sábado, 30 de junio de 2012

Percepciones


Foto: I.N. Flores amigas, 2012.
Yo vivo esta época extraña rodeada de un entorno muy agradable, de gente que me entiende y quiere apoyarme y me cuida, escribe o visita, hace recados, cocina para mí, me manda libros maravillosos, me da ideas de cómo ver películas rescatadas, me regala la suscripción a a una web de cine y me busca cables para que pueda ver las películas en la pantalla de mi tv, me acompaña a ver al hombre que escucha (¡he vuelto!), me llama y anima. 
También me llegan cosas que me resultan incomprensibles. Un amigo me escribe diciéndome que mi blog proyecta una gran desolación y que no sabe qué decirme, y me sorprende. Yo no me siento en la desolación. Y los lectores de mi blog en fb suelen escribir que les inspiro, que les animo, que les alegran mis noticias de mejora, que les gustan mis notas de lecturas, o me animan a escribir.
Un poeta que nunca me entendió me dice "que se acabe pronto esa época tan fea que te ha tocado", también me extraña, yo no veo fealdad ninguna en esta luz llena de pájaros, en mis ensoñaciones, en los libros que leo, veo otras cosas. Feo, él, dice mi amiga china. Es una proyección suya. Y luego aparece de vez en cuando alguien mesiánico que prácticamente me conmina a cambiar de rumbo, y no hablo de algunos que amablemente me sugieren a algún profesional que les ayudó o que pudiera ser una opción interesante, sino a gente decidida a que sólo vaya a sus médicos, que haga sólo lo que han hecho otros, que me someta a sus protocolos, que vuelva al recto camino. Con un tono perentorio, autoritario, a veces. Es curioso. Seguramente esas personas nunca se atreverían a decirme que cogiera tal o cual trabajo o que me casara o abandonase a alguien, pero me llaman con gran vehemencia y decisión decididas a corregirme. Como si no fuese yo adulta y no pudiese tomar las opciones que quiera respecto a mi salud, como si no tuviese derecho incluso a descarriarme, como si todos tuviéramos que ser iguales en ese ámbito de pensamiento único, como si todo lo que suene poco ortodoxo fuese un peligro. 
Sin embargo, lo que a mí me han ofrecido en ese territorio adonde ellos quieren llevarme es prácticamente nada, y en cambio, donde estoy, intentan curarme y se habla de curación. Cada uno tiene que hacer lo que cree que tiene que hacer. 
Justamente hace unos días fui a ver a un cirujano y más que un médico me pareció un cafre (palabra históricamente mal utilizada que se le ajusta a la perfección). Él me proponía una solución radical que otros médicos, incluyendo a un famoso internista de origen esloveno, habían desaconsejado en mi caso. Yo quería saber si estaría dispuesto a optar por la solución que los demás aconsejaban. Él me contestó como un militar, sin argumentar nada, sólo con su supuesta autoridad incontestable. Cuando le dije que no quería morir dolorosamente en un postoperatorio me dijo que para eso estaba el Pades, es decir, que ya me darían algo para morir sin dolor. Y luego, si sobrevivía a esa operación salvaje que no argumentó en ningún momento, me ofrecía de dos a tres años de vida. Tampoco sacó ninguna estadística ni dijo en qué se basaba, olvidando que hay gente a quien nunca se le reproduce y que yo podía ser una de ellos. El desprecio con que me hablaba, la falta absoluta de empatía, la agresividad con que utilizaba su supuesto "saber", mientras afirmaba lo contrario que otros médicos tan ortodoxos como él... Fue una experiencia inolvidable. ¿Es eso la medicina?
De modo que yo sigo en el lugar donde comprendo lo que me dicen y la manera de abordar la salud. Por sentido común y sentido íntimo, por pragmatismo, porque así no he hecho más que mejorar y he pasado del dolor, las noches insomnes y la imposibilidad de comer a unas noches tranquilas, la calma y volver a sentir hambre y a digerir. Aunque sea lento, una prueba para mi paciencia y una inversión. Tal vez me equivoque, por supuesto, pero al menos habré vivido sin someterme a todo aquello en lo que no creo, a la brutalidad, al dolor, a unos riesgos y unos efectos secundarios desproporcionados y a la falta absoluta de respeto por lo humano e individual. Y espero que me curaré. Y no me siento en la desolación ni en la fealdad, sino en un territorio extraño, distinto, una especie de valle perdido e insólito donde leo como nunca había podido leer, pienso, contemplo la luz y los pájaros y corrijo un libro acabado para no desconectar de la escritura y poder tal vez luego reunir fuerzas para encontrar el tono y escribir esa novela que sólo está vagamente en mi mente y que aún no sé si deseo o no escribir. La belleza no ha desaparecido, sino que sigue por aquí cerca, en múltiples formas. Y no sólo las películas, sino los libros, que fueron mis primeros compañeros en una infancia donde la soledad era completa (excepto por el paisaje y la belleza y los pájaros), siguen conmigo generosamente, hablándome desde todos los tiempos.
Así que sigo leyendo. Leo esas Complete Stories de Henry James en dos volúmenes (aún bajo los ecos de "Owen Wingrave", ese cuento extraordinario que leí ayer), con la suerte de saltarme las dudosas traducciones que de él se han hecho por estos lares y es que no es fácil traducirle (lo hizo espléndidamente Marcelo Cohen con sus Cuadernos de Notas y hace años, en aquella colección de Siruela dirigida por Borges, Los amigos de los amigos, y poco más) pero a ratos le traiciono con un deliciosamente irónico e histórico Eça de Queiroz que me trajo J., Ecos de París, muy divertido. Eça de Queirós, de quien siempre me fascinó El misterio de la carretera de Sintra, que leí hace muchos años en una edición preciosa y ya inexistente y que escribió junto con Ramalho Ortigao, es autor además de la novelaza (mítica para J.) Los Maia. J. me la regaló, está en mi estantería, la distingo desde este sofá donde hoy escribo, pero no me he decidido a leerla por falta de un atril de cama, por lo que pesa, y J. está dispuesto a buscarme el atril para que la lea. Es verdad que J. y yo no siempre coincidimos en nuestros gustos literarios y yo siempre le reprocho que nunca se leyó tres libros extraordinarios que le regalé hace dos cumpleaños, y que leyeron otros, pero sí coincidimos en algunos libros míticos comunes (como Melmoth The Wanderer, que fue doloroso objeto de discusión cuando nos separamos y que yo me acabé comprando en inglés porque no podía resistir separarme de ese libro, que era suyo, y tantísimos otros de antes y después... pero no todos). Y la verdad es que estoy deseando leer Los Maia, aunque sea sobre un almohadón. 
Acaba de marcharse una amiga muy lectora y a veces escritora, aunque procede de un mundo matemático y científico, que me ha traído una plantita de albahaca y dos limones de un jardín familiar, además de su conversación inteligente. Ha reaparecido virtualmente un músico ingenioso con quien había un malentendido y hemos podido borrarlo felizmente. Ahora vendrá G. Se oye a lo lejos un concierto de piano, diría que el Nocturno de Chopin. Y pájaros. Rufus sigue ovillado, ronroneando. Corre una brisa maravillosa.

