lunes, 29 de junio de 2009

Escritura, borradura

Foto: I.N., Muntaner, Barcelona, 2009
Me he pasado el fin de semana escribiendo, y eso no significa escribir mucho, sino corregir, volver atrás, borrar, avanzar algo, y también, en este caso, salir a la calle a pescar alguna imagen para ese mismo libro. Y la felicidad de la escritura compensaba a ratos la desesperación por el dolor renovado del brazo y la desesperanza que implica haber retrocedido en ese proceso misterioso. Me preguntaba si tendría razón el mago madrileño y mi brazo se estaría rebelando para que dejase de traducir y me pusiera a escribir esa novela que aún no he osado, pero que sigue acosándome con su carga dolorosa, como todo lo que en mi interior se apretuja para salir y pide ser escrito, pero que en otros momentos es como si hubiera desaparecido. El inconsciente es tan poderoso... ese amo implacable al que servimos los escritores, del que hablaba Natalia Ginzburg en Il mio mestiere.
También leía, en cierto momento me confundí (las portadas de Saymon son parecidas, aunque Hotel Dorado es demasiado grueso para llevarlo por ahí, sobre todo con mi pobre brazo) y me llevé de paseo un libro que me atrapó, no por su título, que no me atraía, sino por la historia que contaba, su tono sombrío y desapegado, östeuropeo, su narradora tan viva, tan creíble, la falta de pretensiones ni ampulosidad de tono y la buena escritura del silesio Christoph Hein. Vale la pena.
Yo estaba recuperándome de otro dolor más viejo. El viernes por la tarde acompañé a mi madre a la seguridad social para conseguir un volante. De entrada nos dieron mal la información, por pura falta de consideración, de modo que tuvimos que ir corriendo de un cap a otro bajo el calor ardiente y ella llegó agotada. Luego, el médico fue tan despectivo, tan hostil y antiempático, tan inhumano hablando de ella y de su estado con sumo desdén (¿cómo sabe que un día no le ocurrirá lo mismo a él?), como si ella no estuviera delante, como si a nadie le importara, y yo sólo me reprimí para que hiciese el maldito volante (que permitirá su análisis en una institución especializada en alzheimer y senilidad), y estuve a punto de decirle al final: "Me pregunto por qué estudió usted esa carrera, no está dotado para tratar con seres vivos" o algo por el estilo, pero pensé que igual volvíamos a necesitarlo y también pensé que tal vez eso dramatizaría aún más las cosas a ojos de mi madre. Dijo el médico "No es sólo la memoria, esas absurdas construcciones mentales, esa torpe argumentación, esos transtornos de conducta..." y lo dijo con una risa sucia y sarcástica y sólo se basaba en que ella se confundiera con la medicación. Ella parecía frágil y pequeña allí sentada.
A eso se añadía el estado de confusión mental real de mi madre, su incapacidad de recordar. Por el camino, yo le señalaba los árboles que veíamos porque ¿de qué más podemos hablar ya? Antes yo recurría a su afición esotérica, o a su pasión dietética naturista, o a las novelas que me pedía prestadas para leer. Ahora nada de eso es posible, no puede leer, ni echar las cartas como hacía, con sus interpretaciones siempre optimistas, ni recordar lo que sabía, y tampoco puedo hablarle y citar nombres ni calles porque no recuerda nada ni a nadie. Cuando tenía su terraza visitada por pájaros y lagartijas, me hablaba de esos animales y de sus conversaciones con ellos, que es lo que más le interesaba en este mundo, pero ahora sólo tiene un balcón y no ve lagartijas ni puede ya hablar con ellas, ni parecen visitarla pájaros en busca de ayuda (aunque el año pasado aún tuvo una paloma herida y la alimentó con arroz hasta que se repuso). Sólo quedaban los árboles y vimos algunos que mitigaban con su sombra y su humildad majestuosa la fealdad construida en ese pobre barrio de Les Corts, que aún conserva callecitas y plazas antiguas y armoniosas, pero está atravesado de horrible cemento mafioso.
Una vez más tuve que pensar en la voluntad histórica de mi madre de no saber, de mirar hacia otra parte, de ignorar lo que estaba ocurriendo delante de ella, incluyendo la violencia. Y luego, su tendencia a no ver se mantuvo en sus propios asuntos, toda la vida, exponiéndose y sin evitar nunca lo peor. El miedo a enfrentarse al horror crea un horror mucho mayor y más arbitrario. Todo eso de lo que yo intenté siempre alejarme y diferenciarme está ahí, en su olvido ya fisiológico y la vulnerabilidad a la que eso la ha llevado, que agrava la vejez. "Suerte que tiene perro", pensé, agradeciendo mentalmente a quien tuvo la buena idea de regalárselo.
Luego, un fragmento poderoso de literatura aún en bruto me llegó de un escritor valenciano que registra un dolor parecido, casi con el sonido de una flecha al clavarse, lacerante, latiente, pese al humor, y me hizo pensar en lo que escribí y lo que aún no he escrito sobre ese final paterno y ahora materno, que es completamente distinto pero tiene algo que ver...
He mandado ya el email de convocatoria a mi lectura de textos de guerra en el Refugi 307, pero en mi precipitación olvidé comprobar antes y ahora sé que hay una entrada de 10 euros y un email y un teléfono para reservarlas. Y esta mañana he visto a mi editor de las plaquettes, con quien siempre es un placer hablar (aunque yo siento a veces que en realidad quisiera preguntar y escuchar más, hablar menos; y él me ha contado de Sicilia, y del horror construido por la mafia, la autopista de Agrigento y la costa, todo lo que que contrasta con la belleza barroca), me ha traído ejemplares rojos de Els meandres de la traducció y la primera prueba de mi texto sobre Collobert (por cierto, me alegró ver la excelente traducción de Clapés-Sunyol del collobertiano Allò doncs recomendado y a la vista en La Central de la calle Mallorca)
Así que volví a casa y sólo la conversación con L. sobre un ciclo de conferencias me devolvió el ánimo perdido, y luego estuve viendo una entrevista a Santiago Carrillo que no era precisamente lo que necesitaba, pero me interesó. Decía que sólo había llorado una vez en la vida, cuando su padre junto con otros socialistas abandonó la resistencia en una aceptación prematura de la derrota para pactar la entrada de las tropas franquistas. Para él fue el peor momento de su vida. Parecía recordar con precisión (qué diferencia con la desmemoria de mi madre) y el retrato le mostraba con su dureza de siempre (¿de verdad no habría llorado ninguna otra muerte?); se defendía, como dicen, como un gato panza arriba (aquí me imagino a Gilda en una pose común, aparentemente entregada pero peligrosa por sus zarpas!).
Y por eso preferí pasar el fin de semana escribiendo y esquivando la vida social... Hoy me he levantado con el brazo mucho mejor, aunque temo decirlo por si no dura...

domingo, 28 de junio de 2009

Lecturas en el Refugi 307

Foto: I.N., Olivos centenarios en Ventalló, 2009
El martes 7 de julio, a las 21h haré la primera lectura de textos de guerra en el Refugi 307, como parte de las actividades del MUHBA, el Museu d'Història de Barcelona. He escogido textos de Mercè Rodoreda, Natalia Ginzburg, Amadeu Cuito, Dubravka Ugrešić, Aleksandar Hemon, Vladimir Tasić, Mario Rigoni Stern y Alberto Méndez. La lectura se hace a la entrada del Refugio, que vale la pena visitar: sorprende su belleza arquitectónica (volta catalana) y la pericia y el esfuerzo de los vecinos del barrio que lo construyeron, mujeres, hombres y niños, siguiendo las pautas de un buen ingeniero de la ciudad.
Todas las lecturas de este verano serán idénticas. Si queréis asistir, podéis elegir entre las siguientes fechas:
martes 7 de julio
martes 28 de julio
martes 4 de agosto
martes 25 de agosto
La hora no varía, las 21h. y el lugar tampoco, Refugi 307, Nou de la Rambla, 167, en la ladera de Montjuïc. El precio de la entrada es de 10 euros y al final se ofrece una copa de cava.
Reproduzco aquí el texto del cartel del MUHBA
Estiu al MUHBA Nits Urbanes Visita nocturna al Refugi 307 CONSTRUÏT PELS MATEIXOS VEÏNS, EL REFUGI ANTIAERI 307, SITUAT AL POBLE-SEC, ÉS UN TESTIMONI EXCEPCIONAL DE LA DEFENSA PASSIVA DE LA POBLACIÓ DURANT LA GUERRA CIVIL DAVANT DELS BOMBARDEIGS DE LES AVIACIONS ITALIANA I FRANQUISTA. US CONVOQUEM A CONÈIXER-LO I A ASSISTIR A UNA LECTURA DE TEXTOS LITERARIS SOBRE TEMPS DE GUERRA.
LA LECTURA I LA SELECCIÓ DE TEXTOS ANIRÀ A CÀRREC D’ ISABEL NÚÑEZ, ESCRIPTORA I AUTORA DE SI UN ÁRBOL CAE. CONVERSACIONES EN TORNO A LA GUERRA DE LOS BALCANES.
LECTURES Amadeu Cuito Contes del carrer estret Natalia Ginzburg Tutti i nostri ieri Aleksandar Hemon Nowhere Man Mario Rigoni Stern El sergent a la neu Mercè Rodoreda Quanta, quanta guerra Dubravka Ugrešić El Museo de la Rendición Incondicional i El Ministerio del dolor Vladimir Tasić Entrevistat a Isabel Núñez, Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes Alberto Méndez Los girasoles ciegos María Zambrano Palabras de regreso
CALENDARI: dimarts 7 i 28 de juliol i 4 i 25 d’agost. LLOC: Centre d’Interpretació Històrica/Refugi 307 c/ Nou de la Rambla, 169
HORARI: 21 h IDIOMA: català PREU: 10 € (inclou copa de cava) INFORMACIÓ I RESERVES: Tel.: 93 256 21 22 Fax: 93 268 04 54 Email: reserves-mhcb@bcn.cat Horari d’atenció: de dilluns a dijous, de 10 a 14 h i de 16 a 19 h. Divendres de 10 a 14 h

