jueves, 31 de enero de 2008

Danzad, danzad

La primavera, de Botticelli (ahí están las 3 Gracias, no tan densas como las de Rubens, entrelazadas, y la que va sembrando flores podría ser yo en otro tiempo, o en mi danza imaginada de hoy. Me gusta ampliar esa imagen y mirar el cuadro, que no parece un decorado, sino una narrativa misteriosa, ¿está embarazada la que reparte flores? ¿Lo están todas o son los efectos de un banquete anterior, fantasías del pintor o la moda de la época? ¿Y esa especie de Mefisto que tienta a la que está a su lado? Y la mujer ensoñada del centro del cuadro? ¿A quién va destinada la flecha de Cupido? ¿Y ese efebo algo femenino que coge una fruta del árbol...¿Lo está mirando una de las Tres Gracias? ¿Le desea o lo vigila con desaprobación? ¿Y esas texturas casi ornamentales del bosque...?).
Esta mañana había un estruendo terrible en la escalera y cada vez se acercaba más. Dos hombres agujereaban el suelo junto a las puertas para pasar nuevos cables de luz. El ruido era tal que parecía imposible, pero yo corregía erratas de mi segundo borrador de La historia del azufaifo (que anoche terminé, tras recortar también mi reseña de la biografía de Melville para que salga pronto en el Cultura/s. Y gracias a eso me fui a la cama con esa felicidad superyoica de deber cumplido). Estaba pensando en fugarme en cuanto acabara la corrección, pero alguien del MACBA a quien no podía decir que no, me pidió ayer que le tradujera un texto con toda urgencia y yo acepté, así que estaba amarrada al duro banco.
G. ha llegado asombrado de los rugidos y en ese momento ha llamado mi vecino, para preguntarme si era yo quien hacía esas obras. Yo me he quedado estupefacta. ¿Cómo puede pensar alguien que yo hago obras? A menos que se rompiera algo grave, nunca pensaría en producir esa clase de ruido (a diferencia de Kiko Amat, cuyo texto celebrando toda clase de estrépitos tuve que traducir ayer al catalán para un programa de tv), yo sólo pensaría en cómo absorberlo, silenciarlo, huir. Será la edad.... O lo caro que anda el silencio. Pero pese a los decibelios que envilecían mi espíritu, he logrado acabar y enviarlo.
Ayer o anteayer empecé a pedir permisos a algunos de los que escribieron sobre el árbol para incluir sus textos, y todos me dicen que sí, y con mensajes dignos de guardar en mi Carpeta Especial Para Momentos Oscuros... (Antoni Puigverd, Francesc Arroyo, Oriol Bohigas...) O para contrarrestar las noticias del mundo (Mi amigo serbio desespera y con razón: se ve al candidato demócrata serbio muy nervioso y al horrible radical con sonrisa de ganador, viajando a Rusia. " Y en cuanto a aquí, la única noticia buena es el esquinazo que los empresarios catalanes le daban a ese desagradable Pizarro", decía L. con tino.)
Y a media mañana, tal vez influida por la feliz interrupción de ese temblor cósmico en mi puerta, en un momento de osadía silenciosa, le he pedido a Enrique Vila-Matas que me hiciese un prólogo. Como imagino que anda muy ocupado, le he dicho lo que pienso: que él conoce bien la historia del azufaifo y que no me dijera enseguida que no, porque a lo mejor ya tiene ese prólogo escrito en un rincón de la cabeza y sólo tiene que darle al botón de imprimir. ¡Y me ha dicho que sí! Me he puesto tan contenta que he estado bailando sobre la alfombra roja y la gata me miraba con sorna. (Por cierto que anoche la vi observar las volutas de humo que subían hacia el techo con una expresión ensoñada. Si hubiera sido un musical se habría puesto a cantar).
