miércoles, 26 de septiembre de 2007

En Serbia


Foto: I.N. Pastora camino del Danubio, Čortanovci, 2007 (Por cierto, esa pastora se sentó a fumar al cabo de poco, en un gesto muy balcánico, imposible por estos lares, donde si existen pastoras, nunca fuman).

Me habían invitado a la Casa de Escritores de Čortanovci (Чортановци), una de las antiguas residencias de Tito en la Vojvodina (como tenía una o dos en cada una de las repúblicas yugoslavas, algunas no llegó a usarlas), en medio de bosques altísimos, una especie de construcción de fantasía neogótica casi propia de Disneylanda o de Exín Castillos, pero dignificada por la frondosidad y exuberancia de la vegetación, y con bungalows de ladrillo visto donde nos alojábamos los escritores, con la visión del Danubio al fondo del valle.

Pero como todo lo balcánico suele ser imprevisible y al parecer debido a un conflicto político entre dos facciones, en lugar de pasar los cinco días allí y los tres últimos en Belgrado, tuvimos que irnos precipitadamente a un hotel de Sremski Karlovci, en la ribera del Danubio, porque necesitaban el lugar para hospedar a no sé qué políticos, hasta que llegó el momento de ir a Belgrado.

Lo mejor de las lecturas públicas que hicimos en Novi Sad, Pančevo y Belgrado, fue poder ver a Kazuko Shiraishi recitando sus poemas con su entonación japonesa y sus rollos de papel de arroz. Igor Marojevic leyó un capítulo de su irónica última novela, Schnitt, situada en Zemun, hoy un suburbio de Belgrado, donde confluyen el Danubio y el Sava, que había pertenecido al imperio austro-húngaro y que en la II Guerra Mundial estuvo regido por un gobierno croata títere de la Alemania nazi. Amir Brka, poeta bosnio, editor, director de la revista Diwan, leyó sus poemas, como también la rusa Alexandra Petrova, la serbia Dejana Nikolic y el francés Mathias Enard, el serbio montenegrino Nikola Malović leyó un capítulo de su novela, situada en Boka Kotorska, y yo leí tres cuentos de Crucigrama. Por desgracia, no había traducción para nosotros, es decir, que los que no entendíamos serbio ni japonés ni ruso, no podíamos saber lo que se estaba diciendo. Con lo simple que hubiera sido repartir un papel con la traducción al inglés, por ejemplo. Eso creaba situaciones extrañas. En mi lectura de Belgrado, por ejemplo, me desconcentró oír que los demás hablaban a mi alrededor: en realidad, los que entendían la lengua lo traducían a otros.

Fue gracioso que, tras contestar a unas preguntas sobre mi libro a una periodista muy joven, se acercó otro periodista radiofónico de Pancevo para que le hablara de árboles (en Pančevo planeaban una tala y algunos empezaban a movilizarse, aunque allí los árboles son gigantescos y ubicuos, cada plaza es un bosquecillo, ya quisiéramos nosotros ese patrimonio arbóreo... comparativamente, los árboles de Barcelona son ramitas enanas y sin densidad, por eso produce estupor ese comentario de las autoridades municipales de que Barcelona tiene más árboles que ninguna ciudad de Europa... Basta acercarse en avión a CUALQUIER ciudad europea, Zurich, Belgrado, París, Londres, Madrid, para comprender la falacia de esa frase) y dijera unos consejos para los que intentan resistirse a la voracidad del mercado inmobiliario protegiendo sus árboles. Fue "culpa" del escritor serbio Vule Zuric, a quien yo le había contado la experiencia del azufaifo durante el desayuno, en Čortanovci , y él se lo contó a un colega de la radio de Pančevo (Панчево).
Aproveché los ratos libres para escribir mi libro balcánico, corregir un cuento y empezar alguna cosa nueva. Leí poco (porque la vida social y las lecturas y paseos comían mucho tiempo), acabé En el nombre del hijo (todo el libro está bien, aunque los mejores, con gran diferencia, son los relatos de Félix de Azúa y Víctor Gómez Pin, y después el de Eugenio Trías, sólo por esos ya valdría la pena y no comprendo que no se reedite. Estaría bien que alguien hiciera uno similar de escritoras y sus madres, con un criterio comparable, no con cuentos; del Madres e hijas de Laura Freixas, hecho con criterios de ficción, salvaría su prólogo y un cuento genial de Cristina Peri Rossi sobre una niña enamorada de su madre, y tal vez el relato de Esther Tusquets, por lo que añade a su propio personaje; pero confieso que me aburrió Rosa Chacel y no comprendo por qué siempre incluye a cierta escritora de masas), empecé los cuentos de Fascination de William Boyd, seguí un poco con Maeve Brennan y con Jacques Brosse (que me acompaña en mi conexión arbórea, ya crónica, y muy intensa en mis paseos balcánicos). Ahora me esperan Rant de Pahlaniuk y Europa Central de William Vollmann para La Vanguardia. Ah, y una biografía de Melville.


