos traductores leeremos textos traducidos a las 20h en el Cafè Salambo. Dolors Udina, Antoni Clapés, Selma Ancira, Rodolfo Häsler, Esther Zarraluki (escritora invitada), Elena Vilallonga, Víctor Sunyol, Teresa Shaw, Jordi Nopca y yo, entre otros.
Mientras, en la Plaça del Rei, bajo el lema Traducir es humano, traductores de Acett, Acec y APTIC leerán fragmentos de la gran literatura traducidos por software, para demostrar que hace falta un ser humano para realizar esa tarea, o se perdería lo mejor de la lengua y la literatura. Hay una estupenda entrevista de Lluís Maria Todó sobre esa iniciativa y sobre la injustamente mísera condición de los traductores en este país (que le hicieron en catalán y aquí aparece con una versión castellana algo precipitada, que no es del autor).

domingo, 26 de septiembre de 2010

Una entradilla rápida como recordatorio

Foto: I.N. Rufus, entre Bandini y Simon's Cat, 2010
En esta semana agitada y efervescente
El miércoles huelga general
El jueves, Día Internacional del Traductor (por San Jerónimo) a las 19:30 leeré fragmentos de traducciones en el Café Salambó junto con Anna Casasses, Dolors Udina, Rodolfo Häsler, Selma Ancira, Victor Sunyol, Antoni Clapès y Elena Vilallonga, entre otros buenos traductores
Y recordarles finalmente que quedan pocos días para matricularse en mi Curso de l'Escola d'Escriptura del Ateneu Barcelonés

sábado, 25 de septiembre de 2010

Los días corren

Foto: I.N. Plátanos de la Rambla, 2010
Aceleradamente. He leído un librito de Lampedusa que compré en Sicilia, pensando que se trataba de cuentos y sin saber que precisamente hablaban de su infancia, I racconti. La introducción es maravillosa y me ha llevado al rescate del Henry Brulard de Stendhal, yo, que sigo coleccionando escritores que hablan de su infancia o de sus progenitores, y dice Lampedusa que tal vez sea la obra maestra de Stendhal y que intentará hacer lo mismo, afirma que al llegar a cierta edad, la obligación de escribir diarios o memorias debería ser impuesta por el Estado, y luego señala que intentará seguir el método "Henry Brulard" con una diferencia cualitativa. Para Stendhal la infancia fue sujeción a la tiranía y la prepotencia. Para Lampedusa, la infancia es un paraíso perdido, el paraíso en la tierra. Ese entorno principesco y barroco, esos palacios y jardines para un niño solitario, libre y querido por todos, la atmósfera de excéntricos personajes, la lectura y el descubrimiento del mundo componen estos relatos. "Non so se sono fin qui riuscito a dare l'idea che ero un ragazzo cui piaceva la solitudine, cui piaceva di piú stare con le cose che con le persone. Poiché era così si capirà facilmente come la vita a S. Margherita fosse ideale per me. Nella vastità ornata della casa (12 persone in 300 stanze) mi aggiravo come in un bosco incantato."
Y al final, entre otras piezas narrativas, hay una titulada La sirena que me ha entusiasmado. Una especie de encuentro amoroso y realista (!) con una sirena, con momentos deslumbrantes, como cuando ella llega de sus peregrinaciones misteriosas y la ve entre el agua y la tierra y su cola, que en el agua es brillo plateado y mercurio en movimiento, en la tierra adquiere un aspecto dramático, animal: "Così, impacciata da quella parte stessa del suo corpo che le conferiva ne'llacqua divina scioltezza, esa presentava un aspetto commovente de bestia ferita che il riso degli occhi smentiva invano." El relato está escrito como una carta a un amigo, y en un momento habla de la doble condición de ella, animal y a la vez divina, hija de dioses, una mezcla de sensualidad salvaje y alta intelectualidad filosófica y lo cuenta con contundente gracia: "Te l'ho già detto, Corbera, un animale era; ma era anche una Immortale ed è peccato che parlando non si possa continuanente esprimere questa sintesi che nel suo corpo manifestava con meravigliosa semplicità. Non soltanto nell'atto d'amore essa mostrava una foga e una delicatezza più che umana ma il suo parlare era di una immediatezza potente che ho ritrovato solo in pochi grandissimi poeti. Non si è figli di Calliope per niente: all'oscuro di tutte le culture, ignara di tutte le saggezze, sdegnosa di ogni costrizione morale, tuttavia essa faceva parte della fonte naturale di queste entità, ed esprimeva questa sua primigenia superiorità in termini di scabra bellezza..." Y la sirena, que es siempre libre y viajera y desaparece todo el tiempo, le tienta a dejar la vida mortal y seguirla, a evitar así dolor, vejez, miseria y muerte, y a recorrer con ella lugares de belleza infinita.
También leí dos cuentos espléndidos de La bicicleta estàtica de Sergi Pàmies, "Quatre nits" y "L'Illa", el primero sobre su origen, ligado a Le notte di Cabiria de Fellini y a Cinecittà, que es un homenaje sutil y suavemente irónico-melancólico a sus padres, y el segundo paródico y genial sobre el suicidio y las compañías de seguros y la ciudad y el tabaco; un descubrimiento.
Y releeré o retomaré (creo que lo empecé demasiado joven y lo dejé) Vie de Henry Brulard, cuando acabe de trabajar con Dorothy Parker para mi conferencia del martes en el Laboratorio de Escritura y para un artículo que acaban de proponerme en la revista electrónica Frontera D.
Mientras, Rufus sigue entre sueños y caricias de gato-almohadón. A veces juega por el pasillo con algún juguete o salta sobre mi lápiz cuando estoy corrigiendo, como ayer cuando leía el manuscrito traducido al castellano de la novela Schnitt, de mi amigo serbio, que estaba en un momento hilarante y amargo, casi quijotesco, y Rufus decidió intervenir. A veces me sobresalta su parecido con Gilda, en el lomo atigrado, otras me soprenden sus diferencias. Pese a su carácter de gato-cojín, Rufus tiene nariz de león. Para cortarle las uñas a Gilda teníamos que organizarnos G. y yo en una estrategia conjunta y sujetarla, aunque luego ella agradeciera poder seguir siendo una gata silenciosa y no tintinear por la casa con las uñas como un perro. A Rufus le gusta tanto que nos ocupemos de él y le toquemos que se deja cortar las uñas como si fuese cosa de un masaje. En cambio ayer vio algo en mi terraza que le hizo correr despavorido y enterrarse en el sofá. Le abracé y se le fue pasando el temblor y la respiración entrecortada. ¿Algún recuerdo de esa otra vida suya? A veces necesita que le acariciemos como quien tiene una adicción afectiva, como necesita su dosis de comida seca. En cuanto le acaricio, suelta un fuerte suspiro de alivio, como diciendo: Al fin...
Sigo pensando que este país es demasiado sumiso mientras leo de tanta gente que no piensa apoyar la huelga (entre ellos el conseller Saura, qué vergüenza). Envidio a nuestros vecinos gabachos, que no dudan en hacer huelga ni en salir a la calle para demostrar su fuerza. Me alegró que Joan Margarit llamase a la huelga en su pregón de la Mercè. En Facebook, con la efervescencia y la particular mezcla de agitación, imágenes y música que caracteriza ese medio, una amiga virtual que está contra la huelga se ha enfadado conmigo y me ha eliminado de sus amistades de Fb. Sé de más gente que se ha peleado por esto. Sé que algunos desconocidos toman mi vehemencia y mis exasperaciones por desprecio, pero yo no me siento en posición de despreciar, salvo en casos muy extremos.
Sigo haciendo campaña pidiendo la liberación de mi amigo persa-canadiense. Por cierto, se necesitan más firmas para evitar la pena de muerte. Bertrand Delanoë ha intercedido por él. Yo le he escrito a BHL.
Hoy he soñado que iba en un seiscientos con un amigo por una de esas zonas nuevas y feas de la Diagonal y nos perdíamos, y él se iba a preguntar, se metía en otro coche y salía en destino desconocido y yo dudaba si aparcar yo el coche y al fin lo abandonaba, abierto, y luego resultaba que estábamos otra vez en NY (aunque no lo pareciera), y yo grababa por aburrimiento unas escenas callejeras, en el vestíbulo de un hotel y en unos billares con el móvil que luego resultaban ser metraje valioso, y me preguntaba de dónde habría sacado mi amigo el seiscientos en NY, si se lo habría traído de Barcelona y lamentaba habérselo perdido y me iba a pasear sola por la ciudad nocturna y de pronto concluía con mucha calma que le habían secuestrado. Estos días he seguido escribiendo la novela a trozos y esta mañana me he despertado pensando en una escena que aún no he abordado. Intento ser, como me indicó la Esfinge, más magnánima y diplomática conmigo misma. Ella decía que pienso demasiado en no herir los sentimientos de los demás y que soy demasiado dura conmigo.
Erika B. me mandó ayer un escrito contando que han cambiado los antiguos kioscos de flores y animales de las Ramblas por unas feas casetas banales de comercios de moda y quejándose con razón de la degeneración del paisaje urbano e histórico y del bonito paseo que eran las Ramblas y que nos han arrebatado. Como la política económica y social del Gobierno, parece una especie de prueba municipal de nuestro aguante y nuestras tragaderas. Tal vez después de esto seguirán los edificios históricos, los magníficos plátanos, todo lo que queda...
Olvidaba decir que estoy sin teléfono ni conexión, y sólo revivo a ratos gracias al wi-fi de mi generoso vecino. La catástrofe empezó anteanoche, di aviso y en Telefónica (ahora Movistar) siguen burlándose de nosotros y registrando nuestros avisos de avería sin reaccionar. Tal vez esperan a contar las 24 horas prometidas a partir del día post-huelga. Ayer alguien me ofreció hospitalidad y trabajé allí, como pez fuera del agua, rodeada de orden y de colecciones de pequeños objetos preciosos. En cuanto a G., cuando vuelve de sus excursiones nocturnas, parece seguirme como Kramer, aquel personaje de Seinfeld o como una sombra burlona. A la que me despisto lo encuentro conectándose con mi ordenador, pidiendo alimento o durmiendo la siesta encima de mi cama, con su nuevo aspecto.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Mi charla sobre Dorothy Parker en el Laboratorio de Escritura

