viernes, 25 de junio de 2010

Hay una atmósfera de verano

Foto: I.N., Gilda, descansando, 2010
Se oye a la gente aplaudir los goles del gran partido y me gusta esa sensación de terrazas abiertas, silencio y algunos aplausos de vez en cuando, en esas celebraciones que no comparto pero que pueden contagiarme en cierta manera. Al volver de la excursión veterinaria de esta tarde, con la gata como viajera curiosa en su caja (¿de Schrödinger?), por la carretera nos ha saludado un alegre amigo motorista, que se iba con su partner a ver Canino. Yo he tenido que llamar a G. para darle la noticia de que, al parecer, lo que causa la enfermedad de la gata Gilda es un tumor. "¿Y por qué tiene un tumor?", ha preguntado G., "si ha tenido tan buena vida", y yo le he dicho que la naturaleza es imperfecta y complicada y también se equivoca, se equivoca tantas veces como acierta, si es que eso puede decirse, y si acaso el cáncer tiene que ver con algún impulso inconsciente autodestructivo, ¿quién no lo tiene? Alguien me dijo una vez que Buda murió de un cáncer de estómago. "¿Y por qué no come?", le he preguntado al veterinario. "Un gato deja de comer por cualquier malestar", me ha dicho él. Nada se sabe. Nosotros la cuidaremos, con la tenacidad de la carrolliana caza del snark, intentaremos que viva bien el tiempo que pueda. Mi amigo seráfico me ha acompañado al veterinario y me iba contando una historia extraña de una pareja amiga, en la que los dos siguen una extraña pauta de dejarse engañar, de forma cada vez más peligrosa y vulnerable, y cuando uno estaba a punto de tomar alguna medida saludable que él iba a apoyar, en el último momento decide que no quiere ser rescatado, que prefiere hundirse, aunque naturalmente no lo dice así. Es el goce del que hablaba yo en Naufragi en un mar de paraules. ¿Cómo iba a ser perfecta e inocente la naturaleza si nosotros, con nuestro inconsciente, con la gran ironía contradictoria que parece regirlo todo, formamos parte de ella?
Todo es complicado y ambivalente y a veces había envidiado a aquellos musulmanes de los escritos de Isabelle Eberhardt que aceptaban sus desdichas con la frase “Elhal-hal Allâh” (La suerte pertenece a dios) y aludiendo al mektub, ese destino que está escrito y contra el que nada puede resistir, y es que hay algo reconfortante en ese fatalismo que da sentido a todo lo incomprensible. O bien, en lugar de cargar con ese fardo de sinsentidos que empieza en el principio de la vida y que ya no nos abandona, la creencia hinduísta de que todo es una ilusión, que nos proyectaría automáticamente lejos de todo lo que duele aún más precisamente por lo injusto, porque no se ajusta a lógica ninguna, porque no podemos comprenderlo, como decía Chéjov, porque el mundo es un lugar endemoniadamente difícil y sólo los estúpidos pretenden comprenderlo.
Siempre me acuerdo del día en que L. y yo descubrimos un local religioso donde anunciaban un cursillo titulado: "Tornar a creure", volver a creer. Era graciosa la idea de seguir un curso para lograr esa o cualquier otra fe. I want to believe! decía el póster de Mulder en X Files.
Yo sigo leyendo Habitación doble (aunque lo leo despacio, me vuelvo cada vez más fan de su ingenio retratando personajes, del humor de esa mirada) y El hijo de la sierva, en uno cuentan una escena de ayahuasca y en el otro el Strindberg adolescente objeta a su madre cómo puede la voluntad de un dios causar tanto desorden y desgracia. Todo me devuelve a mis hilos de pensamientos. Sigo traduciendo a Maeve Brennan y mañana a Giono. Hace calor. Me he puesto a hacer una tarta de manzana, con canela y genjibre, porque tenía demasiadas manzanas y se iban a estropear. He comprado albaricoques y cerezas. Me he despedido de la Belle Elaine, que se iba al campo. Es una suerte la ciudad vacía... Pero hoy, con la urgencia felina he olvidado que tenía una cita y siento haber fallado.
La gata, que no parece buscar explicaciones ni creer en nada más que en su momento, se ha ovillado con su peluche y está dormida. Tal vez el antibiótico le ayuda, tal vez el cansancio, o su estoicismo silencioso, que procura simplemente seguir con su armonía. La tarta de manzana ya se ha hecho, en un ritual de creación fácil y efímero...

jueves, 24 de junio de 2010

De la escritura y el gato de Schrödinger

Foto: I.N., My right foot; for Linda, 2010
Según esa teoría tan sugestiva y al mismo tiempo cruel que encierra a un gato en una caja junto con una cápsula de gas letal y especula sobre si al abrirla encontraremos un gato vivo o su cuerpo inerte, para producirse, los fenómenos cuánticos necesitan la conciencia de un observador. Tal vez esa idea del observador necesario, según el cual nada existiría, serviría como metáfora de la escritura y el escritor sólo sería ese observador que abre la caja o que imagina lo que habrá dentro y que en cierto modo hará vivir al gato. Aunque según Virginia Woolf, la Naturaleza seguiría produciendo su espectáculo todos los días aunque nosotros no lo mirásemos, pero esa idea no deja de ser otra especulación indemostrable, más indemostrable que la existencia del gato de Schrödinger.
Y todo esto viene al caso porque ayer tomé una decisión secreta, impulsada por el comentario de J., que esta vez coincidía con algo que he escuchado muchas veces, y como se preguntaba Henry James, ¿por qué será que una misma frase que nos hemos repetido tantas veces y nos han dicho otros, de pronto nos la dice alguien y esa vez produce efecto y hacemos caso del consejo? No se sabe, pero he decidido poner mi voluntad en ese cambio de actitud (aunque sé que no será tan fácil, que habrá momentos), y ese desplazamiento perceptivo me ha hecho acordarme del gato de Schrödinger.
Todo esto se me ocurre en este silencio maravilloso de la resaca post-solsticio, en que ni siquiera parece haber petardos sobrantes. Anoche estuve en un jardín frondoso, junto a una exuberante morera, frente a acantos y crasas, y aunque nos habían prometido que no habría pirotecnia -sólo fuentes luminosas, dijo la Belle Elaine, que inauguraba su casa-, nos engañaron. Selma A. me contaba de sus Tolstói, de un falso documental sobre el encuentro de Pessoa y Kavafis -que nunca se produjo, y la película ganó premios de documental ¡aunque era ficción!-, me contaba de sus próximos viajes rusos (¡la han invitado a Taganrod! Ah, le dije yo recordando la queja de Chéjov, "Taganrod, 16.000 almas que sólo piensan en comer, beber y reproducirse..." y primero había montado una gran reunión de traductores por el centenario de Tolstói en el Pushkinskij Dom), ¡es tan contagiosa su pasión rusa! Pero cada vez que estallaba un petardo, Selma exclamaba: ¡Me voy! Y Elena se apresuraba a decirnos que ya se estaban acabando, pero lo cierto es que un tropel de hombres se habían refugiado con los niños en la parte de abajo del jardín para jugar a la guerra pirotécnica y arriba nos manteníamos los más alérgicos a esa artillería. Estaba Pere A.: pronto presentará al fin un documental que yo quiero ver, y habló un momento de su nuevo y complicado proyecto, y luego le oí decir que tenía ganas de bailar, pero me fui antes de que se decidiera. Más tarde, cuando ya se habían acabado los petardos, llegó la editora y librera Paulina F., que lleva la pirotecnia en la sangre, y proponía ir a bailar a la calle Verdi. Estuve hablando con un músico sobre la ciudad y sus plagas, y hablé de los gatos y sus secretos con una pareja que vivía en un no-lugar ajardinado cerca del Besós. Selma hablaba en ruso a un serbio que lo había olvidado, yo conversé con él un momento en francés sobre la Vojvodina y Sarajevo. También estaba Jonathan B., que me prometió una conversación balcánica, dijo que no tenía planes, pero que pensaba en volver a Occidente (dejó Belgrado y está viviendo entre Mostar y Medjugordje). Pero yo no tenía una noche festiva y a la una y algo Tigridia y yo abandonamos el jardín. Cuando entré en mi calle, unos chicos apostados en un balcón me tiraron un petardo que me dejó el oído zumbando (luego he sabido que podría haber sido peligroso), pero yo estaba ya frente al azufaifo y me sentí protegida. Al llegar hice dos rituales sencillos de mi propia celebración del solsticio en la terraza, ante la mirada silenciosa de la gata.
Hoy Gilda parece más despierta y radiante, aunque obstinada en su ayuno radical. Ha venido a verla la mujer que se comunica con los animales. G acababa de llegar de su verbena en la playa de Pals, tambaleándose por la falta de sueño. Yo estuve leyendo el principio de El hijo de la sierva de Strindberg, agradecida a la Otra Bel y a Kafka porque unas pocas frases supusieron para mí la primera revelación, casi una sacudida, por la similitud y por la manera de contar: cómo decir el horror abordándolo, en una síntesis asombrosa... "Sus primeras sensaciones... fueron el miedo y el hambre. Tenía miedo a la oscuridad, miedo a los golpes, miedo a no hacer nada correctamente, miedo a caerse, miedo a tropezar, miedo a estorbar. Tenía miedo a los puños de sus hermanos, a las palizas de los criados, a las reprimendas de la abuela, al látigo de su madre y al bastón de su padre..." Y hay muchas más afinidades y coincidencias (excepto el hambre, que en mi historia cambiaría por la alimentación a la fuerza, con una violencia inaudita). Pero he empezado traduciendo los flecos del catálogo último y reestructurando mi curso del otoño y sólo ahora he sentido la fuerte tentación de escribir un post.

