lunes, 30 de noviembre de 2009

Yo sé que he llegado tarde a la escritura

Foto: I.N, La Diagonal y sus árboles amenazados por el ayuntamiento, 2009
Y tal vez no pueda resistir, pensaba hoy mirando a un indigente refugiado en el metro, y acabe yo también a la intemperie. Iba andando dolorida de mi sesión matinal en el dentista (obras en la boca, excavadoras horadándome con una vibración que sacudía y agitaba todas esas delicadas piezas diminutas que se alojan tras el laberinto del oído, la boca dolorosamente abierta tanto tiempo me hacía evocar cosas indecibles aquí, pero he sobrevivido y el remedio homeopático sigue ayudándome), dolorida también por la ciudad desventrada, por los árboles amenazados, por el patrimonio destruido y el inmenso parking en que están convirtiendo este país, y de pronto, al llegar a la Diagonal, envuelta en ese frío nuevo, que ha llegado hoy y muerde la cara y las rodillas y a veces me hace sentir vulnerable y otras se me antoja vigorizante (perfect for a brisky walk, diría mi amiga neoyorquina), el cielo de poniente tenía unas tonalidades malváceas que rodeaban la cúpula de la esquina con Rambla Catalunya y las copas de esos árboles amenazados por el ayuntamiento componían un cuadro maravilloso y yo pensaba: "No puede ser que destruyan esto", y lo pensaba invadida de la felicidad de esa contemplación (y ahora me parece una prefiguración; una amiga me acaba de avisar de que en La Vanguardia sale el resultado de la encuesta de Noxa: el 65% de los ciudadanos encuestados no quieren cambiar la Diagonal"!!! Por fin reina el sentido común).
Pensaba que he necesitado unos cuantos años para recomponerme, para romper el hechizo de mi infancia y liberarme de los demonios internos, he empezado a encontrar una voz ya un poco ronca, me dicen que no paro y me siento feliz de poder estar aquí, acabando y empezando libros, pero empezar tarde significa no tener la energía ni la resistencia o la paciencia de los veinte para ciertas penalidades y servidumbres. Yo sólo necesito un milagro, como el de Marina Tsvietáieva. Sólo necesito que algo me permita seguir hacia adelante y no tener que retroceder del todo.
Olvidaba decir que también llegué tarde al artículo de VM y lo he leído ya en lunes: no sólo la idea de vivir según lo escrito me resulta afín, sino que incluso me ha consolado la escena de Brighton con la cortina y los pensamientos agrios que no llegaban y las zapatillas de Muji bajando a comprar café al supermercado pakistaní. Desde la entradilla chejoviana produce el efecto inverso que los largos y letárgicos artículos de esos otros escritores que se sitúan fuera del misterio, en un consabido y feúcho olimpo sin ironía ni autoburla, impracticable y sin gracia para el lector dado a la interrogación. G. ha vuelto de un Londres aún alternativo y squatter, un Londres desperdigado por los barrios, fuera del centro, pero que me recuerda a mi Londres de los 15 años, aunque todo sea mucho más duro para esos alternativos, siguen encontrando maneras, alejándose del centro. Y la belleza no es destruida como aquí. La gata Gilda le echaba de menos. El viento, este viento extraño, helado y seco de estos días, golpea unos hierros en algún lugar por encima de nuestras cabezas, en alguna azotea... Llevo tres noches con sueños asombrosos, me despierto de madrugada, los anoto y por la mañana me maravillo al descifrar mi letra dormida, mi letra en la penumbra. En el ascensor de casa, alguien con muy mala letra a pesar de la luz ha escrito una declaración en el papel de la compañía del gas donde hay que consignar las cifras del contador: "Te quiero, Lourdes", ha escrito. Tal vez a Lourdes no le importe la letra aunque dice G. que será la broma de un tonto y que Lourdes no existe.

sábado, 28 de noviembre de 2009

La memoria, la escritura, las imágenes

Foto: Manel Armengol, Blafjall, Islandia
Ayer llegué un poco tarde a la presentación de Sarinagara, de Philip Forest, que conducía con la habilidad de un maestro oriental Mercè Altimir (profesora de literatura japonesa de la UAB, con formación psicoanalítica) tirando de algunas puntas del tejido de la novela o mejor desvelando, abriendo ventanas a esa escritura sobre la memoria, la pérdida, el duelo (que no por azar transcurría en Japón), y al explicar que los tres personajes que se unen en esa trama de autoficción: el poeta Kobayashi Issa, el novelista Natsume Soseki (me encantó cómo ella pronunciaba ese nombre) y el fotógrafo Yosuke Yamahata, habló de esas imágenes que se quedan con nosotros, que duelen. Sarinagara significa sin embargo y un poema de Issa (Issa es un seudónimo que significa, y Mercè Altimir aludió a la desconfianza y la ironía de Forrest sobre la filosofía y los estereotipos en muchas ocasiones: dicen que la vida es un río, pero uno no puede pararse en la orilla de los acontecimientos, sin embargo siempre puede pararse a tomar un té) introduce la novela, un poema escrito a raíz de la muerte de su hija, un haiku que dice algo así como que el mundo es rocío, y sin embargo, sin embargo... (me gustó el gesto de Mercè Altimir de pronunciar el nombre de la niña allí, muy claramente, Sata Kobayashi, junto al de su padre). Según Forest, ese haiku podría tener dos interpretaciones: el mundo es efímero y sin embargo la vida sigue, o ya sabemos que el mundo es efímero y que todo puede perderse, pero yo no estaba preparado para esta pérdida. Forrest estaba en Japón intentando dejar atrás la muerte de su hija, materia de sus dos novelas anteriores, y en una librería de Kioto le asaltó ese poema de Issa, ese libro escrito por la pérdida de otra hija. Forest habló de esos gestos del azar aparente que uno decide tomar como signos, a veces irónicos, del destino (o del inconsciente, diría yo) que nos llevan, si los aceptamos, por otra dirección más interna. Así el libro no fue conscientemente buscado, sino que los tres personajes de esa novela de autoficción le llegaron, le visitaron. Y entre medio está su narrador, el que recibe esos signos y los utiliza para decir/se. Vio un documental americano que intentaba buscar los supervivientes 50 años después de la bomba de Nagasaki y encontraba a la entonces joven madre que en medio de las ruinas, el humo y la radiación amamantaba a su bebé (y sin embargo...) y el bebé resultó haber muerto poco después de la bomba, pero la madre (sarinagara) había sobrevivido, y el fotógrafo le entregaba la foto de su bebé; esas imágenes que se quedan con nosotros, en nuestro interior. Ese fotógrafo, contaba Altimir, que encargado por el ejército imperial de fotografiar las guerras anteriores no retrató nada de los horrores que vio, sino sólo la gloria imperial, pero al ser enviado a Nagasaki sí retrató aquel dolor. Y Soseki, que había perdido un hijo y así lo escribió en una novela. Ese Natsume Soseki que, como dijo Altimir, hizo de puente: recogía la tradición clásica (escribía poemas en chino), pero leía a los poetas anglosajones y abrió el camino de la renovación literaria y lingüística japonesa. Mercè Altimir habló de la memoria y de esas imágenes internas que nos siguen acompañando, pero también hablaba de la (re)escritura y conectaba con mis pensamientos al llegar. Y Forest habló de Kenzaburo Oe, que logró construir toda su obra a partir del hecho del nacimiento de su hijo enfermo y logró que todos sus libros fuesen diferentes y eso era otro mensaje para mí, que volvía de ver -en un encuentro, una conversación con hilos luminosos y otros difíciles- a mi antigua psicoanalista y de hablar del duelo de mi libro y de lo que queda ahí aprisionado y de mi interrogación de qué me han dejado esos encuentros, qué queda de ellos en mi silencio momentáneo de ahora, en la obligada dicotomía vital de mis fantasías y en mi extraña, inconsciente elección vital. Y para mí, la idea de esa pérdida de Forest que compartían los tres personajes japoneses es algo inconcebible, que no puedo ni nombrar ni mucho menos imaginar, algo mucho más terrible para mí que mi muerte. Así que cuando oí hablar de ese sarinagara (sin embargo) del rocío y el bebé muerto y las imágenes que duelen estuve a punto de echarme a llorar, y pude formular mi pregunta con bastante torpeza, y el autor negó de entrada, temiendo caer en un estereotipo, pero luego fue dándome la razón de por qué Japón y de esa facilidad de los japoneses para ritualizar y expresar y hablar de la pérdida y del duelo y del pathos sin dejar de ser modernos, sin la parte peyorativa del patetismo en Occidente. Estaba V., que sí pudo preguntar y comentar mucho más atinadamente que yo. Altimir habló de la suave ironía y el humor que están dentro de la novela, en la propia melancolía de esa memoria y esa pérdida. Y de la distancia de los estereotipos del saber occidental sobre Oriente, y de la universalidad de lo japonés: son como nosotros, sufren como nosotros.
Busqué Sarinagara en francés (porque me canso corrigiendo mentalmente las traducciones u objetando, traduciendo a la inversa), pero no estaba, así que me compraré la de Sajalín. El editor de Sajalín me preguntó si yo era la autora del libro balcánico y me contó que le había gustado mucho. Y yo pensé en una imagen que me había transmitido la que fue mi analista al decirme que había ido viendo mucha gente leyéndolo en el metro, siempre muy concentrados y abstraídos en ese libro. Y el editor me preguntó si me había costado, cinco años viajando, cuánto trabajo, y yo le dije que no, que la pasión arrastraba y que sí que en cierto momento pensé que nunca lo acabaría, pero de pronto me di cuenta de que se había acabado solo, y Mercè Altimir lo oyó y se rió. "¿Se acabó solo?" Y sí, es verdad, fue como si lo hubiera acabado alguien aparte de mí; fue en Luxemburgo, refugiada entre libros en el cálido apartamento de Ninca, con silencio y cornejos que discutían en los tejados y nieve, de pronto comprendí que había terminado y que sólo tenía que volver.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Libros y guiños