LABORATORIO DE ESCRITURA
Actividades Literarias de septiembre
Martes 28 de septiembre a las 19h
En la serie El traductor como lector privilegiado Isabel Núñez habla de Dorothy Parker Se comentará la obra de Dorothy Parker de la mano de su traductora, quien explicará la experiencia como lector e intérprete de obras literarias. Escorial 11 08024 Barcelona metro joanic autobús: 39, 55 bicing: pl. joanic parking Horario de atención: Lunes a viernes 10h00 - 14h00 / 16h00 - 18h00 Teléfonos: 93 213 94 89 / 622 822 897

martes, 21 de septiembre de 2010

¿Cómo decir?

Foto: I.N., Cadaqués, el lugar del golpe que me hizo distinta, 2010
Hace días que no escribo aquí. Hace días que me ha poseído la otra escritura, la de mi novela, y de pronto, tras esa travesía del desierto escribiendo poco, borrando más, en la pura desolladura y sólo por autodisciplina, al fin las palabras me arrastran y es como si no pudiera parar. A veces me parece reconocer aquella escritura torrentosa de mis cuentos de Algunos hombres... y otras mujeres, aquellas conjunciones que interpelaban o irritaban a alguien que presentó mis cuentos, aquel flujo torrencial y tumultuoso que a mí me recordaba a Las Mil y Una Noches después del tiempo detenido y calmoso de tantos cuentos de Crucigrama.
No sé si podré encajar todo esto con lo anterior. No sé qué pasará al final. Sólo sé que el consejo y vaticinio de mi amigo serbio: "No pienses. Sigue escribiendo y algo ocurrirá tal vez mientras escribes..." se ha cumplido. Algo ha ocurrido mientras escribía. Fue después de que alguien del pasado se acercara a mí de un modo que no me dejó dormir. A la mañana siguiente me levanté pensando en escribir precisamente la parte más negra del pasado que habíamos compartido. Luego fui para atrás y para alante. Y sigo ahí, secuestrada por la escritura. Hoy he escrito algo que tiene que ver con la muerte de mi padre. Es material bruto, habrá que pulir, revisar, ver. Siempre quise escribirlo, hoy he reunido el valor al fin. Ha sido tras ir al funeral de la madre de un amigo, en el tanatorio de la Ronda de Dalt, que estaba rodeado de un paisaje verde exuberante. He estado a punto de echarme a llorar allí, oyendo cómo mi amigo leía páginas del diario de su madre, de estos días. Él parecía radiante en su tristeza, envuelto en un fulgor calmo y desconocido. Ella se ha muerto de pronto, felizmente para ella, pero eso siempre es más difícil de digerir para los que quedan: no da tiempo a despedirse.
Yo escribo. Una noche fui a Horta a un concierto en la plaça Eivissa, gracias a la hospitalidad de la editora de Navona, que me contagió su entusiasmo y nos convenció a Tigridia y a mí con su posición ética, lectora y verdadera. El lugar tenía sus encantos. Horta sigue teniendo algo genuino que otros barrios de la ciudad han perdido. A pesar de las oleadas constructoras. Al acabar, Tigridia y yo intentamos volver andando sorteando colinas. Descubrimos calles umbrías llenas de casas con jardín, y elegimos nuestras favoritas oliendo a espesura y a jazmines. También descubrimos tristemente que han derribado la casa de Amílcar, donde ocurre mi cuento de Crucigrama con ese título, donde sale una sandalia italiana casi nueva que se rompe y que hizo sonreír a Luis M.
Me llegaron noticias negras de Irán: a mi amigo persa-canadiense H., padre de los blogs en Irán, la fiscalía le pide pena de muerte. Lo he escrito en Polis. He pedido ayuda a Amnistía Internacional y a los periodistas. He escrito a Larry King para que pregunte por él a Ahmadineyad. He firmado una petición a las autoridades iraníes y otra al gobierno canadiense, para que tercie en su favor. Ha salido en La Vanguardia y en El País digital. Ojalá logremos salvarle entre todos, con la presión internacional.
Anoche G., que acababa de cumplir años y celebró ese fragmento ritual en casa con tarta sacher, me habló de sus primeras impresiones de La recherche, que está descubriendo para mi felicidad, luego me hizo una pregunta personal, casualmente, y yo me quedé pensando en su insight y su espíritu saludable y fuerte, a pesar de sus vagueríos.
Antes, fui a la presentación de un estupendo libro de poemas de Carlos Zanón, lleno de humor y melancolía y de esa sonrisa suya, su mezcla particular de Carroll y Barrie y su condición de abogado magnánimo, junto al exuberante jardín de la Bertrand (donde por cierto sí estaban dos libros míos, qué sorpresa). Al acabar, fui a cenar con un escritor amigo y escuché sus historias vibrantes y con entramados de pura escritura y al volver tuve una breve conversación exasperada con alguien que no me entendía y al colgar, mientras andaba por la Diagonal ya oscura, sentí esa triste irreciprocidad solitaria que contaba Chéjov en El jardín de los cerezos. Hoy he ido a ver a la Esfinge y ha sido un encuentro intenso y afortunado, aunque me habría gustado grabarla para poder recordar sus palabras. Hace un rato me ha escrito Antoni Clapès, poeta y editor, invitándome a hablar otra vez de Danielle Collobert en Vic, en diciembre, con Victor Sunyol y él mismo, en uno de sus Pas a dos.
L. me ha avisado: "No te pierdas la Luna. Está preciosa". Y era verdad. Yo la había visto volviendo por Muntaner con un carro lleno de pomelos, naranjas, kiwis y espinacas. Rodeada de unas densas madejas de nubes lanosas. En la terraza, Rufus también miraba el cielo oscurecido.

jueves, 16 de septiembre de 2010

OCTUBRE: Curso en la Escola d'Escriptura del ATENEU Barcelonés

Foto archivo: Maeve Brennan (Bissinger) Matrícula abierta para mi curso de octubre-noviembre-diciembre en el Ateneu. Copio la ficha para los interesados. ¡Espero que os animéis! Son 5 escritoras apasionantes. Cinco escritoras casi olvidadas (Total 20 h) Horari: dimarts, martes de 18.00 a 20.00 h Data d'inici- Fecha inicio: 19 octubre 2010 Preu del curs/ Precio: 310 € (15,5 €/h) Professorat/Profesorado: Isabel Núñez Programa Isabelle Eberhardt, una europea nómada en el desierto árabe en el cambio del XIX al XX. Jean Rhys, una caribeña frente al mito literario victoriano. Dorothy Parker, la neoyorquina del humor seco y mordaz. Maeve Brennan, una irlandesa refugiada en las calles de Nueva York. Natalia Ginzburg, la narradora italiana del antifascismo
Conferència sobre cada autora, lectura de textos a classe, anàlisi i treball amb els textos.
Conferencia sobre cada una de las autoras, lectura de textos en clase, análisis y trabajo con los textos.
Info, matrícula: dimarts/martes, de 18.00 a 20.00 h
Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès C/ Canuda, 6 08002 Barcelona Tel: 93 317 49 08 Fax: 93 317 15 25 Horari d’atenció al públic: de dilluns a divendres, de 10.00 a 14.00 hores; de dilluns a dijous, de 16.30 a 20.00 hores.