jueves, 25 de junio de 2009

Itinerarios y sueños

Foto: I.N., Ocas conversando en Ventalló, 2009
Ayer mi barrio estaba silencioso y feliz, sólo se oían pájaros y algún que otro petardo perdido tras el estruendo de la celebración de San Juan. Me había levantado tarde. De noche estuvimos viendo breves documentales italianos de los cincuenta y luego una película japonesa que nunca acabo de ver del todo y nos íbamos quedando dormidos a pesar de la pirotecnia, que era ruidosísima, como una guerra. Al acabar la película japonesa, cuando ya se levantaban mis amigos para irse, nos atrapó la siguiente película, mucho más convencional pero con su encanto, y nos la zampamos entera y sin dormirnos. Luego me puse a fregar los platos: ese momento con nocturnidad nunca me importa, siempre me parece que se acaba deprisa y que sirve para pensar (en cambio encontrarlos sucios por la mañana me irrita profundamente). La gata estaba energética y corría y saltaba. Ya les había hecho una exhibición a mis invitados, saltándonos por encima en el sofá de ese modo que me recuerda a un texto de Balthus, quien lo atribuía a la indiferencia gatuna, a esa osada voluntad de mostrarte que no existes.
Por la mañana estuve haciendo el vago y por la tarde logré volver a mi libro (el de las imágenes), tras el bloqueo de estas últimas semanas, y corrigiendo, avancé insospechadamente y resolví (de un modo feliz) algún problema donde me había encallado. Me sentía tan bien que me autoricé a dar un paseo vespertino con A. Mientras le esperaba, en Mandri, bajo una magnífica morera, me llamó mi hermana para decirme que mi madre se había perdido. Hablando con ella cogí una hoja de morera que me cosquilleaba en un brazo. Era una hoja preciosa, con las nervaduras finísimamente dibujadas y ese tacto aterciopelado, peludo, que tanto me gusta. Quería haberla secado entre hojas de periódico y se me olvidó: hoy está marchita y seca, irreconocible.
Fuimos a dos parques (árboles amenazados; no quiero ni pensar) con esa oscuridad que iba cayendo y envolviéndonos y que me recordaba a Blow Up. De vez en cuando silbaba un cohete en el aire y seguíamos su trayectoria conteniendo el aliento. Unos chicos prendieron una hoguera inmediata, con gasolina.
Esta noche, a raíz del extravío de mi madre, que se resolvió, he tenido un sueño brutal y fascinante en su simplicidad surrealista, y V. me ha hablado de esos sueños donde la angustia o la preocupación del día puede escenificarse sin resultar tan insoportable.
Hoy (han premiado a Ismail Kadare, de quien yo leí -y cité- sus Tres cantos fúnebres por Kosovo, y un corresponsal balcánico me regañó en este blog por no haberle entrevistado, ignorando que Kadare era albanés de Albania y no de Kosovo y que mi libro sólo trataba de la antigua Yugoslavia; La nave de los locos le dedica un post) he atravesado la ciudad para hacerle un favor a G., que está en Cadaqués con un amigo y necesitaba su expediente para cambiar de rumbo universitario. Al salir de la UPF de Ciutadella, en vano he buscado y preguntado por un kiosco para comprar un periódico, me miraban como si fuese algo muy peregrino. Por lo visto nadie lee periódicos en esa zona de la ciudad y mucho menos los estudiantes. ¿Para qué? ¿Qué significará para ellos estudiar, intentar saber? Viven sin saber del mundo y a nadie se le ocurre poner un kiosco que no sea de helados o chuches. He cogido el metro, iba lleno pero nadie leía, sólo una mujer absorta en un libro (en vano he intentado averiguar cuál) y un hombre grandullón llevaba El Periódico en la mano mientras hablaba de fútbol con otro. Algunos hablaban, otros escuchaban música, otros miraban las musarañas. Yo llevaba un bonito bolso pequeño -intento descargarme de peso excesivo-, y sin libro ni periódico ni cuaderno (no me cabía el moleskine negro y he tenido que comprar uno de los ínfimos al bajar del metro). Cuando al fin he aterrizado en Urquinaona, en el kiosco no aceptaban bonos de suscripción. "¿Y sólo admiten yens japoneses?", le he preguntado con sorna.
Tengo una amiga muy intelectual que siempre logra citar a gente que no lo es, gente que se sitúa en el otro extremo. "Como dice Don Johnson", empieza... Siempre he envidiado esas citas suyas hollywoodienses. Hoy al fin puedo casi seguir su ejemplo: Gina Lollobrigida contaba en unas memorias que cuando era adolescente y pobre, iba por la calle y la paró un famoso productor de Hollywood y la contrató. Ya nunca más tuvo que preocuparse por el dinero. Yo soñaba que con mi escritura pasaría algo similar. Oh, ya sé que éste no es un sector fácil. Pero pensaba que alguien me ayudaría a financiar este blog, que algo me salvaría de volver a traducir catorce horas al día, de renunciar a la escritura. No ha sido así y mi brazo se rebela, situándome en una extraña encrucijada misteriosa.
Volviendo a las citas hollywoodienses. Marlon Brando escribió en su biografía que si le pagaran lo mismo por barrer que por hacer películas, elegiría siempre barrer. Yo imaginaba cómo, con qué perfección minuciosa, digna de un monje zen, barrería esa habitación a cambio de un millón de euros.
He tomado café con un escritor valenciano, un amigo (común) crítico y escritor y sus editores. El escritor valenciano me recordaba a aquellos merenderos de la Malvarrosa, al olor a azahar y a un viaje que hice allí con Mariscal hace años, u otro con un amigo de quien perdí la pista hace tiempo (aunque le saqué en un cuento) y que dirigió una revista de la movida madrileña de la que fui corresponsal; recuerdo dos noches en un hotel de playa, de día bajo el sol, escuchando su murmullo incesante, y de noche, él seguía hablando sin parar, dibujando un paisaje delirante y haciéndome reír hasta adentrarme en el sueño... Me han dado ganas de ir a la playa. Tal vez porque el restaurante era un congelador y estábamos muertos de frío y el poeta-novelista valenciano arrastraba su oleaje abarrocado, aunque su novela transcurre en la Barceloneta (que es la parte más valenciana de Barcelona) y se presentará allí en pocos días. El escritor valenciano hablaba de contar historias à la manière classique, y de los escritores sin talento que prefieren imitar a VM o a Sebald sin su brillo ni su dominio, y se refugian bajo las citas. ¿Seré yo uno de ésos? Cuentista, escritora multigénero, apoyándome en las citas en mis conferencias y en el blog, sin aceptar el desafío de esa novela que me acosa siempre... "Tú estás empezando", me ha dicho el amigo crítico, tal vez para consolarme. Y es que los que hemos escrito siempre, y desechado una novela y una serie de cuentos sin publicarlos parece que acabemos de empezar, aunque hayamos publicado ya cuatro libros y tengamos un quinto a punto de salir y un sexto in process. Con todo, yo sé que he encontrado mi propia voz, aunque eso no signifique que tenga interés ni valor mi escritura para los otros. "Pensoso di questi pensieri", dice Gesualdo Bufalino, "m'infilo nell'ascensore." Al despedirnos, el editor me ha regalado un libro que he empezado a leer en el metro y que me arrastraba a continuar.
Y ahora, al llegar, se ha oscurecido el cielo y se ha puesto a llover y he dejado que se mojara la hamaca en la terraza.