martes, 22 de junio de 2010

Pensamientos

Dorothea Tanning, Birthday, 1942 Un artista que me conocía bien en otros tiempos me trajo una vez una reproducción del cuadro de Dorothea Tanning porque le recordaba a mí. Es cierto que hay algo en ella (y su insondable cumpleaños) que me resulta familiar (cercano, pero lejos en el tiempo), aunque su mirada me recuerda más a Poli, aquella tía mía con una historia trágicamente parecida a la de Miss Zilphia Gant de Faulkner. Ayer viendo esas miradas pintoras de mujeres sobre otras que está poniendo la Otra Bel en su blog añoré aquellos posts míos de antes que ilustraba con pintura y recordé que una vez había traído este cuadro misterioso. Esta mañana me he despertado temprano y he estado escribiendo algo inesperado. Me queda esa felicidad. Ojalá logre convertirlo en una costumbre. Luego tenía trabajo, forcejeos diurnos, acupuntura... y larga sesión de veterinario con Gilda, en la que le han descubierto otros males (el corazón, el pulmón, tal vez la tiroides...). El final parecía feliz, los veterinarios han dicho que al llegar a casa respiraría ya bien y volvería a comer, pero no ha sido así, y su dejación triste me ha hecho preguntarme si esta gata no habrá tirado ya la toalla, y todas nuestras búsquedas y tentativas, por holísticas que sean, serán fastidios superfluos. Mientras esperábamos al veterinario y las pruebas he acabado de leer el libro de Handke sobre su madre suicida. Es un libro maravilloso y mi lectura adolescente no podía entenderlo como ahora, aunque ya entonces percibí algo dolorido y espinoso en él que asociaba más a mi propio ser de entonces, y ahora puedo pensarlo de otra manera, en esta fase otra de mi vida, con una mirada más igualitaria a la muerte, una mirada distinta de lo materno, pasados ya mis propios ritos de madre, acabado ese ciclo en cierta manera y con M. en una vida alargada y extraña, más difícil que nunca en estos días, perdida en una oscuridad desconcertante. Pero ese libro es doloroso y triste y magnífico, esa mirada suya sobre la madre, a veces bernhardiana, a veces con ese peso de la historia, feminista por sensibilidad, tan oscuro y luminoso a la vez. La traducción francesa, dejando aparte ese título erróneo, me ha gustado, aunque no sé si será demasiado libre, pero la escritura es magnífica. Ahora me pondré de nuevo con Habitación doble. Y en la estela de Handke y de mi búsqueda, haré caso a la Otra Bel y buscaré mañana una traducción digna del libro de Strindberg, El hijo de la sierva (con la frase maravillosa de Kafka que ella misma me ha mandado: "Me siento mucho mejor porque he leído a Strindberg... No lo he leído por leerlo, sino por apretarme contra su pecho... ¡Esa furia, esas páginas conseguidas a fuerza de puños!" ¡Yo he sentido eso mismo con algunos autores...! La felicidad y la consolación de la lectura... Me ha escrito un alegre visitante del blog, Black Adder, que me había visto subir por Muntaner cuando llevaba a su niña de ida o de vuelta al colegio. Es un lector inteligente y apasionado, de esos que nos restituyen lo leído con imágenes propias, de esos que nos alegran y compensan por completo las visitas de trolls furiosos (los trolls son gente que no se contenta con alejarse de quienes tanto le disgustan sino que necesita seguir visitándonos, no se sabe por qué, para decirnos sin cesar lo horribles que somos. A veces lamentamos que el poder de las palabras no sea más grande, no poder hacernos comprender, no amainar a las fieras ni alejar a quienes nos detestan sin conocernos. No pasarán. No dejaré que me entristezca esa rabia que no va dirigida realmente contra mí, sino contra proyecciones de sí mismos). El vitalista BA había leído mi cuento "Navidad serbia" y le habían dado ganas de leer Si un árbol cae. Por cierto, que estos días pasados apareció una mujer en Fb que se entusiasmó con ese título del libro balcánico, fue como si adivinara el interior sólo con el peso o el crujido del árbol, de esa frase de Marko Vesovic sobre la guerra. Mañana tendré una mañana agitada de trabajo. De noche iré a celebrar el solsticio con mis amigos. Ojalá al despertar Gilda haya decidido volver al mundo...