lunes, 13 de septiembre de 2010

No sé por qué

Foto: I.N., Rufus, avec toute sa majesté, 2010
Estos días sólo tengo ganas de escuchar jazz y si acaso voces femeninas cantando blues estilo jazzy, como Madeleine Peyroux y mucha Billie Holliday. Alterno John Coltrane y Miles Davis con esas otras voces. Es muy extraño. Me pregunto si habrá sido cosa de Rufus; creo que a este gato le encanta el jazz y ese jazzy blues. Tendré que poner al día mi discoteca.
Los lunes o martes viene una mujer eficaz que impide que el caos devore mi mundo por completo. Vio a Rufus y elogió sus ojos y "esas rayas divinas". Pero al oír y ver el aspirador, Rufus fue a esconderse en el lugar más recóndito y secreto de la terraza, allí donde no podemos encontrarle, y cuando al fin salió, una hora después de que esa mujer se marchara, estaba enfadado conmigo, ofendido, y se situaba a la distancia justa para que no pudiera tocarle. Por suerte, se le pasó y cuando volví a casa incluso salió a recibirme.
Hoy soy algo más pobre que ayer, aunque más rica en libros y quién sabe si en conocimiento, aunque el conocimiento se encoge y cada vez se sabe menos y se interroga una más, pero qué importa. "¿Cómo van esas melancolías?", me preguntó ayer un amigo artista y ocioso, que está a punto de cambiar completamente el curso de su vida gracias al azar (o al azahar, como decía alguien siempre bromeando). Tuve que llamar a ese amigo porque la respuesta no me cabía en el teclado del teléfono. Le dije la verdad, que yo siempre estoy melancólica y muy feliz, aunque todo me duela, o muchas cosas me duelan, no físicamente pero casi. Es decir, vivo en esa efervescencia, entre las miserias de mi oficio y la incertidumbre de perder la casa y el olvido (con la secreta alegría del escritor que no es reconocido a la que aludía Juan Goytisolo, ese cómodo fracaso que añoraba un artista conceptual) y el dolor de la pérdida y la joie paradoxale que lo hace estallar todo no se sabe por qué. La alegría de mi escritura y los forcejeos e imposibilidad de esa escritura. Y mucho más...
Me he comprado Upheavals of Thought de Martha Nussbaum precisamente porque empieza su exposée filosófica a partir de la muerte de su madre. Lo que he leído en el metro me ha recordado a Richard Ford. He envidiado a los anglosajones, porque la tradición económica y sobria les ayuda a hablar del dolor, mientras que los mediterráneos tenemos que esforzarnos mucho más para no caer en la desmesura y el caos. También porque me interesa que una filósofa construya su pensamiento a partir de lo autobiográfico. Ahora que, como decía EVM en su artículo de ayer, la novela se llena de ensayismo, la filosofía se llena de memoria y autoficción. Y todo eso me llena a mí de esperanza, yo, que escribo esa extrañísima e imposible novela.
Iba yo a ver a mi editor de Menoscuarto (uno de los dos), que siempre es hospitalario y con una inteligencia impregnada de un sentido común casi insólito en estos tiempos viscerales. Nos hemos encontrado a Pere Gimferrer, que huía de La Central por la falta de aire acondicionado, pero Toni Marí ha logrado que lo subieran y lo ha rescatado de la acera. Luego, en la calle, me ha llamado Jordi Herralde, que estaba haciendo acopio de mis galletas favoritas de gengibre. Como tiene la tendencia entusiasta de los que venden, además de hablar de sus libros, promocionaba las galletas y cuando he ido a buscarlas ya no quedaban (la de la tienda me ha dicho que habían venido amigos de Herralde a buscarlas). Yo venía de comprar libros para G., que mañana cumple 22 años, aunque no llegará hasta el viernes.
Ayer estuve hablando con un psicoanalista que coordina unos encuentros entre la ciencia, la literatura y el arte y el psicoanálisis y me ha invitado a participar en una mesa redonda el 16 de octubre, en la Casa del Mar, organizados por esa Plataforma del Psicoanálisis que trata de tener más presencia en la vida cultural y social de este extraño país. Me preguntó cómo iba a plantear mi intervención y yo improvisé y él se alegró porque lo que yo le decía parecía entroncar muy bien con las demás cosas. Y es que los psicoanalistas siempre sacan hábilmente los hilos de todo y traducen y desenmarañan lo que haga falta, rescatando las palabras. Mientras hablábamos, me contó una escena que tenía que ver con la guerra civil y que se me quedó grabada. Luego, en la calle, yo iba a cruzar por un lugar imposible y él me propuso el paso de zebra.
Antes, durante el après-midi, fui a ver a M. Cuando le preguntaron, en un ejercicio ritual, "¿quién ha venido a verla?", la pobre dijo: "Mi prima". A las preguntas que yo le hacía, sólo pudo responder cosas ininteligibles... "Un quiquirimán de plantas", me dijo, y eso me gustó. Pero aún le interesa la belleza y lo que ve como juventud perdida. "Qué guapa estás", me dijo, acariciándome la cara. Me preguntó por G., le enseñé unas fotos de carnet y también las acariciaba. "¿Y tu novio?", me preguntó, refiriéndose a alguien que me acompañaba a verla el verano pasado y que la alegraba con su belleza masculina y sus bromas. La vi mucho más delgada y arrugada que nunca, tranquila en ese lugar bonito, pero perdida para el mundo. Señalaba los árboles, murmurando palabras extrañas, que le costaba articular, como si ahora ya le costara rescatar incluso las sílabas o los fonemas. Al salir, anduve por la calle y sólo veía viejitas que hablaban animadamente, viejitas que andaban con brío, o que tomaban café enzarzadas en conversaciones lógicas. Y pensaba en la vida de M., en esa persecución del no saber que la ha llevado adonde está.