martes, 23 de junio de 2009

Por alguna razón misteriosa

Foto: IN, Muntaner, 2009
El dolor más agudo volvió a mi brazo y fue in crescendo durante el fin de semana hasta que ayer volví a la acupuntora, preguntándome, allí tumbada, de nuevo Gulliver en Liliput, sujeta por micropinchazos de agujas finísimas, si alguna de esas agujas habría abierto un canal equivocado. Luego las agujas y el silicio ejercieron su poder curativo y el dolor se ha relajado, aunque no del todo desaparecido, y es inconveniente escribir.
Dice Peri Rossi:
RECETARIO
"Ahora -le digo al médico-
cuando escribo me duele el hombro,
me duele el brazo, me duele la mano
y los dedos de la mano. A veces,
no puedo aguantar el dolor
y dejo de escribir."
El médico -varón-
me contesta: "Parirás con dolor a tus hijos"
y me prescribe un analgésico.
A veces, como ahora, los gritos suaves de los niños en el jardín de al lado -jardín amenazado, con sus magníficas palmeras, su sauce llorón, restos de un bosquecillo, de lo que fue la escuela republicana, pues el Sant Gregori se traslada y en Urbanismo ya me lo confirmaron, se puede construir... ¿y por qué iba el ayuntamiento a preservar nada que no sea cemento nuevo y parkings?- me parecen casi como voces de pájaros. Son voces que corren, que atraviesan el patio donde antes hubo un inmenso sauce, que talaron para ampliar las instalaciones, y cuando G. iba a ese colegio le mirábamos desde la terraza sin que él lo supiera y parecía feliz. G. se defendía de los matones de la clase -siempre había niños que iban al colegio a matar, no sé qué les harían en sus casas, empujaban bruscamente y con esa inestabilidad de los pequeños les hacían caer en seguida, a veces peligrosamente, les golpeaban, había incluso que coserles-, los neutralizaba con sus torrentes de palabras, sólo en eso fue precoz, hablaba y entonaba muy bien, con pequeños ademanes de las manos, y les dejaba estupefactos. Antes de hablar propiamente empezó imitando con ruidos, pronunciaba frases con sonidos y palabras inventadas y sólo la palabra final tenía un deliberado sentido, aun deformada, decía mukuka para música o fututa para formatge o un rusófilo patoff para beso y todo lo demás era figurado. Luego empezó a hablar cada vez con más palabras y no paraba, con aquella voz y acentos que aun a veces recuerdo, llenos de una vitalidad festiva, burlona, y una entonación particular. Y hoy esas voces que corren me parecen muy alegres y cercanas al mirlo de enfrente y a las bandadas de golondrinas que también oigo, a diferencia de los llantos de septiembre, generalizados, dramáticos y contagiosos: hasta yo tengo ganas a veces de unirme a ellos.
Hace unos días, a raíz de un sueño y de una noticia cruzada, me preocupé por la salud de un amigo de mi adolescencia, y cuando le llamé para saber, me dijo que estaba bien, con cierto mal humor o tal vez cierto desdén, quizás molesto de que me inmiscuyera. Él no podía saber de lo simbólico, de lo que la vida de alguien a quien no vemos puede representar en ese terreno, ni de que la enfermedad real de alguien que nació en su mismo año y por quien yo le conocí influía en mi ánimo de ese momento. Yo me sentía en un mundo otro, donde sólo importa el inconsciente, sólo pesa la creciente memoria y sólo relumbran los sueños.
Y a veces hay que decir cosas que preferiríamos no decir, o que las dijera otro. Hay conflictos que cuesta resolver, o intentarlo, o problemas que yo quisiera resolver sin entrar en conflicto. Y en ocasiones no queda más remedio que arriesgarse y duele, pero si no se hace, algo amargo va macerando internamente y en mi caso acaba por bloquear incluso mi escritura. Ojalá el solsticio o la luna nueva o de nuevo los dioses griegos me protejan.
Y ahora me voy, por mi brazo, por la lectura pendiente y por los preparativos para una sesión muy reducida de cine contra el fondo de un cielo de hogueras y petardos, celebración ruidosa del solsticio en la ciudad, aun con nombre de santo.

domingo, 21 de junio de 2009

Ayer

Foto: IN, Gran de Gràcia, 2009.
Cuando G. llegó a casa por la mañana, yo estaba en un paisaje otro: de pie en unas rocas con oleaje, llevaba en la mano un gran machete que había encontrado en el mar y pensaba que era peligroso pero me servía como sujeción, y a mi derecha oía voces de niños diminutos en el agua que decían: "¡No es de mentira, es de verdad!" y entonces veía acercarse una gran ballena gigantesca, ocupaba todo mi campo de visión y verla me llenaba de una repentina felicidad, pero también pensaba, con cierto temblor: "Yo estoy en las rocas, no me afectará" y en ese momento la ballena se levantaba con su surtidor y volvía a caer pesadamente en el agua y... Me despertó la puerta. "Siento haberte interrumpido", dijo G. al saberlo. "No, no", repuse yo. "No sé cómo habría acabado..."
Sigo con esas colas de sueños, ese lenguaje me arrastra no sólo como material de interpretación sino también por la forma surrealista de esas metáforas y por la forma en que la mente se mueve libremente, asociativamente, sin los límites de lo real, como en el universo carrolliano, de donde no salgo nunca del todo.
Anteayer, en Babelia, VM hablaba de Lampedusa, en quien yo había estado pensando al preparar el viaje a Sicilia, y ayer se despedía de su dietario voluble, que convertirá en diario secreto. Echaré de menos esa parte impresa de mis domingos. También yo he pensado una vez más en abandonar este diario mío humildemente público, ahora que la acupuntora me recomienda reposo para mi brazo, y limitarme a la otra escritura.
El sábado vi un documental sobre tupamaros en la Muestra Internacional de Cine de Mujeres, en la Filmoteca. Era Siete instantes, de Diana Cardozo y me interesó vivamente. Hablaban antiguos tupamaros, muchas mujeres, contaban por qué entraron en la lucha armada, qué esperaban, cómo era su (buena) relación con algún secuestrado, cómo intentaban no usar la violencia, cómo vivían el alejamiento de sus familias, el dolor del aislamiento... Una mujer quiso contar cómo decidieron matar a un hombre inocente que tuvo la mala suerte de encontrarles. Contaron las detenciones, las torturas, el encuentro años después con su ex torturador impune, en una impunidad que nos resulta tan familiar -aquí todos quedaron impunes y siguen ahí, en la calle, con sus condecoraciones y pensiones hasta que mueren, y algunos son incluso elogiados en los periódicos a pesar de su implicación en el franquismo-, la microvida cotidiana en los espacios de reclusión, etc. Es un documental valiente y su escucha mueve a la reflexión, suscita preguntas difíciles y tiene momentos de gran intensidad. Reconozco que me chocó algo esa luz del vídeo que los retrata a veces con cierta crueldad formal, pero tal vez se deba a su propósito de sobriedad o a que perdió todo el metraje en los rayos equis de la frontera y ¡hubo que volver a rodar! Estuve hablando con la directora, Diana Cardozo, que quería intercambiar información balcánica conmigo. El cine estaba lleno de uruguayos y algún otro latinoamericano, muy participativos a la hora del debate, pero apenas había gente de por aquí. Como si nosotros no necesitáramos esa reflexión. Y es que por estos lares nadie se ha interesado por reflexionar desde un punto de vista personal lo que fue el antifranquismo, la tortura, la lucha armada (salvo el Puig Antich de Huerga y la valerosa y vilipendiada La pelota vasca, que fue tan atacada aunque ni siquiera había apenas ex etarras). Siempre recuerdo aquel artículo en The Observer que leí un domingo volviendo de Londres, en un avión, un estudio sobre los hábitos de lectura de los presos del IRA durante años, mirando archivos de bibliotecas carcelarias, cómo habían pasado del marxismo a la antiglobalización y finalmente a las novelas. Yo pensé: Aquí nadie se pregunta quiénes son y han sido, qué han pensado los etarras, qué leían si es que leían algo, por qué se metieron ahí... Apenas se han hecho documentales que incluyan la represión y la tortura y la traición (los que cedían y traicionaban a sus compañeros) y la vida dentro de las organizaciones clandestinas, la impunidad total de los ex torturadores, que han seguido en la calle sin juzgar, alegremente, el pacto de silencio...
Y ayer, tras volver de mi comida con L. andando en la brisa maravillosa de la tarde, mirando árboles y sombras en las fachadas (no queriendo pensar en arboricidios: me contaron que en Gran Vía Muntaner están destrozando árboles con una reforma larvada y corre el rumor espantoso de que quieren sustituir los árboles por jardineras!!!! ¿no habrá una ley que nos proteja de esta barbarie arboricida y este festival del cemento?), aunque ahora sin cámara, intentando decidir cómo sustituir la vieja y achacosa cámara que me ha servido fielmente desde mi primer viaje a Sarajevo, me llamó Diana C. y fui a tomar un café con ella y hablamos y hablamos y me contó de la situación en México y me dijo que el (perverso) modelo español de olvido en la transición se ha exportado a Latinoamérica, con graves consecuencias, y me contó historias muy interesantes y hablamos de hacer documental y escribir, de estar abierto al factor inesperado, de las historias que surgen y /arrastran a otros libros y otros documentales, de la escucha, ella me preguntó y yo le conté de mi experiencia en los Balcanes, y ella de cómo no ser invasiva con las cámaras -en mi caso de viajar sola, y en el suyo de rodearse de un equipo muy afín y conectado con la historia-, y hablamos también de la violencia, de por qué alguien se mete ahí, de Hannah Arendt y el matiz de Lanzmann y los psicoanalistas, de la culpa y de asumir responsabilidades y de la significación del valor para cada una, el valor de decir, hablamos tanto que se hizo tardísimo y oscureció del todo y yo no quería despegarme de la silla, y ella me invitó persuasivamente a ir a México y hacer algún proyecto allí, y me gustaría, aunque me molesta la idea de viajar a un lugar donde no puedo andar sola y tengo que depender de os demás para cualquier desplazamiento.
Estuve intentando leer Los veinticuatro días de Kalman Barsy y acabé abandonando porque la misoginia de su narrador me interrumpía una y otra vez el placer de la lectura. Me pareció que animalizaba de forma persistente a todas las mujeres que salían (las llamaba siempre potranca o yegua, o cosas peores; era muy insistente en ese punto), o reducía el todo a una parte (una mujer es para ese narrador un coño donde el hombre -también reducido a su pene- se refugia) y yo diría que antichejoviano en ese tema central (el narrador acusado por su ex mujer de malos tratos, el narrador víctima de sus esposas, el hombre que se portó excesivamente bien y fue castigado), en el sentido de no haber hecho el ejercicio de distanciamiento necesario para escribir esa historia. Son mis limitaciones como lectora: me molesta que no se limite a mostrar y que argumente tanto, que no me deje libre para juzgar. Ese problema mío me impide gozar de su capacidad de encantamiento y de esa interesante obsesión suya por el padre, la metáfora brillante y autoparódica de la máscara de yeso que arrastra el narrador, y la historia, sus orígenes balcánicos, ese background östeuropeo que me atrae, etc. O de su talento de escritor. Estoy segura de que la mayoría de lectores hombres (y tantas mujeres misóginas) podrán seguirle sin siquiera fijarse en esa visión de las mujeres, sin detectar esa rabia que a mí me resulta asfixiante. Sé de algún crítico cuyo criterio respeto al que le había gustado e interesado esa novela. Yo perdono más fácilmente a algunos misóginos, por ejemplo el poeta Fonollosa, cuya rabia puntual, abierta y clara, nunca justificativa, sin escudarse en una supuesta razonabilidad (odia a las mujeres cuando no le hacen caso y le fascinan cuando se enamora), no me pone obstáculos para seguir leyendo ni para acceder a su mundo literario. La cuestión es que, tras mi vana tentativa con KB, volví aliviada a Sebald y a su tono, para mí mucho más afín. Y es que en la lectura también hay momentos y afinidades.
Y otra vez viene el personaje de las prisas; tengo que irme corriendo: oh dear, oh dear, it is sooo late...

