lunes, 31 de marzo de 2008

En la calle

Foto: Albert Buendia, "Aquesta mosca l'he fet pensant en tu, he esperat que es freguès les mans", 2008.

Heme aquí de nuevo refugiada en esta casa ajena, tan bonita y ordenada, huyendo del ruido de mi pobre casa... Al llegar tenía frío y mi anfitrión me ha indicado por teléfono: "ves a mi habitación, abre mi armario y encontrarás unos jerséis de cachemir..." Pero antes de encontrarlos, el orden y la pulcritud del armario me han hecho ruborizarme internamente, pensando en el horrible desorden imposible de mis armarios. Aquí no hay nada superfluo, todo lo que guarda ese armario sirve y está inmaculado...
G ha aparecido enseguida, como una plaga. Yo me las prometía tan felices trabajando sola en este silencio, pero él ha decidido venir a estudiar la civilización micénica y minoica... Y nuestras batallas por el lavabo o por las mutuas interrupciones se han trasladado aquí, a casa de su padre, entre risas. La verdad es que no nos hemos molestado apenas.
Luego, JC me ha invitado a comer en el Ferrum, en tiempo récord, un tronco de merluza con diminutas alcachofas, un buen vino que me ha intoxicado agradablemente y la conversación especial de JC, que al acabar la comida se iba pitando a Mataró, al hospital donde hace la reeducación para su rodilla intervenida. Me cuenta que es un lugar onírico y silencioso, una especie de lenta coreografía del dolor que él quisiera filmar, ¿cómo lo ha llamado? ¿Poesía del gesto? Un lugar de doloroso, esforzado silencio donde los asiduos, de una gran diversidad de edades, heridas y backgrounds, se esfuerzan en gestualidades muy distintas y especializadas, uno mueve la muñeca, otro hace girar un pie, y avanzan poco a poco, día a día, en ese espacio luminoso donde todo podría corregirse.
Antes de comer he tenido que pasar por el estudio gráfico de la diseñadora del libro de Isozaki, a buscar unas fotocopias, he llegado casi corriendo, atravesando una zona de recuerdos sin pensar, y luego he cogido un taxi, algo que no hago nunca, que me ha llevado volando al otro extremo de la ciudad. Por el camino iba leyendo las Conversaciones con Thomas Bernhard y me iba riendo sola. Bernhard, tras insultar y expresar esa rabia suya vehemente contra la estupidez humana y profesionalizada que tanto me consuela, contaba cómo al morir su abuelo le habían metido en un periódico, donde el encargado de las crónicas judiciales estaba enfermo y él le sustituyó, extasiado de que las tonterías que escribía de noche salieran publicadas por la mañana... pero lo que él quería era tener una tienda de ultramarinos. Y era tal su genialidad y me gusta tanto su foto de la portada que la sensación de felicidad y humor me desbordaba... Y ha llegado JC con su libro italiano de memorias de Erri de Luca...
Pero al volver, incluso aquí, en el patio de la casa silenciosa de mi ex, han empezado unas obras y se ha roto el silencio. Yo quería hablar aquí... de la calle. La otra noche, al volver a casa en los FFCC, había unos rusos sentados relativamente cerca. Reconozco que cuando oigo hablar ruso (y otras lenguas eslavas) siento una fascinación incontrolada y me vuelvo como la protagonista de Un pez llamado Wanda o de Belle du seigneur. Los escuchaba. "Jarashó", dijeron, una palabra que conozco. Uno de los tres me miró y yo, puesto que era guapo, le devolví la mirada. No veo por qué debería apartar la vista, pensé. Pero tal vez desconozco ciertos códigos. Llegó mi parada y me fui a la puerta. Y de pronto, el ruso guapo vino hasta allí y me dijo (tal vez era lo único que sabía, en inglés) directamente: "Do you want to fuck with me?" Yo lo miré atónita y le contesté: "Yes, in another life", y abandoné el tren. Era verdad. No me habría importado, en otra vida. Pero no en la mía. No podemos vivir sin prejuicios, me dije. Eran tres y tal vez los otros dos se ocuparan de desvalijar la casa. O tal vez no. ¿Cómo saberlo? Desconozco sus códigos. Sin hablar y por su ropa o sus gestos, no podía saber si se trataba de un estudiante, un desvalijador de una banda peligrosa, un desesperado o un joven de moral intachable. Sólo supe concluir sobre su belleza, la vaharada alcohólica y la atmósfera sexual.
Al día siguiente, hacia mediodía, cogí el mismo tren de Sarrià hacia Catalunya para encontrarme con Yelena. A mi lado se sentó alguien con casquillos de música, yo seguí leyendo el periódico, hasta que me preguntó dónde debía bajarse para ir a Rambla Catalunya. Era un chico moreno, pequeño y delgado de aire hindú. Le pregunté el número, le dije que bajase en la siguiente estación, Provença. "Eres española?", me preguntó. Y al decirle que sí, respondió. "Yo de India" y me tendió la mano con gran vigor. Eso me hizo gracia. (Recordé aquellos tipos que se sentaban frente a mí en los trenes de madera hindúes y me sometían a una especie de formulario prolijo y naïf: "Where do you come from? What is the name of the Prime Minister of your country? Do you eat meat in your country?") ¿De qué parte de la India? le pregunté. Era del Punjab. Le dije que no conocía el norte, que sólo había estado en el sur y... "¿Por qué no me das tu teléfono?", me propuso entonces. "Yo tengo mucho tiempo libre", añadió (no le dije que yo no...). "Podría contarte cosas de India y darte direcciones..." "Mejor que me des tú el tuyo", repuse, y me lo anotó en el periódico antes de bajar. Se llamaba Lakhi. Luego se lo conté a Berta, que es gerente de un restaurante con camareros de todas partes del mundo y se queja de que en la Seguridad Social, con esas visitas tan breves, los médicos no se arriesgan y le dan la baja a todo aquel que lo pide, y concluyó: "¡Mucho tiempo libre! ¡Pues claro, habrá cogido la baja!"
Unas semanas atrás, otro chico eslavo me abordó en los FFCC. Hablaba un castellano sin acento, como sólo ellos logran, pero con léxico limitado. Iba con otro y me preguntó qué significaba una palabra; en el supermercado le habían regalado una crema y quería saber para qué servía. Hablaban una lengua que yo no pude situar, y no pude evitar preguntarle: "¿Pero no sois rusos, verdad?" "¡¡¡¡Rusos, noooo!!!" respondió él. "¡De Georgia!" Me disculpé. Entonces llegó el tren y procuré sentarme a distancia. Su compañero, que tenía bastante mal aspecto, se quedó dormido, pero él no me quitaba ojo. Cuando fui hacia la puerta (¿será una costumbre por allí?) vino a reunirse conmigo y me preguntó, en su castellano inmaculado: "¿Puedo ir contigo?" Le dije que no, y ya entonces me fui pensando en todas esas interpelaciones callejeras sin salida, castigo a mi curiosidad, que contrastan con la pasiva y fea uniformidad del personal de esta ciudad.
Por cierto que antes he citado un libro de Albert Cohen y no puedo evitar decir aquí que alguien me recomendó inexplicablemente Le livre de ma mère de ese autor y me horrorizó la relación misógina con esa madre sacrificada de la que él se avergonzaba y luego idealizaba precisamente por esa absoluta entrega tan obscena y con tanto desprecio de su ser. En cambio, la pieza de Simone de Beauvoir sobre la enfermedad y muerte de su madre, muy contenida y cerebral, me entusiasmó, tanto como aquella otra en la que Paul Auster retrata a su avaro padre (no sé si era en The Red Notebook o The Invention of Solitude), o como aquellos pasajes magistrales de Brideshead Revisited de Evelyn Waugh donde aparece aquel aún más frío y avaro padre del narrador.
Y una pregunta al aire: ¿quién me deja grabadas músicas tristísimas en el contestador? Esta vez parecía una ópera de Puccini, la otra vez era una canción más contemporánea sobre la soledad. Tal vez alguien se confunde y el mensaje no llega a su destino, y si no es así, quien crea que voy a reconocerle y recordarle con ese método se equivoca. O quizás es un alma generosa, que reparte música al azar. One never knows, diría mi amigo O., pero está muerto.