Foto: I.N., Escaparate del librero de la calle Berlinès, con Kafka y Casanova, Herta Muller y las lecturas de jeunesse de Tournier, entre otros, esta mañana Anteayer fui a la presentación de dos libros de Carles Hac Mor, Regoc, Himnes del no-ésser y uno de Ester Xargay con imágenes de Vicenç Viaplana, Eixida al sostre. De camino a Laie pasé por Llibres del Mirall y pesqué una bonita edición de las Cròniques de l'ultrason y L'estació de J.V. Foix (de Quaderns Crema) y las Opiniones del gato Murr sobre la vida, de E.T.A. Hoffmann (recomendado por E.C.). Me puse a leer mientras andaba, contagiada del humor surreal de Hoffmann-editor de su gato escritor y sus comentarios supuestamente incluidos malgré lui y que el gato Murr aprende a escribir con esfuerzo y para componer su libro va rasgando hojas de la biografía del director de orquesta Kreisler (así inspiró a Schumann su obra para piano Kreisleriana), y esas hojas arrancadas se imprimen alternadamente, por error, con sus Opiniones en el libro final. Cuando levanté la vista del libro descubrí un escenario recóndito para mi libro de la ciudad, y luego otro, pero no llevaba cámara, así que anoté adónde debía volver. La presentación de Hac Mor-Xargay fue brillante, Xavier Garcia y Jordi Marrugat deslumbraron con su análisis de la obra de Hac Mor y votaron por una necesaria edición de sus Obres Completes y Xargay leyó un poema, un convaleciente Hac Mor leyó un texto ajeno (con sus comentarios a modo de apostillas irónicas y aceradas), Viaplana mostró las imágenes y todos discutieron del orden con que debían hablar, y un niño habitual se ocupó del ruido de fondo. Y flotaba esa luminosa estructura deconstruida de las palabras reaprendidas en un alfabeto desconocido, como aquel que aparece ante los ojos insomnes de Foix. Luego me fui, leyendo a Foix maravillada porque esas crónicas oníricas (con misteriosas damas extraordinarias que mueven los ojos com qui espargeix herba y que le entregan ramos de flores y le invitan a seguirlas de noche hasta lugares lejanos e ignotos) me hechizaban y porque me parecía leerlas como si las hubiera escrito para mí, haciéndose eco de mis pensamientos (Tanqueu amb forrellat la porta quan truquen aquells a qui corca l'enveja!) y cuando salí del metro en la plaza Joaquim Folguera, una vez más entre esos preciosos almeces (que el ayuntamiento va a cortar para agravar más el déficit de árboles por habitante de esta pobre ciudad) y que hasta ahora celebraban al poeta, y en ese momento leí: "Teníem un engany, però, animats per l'aparició mig borrosa de la figura d'En Joaquim Folguera, que va decidir per on calia anar, vam avançar, brandó encès i alçat enlaire, tot recitant-nos els uns als altres versos inèdits a mig to." Anoche volví al viejo Velódromo con otra Isabel y estuvimos departiendo y despotricando y contándonos, y aunque la contemplación de los espejos tras la barra y el tragaluz y los billares y todo lo que restituye la historia del lugar me alegraba el espíritu, sentíamos la presencia de ese público de aire analfabeto y tosco que ha sustituido al de antes y a aquellos camareros auténticos que aún recuerdo. En cierto momento bajaron la iluminación y subieron el volumen de la música hasta extremos de discoteca y el público empezó a aglomerarse de pie en la entrada, un tanto absurdamente. Entonces nos fuimos. Hoy he seguido un consejo de Pere Gimferrer y he conseguido un libro de Raymond Roussel, Comment j'ai écrit certains de mes livres, donde Roussel, con su humor surreal, revela un procedimiento que pudiera servir a muchos escritores, consistente en tomar dos palabras similares, como billard y pillard, hacer dos frases casi idénticas con ellas y construir un cuento que empezara con una y acabara con la otra. Por lo visto Gimferrer tradujo ese libro intraducible para Tusquets hace años, auténtico desafío lleno de juegos de palabras como trampas que tal vez sólo un poeta lograse superar. El libro incluye dos guiños para mí, que no he podido evitar leer en el metro: "Bel-et-Bon" (donde mi nombre se asocia al balido como en el poema que me dedicó Hac Mor) y "Raymond Roussel et les echecs dans la littérature" (lo he leído como punición por mi licencia con Duchamp y la sustitución del ajedrez por cartas en mi primer cuento). Pero luego he vuelto a mi deber y me he puesto a leer a Isabelle Eberhardt para completar mi ensayo, trasladándome automáticamente al desierto y sus ksars, a Aïn Sefra (donde murió, con la lluvia de barro que hundió su gurbí) y a Oujda y la melancólica monotonía de los países de arena y las letanías de los sutras, interrumpidas siempre por lo inesperado.

martes, 24 de noviembre de 2009

La mirada

Petrus Christus (1410-1472/73), Retrato de una joven dama, c. 1470
Yo pensaba que había visto en vivo este retrato en la National Portrait Gallery, pero me equivocaba. Fue en Berlín, pero antes conocía ya a esta niña holandesa de una gran exposición en Milán, en 1998, que mostraba el retrato a través de toda la historia de la pintura. En Berlín compré la postal (consuelo de los pobres) y la tengo en la estantería, desde donde me mira. Es una niña, vestida para el retrato, y tiene una expresión inteligente y melancólica, algo disgustada y desdeñosa. E.C., que había contemplado ese retrato mucho más que yo (La meva enamorada! dijo), me señaló que estaba peinada con el pelo tirante hacia atrás para achinarle los ojos y también me mostró que si divides la cara verticalmente, cada lado, cada ojo, tiene una expresión distinta.
En una web supuestamente de arte leo que Christus era discípulo de Van Eyck pero que sus retratos "no muestran la vida interior" del maestro. Yo naturalmente disiento. Ferozmente. ¿Acaso esta mirada no está llena de vida interior? Pero los críticos que olvidan la existencia de su subjetividad exponen (sin firmar!) sus opiniones y su forma de mirar o de leer como si fueran hechos inobjetables. Esta niña me mira desde la estantería con toda su contención silenciosa y reflexiva y la rígida teatralidad impuesta sobre su cuerpo pequeño, y me cuenta su historia. Me he acostumbrado a rodearme de imágenes que me recuerdan e interpelan y ella es una de mis favoritas. Hay imágenes pictóricas, fotografías, figuras protectoras (como Derrida) o de otro tipo (como un deconstruido Lenin, o como Marilyn Monroe o Hepburn-Golithly-Brennan) o fotos de los lectores abstraídos de Kertész. Un poco más allá, hay un libro que siempre tengo a la vista, titulado Fes memòria, Bel, y que un librero-poeta-radiofónico amigo del azufaifo me regaló, sin duda para ayudarme a recordar algo importante, que tiene que ver con mi memoriosa escritura. Yo tenía un amigo que dejó de serlo porque a veces me detestaba sin razón aparente; él siempre decía que yo era memoriosa (como el borgiano Funes), aunque no es cierto: sólo recuerdo obsesivamente algunas cosas, mientras que para otras necesito esas miradas desde mis estanterías, y las páginas dobladas, y mis libros (para invocarlos, como James: "Oh, espíritu de Maupassant, ven en mi ayuda") y ciertas frases.
Éstos son días de impaciencia, de esa rara mezcla de angustia mezclada a la felicidad de echar al agua mis cuentos (en una barca de papel, como la del cuento de Andersen del valeroso soldado de plomo enamorado de la bailarina, que atravesaba las alcantarillas, la rata, el río y en el mar era devorado por un pez y rescatado en la cocina de la casa, y los dos se unían para luego ser arrojados juntos a la chimenea por el niño de la casa y fundirse en un corazón de plomo con brillos de strass), pero de pronto sale el sol en esta mañana silenciosa y me doy cuenta de cuántas miradas me rodean desde las estanterías, entre mis libros, pequeñamente, como dice Lichtenberg (La gran regla: si tus pequeñeces no son singulares en sí mismas, al menos dílas en forma pequeñamente singular). No me queda más remedio que aceptar que mi mirada o mis cuentos gustarán a unos lectores, pero irritarán a muchos otros. Sobre todo, me sorprende que necesiten decírmelo. Pero sin duda todo eso forma parte del juego. Y podría equilibrarse con los lectores que sí encuentran algo de valor en mi escritura y que no van a regañarme sino a disfrutar leyéndolos, y con la felicidad de que algunos de esos lectores sean lectores exigentes, con un criterio y una forma de leer que a mí me interesa. O con la sensación, releyéndolos, de que he hecho lo que quería, pequeñamente singular, mirada microscópico-literaria de hormiga de Figueres, y de que estoy en otro lugar de mi escritura respecto a Crucigrama (aquí hay un cuento, uno solo, en el blog de Antón Castro).
He ido a comer con mi editor, y me ha traído Carta a la madre y cuentos completos de Esther Tusquets y en el metro me he leído el estupendo retrato que le hace Fernando Valls en el prólogo.
Estoy leyendo en el Granta español una entrevista de Jhumpa Lahiri a Mavis Gallant, que me llegó ayer (las dos escritoras me gustan), y esta mañana me han llegado dos libros más de Natsume Soseki (acabado y entregado y añorado Henry James, ese libro maravilloso), quisiera concentrarme en ese autor, pero también tengo pendiente leer más, investigar más para completar mi ensayo surgido de las conferencias con Lydia Oliva, que se publicará, si todo va bien, en primavera. Y mi libro de la ciudad también está ahí, y a ratos palpita y me llama, sobre todo por la calle. En cuanto a la novela... a veces vuelven esos gestos cotidianos que me devuelven violentamente al tiempo de esa novela, y ahí necesito toda mi energía y mi coraje para meterme en el foso, escarbar, podar, extraer, organizar, encontrar una estructura nueva.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Advertencia sobre mi libro