En Čortanovci y en Sremski Karlovci, me gustaron especialmente los paseos por el Danubio, con una atmósfera de merenderos, casitas, barcas de colores y personajes que me recordaban a viejas películas de Europa del Este. En el primer paseo, Kazuko decidió que iba a morirse si no bebía agua y Dejana y yo fuimos a buscar un restaurante, pero estaba abandonado. Al final, unos lugareños que fumaban y jugaban a las cartas en una mesita inestable, se rieron con la historia y nos enseñaron una fuente. Luego nos sentamos Dejana y yo en una hamaca y ella me habló de su vida con fuertes sollozos, mientras Kazuko escribía en la mesa del merendero. El segundo paseo por el río, en Sremski Karlovci, lo hice sola, y tras la orilla, los perros que dormitaban, la gente y las barcazas bajo los árboles gigantescos, me aventuré por un camino del bosque hasta que el camino se convirtió en río y no pude avanzar más. Luego cogimos una barca para un paseo de grupo, pero el conductor puso una música discotequera, esa especie de rancheras serbias o tal vez algo de turbo-folk, una locura completa, pero inspiró a Kazuko a parodiar un baile, con Nikola Malović mirándola fijamente, sin sonreír.

Y los últimos tres días, en la ruidosa y sucia pero interesante Belgrado, con ese extraño olor a humo que no sé de dónde viene (una vez le pregunté a Igor Marojevic si la gente encendía la chimenea o había fuegos, "No", me dijo, "es el olor de Belgrado"), paseando por los cibercafés y las terrazas abarratodas de gente que toma café, y las librerías, buscar en vano prensa extranjera y volver a un hotel vetusto y precario que pide a gritos una inyección de dinero. Hubo un concierto a todo volumen que sacudía el hotel y hacía temblar paredes y ventanas, así que huí con un amigo inglés que da clases en universidades privadas de Belgrado y está empezando a cambiar su condición de ex-pat recalcitrante para aprender al fin serbio, y por la vía del mito, simpatiza incluso con la irracionalidad nacionalista (por ejemplo, en la cuestión de Kosovo). Jonathan, que me había citado en un restaurante bar muy bonito llamado Manyez, me acabó llevando al Orao, que suscita en mí un recuerdo muy inquietante. Eso me recuerda que antes de empezar la lectura de Belgrado, cuando aún no había llegado la gente, encontré a Jonathan (tan parecido al Carreidas de Tintín) mirando un zócalo de madera. ¿Qué pasa? le pregunté. Y él me señaló un ratón que empujaba el zócalo para entrar en la sala, y a veces enseñaba el morro, pero no lo conseguía. "Es nuestro público", le dije.
En la plaza arbórea frente al hotel, la última mañana me puse a mirar uno de esos cuervos eslavos del Báltico que ya había fotografiado en San Petersburgo, en los jardines del palacio de invierno de Pedro IV. Son negros con una parte gris. Los anglosajones los llaman hooded crows, cuervos encapuchados . Son unos carroñeros de aspecto muy elegante, y no se mezclaban a los grupos de palomas, sino que se agrupaban en una zona definida de árboles y césped. Aquí también lo fotografié y me di cuenta de que me observaba. Se acercaba discretamente, dando esos saltitos tan graciosos o a veces andando, contoneándose como suelen hacer. Cada vez que pasaba un perro o alguien andando vigorosamente, mi observador alado retrocedía, pero luego volvía a acercarse. Pronto empezaron a venir los demás, y al final, tenía un grupo de seis cuervos mirándome de cerca. Emocionante. Tal vez, como yo estaba quieta, pensaban que me quedaría fiambre y tendrían un opíparo desayuno. Me pareció una escena muy propia de Belgrado. Luego, los escritores Zvonko Karanović e Igor Marojević me acompañaron al aeropuerto, un gesto que mitigó la sensación de abandono, extravío y furia que me producen los aeropuertos. Jonathan me había dado una botellita de rakia. Si te tomas esto en el avión, todo cambiará. Objeté que no me dejarían llevarla, pero él (que nunca coge aviones) me persuadió de que en Serbia sí. Naturalmente, se equivocaba. me la confiscaron y debió de bebérsela la propia agente.
Lo malo fue que en los dos aviones de vuelta, todo el mundo tosía, estornudaba y se sonaba constantemente y en esa promiscua proximidad de los aviones, debían de congregarse tal vez los diecisiete virus distintos que llamamos gripe, y alguno tenía que vencerme. He dormido tosiendo y tengo la garganta como si me la hubiera arañado un gato. Por cierto que una mosca balcánica volaba con nosotros en el avión, como he dicho aquí detrás, sólo que ella no pasaba controles policiales. Tal vez fuese una aliada de los supuestos terroristas, que sirven de excusa a la policía internacional para maltratarnos y que transportan plutonio saltándose mágicamente todos los controles. Tal vez la mosca llevara plutonio. La sorprendí frotándose las manos en el asiento de delante. Me encanta ese gesto.

martes, 25 de septiembre de 2007

Viajar, viajar

Foto: I.N., Cortanovci, barcas en el Danubio, septiembre 2007

Llego derrotada de la carrera de obstáculos que es viajar en estos tiempos. Cinco veces he tenido que abrir el portátil, colocarlo en una bandeja, en otra la funda con mi bolso, en otra la chaqueta y el chal, quitarme los zapatos, soportar ese manoseo con mecanismo-pretexto, pasar por cuatro controles de pasaportes, llevar el pasaporte a otra cola donde lo sellaban en Zurich, esperar antes de embarcar porque la policía suiza necesitaba copiar unos datos de los pasaportes y documentos de unos cuantos (en la ida descubrí que mi DNI caducaba) ciudadanos de la Unión Europea. Cuando se lo cuento a los serbios, me dicen: Imagina lo que te harían si llevaras un pasaporte serbio... ¿Pero de qué nos sirve estar en la UE? En Zurich, cuando recogía mis cosas, descalza, dando bufidos, y la agente me ha pedido mirar no sé qué del bolso, he dicho Oh, my god! y ella me ha sonreído, como si todo esa mascarada humillante y nazi que nos imponen sólo para lograr nuestra sumisión y reducir nuestros derechos y acostumbrarnos al maltrato y la criminalización del viajero tuviera gracia. Yo la he mirado con toda mi furia, y con estupor a un ciudadano suizo que también sonreía. Hay viajeros tan acostumbrados y sumisos que siguen todos esos rituales con actitud voluntariosa y auténtica destreza, sacando el ordenador, colocándolo todo en bandejas a toda velocidad... como niños en un colegio religioso y autoritario, que intentan demostrar al cura o la monja de turno lo buenos que son y cómo superan a sus compañeros rivales en un estúpido concurso de modales...