domingo, 30 de marzo de 2008

Ociosidad

Ilustración: John Tenniel, la oruga y Alicia

El fin de semana es una entelequia. Siempre me propongo aprovecharlo y cuando me doy cuenta el tiempo se ha evaporado. Pero qué felicidad ese ritmo ocioso y lento que empieza la tarde de los viernes y se prolonga hasta la noche del domingo. El viernes por la noche hice un poco de vida social. El sábado empecé a leer y a tomar algunas notas para mi conferencia sobre traducción y a medio camino necesitaba unas citas que no tenía, así que me fui a La Central, donde me encontré a una amiga generosa que justamente me había comprado el número de Magazine Littéraire "Les écrivains et la psychanalyse", que pinta muy bien, aunque aún he leído poco, pero el punto de vista no podía interesarme más, sobre todo cuando se habla de autoficción. Debería llevar siempre un ejemplar encima para contestar a todos esos que "no comprenden" lo que escribo y me llaman narcisista o eufemísticamente "muy valiente" e intentan convencerme de mi error o pretenden que les da repelús como si esto fuera un escaparate o una ventana, pero insisten inexplicablemente en leerme. Allí me compré un libro de Octavio Paz sobre traducción. "Pero es una reedición", me dijo Pere Gimferrer, a quien felicité por su conferencia sobre Rimbaud en la Residencia de Estudiantes, le dije que había hablado del librito en este blog y me respondió extrañado que no era una novedad, sino un librito publicado hace años... Estos editores creen que sólo puede hablarse de novedades, pero por suerte, en un blog no estamos sometidos a esa esclavitud del mercado y podemos hablar de libros de cualquier tiempo, aunque hayan desaparecido. Uno siempre puede encontrarlos en iberlibro, en una librería de Cacadelos, León u otra canadiense. Justamente en la puerta de La Central me encontré a un amigo escritor que hablaba con una planetaria. Él le decía que tal vez hubieran destruido los ejemplares de una novela suya publicada hace años en Planeta. "No, le dijo ella, antes recibirás una carta que dice: 'Vamos a destruir las copias de su libro X. Le mandamos 200 ejemplares..." A mí me parece siempre desolador que los editores hagan eso. No comprendo por qué no pueden mandar esos ejemplares a bibliotecas, cárceles. colegios, libreros de viejo... Pero por lo visto sigue siendo una práctica habitual. Mientras estaba en la librería me llamó Bertini, que como siempre se disponía a salir para una de sus múltiples fiestas y cenas, esta vez de cumpleaños. Cuando al fin logré llegar a casa, estuve leyendo un capítulo que Alberto Manguel dedica a una traducción de Rilke en su Historia de la lectura. También leí un trozo de Octavio Paz, otro de Maurice Blanchot, picoteando citas para la misma conferencia.. Más tarde había quedado para ver Jefferson in Paris y Le Divorce, porque mi reproductor de DVD está obsoleto, y se niega a ver películas con formatos raros, pero enseguida le pondré remedio (esos aparatos son muy baratos. Lo que no entiendo es por qué los equipos de música valen tanto en este país y tan poco en USA, una diferencia de 1.000 a 100 euros. ¿Cómo es posible?). Pero antes de salir me llamó un amigo madrileño y artista, que vive en el campo y dice que está agotado de vivir en la encrucijada constante desde hace meses y quería que le echara las cartas. Como salió el tema de mi vida amorosa, le anuncié que estaba pensando en ingresar en las Clarisas de Pedralbes y me preguntó con gran interés si creía que el convento era mixto, en cuyo caso quería que le reservase una plaza. Dijo que si teníamos alguna urgencia de revolcón siempre habría un sacristán, aunque yo pensaba más bien en un jardinero, siguiendo la tradición de lady Chatterley, pero él es mucho más perverso. Yo me imaginaba escribiendo en una bonita celda, como la monja iluminadora Ende, pero él conocía una monja actual, llamada Isabel Guerra, que pinta sin rubor una especie de feos Murillos y así incrementa la liquidez del convento. Las cartas de mi amigo salieron brillantes, Jefferson in Paris me gustó (el artilugio que usaba TJ para escribir con copia! Ivory no deja escapar nunca esos detalles), y también me gustó Le Divorce, dos películas de apariencia clásica o incluso convencional, pero donde todo está contado con una finesse d'esprit y una sutileza sorprendentes, y donde se muestra a los personajes con toda su complejidad y contradicciones como quien no quiere la cosa. La primera era una película histórica, se trataba obviamente de Thomas Jefferson, y la ironía comparativa entre lo americano y lo francés me hizo pensar en una película extraña y poética de Sokurov sobre la caída de Japón y la soledad del emperador y la entrada de los americanos, donde por un lado mostraba el refinamiento rancio y sofisticado y a la vez casi infantil de la vida del emperador, aislado del mundo entre sus servidores, y por otra la brutalidad zafia de los americanos, pero también su sentimiento democrático frente a la decadencia imperial, etc., todo en una atmósfera en penumbra, entre lo claustrofóbico, lo preciosista y una distorsión brutal de las costumbres. Naturalmente, el estilo de Ivory es completamente distinto de Sokurov, pero su Jefferson mantiene esa misma dualidad, hecha de preguntas y dudas y matices: los americanos y su democracia, los americanos y la esclavitud, el clasismo de la Francia prerrevolucionaria, el hambre, y también la repulsión francesa hacia la esclavitud y el racismo. Todo eso en una trama donde las amistades amorosas, las afinidades y la música están siempre en primer plano. Hoy he ido a comer a una tranquila casa en la calle Gomis y al volver he decidido serpentear subiendo y bajando las colinas del Putxet. A pesar de la desolación que me produce ver los horrores construidos, la proliferación de grúas y de feos edificios ganando siempre terreno a las bonitas torres y los jardines, era una tarde tan luminosa que parecía que todo estuviera por venir... Tarde, he leído un artículo genial de Vila-Matas hablando de una especie de fantasma de la ópera catalán y expresando su nostalgia de la invisibilidad. Y lo dejo aquí, de nuevo con extrañas prisas, siempre como el conejo blanco de Alicia.