martes, 26 de junio de 2012

Los sueños se me escapan


Foto: I.N. Retrato borroso de la escritora enferma, 2012
Por las mañanas, se desvanecen después de haber pensado en ellos un instante, de haber querido atarlos, se escapan como peces escurridizos. Aunque un día soñé que comía cosas que ahora no puedo comer y que tal vez añoro... Algunas mañanas tengo la tensión tan baja que apenas puedo moverme del sofá. Necesito un almohadón para apoyar el volumen I de las Collected Short Stories de Henry James, regalo de J. Algunos de esos relatos son del principio y tienen cualidades extrañas, que luego se desprenderían para dejar la magistralidad de las otras. Empecé leyendo "The Liar", que es maravilloso, pensé que HJ ya lo había escrito todo, qué bien explicaba esos momentos de fecundidad literaria (aunque el narrador fuese un pintor) en que el autor siente que, le ocurra lo que le ocurra, le servirá para su obra. Esos momentos que ahora tanto añoro, mientras dudo de cómo reunir fuerzas para empezar un nuevo libro en medio de esta debilidad.
Empezar exige una energía mucho más grande, para no desalentarse con las probaturas, para seguir sondeando hasta encontrar el tono. Pero me iría muy bien estar escribiendo, noto ese vacío y pienso que al fin y al cabo ese es mi vínculo más grande con la vida, por tanto, tal vez me ayudaría a curarme. He vuelto a corregir algunas cosas de mi libro acabado y suspendido entre paréntesis, pero temo que me costaría releerlo sistemáticamente, aunque podría seguir el consejo de la Belle Elaine y revisar un capitulo por día, para no agotarme. Con paciencia infinita...
Es verdad que he empezado a mejorar, muy despacito, a pesar de que mi aspecto siga siendo espectral, pero parece una tendencia que se afianza y eso, naturelich, me llena de esperanzas. Y sueño con el mar, ese mar solitario del que me habla la Belle Elaine donde se baña con sus pececillos, un mar al que tal vez no pueda volver hasta el año que viene, cuando me haya curado... ¿O antes?
Antes de sumergirme en Henry James, leí Le condottière, extraño thriller de Georges Perec sobre un falsificador, orsonorwelliano avant-la-lettre, intenté pero acabé abandonando el libro de Hanif Kureishi, Something to Tell You, y también una antología de poesía clásica griega con páginas negras de misoginia tremebunda, y leí The Popular Girl de Scott Fitzgerald. Y luego ya caí en la inmersión jamesiana, aunque un corresponsal que está en una fase exclusivamente proustiana me ha despertado el deseo de releer Contre Sainte-Beuve, que leí hace ya años, cuando era muy joven, para resistir el vacío de no poder seguir leyendo À la recherche (mi libro favorito de todos los tiempos, tanto que albergo sentimientos posesivos con Proust, como con Baudelaire, casi prefiero que nadie hable de ellos), y tal vez ahora vería de otra manera. Leí también, seguido hasta el final, El hombre que soñaba demasiado, de Gonzalo Suárez, ¿lo dije ya aquí?, una magnífica mezcla de fragmentos autobiográficos de una infancia en plena Guerra Civil, con sueños y fabulaciones locas y libres características de ese autor, del que ya soy fan. La portada, un magnífico retrato de Colita, espectacular, que impacta a todo el que pasa por casa.
A. R. me manda dos Barbey d'Aurevilly, uno que ya había leído y tal vez perdido, Le chevalier des Touches, y otro que no, Les Diaboliques. Y a ratos leo De rerum naturae, De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio, que me recomendó vivamente mi amigo serbio.
Es todo tan extraño... Nunca pensé que yo tendría alguna vez este aspecto, que llegaría todo esto, que tendría que pasar por esta larga, dura y extraña prueba. ¿Cómo imaginarlo? Ni siquiera cuando Jacques le fataliste me vaticinó tan grandes horrores con extraño tono triunfal pude sospechar que algo así me ocurriría. Sigo soñando con el mar y con mi cuerpo de antes. Qué felicidad volver a corretear por ahí y recobrar les rondeurs que antes no comprendía... Qué maravilla gozar de movilidad, ir a todas partes, volver andando desde lejos, incluso viajar, no temer ningún dolor, no tener que preocuparme tanto por las funciones básicas vitales... Poder comer normalmente y todo lo que eso implica. Nadar, bailar en todos los sentidos. Qué pruebas tan largas para una paciencia que nunca o casi nunca he tenido...
J. me propone un lugar donde pasar unos días lejos del cemento, en una zona boscosa no lejos del mar, si yo mejorase un poco, en agosto, si pudiera dormir en una cama no articulada, si mejorase un poco más... Sueño también con eso.
Alguien me manda un diálogo maravilloso entre Auster y Coetzee, que pronto se publicará y que se presentó en Kingston, donde hablan de Kleist, que tan gran estela me ha dejado, y también señalan el eco de Kafka. Dice Auster:

I have been reading Kleist lately, his stories and letters in particular. I remember being deeply impressed when I first read him in my early twenties, but now I am overwhelmed. His sentences are remarkable—great hatchet-blows of thought, an implacable narrative speed, a pulverizing sense of inevitability. No wonder Kafka liked him so much…
Y Coetzee contesta:
As for Kleist, I agree with every word you say. To open a page by Kleist is to have it brought home to you that there exists an A league of writers, which has very few members and in which the game being played is very different from the game in the more comfortable B league to which one is accustomed: much harder, much quicker, much smarter, for much bigger stakes.(By the way, I recently watched again Eric Rohmer‘s adaptation of Kleist‘sMarquise von O. I see the film as a tribute on the part of civilization – Rohmer had so civilized a sensibility that I am surprised he made any headway in the film world – to the mystery of genius.)...      Me ha hecho ilusión también la alusión a mi querido Rohmer. El otro día, alguien generoso con mi escritura y cuyo criterio admiro me dijo que La Collectionneuse y Ma Nuit chez Maud parecían guiones míos. ¡Qué elogio! Yo no soy consciente de mis influencias y me alegro mucho de que alguien encuentre algún eco rohmeriano en mis cuentos.

jueves, 21 de junio de 2012

El tiempo


Foto: I.N., Rufus y yo, ayer, 2012
Transcurre de un modo distinto cuando se está enfermo. Yo espero las horas en las que se acabe la tortura del estruendo de grúas y máquinas (la corrupción ha convertido este pobre barrio en una cantera y la crisis no ha detenido nada, siguen cortando árboles y construyendo edificios públicos para cobrar sus comisiones mafiosas y el polvo y el cemento aumentan la temperatura), y vuelvan los pájaros. Ayer tuve una nueva crisis y hoy he vuelto a mejorar, pero el agotamiento de aquello y el calor me han dejado sin energía.
Sarinagara, nada o casi nada me impide leer y leer. Buscando libros que atrajeran poderosamente mi atención, me dirigí a los rusos, y mientras se calmaba mi dolor, me zampé (como diría Sagarra) el divertido y genial El mal del ímpetu, de Gonchárov, luego devoré la apasionada Roma de Gogol, también maravillosa (los dos traducidos por Selma Ancira para Minúscula), y héte aquí que cuando empezaba a preocuparme por qué libro podría leer que estuviera a la altura y me alejara de mis miserias, me llegó Cartas del verano de 1926 (de Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak y Rainer Maria Rilke). Ya lo he leído y a pesar de la gozosa lectura de la historia apasionada y epistolar de esos tres escritores, me acabó produciendo un efecto parecido al del Vivre dans le feu. Todo lo que me maravilla en la prosa y la poesía de Marina Tsvietáieva contrasta con lo que me disgusta de su vida y de su evasión. De modo que en esas cartas me ha gustado sobre todo seguir a Rilke y al apasionado Pasternak. Recordaba la frase de Ana María Moix, en el prólogo de Un espíritu prisionero, diciendo que Marina Tsvietáieva lo hizo todo mal en la vida, excepto la literatura. La traducción es de lujo, Selma Ancira las cartas rusas y Adan Kovacsis las cartas alemanas.
En el mismo momento en que terminaba, un mensajero llamó a la puerta y me trajo los Relatos completos de Heinrich von Kleist, que acabo de terminar y que me han arrastrado e hipnotizado con su exuberancia romántica, pero esta vez le he encontrado ecos ¡de Kafka, de Hawthorne, de Stendhal! Lo he leído sin apenas detenerme. Una maravilla llena de ese fuego kleistiano, tan despiadado y violento, tan dramático y a la vez tan emocionante y lleno de misterio... Con una traducción impecable y una bonita edición. Es mi tiempo de ahora, que me permite leer como siempre hubiera querido... pero con qué peaje tremendo...! Y después he devorado en un momento ese Leys sobre Stendhal, asombrada del desdén de Merimée hacia Stendhal y de todos aquellos contemporáneos suyos que decían ¡¡¡que escribía mal!!! La bibliografía que recomienda da ganas de salir corriendo a buscarla, si yo pudiera salir corriendo a algún sitio... Y luego me he puesto a leer otro libro de la Belle Elaine, Éloge de la faiblesse de Alexandre Jollien, un imaginario diálogo socrático muy esperanzador... Los días en que no tengo tratamiento, sólo puedo leer y leer. 
Por la tarde, el calor era casi insoportable. He recibido la visita de Tigridia, que me ha contado de su viaje africano, y me ha traído comino y laurel y una preciosa caracola de la playa con marea baja, de las que soñábamos que nos traían olas de pequeñas. Luego ha venido T. en visita rápida, a traerme lo que cocina para mí, rubia y luminosa.
Procuro no verme demasiado en el espejo. Procuro seguir disciplinándome y gozando de cualquier pequeña mejoría. En los momentos de retroceso vuelven las dudas y la desesperación, que se unen a fantasías de un destino terrible, tal vez a lo Kleist. Hoy he hablado por teléfono con el hombre que escucha y en un momento se ha desenmarañado bastante mi sueño de hoy, aunque quedaba un punto, un concepto, una palabra...
La ingenuidad y la precipitación de alguien, unida a la deliberada mezquindad de un escritor maniobrero al que no conozco y que me utilizó para sus fines me causaron un conflicto inesperado que me dolió y que estropeó la cordialidad con un gran editor. No he dejado de sentirlo y el incidente me ha dejado una estela punzante, todo por un comentario malicioso que nunca debí hacer y que era transcrito de algo que me contaron, pero que nunca pensé que llegaría como un torpedo a otro destino imprevisto. Las cosas que se dicen en un contexto nunca debieran de salir de ahí. Y en este momento, menos que nunca quisiera tener problemas con nadie; necesito toda mi energía para intentar curarme y he renunciado incluso a un pleito que sería de justicia por no generar más hostilidad. Además, el dolor produce un sentimiento de humildad y no quisiera aparecer juzgando a nadie. De ahora en adelante iré con mucho más cuidado.
Rufus ha pasado el día buscando los rincones más frescos para dormir... y estar cerca de mí.
Y por fin he salido al paseo con J. y aunque al principio las calles ardían como un horno, esta vez me sentía llena de energía y hemos llegado a uno de los pocos jardincillos que no han talado por aquí justo cuando la brisa empezaba a levantarse, qué maravilla... Las hojas de los árboles se hacían eco del viento... Por el camino hemos visto a A., cuando aún no se había levantado la brisa, y se ha quitado el casco, acalorada. Se la veía radiante y ella ha dicho que yo parecía etérea... Los demás nos ven con mejores ojos (yo habría dicho espectral, siendo moderada). Pero la brisa y los árboles y andar... Ese paseo me ha llenado de esperanza otra vez, como el mensaje de una de mis directoras favoritas de documentales que me ha transmitido una gran vitalidad.