viernes, 19 de junio de 2009

Tengo

Foto: I.N. De Gràcia a Sant gervasi, ¿qué haría el hombre de la ventana? 2009
La casa llena de flores (lo siento, Frikosal, no es del todo culpa mía, los regalos...). He vuelto a soñar con la misma escalera de caracol, pero esta vez la bajaba saltando, casi volando, con un levísimo taconeo de sandalias. Me he despertado inquieta y con pensamientos de acción. Tengo la sensación de que estos días apenas avanzo, todo es interrumpido. Mi brazo empieza a mejorar y la acupuntora me pide que no lo fuerce demasiado escribiendo de momento.
Alguien me ha recomendado un artículo supuestamente crítico de los arboricidios, en El Periódico, y yo, que me iba corriendo, llevada por la prisa, la recomendación y los titulares engañosos, lo he colgado en Polis sin leerlo. Hasta que he vuelto y me he encontrado un comentario de Eph quejándose del discurso de ese artículo. Entonces lo he leído y he descubierto que era uno de esos supuestos científicos o técnicos vendidos, con el perverso argumento de que como casi todos los árboles de Barcelona se plantaron en el XIX, vale más cortarlos, ya que morirán pronto. ¡Bravo! Por suerte (y porque en esos países la gente se defiende y no detesta los árboles) en Londres y París o en las ciudades alemanas no tienen discursos similares. Aunque este país se convierta en un desierto y contribuya a la desertización del planeta, gracias a nuestros políticos y al electorado que se presta, siempre nos quedará emigrar. Naturalmente, he borrado el artículo. Siempre se encuentran "científicos" y "expertos" dispuestos a defender cualquier cosa, la bomba atómica, la idea de que negros y mujeres somos genéticamente inferiores, la de que hay que cortar todos los árboles o la de que el cambio climático es mentira.
Sigo leyendo los Poemas reunidos de Cristina Peri Rossi: todo está ahí. Sigue la conversación virtual con el escritor levantino, que hoy me había escrito según él casi en trance, un mensaje que se ha volatilizado por esas traiciones cibernéticas, como los sueños que se desvanecen en un segundo al despertarse. He pasado la tarde con T., viendo más lugares posibles de Sicilia y soñando con templos y barroco y mar Jónico y Tirreno y Lampedusa y visiones volcánicas. Mientras investigábamos en lugares sicilianos, V. ha venido un momento, envuelta en exámenes pero radiante, y me ha traído un encargo precioso. Al caer la noche T. se ha ido y era demasiado tarde para recomponer nada. Me ha consolado ese paseo de Derrida que Anna Arzoumanian ha puesto en Facebook (feis). Sólo verle me tranquiliza; por eso tengo su retrato siempre a la vista en mi estantería y he descubierto que ella también lo tiene. Aquí habla del miedo a escribir quoi que ce soit. Y aquí de los animales. Y éste es un párrafo de mi película favorita de JD.
También en Feis, Anne-Hélène Suárez había puesto ese maravilloso taconeo de Sara B. Habían eliminado a un amigo mediante esa censura vaticana de feis, pero los cowboys siempre vuelven. O el cartero siempre llama dos veces, según se mire.
Estoy perdiendo el tiempo, en plena dispersión, pero el manto de palabras de Derrida y las músicas que ponen algunos amigos de feis alivian mi melancolía, la culpa de no estar escribiendo, de haber aplazado la resolución de un conflicto pendiente, de que el peso de ese conflicto influya y congele mi libro... aunque sea sólo unas semanas.
Mientras, parece que mis cuentos siguen su curso para salir este otoño. Cómo necesito ponerlos ahí a correr entre lectores...