jueves, 27 de marzo de 2008

Ruido, memoria, pensamientos


Foto: I.N., el cielo de la Diagonal, 2008

El ruido de las obras ha ido a más. Ahora se han instalado sobre mi cabeza, con unas máquinas brutales para arrancar baldosas y romper todo lo que había. Esos hombres no llevan casco ni protección. Si a mí me desquician, ¿cómo estarán ellos y sus tímpanos y su sistema nervioso? Pero nuestros políticos (ya se sabe que viven del cemento, no en vano las inmobiliarias y constructoras subieron en la Bolsa al saber que había ganado Zapatero) no ponen límite a los decibelios... siempre que sea para hacer obras. Cuando se habla de ruido, todos se refieren a los bares y la música. A mí en cambio me preocupa sólo el silencio diurno, poder escribir, poder leer, poder trabajar... ahora ya no puedo ni hablar por teléfono. Me dicen que este volumen no continuará, ¿pero cómo saberlo? Se sorprenden de mi pregunta. ¿A quién le importa el ruido o la vibración? Cuando paran las máquinas, ellos se hablan a gritos desde el ático a la portería. Hoy me expulsan de aquí, mañana tal vez pruebe en una biblioteca o acepte la hospitalidad de algún amigo.
Murió Josep Benet, y también murió Rafael Azcona, y hace bien poco que murió Josep Palau i Fabre. Me da la sensación de que todos los que me enseñaron algo desaparecen y con ellos, el mundo que yo esperaba. A Benet le había conocido en casa de Alexandre Cirici, aunque yo era demasiado joven para aprovecharlo. Me reconfortaba su vehemencia, su pasión por la memoria, su voluntad de restablecer la historia enterrada, en este país de silencio y negación. Su rigor y honestidad, que le hizo enfrentarse a los políticos, no sólo Tarradellas y Pujol, sino también, por su ignorancia de la historia, Saura. Un amigo suyo me escribe
Estimada Isabel, moltes gràcies per les paraules que m'has enviat sobre en Josep Benet. Una persona fantàstica que ha estat un dels meus millors mestres. Sort en tenim que hi havia persones com ell. Ens farà molta falta.
Abraçades, Àngel.
Pienso siempre en ese país que no fue, el país esperanzador que abría la República y que desapareció para siempre con la derrota. Personajes como ellos son la muestra de que ese otro país podría haber existido.
Mientras, me consuelo del ruido y la muerte con películas. Ayer, gracias al consejo de un escritor-editor, uno de esos sorprendentes expertos tecnos que hacen acopio de cine interesante por Internet, y de cuyo criterio me fío, vi A soldier's daughter never cries de James Ivory. La película es también otra visión de la institución maldita que es la familia, un grupo de individuos con sus excentricidades y manías, pero sobre todo un lugar de hospitalidad y empatía, es decir, el reverso de lo que yo he conocido. Un escritor autoirónico, una madre apasionada y bebedora, un niño adoptado y acogido en esa nube, una niña que crece y, como no es hija de soldado, sí puede llorar. G, que tenía que estudiar para su examen de hoy, aleteaba por aquí y quería verla. Creo que casi nunca ve las películas que le regalo, ni me hace ya caso con las recomendaciones. Él querría verlas, pero el tiempo se le escapa. Ayer, como tenía que estudiar, estaba fascinado con la atmósfera de esa película y se quejaba de que yo iba a devolverla y él se la perdería. Pese a su escasa cultura cinematográfica, G tiene buen ojo, lo mismo que enseguida aprecia un buen pescado o cualquier plato maravilloso y detecta incluso los distintos sabores que lo componen, aunque tampoco cuente con un historial gastronómico. De pequeño, leyó The Catcher in the rye y al acabarlo, me dijo: "Pero dame otro que sea como éste..." Yo creo que G tiene una rara sensibilidad y una inteligencia aguda, alimentada por su observación de lo que le rodea. Pero esa pasión de mirar, de estar en los otros más que consigo, es lo mismo que hasta ahora le ha perdido. No estudia, no se concede tiempo: la vibración externa y las solicitudes, el talento de los otros, los amigos, las relaciones amorosas, todo le parece más importante que invertir en él. A mí me cuesta mucho cultivar el desapego y no desesperar con él. En mis buenos momentos pienso que encontrará un camino suyo, que sus talentos podrán más. En mis malos momentos sucumbo a mi impaciencia y desesperación. "No me provoques", le dije ayer bromeando. "Piensa que llevo todo el día sometida a la presión del ruido..." y como él hace, imité algunos de los envilecedores sonidos que me torturan en esta pobre casa. G se rió de mí, como era de esperar. Luego estuvo estudiando un poco, y se quejó cuando yo le interrumpí. "¿Cómo te ha ido el examen?", le he preguntado esta mañana por sms. "Normal" es su enigmática respuesta. ¡Normal!

lunes, 24 de marzo de 2008

Último día silencioso



Foto: Guillermo Aguirre, Paula en Balmes, 2008

He pasado estos días rápidos y al fin silenciosos reponiéndome de mi síndrome metacarpiano, siempre generado por la combinación perversa de trabajo urgente con un fuerte disgusto. Cuando las cosas afectan a la salud, no queda ninguna duda de que hay que renunciar. Lo realmente provechoso de ese proceso ha sido mi decisión de no trabajar más en esas circunstancias (para alguien que se resiste a confiar en mí, o a valorar mi aportación). Bastó pasar al siguiente pequeño encargo, japonés, para recordar cuánto más agradable es trabajar para un cliente que sí reconoce y valora lo que yo hago, además de cumplir su parte con celeridad. Y me acordé del buen cliente al que había dicho que no -alguien agradable e interesante, con quien sintonizo-, precisamente para cumplir con esa institución equivocada. Y sobre todo, como decía Alexandre Cirici, hay que procurar trabajar con gente con la que uno pueda irse a cenar sin que se le atragante la comida.
Es curioso cómo la memoria funciona de ese modo misterioso e independiente que la hace tan fascinante para la escritura como los sueños, pero también con su parte de dolor. Anoche vi Portrait of a Lady de Jane Campion. Yo desconfío de esas adaptaciones (en los años cuarenta y cincuenta se hicieron algunas maravillosas, como La heredera de William Wyler, o aquella versión antigua también de Wyler de Wuthering Heights, o el mejor Frankenstein; y también estaba Orson Welles con sus Campanadas a medianoche, su Otelo o su Macbeth o El proceso, pero no me gustan las que suelen hacerse ahora) detesté las que hicieron de Jane Austen, me molestó la banalidad hollywoodiense de The Golden Bowl y jamás fui a ver lo que hicieron con Proust. Henry James había sido, junto con Edith Wharton, uno de mis favoritos, de esos autores que prefiero no compartir (recuerdo que durante una época no quería leer contemporáneos y me refugié en el mundo de James, Edith Wharton, E.M. Forster, Somerset Maugham, Steinbeck, Proust, Mishima...). Pero ayer esa adaptación tan sugerente y apasionada (nadie como Nicole Kidman podía restituir esa Isabel Archer tan parecida a la imagen que yo tenía leyéndolo) me devolvió dolorosamente a mi propio momento de horror. Primero me vi en mi habitación reabriendo el libro de James de la mesita de noche y diciendo: "Leí diez páginas de esta novela hace seis u ocho meses, la dejé, y al retomarla ahora, lo recuerdo todo con la misma intensidad que si lo hubiera leído ayer". Lo que yo entonces atribuía a la buena literatura, tal vez se deba más bien a si lo que leemos se entreteje con nuestra vida o resuena en ella. Me gustaba esa protagonista, a mis ojos, una mezcla de mi amiga viajera y de mí misma, y siempre compartí la idea de Henry James del amor como amistad libre, más allá de lo posesivo y cerrado (pero al mismo tiempo la forma en que ella se ciega, entregándose a alguien incapaz de todo eso, tenía otra clase de resonancias más fuertes y oscuras para mí), de los partners como interlocutores, personajes capaces de vernos y entendernos (maravilloso Martin Donovan y buen Viggo Mortensen) más allá de lo ostensible, a lo largo de la vida, que piensan que su vida es más feliz si nosotros estamos incluidos de alguna manera en ella, aunque no sea la manera ideal o la que soñaban. O la idea de James de que el dinero era la única forma de que las mujeres se liberasen de los yugos sociales que las aprisionaban, y esa inquietud feminista suya, su observación penetrante de esas jaulas en las que algunas mujeres se metían (aún ahora) sin darse cuenta, cerrando los ojos, por puro deseo extraviado o por demonios internos que no aparecen en la película. Esa historia me devolvió, como decía, a un pasaje duro de mi vida, algo que los sueños me han recordado años después a modo de advertencia, cada vez que bajaba la guardia en relación con alguien. Hacía tiempo que no soñaba en ese sentido. Y ayer, Henry James volvió a decirme, a través de Campion (qué gracioso el sueño donde convierte a Kidman en un retrato vivo de Isabelle Eberhardt) y de Kidman, el mismo mensaje de los sueños.
Ayer recibí un mensaje de una traductora prestigiosa que vive en Luxemburgo y que aprovechaba sus vacaciones insólitamente solitarias para explicarme qué le gustó de mis cuentos. Ella se excusaba mucho por haber tardado tanto en escribirme, pero a mí me alegró saber cómo mis historias habían podido acompañarla y despertar sus pensamientos y su memoria. Escribimos para encontrar esos lectores.
Algunos amigos me leen en el blog y luego me escriben y me comentan. Ayer fue la Belle Elaine, con quien paseé por una Barceloneta aún auténtica, que a momentos me hacía pensar en Orán, bajo cielos de viento racheado y nubes extrañas, y fuimos a parar a un barecito simpático que llevan un argentino y un mexicano jóvenes, uno de ellos pintor y el otro no sé si músico. Por el camino vimos y fotografiamos a un viejo amigo que cantaba para los turistas Sad Eyed Lady of the Low Lands azotado por los vientos y según nos dijo, luchando contra su resaca. Es un personaje libre, vive en un barco, ahí en el puerto, y los domingos suele cantar en la calle. Esta mañana, mi amiga de Austin comentaba mis últimos posts por email, además de sus sueños de conversaciones con animales, y más tarde me ha escrito, tras un paréntesis, otro lector pensante y de excepción. La idea de que ellos me lean y sus ideas y comentarios sobre lo que leen me llena de esa respiración feliz de la que a veces he hablado aquí.
Ayer reseñé para La Vanguardia dos novelas interesantes, cada una por razones muy distintas y las dos con títulos poco logrados: La ciutat del teu destí de Peter Cameron (me sorprende que ningún editor la haya comprado en castellano, y más sabiendo que James Ivory y Ruth Prawer Jhabvala están a punto de estrenar una película basada en ella. Claro que hay editores que compran novelas, impidiendo así que nadie más las publique, y luego se dedican simplemente a dejar que caduquen los derechos. Ayer me lo comentaba con ironía un editor que no se permite hacer esas cosas) y El clima desde hace quince años, de Wolf Haas. Hoy me dedicaré a mi conferencia sobre traducción, en cuanto acaben las preguntas e interrupciones de G., que ha aparecido de forma imprevista, con un sms a las 14h (Puc venir a dinar?) y yo, que tenía ya muchas ganas de verle, le he dicho que sí, he improvisado una comida y ahora escribo este post mientras él se enfrenta a un trabajo sobre el modernismo y la transformación de la ciudad a principios del XX y me acribilla a preguntas. Se ha acostumbrado a utilizarme en vez de buscar en la Enciclopedia o en Internet, y tiene poca experiencia de búsqueda. Y a mí me gustaría que aprendiera ese hábito de buscar y descubriera mejor sus recursos de investigador. Pero hete aquí que ya hemos acabado y sale de nuevo hacia la Universidad, donde se aglomeran los estudiantes en vísperas de exámenes.
Hay que aprovechar esta última tarde de silencio antes de que vuelva la marabunta. Copio una frase del historiador hispanista Anthony Beevor sobre la memoria histórica, la memoria necesaria, que he decidido añadir a mi libro balcánico: "Si existe una herida profunda, conviene airearla porque si no, se pudre." Es una frase también psicoanalítica, contra la negación, que me resulta restauradora.