domingo, 17 de junio de 2012

Sólo puedo leer

Foto: I.N., Mientras desayunaba, 2012
Para olvidar el dolor, que me había abandonado y ha vuelto, ese fuego sordo inexplicable de mis miserias, sólo puedo leer. Yo nunca habría imaginado que tendría que vivir este purgatorio, ni que mi aspecto me traería los recuerdos que me trae, ni que mis opciones serían tan pocas y difíciles. 
Es cierto que hay algo en el dolor (en todo dolor hay un suelo sagrado, decía Oscar Wilde) que transforma radicalmente la percepción de las cosas. En primer lugar es "the wisdom of humility. Humility is endless", y en segundo, cómo se ha revolucionado todo, cómo han caído mis muros de Jericó, cómo he comprendido autrement lo que hasta ahora sólo podía racionalizar. He tenido que rendirme, abandonar mi antigua obstinación, mi distancia, mi resentimiento, y dejarme caer en esas aguas. Todo eso me ha cambiado. En cierta manera, todo se ha llenado de luz. Y sin embargo, sarinagara, ese dolor... El dolor de dentro tiene que salir afuera, dijo Dear Prudence. Y era verdad, por más que a mí me aterrase. Un dolor muy viejo salió y se convirtió en un fuego exterior, que no me dejaba dormir, que lo concentraba todo en un punto de intensidad insoportable. Luego, cedió, y sólo hoy ha vuelto a traición, aunque sigo teniendo esperanzas de que esta vez se resuelva antes, sin llegar al clímax de hace unos días. He aprendido también a dejarme cuidar, a aceptar toda esa ayuda de J. y también de mis amigos seráficos, o los gestos solícitos de las enfermeras que me administran los tratamientos.
Cuando al fin se van las grúas (trabajan incluso en domingo y el ruido estaría prohibido en cualquier país civilizado), que suenan como un despertador de pesadilla, vuelven los pájaros y el silencio y yo intento trasladarme al mundo de los libros. Acabé la correspondencia de Gil de Biedma, que tanto me ha abstraído estos días atrás. Y entonces me puse a leer Saadat Hasan Manto, un escritor del Punyab maravilloso, traducido del urdu por Rocío Moriones para Contraseña, y aunque sus relatos estén llenos de la violenta tristeza de la Partición, me gusta mucho la forma en que sabe hablar del deseo y los encuentros, en ese mundo brutal de los márgenes, sin juzgar y a veces con ángulos magistrales para contar las cosas. Ese libro me ha transportado con fuerza y me ha permitido alejarme mucho más que los otros. Hablaría más de él si no tuviera la esperanza de reseñarlo. Después he leído La niña verde de Herbert Read, que es una novela asombrosa, entre el anarquismo y la fantasía utópica, he leído Ferragus de Balzac (pero me molesta esa imagen misógina de la pureza femenina)... Y también Vida de Manolo de Josep Pla. Cuando se me acaban los libros, busco entre mis montañas desordenadas qué puede tentarme. No todo sirve. He abandonado Borrowed Finery, unas memorias de la niñez desolada de Paula Fox porque me resultaba demasiado prolija y cansina, aunque tal vez fuese cosa mía. Tendría que buscar Lucrecio y Séneca (mi amigo serbio, que vino a verme, me recomendó que leyera a los clásicos) y unos cuentos de Charles Ferdinand Ramuz que alguien insólito me recomendó el otro día.
Me siento un tanto alejada del mundo, incapacitada para la agitación, aunque consciente de lo injusto que es todo, en este momento no tengo más remedio que dejar que sean otros los que hagan, mientras yo intento recobrar fuerzas para curarme.
Rufus me acompaña, dormita aquí y allá, siempre cerca, con su belleza ociosa. 
Hay una luz transparente, casi griega, y me gusta imaginar a mis amigos en el mar, pensar que yo volveré un día, que recobraré mi cuerpo y podré moverme libremente y que habré salido de esta larga pesadilla. Si pudiera trasladarme a entonces... 
"Tras la ventana, en la oscuridad lechosa de la tarde, las hojas bañadas del pipal se balanceaban como unos pendientes, mientras aquella muchacha dormía abrazada a Randhir tras haberse fundido con él en un estremecimiento." (Saadat Hasan Manto, "Olor").

jueves, 14 de junio de 2012

Francesc Arroyo me entrevista en su blog de El País


Foto: I.N. Balcón en Aragó, Rambla Catalunya, 2012
Isabel Núñez: memoria de la ciudad
Por: Francesc Arroyo | 13 de junio de 2012