Foto: I.N., Gilda, 2009.
Como mi anterior libro fue un ensayo, algunos pueden creer inadvertidamente que con Algunos hombres... y otras mujeres sigo en el mismo registro. Pues no; se trata de ficción y no de historia, y si en la página 11 he puesto a Duchamp jugando a las cartas y no al ajedrez como en todas partes, es porque me convenía. Y si en mi cuento "El día que mataron a Puig Antich" hay una inversión de tiempos respecto a un hecho histórico, también tiene sus razones. También hay una errata, que parece un laísmo, pero es la falta de una preposición "en", que se perdió al modificar la frase, y puede haber alguna más.
No necesitaré ayuda para encontrarlas, pero si insisten les repetiré el aforismo de Georg Christoph Lichtenberg, que de momento omitiré. Ésta ha sido una mañana espinosa de lunes. Quien avisa no es traidor.

domingo, 22 de noviembre de 2009

¿Qué nos restaura?

Foto: I.N. Ortigia, Siracusa, julio 2009
Siempre me sorprende cómo algunos niegan la subjetividad en la lectura o el cine (hablábamos de eso al dorso de otro blog), me sorprenden esos críticos que hablan como árbitros de lo bueno y lo malo, y es cierto que hay mala literatura, literatura barata, banal, estereotipada, pero descartando ese terreno, y ciñéndonos al de la literatura genuina, hay libros que nos llegan y otros que no, libros que despiertan ecos, resonancias nuestras, históricas o deseos o afinidades, libros que nos zarandean en momentos delicados, libros que sólo podemos ver o escuchar en ciertas épocas de nuestra vida, libros que desechamos y nos sorprenden tiempo después, a traición, y nos cambian la visión de las cosas, libros cuyo humor no detectamos, en los que leemos sólo la parte miserable o sombría o incluso la parte endeble, sin ojos para la que resplandece, libros que nos asustan, porque nos recuerdan cierto terror a la fragmentación y la locura... y lo mismo ocurre con el cine. ¿Qué buscamos en el cine? En mi caso, la exigencia depende del momento y todavía puedo distinguir entre obras maestras universales y absolutas, películas donde el lenguaje de las imágenes y los silencios han logrado decir autrement, llevarnos a otro sitio, o arrastrarnos por su pura poética, como Tarkowsky, de toda clase de películas otras, películas que nos hacen pensar (y con ese transporte nos bastan a veces), o películas paródicas y burlonas que ayudan a quitarse telarañas o aquellas que a pesar de muchos pesares y de una textura desesperantemente clásica o banal me llevan o me devuelven a un lugar adonde quiero ir, aunque probablemente no lleven a los otros.
Ayer buscaba yo precisamente una película capaz de restaurarme sin grandes sacudidas. Necesitaba un efecto inmediato. Y como no encontré ningún tesoro en la cartelera, me dirigí a un director que suele parecerme convencional, hollywoodiano, con su banda sonora estandarizada indicando qué emociones debería tener el espectador y esos tics que me irritan, pero yo necesitaba urgentemente que me contaran una historia capaz de sustraerme de mí misma por un rato, y en ninguna parte estaba Bergman en su isla de Faro, ni había películas chinas, ni estaban Tarkowsky o Bela Tarr y parece que todo lo interesante lo ponen sólo en martes, y yo ya había visto Les plages d'Agnès (y no me atreví a repetir en un día como ayer, habría sido demasiado para mí, aunque esa película me encantó en un cine que me gusta de París, con V., y la volveré a ver antes de que la quiten). Así que nos fuimos a ver la última de Sam Mendes (he visto que a Francis también le gustó), y resultó exactamente lo que necesitaba para restaurarme. Por su humor, por las interrogaciones de esa pareja autoburlona, por su complicidad afectuosa y no estereotipada, por su perplejidad ante la galería de personajes y parejas que visitan, por el final simbólico de la casa. Justamente yo, que escribo un libro de casas y balcones, en una especie de duelo anticipado o condicional por la mía, y que siempre busco la conexión con las casas de otros escritores y acababa de subrayar una página maravillosa de Henry James sobre viejas casas inglesas que le embrujaron, "en los largos días de agosto, enclavadas en el sur de la atmósfera inglesa, en el suelo en el que tanto ha acontecido y tanto ha dado, esas deliciosas construcciones antiguas se elevaban ante mí como apariciones. Pensé en cientos de cosas. ¿Adónde va a parar lo que uno piensa en momentos así? Esperemos que no se pierda, que se cobije en la mente para enriquecerla... Una casa es, au fond, una imagen imborrable; podemos confiar que en el futuro vuelva a alzarse ante nosotros, pero aquello en lo que pensamos con una suerte de serrement de coeur es la emoción efímera y perdida con la que en su momento nos detuvimos a contemplarla. La imagen acaso revivirá; pero aquello es parte del pasado." O un párrafo de Jean Rhys que citaba en mi conferencia "Se quedaba allí tumbada pensando en las sombras oscuras de las casas en una calle blanca de sol; o en árboles con esbeltas ramas negras y tiernas hojas verdes, como los árboles de una plaza de Londres en primavera; o en un mar púrpura oscuro, el mar de una estampa o de un país tropical que nunca había visto", y en la Vanguardia escribí de un personaje de Agota Kristoff "que confunde sueños y realidad y se enamora de las casas; sólo quiere vivir para recorrer las calles y es capaz de expresar sus excesos de emoción con la música hasta abrumar a quien le escucha", yo, que vivo en una ciudad donde las casas antiguas siguen cayendo con sus molduras, sus chimeneas, sus artesonados, para construir mediocridad y fealdad que se extiende cancerosamente (Camus dixit). Así que esa escena final silenciosa de la película fue para mí doblemente significativa.
Pero ¿qué nos restaura y por qué? Una vez, en el nerviosismo que me invadía tres días antes de irme a Kosovo, me restauró la presencia de los amigos que quisieron venir a mi no-cumpleaños y ante la prohibición de traerme regalos me llenaron de libros, cuadernos, música... con la frase: "esto no es un regalo", y me restauró también lo que dijo un amigo a propósito de Li Bai y de ser libre, en ese mismo encuentro.
Y estos días, cuando me sentía oprimida por estar forzando y pidiendo y obligando a escritores amigos y conocidos a presentar mis cuentos en un tiempo récord, de pronto hubo uno que me dijo que sí directamente, sin haber visto el libro, y otro me llamó, mientras yo estaba en la calle, y se ofreció generosamente a viajar y venir a presentármelo porque le hacía ilusión. Esos gestos restauran, como el de Robbie Ross, el hombre que se quitó el sombrero al ver a Oscar Wilde saliendo de la cárcel de Redding en medio de una multitud que le abucheaba hipócritamente. Y es que yo no puedo evitar sentirme un poco como Oscar Wilde en ese paseíllo, aunque sólo fuera por ese hocicamiento de la escritura que decía JRJ, o por lo que me contó años atrás un bailarín, de que en cierto espectáculo había sentido como si el público le arrojara cuchillos. Y todo sin ninguna razón por mi parte, ninguna justificación, puesto que yo necesitaba escribir y publicar esos cuentos, necesito ponerlos ahí en medio y que se lean, aun sabiendo que algunos van a aprovechar para probar sus estocadas o van a arrojarme un significativo silencio. Es decir, todo lo que ocurra, podrá decirse que en cierto sentido yo me lo habré buscado, por lo menos me he arriesgado a que ocurra. Lo cual no significa que me interese recibir estocadas, ni que vaya a aceptar la agresividad de los locos, ni la de los celosos. De hecho, me estoy construyendo una armadura invisible... Y por otra parte, no podría vivir sin esa cuerda de funambulista, no sabría vivir ya sin exponerme, sin colgarme de esos columpios que caen del cielo para atravesar un espacio lleno de lenguas de fuego...
Y ahora me restaura seguir leyendo, con la gata ronroneando...
Y luego ha aparecido un visitante inhabitual, personaje de mis cuentos que en mi adolescencia me atrajo con su escritura y sus lecturas. Llevaba una bonita chaqueta de casi brocado muy setentas y me hablaba, sin mirarme a los ojos como otras veces, de Ucrania, donde hizo una gira poético de librerías con otros poetas catalanes y ucranios, y también de cómo están masacrando el paisaje con una carretera entre Figueres y La Bisbal, una carretera semielevada que tapará para siempre la llanura del Empordà, y de otra carretera que pretende sustituir a las curvas que iban entre Lloret y otros pueblos contiguos y que también arrasará árboles y paisaje; él también es en cierta manera activista resistente. Todo son empeños perversos de políticos "que hace veinte años fueron de izquierdas", me decía. Le he mirado mientras no me miraba y he visto su cara de siempre, la de hace treinta años, entre las modificaciones, pero con el mismo espíritu. Me ha contado de un libro que pinta muy bien que acabo de encargar en la web de una librería de viejo, y que revelaré cuando lo tenga en mano, y yo le he enseñado un poco de mi libro de las casas y los balcones, y él también conocía a la maravillosa Karen Dalton, a la que no paro de escuchar. Y más tarde JC me ha recomendado a Terez Montcalm. Y he bajado hasta el Bronx a dejar un libro en el buzón de un escritor enfermo y al pasar por el azufaifo he pensado que tenía que contarlo aquí. Se ha vuelto amarillo y ha llovido hojas cubriendo con esa alfombra moteada incluso la mugre de los vándalos; dentro de poco se desnudará del todo, pero ahora es tan bonito... Continuará...
Last Minute News: Uno de mis cuentos está en el blog de Antón Castro, si alguien quiere un aperitivo...