martes, 16 de junio de 2009

Essoufflée

Foto: I.N., Fachadas del Eixample, junio 2009
Ayer era un día agitado interna y exteriormente y cuando al fin fui a cerrar los ojos pensé: debería haberlo registrado, filmado, anotado, tal era la intensidad de mis sensaciones y pensamientos mientras corría de aquí para allá a distintas situaciones. Vi por última vez a la sacerdotisa del oráculo. Su lectura complementaria de mi sueño fue tremendamente sugestiva, yo pude contribuir. Ella tradujo mis palabras dibujando mi escena y salí de allí con una sensación tan reforzada, de comprensión de mi mismidad del momento que me parecía ir volando. Pese a todo, podía defenderme y solté un medio bufido a alguien que llamó, intentando (así me lo parecía) organizarme la vida. Estuve en una especie de encuentro pragmático que también tenía como tema la desmemoria, pero sin poesía, y yo expuse mi punto de vista. También me fui encontrando al grupo que defiende la arboleda de la plaça Joaquim Folguera, que ayer ya fueron a tv3 (colgaré el vídeo en Polis, en cuanto tenga otro momento). Me siento un tanto inspiradora de toda esa resistencia, aunque sea humildemente, por el ejemplo del azufaifo y porque recuerdo aquellos dos actos callejeros en la plaça Joaquim Folguera haber anunciado y protestado ya por ese plan de tala salvaje ante tanta gente del barrio. Esta vez yo sólo procuro darles visibilidad, a mi humilde medida, protestar en el blog y mandarlo a algunos periodistas, pero me alegra muchísimo que esas mujeres estén ahí, batallando. Isabel Lacruz está con ellas. Hay gente más joven y también algunas mujeres octogenarias, y hace ilusión verlas resistentes y dignas, con la mente más clara que mucha gente más joven, tal vez precisamente porque algo pescaron de la única época esperanzadora de este país. Ayer oí a una que hablaba frente a la cámara, a la sombra de los almeces que nos quieren arrancar: hablaba muy bien, seria y culta y humanista, con su indignación legítima y conciencia de nuestro derecho a que no nos arrebaten la frondosidad ni el patrimonio como están haciendo. Luego me pareció que se unía a ella la madre de un poeta, que vive cerca, y me alegré de que también fuese del grupo. Naturalmente algunos tontos ignorantes las han descalificado como "un grupo de pijos de sant gervasi" (confundidos por una etiqueta errónea), como si no perdiera toda la ciudad el oxígeno, la sombra, los pájaros, el patrimonio, como si sólo importase la esquina donde uno vive, como si no pudiéramos pasear por otros barrios y no fuese mejor atravesar una Lesseps con árboles que el espanto de ahora o coger el tren frente a una plaza aireada y fresca y con pájaros en lugar de ese festival de cemento ardiente que es Sants, como si no nos afectara siempre que andamos la contaminación, como si no afectase al clima y las lluvias, etc. Pero hay gente tan corta de vista, son una especie de mutantes que sólo piensan en que el parking y el metro estén a los pies de su casa, para no mover la barriga. No tienen memoria y al parecer, deben de respirar por branquias y llevan tapones de cera en los oídos y orejeras de burro para no salir de su sueño de hereuville, y creen que hablar de esto es perder el tiempo, ya que ellos se imaginan en Darfur... ¿Y por qué ese trazado implica perversamente no sólo talar y destruir la mejor plaza con arboleda urbana de la ciudad, según el jardinero Joan Bordas, con almeces perfectamente sanos y también septuagenarios o más, sino también destruir parte de los magníficos pinos de Ca n'Altimira, Mandri arriba, que donaron unas monjas a la ciudad para disfrute de los vecinos y no del cemento?
Pero volviendo a mi lunes agitado, atravesé la ciudad varias veces, una de ellas tuve que coger un taxi y el conductor era un joven rapado con piercing y ojos verdes, mejorando el paisaje, y curiosamente me habló de árboles y obras y ruido, dijo que había que irse de aquí, que lo estaban destruyendo todo los políticos, y surgió un fragmento de historia en un paisaje de guerra, antiguo, que no hubo tiempo de dilucidar.
Llegué a tiempo a la Casa Elizalde para ver En el camino de Esmirna de Pere Alberó, un itinerario por la historia de Europa y la persecución del helenismo. La idea surgió durante su anterior documental Una mirada sobre el prado que llora, donde Alberó seguía a Angeloupoulos por Macedonia y descubrió que toda la gente con la que hablaba tenía antepasados llegados desde Asia Menor, y el abandono forzoso de aquel lugar de la tierra, y el desarraigo de un millón de desplazados de principios del siglo pasado dibujaba parte del perverso siglo XX europeo y la forma en que los distintos estados occidentales se fueron apoderando y forcejeando con los restos del imperio otomano se escenificaba ante sus ojos en aquellas historias de familia. Así que Alberó viaja en este camino de Esmirna, y filma en un diario tentativo, pues a veces la hospitalidad de la gente, con la que habla en griego y que le invita a tomar un ouzo o a unirse a sus celebraciones no excluye la aversión a la cámara, o en todo caso, él reflexiona sobre lo que significa la interposición de una cámara sin un trabajo previo, por la posible falta de respeto que implica. Ese diario es a la vez de una poética visual que va mucho más allá de la voz en off, pues las imágenes se convierten en metáforas poderosas, como esa tortuga de la historia parece señalar el tiempo necesario que los pueblos necesitan para poder hablar de sus traumas. La belleza asombrosa de esos paisajes con sus magníficas ruinas griegas contrasta con la oscuridad física de personajes arrugados. Es verdad que su voz es necesaria, aunque sorprende de pronto con sus acentos y su entonación a veces dubitativa. Pero cuenta algunas historias -el mito de los peces- decisivas, se apoya en citas, expresa con naturalidad su posición frente al azar, frente a lo imprevisto en el documental (esa parte también me resultaba personalmente significativa, como su fascinación por ese tumultuoso siglo XX y esos desplazamientos, restos y herencias o por ese tema para mi obsesivo y muy contemporáneo que es la presencia del pasado en el presente) y redondea la historia. Se trataba de esas ciudades del Mediterráneo de las que yo hablaba en mi libro balcánico, que Massimo Cacciari definía como ciudades archipiélago, donde habían convivido todas las culturas y religiones en paz, en una tradición multicultural hasta que la manipulación política de algunos y la actitud de Europa occidental acabó con todo: Estambul, Esmirna, Tesalónica, Sofia, y también Sarajevo, cuya destrucción y la contemplación indiferente de la Europa de Maastricht me produjo a mí el estupor sin aliento que llevaría a mi libro. Se habló de la mirada subjetiva de Alberó, de su melancolía de las ruinas, y claramente también, del mismo modo que escogía esos paisajes sin degradación (exceptuando la propia Esmirna, presa del cemento) y esas marañas de árboles multicentenarios y las rígidas, carnosas amapolas y una luz oscura, también diría yo que parecía preferir a los personajes más estragados por el tiempo, como si mostraran en sus caras las cicatrices de la historia, como si esa crueldad política les hubiera arrebatado la belleza que sólo está en el paisaje (algo que me hizo pensar en este país nuestro, aunque aquí el paisaje sí es destruido y engullido por el cemento a diario). Pero no sólo había tristeza en la luz neblinosa que recordaba a una película ya no sólo de Angeloupoulos sino de Béla Tarr; había también una celebración gozosa de lo nostálgico, un dolor de la pérdida y la memoria que también era alegre bailando y lleno de todas las músicas.
Allí apareció una psicoanalista kleiniana de origen griego por vía materna, de una familia grande bourgeoise que perdió allí sus posesiones, nacida en la India y criada en Alejandría y más tarde en Bruselas, casada con un catalán. Y todas esas historias se fueron cruzando luego en una cervecería.
Y a mí, todas las distintas situaciones de ese lunes agitado parecían hablarme de las mismas cosas, incluso las casas y balcones que me hablan entre los árboles que quedan y que tengo que fotografiar o contemplar en una extraña mezcla de asombro maravillado y alegre y tristeza resistente, y parece inexplicable tanta coincidencia, como esos enamorados traicionados o abandonados que escuchan sin querer en la radio de un taxi boleros que les hablan de abandono y traición. La película de Pere Alberó me hizo pensar en Les plages d'Agnès de Varda, así me siento yo, precozmente, pero también leí un poco del último Gesualdo Bufalino (gracias a JC, gracias a un sembrado artículo de VM) y ya en el prólogo de ese Tommasso e il fotografo cieco decía que lo había escrito "fra una anestesia e l'altra, fra un by-pass e l'altro, per allegria", no irónica sino sinceramente, porque puede haber algo de fruición vital en esos momentos en que hacemos duelos por cosas y personas dejadas atrás, un poco al estilo del Derrida de Apprendre à vivre enfin, en que recogemos con afecto incluso nuestro dolor, imbricado en la alegre y autoparódica burla de nosotros mismos. Y en ese mismo momento había empezado yo una misteriosa conversación con un escritor levantino al que me propongo leer en cuanto pueda, al parecer lleno de ese humor desbordante y tal vez negro y también enfrentándose a algún que otro duelo, y él me describió una escena donde la borradura de la memoria y el estado vital de una mujer mayor y los cuidados forzosos de su abrumado hijo parecían salvados sólo por la presencia sigilosa y arrogante de tres o cuatro gatos.
Y es que el domingo había estado yo en la casa luminosa y alegre de Tigridia, donde la gata Cora imponía su sigilosa despedida, un día o dos antes de morir. Nosotras preparábamos el viaje a Sicilia, dos jóvenes deambulaban por la casa y en un estoicismo discreto y disciplinado, la pobre gata, con una pequeña sonda atada al lomo, los ojos cubiertos de una membrana opaca y deslucida y sin poder ya cerrar del todo la boca, recorría las estancias y subía y bajaba las escaleras para acceder a la terraza donde tenía su arena, iba descansando en sofás y butacas, subía y bajaba despacio, sin quejarse, sin maullar, conformada con el fin de su vida. Y esa escena me sobrecogió. Al volver a casa mi gata no ha parado de pedir caricias, juegos y atención, como si hubiera visto la escena y supiera de mis otros duelos y quisiera recordarme que un día también tendremos que despedirnos de ella.