Antes, viajar era un auténtico placer, a pesar del cansancio. Ahora han logrado convertirlo en una pesadilla. Cuando al fin, después de todo un día de aeropuertos detestables (ya ni siquiera puedo apreciar el buen gusto y el lujo silencioso de los aeropuertos germánicos y suizos, mis preferidos, pues la policía es tan rigurosa y metódica como corresponde al resto), de la horrible y ridícula promiscuidad de los aviones, de los sucedáneos de comida, de la falta de tiempo, de las colas, del cambio de temperatura constante, de todos los obstáculos, la maleta aparece en la cinta y la sufrida viajera puede llegar a su casa, el agotamiento vence al alivio. En el aeropuerto de Belgrado, tuve que pasar dos controles idénticos de bandejas y rayos equis. "But I just passed another X ray control", le dije a otra agente, con la vaga esperanza de que fuese un error. "Security reasons", me respondió. "But why twice?" insistí yo. "This is Serbia!", me dijo ella encogiéndose de hombros, como si reconociera una locura particular.

Mañana haré la crónica de mi viaje a Serbia. Con links. Lo prometo... Incluso intentaré visitar los blogs amigos... Como anticipo, una imagen de un paseo que di por la orilla del Danubio, con una poeta japonesa y una serbia, en la primera mañana de Cortanovci... Y en el blog Polis, junto con otra foto serbia, mi texto de la Festa del Ginjoler...

Y aunque aparentemente no venga a cuento (pero sí viene, aunque sólo yo sepa por qué) una frase inspiradora, en la lista de psicoanalistas del librero de la calle Berlinès, Carlos Bermejo nos recuerda: "Definición Lacaniana de Ciencia = Paranoia dirigida. Es decir, que sería paranoia plena si el sujeto de la ciencia, exterior a su discurso, no la controlase mínimamente." Un pensamiento muy reconfortante para mí, if I may say so... Por cierto que el propio librero me recomienda un artículo de Agamben que se publicó hace tiempo sobre esos controles, lúcido y tristemente acertado. En aquel momento se refería sólo a la política de Estados Unidos. Ahora, se ha extendido a Europa. ¿Dónde refugiarnos? ¿Cómo resistir?




viernes, 14 de septiembre de 2007

Alrededor del azufaifo, lectura andante y más



Ilustración: La maravillosa respuesta del Caballo que habla, a mi pregunta sobre la Festa del Ginjoler... Me encanta ese retrato del azufaifo músico... Tiene un color de fondo casi de soirée snob chez la princesse... Este caballo que habla se supera cada vez...
Parece que poco a poco, las cosas se van asentando. Sólo tendremos 50 sillas que nos consigue l'Associació de Comerciants de Sant Gervasi. El Ajuntament de Districte no ha podido cedernos ninguna. Si alguien tiene y quiere traerse sillitas plegables, serán bienvenidas.
Según las predicciones, el tiempo cambiará y será un día soleado. Insh'allah...
He tenido que hacer unos recados y he leído mientras andaba (ya sé que no debe hacerse, pero me sé de memoria esos recorridos, he atravesado tantas veces sant gervasi y la diagonal y rambla catalunya que no puede ocurrirme nada), gracias a Nmp, En el nombre del hijo, un libro descatalogado y olvidado inexplicablemente. He hecho trampa y he empezado desordenadamente por el relato que Félix de Azúa hace de su padre y de su infancia, un relato tan apasionado y venal incluso en las pequeñas trampas que me parece detectar, un relato tan de hijo, tan rabioso y melancólico, irónico y desesperado, tan vitalista: me ha entusiasmado (excepto claro, algunos de sus comentarios sobre las mujeres, como es habitual) y sorprendido por las afinidades. Así que él también se pasó la infancia castigado en su cuarto.
Y después he pasado al de Eugenio Trías, que me ha parecido muy triste, aunque no sabría decir por qué, y creo que la tristeza no estaba en su bondadoso relato de un padre falangista al que sí parece idealizar (al menos no ha querido indagar sobre los aspectos oscuros de los que le han acusado historiadores serios), sino en algo ajeno a él, algo que yo proyectaba sobre esas miradas inteligentes, pero pese a todo, vulnerables, de hombres a sus padres. Pero era gracioso imaginar a un Eugenio Trías jovenzuelo luchando con su hermana a mordiscos y tirones de pelo.
Un jour après...
Anoche leí el de Víctor Gómez Pin, aún más brutal si cabe que el de Azúa. "El mamarracho de mi padre", dice, habla de la función del padre y la caricatura de esa función, que es la que vivimos casi todos los hijos. Esos padres distantes sin casa, sin contrato, viviendo en hoteles, ese padre mentiroso sabio del vino, que transmite su conocimiento sin querer, casi por ósmosis, y de paso la abuela analfabeta y leibniziana (de ella el desdén de Gómez Pin por los títulos universitarios y la pomposidad vana que los envuelve y la antigua sabia opción de hacer un doctorado de estado sin necesidad de bachillerato), la madre, independiente y esclava al mismo tiempo, lo doloroso de su claudicación cíclica... Su relato es tan contundente y me produce aún más que el de Azúa una afinidad y simpatía que me asombran y la impresión de comprender mucho mejor al personaje. Me han dado ganas de releer dos libros de Gómez Pin sobre Proust, que recuerdo entrelazados y confundidos en mi herbácea memoria con el Proust et les signes de Deleuze. Me sorprende que nadie siga hablando de ese libro de escritores y padres, que no se haya reeditado, cuando se publican cosas tan ñoñas. ¿Y quién es la inteligente y sutil autora María Charles? ¿Por qué en la web de la editorial no tiene biografía? Eso sí, se lo comenté al librero de la calle Berlinès, y él sí, como buen lacaniano y buen lector, lo conocía y recordaba.
Más tarde, una amiga italo-barcelonesa me reveló más sobre la probable identidad de María Charles.