sábado, 19 de junio de 2010

Memoria y obsesiones

Foto: I.N, Gilda, ayer, 2010
Mis obsesiones son más pertinaces que mi memoria consciente, de modo que muchas veces me he comprado libros que ya tenía, me pasó con el asombroso Tristan Shandy y con algunos otros... Siempre recuerdo a Gil de Biedma diciendo que algunos poemas ajenos volvían una y otra vez a su mente, nunca los suyos; a mí me ocurre siempre, de tal modo que creo estar siempre citando lo mismo. En una conversación a gritos en un bar ruidoso sobre escritores que hubieran publicado libros sobre sus padres y madres, MGT me dijo algo de un libro de Handke sobre su madre suicidada, pero con el ruido yo entendí Fante, y me pareció plausible, pero busqué y no lo encontré, y al preguntarle por email MGT dedujo que me refería a Handke, y aludió a una traducción española titulada extraña y feamente Desgracia impeorable. De pronto se me ocurrió que pudiera ser lo mismo, pese a la incongruencia, que Le malheur indifférent, y ya estaba a punto de comprármelo en abebooks cuando tuve un presentimiento, recordé haber pensado en ese recuerdo vago cuando PH se puso tan fanático pro Milošević que incluso asistió a su funeral, negando las atrocidades (eso no significa que no tuviera razón en la primera parte, al criticar la ceguera y el maniqueísmo de la prensa eropea occidental respecto a los Balcanes, como se veía en Si un árbol cae, pero hay algo en el gran escritor que fue Handke que le lleva no sólo a la provocación digamos interesada o comercial, sino algo dolorido, espinoso, que me devolvió a la sensación de mi vieja lectura, aunque entonces yo no podía tampoco acabar de comprender, porque lo leí en el setenta y fu, en esa época mía demasiado loca), subí a mi estante germánico y allí estaba, un libro viejo, de 1972, Le malheur indifférent, edición de Folio con un dibujo deprimente a bolígrafo en la primera página, que una tal Valérie debió de regalarme y yo, como decía, leí en mi época kamikaze y había olvidado, pero no del todo. ¿Pero por qué esas traducciones tan divergentes? En el título alemán, Handke parodia la expresión alemana Wunchloses Glück, felicidad inimaginable, y le añade el Un, Wunchloses Unglück, desdicha inimaginable, que en inglés tradujeron como A Sorrow Beyond Dreams, literalmente una tristeza más allá de los sueños. Desdicha inimaginable, pesar inimaginable, tristeza inconcebible por una pérdida insoportable, todo eso me recuerda lo que decía Barthes al perder la suya en ese libro del duelo de su madre, Journal de deuil. Pero no me gusta Desgracia impeorable, ni tampoco Le malheur indifférent... ¿De dónde sacaron la indiferencia? Tendré que releerlo para comprenderlo. Esta noche, por primera vez he dormido seguido y esta mañana me siento capaz de más cosas, tal vez incluso con coraje novelístico... veremos. Gilda hace sus probaturas, pero sigue igual... El mirlo canta victorioso, ya sin la tortura del pitido de la grúa.
Me llama la Belle Elaine, que arde con sus proyectos y a la que veré, con suerte, si me recobro, para celebrar este solsticio en su colina. Hablo con DB, que elucubra sobre el malaise y los gatos y me anuncia que en La Vanguardia publican una carta del poeta que defiende a los árboles centenarios en Sant Cugat. He logrado recuperarla del pdf, pero no sé si me faltará algún trozo o es sucinta, con esa envidiable capacidad de síntesis de los poetas. Árboles centenarios
El inicio de la calle Villà de San Cugat del Vallès es un tramo espesamente arbolado, pues es el comienzo de la calle que lleva al golf y donde antes, en 1900, había torres con mucho espacio y jardín. El otro día desperté con un ruido de motosierra. Estaban cortando árboles, ya habían talado tres. Son árboles centenarios, gruesos, que no los puedes abarcar con los brazos. Paralizamos entre seis o siete vecinos la tala, de momento.
Rodolfo Hasler
Otro arboricidio aparece documentado aquí
Una sorpresa extraña es la que he encontrado aquí, en Verbalia, donde proponen un acertijo futbolístico y prometen al primer acertante un ejemplar de mi libro Algunos hombres... y otras mujeres. Gracias, Màrius Serra...