domingo, 14 de junio de 2009

Reseña en El Placer de la Lectura

Foto: I.N., Vojvodina, Serbia, 2007
domingo 14 de junio de 2009 Si un árbol cae - Isabel Núñez “La antigua Yugoslavia”. Con esta denominación el resto del mundo nos referimos a una entidad muy compleja que ha dejado en la Europa moderna ecos de muerte solo comparables en la Historia Moderna con la Segunda Guerra Mundial. “La antigua Yugoslavia” encierra como denominación nacional una nostalgia de lo que fue, de la supuesta tranquilidad que se vivía bajo aquella denominación que impuso Tito por la fuerza.A muchos la terrible guerra de los Balcanes y sus consecuencias no les sorprendió. Muchos de los expertos que opinaban en su momento presagiaban que las cosas terminarían en un terrible desmembramiento de la zona pero, aun así los que nos volvió a sorprender fue la capacidad humana de ir más allá de las diferencias políticas para instalarse en los más bajos fondos de la maldad y el desprecio por la vida.
El libro que el lector tendrá en sus manos, compilado y bien dosificado por Isabel Núñez viene a dar una cara poco explorada de este conflicto: la conversación con muchos de los protagonistas intelectuales del conflicto, los escritores que mucho tuvieron que ver con la movilización de las emociones durante los días en que el infierno ardía mientras el resto del mundo miraba a otra parte.
“Si un árbol cae” (Alba, 2009) es un libro a veces muy tierno y otras muy duro que suscita la reflexión y que apunta directo a la conciencia. La autora conversa con escritores y editores sobre aquellos días del conflicto, cómo lo vivieron, qué pensaron. Con la distancia que ahora dan los años e inmersos en una paz tensa, los intelectuales balcánicos abren su corazón y las conciencias a una testigo de excepción que firma un gran trabajo como compiladora y editora de estas conversaciones.
Los escritores generan emociones, exaltan hechos o los desprecian. Con su oficio son capaces de captar a unos y a otros para su causa. Aunque no es el momento lanzamos una pregunta ¿para qué sirven las artes y en especial la literatura? Este libro, de voces de escritores, da una buena respuesta a la pregunta.
"Escuchar” estas conversaciones no deja indiferente. La autora ha escogido muy bien las frases de otros grandes escritores e intelectuales para introducirnos en las entrevistas. Especial mención merece la conversación con Igor Marojevic y la frase de Thomas Mann que la abre: “El infierno es un lugar donde no hay reglas”. Nos sorprende la cantidad de novelas que se escribieron sobre la guerra en tiempos de guerra, según lo que leemos en esta entrevista y la directa pregunta de Isabel Núñez al escritor nacido en Vrbas: “¿cuál era su situación en el momento del bombardeo de serbia por la OTAN, a qué se dedicaba y cuál fue su implicación?”. Así de rotundas son las preguntas en este libro que no teme indagar y con unos entrevistados que no temen responder con el corazón y la conciencia en la mano.
Recomendamos el paseo que nos ofrece la autora por Pristina, Kosovo en busca de las respuestas de dos escritores. Caminamos por bazares, miramos su arquitectura, nos seguimos preguntando por aquella terrible guerra y seguimos con Isabel Núñez haciendo preguntas y sopesando respuestas. Al final. Al caer la última página tendremos la sensación de haber llegado de un largo y aleccionador viaje.
“Si un árbol cae” (el título se lo debe a una frase del escritor Marko Vesovic: "Una vez le dije a un periodista, andando por un parque, que si un árbol cae, nadie lo ve, no cambia la vida de los árboles. Y eso era exactamente la vida en Sarajevo durante el asedio, eso era el individuo en Sarajevo"), es un libro necesario, un libro para releer y aprender la lección única que la Historia nos ofrece a todos: no repetirla.
Pedro Crenes
RESEÑA OFICIAL DE LA EDITORIAL. Isabel Núñez nos presenta la reconstrucción de unos hechos históricos a través de la propia voz de sus víctimas o protagonistas. Durante cinco años ha investigado y realizado entrevistas a los escritores que vivieron personalmente las guerras balcánicas, siendo que éstos habían desempeñado un papel esencial en el conflicto: según dice en el libro Marko Verković, poeta, crítico literario y profesor de la Universidad de Sarajevo, «probablemente ésta sea la única guerra de la historia planeada y dirigida por escritores».
Título: Si un árbol cae Autora : Isabel Núñez Editorial: Alba Editorial Páginas: 368 Precio : 18€