Pero ahora puedo andar y correr y bajar y subir las escaleras de tres en tres como antes, vuelvo a bailar sola por la casa, y ya casi puedo decir que no tengo cara de mapache, aunque también he perdido el color del verano. Hoy, alguien que no es amante de los gatos, sino todo lo contrario, ha venido a conocer a Rufus. Le admira porque Rufus fue abandonado y leyendo su historia en este blog se ha sentido identificado y ahora siempre pregunta por él. Rufus se ha acercado a saludarle, porque este gato atolondrado y a veces asustadizo, tiene un insight tremendo para todo lo humanístico y empático y transmite unas ondas que no dejan indiferente.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Otra vez el calor

Foto: I.N., Fred Basset en el parquecillo de Maluquer, 2010
He puesto la cadena francoalemana arte tv para tomarme el té y había un especial flamenco. Ha salido un gitano con traje rojo como una llamarada, zapatos rojos, camisa negra y el pelo largo, y ha empezado su frenético taconeo. Rufus, que estaba muy cerca bebiendo agua, se ha vuelto hacia el televisor, interesado y sorprendido. Habrá decidido ver el espectáculo completo, porque se ha situado en el suelo, en una posición discreta, bajo una butaca preferida, y ahí sigue, mientras también sigue el desfile de flamencos (ahora Prado Rodríguez baila en vaqueros; antes una cantante árabe y una bailarina sufí le han hecho sitio al bailaor del traje rojo). "Por fin un gato que ve la tele", dijo G.
Tengo que decir del alivio de Rufus con la marcha de la flaquita y nerviosa Vera, comparable al mío. Como G., me siento algo culpable, pero hay que reconocer las propias limitaciones, aunque sean coyunturales. Me encantan los extraños rituales de mullido del aire de Rufus. Y sus volteos abdominales cuando le acaricio. ¿Quién te ha dibujado con tanta perfección?, le pregunto, y me mira con sus ojos sorprendentes. ¿Quién te colocó cada raya de tigre en su sitio justo? Se yergue, majestuoso, o se entrega, con esa boca de línea negra que parece sonreír.
Olvidé hablar de lo mucho que me gustó Agua viva de Clarice Lispector, regalo de la Otra Bel, por su construcción poética única, por ese hilo que va tejiéndose casi sólo con su nervio interior, por la fuerza (hipnótica, dijo ella) de su propia voz, por su conexión con la naturaleza y con todo, por la vitalidad de su escritura sólo suya. Su descripción libre y a veces salvaje de las flores, de la intensidad y gradación de sus efluvios, de los espejos, de todo lo que va viendo y tocando con unas yemas de los dedos febriles, como en aquel texto de Barthes sobre el lenguaje. Me interesó aún más ahora que estoy tan ciega y sin encontrar la música ni el orden ni la forma de mi interrogativa novela. (Yo, que fabrico el futuro como una araña diligente. Y lo mejor de mí es cuando no sé nada y fabrico no sé qué...). Acaba la escritura de ese libro en el propio hechizo. Supongo que no cualquiera accederá a esa escritura poderosa y única, pero quienes puedan serán hechizados. (Ahora canta alguien de fusión entre francés, música árabe y flamenca).
Anoche, entre las oleadas de sueño brutal en que me sumió el virus de Vera, forcejeando con él gracias al asombros oscilococcinum (que aquí vale el doble o triple que en Francia, según las farmacias, es un escándalo), fui con B. al cine a ver esa película de la monja medieval (Hildegard von Bingen) de Margarethe von Trotta, Vision, y me gustó, de factura clásica pero con unas imágenes maravillosas y la mirada feminista de esa monja medieval que supo abrirse su camino al conocimiento, la medicina natural, la belleza y lograr independencia y sostenerse con sus visiones sin que los que la acusaban de hereje lograsen su objetivo, usando su poder intuitivo y su sagèsse (B. la comparó a Santa Teresa, con razón), su forma de hablar de la naturaleza, del amor sáfico, de la amistad en medio de las luchas de poder, las paradojas, los celos, sus reflexiones que hacía tiempo no llegaban por aquí. Y esos bosques alemanes, esos árboles. También me gustó mucho escucharles hablar, y qué maravilloso sonaba el latín con acento alemán.
Ha muerto Claude Chabrol. No es que fuese de mis favoritos, pero a veces me interesó y sobre todo, es la sensación de que se muere mi mundo, de que todo desaparece... Claro que podemos envolvernos en libros y películas como si fuesen una segunda piel. Aun sabiendo que todos han muerto.
Por cierto, en un viejo Cultura/s, SVSJ hablaba con gran elocuencia de un libro que tal vez me interese. He decidido comprar el libro... en la red: en inglés, nuevo vale 7 euros, viejo 6 euros, e incluso junto con los 6 euros del transporte, me cuesta la mitad que la versión española, de 24 euros. ¿Cuándo se darán cuenta nuestros editores que los libros son muy caros, y más en un país donde tan poca gente lee?
Hoy he vuelto a dormir profundamente, y siempre me alegra recordar mis sueños como estos días, incluso cuando son pesadillas, o como dice mi amigo serbio, "medias pesadillas, que son peores". Pero yo los agradezco, porque me traen noticias frescas del inconsciente y me ayudan a pensar/me, y también porque me fascinan esa inteligente poética de la sustitución, ese lenguaje visual, esos modos.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Bajo el sol