Le he dejado a mi editor, aprovechando su ofrecimiento, que me haga propuestas de poda, no sin miedo, no sin dolor, pero sabiendo que es necesario. Y es que en los blogs, cada día empezamos de nuevo y volvemos a repetir, y esa manía reiterativa ofendería al lector de un libro en papel. Al corregirlo, me he dado cuenta de lo tenaz y repetitiva que he sido en mis cartas a políticos, ¡no está mal para variar! Tanto escucharles a ellos... al menos yo no les he dicho mentiras. ¿Y de dónde habré sacado yo tenacidad? Tal vez de esos sentimientos que me atribuyeron el otro día y que yo no reconozco como míos, "desprecio profundo y hastío, idealización"? Quién sabe. La cuestión es que la furia de la dríade o su nervio dan resultados. También he empezado a seleccionar algunas ilustraciones posibles... on verra bien.
Volviendo al ilustre prologuista, me ha dicho una frase muy suya, que espero que ponga como título de su exordio, porque quedaría muy bien. Luego se lo he contado al Librero de la calle Berlinès, y me ha contestado un mensaje que copio aquí, porque me parece tan inspirado como siempre, y porque también es en cierta manera una autorización, que entronca con mis disquisiciones de ayer y anteayer sobre la autoficción y los que la desaprueban: "És magnífic que Vila-Matas et faci el pròleg. A mi també em fa molta il·lusió el llibre (que surti un personatge inspirat en mi em fa molta gràcia), sobretot pel que suposa de testimoni i perquè crec que serà una magnífica obra 'd'autoficció'. Què ha estat la lluita pel ginjoler sinó la representació d'una petita 'ficció'? El relat del teu blog formava part de la mateixa lluita, un relat inseparable de les diverses accions ciutadanes. Vaja, que la història del ginjoler ha existit perquè l'has relatada. De fet, ja era relat abans de començar les accions: un bon dia la teva cosina V. et va parlar de l'AZUFAIFO i..."
También he recibido un sms de una inteligente amiga psicoanalista, Tessie, que decía: "Has cuidado algo muy valioso. En El Prado vi un cuadro de Rubens, Las Tres Gracias, y supe que eran: Dar, Recibir y Devolver; absolutamente entrelazadas. No hay una sin la otra. Desde avión a Palma..."

miércoles, 30 de enero de 2008

La deriva de la enseñanza

Ilustración: De nuevo Kunstformen der Natur, cedido por Nmp.
Ayer G. me pidió ayuda con un trabajo de lengua castellana, donde tenía que redactar un texto sobre las relaciones del cine y la literatura. Lejos de proponer una estructura básica (o ninguna) para que desarrollase sus ideas, le obligaban a escribir su texto con una vertebración tan férrea y detalladamente burocrática como estúpida y sin sentido. Era como si el profesor hubiera deducido esa detalladísima estructura de un texto suyo y pretendiera aplicarla a todos los textos posibles (!). El problema era que, de seguirla, habría resultado un fracaso completo, un texto mortecino, ya que toda la viveza y el nervio de cualquier argumentación sincera habría desaparecido bajo esos mandatos puntillosos y la verdad del texto se habría esfumado, convirtiéndolo en pura y horrible burocracia. Eso sí, el profesor se permitía dar a sus múltiples apartados bellos nombres latinos, como exordio, o ponía sus títulos con la misma libertad osada que impedía en los pobres estudiantes: "Lluvia de ideas"...
Yo no iba a disimular ante G., nunca lo he hecho y ya es tarde para eso; no me creería. Sólo le animo a intentarlo pese a todo, frente a su tendencia a pasar y mandarlos al garete, le insisto en que siga, por él, no por esos profesores y programas, que muchas veces no lo merecen, sino por él.
