Foto: I.N., My right foot; for Linda, 2010
Según esa teoría tan sugestiva y al mismo tiempo cruel que encierra a un gato en una caja junto con una cápsula de gas letal y especula sobre si al abrirla encontraremos un gato vivo o su cuerpo inerte, para producirse, los fenómenos cuánticos necesitan la conciencia de un observador. Tal vez esa idea del observador necesario, según el cual nada existiría, serviría como metáfora de la escritura y el escritor sólo sería ese observador que abre la caja o que imagina lo que habrá dentro y que en cierto modo hará vivir al gato. Aunque según Virginia Woolf, la Naturaleza seguiría produciendo su espectáculo todos los días aunque nosotros no lo mirásemos, pero esa idea no deja de ser otra especulación indemostrable, más indemostrable que la existencia del gato de Schrödinger.
Y todo esto viene al caso porque ayer tomé una decisión secreta, impulsada por el comentario de J., que esta vez coincidía con algo que he escuchado muchas veces, y como se preguntaba Henry James, ¿por qué será que una misma frase que nos hemos repetido tantas veces y nos han dicho otros, de pronto nos la dice alguien y esa vez produce efecto y hacemos caso del consejo? No se sabe, pero he decidido poner mi voluntad en ese cambio de actitud (aunque sé que no será tan fácil, que habrá momentos), y ese desplazamiento perceptivo me ha hecho acordarme del gato de Schrödinger.
Todo esto se me ocurre en este silencio maravilloso de la resaca post-solsticio, en que ni siquiera parece haber petardos sobrantes. Anoche estuve en un jardín frondoso, junto a una exuberante morera, frente a acantos y crasas, y aunque nos habían prometido que no habría pirotecnia -sólo fuentes luminosas, dijo la Belle Elaine, que inauguraba su casa-, nos engañaron. Selma A. me contaba de sus Tolstói, de un falso documental sobre el encuentro de Pessoa y Kavafis -que nunca se produjo, y la película ganó premios de documental ¡aunque era ficción!-, me contaba de sus próximos viajes rusos (¡la han invitado a Taganrod! Ah, le dije yo recordando la queja de Chéjov, "Taganrod, 16.000 almas que sólo piensan en comer, beber y reproducirse..." y primero había montado una gran reunión de traductores por el centenario de Tolstói en el Pushkinskij Dom), ¡es tan contagiosa su pasión rusa! Pero cada vez que estallaba un petardo, Selma exclamaba: ¡Me voy! Y Elena se apresuraba a decirnos que ya se estaban acabando, pero lo cierto es que un tropel de hombres se habían refugiado con los niños en la parte de abajo del jardín para jugar a la guerra pirotécnica y arriba nos manteníamos los más alérgicos a esa artillería. Estaba Pere A.: pronto presentará al fin un documental que yo quiero ver, y habló un momento de su nuevo y complicado proyecto, y luego le oí decir que tenía ganas de bailar, pero me fui antes de que se decidiera. Más tarde, cuando ya se habían acabado los petardos, llegó la editora y librera Paulina F., que lleva la pirotecnia en la sangre, y proponía ir a bailar a la calle Verdi. Estuve hablando con un músico sobre la ciudad y sus plagas, y hablé de los gatos y sus secretos con una pareja que vivía en un no-lugar ajardinado cerca del Besós. Selma hablaba en ruso a un serbio que lo había olvidado, yo conversé con él un momento en francés sobre la Vojvodina y Sarajevo. También estaba Jonathan B., que me prometió una conversación balcánica, dijo que no tenía planes, pero que pensaba en volver a Occidente (dejó Belgrado y está viviendo entre Mostar y Medjugordje). Pero yo no tenía una noche festiva y a la una y algo Tigridia y yo abandonamos el jardín. Cuando entré en mi calle, unos chicos apostados en un balcón me tiraron un petardo que me dejó el oído zumbando (luego he sabido que podría haber sido peligroso), pero yo estaba ya frente al azufaifo y me sentí protegida. Al llegar hice dos rituales sencillos de mi propia celebración del solsticio en la terraza, ante la mirada silenciosa de la gata.
Hoy Gilda parece más despierta y radiante, aunque obstinada en su ayuno radical. Ha venido a verla la mujer que se comunica con los animales. G acababa de llegar de su verbena en la playa de Pals, tambaleándose por la falta de sueño. Yo estuve leyendo el principio de El hijo de la sierva de Strindberg, agradecida a la Otra Bel y a Kafka porque unas pocas frases supusieron para mí la primera revelación, casi una sacudida, por la similitud y por la manera de contar: cómo decir el horror abordándolo, en una síntesis asombrosa... "Sus primeras sensaciones... fueron el miedo y el hambre. Tenía miedo a la oscuridad, miedo a los golpes, miedo a no hacer nada correctamente, miedo a caerse, miedo a tropezar, miedo a estorbar. Tenía miedo a los puños de sus hermanos, a las palizas de los criados, a las reprimendas de la abuela, al látigo de su madre y al bastón de su padre..." Y hay muchas más afinidades y coincidencias (excepto el hambre, que en mi historia cambiaría por la alimentación a la fuerza, con una violencia inaudita). Pero he empezado traduciendo los flecos del catálogo último y reestructurando mi curso del otoño y sólo ahora he sentido la fuerte tentación de escribir un post.
6 comentarios:
My Left foot says hello to your right foot!
Ha ha! Hello!
Precioso post, con ese reflexivo comienzo y la serena continuación. Hoy ha sido uno de esos raros y espléndidos días que a veces esta ciudad nos regala.
Me alegro de que hayas encontrado algo en ese Strindberg (y casi me abruma todo ese agradecimiento). Volveré a leerlo, porque apenas lo recuerdo, sólo una especie de sensación, pero debía de ser la sensación justa.
Y me alegro también de que Gilda vaya mejor, a pesar de la persistencia en su ayuno.
Buenas noches.
Gracias, Bel M. En realidad, siempre tengo que forzar mis resistencias para aceptar alguna recomendación de lectura porque una parte de mí cree siempre que sólo mi capricho interno me permitirá leer y encontrar algo... Por eso cuando sigo una recomendación y encuentro algo, me siento doblemente agradecida!
El silencio restaura! He salido a pasear con nocturnidad y en mi barrio no hay apenas nadie, salvo los basureros, y alguien que pasea un perro...
Una entrada encantadora.
Gracias, Pantera rosa!
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