Pregunta. Acaba de publicar usted Postales de Barcelona (Triangle editorial) un libro de no ficción en el que repasa su relación, como persona y escritora, con la ciudad, Barcelona.
Respuesta. Yo empecé escribiendo relatos pero la ciudad estaba siempre en ellos. Era casi un personaje. Lo que ocurre es que la estructura implacable del cuento hacía que, a veces, tuviera que suprimir cosas. Recuerdo un relato en el que estaba viendo la ciudad desde la casa de mi madre. Y veía Montjuïc. Un paisaje, el de cuando llegamos a Barcelona, totalmente distinto al que vería hoy: había casitas, la Colonia Castells, el barrio de Les Corts, el hospital de San Juan de Dios y la ciudad se acababa y los coches se iban. Una vista preciosa. Todo eso ha sido barrido. Incluso hicieron un edificio al lado. Lo escribí para un cuento, pero lo tuve que cortar porque no lo admitía.
P. De todas formas no es su primera incursión en el ensayo. Antes ha dedicado usted un libro a la lucha por salvar un árbol amenazado y otro a la guerra de los Balcanes
R. Fui a los Balcanes porque no entendía lo que pasaba. No entendía la guerra, no entendía lo que Europa estaba permitiendo que ocurriera. Como mi forma de aprender era leyendo ficción y poesía, decidí intentar comprender aquello a través de entrevistas con escritores. Recuerdo que alguien allí me comentó que aquella era la única guerra en la que casi todos los protagonistas eran escritores, con la excepción de algún mafioso. Pero había mucha gente que había escrito y publicado libros. Cuando les pregunté por qué los intelectuales estaban tan implicados en la guerra, me respondieron que ésa era una pregunta que sólo podía hacer alguien que llegara de un país no comunista. En los países comunistas los escritores eran “ingenieros de almas” y tenían la función de alimentar al Estado con ideología. Los que no lo hacían era considerados disidentes y vivían en precario, mientras que el resto tenía un estatus importante. Y esta gente, tras la caída del telón de acero, tenía que encontrar otra ideología y descubrió el nacionalismo, algo mítico y prohibido y fácil de alentar por el silencio que había habido tras la segunda guerra mundial. De forma que mi intento de comprender lo que pasaba en los Balcanes se convirtió en una forma de pensar sobre nuestra propia guerra civil y de pensar desde la literatura.
P. Postales es algo diferente, pero no tanto. Ahí la memoria que se rescata es la de la ciudad, Barcelona. Es literatura urbana.
R. Yo soy muy urbana. Pero, además, la ciudad es la materia de nuestra prosa. Por eso la amamos, aunque a también la odiemos porque no es lo que quisiéramos que fuese. Yo reconozco que soy una despotricona. En Barcelona hay mucha gente que defiende la ciudad y sólo quiere ver lo bueno, pero creo que cualquier escritor mínimamente reflexivo acaba por ver los problemas que hay y se sumerge en la tensión de amor odio. Hablo de escritores urbanos, aunque es difícil imaginar ya escritores que sólo hablen del campo. Es un libro de fragmentos. Sobre todo, no quería que fuese una guía de la ciudad. Se trataba de hacer una cosa subjetiva que empezara en cualquier lugar, sin estructura (a diferencia del cuento o la novela). No ficción, pero en la frontera del relato.
P. Lamenta usted la pérdida de la memoria de las ciudades.
R. Eso es algo que me da mucha rabia. En las ciudades europeas, en algunos pueblos, me tranquiliza y alivia ver las marcas de la historia. Se recuerda donde vivió alguien, donde alguien fue fusilado. El exponente máximo es Berlín, donde hay tanta memoria que hay quien dice que es un exceso. A mí me parece maravilloso. Una de las cosas que más me desconcertaban de España era el silencio. El silencio sobre la guerra civil y lo que vino después. No me gustó la transición porque esperaba que hubiera libertad para hablar, que se juzgara a la gente. No ocurrió. Había miedo y el miedo se convirtió en pasividad. Creo que muchos males vienen de ahí. Me chocaba mucho en los Balcanes que todo el mundo me hablara de la guerra civil española, incluso gente joven. Tenían conciencia de la historia de Europa. En otros países también. Vi una vez un documental holandés sobre la segunda guerra mundial que se titulaba Dos minutos de silencio. La autora entrevistaba a personajes con historias diversas, de ambos bandos, y terminaba con dos minutos de silencio. Yo pensé que ese tiempo de silencio que nosotros nunca hacemos aumenta nuestra ignorancia. Todas las ciudades se mercantilizan, pero conservan las marcas y aquí no. En lo que fue el Campo de la bota, donde tanta gente fue fusilada en la posguerra, se tendría que haber hecho un memorial. Se hizo el Fórum y se dejó sólo un pequeño recuerdo. Como si no hubiera pasado nada. Barcelona vive como si no hubiera habido anarquismo, como si no hubiera habido luchas sociales. El mismo silencio de la posguerra. Por eso me alivia ir a otras ciudades y ver que su memoria coexiste con el presente, incluidos los comercios. Es digno y mentalmente saludable. Aquí nos hemos acostumbrado a no hablar de lo importante, de modo que sólo se habla de tonterías y acaba dominando la banalidad. Creo que es por la memoria, por la falta de memoria. Álvaro Delarica decía que la expulsión de los judíos ha hecho que nos quedemos sin el pensamiento analítico que se da en otras partes. Tenemos esa especie de banalidad que, en el fondo, es el miedo heredado a través de generaciones.