sábado, 21 de noviembre de 2009

Lectores sabatinos

Foto: I.N. Árboles y farolas en la Place des Vosges, París, 2009
Antes que nada, guarden una fecha en sus agendas aquellos que sientan alguna atracción o interés por mis cuentos: viernes 11 de diciembre en La Central de la calle Mallorca. Sé que el viernes es un mal día para quienes huyen al campo, pero la Navidad se nos echa encima y yo no quiero esperar más. Lo anunciaré mejor cuando sepa más, cuando tengamos invitación.
Y mientras empiezo a recibir noticias de algunos lectores de excepción, que ya han leído mis cuentos y para mí, impaciente de esa circulación y ese feedback que nos permite seguir escribiendo y adentrarnos en otros proyectos, es una felicidad. Todo aún saliendo de mi constipado, de la resaca que me produjo la reunión en la Conselleria Territorial de la Generalitat y la condena de nuestros lledoners, de nuestra hermosa plaza, e inmersa también en la parte de fragilidad interrogativa de las reacciones de unos y otros, con una necesidad de defenderlos en un acto ritual para poder capear lo que venga y alejarme hacia mis otros dos libros.
Uno de esos lectores es además personaje de mis cuentos, pues quise dibujarlo como otros me habían dibujado a mí. En su primera lectura rápida (me anuncia que hará otra, más crítica), me ha mandado un mensaje que empieza con una cita musical: Maldigo los detergentes, maldigo la lavadora que borraron de mi cama las manchas de tu persona. (Mártires del compás) y sigue así (hay alusiones que sólo entenderán los que lo hayan leído, naturalmente, pero se refiere al cuento "Hombres con los que no me he casado", en homenaje a una pieza y poema de Dorothy Parker que yo traduje):
Compré tu libro el jueves en La Central y lo leí de un tirón en tres trayectos de tren. En el último, pasaba por Ocata cuando la nombras en el Iibro, ¡qué coincidencias maravillosas nos depara la Renfe! Por cierto, han cambiado a la locutora de voz sedosa y sugerente. Ahora Ocata es una más, tuvo su momento de gloria, pero parece que alguien habrá decidido que no conviene excitar a la gente cuando va o vuelve del trabajo. Me decepcionó saber que no estábamos casados, y espero no estarlo con otra. Pero, quién sabe, hay tantos libros por ahí que no he leído ni leeré. A lo mejor estoy felizmente casado, y yo sigo aquí frente al mar "solo, desamparado, ciego sin lumbre en cárcel tenebrosa". En fin, que dejé a mi novia y mi apartamento de Barcelona, y mi salón de lectura principal vuelve a ser el tren y las estaciones.
Ha sido un placer extraordinario leer tus cuentos -¿cuentos?- optimistas, lúdicos y lúcidos, frescos (recién hechos, ligeros, desvergonzados...). La cita inicial de Nabokov, todo escritor es un gran embaucador, creo que le da el tono justo al libro (como la pistola de agua en la primera escena de Charada). Las propias palabras de Nabokov son un gran engaño, no podía ser de otra manera. En el fondo qué más da que un libro sea ficción o realidad, es literatura. Desde luego, al final, un libro se acaba convirtiendo en algo real, un objeto, que acabará formando parte de nuestra vida, de nuestra experiencia, de nuestro cuerpo como una loncha de buen jabugo. Bueno, me pierdo. Me ha gustado volver a la época que describes, reconocerla y reconocer a algunos de su personajes, y mirarla de nuevo con tus ojos y tu sensibilidad, y tu ironía. Incluso creo que me he reconocido, en la realidad y en la ficción. Y me emocionó cerrar el libro, con el regusto que deja en la boca el útimo trago de un buen vino.
En realidad, sólo quería felicitarte por la publicación del libro, al que le deseo un gran éxito.
Un beso.
JC A mí su comentario me ha alegrado la mañana, tanto como ayer me alegró saber que Carles Hac Mor presentará mis cuentos junto con Álvaro de la Rica, que me lo ha ofrecido hoy, y que tenemos un espacio el viernes 11 en La Central de la calle Mallorca. Y es que yo sigo alternando mi urgencia de presentar ese libro, con la felicidad de que ya esté ahí y la aprensión por la acogida y las reacciones. Y es que siempre hay reacciones inesperadas, ya lo he dicho aquí, incluso en aquellos a los que creemos homenajear en un dibujo, y no sabemos qué les llegará y qué imaginarán. Ni tampoco sabemos si se confundirán y enfurecerán con nosotros por razones que no podemos ni imaginar... o si comprenderá que es sólo una forma de dibujar, y que está hecha con todo el afecto literario.
Yo sigo maravillándome lentamente con los cuadernos de Henry James y los entresijos de su manera de escribir, y a ratos vuelvo al escritor japonés Natsume Soseki, y de vez en cuando a las novelas de amigos y a Cernuda y a Vinyoli, que siempre me reparan. Pero hoy, en mitad de la noche me ha despertado un dolor hondo y agudo, un dolor de alguna muela y sobresaltada, me he sentado en la cama y he pensado: "¿Y ahora qué hago? Porque esto es serio..." Pero luego, con mi remedio homeopático ha desaparecido mágicamente, aunque el lunes tendré que volver a ese lugar que tanto me desagrada y abrir la boca bajo esos focos.
Anoche cené con unos amigos y nos reímos hasta las lágrimas: el tema del malade imaginaire estuvo flotando todo el tiempo en la mesa, no sólo porque uno de los comensales se enfrentaba a una pequeña intervención y eso agitaba sus fantasmas e inquietudes -y por qué no, sus metáforas internas-, y nos hizo partícipes de su rápido proceso de digestión de la idea con su particular humor surreal y excéntrico, sino también porque todos conocemos esos temores y abrigamos en mayor o menor medida el temor no sólo a la muerte sino también a nuestra vulnerabilidad frente a los temibles laboratorios farmacéuticos y a las servidumbres y deshumanización de los hospitales. Y además contábamos con Tigridia, que es médica y conoce bien su oficio, y puede explicarse. Yo recordé que Tigridia me había contado, muchos años atrás, que su profesor de cirugía les solía decir: La carn és com el tomàquet. primer punxar, després tallar. Y a mí esa frase se me quedó grabada intensamente, tanto que cada vez que corto un tomate, pienso en el cuerpo humano y la cirugía. También recordé a un joven médico vasco hipocondríaco cuyo saber se había convertido en su mayor enemigo e imaginaba que le acosaban las más raras enfermedades... Pero hubo otros temas y la cena parecía dominada por el antiguo gas hilarante. Lo cual no impidió esa irrupción del dolor dental en medio de mi metafísica noche...
Continuaré, continuaré...