jueves, 20 de marzo de 2008

Malaise nocturno

Foto: I. N., el azufaifo, aún invernal, ayer

A pesar de una sensible e inspiradora conversación sobre la necesidad de los libros, la salvación por la lectura, esas voces escritas ayudándonos en momentos negros, hubo algo que no me sentó bien. Tal vez fuera la copa de vino dudoso sin haber cenado, o fumar en exceso, o incluso leer un cuento mío en voz alta donde tal vez no correspondía, en un bar, demasiado deprisa para no molestar (pero al acabar, los de la mesa de enfrente me agradecieron diciendo que su estancia allí se había hecho más feliz gracias a mi cuento) o la impresión de que alguien me reprochase vagamente mi privilegio de trabajar en casa o tal vez porque, como en mi sueño, todo estaba equivocado y eso produjo una secreta decepción en mis entrañas. Me he despertado a las 5 sintiéndome mal, y sólo agua, homeopatía y paciencia han logrado recobrarme. También yo, como mi vecino, habría dormido más en la mañana de estas prevacaciones, pero ¿qué puedo hacer? Vivo con los obreros de la casa, han saltado a la terraza un momento, suficiente, y luego han empezado desde el patio con la taladradora. Y yo que soñaba con el silencio de estos días...
"No tienes que enterrar la tristeza, sino ponerle palabras, porque la tristeza forma parte de la vida", dije ayer yo misma a quien me escuchaba. Así que yo no entierro la mía. "Per què sempre vols veure el futur?" me decía a veces G. de pequeño, con su sabiduría precoz, cuando yo expresaba mi fantasía pesimista de que las cosas malas se repetirían y cronificarían. "Algunas de estas cicatrices las llevarás siempre contigo", me dijo una vez mi antigua psicoanalista: esas voces negativas interiorizadas (la mirada de mi familia) que aprovechan cualquier pequeño incidente para soltarme sus pullas. Por suerte, cualquier cosa puede ahuyentarlas. Desmontarlas con una lógica plausible y racional. Hace un día radiante y la gata estaba caliente del sol de su terraza cuando he abierto la puerta (French window, término con historia para mí) para darle la comida.
Anoche empecé a tomar notas para mi conferencia de traducción y eso no era equivocado, sino feliz. Al volver tenía un email con la portada y las tripas de la antología de Funambulista, ese audio libro de distintos autores editado por José Ovejero, que está a punto de entrar en imprenta. En la portada aparecemos dibujados sobre un mapa de España. Me hace ilusión verlo en la calle.
Antes de dormir estuve leyendo la novela de Peter Cameron, pero parecía haberse contagiado de mi suerte (¿o yo me contagié de la suya? ¿O fue la expresión mínima del temor a una tristeza antigua de mi interlocutor de ayer? Como si al dormir, mi mente sin filtros lo hubiera mezclado todo, entrelazando mis hebras con las de ellos, sin separar realidad y literatura, fantasías propias y ajenas o sus ecos en las mías) y el pobre protagonista de la historia había caído en coma alérgico, atacado por furiosas abejas, y su despertar se alternaba con nuevas fases de ausencia. Cuando iba a apagar la luz y el móvil, sonó una extraña llamada tardía, una llamada completamente inesperada y osada de alguien especial, y su nostalgia y mis recuerdos de esa vieja osadía suya y su humor corrigieron completamente mi sensación. "Of course you were wrong", me dijo mi interlocutor. "And so what?" Y nos reímos. Me dijo cosas que necesitaba oír, pero seguramente fue su tono de voz, una voz que vibraba en mi cuerpo con tantas escenas para rebobinar... Sé que planeamos un encuentro en una ciudad intermedia, una ciudad francesa, y tal vez el encuentro no se produzca, pero ahí, en la vibración de esa conversación, con su estela de intensos moments of being compartidos, no puedo estar equivocada.

martes, 18 de marzo de 2008

Aún

Foto: Guillermo Aguirre, Paula, 2008

No sé cómo volví a verme atrapada en una traducción de urgencia, con una insólita carga secreta y confidencial, y sorprendida de mi permeabilidad empática a lo que traducía y al deseo imperioso que se desprendía de sus autores, en una tentativa de convencer al destinatario, que no era yo, que me arrastraba a apoyarles trasladando sus palabras a otra lengua. He forzado la marcha para acabar al fin y aún estoy agotada. Anteanoche tuve un sueño que ha dejado su estela vibrante. Era un sueño de imágenes hermosas y cargadas de contenidos simbólicos; sentí deseos de llamar a mi antigua psicoanalista para contárselo, pero supuse que estaría de vacaciones y me limité a escuchar las ideas de V. Un sueño con mar y naufragios y salvamentos, asociado a mi familia y mi niñez (siempre, en esos casos), con escenas repetidas de otros sueños, pero también claramente asociado a mi momento de ahora, a mi libro balcánico (entregado al silencio y la lentitud de los editores) acabado, a mi deseo de escribir y mis entretenimientos, y a otro deseo abstracto y rugiente, que sustituyo como puedo, pues se calma con la celebración física y la ocupación de la imaginación que supone, pero sobre todo y casi exclusivamente se sacia con la escritura, y que me desconcierta aún y no sé definir, por mucho que estremezca mi visión de las cosas.
Empecé a leer una novela de Peter Cameron para La Vanguardia y también me sorprendió verme atrapada por sus sugerentes personajes, excéntricos y llenos de vida y muerte, convincentes precisamente por esa presencia de lo muerto en medio de lo vivo. No me extraña que haya vendido los derechos.
Me siento tan feliz de haber acabado esas traducciones, tan libre, imagino unos paseos por la ciudad, exposiciones, incluso un retorno al abandonado cine, o una peregrinación a la playa urbana con una amiga que vive por allá abajo. Un amigo me invita a un bosque en la Garrotxa. Es como si las vacaciones fueran a durar. Como si... También es esta luz. Imagino que, cuando vuelvan todos y yo acabe un texto pendiente, me iré tal vez a algún lugar del sur de Francia. Tal vez pueda escribir por allí mi conferencia. Revisitar lugares que formaban parte de mi adolescencia. Tal vez... "¿Cuándo nos vemos?" me preguntó la viajera Slavenka Drakulic. "Ahora que has acabado tu libro, irás a alguna parte..." "¿Pero dónde tendré que ir a verte?", le pregunté yo, riéndome. "Si no paras..." Slavenka se iba a una feria del libro de Leipzig, pasando por Zagreb y por Estocolmo (o Viena, para ver a su hija y a su marido) y luego proseguirá su viaje por las ex repúblicas soviéticas para su nuevo proyecto de libro. Yo aún no sé. Tengo que escribir mi conferencia de abril (de traducción), otra de mayo (mesa redonda de bloggers), otra de junio (Natalia Ginzburg, again) y otra de julio (Literatura y psicoanálisis. Memoria). Ojalá esas conferencias me permitieran vivir sin traducir, sólo escribiendo y leyendo... Se ve que mi estación favorita del año me hace soñar, despierta y dormida...
Leo de blogs que se traducen al papel, de blogs que encuentran sus lectores antes de que ningún editor haya apostado por ellos. Yo siento lo mismo. Esos trescientos o cuatrocientos cincuenta o setenta lectores diarios, silenciosos, que se hacen visibles en el email o la calle, que me dicen "te leo", son lectores a los que he accedido directamente, sin ayuda editorial. De vez en cuando miro el contador, comparo los números, compruebo que siguen ahí y vuelvo a sentir la vieja pequeña oleada de felicidad victoriosa.
Me gusta mucho esa foto de G., la atmósfera de la habitación de Paula, la luz, el orden de las cosas, la mirada de G. Me da la sensación de que hay algo narrativo y poético en sus fotos. Dos expertos las han elogiado y yo me alegro. Creo que G. necesita y merece esos estímulos, que apenas ha recibido de sus profesores en otros ámbitos, extrañamente, a pesar de sus talentos.