Un amigo enseñante me aconsejó, cuando G. era pequeño: "No le digas lo que piensas, no desacredites la escuela", pero yo me acordaba del abuelo de Bernhard (aquel personaje anarquista que decía a su nieto que el mundo era un lugar horrible, que si no fuera por la escritura habría que suicidarse y que los peores de todos eran los maestros de escuela "ellos son estúpidos, tú eres mucho más inteligente y tienes que escribir") y le di a G. el libro donde lo contaba, porque pese a toda la negrura de la infancia bernhardiana, había algo maravilloso y era el hecho de que Bernhard se hubiera convertido en un escritor tan grande (contra todo). Y a G. le gustó.
Yo, que siempre había sido fan de la enseñanza y que guardo recuerdos intensos de los profesores que me abrieron puertas o me enseñaron algo sobre el mundo o la literatura o el pensamiento, pero también sobre mis recursos, no podía mentirle (como Natalia Ginzburg explica en Mai devi domandarmi), porque construí mi ética y mi relación con él de otra manera: naturalmente, no tenía por qué decirle "todo", pero sí darle respuestas verdaderas a sus preguntas, respuestas que él pudiera acoger. En aquella época tuve que ir a ver a su tutora del Instituto y comprobé su estupidez superlativa, su torpe ignorancia de oficinista y su desconocimiento indiferente de los chicos de la clase, su incapacidad para ordenar las palabras con sentido, y le dije a ella una frase que luego siempre repetía y que tal vez sirvió para que le reconociera algo a G. "No puede ser que a un chico inteligente, receptivo y con sentido del humor, que sabe y se interesa por lo que pasa en el mundo, que no hace faltas en ninguna lengua y sabe escribir con brillantez, que ha leído mucho más que la media, todo eso no le sirva de nada, que no se valore y que lo único importante sea si ha llenado una ficha según un protocolo... Y ya sé que tiene que trabajar más..."). Al volver a casa, G. me interrogó y vio mi expresión: "¿Qué te había dicho?", me dijo con tranquilo pesimismo. "Tú lo has visto. Es tonta..."
La mezcla de timidez, discreción (siempre oculto, mostrando sólo el lowest profile o asomando su insight sólo con filtros), inteligencia y cierto irónico desdén de G. le perjudicó mucho en la enseñanza. En cambio, en el Instituto Americano o en su estancia de un verano en Inglaterra, las notas y comentarios eran admirativos, todo "excellent", los profesores reconocían su ironía (algo que no se valora en la enseñanza aquí) y su humor, su receptividad, su imaginación (nunca aquí le habían hablado de esas cosas), su inteligencia, su curiosidad. Siempre le he dicho a G. que tal vez debiera irse a un país anglosajón, donde efectivamente valoran sus cualidades, pero de momento no me ha hecho ningún caso. Ni siquiera se ha decantado por la filología inglesa, pese a que es la única materia en la que siempre destacó.
Sólo dos veces tuvo un profesor local que valorase su mirada, sus talentos, que se fijara al leer sus entonces lacónicos pero inteligentes trabajos, pero por desgracia, esos dos se fueron pronto. Los demás eran indiferentes y sólo oían a los que gritaban. Y le colocaron en una clase sin esperanza, donde todo eran bandas de chicos violentos y desesperados, chicas con cruces gamadas en las mochilas, gente perdida que no se interesaba por nada que no fuera una supuesta vida exterior y las formas de adormecerse contra ella. Cuando al fin logré arrancarle de allí y llevarle a Súnion, era tarde en cierta manera, y aunque le sirvió, no tenía los hábitos de trabajo de los otros, y el centro tampoco era ya lo que había sido en sus orígenes. Pese a todo, vitalmente le funcionó y allí hizo sus mejores amigos. Pero al final, su tutor decidió suspenderle por vago. Cuando le dije al tutor que G. me había leído su treball de recerca y que mis alumnos de la Universidad no llegaban a ese nivel, él reconoció: "Es el mejor que me han entregado nunca" (cosa que asombró a G., porque el tutor no se lo había dicho antes, ni le había felicitado como merecía), y añadió que en filosofía era de los mejores, "pero el profesor puntúa muy bajo, un 4,75 suyo es un 7 para otros", y concluyó: "pero es un vago y hay gente en la clase mucho más limitada y sin recursos que logra pasar y a ellos hay que premiarles". Le obligaban a repetir el último curso por dos asignaturas -latín y literatura catalana (qué ironía para él)-, y G., decepcionado, no les perdonó ese castigo, y se fue a Unitec, donde le dejaron hacer las dos asignaturas sueltas y sí le valoraron.