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Mientras espero

Foto: Sebastián Alcalá, Yo en San Petersburgo, 2004
Mientras espero una respuesta asociada a la presentación de mi libro (que al fin ha llegado a La Central y es de esperar que también a las demás librerías, además del librero de la calle Berlinès, que está también dentro del libro), me ha tocado la suerte de leer para reseñar los Cuadernos de notas de Henry James. Los leo con auténtica fruición; ahora no voy a contar lo que contaré en mi reseña, pero me siento feliz, y mientras preparo para una revista lenta y sólida un artículo más extenso sobre un sugerente escritor japonés, me digo que si pudiera vivir de esa clase de trabajos yo sería feliz. Feliz sólo leyendo y escribiendo, y dando conferencias y clases de vez en cuando, sin más, pasando del sofá al ordenador (y dando largos paseos frondosos y walserianos para desencallar mi escritura, y manteniendo esas necesarias conversaciones con mis interlocutores favoritos), contando a los que quieran leerlo las maravillas de tal o cual libro y lo que yo he encontrado en ellos, y siguiendo mis historias, aunque yo no pueda escribir como Henry James, escritor cerebral, de los que todo lo planifican, como García Márquez, como Iris Murdoch (los míos, los que escriben a ciegas, o siguiendo tan sólo una frase del inconsciente, serían Marguerite Duras, Raymond Carver, Flannery O'Connor, Jeff Noon, Jean Rhys y tantos otros). Aún recuerdo la impresión que tuve cuando, hace muchos años, entré con B. en el estudio un gran escritor latinoamericano que entonces vivía en Barcelona (pero estaba de viaje en Londres) y descubrí sus secretos, su lejanía, su método ajeno a mí, sin que él lo supiera. Yo intenté alguna vez escribir con notas y esquemas, pero me aburría saber tantas cosas de antemano y no me salía nada. Y eso no impide una mezcla de envidia y fascinación por las maneras de mi querido HJ.
No sólo espero esa respuesta, también espero la propia presentación, ese gesto simbólico de poner mi libro en circulación, de dar la cara por él, apoyada por alguien que espero que me diga que sí, para luego poder atender a mi deseo de seguir escribiendo mis otros libros. Y para pasar esa fase difícil y expuesta de las reacciones de algunos, que siguen el abanico contado por Javier Marías en su Negra espalda del tiempo.
Pere Gimferrer me dice que sólo ha podido mirar el libro por encima, recién vuelto de un viaje, pero que por las citas y los agradecimientos se ve "de buena crianza". A mí, que me parece un honor recibir una llamada suya, esa opinión primera me alegró la mañana. La portada también le gustó, dijo que era muy alegre, y es verdad. Yo me felicito de la ironía de los diseñadores de Menoscuarto, que convierten los cuentos en una celebración metafórica y burlona, perfecta para mi ánimo.
En realidad, y según se mire, yo debería estar temblando por mi maltrecha economía, por el panorama difícil de ahí fuera: pero siempre he vivido ajena a las estadísticas, no puedo creer que todo sea absoluto también para mí, que no haya felices excepciones, que no llegue mi tiempo tampoco ahora... Y es que la alegría de mi libro, con toda su aprensión, me impide ponerme en ese escenario. Something good is happenning here, como decía un amigo londinense a quien sigo añorando a veces. This is my letter to the world / That never wrote to me.... Pienso también en la cita de Tsvietáieva, que dijo hace poco Selma Ancira, en su magnífico y luminoso discurso de aceptación del Premio de Traducción Ángel Crespo: "Yo no creo en milagros. Mas qué dicha es darse cuenta: ¡el milagro - existe!"
Y ahora les dejo ya, me espera Henry James, con la gata Gilda: ella querría que yo estuviera siempre en el sofá, leyendo mientras ella ronronea en el respaldo, mostrándome de cerca sus misteriosas rayas de tigresa, ese aire feroz y dulce al mismo tiempo, su mezcla de proximidad y contención, sus ojos transparentes.

domingo, 15 de noviembre de 2009

He vuelto a caer

Foto: I.N., Gilda en la terraza, primavera 2005
He vuelto a caer por la pendiente de un virus, que G. trajo tal vez al enfriarse los pies con las olas. ¡Yo, que no me constipaba prácticamente nunca! Ayer no pude salir a cenar. Cuando ya estaba en la calle, el peso en el pecho y la congestión me devolvieron a casa. Casi añoraba la fiebre para sumergirme en un sueño más hondo y huir, pero no ha habido fiebre, ni gripe a, sólo un vulgar y ruidoso constipado. Me he pasado todo el fin de semana traduciendo a destajo, un texto que habría querido devolver, porque estaba lleno de terminología de economía financiera y porque era demasiado largo, árido y urgente. Y yo no me encontraba bien y hacía años que no traducía a ese precio ni siquiera para editores, y en esos años, a mi alrededor todos los precios de las cosas necesarias se han triplicado. Pero he acabado, lo he mandado y me he puesto a escribir, más contenta, la reseña de Flores raras y banalísimas, que también he enviado (escribir siempre es otra cosa). Y luego me he leído la novela, el manuscrito (aún no ha buscado editor) vibrante, melancólico y sutil de un amigo que persigue la verdad y la belleza, ese amigo que dice que el mandamiento de los escritores es "Leeros unos a los otros..." Y yo intento seguirlo, tengo un montoncito de libros de amigos que leo cuando puedo y ahora se ha unido Amarillo, de Félix Romeo, que me lo dedicó dibujándose (y yo, que también me dibujo siempre en la firma, me contuve) y que me ha sorprendido nada más empezar. También buscaré otros, un libro que trata de la imposibilidad, otro tema cercano. ¿les he dicho que en el blog de Antón Castro sale una entrevista de mi libro balcánico con Dubravka Ugrešić?
Esta tarde, G. y yo competíamos en un triste concierto de tos, hasta que él, que cree haber mejorado, se ha ido... y ha vuelto. Y ahora me cuesta no mezclar en mi cabeza los retazos melancólicos de las galeras, las tarifas y las dificultades con el malestar físico. He sabido que dos traductores flojuchos han traducido mal a dos autoras excepcionales y me pregunto por qué esos editores no pensaron en mí para eso, y en cambio me ofrecieron mediocridades y se enfadaron cuando no las quise. No importa, me digo, yo seguiré escribiendo y buscaré otras vías. Y me acuerdo del brujo madrileño, que me prohibió traducir y concluyó que tenía que estar agradecida a aquella interlocutora de un museo que poniéndome palos bajo las ruedas acabó por producirme la epicondilitis, y eso me impidió traducir durante un año y medio... hasta que una acupuntora encontró la manera de curarme, horadándome como a Gulliver (eso me recuerda una escena de acupuntura en uno de mis cuentos).
Pero los bacilos invisibles no dejan de trabajar y mi cuerpo forcejea contra ellos. Recuerdo que, cuando G. era un bebé y tenía fiebre, había momentos, cuando se me abrazaba ardiendo, en que sabía que si me abandonaba me contagiaría y notaba el momento en que...
No he podido ir a ver a Selma Ancira y a Elena Frolova en el Llantiol. Me siento como si tuviera un millón de años, como si hubiera pasado mil noches sin sueño, como si... Y tendré que pensar en la presentación de mis cuentos... Pero el artículo de VM sobre Joyce, la lectura de Finnegans Wake y sus oráculos me ha alegrado la mañana, me lo guardé ayer, envilecida como me sentía entre el catarro y el retorno a las galeras.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Sin tiempo