P. Usted es de Figueres, punto de partida de una ruta de la memoria que va desde el Museo del Exilio (La Jonquera) a la tumba de Walter Benjamin (Portbou), y la de Machado (Colliure).
R. El Museo del Exilio es una maravilla. Estuve allí y fue muy emocionante. Claro, cuando yo vivía en Figueres no sabía nada del exilio. Creo que en Figueres son muy conscientes de lo que fue el exilio. Y eso que el alcalde es de CiU, pero debe de ser algo personal y apoya al museo de La Jonquera. Lo de Portbou con Benjamin es muy triste. Si estuviera en Francia, en Alemania, sería casi un lugar de peregrinación. En la que fuera pensión donde murió Benjamin no hay ni siquiera una placa. El memorial es muy pobre y la foto de Benjamin era del mismo tamaño que la del director. Terrible. Bueno es muy bonito el monumento de Dani Karavan junto al cementerio, pero como no se ha podido construir un gran museo que querían encargarle a Foster, creo, pues entonces nada: la falta de memoria.
P. Su evocación de Barcelona confronta lo que fue con la esperanza defraudada.
R. Hay quien ha visto nostalgia en esas postales. Yo sólo siento nostalgia de la juventud perdida, de lo que esperaba, de los sueños de los setenta, cuando pensábamos cómo sería la democracia: soñábamos con apropiarnos de la ciudad, con disponer de espacios públicos sin que la policía nos molestase... Y durante un tiempo parecía que lo conseguiríamos, luego se estropeó. Yo vivo en el presente, pero el pasado lo habita. Eso es lo dramático, porque sin el peso del pasado, el presente tendría una significación muy pura. Hay esos movimientos esotéricos que te dicen “vive el momento”. ¿Que significa? Es imposible vivir sólo el momento porque la visión de algo te transporta a otros tiempos y lugares. El pasado está siempre ahí, lo que ocurre es que cuando éramos jóvenes no nos dábamos cuenta.
P. Su paseo por la ciudad le hace darse cuenta de cómo el turista acaba con el viajero.
R. Viajar se ha hecho muy difícil. Cierto, todo el mundo viaja hoy, pero es distinto. Yo sólo viajo cuando tengo algo que hacer, de modo que pueda entrar en la realidad de lo que visito, nada de hacer el turista, el mirón. Mirar está bien, pero no se mira de la misma manera cuando estás de paso que cuando convives con la gente: viendo como compra o trabaja. Luego está que vayas a hacer un trabajo, dar una conferencia, hacer algo que te da un ángulo para la mirada. Barcelona tiene mucho turismo, gente que la visita durante siete días y se va maravillada sin haberse enterado de nada. El hecho es que los turistas se han convertido en una plaga. No se ha buscado un turismo cultural de calidad, se ha ido a lo reventado y el resultado es que hay zonas vetadas a los barceloneses. Hay sitios que ni te quieren si no eres turista dispuesto a consumir sangría y paella. Lo que ha pasado con la Rambla es muy triste. Es como un circo y lo último ha sido cambiar los kioscos de animales por unas casetas horrorosas como de feria de pueblo. Cortan plátanos de vez en cuando. Como no los quieren cuidar, esperan a que se pongan enfermos y los cortan. Es un paseo maravilloso y es tristísimo cómo ha quedado.
P. Uno de sus libros, La plaza del azufaifo, sale de la batalla ciudadana para evitar la muerte de un árbol a manos de una inmobiliaria. Entonces hubo quien criticó tanto esfuerzo por sólo un árbol.
R. Lo pequeño no excluye lo grande. Cuando yo defendía el azufaifo, mucha gente me decía que no era un asunto importante. Pero esa gente ¿estaba en Darfur? Hay que defender también lo próximo. Defender los árboles, la conservación de la ciudad, aunque sea algo pequeño comparado con las transformaciones sociales, no hay que dejarlo. Porque, al final, uno no hace nada. Hay que tener conciencia de los derechos. En otras ciudades, la hay. Recuerdo en París, una amiga llamó al ayuntamiento para quejarse del ruido excesivo de una obra. Y pararon la obra. Aquí te dicen que no hay límite de decibelios, que el límite es el horario. Y ni eso, porque piden un permiso y se les permite trabajar hasta en domingo. Yo me quejo. Llamo al ayuntamiento y me dicen que soy la única que se queja. Me ha sucedido montones de veces. La gente está muy acostumbrada a callar, a resignarse ante todo. Se quejan en privado. Yo creo que hay que ejercer los derechos cívicos, aunque sea sólo por salud mental. No podemos dejarnos maltratar. Al lado de mi casa han destruido una plaza maravillosa para hacer un metro que luego no han hecho. Si no hubiera protestado me sentiría aún peor de lo que me siento ahora que la evito porque me duele. Nos queda la resistencia: luchar por cosas pequeñas, firmar llamamientos, manifestarse contra todo lo que se considere injusto.
Isabel Núñez nació en Figueres (Girona) en 1957 y se trasladó a Barcelona con 5 años. Empezó a escribir muy pronto y, como no publicaba, lo compensaba escribiendo muchas cartas y postales a los amigos. Algo de ese estilo epistolar reaparece en Postales de Barcelona. Estudió Ciencias de la Educación, pero apenas terminar supo que no iba a dedicarse a ello. Realizó diversos trabajos editoriales, crítica literaria y traducciones. Hasta que empezó a publicar sus propios libros. El primero, Crucigrama, luego Algunos hombres y otras mujeres, ambos de relatos. Más tarde llegó La plaza del azufaifo, dedicado a narrar a lucha ciudadana para salvar un árbol amenazado. Asegura que la ciudad “perdida, arrebatada, imaginada, ha estado siempre” en sus relatos. En medio Si un árbol cae, sobre la guerra de los Balcanes. En todos ellos hay una constante: la reivindicación de la memoria personal y colectiva.