A punto de partir


Foto: I.N. Azufaifos de la casa Xirau, Cadaqués, 2007.


El título de Li Bai siempre reaparece antes de mis viajes, y su espíritu libre, que tanta falta me hace ahora. Me gustaría poder desentenderme de la organización de ese recital del árbol y concentrarme en preparar mi periplo balcánico (me cuesta hacer una maleta con temperaturas que oscilan entre los 28 grados y los 5. No sé si hay que llevar sandalias o botas, anorak o bañador, o una hábil mezcla de todo; tengo que pensar en los textos, en el trabajo de escritura que me llevo, en los libros, el billete, la documentación, el dinero...).

Estaré ocho días fuera y no creo que aparezca por aquí, como no sea para contestar algún mensaje, ya que en los Balcanes las conexiones suelen ser muy lentas y en Cortanovci, un pueblecito boscoso junto al Danubio, tal vez ni existan. Daremos lecturas en Novi Sad, en Belgrado y en otra ciudad que no recuerdo. No voy a un lugar idílico, ni siquiera profundamente apacible, sino a un paisaje marcado por la guerra, donde las heridas de la violencia no han cicatrizado, por falta de aire (de discusión, de análisis, de revisión valerosa) y por la asfixia de la negación y el silencio.

Espero que el eco mediático que ha despertado nuestro azufaifo sea suficiente para protegerlo de la furia de tantos necios en estos días. No comprenden que muchas especies arbóreas y vegetales no resistirán el cambio climático, los nuevos retoños nunca crecerán como crecieron los antiguos y son esos árboles los que pueden darnos oxígeno y lluvias y limpiar el aire de contaminación. Si aún viven cuando eso ocurra, tal vez esos botarates se darán cuenta de su error y añorarán la sombra de los árboles y la bondad climática que significaban. Preferían el cemento o la plaza de aparcamiento en la esquina. Incluso el ayuntamiento, tras hacer una permuta con el constructor propietario, quiere construir un edificio frente al árbol (le llaman equipament). Espero que los que me han ayudado en esta campaña no dejen que las cosas empeoren en los ocho días de mi ausencia balcánica.

Anoche fui a ver al azufaifo. La calle estaba quieta y las ramas cargadas de hojas y azufaifas pequeñas se movían cruzando el cielo de la calle como una cabellera acariciadora. Se veía el tronco oscuro y abrupto, algunas ramas mal cortadas y una inmensidad de copa. Yo creo que los antiguos no se equivocaban en su adoración de los árboles, seres que arraigan en la tierra y tocan el cielo con los brazos. Creo que lo equivocado es talarlos y despreciarlos. Tal vez yo haya perdido el norte, y tal vez sea un error admirarse de la fuerza física quieta, del crecimiento silencioso, de la savia invisible, de la altura y la belleza de esos seres que en este país sólo hemos sabido destruir. Yo no puedo evitar sentir una felicidad orgullosa junto a ese árbol que a mi manera pequeña y desordenada he contribuido a salvar.

jueves, 13 de septiembre de 2007

La Festa del Ginjoler necesita sillas

Todo lo que el distrito nos ha negado lo estamos consiguiendo, poco a poco y a nuestra medida. El Mercat nos dará electricidad, un amigo músico nos ha encontrado equipo de sonido a precio accesible, pero no nos llega para sillas.

No todo el mundo aguanta de pie un recital poético-musical de dos horas o tres. Por eso pedimos a todos los que sepan de sillas o puedan conseguirlas nos avisen o las traigan.

Por favor, sed generosos con las sillas.

Este mensaje se autodestruirá en 24 horas.

GRACIAS

NOTA BENE. Mi artículo Balcanes: Dos intelectuales en Kosovo salió en Letras Libres de septiembre. Puede verse en mi blog de artículos de memoria histórica...

miércoles, 12 de septiembre de 2007

FESTA DEL GINJOLER

Cartel de Júlia Solans. Ilustración de Aurora Altisent


Contra viento y marea (del distrito), y gracias al esfuerzo y al apoyo de muchos: Ninca Lacruz, Borja de Querol, Xavier Argimon, el librero de la calle Berlinès, Toni Clapès, Restaurant La Taula, Aurora Altisent, Júlia Solans, todos los botiguers del carrer Arimón (Iglú, matalasseria, foto, dietética, estanco y todos los demás), el luthier Pau Orriols, Javier Montalvo, José Manuel Sánchez de Lorenzo-Cáceres, Lluís Maria Todó, muchos bloggers afines y más, todos los poetas y escritores y músicos del cartel, los escritores y periodistas que nos han dedicado su tiempo y espacio, vamos a celebrar la FESTA DEL GINJOLER. Para que nos den la plaza de tierra, sin edificaciones de cemento, sólo con bancos y sombra para preservar nuestro azufaifo bicentenario.