sábado, 13 de junio de 2009

Colas de sueños

Foto: I.N., Balcones de mi libro, 2009
Las atrapo a la fuerza, como pedacitos transparentes de finales de película de antes, enfrentándome (peligrosamente?) a esa aspiradora del olvido que pasa todas las mañanas y me los arranca. ¿Por qué? Y la facilidad con que logra borrarlo todo, o ese momento en que recuerdo una sensación, a veces entre física y abstracta pero intensa de un sueño y que se desintegra en la nada engullido por esa aspiradora (allá, allá lejos, donde habite el olvido) me aterra, imagino otras partes de mi cerebro borrándose como esos sueños, sobre todo ahora que contemplo cómo esa misma aspiradora borra los contornos de las cosas en la mente de mi madre... Aunque ella siempre quiso olvidar, siempre luchó por no saber, su miedo era contrario al mío, ella levantó un trono a la negación durante toda su vida y fue negando esforzadamente cada maldad que pasaba, incluso cuando ella era la víctima, pero también cada maltrato que ella permitía en su casa, cerrando los ojos, mirando a otro lado, utilizó los excesos de otros para sus venganzas inconscientes, repartió sus culpas como si no fueran suyas, nunca se atrevió a mirar de cara lo real ni tampoco sus propios temores, mintió siempre, excepto en su relación con pájaros y lagartijas, excepto en su mirada aterciopelada a la naturaleza, única realidad capaz de conmoverla, y ahora, como todos los zombies que andan ya sin saber, tiene que disimular su borradura, convertida en amenaza a su misteriosa independencia, a su caos libre del que tengo cierta herencia (como decía el aforismo brillante de Erika Martínez, "Los hijos caminan hacia nosotros alejándose."), y odia a sus testigos.
Por teléfono, mientras yo volvía de mandarle a un amigo escritor tres libros como flechas esperanzadas, que me proyectasen un día más allá, donde se acaba la basura del suelo, se habla mejor y se protegen los árboles, V. me dio una clave para entender el significado de todos esos hombres que invadieron mis últimos fragmentos de sueños y quise decírselo a A., que se había fijado, pero se me olvidó.
He leído el diario de Cataño como un libro matinal, pasando páginas, y me ha gustado. He envidiado su vida entre pájaros y jacarandas, sus áticos contemplativos, sus paseos de rastros y encantes; por lo menos, así brillan en su escritura. Yo, que estoy ya otra vez contemplando a los homeless como posibles iguales, despidiéndome. La lectura ha sido un gesto casual; intentaba averiguar por qué me proponía que me adhiriese a un grupo de fervientes de una Paula canaria, que no sé quién es. Yo no suelo hacerme ferviente ni fan de nadie (aunque mejor ferviente que fan, expresa una pasión que arde, casi mística esa palabra), y menos de alguien que no conozco, pero en el grupo estaba el librero de la calle Berlinés y eso me ha hecho dudar, porque si está él, parece que lo demás sea propicio. Sigo sin saber. También es verdad que el poeta canario apareció en una de estas colas de sueño mío, en la calle, con C.P., y aún no se lo he dicho (Por cierto que al día siguiente de soñarlo me pareció ver a CP en un pasaje, pero seguramente fue la cola del sueño, adherida aún a mis pensamientos... y en la microestela del sueño de hoy, una palabra que no existe, que yo no entendía, pero que puede ser un nuevo jeroglífico). Es extraño esto de Facebook. Ayer un italiano que no conozco me invitaba al concierto de un músico que nunca he escuchado y que en youtube cantaba con Battiato una extraña alegoría de Finnegan's Wake, y a tomar un vino y dormir bajo las estrellas o cerca, seguramente hospitalario, a algún lugar de Italia, no lejos de Roma, donde él vive y (bien) escribe. Y eso debía ser justo antes de leer mis textos de guerra bajo tierra, en ese refugio del Poble Sec, tan bonito con su volta catalana, el lunes 7 de julio (espero que vengan algunos de estos lectores silenciosos). Por cierto que alguien me contó que Cristina Peri Rossi también estuvo magnífica en la lectura triple de poetas del otro día, y lo que me contaron me hizo rescatar su Poesía reunida de la estantería y hablaba en un poema (¿por qué será que en la poesía siempre está todo?) de algo que yo justamente intentaba decir el otro día en la conferencia sobre o en torno a Collobert y ella de ese mismo cansancio de las historias terribles que le contaban, concluía: "como una ermitaña, me refugié en las palabras". Y luego leyéndola he vuelto a sentir que hablaba de mi, en varios poemas, de una yo de otro tiempo, como si me hubiera conocido y seguido, justamente allí donde yo estaba, en escenarios como el Cadaqués de antes, mirándome en ojos ajenos que sólo me espejeaban, para curar mi herida primera, en el tiempo en que yo fui aquélla sin comprender.
No sé aún lo que será de este día, parece que hay cambios en el horizonte más cercano. Oigo sin querer, como un ruido insidioso, la radio del vecino, y aunque debe de ser buena música, a mí me llega sólo como algo molesto. Ayer el chelista ensayaba intensamente, pero no duró mucho. Era una música maravillosa, pero yo me acuerdo de la fiebre, cuando su música me hería, me invadía, entraba a jirones en mi cabeza, sacudiéndome el cuerpo, y sólo soñaba con el silencio y las nubes más densas, baudelairianas.
Sigo con Sebald. Tal vez le dedique un post. Anteayer, A. me trajo Austerlitz al paseo del parque de Mandri. Atravesamos esa zona de Arimón que han convertido en decorado de campo de concentración, y torturan a los vecinos y paseantes con nuevas obras. ¿Por qué ese horror de alambradas? ¿Por qué no esos muros verdes o azules oscuro que ocultan las obras elegantemente en París y Londres, con plataformas planas y cómodas pasarelas para que los transeúntes puedan seguir avanzando sin problema, sin caerse en los hoyos, sin tragarse el polvo? Porque nuestros políticos municipales detestan la belleza, la consideran enemiga y la destruyen con saña, y quieren castigar a los ciudadanos, de un modo especial a los que no les votan. ¿Creerán que así van a votarles o les habrán dado por perdidos? En el parquecillo de Mandri, plaza arbolada con estanque donde yo llevaba a G. de pequeño, alejándome de la zona espantosa de los padres y niños, nos sentamos un momento a hablar, ya caído el sol, ya instalándose el fresco.
Hoy me esperan unos cuantos recados y también una reseña africana, y acabar de hilar mis textos de guerra, y renovar mi dedicación a mi libro de imágenes, de horas, de balcones. Tal vez luego, tarde, escriba más aquí, aunque lo dudo.
Plus tard...
Una escritora ensayista argentina de origen armenio, Ana Arzoumanian, me ha mandado un mensaje por Facebook sobre mi libro balcánico. Se titula "Deseante" y dice así:
Así me ha dejado tu libro, Isabel. Lo he terminado. He marcado muchas páginas. Lo he citado en un ensayo mío sobre diáspora armenia en Argentina. He subrayado libros para buscar, películas. He visto ciertas imágenes (recién, recién) de Kukumi que me han hecho pensar cosas sobre la relación de las mujeres con el hombre abatido en las guerras. En fin, deseante: así me has dejado.
Quiero agradecerte, como lectora, por el trabajo, pero sobre todo por la sensación que transmite tu libro, Isabel. Tu libro es un pedazo de la guerra, del conflicto. Lejos de aclarar, o de seguir un sentido erudito de las diversas líneas en tensión; justamente, las pones en tensión provocando un efecto de reproducción de esas zonas. Como si el lector se encontrara envuelto en el clima de guerra.
Un abrazo raro, entre doloroso y alegre. Dolor por "sufrir" eso que aparece en tu texto y alegría por sentir que las palabras elegidas, escritas, leídas, son también cierta luz.

jueves, 11 de junio de 2009

Que se vayan las máquinas

Foto: I.N. Ciutat Vella, 2009
En cuanto se callan las máquinas, vuelve el mirlo. He vuelto a ver a la sacerdotisa del oráculo, admirada de cómo hila mis imágenes y me las devuelve llenas de sentido, con metáforas cargadas de una belleza inteligente y honda, y riéndome con ella de cómo en ese espacio mental todo se reconvierte, y Jacques le Fataliste, ese hada maligna atrapada por su envidia de un supuesto saber literario o vital o de un referente cultural o ético (dijo alguien) o quién sabe de qué, acaba siendo muy útil e incluso benefactora sin saberlo para hablar de todos los aspectos que me amenazarían si los abandonase. Y es que, cuando podemos permitírnoslo, hasta los dardos envenenados pueden convertirse en flores, como los granos de arroz del cuento que se volvían perlas al caer en el vestido, aunque vale la pena evitar a esos personajes, porque no siempre podemos hacernos inmunes ni reconvertir la espuma de su rabia en orilla de mar. Esta vez he descubierto que entre los distintos duelos que estoy haciendo en este tiempo misterioso, he sublimado uno de ellos en el libro que ahora escribo, como esos espíritus que al morir visitan todas las casas en las que vivieron, y se dice que "penan" y la gente huye de esas casas donde las puertas se abren y cierran y los objetos caen, esos personajes que forman parte del inconsciente colectivo. Y de pronto, todos esos balcones y fachadas que parecen llamarme desde las calles y que fotografío, presa de una nostalgia dolorosa y alegre y paródica a la vez, que me hace sentirme cada vez más como la Varda en Les plages d'Agnès (que vi en París con V. y creo que ya la han puesto en la Mostra Internacional de Films de Dones), adquieren todo su sentido, y hoy, mientras retrataba esas casas me reía de mí misma maldiciendo a los coches, que pasaban como niños rugientes y sucios con su urgencia equivocada y ruidosa, y seguía buscando la belleza que ellos rompen, en árboles y lugares antiguos.
Ayer fui a una presentación donde escuché a Rodrigo Fresán (invitado por Laura Freixas junto con Mathias Enard) decir -brillantemente, con su erudición literaria, que maneja con naturalidad- cosas que me sorprendieron por afines, como esa posición de ser sobre todo lector gozoso antes que escritor, o el agradecimiento de lector a los que han escrito mejor y antes, o esas razones caprichosamente subjetivas para quedarse en esta ciudad (este páramo). La idea general me hizo recordar a la frase de Balthazar al llegar a Cadaqués y que tantas veces he citado aquí: "Il faudra tout dessiner!". Había problemas de sonido y unos allegados hablaban y soltaban risitas sin parar, se aburrían ruidosamente en cuanto subía el nivel y dificultaban seguir la charla. Freixas proseguía en su legítimo empeño de contextualizar y situar, planteando esos desafíos precisos que provocaban el diálogo.
Durante la cena volví a tener una vieja sensación familiar a la que por suerte ya no estoy acostumbrada, de estar entre gente que no siente curiosidad ni interés por lo que yo pueda decir, pensar o escribir, de manera que cómodamente puedo convertirme en espectadora y alejarme así hacia mis pensamientos de esa mezcla de desdén-indiferencia tan arraigada por estos lares. Curiosamente, las dos personas más dispuestas a escucharme en algún momento del encuentro eran dos hombres que nunca han simpatizado conmigo. Ya en mi casa, comparándola con la hospitalidad y el interés de la noche anterior en el Espai Mallorca y la cena que siguió, en ese territorio otro donde sí nos escuchamos y mis libros sí existen físicamente, son leídos y algunos me hablan de ellos, la escena antihospitalaria me pareció bastante cómica y me preguntaba si podía utilizarla en un cuento.
Hay un cielo azul radiante. Esta tarde, si no lo impidiera mi agotamiento y otras presiones, volvería al lugar donde mis libros perviven casi invisibles, a ver el documental de un amigo.