Foto: I.N., Allá arriba, donde los gatos, 2010 Todo parece hablarme de M., de la vejez, de la pérdida de la conciencia, de la muerte. Creo que allí es donde mejor puede estar, en esa residencia de la casa modernista y el jardín, pero qué grande es el poder de lo simbólico, que lo arrastra todo como un volcán, con la memoria como lava en flujos ardientes y múltiples, inundando el mundo alrededor.
Dijo alguien que al visitarla, M. comentó lo bonito que era el techo y para mí esa fue una señal. Yo sabía que al menos, la belleza la ayudaría, a ella, que me transmitió sin querer, sin saberlo, su émerveillement hacia el paisaje, los pájaros, todo lo que era bonito... Cuando fui a verla, en su primer día allí, M. sólo quería que la dejáramos en paz, que nadie advirtiera su estado mental, ese cerebro lleno de desconexiones que le impide construir una frase, encontrar las palabras y los nombres. Y es que a M. siempre le importó más lo que los otros puedan pensar que lo real o lo que sienta ella misma. Esa mañana había escondido su bolso, de manera que nadie pudo dar con sus gafas y, además de su confusión, veía mal. No pudo recordar mi nombre, aunque sí identificó nuestro parentesco. Cuando le preguntaron si tenía hijos, dijo un número más grande del real y no recordó que sólo eran hijas. Cuando propusieron jugar a un juego: "¡Yo no!", dijo orgullosa, y se fue a sentar muy cerca de la tv (yo la entendí: pocas veces me atraen los juegos de grupo). Nada más dejarla sola un momento, ya se le sentaron dos hombres a los lados, luego tres, aunque había otros sitios vacíos. Sonreí interiormente imaginando una vida otra de M., como una nonagenaria que conozco, que ha tenido tres enamorados en su residencia: le duran poco, porque van muriendo, nonagenarios también, pero la cuidan y le regalan bombones y flores.
Le probé a M. una de las zapatillas chinas que le había llevado: era su número. Le pregunté si quería quedarse con zapatos o zapatillas, sonrió y dijo: "Los dos", y yo recordé la larga meditación en que sumía a mi padre enfermo cualquier disyuntiva, "¿querrás café?". Muy pocas cosas les acercan. Cuando mi padre perdió la capacidad de silbar (por un arreglo dental), sin saberlo, M. me dijo que de pronto había aprendido a silbar. Anteayer yo pensé que, aun en ese proceso de confusión, el lugar tan amplio y bonito y el jardín ayudarían a M. No había nada opresivo en el lugar, ningún olor, ninguna luz molesta, y la atmósfera social parecía más bien de un hotel des vieux, no de un lugar de reclusión. La belleza cura. G. llegó a casa rapado y radiante. Fuimos a buscar a Vera, la gata. La luz era magnífica allí arriba, pero ha sido un fracaso. ¿Por qué no hice caso de mi idea de que no me convenía tener dos? Nos la han dado enferma, con un fuerte virus gripal, no para de toser y estornudar y moquear, se limpia los mocos con una pata, con una gracia de niña de la calle y es idéntica a los gatos de Walt Disney en 101 dálmatas, una plaga, no para de maullar, estornudar y estropearlo todo, anda con las uñas, arañando, rompiendo, corriendo como un pequeño demonio y Rufus ya no quiere acercarse a nadie, sólo estar escondido, vigilándola, y de vez en cuando le pone una pata en el cuello para recordarle que él es el señor de la casa y ella, en todo caso, su hija pequeña. Ya sé que Rufus se acostumbrará, pero no es lo que yo querría. No es sólo porque sea pequeña; Gilda no fue nunca así, ni Jasper, ni Beni. Una vez conocí en París dos gatos que eran como ella, lo destruían todo, trepaban por mis medias, me perdieron las llaves de la maleta, todas las noches derribaban las montañas de libros y revistas de la sala, me desgarraron un camisón y una blusa, sólo en tres días que estuve allí. Vera no tolera que intentemos acariciar a Rufus, y a lo mejor es una gata maravillosa, pero no conectamos. Para mí, la convivencia es importante, también con los animales. Nos dijeron que, si no encajaba, podíamos devolverla y eso vamos a intentar. Lo malo es la fiesta (notre fête nationale o sólo la de los políticos?). Ayer G. y yo sentimos que caíamos enfermos, a mí me dolían todos los huesos, he dormido doce horas y me estoy tomando ese medicamento homeopático que me ha salvado de tantos gripazos. On verra bien...
Intento leer para reseñar la Calle de los Maleficios de Yonnet.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Por la calle