Yo sabía que, si G. hubiera tenido siquiera mi suerte, si hubiera tenido algunos profesores vocacionales y de más nivel, lo habría pasado muy bien estudiando. Tuve la suerte de conectar con una chica asturiana, Lucía, que adoraba el latín: ella le daba unas clases particulares tan espléndidas que yo sentía tentaciones de unirme al escucharles. Y además de aprobar con notable, G. descubrió que le gustaba el latín ("Tenías razón", me dijo entonces, tarde, tras mucho tiempo de descreímiento).
Y entró en la Universidad, pero aún no se ha enganchado, y los métodos burocratizados bologneses, enemigos de la creatividad y el talento, no ayudan a que se produzca el milagro. Le falta tenacidad o fe, o se distrae con otras cosas, o se ocupa con su vida social y afectiva, qué sé yo. Y con todo, cuando le oigo argumentar o veo cómo aprende a manejarse con las escasas asignaturas por las que se ha interesado un poco, o le escucho hablar de casi cualquier cosa, veo su capacidad de comprender, de reconocer sus errores y ver los de los demás con una ecuanimidad que siempre me asombra, y pienso que es inteligente y que está lleno de talentos et je me raisonne y pienso que ese vaguerío tal vez sea su forma de darse tiempo o de buscar interiormente, y que algún día encontrará su manera de pasarlo bien aprendiendo, recuperará su pasión lectora, hará algo por sí mismo. Y me pido una paciencia que nunca he tenido.
Volviendo a la estela de lo de ayer, la sabia V. me vio agotada y perpleja y me dijo: "Siento encontrarte algo abatida por esa gente que se aprovecha de que estás ahí para echarte sus fantasmas como quien echa los perros... la mayoría de las veces no hablan de ti, ni de nada de lo que hayas dicho o escrito, sino de sus propias fobias, complejos, mentiras y excesos del yo... Pero tu última pregunta... yo también me la pongo, una especie de '¿qué es lo que debo de hacer ahora?' y no sé, no encuentro la respuesta ahí preparada... tal vez nos equivoquemos al formularla..." Y de nuevo V. me presta su savoir lakhaniano y multifacético y me aclara telefónicamente que mi escritura no es narcisista: a diferencia de la escritura de la ego psychology, que construye un yo fuerte a través del cual irradia todo, me dice, "tú no repites, no insistes en ese yo, no pretendes dibujar ese personaje, sino que hablas siempre de lo otro, vas hacia atrás, a la memoria, y tu yo es un yo abierto, que se interroga y se pierde en el otro, que intenta encontrarse..." Aunque precisa que cierto narcisismo es necesario para poderse relacionar con el otro, como es lógico. Intento reproducir aquí lo que me ha dicho, pero que me perdonen las imprecisiones los lacanianos:
Diría que Lacan habla que lo que hace salir de la relación especular-imaginaria con el otro (verte como reflejo del otro, reconocerte en el otro, pero también ver en el otro un reflejo tuyo, etc); es la palabra en la que uno intenta expresar su deseo. Según mi lectura, él dice algo como que esa palabra plena deseante que apunta a lo que se desea, no a lo que se es, permite esa desinserción de la relación especular con el otro, permitiéndole así, variar, completar y luego des-completar, oscilar, la imagen de su yo. “Se trata de que el sujeto constituya mediante resposiciones e identificaciones sucesivas, la historia de su yo”...