Todos aquellos que sientan afinidad por esta campaña y/o por los poetas, escritores y músicos participantes serán bienvenidos. Domingo 16 de septiembre, a las 19h, en la Plaça Joaquim Folguera, FFCC El Putxet.

En La Vanguardia


Foto: I.N., los ombúes de Cadaqués, 2007


El jinjolero y su dríade

Finalmente, la presión vecinal ha conseguido salvar de la tala o trasplante y segura muerte al jinjolero de la calle Arimon, convertido ya en emblema de una ciudad medioambientalmente más sostenible. Si en Murcia le llaman jinjolero, ¿por qué no llamarle siempre así, que también es correcto, en vez del más farfullante azufaifo?

El jinjolero es un árbol aquí algo raro, que por esta época del año madura unos pequeños frutos más bien ásperos que no tienen aprecio comercial alguno. Y además pincha, porque sus ramas son espinosas.

Por eso dicen en Mallorca que en todo jinjolero anda emboscado un moix, o gato: porque araña. Pero, aunque no pueda abrazarse, el jinjolero es un árbol mágico. Sus frutos tienen algunas virtudes antiespasmódicas. O incluso también narcóticas. Se ha dicho que es el fruto –¿prohibido?– que comen los lotófagos en el célebre pasaje de la Odisea. Y en Italia, de alguien que está flipado, o un poco tonto de amores, le dicen que “está en caldo de jínjoles”...

En mi infancia hay un jinjolero como hay un níspero y un granado, y un albaricoquero, y un ciruelo, y un peral, y un cerezo, y una higuera. Y siempre sospeché que fue alguien con secreta intención quien plantó los árboles que decoran lo que tradicionalmente llamamos el bosc perdut, en el lecho del torrente, al oriente de la casa. Además de algún manzano y de algún membrillero había por allí muchos frutales como primitivos, con sus bayas salvajes: lledons, atzeroles, serves... Cohabitando la espesa penumbra, sugerían, efectivamente, un paraíso en el que creer posible alimentarse uno sin el sudor de su frente.

Años atrás planté un jinjolero a instancias de mis paisanos los luthiers Pau y Xevi Orriols, que aprecian tanto estos árboles que no sólo tienen controlados los pocos que hay en el término, sino que estimulan que los amigos vayamos plantando algunos. Y que crezcan para que en el futuro puedan dar la madera para la fabricación de sus tenoras, tibles y demás derivados del oboe popular.

El jinjolero es la madera reina para la construcción de instrumentos de viento. Las gralles viejas todas son de azufaifo. También lo eran las mejores castañuelas. Su madera tiene unas propiedades sónicas muy especiales. Es densa y sin poros, pero blanda para ser trabajada. A diferencia de las maderas africanas como el ébano, o como lo puedan ser las de los frutales del país, la madera del jinjolero le da al instrumento un timbre particular.

Por eso adquiere una significación especial que, en la fiesta por la salvación del jinjolero de la calle Arimon que se ha anunciado para este próximo domingo a las siete, suenen las gralles y versos tan hermosos como éste de Blai Bonet: “Quina tremolor antiga / dir ‘ginjoler’, i sentir / la lluminosa distància / entre el color d'una branca / i el seu nom que en mi sona!”.

El jinjolero de Sant Gervasi se ha salvado gracias en especial a Isabel Núñez, que ha sido la dríade de este árbol. En la mitología griega la dríade era la ninfa protectora de los árboles. Escribe Feuerbach en un pasaje de La esencia de la religión que “los griegos creían que cuando un árbol era abatido, su alma, la dríade, se lamentaba e invocaba la venganza del destino contra el sacrílego”.

Evitado el arboricidio, esperemos ahora que sea pronto una realidad la ‘placeta del ginjoler’. La estima por el entorno inmediato es la base de toda mejora ciudadana.


ORIOL PI DE CABANYES


lunes, 10 de septiembre de 2007

Vuelvo

Foto: I.N., Azufaifos de la casa Xirau, Cadaqués, 2007

Vuelvo de Cadaqués, donde he fotografiado sobre todo árboles y entre ellos las ramas de los azufaifos que sobresalen de la casa Xirau, y donde siempre oscilo entre la celebración física de la luz y el paisaje y el agolpamiento, entre dolorido y feliz, de la memoria, la ambivalencia espinosa del recuerdo de mi padre, la presencia de todos los que allí me hablan de él, la ofensiva diferencia de la belleza tranquila y salvaje que antes reinaba allí y el horror de los coches y motos, la fealdad que construyen, las hordas de gente que vocifera su estulticia hasta en las rocas, incapaz de construir una frase. Así que paso de la felicidad física y compartida a un impromptu de huir de allí, y siempre me vuelvo antes, abandonando alguna invitación. No tiene remedio. Pasar por Figueres me produce otra clase de nostalgia, tal vez más apacible. Luego me tocó experimentar otra aventura de tren. ¿Por qué será que en ese tren siempre me ocurre algo?