viernes, 18 de junio de 2010

Impaciencia y desaliento

Foto: I.N. Castell dels tres dragons, ahora con futuro incierto, 2010
Al final resultó que mi afonía no era simplemente la pérdida de mi voz por irritación de las misteriosas cuerdas invisibles, sino la vía de entrada de un poderoso virus que se aferró a mí como el íncubo del cuadro clásico a la doncella del sueño. Hace tres o cuatro noches que no disfruto del sueño continuado y esta última noche me ha consolado la gata, que iba y venía y me saludaba o jugaba a cosquillearme con la cola para saltar y atacar si yo aceptaba el juego.
Ante el dolor y la enfermedad, la gata es estoica. Se limita a aceptar su malaise y espera sin expectativas. No come y pasan los días y se le marcan los huesos, pero ella sigue ahí, majestuosa, desperezándose al sol, jugando, aunque con menos energía, sin preocuparse del peligro ni de las amenazas de los veterinarios salvajes de Muntaner, que no volverán a verla. Eso sí, Gilda se rebela ante cualquier iniciativa ajena que la incluya por imposición, como por ejemplo, administrarle el medicamento homeopático. Lo cual me obliga a unas batallas agotadoras y culpables. Por suerte, no es rencorosa, aunque durante un momento después de dárselo, no se digna mirarme, por más que me esfuerce, aparta la cara con un gesto de arrogancia felina.
Hace años me compré en francés el librito de Kafka Méditations sur le péché, la souffrance, l'espoir et le vrai chemin, no pude resistir la tentación de un opúsculo que uniera su espíritu a esas ideas (Kafka hablando del sufrimiento y el pecado...) y diría que era una de esas maravillosas ediciones diminutas de Rivages poche. Enseguida me chocó que al principio atacara dos de mis peores pecados: la impaciencia y la pereza. Il y a deux péchés capitaux humains d'où tous les autres dérivent : l'impatience et la paresse. Ils ont été chassés du Paradis à cause de leur impatience, ils n'y rentrent pas à cause de leur paresse. Mais peut-être n'y a-t-il qu'un péché capital : l'impatience. Ils ont été chassés à cause de leur impatience, à cause de leur impatience ils ne rentrent pas.
Según K. no podré volver al paraíso si no venzo esta impaciencia que me ataca en plena sombra insomne, y es que el dolor y la tos crecen con nocturnidad, ya lo decía Ausias March en Lo jorn ha por (e los malalts creixen de llur dolor... Aunque sobre todo me fascinaba aquel Plena de seny... parecido a un mantra que me recomendó una vez un sabio cubano), y en esos momentos desespero. Pero vayamos más allá, tal vez haya enfermado precisamente por ese otro desespero o desaliento, al ver que no cambiaba mi perspectiva ni mi situación en el mundo y que mi trabajo alimenticio no basta ni me deja escribir, ni mis libros me llevan adonde esperaba. Por eso he enfermado y porque el nudo de mi novela, esa extraña novela de la infancia y sus misterios, me agarrotaba y se aliaba perversamente con sus vínculos enfermizos del presente, con las noticias familiares. La infancia es la razón de todo, la infancia es lo que me enferma, pero también es la materia de mi escritura y por tanto, mi felicidad.
Y en cuanto a Gilda, me pregunto si enfermó por pura ósmosis, por simpatía, quién sabe si se atragantó realmente con los hilos del juguete que le compré en un viaje, porque nos echaba de menos o porque detectó mi desaliento, pero lleva ya quince días de huelga de hambre férrea y sólo hoy ha parecido reaccionar un poco al medicamento homeopático y yo no sabía cómo celebrarlo, entre el desconcierto de G y la confusión de la propia gata, que me mira como si hubiera enloquecido. Claro que los gatos suelen mirar así. ¿Era Balthus quien escribió aquello del gato que saltaba por encima de él en el sofá para demostrarle que para él no existía? Sé que no fue Rilke en ese magnífico prólogo al Mitsou de Balthus (¿Dirían que nos observan? Pero, ¿se ha sabido alguna vez con certeza si realmente se dignan a fijar por un instante nuestra vana imagen en el fondo de su retina? ¿Podría ser que nos devuelvan, al mirarnos, simplemente un mágico desaire de sus pupilas para siempre completas? Es cierto que algunos de nosotros nos dejamos influir por sus caricias zalameras y eléctricas. Pero recordemos la extraña y brusca distracción con la que nuestro animal favorito pone a menudo fin a las efusiones que hubiéramos creído recíprocas. Incluso aquellos privilegiados a quienes los gatos admiten a su lado son rechazados y negados muchas veces y, mientras continúan estrechando contra su pecho al animal misteriosamente apático, se sienten detenidos en la frontera de ese mundo que es el mundo de los gatos, un mundo en el que sólo ellos habitan, rodeados de circunstancias que ninguno de nosotros podría adivinar).
De madrugada, tras una fase desesperante en que las amígdalas parecían ahogarme con su inflamación ardiente y mientras me estallaba la frente y me dolía todo el cuerpo iluminándose como recorrido por isótopos radiactivos, tuve algunas revelaciones, y de pronto, dos horas después, el dolor y la inflamación pasaron mágicamente y sentí un alivio maravilloso, pero se habían llevado con ellos el cansancio y el sueño, de modo que encendí la luz y volví a Quiriny, que es un valor seguro para estos casos y para muchos otros, y estuve leyendo lo que contaré en mi reseña muy pronto.
Gilda no es impaciente, como decía, sino calladamente estoica. Ella se adapta a la actitud de los médicos alternativos. Mi acupuntora me recomendó esperar que el proceso natural siguiera su curso (hasta la muerte, pensé yo, avinagrada, pero no lo dije) y el veterinario holístico recomendó seguir esperando hasta el lunes.
Y esta mañana, antes de traducir para el museo unos últimos e inacabables pies de foto y de redactar para una fundación, me he puesto a escribir, no sólo un artículo de mi libro de BCN que ha propiciado un encuentro misterioso, como esos personajes de mis cuentos que reaparecen en mi vida invocados sin saberlo por la escritura, a través de la gata, sino también algo, una dosis infinitesimal y unas vueltas al título -provisorio, que dirían los bonaerenses- de mi novela.
Ah, debo confesar que escribí un capítulo de mi libro de BCN sobre el museo de historia natural y su viejo edificio modernista (furiosa de que los políticos de hereuville hayan decidido expulsarlo de la Ciutadella, expulsarlo todo, seguramente para ofrecer los edificios a empresas extranjeras, como los maravillosos pabellones de Sant Pau) y me he sobresaltado al ver que el esqueleto de la ballena ha caído y se ha roto la mandíbula con una gran polvareda blanca que recuerda a Moby Dick, y a la novela de DC que yo traduje al castellano. Me pregunto qué ocurrirá con los demás objetos de mis paseos. Y era inevitable pensar en una venganza telúrica contra el mal proceder de nuestros políticos, un poco como esos olores nauseabundos del Fòrum hacían pensar al antropólogo Manuel Delgado en tantos republicanos allí fusilados, en el Camp de la Bota, que merecían un memorial digno y no una tapadera banal para enterrarlos.
No sé qué será de mí. Aún me duele casi todo y me parece difícil recobrar la fuerza de siempre. Ayer cometí la osadía de ir al gimnasio alemán y al volver más dura fue la caída... pero mañana volveré.

domingo, 13 de junio de 2010

Todo sigue su curso lento y desconcertante

Foto: I.N. Gilda, esta mañana, 2010
Ayer, tras algunos recados y conversaciones, estuve escribiendo un poco de mi novela, buscando y encontrando, aún por los bordes, a tientas. El mirlo seguía cantando en el silencio de la tarde. También escribí un poco de mi libro de BCN, casi acabado, feliz de disponer de un tiempo mío, a pesar de la melancolía de esta semana, tras descubrir que ni siquiera trabajando como esclava y sin poder escribir, puedo vivir de la traducción y que sigo sin resolver mi problema. No sé cómo lo hacen los otros traductores. Esta semana estuve descifrando con urgencia tremenda, sin apenas moverme de mi mesa, textos de artistas que conozco de catálogos anteriores, algunos incluso favoritos, y me preguntaba si es justo que un traductor experto en un tema cobre lo mismo que uno que no sabe nada y que no puede resolver en ese tiempo. Hace poco oí a un editor declarar en La Central que él no le paga lo mismo a un traductor experto que a uno que no sabe y señaló precios humanos. Debe de ser uno de los pocos.
Mientras, me han aprobado un curso para el primer trimestre del año que viene en una institución que me gusta. On verra bien.
La gata siguió sin comer y aunque de lejos parecía normal, desperezándose, durmiendo al sol, con su trotecillo para llegarse al sofá o vigilar a un pájaro, de cerca su respiración es baja, extraña y agitada. Y a ratos pide caricias y atención, con cierta urgencia. Hablé con el veterinario de guardia, me dijo que contara las respiraciones por minuto, que la llevase si llegaba a ochenta, que si empeoraba la llevase porque si tenía edema pulmonar, "el lunes no tendremos gato". Al leer su ficha la calificó de agresiva (la habían sedado para hacerle el análisis), yo le dije: "Agresiva no, pero es una gata". "Algunos gatos se dejan hacer todo", repuso él. "¿No es sumisa, verdad?", dijo. "Pues eso se llama agresiva". Como si no existiera ningún matiz intermedio entre la agresividad y la sumisión. Estuve a punto de preguntarle si con las personas pensaba lo mismo. A alguien que no se somete a la violencia sin más, ¿se le califica de agresivo? Ésa era la actitud de los hombres más misóginos con las mujeres, me recuerda con razón la Otra Bel. O como esa gente que, si te quejas de que un comentario suyo les ha molestado, te llaman susceptible, sin disculparse ni dudar que haya un margen entre lo que uno dice y el otro escucha, como si no existiera la subjetividad, ni aquel maravilloso "mapa de puntos sensibles" del que hablaba Roland Barthes en sus Fragments d'un discours amoureux.
Tras agradecerle sus consejos al veterinario de guardia, empecé a buscar alternativos y más empáticos. Más tarde, Tigridia, que es médico y sufrió ese encarnizamiento terapéutico de los veterinarios con su gata, me dijo que quizás antes los veterinarios tenían más recursos con los animales, ahora los sedan para todo. El problema fue que, al sedarla, sólo pudieron ver la parte bioquímica de la analítica, el hemograma quedó invalidado al formarse un coágulo. Matan a las moscas a cañonazos, como suele decirse. La cuestión era hacerle una radio y según lo que diera se la quedarían allí, en una de esas jaulas diminutas de tortura antihigiénica, con sus deshechos allí mismo, y le pondrían diuréticos en vena. Una amiga americana me dio el teléfono de su vet homeópata en NY, que atiende también por teléfono. Mientras, empecé a descubrir webs holísticas donde los veterinarios van a domicilio, tratan a los gatos con acupuntura, homeopatía y flores de Bach. Ya sé que a Friks le parecerá mal, pero yo no entiendo esa medicina que rompe el primer mandato hipocrático: "Lo primero, no hacer daño al enfermo" (y en nuestra discusión sobre la vacuna de la gripe A y la monja, me temo que yo tenía razón. Ahora la OMS admite que sus asesores sobre la gripe A cobraban de los laboratorios). La pobre Gilda salió tan estresada, afeitada y dopada del veterinario el otro día que, si puedo evitarlo, no la llevaré. Encontré a una veterinaria homeópata que cogía el teléfono, pero estaba en Madrid. Me hizo muchas preguntas y me dijo que si podía echarse y dormir no tenía edema aún, así que podíamos esperar hasta hoy, en que sí le dará un tratamiento. Y eso hemos hecho. Viéndola tan luminosa, con los ojos cristalinos de ese verde marmóreo y el pelaje brillante, parece imposible pensar que sea una gata vieja y enferma. Nosotros nos deterioramos mucho más por fuera. Todo parece ser afectado por el tiempo.
G. se fue a un concierto, tras mucho dudar. Quedamos que le avisaría si le necesitaba con Gilda, pero no hizo falta.
Mientras, acabé y mandé mi reseña última de un libro que no me ha convencido, y liberada, leí con fruición el primer cuento de Bernard Quiriny, -"Sanguina", genial, aún está conmigo; no quise seguir para preservar el efecto, como un poema lleno de un humor que me recuerda a otro tiempo, a otra yo, mucho más joven, leyendo a Zweig y a Mann- , también para reseñarlo, y el prefacio de EVM.
No dormí seguido, algo me despertaba. De momento probaremos a darle Phosphorus 30 CH a Gilda, buscando un lugar donde le hagan una radiografía sin que la seden ni torturen ni fuercen a quedarse. Y lo más extraño es que en algún momento he empezado a perder la voz, no sé dónde la habré dejado, pero en este momento estoy ya afónica y no puedo siquiera contestar al teléfono.
Last Minute News: Ved en Polis la historia de un poeta que intenta salvar inmensos árboles centenarios de una tala inexplicable. Según los responsables de "medio ambiente" (cemento) de Sant Cugat, unos vecinos han ido a pedir que talen los árboles porque las ramas se acercan a sus ventanas. Son mutantes con alma cementosa, que no comprenden ni valoran la belleza ni el oxígeno ni los pájaros, prefieren ahogarse en humos de tubos de escape antes que la proximidad de esas ramas.