sábado, 15 de marzo de 2008

Al fin



Ilustración: El azufaifo de Paula Flores, 2008
He pasado una semana tensa y embrutecida, no sólo por las traducciones urgentes, sino por factores otros, muy españoles, que se han multiplicado y confabulado para oscurecerlo casi todo: el desencuentro en una institución (¿una señal de que debería abandonar?), la taladradora vibrando en el piso de arriba y los obreros que llamaban a mi puerta cada dos por tres. Traté de explicarles que si tenían que entrar (todas las conducciones de gas del edificio pasan por mi terraza), lo hicieran de una sola vez porque me interrumpían constantemente en mi trabajo. Ellos me miraban perplejos, ¿en qué puede trabajar una mujer y en su casa? Tal vez pensaban que limpiaba los cristales y en tal caso, la interrupción no era tan grave. Asentían pero seguían llamando. Luego me harté, dejé la puerta abierta y ellos entraban y salían, y los ladrones también estaban invitados. Lo dejaron todo blanco de polvo. Le dije al que mandaba, que no podía controlar su mirada y se le iba adonde no debía: "Comprendo que tenéis que hacer vuestro trabajo, pero yo tengo que hacer el mío, estoy traduciendo, necesito concentración y cada vez que llamáis tengo que empezar de nuevo." Prometieron traer una escalera larga y entrar en mi terraza desde el piso de arriba, que está vacío. Pero les gustaba más venir a la mía: por la tarde se olvidaron las llaves del piso de arriba, y a la tercera vez, me harté y no les abrí más. Llamaron y llamaron desaforadamente (se habían acostumbrado a mi forzada hospitalidad de toda la semana) y al fin se pusieron a otra tarea. Tal vez el lunes se acuerden de traer las llaves. Sólo así pude acabar los textos de Arata Isozaki, que respiraban genialidad. También tuve que volver a leerme todos los textos de una publicación que había traducido, con el correspondiente trabajo investigativo, porque una correctora había decidido cambiarlo todo, convirtiendo el texto en una traducción libre e intentando imprimir su sello... Además acabé de traducir un texto de Francesc Torres, con una sintaxis endiablada, pero tan vehemente e irónico que arrastra al lector. Y al fin acabó todo eso, quiero pensar que toda la parte conflictiva de esta semana oscura se irá por el sumidero con el agua de la bañera. Yo me dispongo a disfrutar de estos días y a ensancharlos escribiendo mis conferencias próximas, leyendo para La Vanguardia, ¡paseando por la ciudad solitaria!
Anoche había quedado con mi amigo serbio y otro amigo suyo, J., abogado vasco, que vivió en Rusia y sigue viajando allí con frecuencia, pero que además habla muy bien serbo-croata y es un experto en música serbia, además de culto y buen lector. Nos contó un par de historias rusas bien trazadas que tenían el brillo alocado de algunos cuentos de Isaac Babel (creo que mi amigo serbio ha utilizado una de esas escenas en una de sus novelas). Además, me habló de libros rusos interesantes y decidí proponérselos a los dos editores a quienes pueden interesar, sólo para poder leerlos. Y me alegró saber que J. es lector asiduo de mis blogs.
Hoy, tras nuestro no-aperitivo en un inmenso bar de la calle Enric Granados, mis amigos me han invitado a comer a su bonita casa una quiche de alcachofas, ensalada y postre de frambuesas, y en esa atmósfera de conversación chispeante, he podido acariciar al elegante gato Federico, que está enamorado de su dueño y sigue su voz por la casa aguzando los oídos y entornando los ojos con dulzura, intentando averiguar por su tono si le llama, si habla de él, o si en el peor de los casos, anuncia que se irá y le abandonará, aunque sea por dos o tres días.
Luego he ido a comprar algo bonito e íntimo que necesitaba con urgencia, y de paso, por accidente y porque me he encontrado a alguien, he acabado cayendo en otra clase de doble tentación, diminuta, ínfima: Un sueño y otros aforismos de Georg Christoph Lichtenberg y Lei dunque capirà de Claudio Magris, a quien tenía represaliado por misógino, pero he decidido hacer una excepción sólo porque el librero de la calle Berlinès me pidió que tuviera clemencia y no dejara de leerle.
He descubierto que en la contaminada terraza de mi casa que da a Arimón, el pequeño azufaifo que Ninca me trajo de l'Ametlla ha empezado a brotar. Yo estaba mirando fascinada los brotes del castaño de Indias, que pasan de un capullo brillante y resinoso a unos engendros peludos y cerrados que un día se abren en grupos de hojas de un tono intenso y exuberante, y entonces lo he visto. Tengo que escudriñar a nuestro azufaifo de la calle, seguramente ya habrá empezado a brotar. Y pensando en esto he decidido poner el retrato que Paula, guapa y talentosa dibujante, hizo del azufaifo, porque al ver los dibujos exuberantes de los niños de la Escola Sant Gregori se despertó su deseo y quiso dar su versión, poética y sensual. Me lo mandó G., muy orgulloso y ya le dije que, si mi editor lo acepta, lo incluiremos en las ilustraciones de La plaza del azufaifo.