Foto: I.N., Reflejo en la ventana, Barcelona, 2010
Una mujer arrastra un perrillo por la correa. El pobre animal, diminuto, ligerísimo y peludo, intenta llevar a cabo su trabajo de reconstrucción histórica -no crean que enloquezco, lo vi una vez en un reportaje llamado "Mi vida como un perro"; al parecer, cada perro, al olisquear los rastros de los efluvios de otros congéneres, elabora una especie de mapa histórico de los que han pasado por allí, sus tamaños, "razas" (por llamarles así, ya que según todos los genetistas dignos, los que no son de extrema derecha, las razas ya no existen hace tiempo, ni siquiera entre los perros, todos somos mezcla, ni tampoco existe esa mayoría de Rh negativo entre los vascos; ¡no existen razas, sólo racistas!) y llega a averiguar bastantes datos de los transeúntes, sólo mediante el olor. ¡Un trabajo fascinante que puede competir con los mejores investigadores!-, pero su ama nada sabe y, arrogante y autoritaria, tira de él en su ignorancia y le conmina a seguir con gritos vulgares, convencida de que sus recados banales son mucho más importantes que el trabajo del perro... o la película de la tv, a juzgar por su expresión. ¿Y por qué tiene la gente perros, si no puede respetarlos ni comprenderlos? Si pudiera notificarnos sus conclusiones, el perrillo sería candidato a la medalla Ramón y Cajal, por ejemplo, mientras que ella no parece candidata a nada, excepto al premio a la banalidad televidente, a juzgar por los gritos que da. Yo podría intervenir: hacerle un favor al perrillo y facilitarle su labor investigadora explicándoselo a su dueña, pero dada la expresión simiesca de ella, dudo que me hiciera caso y temo que al llegar a su casa, tomara alguna represalia. ¡El perrillo parece muy delicado!
A la vuelta de mi recado y cargada con una bolsa que pesa demasiado y con mi pobre rodilla craquelée, tengo que detenerme en una acera obstaculizada. De una ambulancia privada baja una señora mayor de aspecto muy frágil y un enfermero la ayuda a entrar en casa. Se quedan parados un momento ahí en medio y él podría dejarme pasar, pero no lo hace. Imagino que, si le pido paso, podría decirme que en poco tiempo yo estaré igual. Para entretenerme mientras mi rodilla late, sigo imaginando el improbable intercambio, me imagino diciéndole: Ah no, antes... y haciendo un gesto de pegarme un tiro en la sien. Me pongo a pensar si un tiro sería una buena manera de acabar, y concluyo, primero, que más valen dulces opiáceos, y segundo, pienso en el Résumé de Dorothy Parker (por cierto, me han invitado a dar una charla sobre ella en el Laboratorio de Escritura, a finales de este mes). Mi pensamiento ha durado cosa de segundos; salvada por Dorothy P., pero... Y en ese momento me doy cuenta: la reducida vida de M., su rápida evolución hacia la total desmemoria y el deslenguaje, su ingreso en la residencia modernista, que será mañana, si todo va bien, me afecta más de lo que imaginaba.
Llego a casa y aquí está Rufus, mirándome con sus ojos de tonalidades cromáticas imposibles e irradiando oleadas de su plácida filosofía epicúrea. Pensando en el jardín de Epicuro, dentro de poco me voy a recorrer unos jardines que fueron privados y son públicos, si mi pierna acepta llevarme. Venía andando cargada de dudas y planes para mi novela, pero qué gallina, se me ha hecho tarde; tal vez maduren en ese paseo por las hiedras.

martes, 7 de septiembre de 2010

Con la lluvia

Foto: I.N., Esta tarde, 2010
Me han entrado deseos de escuchar sólo música brasileña o versiones jazzy de canciones clásicas. O sólo jazz, cosa extraña en mí. Rufus parece estar de acuerdo. Dicen que a los gatos les gusta el jazz, pero conocí un gato que sólo escuchaba música contemporánea porque a su dueño le parecía que el resto era insoportable y el gato parecía siempre interesado en aquel juego inarmónico. Al llegar a casa he encontrado a Rufus muy elegante en el sofá, con el pelaje lustroso, y ha querido salir conmigo a ver la lluvia. Pero yo he entrado a buscar algo y Rufus ha hecho uno de esos extraños gestos suyos, que consiste en venir a buscarme con unos maullidos para llevarme de nuevo a la terraza. El cielo tenía esa tonalidad gris rojiza que yo asocio a esta ciudad y que me sorprendía cuando llegué de Figueres. Allí, el viento lo barría todo y traía otros cielos.
Siguen los relámpagos. Muchas cosas pequeñas se están rompiendo en esta casa. Murió mi preciosa y pequeña tetera japonesa, daba lástima tirarla incluso rota, porque los pedazos seguían siendo bonitos, como los pétalos mustios, como las gotas de mercurio del termómetro en el suelo, pero sin su veneno. Tendré que ir a la tienda japonesa a probar suerte, si es que mi pierna quiere llevarme porque el cambio de tiempo la ha hecho regresar. Hay una gotera del piso de arriba que amenaza con hacer caer el techo sobre nosotros. Vino un perito de la compañía de seguros, vino un técnico a mirar, pero no volvió nadie y la mancha crece. Además de los pequeños golpes que, como réplicas del terremoto, siguen rodeándome para recordarme algo. Abro un armario y cae un bote de cristal sobre mi uña. Doblo una esquina y un hombre impulsivo casi me tumba. Espero que todo esto vaya a menos. No me voy a olvidar, les digo a los hados. O a mi inconsciente. Alguien que me escribe a veces me habla del golpe del Lazarillo: yo también pensé en ese golpe, por cómo me hizo aterrizar bruscamente en otra realidad; cambiar. Lazarillo no era el mismo después de ese golpe, me recuerda mi penpal, tras aceptar que le nombre así.
También se suceden los cambios de citas. Hoy dejé la presentación de Piglia por mi acupuntora y resultó que me había equivocado con la hora. Mañana...
Me ha llegado la novela de Jonathan Franzen, pero no puedo leerla aún. Me ha llegado también La calle de los maleficios de Jacques Yonnet. He leído más relatos cómicos de Mark Twain, y un relato muy poderoso de Ernskine Caldwell, especie de anticipo de La jauría humana, del racismo, la miseria, el orgullo, la explotación. Siguiendo en la línea de E. Caldwell, me he admirado de la valentía rebelde de los franceses, en huelga general, ellos sí, y con dos millones y medio de manifestantes, mientras aquí ya empiezan a bajarse los pantalones una vez más, a decir que no irán a la huelga. Este país no tiene remedio. Hace un rato leía de cómo Epicuro adoptó la postura que Pericles llamaba idiotez, es decir, apoliticismo. "Un hombre sin la polis es una solitaria pieza de ajedrez", dijo Aristóteles, y Hannah Arendt retomó esa idea. ¿Pero cómo no comprender también a Epicuro y a su espíritu, a esa "culture de soi" de la antigüedad definida por Foucault? Yo no puedo ser indiferente a la polis, pero también necesito el jardín de Epicuro.
Sigamos con John Coltrane. Estos discos son la herencia de un personaje que aparecía fugazmente en el último cuento de Algunos hombres... y otras mujeres, pero él nunca lo sabrá y la idea de ese secreto me reconforta, aunque supongo que le gustaría el texto: si pudiera aceptar que yo escribo y no sentirlo como una vieja rivalidad misteriosa. Como si la escritura fuera otro hombre, una amenaza. ¿Qué nos queda de algunos personajes del pasado? Unas líneas de un cuento que les homenajea transformándoles, una música, la esquina de una calle, un restaurante. Ese personaje confirmaba la idea de Marguerite Duras y la de Roland Barthes, en el sentido de una rivalidad entre la escritura y los partners. Por fortuna no suele cumplirse, sobre todo ahora en que todo o casi todo empieza para mí a pasar por la escritura y me es difícil encontrar interés en un territorio donde mi escritura no exista.
Rufus está persiguiendo una mosca invisible. Se ha mojado un poco con la lluvia.
Hoy he ido a la residencia donde seguramente vivirá M. Tiene jardín y es una casa modernista. La atmósfera era apacible y luminosa y he pensado que ella, que había vivido en entornos donde la belleza era importante, podría estar bien allí, vivir allí esta extraña vida suya en la que está y no está. He visto, entre los coches que zumbaban como moscas de septiembre, moscas equivocadas (¿por qué toda esa gente sigue usando el coche para desplazarse y tocar el cláxon y aparcar en las aceras? Es una pobre ciudad equivocada), he visto algunos árboles y unos plumeros que se agitaban en la brisa, en una pequeña frescura contra el bochorno de esta tarde.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Rentrée