martes, 12 de junio de 2012

El cielo


Foto: I.N. El cielo, ahora, 2012
En estos días de malaise, tantas veces me encuentro simplemente mirando el cielo, escuchando cómo el mirlo canta a las cinco, mirando pasar las nubes, identificando una luz que me recuerda antiguos veranos -yo en bici por el paseo marítimo de un lugar que entonces era bonito, con una playa inmensa de arena finísima que no se podía atravesar descalza para llegar a la orilla, porque ardía-, o soñando con recobrar mi cuerpo y mi energía de antes, mi salud, leyendo, leyendo y dormitando y cogiendo el teléfono a los amigos que preguntan, ofrecen, me proponen visitas. Y me acuerdo de On Being Ill de Virginia Woolf, y su idea de que el espectáculo de la naturaleza se despliega aunque no lo miremos, o aunque sólo lo contemplen los enfermos.
Ahora leo El argumento de la obra, la correspondencia de Jaime Gil de Biedma magníficamente editada por A. Jaume, y me hace muchísima compañía y me resulta apasionante, salvo una frase que se ha quedado temblando en mi mente, una frase escrita en Manila que me dio escalofríos. Antes leí, y fue ese el libro que me permitió salir de mis miserias y volver a la lectura, Yo, ellas y el otro, de Gonzalo Suárez, que enseguida atrajo y absorbió toda mi atención, con esa combinación maravillosa de libertad total, absurdo, delirio, ritmo de thriller trepidante, melancólica ironía del fracaso y carga vital y humana que es el sello de Gonzalo Suárez. También leí El pequeño salvaje de T.C. Boyle traducido impecablemente por J.S. Cárdenas para Impedimenta (y yo, que he sido traductora de T.C. Boyle, puedo decirlo), es una versión probablemente más fiel y muchísimo más dura de la historia que inspiró aquel maravilloso Enfant sauvage de Truffaut, sólo que aquí mucho más desesperanzado y eso sí, luminosamente escrito por T.C. Boyle (transparente su mejor estilo en la versión de Cárdenas).
Acabé al fin A Russian Childhood de Sofya Kovalevskaya, que es una maravilla de libro y que había abandonado por otros hacía meses. También he leído los poemas de Perto Peña, A pesar de las mareas insistentes; hay dos clases de poemas en ese libro y una de ellas, la de los poemas realistas, mucho más sobrios, despojados y contemporáneos, me ha entusiasmado. Algunos de esos poemas vuelven a la mente como las mariposas nocturnas a la luz y ese es un indicio importante. Es un libro luminoso y merecería circular...
Los libros me consuelan y acompañan, como Rufus, que duerme junto a mí, se ovilla y desovilla, toma el fresco o el sol en la terraza y pide sus raciones de caricias y comida. No tengo fuerzas para escribir.
En los peores momentos, las interrogaciones son dolorosas, pero no todo tiene sentido. Yo sigo disciplinadamente todo lo que me dicen que haga, en la medida de lo posible.
Dice el médico que me curaré, que tenga paciencia, que iré mejorando y reforzándome. Los huesos se me clavan al echarme y hay unas horas de la noche en las que no puedo estar en ninguna postura. Tuve que anular una sesión de mi curso que me hacía mucha ilusión, pero confío en poder retomarla. Mis alumnos me escriben afectuosos y comprensivos. 
Una amiga viene a cocinar o a traerme comida, otra se ofrece a traerme pescado y cocinarlo aquí, siguiendo las instrucciones estrictas de mi dieta fortalecedora, J. es quien me cuida, se ha vuelto insustituible y nunca me olvidaré de lo que hace por mí, sería imposible no conmoverse. Hay algo, una especie de costra de cemento que cae con el dolor, una cierta humildad, es difícil definirlo, algo que rompe viejas barreras y permite comprender de una forma directa. Lo que importa resitúa y ordena todo lo demás. A. se ha ocupado de encontrarme una cama articulada, que llegará pronto. Digo que no a todas las ofertas de traducción (podría hacer reseñas, pero no traducir), y sueño con volver a la vida de antes, al cuerpo de antes, a esa felicidad de poder andar y bailar y respirar sin dolor, esa felicidad energética que siempre he tenido. No escribo más. Se está levantando un viento gris y violento. Es un esfuerzo sentarme aquí y he tenido que reunir todas mis fuerzas en este día lánguido. Ha caído el silencio, tras las grúas y los feos cánticos de junio del colegio de al lado, y otra vez, como de madrugada, se oyen los pájaros, miro las nubes, sueño.

miércoles, 6 de junio de 2012

Opiniones de una lectora de Mis postales de Barcelona


Foto: I.N., Balcón de la calle La Granja, 2011
Una lectora que ya comentó en este espacio al leer Mis postales de Barcelona, escribe ahora la segunda parte de sus impresiones al acabar el libro. Para mí es una suerte tenerla como lectora, naturalmente. Dice así:


No me gustó la reseña de Francesc Arroyo en Babelia. Entre otras cosas porque el espacio que Arroyo dedica al prólogo de Mariscal (y, en menor medida, a trazar tu semblanza) es tan desproporcionado que expulsa a Postales. No hay sitio para tu libro en su reseña, y la frase final me lleva a suponer el porqué: juraría que le ha faltado o bien el tiempo de penetrar en ese tejido significativo que Lyotard llama “espacio textual” o bien la empatía necesaria para que la lectura opere el milagro (el “Lazare veni foras” que tan ingeniosamente propuso Blanchot) y “l’œuvre devienne œuvre par-delà l’homme qui l’a produite et l’expérience qui s’y est exprimée”.
De hecho, el sábado pude por fin retomar (y terminar) Postales e iba a escribirte cuando tropecé con esa reseña, decidí no mandártela y me dejé llevar por una sensación de incomodidad que me disuadió de mandarte ningún mensaje ese día.
Me reafirmo en mi primera impresión: Postales es sinestesia pura. No sé cuántas veces he releído tu descripción del herbolario de la calle Elisabets, por ejemplo, o el crujido del ciprés que se parte bajo el peso de la nieve, o, sobre todo, el juego de ecos de todo tipo con que me restituyes el Museo de ciencias naturales (los objetos otra vez: eres una increíble escritora de bodegones, Bel; tus mejores imágenes son las de objetos y espacios). Es una de mis entradas preferidas. Y tu insistencia en que “la belleza cura” se me hace indesligable de esa maestría tuya para sugerir lo indecible asociando modalidades sensoriales hasta conseguir que cada una se haga expresión de la otra “dans une ténébreuse et profonde unité”. Toda tu descripción del viejo Sant Pau afirma esta unidad, además; hasta el punto de que resulta difícil desligar tu defensa de la medicina holística (y tu evocación de Tigridia, que “llena el aire con sus historias”) del uso constante de ese “verbe poétique accessible, un jour ou l’autre, à tous les sens” que creyó Rimbaud haber inventado. Quizás por eso me sorprende tanto que alguien considere convenientes “unos pies de foto que orientasen mejor al lector y mayor calidad en la reproducción de las imágenes”. ¡Eso sería singularizar las imágenes visibles; aislarlas del todo; como si esas imágenes fuesen disociables de las que percibimos con los otros sentidos!
 A.R.