martes, 11 de marzo de 2008

La prisonnière


La prisionera de Proust vista por Van Dongen

No, no me estoy releyendo La prisonnière de Proust, ni tampoco estoy en el sofá leyendo para La Vanguardia. Me he pasado todo el día enclaustrada. He tenido que decir que no a la comida con Yelena Caterinova, me he excluido del plan del jueves expo y teatro con unos amigos, no he ido a yoga y aún tengo que anular más citas semanales. Tampoco tengo ocasión de intervenir en la interesante discusión de la lista de psicoanalistas. Es una semana infernal y tal vez lo sea hasta "passat festes". A veces tengo la impresión de que traduzco para gente que no puede valorar el trabajo que hago, las investigaciones, los hallazgos, el rigor. Siempre hay prisa para entregar, pero ninguna prisa para pagar. También tengo la impresión, como autora, de que los editores ansían los manuscritos y una vez los tienen se vuelven muy silenciosos (y ahí no incluyo a mi editor del azufaifo, que tiene buenas razones). Tal vez mi sentido del tiempo difiere mucho del de otros. Tal vez todo son pruebas para mi impaciencia, que me envían los dioses griegos, retándome como siempre.
Los obreros de arriba se han pasado la mañana dándole a una taladradora que me horadaba los oídos y la cabeza, y en cierto momento he puesto las magníficas Misas de Bruckner (regalo de Lydia O.) a todo trapo, en una especie de protesta bélica. Luego, silencio. Y mi brazo protestando también, dolorido.
Sólo deseo acabar con estas traducciones (Francesc Torres para el MACBA y Arata Isozaki para su estudio de Barcelona: su entrevista empieza con una fantasía loca muy sugerente) y correcciones telefónicas para poder tirarme a leer en el sofá, para La Vanguardia y para mí, y escribir mi germen de cuento de navidad perversa y dedicarme a mis escritos. Y que se vayan los habitantes de mi barrio, de vacaciones.
Lograda la gestión familiar, o eso parece. No sé qué harán los microorganismos en mi interior. Un comentarista de mi otro blog expone opiniones que no comparto en absoluto. Mi servidor ha estado haciendo de las suyas en el fin de semana y algunos de mis mensajes no llegaron nunca a su destino, así que he tenido que reenviar todos los de esos dos días, o casi, a riesgo de repetirme. Desde aquí pido disculpas a los damnificados.
A mediodía, una amiga escritora, novelista sólida, me ha contado su dilema, que vive con una mezcla de tristeza, rebeldía y agotamiento: si sigue escribiendo según su deseo, eso significará tal vez la incomprensión y el rechazo de algunos. Le he recordado a aquel Woody Allen donde huía de personajes reales que querían matarlo después de leer su novela. Un escritor escribe de cosas que le duelen y que pueden doler a otros. Transforma esas historias en otras, donde la estructura manda sobre la realidad, donde la propia verdad, la verdad literaria y simbólica, prevalece sobre los hechos reales. Algunos no lo comprenden ni lo aceptan. Pero un escritor tiene que seguir su necesidad y su deseo. Aunque eso suponga pelearse con quien sea. Claro que se puede posponer... sobre todo, hasta encontrar la distancia necesaria. Para mí, lo único importante es el resultado literario, si es bueno, todo está justificado. O casi todo. Lo dijo Faulkner en las entrevistas del Paris Review: un escritor debe ser implacable.
Me gustaría escapar, irme a las palmeras con playa desierta que dibuja Nmp en una ilustración preciosa y sutil, que me ha mandado para saber mi opinión. Pero me contentaré con pasar la semana santa por aquí, sin gestiones, sin llamadas de trabajo, ensimismada y viendo sólo a algunos amigos urbanitas.
Para consolarme pongo la portada de Van Dongen de una de mis ediciones de Proust. Sólo mirarla es recordar la impresión primera que tuve al leerlo. La atmósfera asfixiante del encierro al que se sometía Albertine. Su magnífica explicación de los celos (la suya y la de Colette en Le pur et l'impur! Y el libro de Deleuze Proust y los signos). Ya sé que hay gente insensible que nunca pudo entrar en Proust a quedarse y yo casi lo prefiero: lo he dicho alguna vez, ¡algunos libros preferidos casi prefiero no compartirlos!

domingo, 9 de marzo de 2008

Monday, bloody Monday

Foto: I.N. Retrato matinal con vestido teñido, marzo 2008

Después de una semana sin tiempo, donde todos los espacios libres se han llenado de comidas y cenas y encuentros fortuitos que se añadían camino de un sitio u otro, y llamadas que se concentraban, creando un efecto de perplejo agotamiento (yo sé que hay gente que vive siempre así, que vuelve a su casa de noche sin haberla pisado desde la mañana temprano, que soporta todos los días el humor de jefes, colaboradores o subalternos, que apenas pasa un rato a solas y que contemplaría horrorizada la perspectiva que yo he elegido, del trabajo en solitario y mi necesidad no sólo de conversaciones, sino también de silencio, o mi perezoso intento de espaciar un tanto los encuentros para poder pensar, concentrarme, escribir), ha empezado uno de esos lunes desagradables que maldecía un amigo castizo (él no quería quedar nunca en lunes, porque siempre estaba de mal humor). El inicio ha sido una conversación telefónica con un tontordenador bancario que no comprendía mis opciones: "Perdone", decía la voz grabada, "no le he entendido. Qué desea?" Y yo, desesperada, por enésima vez: "Hablar con alguien", y él: "Ha dicho que desea hacer una transferencia. ¿Es correcto?"... hasta que al fin me comprendido, pero cuando me ha pasado a un interlocutor humano, ¡lo he tomado por un ordenador!
Después he tenido que hacer alguna gestión familiar, lo que siempre supone dificultades. La luz plomiza de este día y la resaca postelectoral (de acuerdo, no ganaron los malos, y es un alivio, pero tampoco hay buenos) no contribuyen a mejorar el panorama.
Mientras, sigo traduciendo a marchas forzadas (interesantes) textos de Francesc Torres para acabar y poder empezar con una entrevista de Arata Isozaki, rechazando otros proyectos y preguntándome para qué me sirve este trabajo en el que algunos se permiten aplazar indefinidamente los pagos.
En el piso de arriba han empezado las obras y no sé si será un sistema primitivo de fijar un suelo, o es que aprovechan para pisar la uva o quizás es el fantasma de la niña vecina que pasó años saltando, pero en este momento dan unos saltos brutales sobre mi pobre cabeza. Justo ahora que habían parado un momento las grúas y máquinas ensordecedoras que ahora componen la música estable de este desdichado barrio.
Para rematar, tal vez por el efecto de ciertos microorganismos eficaces con los que experimenté ayer, apenas he pegado ojo y me he despertado a las 5 de la mañana con la idea para un cuento. Aún no sé si esas notas me servirán, pero sería un cuento cruel o una parodia de cuento de Navidad. Algún Scrooge se me aparecerá si escribo ese cuento. He encendido la luz para tomar notas y después ya no he logrado dormirme del todo. Me gustaría tirarme al sofá a leer a Isaac Babel. En realidad, antes tengo dos libros que leer para unas microreseñas en La Vanguardia Cultura/s: la idea de ceñirme a un espacio diminuto me resulta espinosa. Una colega traductora y poeta que está a punto de publicar me pregunta si iré esta tarde a la conferencia de Ivan Klima en el CCCB. Yo descubrí hace muchos años al checo Ivan Klima en el viejo Granta de Bill Buford, una pieza suya sobre su niñez en el gueto. Contaba que tenía tres juguetes, un pedazo de cartón, una sábana dibujada por su madre y una cuerda, si mal no recuerdo, con los cuales montaba su teatrillo de marionetas, y con esos pocos elementos su imaginación trabajaba y era más feliz que los dispersos niños contemporáneos con sus juguetes acabados y excesivos. Me acordé de él cuando G era pequeño y le regalamos un magnífico fuerte americano, pero él prefería mover a sus indios por una carpeta mía desvencijada de la Fundació Tàpies. Intenté publicar Love and Garbage o Amor y basura cuando montamos una editorial entre cuatro, hará ya diez u once años, pero nuestro proyecto se fue al garete antes de empezar (por suerte) y ninguno de los editores a quienes se lo ofrecí quisieron esos derechos. Ahora, Robert Saladrigas lo ha leído y dice que no comprende cómo nadie lo había publicado aquí hasta ahora. Tampoco podré ir a verle hoy.