miércoles, 9 de junio de 2010

Del enigma de la gata, la interrogación y la lluvia

Foto: I.N. Gilda dormida con sus juguetes de catnip, 2010
Sólo una entradilla rápida y furtiva en plena maraña de traducción y recién llegados de una excursión gatuna: llevar a Gilda al veterinario es casi una campaña bélica y estresante. La han tenido que sedar para hacerle un análisis, su carácter de tigresa lo impedía, le han afeitado un cuadrado de su precioso pelaje, aunque su piel es tan blanca y discreta que apenas se nota. Ni a G ni a mí nos gustaba verla en ese trance, mientras iba cayendo con la mirada fija y unos estremecimientos, y la humillación, tan irritante para una gata orgullosa, de la baba.
Nada se sabe. La respiración le ha parecido al veterinario demasiado agitada. Los glóbulos blancos algo altos, pero es un valor desdeñable porque les suben de puro estrés. Un gato puede dejar de comer por cualquier motivo, grave o banal, pero no comer puede agravar mucho la condición del hígado felino. De momento, según la rápida analítica, los órganos están bien. He mirado el cuadro de los años gato traducidos a los nuestros, ahora Gilda tendría casi sesenta años humanos. Le han dado un paquetito de pienso titulado Exigent, para convencerla de que coma, y hemos elegido dos sobrecillos de salmón y de pollo. He recorrido los sótanos del veterinario. Estaban secándole el pelo a un perrillo que al principio ladraba con desespero, aumentando nuestra sensación de alarma, pero al parecer sólo se quejaba del corte de pelo. El veterinario ha cerrado la puerta del quirófano y yo me preguntaba si tendrían allí algún pollo torturado. Si Gilda no come en dos días, habrá que hacerle más pruebas, para ver el corazón y los intestinos. Al salir llovía fuerte y Gilda intentaba maullar pero no encontraba su voz. El corto trayecto se me ha hecho larguísimo.
Anteayer, a s'hora baixa, me escapé de mis ataduras traductoras con la Otra Bel y Tigridia y fuimos al Salambó, a la lectura que Eduard Fernández hacía de Dublinesca y la conversación entre Vila-Matas y un escritor-lector cuyo nombre no capté. Eduard Fernández leyó muy bien, con naturalidad y sin ninguna de esas impostaciones de actores que parecen convertirlo todo en publicitario mientras intentan añadir torpemente sentido a las palabras. Él dejó simplemente que las frases se fueran posando ahí en el aire y estaba todo el humor, la autoironía cargada de melancolía, con ese peso específico que tiene Dublinesca, que parece haber llevado a EVM más allá de toda su trayectoria, con una densidad nueva, aunque en los repliegues esté la escritura de siempre. Fue muy buena la conversación de después. EVM se quejó de la primera pregunta, habló de su obra como una escritura de preguntas, no de respuestas, y del absurdo de ser interrogado después. Pero entonces contó muchas cosas interesantes, recordó aquella actitud de Copi después de su pieza teatral sobre una rata que sobrevive y medra en el espacio (yo la recuerdo! Hablando con el uraniano desde su nave. Éramos ocho personas de público en el desaparecido Diana, hace mil años, y estaba Alberto Cardín y fuimos un público hilarante y enfervorizado, y al salir Cardín, mi acompañante y yo nos fuimos al Café de la Ópera un rato y recuerdo la sonrisa entre tímida y maliciosa de Copi y la conversación de AC sobre sus encuentros árabes, y luego bajamos más las Ramblas y sé que para mí fue una noche genial) y según EVM, Copi había adoptado la actitud de aquella rata. Y él pensaba en situaciones improbables, como ésa, una rata en el espacio que acaba mejorando sorprendentemente su vida, y dijo que sus personajes estaban siempre en un punto malísimo al empezar y que le gustaba que fuera así, enmpezar con esa especie de imposibilidad inicial y ver qué pasara. Y también habló de la parte que sabía de antemano (y de lo que creía saber) y lo que no sabía y lo que luego surgió. Y habló de la Dublín prosaica y de la maravilla de alrededor, de ese mar, y sus referencias a Barcelona eran coherentes con esa BCN lluviosa y tediosa de la casa de los padres del narrador. Fue un acto espléndido, EVM estaba sembrado. Entre el público estaba Diana Zaforteza, su editora ocasional, también crecientemente rejuvenecida, ahora preparando esa otra dublinesca de la Orden del Finnegans (le preguntaron a EVM y dijo que ahora vería a los de la Orden en Dublín y no quería que le pasaran cuentas por revelar sus secretos), y estaban Eph y Francis, que nos hicieron sitio hospitalariamente, y Esmeralda B. muy guapa con su vestido negro y aire de Blancanieves, con quien hablé del libro de cartas que ella dirige y en el que yo participo desordenadamente con la Belle Elaine (¿aún en Manhattan?), y dos amigos míos a los que me parece haber perdido injustamente, y en la barra estaba Juan Marsé (oí una historia genial sobre su presencia allí que no repetiré) y también Joan de Sagarra y muchos otros. Y luego nos fuimos las tres mosqueteras andando y tuvimos la suerte de pasar casualmente por mi panadería favorita y aproveché para surtirme de mi pan favorito para desayunar.
He ido a mi gimnasio germánico y al volver, Gilda seguía zombi, con la mirada tristemente fija, aún sin recobrarse del estrés. Nos han dicho que observemos su respiración; sigue siendo rápida. Poco a poco, la gata se va despertando, nos mira, por fin G. ha logrado oírla ronronear. El mirlo no para de cantar, le imagino empapado y reluciente como aquella vez que le observamos G. y yo, hace años. Anoche me llamó mi anfitrión madrileño, agradecido de que le hubiera regado las plantas y de los pequeños obsequios que dejé al irme. Pero estaba diluviando y me dijo que la temperatura había bajado diez grados. Aquí no para de llover y Tigridia dice que esto parece Blade Runner.