Foto: I.N., Rufus, con la sombra de una antigua prisión, como en el cuento de Grace Paley ("A Subject of Childhood"), o como en el poema del Romancero que una vez canté a los presos de Quatre Camins, 2010
Yo sé de la rentrée por el concierto de sollozos (¡y aullidos!) del colegio que queda junto a mi casa. Es el signo de septiembre. El pistoletazo de salida. Pero no crean que dura unos días, no, se prolonga durante todo el mes y en octubre aún colea, aunque en general no es tan insistente. Ahora lloran a matar, todos a una, como Fuenteovejuna. Lloran y lloran con tal rabia y desesperación que cuesta no contagiarse. Sobre todo, si me acuerdo de los periódicos. Tengo una amiga que teme no poder volver mañana de los Encontres de la Photo de Arles, porque en el país vecino, mientras aquí se bajan los pantalones y deciden tragar como tontos, como siempre, todos los abusos y medidas del latrocinio y apoyo a los Bancos, allí se arman y van a la huelga en todo el sector público. Y cuando allí dicen huelga, no suele ser broma, es de verdad y los franceses lo aceptan, aunque eso suponga ir andando al trabajo, si uno no está en el sector público y no le afecta. Pero se me ha cruzado un tema de Polis...
Para compensar, escucho a Cecilia Bartoli cantando las arias de Gluck, incluso canto bajo su voz... Hace mucho calor. Rufus se esconde entre las macetas. A ratos parece completamente integrado en este paisaje, ya recorre y explora todo, a veces me pide que le acompañe a algunos sitios, otras veces le descubro investigando o dormita en el sofá o sus rincones preferidos de la terracita. Ya no hay lugares de la casa que tema como si viera fantasmas. Pero antes, cuando me ha visto correr hacia la puerta, se ha asustado y se ha escondido, pensando que le perseguía, y nos ha costado muchísimo convencerle de que saliera. También ayer, G. hizo un gesto brusco para proteger su cena y el pobre Rufus se agachó y escondió, pensando que le iba a pegar. Esos gestos cuentan de la crueldad y la tristeza históricas, de una vieja violencia. En esos casos le acariciamos como al snark carrolliano, intentamos demostrarle que eso no le pasará nunca más, que nosotros no queremos hacerle daño, sino intentar que sea feliz en esta casa. Es tan guapo... tiene las rayas y las manchas atigradas en los lugares perfectos e incluso sus torpezas por el peso de su barriga (también sutilmente atigrada) participan de su encanto, como su cola vencida, donde debieron hacerle daño alguna vez con mucha violencia. Me dijo la comunicadora de animales que Rufus temía sobre todo su propia tendencia a la sumisión, pero que pronto se daría cuenta de que estaba en el lugar perfecto. Pero el sábado, yo estaba agotada tras una noche sin sueño. Sentada en el sofá, le vi mirarme en la terraza y sentí cómo me llegaba una ola de su tristeza y dudé, me puse a preguntarme si yo, con mi historial, sería la persona adecuada para rescatarle, si podría contrarrestar ese peso hacia abajo. Pero a la mañana siguiente le vi tan contento y tranquilo examinando la casa con espíritu de Sherlock felino que mis dudas me parecieron una tontería.
Rufus no para de "mullir la lana" aun sin ella, lo hace en el aire, o apresando nuestros dedos con esos almohadoncillos negros que tiene en las patas delanteras, o en cualquier superficie, en un gesto de acunarse, un gesto regresivo que le tranquiliza, como el ronroneo de todos los gatos. He estado leyendo más Steinbeck, Cannery Row (me gusta mucho ese principio; por cierto, el libro me llegó el único día en que nos visitó el cartero, tras un mes y más de vacaciones de Correos, en un día llegaron siete paquetes) me he reído con el humor de Mark Twain (qué delicioso ese librito de Navona, hay un capítulo sobre la dieta europea que asombrará a cualquier lector, y el irónico "Abelardo y Eloísa" no tiene desperdicio, o la melancolía autoburlona e hilarante de "Un auténtico penco mexicano"...), y ahora me toca seguir traduciendo, antes de que lleguen las mareas del museo y de preparar un poco mis cursos de esta rentrée. Aunque a veces me entren ganas de esconderme como Rufus entre las macetas o de unirme al concierto de llantos desesperados (creo que deberíamos hacer una gran manifestación llorando a gritos por este pobre país y sus desastrosos políticos y sobre todo, por esa terrible tendencia a la sumisión que parece dominarlo todo). Y sigo escribiendo extrañamente, contra lo esperado y la planificación, a ciegas, sin saber nada, con la sensación de que tengo que hacerlo, de que luego vendrá una fase más clara y luminosa, de que, como dijo mi amigo serbio, mientras escribo, algo ocurrirá... Por cierto, le escribí a EVM contándole de ese cambio inesperado en mi espíritu que ahora sí me permite seguir su consejo y seguir simplemente adelante sin pensar tanto en la invisibilidad o el no-reconocimiento y me gustó su respuesta, ingeniosa y atinada.
Vi Bright Star, que me gustó y me disgustó, casi a partes iguales. Había algo impostado, que me irritaba, como el vestuario rígido y encorsetado y demasiado nuevo de la protagonista, que estropeaba su belleza y su asombrosa tersura. Me gustaba mucho la voz del actor que hace de Keats y oírle esos poemas que son familiares,´escuchárselos con esa voz, qué deseo de volver a todos mis poetas ingleses favoritos, no sólo los románticos! Esos poetas que sintetizaron cosas grandes que inspiraron a los narradores y cineastas, como el Splendor in the Grass de Wordsworth o el Tender is the night o los Magic Casements de Keats, por no hablar de Coleridge, de Christina Rossetti y de los que vinieron después, Yeats, T.S. Eliot, Auden... Ah, qué deseo de volver con ellos... Cómo comprendo en este momento a ese abogado que sólo lee y relee a los poetas ingleses...