Foto: Plaza San Francisco, Zaragoza
Llegué anoche, tarde, de madrugada, contenta de la hospitalaria acogida en la librería Antígona de Zaragoza, tanto por el carácter y la predisposición entusiasta de los libreros como por el público que vino, no muy numeroso pero sí muy cálido, receptivo y pensante. Me presentó el escritor y crítico Félix Romeo, que había leído el libro con atención, (lo había comentado hacía tiempo en su interesante página del ABC literario, donde por cierto, el sábado pasado descubrí a Karen Dalton) y lo defendió apasionadamente, con su vehemencia y su estilo particular, interrogándose e interrogándonos, y objetó y discutió los puntos de vista de algunos autores entrevistados en ese libro. Me gustó verle entrar en el libro como en una cancha, discutiendo con los autores balcánicos. Yo intenté contestar a sus muchas cuestiones abiertas, aunque olvidé unas cuantas, pero no podía alargarme más... Me faltó contestarle sobre Peter Handke, me faltó hablar de la gente que en contextos de guerra y complicidad colectiva actúa contra corriente, ayudando y arriesgándose... En general, mi impresión fue de un acto muy interesante y vivo, también gracias a la escucha de ese público. Los libreros habían montado un escaparate donde también estaban mi Crucigrama y La plaza del azufaifo. En la librería encontré algunos tesoros y descubrí pequeñas editoriales interesantes que no conocía. Tenían libros que me sorprendieron (todo Foix en catalán, ¿tal vez por los visitantes de "la Franja"?), y podría haberme quedado mucho más tiempo browsing... También vinieron otros libreros muy recomendados y activos, Los portadores de sueños. Conocí al editor patafísico Carlos Grassa Toro y a la psicoanalista Mónica Gorenberg y al joven blogger Daniel Gascón, y otras fuerzas vivas locales. Antes me había entrevistado el crítico y escritor Antón Castro para su programa televisivo Borradores; Castro es otro lector excepcional, también hospitalario; sus preguntas me gustaron y al final pude hablar por primera vez de Algunos hombres... y otras mujeres. El programa saldrá en dos domingos y luego estará en youtube en Aragón TV. (Por cierto que Antón Castro ha incluido mi entrevista a Dubravka Ugrešić en su blog y ha escrito buenas palabras sobre mi libro. Vean aquí.) La metereología también fue favorable, no había cierzo y pudimos disfrutar de ese veranillo en la terraza soleada de la plaza San Francisco...
Por la mañana he podido departir un buen rato con mi editor en La Central, pero al volver a casa, en un momento de prisa y debilidad, por la mezcla de falta de sueño, trancazo y otras razones, he aceptado una traducción urgente y casi imposible para una institución de arte contemporáneo que debo entregar heroicamente el lunes (perdonadme bloggers amigos, os visitaré cuando acabe...). De manera que héme aquí, amarrada al duro banco, traduciendo y esperando que la mecánica de ese trabajo me lleve a otro punto, y aún reforzada por la hospitalidad aragonesa y por los insights de una visita vespertina a mi antigua psicoanalista, que me ha ayudado a ver detrás de las fantasías que rodean el nacimiento de Algunos hombres... y otras mujeres, a hablar de la felicidad y el alivio que me produce que algunos de esos cuentos salgan al aire, algunas frases que necesito decir por las azoteas del mundo, proyectiles metafóricos, y más allá de este libro ya nacido, a desentrañar las telarañas y dolorosos fantasmas que se agitan en la cueva de mi novela en germen. Y mientras, G. sigue buscando olas y mi libro sigue llegando a las librerías.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Presentación balcánica en la librería Antígona de Zaragoza

Ilustración: Mary Stillmann, Antígona, c. 1920
El próximo jueves, 12 de Noviembre, a las 8 de la tarde, presentaremos SI UN ÁRBOL CAE, Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes, escrito por Isabel Núñez y publicado por Editorial Alba. Para hablarnos del libro contaremos con la presencia de Félix Romeo y la autora. Os esperamos.
LIBRERÍA ANTÍGONA Pedro Cerbuna, 25 50009 ZARAGOZA 976 35 30 75 "He sobrevivido del mismo modo que ellos murieron. Entre mi supervivencia y su muerte no hay ninguna diferencia, porque permanezco vivo en un mundo que está marcado para siempre, indeleblemente, por su muerte". Isabel Núñez recoge esta cita (del escritor Emir Suljagic) en su espléndido libro 'Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes' (Alba), un viaje literario y físico a ese mundo de la ex Yugoslavia arrasado por una de las tragedias más desconcertantes de la última historia europea. Y también una muestra de la desidia de la política continental, siempre presta a retroceder en cuanto se trata de hacer algo en serio. En fin, aquello fue muy triste para los que lo sufrieron y muy vergonzoso para todos los demás. Dice Slavoj Zizek: "El principal obstáculo para la paz en la antigua Yugoslavia no eran las arcaicas pasiones étnicas, sino la mirada inocente de Europa, fascinada por el espectáculo de esas pasiones". No, Europa no ayudó. Estados Unidos, sí. Tarde y mal, pero ayudó. Lo que pasa es que luego se puso a cobrarlo y exigió su precio. Después del ataque del 11 de septiembre el gobierno norteamericano pidió a Bosnia y a otros países de la zona que votaran contra la creación del Tribunal Penal Internacional. En fin, fue una guerra (más bien, guerras) particularmente pérfida y fraticida. Cuenta Marko Vesovic: "Una vez le dije a un periodista, andando por un parque, que si un árbol cae, nadie lo ve, no cambia la vida de los árboles. Y eso era exactamente la vida en Sarajevo durante el asedio, eso era el individuo en Sarajevo"... Alejandro Gándara, elmundo.es. Isabel Núñez es escritora, traductora de Patricia Highsmith, Richard Ford, Dorothy Parker, Andy Warhol y otros autores; crítica literaria (La Vanguardia Cultura/s, Letras Libres, Metrópolis) y profesora del posgrado de Traducción en la UPF. Ha impartido conferencias en la Fundación MAPFRE, el Ateneo Barcelonès, el Institut d'Humanitats del CCCB, Elisava y la UIC. Autora de Crucigrama (Barcelona, h2o, 2006), La plaza del azufaifo (Melusina, 2008, prólogo de Enrique Vila-Matas) y Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes (Alba Editorial, 2009) y publicará en breve Algunos hombres... y otras mujeres (Menoscuarto).
Noticias de última hora: empezó la distribución de mi libro ALGUNOS HOMBRES... Y OTRAS MUJERES (Menoscuarto). Ya lo tiene el librero de la calle Berlinès y se encuentra en algunas librerías de Internet...