domingo, 6 de junio de 2010

En Madrid

Foto: I.N., Parque del Retiro, Madrid, 2010
Me recibió un calor radical, aunque durante el día, a la sombra se estaba bien y esa ciudad tiene muchísimos más árboles, más grandes y frondosos que la pobre Hereuville, y a diferencia de esos Parcs i Jardins taladores, aquí invierten presupuesto y atención al mantenimiento de los árboles, y no porque los políticos sean mejores. Tuve la suerte de que un amigo al que siempre echo de menos me prestase su apartamento en un barrio interesante y muy cerca de allí donde yo pasaba largas temporadas chez mes amis hace muchos años, en épocas alocadas que viví como en un sueño. Así que cruzaba el frondoso Paseo del Prado y ya estaba en el Botánico y el Retiro y ese camino, con la excepción del casi-laberinto de bojs de Moneo tras el Prado, que huele a hierba mojada, estaba lleno de recordatorios que me señalaban por sorpresa: haciendo una foto a un portal me di cuenta de que allí había casi vivido... Fui al Reina, paseé por la desolación alucinada del pobre Martín Ramírez; había traducido ese catálogo y conocía bien su historia, así que me impactó aún más el contraste de sus vitales y alegremente furiosos jinetes de largas pestañas y pistolas con las madonnas a veces reinas paganas enormes y excesivamente poderosas con toda la pesadilla obsesiva de sus círculos de reclusión, sus terribles galerías de túneles y enclaustramientos donde surgían las alucinaciones y la vida en forma de venados, conejos, esperanzas y la paranoia y los cochecitos eran tortugas pequeñas y las cenefas capaces de enloquecer... Y pese a todo una imperiosa felicidad en su miseria... Estuve viendo esas propuestas radicales del Principio Potosí y su perspectiva distinta y periférica de que la modernidad empieza con el descubrimiento y la explotación de la riqueza de las colonias, y esas dos lecturas détournées de la colección, una de ellas me interesaba más, la de Moraza, pero fue como verla media a ciegas y jugar a las adivinanzas porque no quedaban hojas de sala y no ponía lo que era cada cosa; lo cual tuvo su gracia. También he traducido y espero ver Nuevos Realismos, que me gusta como hilo de pensamiento, y reúne piezas de artistas como Arman, George Brecht, Christo, François Dufrêne, Öyvind Fahlström, Raymond Hains, Yves Klein, Lichtenstein, Manzoni, Oldenburg, Rauschenberg, Mimmo Rotella, Daniel Spoerri, Tinguely, Ben Vautier, Jacques de la Villeglé, Wolf Vostell, Warhol (de algunos he traducido catálogos o libros y les tengo particular afecto, como sobre todo a Hains, Villeglé y Rotella y sus déchirures, carteles arrancados de la calle, o los Diarios de Warhol, etc... .Aún recuerdo al artista que desapareció tres días en Barcelona llevando unos pocos francos en el bolsillo cuando iba a exponer en la ciudad y al que un taxista compasivo acabó reconduciendo al museo). Es muy distinto ver exposiciones habiéndolas leído previamente... a verlas a ciegas, como lo de Moraza! Y otra cosa es observar ese diálogo múltiple con el que me dice Manolo Borja-Villel que pretende repensar e interpelar la modernidad, y que se cerraría a final de mes con Miralda: "El núcleo central está constituido por Martín Ramírez, Desvíos de la Deriva y Principio Potosí. Éstas antagonizan con Manhattan, uso mixto (otro catálogo en el que estoy traduciendo), Nuevos Realismos y Miralda. Las lecturas de la colección cuestionan los propios dispositivos, al igual que hará Ibon Aranberri en Silos". Tal vez podría probar a mirarlo así...
Y en esos encuentros con piezas que siempre me inspiran, vi otro de las Elegías a la República Española de Motherwell, que no me gusta tantísimo como la del MoMa (en su reduccionismo blanco y negro, me emociona siempre verlo allí, en ese homenaje dramático americano con todo lo que significa, y en cambio el del Reina tiene color, pero es importante que esté en ese museo y también me alegra), y Klees (Amistad animal!) y Mirós (La sonrisa de alas flameantes) y Tàpies y Michaux y L'arbre vert de Fautrier y fotos dibujadas de Helen Levitt y un magnífico Rothko Orange, plum, yellow del 50, o la Figura totémica de Motherwell o un retrato precioso de Bill Brandt, Portrait of a Young Girl, Eaton Place, 1955 y su Belgravia (yo guardo en el ordenador una foto de ovejas irlandesas asombrosas de Bill Brandt, que solía poner en la conferencia sobre Maeve Brennan. Vi fotos del neorrealismo español, Pérez Siquier, Masats, Cualladó, Colom (!), Maspons, Català Roca! (estaba una foto que tengo enmarcada, regalo de mi amigo seráfico, Llibres de vell amb gat, 1950) y en otra zona del fin de la modernidad, ese Fontana que me encanta, La fine di Dio, de 1963, Atget, Dora Maar, el famoso metrónomo de Man Ray con el ojo de Lee Miller, A. Kertész (Nadador bajo el agua) o esa pareja de esculturas descarnadas de Antonio López..., y estuve en la solitaria Real Academia de Bellas Artes de SF, donde me esperaba el Agnus Dei de Zurbarán, que siempre me encuentra y me conmueve extrañamente, y unos Goyas que me alegró volver a ver, y un busto suyo que me miraba interpelante... Y en la Thyssen volví a ver Mirós, Kitajs, la Partida de naipes de Balthus, Picassos y Léger, el Fumador de Juan Gris, Braque-Picasso juntos, Braque Mantel rojo, el Óvalo claro de Kandinsky, la Casa giratoria de Klee, su Omega, un Moholy-Nagy... Y de noche cené en casa de una amiga en su casa preciosa y poco a poco se fueron incorporando a la conversación sus dos hijos inteligentes y llegó el pater familias, que contó lo que observaba en sus últimas negociaciones con otros sectores.
En el Retiro estaba fotografiando esos cipreses podados con un aire japonés o australiano y unos turistas americanos me ofrecieron hacerme una foto de mí en los árboles, pero yo no quería salir en la foto, pensé, recordando la novela de Bonells.
Tenía, por suerte, caseta de sombra, al menos a esas horas. Antes de entrar, me encontré a Enrique Vila-Matas, que venía por la Cuesta de Moyano y había atravesado toda la solana con su chaqueta azul marino y conservaba mágicamente su aspecto cool y él ya me dijo que era el mejor fin de semana para las firmas. (Por cierto que la Cuesta de Moyano siempre me gustó y me recuerda a uno de los antiguos consejeros literarios de J., que venía de allí, y al otro librero que le decía, con una sonrisa aprensiva y algo malévola parecida a la de Kafka: ¿Qué tal en Barcelona? Con esa humedad...) El calor arreció más y más, cerca de allí, en Anagrama, firmaba Luis Magrinyà, y firmaban muchos famosísimos, pero vinieron amigos generosos de otros tiempos y quisieron comprar mi libro para ellos o para regalar a otros, y vino mi ex cuñado con sus hijos guapos y alegremente excéntricos y mis ex suegros muy elegantes, misteriosamente rejuvenecidos, y una amiga hospitalaria de casas bonitas me trajo agua y avisó a unos cuantos de aquellas épocas pretéritas, y apareció un amigo pródigo que vive sometido a las asombrosas fluctuaciones del destino, siempre entre extremos, y ahora esperando ver caer la fruta de su misterioso árbol y prometiendo leerme con su "tiempo regalado"; aunque no vino otro amigo que en un tiempo me llamaba para consultarme en sus encrucijadas con las casas. Pero vinieron unas hermanas interesantes y creativas que también forman parte del paisaje humano de aquella época mía madrileña de mi cuento. Firmé un montón de libros. "Hoy has vendido más que Delibes", me dijo mi editor (y es que esos cuentos de Delibes son el libro estrella de su caseta estos días). Los dos traductores insignes de Keats me dedicaron La víspera de Santa Inés, editado por Reino de Cordelia. Al salir de la caseta volvió a aparecer EVM, aún prodigiosamente impecable como si una nube invisible le protegiera del sol justiciero, se le había acercado Sánchez Dragó, que me recordaba sin saber de qué y EVM elogió generosamente mis libros como presentación, y SD citó a la famosa Azofaifa de La venganza de don Mendo en el momento aquel de humor negro truculento en que le clava la daga ¡Qué por Alá; por aquí!. Y luego vino al fin mi ingeniosa amiga de ojos azules y nos recogió el resto de la troupe para un refrigerio restaurador y al fin fuimos todos a comer a una terracita italiana entre dos casas que me habían acogido en mi vida anterior.