viernes, 3 de septiembre de 2010

Lo inesperado


Foto: I.N., Rufus, de cerca, una foto oscura, aclarada por Jordi Esteva, 2010
Con los gatos todo es siempre inesperado", me dijo A.R., que siempre ha vivido en compañía de felinos, y tenía razón. Ayer no nos dejaron ir a buscar a la gatilla gris y blanca que aún no tiene nombre. Hoy hemos ido, pero no nos han dejado llevárnosla (hasta el martes, porque medican a todos los pequeños contra un virus intestinal leve) y hemos vuelto con el gatazo Rufus, que se ha estresado muchísimo con el viaje y aún respira hiperventilando, aunque ronronea y se deja acariciar. Pobre Rufus, tiene una historia traumática, es un superviviente. Llegó a la protectora con una tristeza tan grande por lo que había sufrido, abandonado y en la calle, que estuvo al borde de la muerte. No quería comer y tuvieron que alimentarlo con suero y tratarlo mucho tiempo. Nadie daba un duro por él. Pero sobrevivió, se hizo fortachón y tal vez del alivio le creció una barriga redonda y asombrosa, que le desequilibra al andar, y se convirtió en un gato-almohadón, que sólo quiere que le acaricien su redonda barrigota. Con todo, es muy guapo, se parece a Gilda, aunque su cara tiene una estilización felina más pronunciada y no se ha quitado el guante, como Gilda, sino que lleva mitones blancos, en un gesto post-punk. Al llegar, maullaba y se resbalaba investigándolo todo. Luego se ha instalado en el cuarto de invitados, para vigilar las idas y venidas del pasillo y al fin en uno de los antiguos sitios de Gilda, y ahora dormita y ronronea muy cerca de mí, aun respirando deprisa, pero ha aceptado las flores de Bach que le he ofrecido para pacificarse, y a veces, cuando lo acariciamos y cepillamos, da un hondo suspiro de alivio. He llamado a su cuidadora y me ha dicho que era normal que hiperventilara, y que como pasó las mil y una, seguramente ha creído que iba otra vez a la calle. "Ya se le pasará, hay que dejarle tiempo..."
Anoche no resistí la tentación y me leí dos cuentos de Henry James que había recibido de Navona, "Compañeros de viaje" e "Historia de una obra maestra", bien traducidos (lo cual no es cualquier cosa; todo el mundo sabe lo endiabladamente difícil que suele ser mi adorado Henry James para los traductores), bien editados y espléndidos, aunque no sean del James maduro, penetrante y prodigioso de su madurez, sino de los principios, más ingenuos y tentativos, menos característicos, ya tenían su encanto, ya hay atisbos de su finura intelectual o su humor narrativo y algunos momentos de insight. En los dos el protagonista se enamora de una americana viajando por Europa -uno en Italia, embriagado de arte y sol, y otro en Suiza-, y los dos expresan esa fe asombrosa en el arte, en la capacidad para emocionar y alterar la percepción de las cosas. En el segundo, un hombre enamorado a punto de casarse encarga el retrato de su novia a un pintor que ya la conocía; el pintor había estado enamorado de ella y sufrió y se decepcionó al comprobar que era fría y su retrato permite al narrador darse cuenta de la parte terrible de esa mujer, pero su reacción imprevista, imprevisible, contra la lógica aparente de las cosas pero siguiendo la lógica oculta del inconsciente, en un final que no revelaré, me recordó al gesto final del Swann proustiano con Odette, sólo que Swann no necesitó ese rito liberador para hacer lo que finalmente hizo.
Anoche me entrevistaron en Com.Radio hablando de Kosovo. Pensé que no tendría nada que decir, pero hablé sin parar y no me quedó tiempo para comentar directamente la posición española, aunque podía derivarse de lo que dije. G., que estos días está sumido en sus inminentes exámenes, me escuchó por Internet, me felicitó, dijo: "Parles molt bé, fas unes frases llargues, amb moltes subordinades i jo pensava: se'n recordarà de perquè ho deia? I sí, no perdies el fil. I la teva veu sóna bé per la ràdio, si tinguessis un programa..." Eso me bastó para alegrarme.
A veces, traduzco algún capítulo de Maeve Brennan y me gusta tanto que se lo mandaría a los editores, para que vieran qué bien queda. Pero luego pienso que debería corregirlo y perfeccionarlo y sigo esperando. Ese libro es realmente magnífico. Tengo una mosca zumbando en mi interior, una agitación honda que se ha expresado en el cuerpo antes de poder abordarla. Estaba pensando estos días en lo que ha cambiado en mí, en si Confucio me habría concedido la hidalguía al no experimentar amargura pese a ser ignorada por los humanos, en que ahora me importan más los indicios de que todo acabará saliendo en su momento, procuro simplemente disciplinarme, avanzar en lo posible y no angustiarme de lo que vendrá, aunque sólo fuese por economía psíquica. Pero entonces, de pronto, la llegada de Rufus y la historia de su trauma por abandono retumba con ecos de mi infancia, retumba en lo que intento escribir, en la borradura de M., en la falta de empatía y los experimentos de Mengele que la acechan sin que ella pueda ni tal vez quiera protegerse, por ese terror a la soledad, a ser abandonada, que siempre la llevó a los peores peligros. Y todo se revoluciona inesperadamente.
Mi reseña de Maupassant en La Vanguardia Cultura/s