sábado, 7 de noviembre de 2009

Yo pensaba

Foto: Árbol seco, Caspar David Friedrich, 1804 (Lápiz sobre papel vitela, mal escaneado por mí)
Que la escritura me llevaría, como el árbol de invierno de Caspar David Friedrich, como la planta de Las habichuelas mágicas del cuento, un poco más deprisa, un poco más cerca del cielo. Y sí, es cierto que en muchos sentidos, la vista es tan distinta desde esta franja de nudos y es más fuerte y bonita esta rama donde ahora me veo sentada, pero el viento aún me azota y vivo en la pura intemperie, lejos de aquellos que sí han obtenido el acceso a las hojitas tiernas (como aquel cuento de un alce enano, que se asociaba con un alce grande y sin cuernos: el pequeño se subía en el grande, le protegía con su hermosa cornamenta y podía al fin saborear las altas hojas tiernas). Yo pensaba que se acabaría antes la incertidumbre inmensa, la necesidad de trabajar en ese lugar donde el granizo duele y se recibe sobre todo el desdén de los mediocres, la envidia de algunos condenados -y aunque a algunas horas alivia e ilumina el encuentro con los amigos o el secreto reconocimiento de otros, grandes y pequeños, y aunque la lectura y la escritura sigan regalándome sus fogonazos y descargas felices, parece que nada sirva, que nada tenga realmente consecuencias, que nada sea suficiente para cambiar las cosas, para estar un poco más a salvo y más lejos de lo mezquino, de lo pringoso y feo.
Pensaba que ese camino de la escritura, que tan extraña felicidad y distintas emociones y sueños me procura a veces, hasta tal punto que me ha permitido renunciar a llenar un antiguo vacío con el alegre samsara relacional de antes, sería suficiente y no me haría flaquear, y en parte sigo asombrada de su potencia, pero a veces...
A veces, ahora que se acerca la distribución de mis cuentos, no sé cuál de las dos inquietudes es mayor, si la de exponer/me y estar ahí, vulnerable y hocicada en la arena pública con mi escritura abierta, o la de que se publiquen estos cuentos y no ocurra nada, y no sea verdad lo que siento, que cada vez la conexión con esos lectores invisibles y afines es mayor, que la intensidad que se produce en el aire en las presentaciones o conferencias no es casual, que algo está ocurriendo que me permitirá acceder a esas otras ramas desde donde quizás ver mejor las nubes, y tal vez un día pueda de verdad echarme en esas nubes, comprobando antes que su densidad sea suficiente para resistir mi peso, y se realice el sueño que tuve a los pocos años durante mi primer viaje en avión con mi padre.
Es verdad que lo que me conmueve de Caspar David Friedrich es su seriedad frente al mundo que dibuja, su manera de situarse frente a cada árbol, barca, ropa tendida, personaje durmiente o soñante, con un respeto y una mirada que me recuerda a lo que la Ginzburg dice de los gatos: "mi guardava con il suo viso serio"...
Ayer fui a la proyección de Frikosal de bichos y estrellas. (Por cierto, el cartel es de Albert Buendia). Como en su blog, las imágenes eran magníficas pero para mí, la clave es la narrativa que las estructura y les da sentido, como en su blog, su literatura: una mezcla de denuncia crítica, humor irónico, poética subjetiva que se esconde tras su posición de ciencia y su vocación didáctica. Yo comparto plenamente su crítica, que es también la mía, la contaminación lumínica y esa añoranza de la noche, porque vivimos en Las Vegas (aunque sin acceso a la suerte, que se reparten los Millets y Prenafetas de turno, y nosotros les regalamos los boletos), prácticamente toda la Tierra convertida en esa pesadilla de luz artificial, los párpados abiertos de la Naranja mecánica, hay que buscar mucho para encontrar el cielo que antes nos pertenecía, la oscuridad que nos dejaba sumergirnos profundamente en el sueño, la iluminación pequeña de las luciérnagas (y aquí en Barcelona, los políticos municipales y el gran cliente de las farolas de autopista se disponen a cambiar todas nuestras preciosas y tenues farolas antiguas por esos focos espantosos, y todos los ciudadanos, como súbditos sumisos, se dejan arrancar árboles y farolas y belleza, y se metamorfizan con esa fealdad impuesta). O los pesticidas o las radiaciones o la energía nuclear o todo lo que destruye la vida natural. Frikosal mostró su mirada hacia las libélulas, nos acercó a ellas y a su mundo de forma emocionante, y a las estrellas, desde sus lugares secretos durandianos de Aragón, pero también desde Tenerife, Chile, la Isla de Pascua. La proyección se celebró (porque fue una pequeña celebración) en un lugar de gran belleza, el IEC, que tiene su sede en la antigua Casa de Convalescència del también antiguo Hospital de la Creu, con ese maravilloso claustro y su zócalo de cerámica (pues bien, apenas hay fotos y referencias a la sede en la red, y cuesta mucho encontrar apenas alguna alusión en la web del IEC a esa maravillosa sede histórica y tan bonita. Tal es el escaso aprecio que esta ciudad concede a la belleza).
Sigo leyendo maravillada a Natsume Soseki, y leo también cuentos de Cristina Fernández Cubas (su universo me acoge sin obstáculos, como si no hubiera pasado el tiempo). Pero me voy ya, con mis prisas, tengo que dejarles, volveré a poner los links, las fundas de los sofás, las cortinas del blog, la sonrisa del gato...

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Desayuno con árboles y libros

Foto: I.N., Jardín Botánico, Madrid, 2009
Ayer estuve en la presentación de Kafka y el Holocausto, de Álvaro de la Rica, en La Central. Xavier Pla y Nora Catelli hicieron brillantes aproximaciones distintas al libro, desde el punto de vista de lo que es el ensayo, de la subjetividad que implica la escritura, de la libertad del género y de su vocación compositiva (Pla) y desde la perspectiva de los cruces entre la literatura, el pensamiento y la teología, o el abordaje cristológico de lo judaico en Kafka (Catelli), todo bien articulado con precisión crítica y humor afectuoso por Sergio Vila-San Juan, y finalmente, esa posición autoburlona, eliottianamente humilde pero cultísima que es la de Álvaro de la Rica, que aconsejó que no se tomara demasiado en serio su libro, citando la frase (Boris Groys?) de que la cultura son sólo rumores y tratando de explicar de dónde había surgido ese ensayo. "Hablar de Kafka es hablar de todos nosotros", escribía Blanchot. Y De la Rica contó una conversación suya con Vila-Matas donde los dos coincidieron en la misma sensación de que leyendo a Kafka, sentían que el libro les leía a ellos.
A ese encuentro tan sugerente siguió una cena magnífica y plagada de buenas conversaciones en un comedor subterráneo de uno de mis sitios preferidos de Ciutat Vella (un delicioso bacalao con tomate confitado), y de esa cena surgió inesperadamente el desayuno de hoy, en la casa de un escritor al que admiro y que fue amigo de mi padre, pero también amigo de Josep Pla, con su biblioteca proustiana para mí mítica y tantas veces descrita por otros, su ironía crítica que no deja títere con cabeza (cómo nos hizo reír anoche y cómo me gustó escuchar sus anécdotas de Josep Pla y el diálogo con XP) y su calidez, y esa casa maravillosa. Hablando del espíritu arboricida de este país y el extraño desdén por los viejos árboles que se veneran en toda Europa, su mujer, que fue coleccionista y marchante de arte africano, me ha contado que cuando el abuelo del escritor (que era un herrero y tenía una preciosa biblioteca: ¡eran otros tiempos!, y la han conservado intacta) compró la casa, le dijeron: "Esta higuera deberían cortarla, porque ya es muy vieja". Entonces, en 1904, ya era centenaria. El herrero no les hizo caso. Cuando el padre del escritor transformó lo que era el antiguo fregadero en la actual biblioteca proustiana, hicieron un pequeño patio para no cargarse la higuera, y ahí sigue, con sus gruesos troncos retorcidos y sus cosechas de higos buenísimos. Así que además del té, de una tienda de Ginebra cerca del musée Barbier-Mueller, y los croissants y la mermelada de moras hecha en casa y las conversaciones, he gozado de la visión de esos árboles, la compañía de los libros de Proust, su correspondencia, la bibliografía crítica, los recuerdos, y he admirado los dibujos originales y grabados de Luis Marsans sobre La Recherche, que penetraron su sensibilidad (hay un retrato del narrador niño enfermo en la cama, encogido y aprensivo, que recuerda al retrato fúnebre del escritor; pero también está Françoise, y Des Esseintes en pleno paseo, y la abuela con su mirada sutil, y alguien que parecía Madame Verdurin...), en ese entorno donde el arte africano, las piezas funerarias chinas de la dinastía han (un perfil de madera precioso y de una delicadeza expresiva que conmueve) y los tapices peruanos acompañan a algunos bien escogidos Tàpies y a los libros omnipresentes (confieso que en el cuarto de baño he leído una carta de Joseph Roth a Stefan Zweig, decidida a comprarme la correspondencia de Roth), con maravillosas ediciones originales y los escultóricos árboles del jardín, un palosanto cargado de frutos, además de la higuera que trepa por el tejado de la biblioteca, o el pino nonagenario que plantó el tío del escritor, enterrando un piñón. Yo les he llevado mi Crucigrama (por si sintieran curiosidad por el retrato de mi padre, al que querían) y La plaza del azufaifo, que ya tenían. "Ven cuando quieras", me han dicho al salir, "llamas y vienes a comer..." Y aunque yo jamás me he presentado en casa de nadie por sorpresa, y menos a comer, esa cortesía hospitalaria me ha alegrado el espíritu. Al volver, una llamada de la señora octogenaria que lidera la defensa de los almeces de la plaça Joaquim Folguera me ha anunciado que están cortando de cuajo todos los jóvenes almeces de la calle Vinarós, muy cerca de los nuestros, árboles que debieron plantar hace veinticinco o treinta años. Y es que el ayuntamiento ha decidido acabar con la desigualdad que otorgaba un poco más de verde a este barrio que al peor de Barcelona, y del mismo modo que convirtió la zona más silenciosa en el distrito más ruidoso, está logrando que el barrio más fresco y de mejor aire pase a ser el más contaminado de la ciudad, enterrando la memoria de lo que fue, haciendo desaparecer toda belleza, arquitectónica, urbana y natural e invadiéndolo todo de su fealdad de cemento. Todos aquellos que lo asumen y aceptan pasivamente ¿qué son? ¿Gente primitiva y salvaje o gente vencida y triste? Me he acordado de que al llegar a casa una noche, tarde, del tren de Madrid, en el contestador encontré un mensaje de M completamente delirante: repetía series numéricas sin sentido, me hablaba en plural, decía que ella no tenía dinero y que teníamos que colocar el dinero 9-3-0-2 en el 330 de una calle, "repito", decía, y enumeraba otra serie distinta: 0473, y seguía dictando números que yo copié absurdamente en un papel, y es que a veces no puedo evitar la sensación de que me habla con mensajes cifrados. Me pareció angustioso, pero era tarde para llamarla y cuando hablé con ella al día siguiente no recordaba los detalles, me dijo: "Es que creí que estabas en esta época". Yo bromeé que tal vez había viajado en el tiempo y pensé que es verdad, en cierto modo no me siento de este tiempo o de este lugar, y le conté que venía de Madrid y que en un momento dado, un amigo me llamó al móvil y me preguntó "dónde estás", le dije: "En la Castellana" y cuando fui a mirar a qué altura, estaba en Hermosilla, la calle de la infancia de M.
En el catálogo de Caspar David Friedrich leí que su hermano se ahogó intentando salvarle, de pequeños, y de cómo ese hecho terrible le marcó para siempre. Me hizo pensar en aquella frase de Goethe que citaba Wilde, añadiendo que "donde hay un dolor hay un suelo sagrado", y en la capacidad o el talento para exorcizarlo que algunos buscamos, o de cómo ese dolor se convierte a veces en (iluminación) materia de escritura o de creación. Hace unos días, un ejercicio escrito por una alumna de la conferencia de Maeve Brennan había captado esa idea mía obsesiva.
Lean en Polis un artículo de Francesc Arroyo de hace unos días donde se demuestra que la situación de Barcelona respecto a espacios verdes es de las peores del país y está muy por debajo de las recomendaciones de la OMS y es mucho peor a la situación de Madrid, contrariamente a lo que pretendía un autodenominado experto que ha venido a visitar este blog. Esta situación de nuestra pobre ciudad se verá agravada con el plan de talar todos los plátanos de la ciudad que anunciaban pocos días atrás. Ayer un profesor de la Universitat de Girona me dijo: "Yo creo que los socialistas detestan los plátanos". Dice que en Girona los están arrancando todos. Según él, a los socialistas sólo les gustan las palmeras. Yo creo que estos políticos detestan los árboles, la espesura, la frondosidad, la belleza y la historia. Sólo les gusta la fealdad grasienta que tan persuasivamente representa la estación de Sants. Y siguen destruyendo todo lo que no encaja en ese espíritu. Y destruyendo el verde de todo el país. ¿Es que nadie va a rebelarse?
Lean si quieren aquí mi reseña de ayer en La Vanguardia Cultura/s.
Yo me consolaré recordando mi segundo desayuno de hoy, y leyendo a Natsume Soseki para reseñar. He recibido El proyecto Lázaro de mi admirado Aleksandar Hemon, publicado por Duomo, junto con un libro de ensayos de William Boyd, que me inspira curiosidad -por sus cuentos Fascination- y gran reserva (vi una entrevista suya en Arte TV donde hablaba con furia misógina irracional contra Virginia Woolf -eso me pareció- y con gran admiración de Evelyn Waugh). Los pongo a la cola de mi atasco de lecturas erráticas. "Yo sólo he leído caprichosamente", le dije a Claudio Magris. "Es la mejor forma de leer", me dijo él, con esa elegante generosidad suya. Aún tengo para leer la novela de Jordi Bonells, la de Slavenka Drakulic, la de Cinta Arasa. Estos días llevo secretamente conmigo un ejemplar de mis cuentos. No puedo evitarlo. El peso de su presencia invisible en el bolso me alivia de forma misteriosa. La impaciencia de que lleguen a todas partes me agita constantemente, con un temblor interno. A veces siento como si me estuviera convirtiendo en árbol.