Y aún hice el esfuerzo de volver a las casetas para saludar a los poetas de una antología y estuve hablando con Antonio Tello, vi a Pura Salceda y cuando me iba apareció Dante Bertini con aire de explorador. Él acabó acompañándome con nocturnidad a la fiesta de Luis Magrinyà, en un lugar recóndito por la zona de Princesa, pero Dante no resistió el carácter humeante de la celebración y se fue, y yo, perdida entre desconocidos (aunque en esa ciudad son mucho más amables en lo social), empecé a hablar con un clemente José Andrés Rojo, que se había adentrado en mi libro balcánico sin tiempo de acabarlo pero muy interesado, lo cual me alegró mucho, y enseguida apareció un amigo isleño de Luis muy ingenioso que se presentó diciéndome "Soy Capricornio, ya sé que tenemos mala prensa..." y es que había leído mis cuentos y dijo ser fan. También estaba un radiante Ignacio E., muy bien situado en la barra a la que todos intentaban llegar, junto con un desconocido muy eficaz llamado Carlitos a quien presentaban entre risas como el supuesto ghost writer de otro escritor desconocido, pero que logró gestionarme mi bebida abstemia. Hablé un momento con Marcos Giralt Torrente, me dijo que le habían gustado mucho mis cuentos, lo cual me animó porque su escritura me sigue interesando, y le confesé mi momento de sobresalto al leer el principio de su recién salido libro del padre, y descubrir que utilizaba un recurso parecido al que yo estaba utilizando en mi novela, aunque todo fuera completa y radicalmente distinto, el tono, la forma y el contenido, y también la coincidencia de que él citara tantos libros que yo había ido leyendo en su caso para escribir ese libro, en el mío por mis obsesiones con los progenitores; y es que su escritura es analítica y en cierta manera lejana y salvando todas las distancias tiene algo que ver con la mía... Muchos me hablaron con entusiasmo del libro de Luis Magrinyà que se festejaba allí, Habitación doble (sólo he leído un capítulo y estoy intrigada. Yo defendí sus Intrusos y huéspedes en La Vanguardia y siempre recomiendo sus cuentos Belinda y el monstruo). Y llegó J. Herralde con Lali Gubern, aunque traían a Álvaro Pombo y éste llegó sólo hasta la puerta y al ver la multitud se estremeció, salió un momento con el homenajeado y se marchó. por cierto que Magrinyà llevaba esa camiseta suya que sale en la pestaña del libro, y que es absolutamente genial. Y luego hablé con una editora de Turner muy simpática einteresante, Pilar Álvarez, y con Jq., un publicista de camisa estampada y gran entusiasmo gay que me encantó, celebró mucho el título de mis cuentos, que pronunciado allí adquiría todo su significado y no hacía falta excusarme y prometió hacerse inmediatamente con ellos y con Si un árbol cae y me presentó a otros. Y estaban unos cuantos de Alba (editorial) y cuando ya me escabullía, porque yo no bebía y sin beber no se resiste tanto en las fiestas, me crucé con los Atalanta, Jacobo Siruela e Inka Martí (que iban acompañados de Jesús Ferrero y de una escritora de aire interesante cuyo nombre se quedó flotando sin llegar a mis oídos (y resultó ser Irene Gràcia, autora Atalanta y partner de JF), y quedamos en organizar un encuentro propiciado por Pepe Ribas en sus paisajes. En su caseta había aprovechado para comprar los Vampiros a mi anfitrión, así como Mendel el de los libros de Stefan Zweig en Acantilado, y para mi viaje de vuelta me compré la Sonata a Kreutzer de Tolstói y Jarmila, Una historia de amor de Ernst Weiss, de Minúscula, porque son libros diminutos que no pesan, y seguros para un viaje corto, y es que a la ida tuve la suerte de empezar con La tormenta de nieve (qué suerte de traducción de Selma Ancira) de Tolstói, que absoluta maravilla, y al acabar seguí con mi Giono, tapándome los oídos torpemente con los auriculares de la película para no oír a esos merluzos que hablan a gritos en los trenes de este país zoquete, creyendo aún que resulta interesante su banalidad amplificada y con una descortesía y una ausencia absoluta de mundanidad que asombra a nuestros vecinos portugueses, mucho más civilizados.
Anoche volví de la fiesta andando. Pensaba que cuando me cansara cogería un taxi y el calor era ardiente en la Gran Vía, bulliciosa y llena de transeúntes festivos, pero seguía andando como si llevara Las zapatillas rojas de Moira Shearer y el implacable Andersen me obligara con su vara: Danzad, danzad, malditas! De adolescente, por mi condición andariega y errabunda (antes de conocer a Melmoth) había pensado en mí como aquel personaje del cuento de Grimm, que tenía que gastar siete pares de zapatos de hierro recorriendo el mundo antes de lograr no sé qué. Pensaba en los freaks que habíamos visto en la caminata de ida, sobre todo en una pareja de delicada bella y triste bestia envueltos en aureola opiácea y en dos extrañas mujeres que reposaban a la Gauguin en un banco oscurecido. Y nosotros preguntando por la calle Duque de Osuna, que era aquel diplomático español en Rusia del que contaban que invitaba a sus amigos a beber en copas de oro y luego las tiraban al Volga, en un gesto de extrema riqueza y despilfarro que me volvió a la mente hace unos años, cuando estuve en el Ermitage, junto a aquellos mobiliarios de oro y malaquita.
Y en el viaje, ya pertrechada con tapones de oídos y pese a todo desesperada por el griterío de la gente y sus teléfonos, en los intervalos de silencio he leído fascinada el librito de Weiss, un relato que estructural y estilísticamente es "preciso como el engranaje de un reloj", pero está lleno de una intensidad que prefigura el final del autor, por su mirada sobre la violencia del deseo y la muerte, ¡qué maravilla! Y luego me he embarcado en la Sonata a Kreutzer, que parecía seguir su hilo pero con la mirada más claramente misógina o puesta en el conflicto y el desentendimiento entre hombres y mujeres y la hipocresía social, veremos, porque he llegado aquí y ahora el trabajo me atenazará. Pero qué felicidad leer esos libros mientras de pronto surgía un paisaje de les terres de l'Ebre, suave y armonioso, lleno de campos amarillos de verano y arbustos verde oscuro y albercas centelleantes de turquesas transparentes y cielos con nubes grises agolpándose y bolas de jara y algún bosquecillo...