Y una vez aquí, buscando desesperadamente a la grafista que se ofreció a hacer el cartel de la Festa del ginjoler, tengo la suerte de leer el espléndido artículo de Félix de Azúa sobre Carlos Trías. Cito un (largo) fragmento:

"Casi todos los que le han recordado estos días han subrayado su estupenda presencia. Daba gozo verle. Alto, desgarbado, cargado de espaldas como para hacerse perdonar los casi dos metros de estatura, con un mechón de pelo siempre en guerra entre los ojos y el humo del cigarro, la voz de bajo ruso, la cerveza peligrosamente inclinada, el tartamudeo a la inglesa, los cabezazos y el índice alzado cuando repetía con entusiasmo deportivo '¡e-xac-to, e-xac-to!' cada vez que su interlocutor decía algo tan sólo razonable: era el hombre feo más guapo que he conocido.
Algunos privilegiados muestran tanto espíritu en el cuerpo como en el alma, de modo que es perfunctorio alabarles el intelecto. Los libros de Juan Benet son muy buenos, pero no son nada comparados con haberle visto en vivo con un mazo de folios en la mano y perorando sobre la teodicea de Leibniz, sobre la que no tenía ni puñetera idea. Carlos Trías era uno de estos individuos magníficos, y por eso su ausencia física es más dura de sobrellevar que la de otros que también han escrito libros, pero que eran más cansados de mirar
."

Pese a la distancia ideológica que siento generalmente ante los artículos de Azúa, otras veces no sólo me parece afín (esta vez hablando de la pérdida -y de la amistad, y del paso implacable del tiempo- con la metáfora del mugido de las vacas de la calle Muntaner o de la ciudad con mar, precisando muy bien que sólo perdemos quienes conocíamos, aunque para los nuevos visitantes, una Barcelona sin mar pudiera tener su encanto), sino que me admira lo bien que puede llegar a escribir y en esos casos se agradece esa vehemencia y precisión suyas.

En Cadaqués me entretuve leyendo a Tharrats, la reedición de Cent anys de pintura a Cadaqués, una especie de crónica del paso de artistas por ese pueblo, entonces aún telúrico y mágico y que hoy esconde sus restos de belleza en medio del ruido y la vulgaridad general, y divirtiéndome con su retrato de Eugeni d'Ors (que "sempre parlava en cursiva"), con su narración sobre aquella Lidia generosa que se creyó La ben plantada y enloqueció, y otras miles de anécdotas...
Por cierto, que allí me encontré con un amigo ex galerista que vive entre Barcelona y Almería y me contó que cuando plantó un azufaifo en su casa almeriense los campesinos se reían de él, diciéndole que eso se planta fuera y no dentro porque es invasivo, porque crecen alrededor cientos de rebrotes y se forman bosquecillos de azufaifos. Ellos lo evitan cortándolos, les ha crecido un bonito árbol, aún pequeño, y se comen las azufaifas. También me habló de los arbustos de ziziphus, que forman grandes extensiones de matorrales de azufaifo donde anidan muchos animales distintos, refugiados de la dureza semidesértica de aquel paisaje y ocultos de la presencia humana.
En Cadaqués y en Figueres, he concluido cada vez me gustan más los plátanos y cada vez disiento más del blogger que los considera monótonos. Cada uno es distinto que el otro y me maravilla mirarlos, con sus troncos inmensos y humanos, sus muchos brazos arremangados, su piel pecosa, su sombra.
Qué difícil es organizar un recital... Tenemos que conseguir un sistema de sonido, toma eléctrica, una tarima, sillas, y luego, hacer un conjuro para que no llueva. La lista de participantes ha adquirido consistencia: Dante Bertini, Joaquim Carbó, Enric Casassas, Toni Clapès, Paulina Fariza, Ramon Farrés, Feliu Gasull, Francesc Gelonch, Carles Hac Mor, Rodolfo Häsler, Ninca Lacruz, Cinta Massip, Dolors Miquel, Cinta Montagut, Mireia Mur, Isabel Núñez, Francesc Parcerisas, Jordi Paulí, Josep Pedrals, Lídia Pujol, Víctor Sunyol, Lluís Maria Todó, Dolors Udina, Jordi Valls, Alfonso Vilallonga, Elena Vilallonga, Ester Xargay, Esther Zarraluki. Y el retrato del árbol, obra de Aurora Altissent, ya está acabado y es precioso. Y ha aparecido Júlia Solans, la grafista y vecina de ojos grises que se ofreció a montar el cartel. Y hemos visitado a Feliu Gasull, músico que también participará. Y Ninca ha ido dándole a la tarde una continuidad imprevisible y fructífera.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Una foto borrosa