sábado, 8 de marzo de 2008

Tiempo detenido


Foto: I.N., retrato matinal de hace tres días, 2008
Estos días me parece como si se hubiera detenido el tiempo, como si las cosas flotaran en las nubes esperando una descarga, como si para todo hubiera que esperar. Demasiado trabajo de traducción. Un texto breve y jeroglífico, mi piedra Roseta, finalmente aclarado. Siempre he pensado que en el fondo, los problemas vitales son también como jeroglíficos, y si pudiéramos dar un paso atrás y mirarlos como tales, comprenderíamos que siempre tienen alguna solución... que va cambiando. Hace un momento he escrito, contestando a un comentario, aquello que decía T. S. Eliot en sus deslumbrantes Four Quartets, a los que siempre hay que volver, que la experiencia es una trampa, porque crea una pauta que se incumple constantemente. Pero en eso consiste la gracia de vivir... Llevo días con sueños agitados, atropellados y bulliciosos, aunque a veces sólo logro retener una sensación, una escena, una atmósfera antes de que se desvanezcan por la mañana. Pero ahí están, y como dice la sabia V., ¡qué suerte de los sueños, que nos permiten sufrir ahí, a salvo, y mirarlos luego y seguir viviendo luego como si esos males y miedos fuesen ficción o literatura onírica...
Ayer estuve en un acto del Espai Freud, en la magnífica sala Joan de Sagarra, con sus paredes forradas de estanterías acristaladas y libros viejos, en representación de un mundo humanista coherente con la charla de ayer. La vida medicada. Estaba abarrotada, con gente de pie y hasta un par de niñas bulliciosas (¿por qué se llevará uno niños a un acto así?). La mezcla era inteligente: la moderadora era la psicoanalista Carmen Lafuente, que introdujo un tema para mí doblemente interesante (la medicalización de género), luego habló un antropólogo médico que dio datos impresionantes sobre el gasto médico y la corrupción que implica y la fabricación de síntomas para poder prescribir medicamentos, luego el psiquiatra y psicoanalista Jaume Aguilar, que hizo una exposición abierta pero no menos contundente, lanzando ideas, y al final el psicoanalista Juan Pundik, que fue radical y vehemente, se definió como militante político, nos hizo reír y a mí me alegró con su pasión transformadora y combativa, con la que sólo puedo identificarme. Él denunció los indicios de corrupción sin tapujos, también la agencia europea del medicamento, y por supuesto la española, y sus palabras confirmaban los datos y ejemplos que habían apuntado los demás ponentes, de cómo el neoliberalismo propicia esos ciudadanos medicados (otra vez Huxley), a los que no se da el tiempo de interrogarse en una consulta, sino que se tapan los interrogantes con drogas, más o menos peligrosas (como ese medicamento en los niños llamados "hiperactivos", que afecta al crecimiento y a las hormonas, que intenta curar lo que sólo es una manifestación vital; el primer niño hiperactivo fue Churchill, explicó Pundik, por suerte entonces no habían inventado ese medicamento, añadió, o habríamos tenido nazismo para rato), y de cómo los laboratorios financian carreras, congresos, etc. entre los médicos y psiquiatras, y consiguen que el umbral para prescribir medicación se vuelva muy laxo, y la tristeza o las dudas o el insomnio puntual o cualquier síntoma vital se convierta en patológico y merecedor de psicofármacos. Y Pundik contó sus batallas en la Unión Europea, no sin resultados. Jaume Aguilar fue algo más optimista y dijo que el gasto tan enorme y excesivo llevaba a algunas Administraciones a plantearse si no se podría incluir las psicoterapias en el sistema, para no gastar tanto. Todo estaba bien contextualizado y es coherente con lo que ocurre en otros ámbitos. En lugar de tiempo, de interrogación y reflexión, de crítica, se promueve la mercantilización, los excesos de regulación, la sumisión y un huxleyano sopor, unos ciudadanos integrados y más consumistas, a costa de su salud mental y sobre todo de su libertad.
También me alegró esa impresión de psicoanalistas abiertos, que valoran el trabajo de sus colegas, sean lacanianos o freudianos (o que incluso, como Jaume Aguilar, defiendan que haya psicoterapias en la seguridad social, aunque no sean psicoanalíticas, porque por lo menos habrá una escucha y un tiempo para el paciente. Claro que esa idea tal vez sólo esboce el momento tan desesperado en el que estamos.) Pero no siempre se ve esa apertura, y en ese sentido creo que son decisivos el espíritu y la tenacidad del librero de la calle Berlinès.
Luego, tras tomar algo con dos amigos por allí cerca, en mi trayecto de vuelta estuve leyendo unos cuentos maravillosos de Isaac Babel que aún no están traducidos aquí y que voy a proponer rápidamente a un editor. Aunque no para traducirlos yo, naturalmente, sino sólo para que los lectores voraces puedan disfrutar con ese yo joven, arrebatado, loco y ensoñado, capaz de introducir su realismo en medio de una locura generalizada, y que a veces me recuerda al protagonista del Juguete rabioso de Roberto Artl.
Y volví aún a Isaac Babel, tras una alegre conversación con mi amigo serbio, antes de que los sueños me envolvieran otra vez.
Y me voy corriendo, ya seguiré, ya corregiré, disculpen las prisas, lectores silenciosos y lectores ruidosos...

lunes, 3 de marzo de 2008

Refugiada

Foto: Autorretrato de G en casa de J, 2007
... En un lugar que me devuelve al pasado, los electricistas extranjeros que han cortado la luz de la escalera de mi casa durante diez horas de hoy no podrían imaginar hasta dónde me han llevado. Había otras posibilidades donde trabajar (con portátil o pinganillo), pero todas parecían más complicadas. En casa de N había obreros desde muy temprano, V estaba de viaje, en casa de B la perra no me habría dejado trabajar, y la casa de E me habría obligado a cruzar la ciudad. Así, la hospitalidad de J parecía la mejor solución. Su casa, en cierto modo una versión ordenada y pulcra de la mía (que fue nuestra antes de volverse mi cueva de Alí Babá), donde todo es sistemático y casi nada accidental. Yo sabía que estar aquí era entrar en su mundo. Hace un tiempo ni se me hubiera ocurrido aceptar su ofrecimiento; esta vez se lo propuse yo misma. Su equipo de sonido suena bien, la música que escojo de entre la suya me parece triste, pero tal vez sea la luz. Muchas cosas me resultan familiares. También en este patio canta un mirlo. Las fotos de G con su padre por todas partes, pequeño, adolescente... Las fotos de J con los personajes de su otra vida me rodean también. Y sus colecciones de pequeños objetos. Una tortuga de madera oriental. Una foto de mi padre cantando ópera. La casa es sobria, preciosa, tranquila y alegre, aunque yo la veo a través de esa nube del pasado, mi pasado, lo que yo esperaba y no supe hacer, mis deseos, mis sueños y mis errores, el tiempo dedicado. ¡Veo la vida! O la mitad de ella. Me duele el brazo. Traduzco textos críticos y políticos, para el Macba, ya no es Nancy Spero, sino Francesc Torres. Aquí todo está limpio y en su sitio, incluso las colecciones de bolas de cristal, de fósiles, de piedras, de objetos variados. El suelo de madera, impecable a la luz de este día opaco y gris y la memoria, como las temperaturas que bajan, como una lluvia sobre una gabardina de un tejido completamente aislante. Hay algo contagioso en mi proyección, pero da la sensación de que desaparecerá en cuanto me vaya. Pero también, al contemplar lo que J acumula, sistematizándolo, me parece que esos fragmentos componen su personaje y su humor, y la idea me hace reír. "Si quieres te alquilo esta casa para trabajar", me dice J al volver. Bromea de que no me haya ido aún, dice que quiero quedarme. Entonces me doy cuenta. Estar aquí es como estar en Luxemburgo, en el apartamento de N. Estar aquí es vivir por unas horas la vida de otros, la vida de J. y G. en esta casa. Como asomarme a esas ventanas iluminadas que muestran a la calle un paisaje sólo atisbado. Casi me parece otro barrio, aunque sólo dos calles más allá está mi casa, sumida en la penumbra y con el portal lleno de electricistas. Creo que, al lado de ésta, mi casa es más que nunca la cueva de Alí Babá, aunque me guste. Al mirar por la ventana de ese lavabo y ver un patio desconocido me ha vuelto la curiosidad vertiginosa de la época en que buscaba piso, y en cada uno de los que visitaba me imaginaba viviendo. Imágenes intensas de otras vidas posibles, como en otras ciudades. Por un momento he pensado que había vida más allá de mi casa, que dentro de dos años tal vez sí encuentre otro lugar donde prolongarme y rodearme de mis libros (no sólo un sotanillo hermético y húmedo en Nou Barris, como cabría esperar por los precios). Se me ha pasado la melancolía. Tengo ganas de fumar, de pasear, de escribir, de pasear por una playa lejana... Por cierto, tengo una lejana cita en Brighton para septiembre de 2008.