domingo, 3 de junio de 2012

Entre los árboles


Foto: J.A., Escultura de Elena e Isabel Pan de Soraluce, 2012
Llegué a Madrid el viernes a mediodía, acompañada y protegida por J., y después de descansar un rato pude visitar la galería de Fernando Herencia, donde mis amigas Elena e Isabel Pan de Soraluce exponían sus últimas esculturas, con el título de Más madera. Todas las piezas son tan sensuales que obligan irresistiblemente a tocarlas y a diferencia de lo que suele ocurrir, ni el galerista ni las artistas (que vinieron a verme con mi amiga Lola M.), intentaban impedirlo, sino que lo comprendían. La galería está en mi barrio preferido de Madrid, enfrente del Botánico y junto a ese bonito lateral del Prado, y un poco más abajo está esa placita preciosa de inmensos magnolios y un cedro gigantesco y maravilloso. Mi condición no me permitió quedarme como me habría gustado más tiempo allí de tertulia, pero me alegré mucho de haber ido. Casualmente supe que pronto expondrá allí otro amigo, Íñigo Villalonga y ojalá esté yo en forma para volver a verlo. 
Al día siguiente logré, no sé cómo, llegar a la Feria del Libro, que era mi misión. Poco antes, un amigo me avisó de que había salido una reseña de Mis postales de Barcelona en el Babelia (no puedo poner el link), breve pero muy bien hecha, por Francesc Arroyo. Era un buen augurio. Mi malestar era considerable y mientras llegábamos tarde a la caseta, alguien que me conocía de facebook me detuvo para saludarme y le contesté bruscamente, porque literalmente no podía con mi alma. Al llegar a la caseta, mágicamente, me transformé y el malestar se desvaneció. Enseguida llegaron los editores de Atalanta, que fueron los primeros, y luego casi no paró de llegar gente, amigos, conocidos y desconocidos, algunos también ilustres, como Gonzalo Suárez y Hélène Girard; él me regaló su libro Yo, ellas y el otro, con una estupenda dedicatoria y se llevó también Mis postales de Barcelona. Una lectora a la que ya conocía del año pasado me trajo recuerdos de EVM, que firmaba su Aire de Dylan en la siguiente hilera de casetas, a la misma hora que yo. En la caseta no hacía calor pero fuera, mis generosos visitantes sudaban y se abanicaban porque la Feria se instala en el llamado "Paseo de los coches", que es el único camino de cemento del parque, y la temperatura es muy distinta que entre la tierra y los árboles. Creo que firmé más libros que nunca antes. Me mantuve agradablemente impertérrita hasta que ya sólo faltaban unos minutos y cuando salí al calor, de pronto, el efecto mágico se evaporó y la carroza de Cenicienta volvió a ser una calabaza tirada por ratones y me encontré con mis miserias. Por suerte, allí estaba J. para rescatarme y tuve que huir con él y dos amigas sin haber logrado visitar otras casetas ni haber saludado a EVM como pensaba.
Ha sido un viaje extraño porque yo me sentía fragilizada y dolorida y porque tantas noches sin sueño y tanta imposibilidad de reponer fuerzas transforman a cualquier ser humano en otra cosa indefinible, fantasmal, exhausta. No habría podido hacerlo sin escolta. Y me he alegrado de ver a mis amigos y de su gesto generoso atravesando la ardiente Feria para encontrarme. 
A la feria también me trajeron un libro de poemas de Perto Peña, con otra estupenda dedicatoria. Estos días leía dos libros deliciosos, Ante la pintura de Robert Walser y Verde agua, de Marisa Madieri. Cuando mi malestar me deja concentrarme. Ojalá me disculpen mis lectores por este crucigrama sin inspiración. He pensado tanto en el dolor estos días y noches. He soñado tanto con recobrar mi antigua forma... A veces es inevitable preguntarse por qué o pensar que es injusto que precisamente ahora... Como si hubiera un sentido o una justicia, ni siquiera poética. Como si los responsables de masacres o de esta crisis enfermaran y se retorcieran de este o algún otro dolor sin poder encontrar alivio. Es difícil no desesperar y sentir que el propio umbral de resistencia está cerca. No sé de dónde sale luego esa pequeña energía que me permite aunque sea ponerme en pie o que me permitió estar tan bien en la Feria del Retiro. Y al mismo tiempo es inevitable no dejarse conmover por quienes intentan siempre cuidarme y estar cerca.
En el tren de vuelta, casi detrás de nosotros en diagonal se sentaba un escritor muy feo autor de best-séllers. J. bromeó sobre el significado de esa coincidencia mientras los paisajes extraños de ese trayecto iban corriendo por las ventanas y empezaba al fin a llover en alguna parte. Una vez aquí, lejos de aquellos árboles, de vuelta a casa, sólo cuento horas y días para los tratamientos con los que a partir de ahora intentaré mejorar mi condición. Rufus se ha alegrado mucho de verme. El silencio sería maravilloso, pero alguien ha dejado a un pobre perro encerrado en un balcón y el animal no para de ladrar. Habría que encerrar a quienes le encierran en el mismo lugar (liberando al perro). Y espero a que llueva en todos los sentidos. También al volver, he descubierto que mi buganvilla roja, que creía fracasada, ha empezado a florecer. Rojas y naranjas son mucho más difíciles que las omnipresentes buganvillas fucsia, y sólo en Canarias las he visto medrar espectacularmente en muros inmensos. Es gracioso que mi buganvilla roja se haya animado ahora que tengo tan abandonado todo, terraza y casa... Ojalá sean también un buen augurio esas flores rojas que han brotado inesperadamente y yo también, como ellas, pueda resurgir y recobrar lo perdido.