I.N. Autorretrato matinal, 7 de septiembre 07, recién despierta

Hay un amigo que siempre me pide que sonría en las fotos del blog. Sólo pude hacerlo esta mañana delante de un espejo (porque si no, se me olvida sonreír, recupero espontáneamente mi self del Tristi fummo) y como no había mucha luz con la persiana medio echada, salió borrosa y no muy favorecida así nature, pero tal vez le hará gracia verla y quizá así ya no volverá a pedirlo.
He ido a recoger el permiso para la Festa del Ginjoler. Al bajar en la estación de los FFCC de Sarrià recordaba cómo era esa estación al aire libre cuando yo era adolescente y la decepción que me llevé un mediodía, al volver de la Autónoma y encontrarme aquel horror de cárcel embaldosada. Vuelve la canción. "Tú no tienes la culpa, mi amor, que el mundo sea tan feo... Vas por la calle llorando... lágrimas de oro..." Yo iba releyendo Villa Triste, de Patrick Modiano, que habla de plátanos y mimosas y palmeras y pinos y edificios destruidos y jardines ingleses. Empieza así: "Ils ont détruit l'hôtel de Verdun. C'était un curieux bâtiment, en face de la gare, bordé d'une véranda dont le bois pourrisait..." Me recuerda a nuestra casa del azufaifo.
Mañana, si todo va bien, veré los plátanos de Cadaqués, y esos árboles de indianos que no sé cómo se llaman. Y el domingo volveré (¡con unos interesantes argentinos de Ibiza!) para que no me pille la marabunta. Siempre que veo mimosas me acuerdo de aquel personaje de La regle du jeu de Renoir, que estaba obsesionado por sus mimosas...
Yo siempre digo que no tengo imaginación. Es decir, escribo autoficción, nada me parece más interesante que dar vueltas con lo real, mío y ajeno, imaginar la vida de un monje medieval en China me gusta si leo sobre él, pero en mi escritura no podría sostenerse, flaquearía. Si tengo imaginación, le doy otros usos. A algunos, la imaginación les sirve sobre todo para investigar asuntos de celos, torturarse y torturar a sus partners con posibles rivales, visualizar cómo son sustituidos. En la escritura, mi imaginación suele jugar en torno al "y si..." O "si en vez de...", como aquel libro de Paul Theroux, donde fantaseaba sobre su vida, alterándola sólo un poco para contar otra verdad más interna, menos objetiva. Yo maluso la imaginación en situaciones absurdas, por ejemplo, cuando hago la maleta: ¿y si... hace frío, y si hace calor, y si me invitan a una cena en palacio, o a una excursión campo a través, y si me paso el día en las rocas, y si me sobra tiempo y puedo leerme el libraco que voy a reseñar para La Vanguardia, y si me aburro y me apetece acabar con las piezas neoyorquinas de Maeve Brennan o con las leyendas de los árboles, y si me encuentro en un dilema y quiero echarme el Tarot o consultar el I Ching, y si en la panadería ya no queda pan de cuatro cereales y debería llevar el mío, recién hecho en casa, y si le llevo a mi anfitrión dos libros en vez de uno, y si quiero hacer fotos, o filmar...? Siempre pensé que los dioses no me habían concedido el don de la síntesis. ¿Pero entonces, por qué escribo cuentos y no novelas, como quieren los editores? ¿Tal vez sólo para no arriesgarme a tener éxito? El inconsciente siempre es loco, dijo mi antigua psicoanalista, y yo añado: siempre imprevisible y tortuoso en sus meandros...

jueves, 6 de septiembre de 2007

Pensamientos, sueños, cuentos

Foto: Autorretrato roto de invierno, 2006

En medio del frenesí de traducción de esta rentrée histérica, donde todo son prisas excepto para pagar, lo cual ya es el síndrome habitual de este país (creo recordar que Zapatero prometió ilegalizar esa práctica de pagar a los colaboradores a sesenta y noventa días, algo que mata a los escasos y sufridos traductores capaces de vivir de este oficio imposible por estos lares), y en medio de más escritura de blog, tuve sueños en los que me dejaba robar. Me costó poco, gracias a la rápida sugerencia de la sabia V, comprender de qué trataban esos sueños, trataban del blog, de mi entrega de esta escritura al vacío, gratuitamente, de la desvalorización que supone, escribir gratis, escribir sin editor, sin venta, sin críticas, permitiendo un hocicamiento sin reconocimiento alguno, y con mi incapacidad para buscar patrocinadores, algo que aplazo constantemente (lo propuse a un editor y a un vendedor de árboles, ninguno de los dos quiso, y yo no me recuperé de sus negativas, me sentí como si pidiera limosna, y ya no volví a proponerlo) y si no me decido a reintentarlo tendré que dejar los blogs, a pesar del azufaifo.

Mientras traducía, me dolía la muñeca y el brazo, con los signos del síndrome metacarpiano, del ratón, pero dejó de dolerme mientras le daba forma a un cuento, gracias a una asombrada amiga escritora, que en una lectura de mi material en bruto, analizó rápidamente de qué iba el cuento y dijo: falta esto y aquello, deberías trabajar esto y lo otro. Y yo, que como ya dije, escribo a ciegas, y sólo después, mucho más tarde sé de qué van mis cuentos, de qué quiero escribir, porque necesito escribir como si soñara, sumida en una ensoñación, en una semivigilia necesariamente silenciosa, escuchando misteriosas voces internas, me sentí tan agradecida al leer su email tan rotundo que abandoné mi idea de irme a comer fuera y me quedé aquí, amarrada al duro banco, y puse manos a la obra, y el cuento empezó a tomar forma, como la masa del pan, mágicamente.

Tal vez mi amigo escritor serbio me dirá que ese cuento está demasiado informado (como el corazón de Bettelheim), que hay algunas explicaciones que sobran, pero ya es un cuento largo y está tan cargado (cuento de adolescencia, de recorrido vital, de extrañamiento, de conjunciones) que para dramatizar o mostrar también esas cosas debería convertirlo en novela. No lo sé. Mi amigo serbio es el crítico más duro que tengo, es implacable como aquel entrenador ruso (Snoopy) de la patinadora Peppermint Patty, que sólo refunfuñaba de modo incomprensible (aunque en la exhibición final lloraba de emoción con grandes sollozos). Mi crítico no llora y yo tengo que sobrevivir a sus comentarios despiadados, "¡No puedes hacer esto! ¡Así no! y me propone que suprima esto y aquello, y yo me niego ¡NO! ¿Y para qué lo quieres? Y yo descubro así mis razones: lo necesito para decir esto o aquello... Y él: Bien, ¡pues dramatízalo! Y también: Por primera vez me parece estar hablando con una escritora... (Y yo: Eso ya me lo dijiste con el cuento anterior). O bien: Éste es tu primer cuento con forma de cuento... Pero la verdad es que me ayudó a pulir, podar, cortar y hacer esenciales mis cuentos. Una vez me propuso cortar un trozo y de pronto, mi historia casi didáctica... ¡se convertía en Chalamov! Qué vertigo ser sintética... De pronto entendía a Giacometti, a Allen, a los minimalistas... Yo, tan abarrocada, repetitiva, pesada, tendente a expandirme, convertida en algo económico y esencial.