domingo, 2 de marzo de 2008

Memorias y olvidos


Ilustración: Frederick Edwin Church, Cayambé, 1859

He olvidado mis sueños agitados de ayer y hoy. Se han disipado en un momento, como tantas otras veces. G vino y me contó los suyos y nos reímos, y también los he olvidado. La otra noche fui a cenar a casa de un editor-poeta y de la reina de la traducció (CHM dixit). Resultó que la cena no era para hablar de una conferencia, como yo creía, sino para constituir una misteriosa e hilarante fundación de la que yo era automáticamente miembro, y donde los cargos quedaron difusos, excepto que CHM es el tesorero y al parecer, la fundación se dedica a sufragar cenas, pero también crea un fondo de arte, que se inició el otro día, pero de forma entrecruzada. La sede tiene una biblioteca interesante, con esos muebles acristalados que envidio, así como paraguas, jerseys y lo que haga falta para el camino. El pescado estaba delicioso, como el jamón y la ensalada, y el presidente de la Fundación (le atribuyo libremente el cargo, ya que en esta clase de instituciones, los cargos sólo dependen de la imaginación y las proyecciones) me pidió que no tuviera en cuenta que la infusión de menta era de una marca deshonrosa, pero como todo lo demás era perfecto, ese detalle pasó completamente inadvertido.
Anoche, tras un paseo y dos agradables encuentros, intenté ver La vida de Oharu de Mizoguchi (prestada de V.). La historia parecía al principio muy naïf, pero bellísimas las imágenes y la gestualidad japonesa antigua, tan poéticas y sugerentes como en los mejores cuentos, y poco a poco, entre los paisajes entrevistos, pintados como cuadros refinados, sutiles y en penumbra, los escenarios y esas casas tan minimalistas, hechas de luz, sombra y una estructura inteligente, que tan bien definía Tadao Ando como base de su arquitectura, se iba desgranando la tenacidad de la misoginia del mundo contra la delicada y sensible protagonista. Hasta que no pude soportar más las desdichas e injusticias que caían sobre la propia Oharu, pensando que para las mujeres, el siglo XVII japonés se parecía bastante a lo que Lidia Falcón contaba de la posguerra española en sus Memorias y de aquella horrible Barcelona de entonces, sólo que con otro paisaje físico. Pero veré el final en otro momento, porque sigo aún hipnotizada por esas imágenes.
Estuve leyendo el Viaje a Rusia de Joseph Roth, que recibí de la impecable editorial Minúscula. Mi Roth favorito (a mí, la de Philip Roth me resulta una literatura demasiado viril, y me cansa, aunque sé que es un gran escritor y que estoy blasfemando, y sé que maravilla a autores como Ian McEwan, et pour cause. Ayer leí la entrevista a McEwan en el Babelia y confirmé mis reservas. McEwan es otro buen escritor que en este momento no me interesa. Aunque aprecio que como autor inglés contemporáneo interesante propusiera a Zadie Smith. McEwan suele ser muy misógino y sólo suele interesarse por la literatura más viril. No me gustó Expiación, no sólo por lo clásico, sino por lo misógino, aunque sus primeros libros me gustaban. De hecho, me quejé a my boss de La Vanguardia Cultura/s y él me dijo: escribe un folio explicándolo y lo pondremos junto a la reseña. Y me recomendó el libro de Vizinczey Verdad y mentiras sobre la literatura, donde argumenta una ética literaria interesante. Y la editora de Salamandra me felicitó por ese texto. No me gustó lo que McEwan dijo en las entrevistas sobre su Saturday, su actitud frente a la guerra de Iraq. No me gustó, sobre todo, el lugar en el que se situaba. Creo que eso mismo me ocurre con dos muy buenos escritores de este país, a los que leí en otro tiempo. Siempre lo digo: creo como Chéjov que el escritor no puede pretender que sabe todas las respuestas, sino que debe interrogarse, mostrar su perplejidad ante un mundo que no se puede comprender. Cuando uno se sitúa por encima de todo y su tono desprende esa arrogancia y righteousness... o cuando un escritor considera tan sólo a sus lectores hombres y habla como si no tuviera lectoras mujeres... yo pienso que no me necesitan y les abandono. ¡Hay mucho que leer y poco tiempo! y McEwan y Philip Roth pueden resistir que yo no les lea), mi Roth favorito, como decía (Joseph), viajó por Rusia en 1926 por encargo del Frankfurter Zeitung, visitó Moscú y San Petersburgo y siguió el curso del Volga. Ya en el primer artículo, que es espléndido, se carga los estereotipos (que aún hoy mantienen algunos por estos lares) sobre el alma rusa, etc., y describe con ironía e inteligencia las miserias de los rusos emigrés por Europa y luego sigue adentrándose en Rusia y se detiene en lo más pequeño, en las maneras de todos los que le rodean, observa en la gente gestos, estilos y vestigios del antiguo régimen y también la nueva gestualidad y léxico de la Revolución, con una percepción afinada, honda, poética y llena de humor inteligente. El viaje que según él, le sirvió para conocerse. Una gozada. (Por cierto que el librero de la calle Berlinès homenajea a la editorial Minúscula el próximo miércoles).
Esta tarde, mientras hablaba con Cachodepan y él esbozaba sus impresiones panorámicas a partir de momentos precisos, hilando escenas distintas para construir su mirada inquieta sobre el mundo, yo, que no puedo hacer una sola cosa al mismo tiempo (salvo si leo o escribo), primero acariciaba a mi gata, y luego iba ordenando revistas en la caja roja de un precioso libro de cocina ilustrado que me mandó hace meses, tal vez por Navidad y por sorpresa, un viejo amigo (autor de los dibujos). Entonces no vi ninguna tarjeta, pero como la caja era bonita se quedó ahí, como siempre ocurre en esta cueva de Alí Babá, que las cosas aterrizan en un lugar y tienden a quedarse. Y al quitar los restos de bolas de porexpán, de pronto ha salido la tarjeta alargada de mi amigo, un mensaje afectuoso que me ha alegrado con dos meses de retraso (A Isabel Núñez / un libro de cocinar / literatura de verduras / te quiere tu ...) ¡Literatura de verduras! Lo cierto es que el libro se anima con sus alegres espárragos y tomates y huevos fritos y bichos de toda clase y al verlos me acuerdo de lo bien que lo pasamos en otro tiempo. Una vez me dijo: "Núñez, tú eres la única persona que nunca me ha pedido un dibujo. ¿Qué quieres que te dibuje?" "Un circo", le dije yo, porque era la respuesta que nos dábamos de pequeñas mi hermana y yo, porque nadie quería dibujar algo tan pesado como el público de un circo. Pero a mi amigo no le arredró, me hizo un circo precioso, amarillo luminoso y con garriris, que aún conservo y que un día pondré aquí. Mientras, alguien reclama mis habilidades fortuitas de Madame Zorah, así que tengo que dejar esto ya.
Mañana tendré que trabajar refugiada. Vuelven los operarios de la escalera, y cortan la luz de 8 a 18. Por suerte, sigue habiendo hospitalidad en el mundo. Sólo una cosa más, que guardaba para mi blog Polis, y es que el viernes leí en El País el mejor artículo sobre las elecciones o la política de todo este año. Con título paródicamente leninista, "¿Qué hacer?", Enrique Vila-Matas reflexionaba sobre lo único que pueden hacer los intelectuales ante esa mascarada en la que se ha convertido la política: "apartarse, quedarse leyendo y escribiendo, enseñando y estudiando, y en definitiva resistiendo, una actitud que puede llegar a alcanzar una verdadera dimensión política y que recuerda el espíritu inicial de la filosofía en el sentido socrático: 'el individuo que pasea al caer la tarde y dialoga con los otros y les muestra la posible verdad de las cosas y que espera que juntos la vayan construyendo.'... La construcción de la verdad pasa por los caminos de la tarde." Y en medio del desaliento que me invade cada vez que leo el periódico, encontrar esa voz ahí, no en las páginas de cultura, sino en plena y humeante política, me produce un gran alivio y me hace pensar en Boecio encarcelado, escribiendo las luminosas consolaciones de la filosofía.