jueves, 3 de junio de 2010

Feria del libro de Madrid

El sábado 5 de junio, de 12h a 14h, firmaré mi libro de cuentos ALGUNOS HOMBRES... Y OTRAS MUJERES, recomendado por Enrique Vila-Matas En la caseta 303 -de Menoscuarto-Cálamo- de la Feria del libro de Madrid. Si os gustó el libro y queréis regalarlo (dedicado) a un amigo, si estáis en Madrid o de paso, si tenéis amigos madrileños, si vais a firmar los vuestros a la feria, acordaos de pasar el sábado 5 por la caseta 303 de 12 a 14h...

miércoles, 2 de junio de 2010

Yo sigo deseando

Foto: I.N., Gilda durmiendo, 2010
Sigo deseando volver aquí y también volver a mi escritura otra, abandonada por la urgencia de las traducciones y sus complicaciones. No es que no me guste traducir, lo escribí en Los meandros de la traducción, hay algo extrañamente consolador en ese mecanismo de trasladar palabras de uno a otro idioma como la hormiga que soy a veces acarrea migajas o fragmentos de un insecto hasta el hormiguero, atravesando montañas y valles para nosotros diminutos y saludando a las otras hormigas al pasar. ¡Y lo que traduzco me gusta! Sólo necesitaría que el tiempo o mi energía creciesen un poco al final del día para poder abordar lo mío.
A veces, una tertulia literaria o el encuentro con algunos lectores (un escritor y editor a quien no veía desde hace muchos años habla hoy elogiosamente de mis cuentos en Fb, bajo un amanecer espectacular que parece casi africano y dice que a pesar del ensañamiento de los políticos contra el Empordà, hoy le ha amanecido así, leyéndome en ese campo, y a mí me ha recordado al paisaje de Isak Dinesen; me quedé dubitativa de mi reseña, necesitaba más espacio para poder decir algo original de alguien que ha sido venerada y comentada por todos los escritores, incluso los más misóginos; y anoche la Otra Bel me dijo que volvió a ver aquellas Memorias de África suyas) me devuelven a esa escritura mía y todo se ilumina durante un rato, como ese sol que acaba de salir después de todo el día agradable y compasivamente nublado. Porque es verdad que un cielo gris también alivia a veces, para acompañar algunas sensaciones de grisaille, para acompañar duelos y pérdidas más pequeños o más grandes.
Mañana me voy a Madrid. Me han dicho que hace un calor de mil demonios y me cuesta llevarme la ropa más veraniega, aún me siento descolorida y no del todo preparada para ese sol abrasador que hará en las casetas de la Feria y atravesando el Retiro y por la calle. Pero intentaré visitar a los amigos escritores y editores de otras lejanas casetas. Un amigo de siempre me ha dejado su casa y eso me devolverá a otra relación mía con esa ciudad, cuando pasaba meses allí y atravesaba el barrio de la Morería y aprendí a reconocerla para luego volver a olvidarla.
Por la noche del sábado se celebra un gran festejo para celebrar la publicación de Habitación doble, de Luis Magrinyà, en un club y con toda la nocturnidad inesperada. Y el domingo volveré, intentando no agobiarme por el trabajo acumulado y con la esperanza de que Gilda haya recobrado la forma y el espíritu. Y es que mi pobre gata ha dejado de comer. Creí que se había aburrido de su pienso y se lo cambié por otro, pero no era eso. Lo extraño es que se acerca a sus cuencos regularmente o incluso se mueve para pedirme algo, pero luego se desinteresa enseguida. Creí que se habría intoxicado con un caracol, pero tampoco parece. Le he dado un medicamento homeopático por si son los dientes, y si no mejora, el lunes la llevaremos a su odiado veterinario. Hay algo triste y a la vez estoico en la forma en que los animales aceptan sus dolencias y me hace recordar la muerte de mi segundo gato, al que un perro fiero y entrenado para matar mordió en la yugular, y él se refugió tras unas matas, junto a un estanque del jardín donde ocurrió, en una quietud completa y sin quejarse. O la paciente gata de Tigridia y su asombrosa peregrinación por la casa hasta su litière. Mientras, Gilda acepta las caricias y los privilegios que le concedo por su malaise con la misma mirada y la misma actitud silenciosa y quieta con que acepta su estado.
Ayer logré reunir mis desordenados papeles para la declaración de Hacienda. Me consoló mucho el artículo último de Enrique Vila-Matas. Leo para La Vanguardia la biografía novelada de la mujer que editó a Montaigne y su biógrafa es despiadada, de tal modo que el relato es casi hostil, aunque no sin encantos. Entre medio me he asomado a Habitación doble de Magrinyà, que pinta muy interesante, loco e inesperado, he recorrido varios capítulos de Summertime de Coetzee, que puede relumbrar aun en lo más oscuro, como los grandes, y que también es extrañamente despiadado, pero consigo mismo, me ha llegado una bonita edición de Two Underdogs and a Cat de Slavenka Drakulic y los magníficos y atractivos Vampiros de Atalanta (con Tolstói, Poe, E.T. Hoffmann, Baudelaire, Sheridan le fanu y tantos otros). Me espera el misterioso y sugestivo The Poor Mouth, de Flann O'Brien, que me recomendó Francis (quien por cierto recoge un texto argentino genial que habla de mi admiradísimo Roberto Artl, cuyo Juguete rabioso me salvó una noche en Serbia), y no sé si me gustará Nothing To Be Frightened Of , veremos. La montaña de libros crece como las traducciones, como mi deseo de volver a la escritura, e imagino unas vacaciones francesas o irlandesas, con libros y paseos y poca cosa más.