martes, 3 de noviembre de 2009

Volver

Foto: I.N., Árboles poderosos en la calle, Madrid, 2009
Llegué a casa a medianoche. Vi físicamente mi libro y me pareció radiante. Estuve leyéndolo y la excitación de pensar que todas esas historias vibrantes y agazapadas saldrían a la arena pública me sacudió el sueño, unida a un incidente insospechado que supondrá un retraso -una semana, tal vez- en la distribución.
En Madrid, ciudad desventrada, pero ciudad arbórea pese a los ataques, fui a recomponerme a la Fundación March, con los dibujos de Caspar David Friedrich porque su adoración romántica de los árboles, la naturaleza, su posición ante lo que dibuja como sagrado, esa espiritualidad misteriosa y refulgente de su obra ("Lo divino está en todas partes, incluso en un grano de arena" y "Una pintura no debe inventarse, sino sentirse" o "El auténtico arte se concibe en un momento sagrado") es justo lo contrario que lo que están haciendo en Barcelona, destruyendo la belleza, arrebatándonos las mejores esculturas, los viejos árboles, la sombra, las plazas humanas, la tierra, las farolas antiguas, todo lo que nos pertenece.
Por la noche había estado en el Café Central (adonde nos llevó precisamente el editor de Cafè Central), escuchando a unos jazzistas daneses rodeada de un público variopinto, unas viejuzas toulouselautrecquianas, un camarero estilo Pierre Clementi, unas chicas vestidas de rojo escarlata que devoraban montañas de ensalada, unos apasionados forofos del jazz y mucho humo (Me dice Alberto H. que el supuesto camarero pierreclementiniano es en realidad un intelectual, se llama Fidel M. y prepara una revista literaria con Borja Casani). A la mañana siguiente teníamos las deliberaciones del jurado, que yo contemplé como una lucha de samurais o una campaña napoleónica. Me gustó poder aportar algo a ese terreno de la traducción e intentar que prevaleciera la ética desde mis humildes posibilidades. Paseé por el Botánico con una amiga que me trajo una especie de picnic de Yellowstone. Y tomé un té con otra, en esa casa suya donde nada rompe la belleza. Y volví en tren, con la reina de la traducció y el editor de CF, yo dormitando entre timbres de teléfono porque la gente de este país, si no le prohíben y multan es incapaz de seguir una norma de consideración: bajar el volumen.
Creo que voy a aceptar una larga traducción que pinta bien. Y en la espera de mi libro y de la traducción, leo Las almas muertas de Gogol en una antigua -lustrosa y llena de gracia- versión castellana de Laín Entralgo y buen prólogo de Valverde. Qué ilusión volver a encontrar a Chíchikov, desde este momento mío, con ese ruido de trompa que hace al sonarse y que le granjea extrañamente el aprecio del criado, y ese criado que lee lo que sea, sin importarle el contenido, por el puro placer de descifrar las acumulaciones de letras y que duerme vestido, y la burla del jardín público y la mentira política, y "el ciego hocico de los cerdos" asomando en el paisaje.
Ayer leí (siempre a fragmentos) el capítulo que Cees Noteboom dedica a la tumba de Mary McCarthy y me pareció maravilloso, se convirtió en uno de mis preferidos de ese libro. Hoy he descubierto otra joya, el texto de Alex Capus que incluye como crónica de la muerte de Stevenson.
Hoy el Districte Sarrià Sant Gervasi había convocado falsamente al grupo de resistentes defensores de los almeces de la plaza Joaquim Folguera. Ha venido el jardinero sabio Joan Bordas, que no entiende que haya que destruir una de las plazas con mejor sombra de la ciudad con mayor densidad de habitantes por metro cuadrado y el menor índice de parques y arboledas de Europa, hemos medido los troncos más gruesos, me ha explicado que esos árboles, si los trasplantaran a un lugar mejor, resistirían tal vez, pero no volverían a ser lo que son y no podrían en ningún caso volver a la plaza (en peores condiciones) y medrar. Me ha vuelto a contar la diferencia de cómo se trabaja en Europa y aquí, donde no se cumplen las normas europeas y se permite que los trabajos que incluyen intervenciones en el arbolado las dirijan empresas de construcción, no elegidas por el gremio de jardinería. Y los hoyos profundos que cavan en Londres o en las ciudades alemanas para plantar, y las razones por las que los árboles enferman aquí. Me ha hablado del azufaifo, que le apasiona, y me ha dicho que él ha plantado miles de azufaifos en los jardines sin que se los pidan, porque para él un azufaifo es un árbol aquí tan importante como el olivo. Y pese a toda esa tristeza de derrota y al horror que anunciaban en El País de ayer, escucharle y aprender un poco de su sabiduría arbórea y humanista me produce una extraña esperanza.
Han muerto el antropólogo Claude Lévi-Strauss y el escritor Francisco Ayala, más luminarias que se van de nuestro despoblado cielo. Habrá que ir a ver la proyección celeste del doktor Frikosal del viernes, pero antes...
Lean aquí mi artículo de hoy en La Vanguardia Cultura/s.
Miércoles 3 a las 19.30, presentación en La Central (de la calle Mallorca) del libro de Álvaro de la Rica, con Nora Catelli, Xavier Pla y Sergio Vila-San Juan.