No todos los escritores sirven como críticos. Una vez, un poeta me confundió tanto que logró que mis intentos de poemas se licuaran, diluyeran, deshicieran... Me dijo también: "Son demasiado narrativos, no sirven", y sus siguientes poemas eran así, narrativos. Pero él ya no recordaba haberme dicho que eso no podía hacerse... Nunca más intenté escribir poemas. Otros proponen cosas suyas, inútiles: ¿Por qué no sale más este personaje? ¡Podrías envenenar y matar a F! ¿Por qué no unes esos dos cuentos? Otro poeta, que siempre me animaba con mis mensajes, cuentos y su gran entusiasmo, me dice siempre que La perfecció és feixista, y se opone siempre a ese rite de passe serbio, pero yo sé que él corrige lo suyo... Al principio me costaba meses recobrarme de las críticas serbias. Pero al final de Crucigrama, lo llevaba mejor. Casi me acostumbré. Incluso pude no hacerle tanto caso y luego oírle decir al final que al leerlos todos, como libro, adquirían sentido, incluso los dos o tres que no le habían parecido tan bien al principio. Y por otra parte, Serbia es un lugar donde me han publicado un cuento, con buenas críticas, hay cuatro más traducidos, pronto saldrá el segundo, y donde me han invitado a la Casa de Escritores de Cortanovci y a dar lecturas en Novi Sad y Belgrado. Y aunque eso está empezando a cambiar, allí, hasta ahora, la literatura era simplemente eso, literatura, y no contaban las razones de mercado.

Pero cuando ya le había dado forma a mi cargado cuento, tuve otra pesadilla, ya no de robos: yo era objeto de un oscuro linchamiento por una relación que tuve y ya no tengo, todo un grupo nos acusaba y condenaba y mi partner de entonces, a mis espaldas, intentaba defenderme(nos) tímidamente. Al fin yo decidía irme, pero mis acusadores me señalaban salidas que eran trampas y precipicios... al fin lograba saltar... Para ese sueño aún no tengo pistas, pero espero tenerlas mañana.

Y entre tanto, dos días en Cadaqués tal vez me ayuden, pour changer mes idées, como dicen en el pays gabache. He empezado a pensar que mis dos cuentos inéditos encajan entre sí, sin que me lo hubiera propuesto. Tal vez puedan hilarse de forma que... Echaré de menos este blog, si lo abandono...

lunes, 3 de septiembre de 2007

Esta mañana


Foto: Savina de Sa Tanca d'allà dins, Eivissa, fotógrafo aún sin localizar

En medio del ruido y la furia de las grúas y el polvo que ahora se enseñorean de este barrio, he tenido la alegría de leer el artículo de Francesc Arroyo en El País, celebrando nuestra pequeña victoria del azufaifo. Ayer justamente leía sus artículos sobre la degradación de la Plaça Catalunya. Creo que su sección sobre todo lo que no funciona en la ciudad cada vez es más importante, no sólo porque la realidad lo pide a gritos, porque hay demasiado abandono por parte de los responsables políticos, pagados por todos nosotros, sino porque detrás de su crónica de los hechos hay alguien que reflexiona y que ve más allá. En otro tiempo, había más periodistas eran como él, con una formación y un bagaje cultural importante. Ahora son pocos, y algunos pecan de demasiado arrogantes. Yo busco esas excepciones en los periódicos, porque necesito su entendimiento de las cosas, una mirada inteligente, una actitud que muestra sin imponerse, sin pretender sustituirnos, sin situarse sobre una montaña de orgullo, y que en lugar de exigir rendida admiración, nos ayudan a pensar.

Ayer visité a Aurora Altisent, que está acabando el retrato del árbol. El dibujo es espléndido, como siempre los suyos, el árbol no podría encontrar retratista más sensible y receptiva. Y su casa parece formar parte de sus dibujos, los mosaicos, los objetos, los cuadros, todo parace formar parte de su mundo dibujado a pluma. Tiene un pequeño ginjoler con azufaifas enormes, tan grandes como las que yo recordaba de Figueres. Me pregunto si aún estará aquel huerto del colegio, con el árbol en pie. Si yo no fuese tan prehistórica (no conduzco) y tuviese más tiempo (sin tener que traducir), tal vez iría a comprobarlo. La visita a Aurora Altisent me dejó un agradable eco, como cuando oyes una música maravillosa y te vas del concierto con el espíritu solazado. También pensé que cada vez conecto más con gente octogenaria. Tal vez sea mi propia vejez, pero también les veo como figuras de un mundo humanista que yo apreciaba y que siento que se nos escapa. Mientras estoy pensando esto, aparece mi hijo con su amiga: con su entrada parece que se ilumina la habitación. Es su humor, la belleza desgarbada de los dos que sobresale bajo los signos de tribu urbana y todas las ocultaciones (como la flor de una planta espinosa o como el salto de un animal atlético), su energía esperanzada, las afinidades que encuentro en ellos.

He decidido, para rematar mi horrible falta de tiempo, componer el libro del azufaifo.