miércoles, 10 de junio de 2009

Días extraños

Foto: Marga?, junio 2009
Ayer, cuando salía de casa hacia el Espai Mallorca para la presentación del libro de Danielle Collobert, en el andén de la estación de Putxet de los FFCC hacia Catalunya, miré distraídamente el texto que había escrito para la ocasión y de pronto me invadió un nerviosismo incontrolado. En parte, porque era un texto escrito en catalán (y mi dominio es menor que en castellano) y para pronunciar ante poetas y escritores catalanes. En parte por haber bordeado el tema y haberme centrado en mis dificultades ante la no-narratividad de Collobert y los meandros de mi actitud ante el goce doloroso, en lugar de abordar con coraje su vida en la desolladura, el no tener lugar en el mundo y la misteriosa combinación de Beckett y Rimbaud que Víctor Sunyol definió, citando a alguien, como becketización de Rimbaud.
En el tren, el nerviosismo desembocó en un profundo sopor y me dormí profundamente. Al despertar, me extrañó ver que nos íbamos de la estación de Provença, pues antes de cerrar los ojos ya habíamos parado allí. Mi sobresalto fue grande al ver que el tren paraba en Gràcia. Me había quedado dormida al llegar a Catalunya ¡y el tren había reemprendido su camino en dirección contraria! No me atreví a preguntar en qué dirección iba el tren, avergonzada de mi extravío (¡Nunca me duermo en lugares públicos, ni siquiera en el cine!). Bajé, subí y bajé escaleras, acelerada, y al fin llegué incluso en el momento más adecuado.
Lo cierto es que el acto fue muy interesante porque Víctor Sunyol hizo una presentación de Collobert muy afinada, Antoni Clapés habló de su trabajo en esa traducción deslumbrante, que parece original (como bien señaló Nelly Schnaith), yo leí mi texto y la filósofa Nelly Schnaith le dio densidad de pensamiento, lo contextualizó y generosamente me confirmó que yo no había soñado y que esa oposición feroz de Collobert a la narratividad era una clave. Al acabar, Alberto Hernando, que estaba entre el público, ayudó a situar a Collobert en la historia, explicando un poco su relación con el Frente argelino de Liberación, las traiciones, las vicisitudes hisóricas de sus padres, todo lo que había ido dibujando ese no lugar en el mundo, y es que ya Sunyol había señalado ese viajar constante en una peregrinación desesperada, similar a lo que Stefan Zweig contaba de Kleist y de lo que hablé aquí. Y luego nos fuimos a cenar y a tomar algo -y hablamos de los dos mundos editoriales y las políticas culturales en castallano y catalán, de lo que significaba el no-lugar de cada cual, de la degradación y la falta de sentido común, y también del peso de la memoria y de la gestión de los orígenes familiares) hasta las mil. Antes, Dolors Udina me contó del último libro de Coetzee, que está traduciendo y se publicará a la vez en todas las lenguas. Lo que me dijo me dejó estupefacta y como me confirmó que no ha jurado no desvelar secretos de la traducción, estilo traductores de Harry Potter, anticiparé un poco: parece que, en el libro, Coetzee-personaje aborda la parte final de sus Boyhood y Youth en un Summertime pero muere (en el libro) y siguen unos capítulos en que varias mujeres y algunos colegas hablan de él destripándole, poniéndole verde, manifestando su incapacidad para relacionarse, para enseñar, para el amor o la generosidad, sin salvarle en nada. Ella interpretaba que Coetzee respondía así a la presión editorial de que escriba y publique y a esa voluntad de cierre que ha manifestado siempre. Tal vez. Ciertamente sus dificultades sobre la paternidad-maternidad aparecen siempre en sus libros, desde los dos puntos de vista (el padre incapaz de entender a su hija en Disgrace, la madre incapaz y alejada en Age of Iron, las dificultades con la madre en Boyhood -los celos de la nueva posible libertad de su madre que le llevan a colocarse del lado de los misóginos, o su reproche al exceso de protección de ella-, Youth -el hijo que no responde a las cartas- y Life of Animals -esa madre radical, molesta y admirable a la vez, que llama demasiado la atención y que no se entiende con su nuera), pero nada era tan áridamente duro, tan radical como esto último parece, sino siempre lleno de ambivalencias, de pequeños encuentros en el desencuentro, de interrogaciones a veces deslumbrantes (aquella escena de la bicicleta de su madre en Boyhood, aquella frase sobre la maternidad en Age of Iron... We embrace to be embraced...) Pero es otra desolladura y me impactó... Y al final subí parte de la cuesta de Aribau con la poeta y ahora novelista Esther Zarraluki, que me habló de su novela -o nouvelle- acabada y que va a publicar pronto A.C. y de las reacciones que había suscitado en sus primeros lectores y de cómo había sido su escritura y de la hipotética traición a la poesía que supone para algunos entrar en la prosa y lo distinto que le resultaba el libro que ahora escribe, en el que sólo se divierte y no sufre... Me dijo Antoni Clapés que la novela es excelente.
Esta mañana me he despertado con una extraña llamada de Jacques le Fataliste, a quien había borrado de mis relaciones tras nuestro último encuentro, cuando me auguró el fracaso y la desdicha en todos los aspectos este año (menos un absurdo istmo), para -por alguna razón misteriosa, que no acierto a comprender- insistir hoy también en que no me hiciera ilusiones respecto a mi futuro cercano, que "lo peor" está aún por llegar (supongo que refiriéndose a septiembre, tal vez incluso a enero-febrero de 2010). ¿Por qué alguien a quien no vemos y por tanto no molestamos necesita soltarnos su carga malévola? ¿Acaso nuestra pura existencia o las fantasías que otros tengan sobre ella puede ser percibida como amenaza por otros? ¿Qué goce o qué fortalecimiento encuentra alguien en un gesto así? ¿Por qué atraemos a gente que nos detesta pero no se resigna a dejar de frecuentarnos? Me ha hecho falta el insight de V. para empezar a comprenderlo, para sentir un alivio feliz que la conversación con L. ha acabado de instalar. Aunque he perdido gran parte de la mañana... Por suerte, ha vuelto mi ánimo de estos días. Yo sé del forcejeo y las dificultades a las que me enfrento (lo que los astrólogos entienden por la oposición Urano-Saturno, que cae sobre algunos de mis puntos sensibles). Sé que mi apuesta literaria-editorial-vital se enfrenta a obstáculos, y ni yo ni nadie tenemos garantizado no empeorar de salud aun cuidándonos, y algunos no tenemos garantizado siquiera no volvernos homeless, pero ya tengo bastante con mis propios momentos de desaliento y mis batallas, no necesito esos augurios. Mientras, algunos amigos y colegas, en una dirección opuesta a la de Jacques, me ofrecen sus conexiones para que pesen más los avances que las limitaciones.
Yo hago ofrendas a los dioses griegos para que mi vecino y casero nunca tale el enorme ciprés de su jardín. Cuando al fin se van los obreros con su estruendo, el mirlo se instala a cantar para mí. Es un concierto maravilloso, no se oyen coches, ni apenas nada más que su voz, capaz de silbar, de imitar a otros, de volverse soprano. Es una voz que respira espesura.
Y en otro orden de cosas, algunos vecinos resistentes batallan para que no nos arrebaten la frondosidad y no destruyan nuestra plaça Joaquim Folguera, como si no pudiera cambiarse el trazado, como si el instinto arboricida del ayuntamiento y su persecución insidiosa de la belleza y el oxígeno pudiera más que todo. Esta tarde a las 20h se reunirán en un asado popular. Incluyo una foto que me han mandado, de los carteles que han pegado en el tronco de los almeces...
Firmen aquí por el cierre de la central nuclear de Garoña y aquí en la encuesta de El País sobre los transgénicos

lunes, 8 de junio de 2009

Martes: presentación de un libro de Danielle Collobert

Foto: I.N., Una casa en Ventalló, mayo 2009 La filòsofa Nelly Schnaith i l'escriptora Isabel Núñez reflexionaran entorn la poesia de Danielle Collobert, amb motiu de la presentació del llibre Allò doncs, traduït per Antoni Clapés i Víctor Sunyol i publicat a la col·lecció "Jardins de Samarcanda". Espai Mallorca Carme, 55 Barcelona dimarts 9 de juny de 2009 a les 19.30 h
La filósofa Nelly Schnaith y la escritora Isabel Núñez reflexionarán sobre la poesía de Danielle Collobert, con motivo de la presentación del libro Allò doncs, traducido por Antoni Clapés y Víctor Sunyol y publicado en la colección "Jardins de Samarcanda".
Espai Mallorca Carme, 55 Barcelona martes 9 de junio de 2009 a las 19.30 h
Mi texto se titula:
Danielle Collobert. naufragi en un mar de paraules
Danielle Collobert, naufragio en un mar de palabras
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