"Creo que para Lacan no hay identidad, sino identificaciones, por eso yo creo que la autoficción es necesaria, ineludible, no puede ser de otra manera, uno se intenta escribir sin ficción y no le saldrá nada, "la verdad", otra de las frases de Lacan, está estructurada como ficción.
Esa idea de que uno puede ser muchos (identificaciones) y no creerse un único (identidad) de sus personajes, sino saber que su ser ocurre entre ellos, en el paso de uno a otro. No quiere decir no saber quién se es, sino saber que se es en ese suceder
Y también lo que te decía de que tú puedes decir que la calle Pelayo es una mierda y pasar por ella sin problema, disfrutar del paseo y entrar en una tienda a comprar algo. Porque no te identificas con lo que dices como si eso fuera una verdad que te definiera y excluyera todo lo demás…"
Así que respiro aliviada, con esa alegría que produce saber que la teoría apoya una intuición propia, un saber no sabido, como cuando supe por los expertos que el azufaifo de mi calle era un árbol especial a proteger.
Y al dorso de mi post de ayer, el misterioso J. sintetiza también las cosas, con ese brillo y precisión de sus comentarios, que debería hilar y encuadernar.
Pero acabo con un comentario sobre la estulticia de nuestro mundo, algo que me ha hecho reír. En uno de esos anuncios que mandan de un periódico (peaje de suscribirse al diario impreso del día, no de pago), ofrecen la búsqueda de la pareja ideal con "test de personalidad" y "servicio de atención Single Coach"... ¿Habrá incautos que se traguen esas zarandajas?

martes, 29 de enero de 2008

Podría haber sido peor


Foto: la página de STAR, La contracultura de los 70, donde aparece una vieja foto mía en una esquina, entre imágenes potentes y cómics del momento. La frase es de G., se la dijo a su padre cuando leyó un cuento donde salía el susodicho progenitor, que tampoco lo tomó a mal. Pero vale para este caso. Cuando my boss de La Vanguardia me avisó de que yo salía en ese libro, me entró cierta preocupación. No sabía si saldría en forma visual o escrita, pero yo hice tantas locuras en otros tiempos que en fin, me tranquilizó ver esta pequeña aparición discreta (con el pelo rojo oscuro y pendientes de plumas). En ese libro aparecen J.J. Fernández y una troupe de personajes que restituyen la atmósfera de una época iconoclasta (aunque a las mujeres no las han invitado a escribir, sólo una de 14).
Dijo Faulkner que un escritor debe ser despiadado y si tiene que vender a su madre para lograr un efecto en su novela, no debe siquiera dudarlo. Ayer me encontré a alguien en quien está inspirado el protagonista de mi último cuento. Paseaba su perro por el Passatge Mercader y tenía muy buen aspecto. Le dije que había hecho un cuento inspirándome en él: "Tú puedes hacer lo que quieras", dijo. Al fin y al cabo, él también es escritor y una vez me dijo que había escrito una obra de teatro donde la protagonista estaba inspirada en mí, aunque en su caso, la relación con su hijo era terrible y acababan muy mal. Cuando me lo dijo, me pregunté si de esa forma habría corregido una realidad que le abrumaba. También una vez una antigua amiga escritora me llamó para decirme que había escrito sobre una mujer inspirada en mí, a la que había puesto mi nombre, "pero", dijo, y recuerdo bien la preposición adversativa, que se llenó de significado, "ella no es guapa y tiene unas relaciones terribles con los hombres", con lo cual tuve que suponer que para ella, yo no era no-guapa y no tenía relaciones terribles con los hombres. Un alivio. Pero volviendo a mi cuento, no creo que corrija la realidad, sino que intenta recoger unos microfragmentos de esa realidad, una mirada, unas escenas que, recortadas, recombinadas y reordenadas, siguiendo las leyes del cuento, adquieren tal vez otro sentido y se convierten en ficción.
Por cierto, que una amiga de amigos acudió a la mesa redonda del otro día y me dijo que aquel texto que leí le había gustado más que mis cuentos, más sobre todo que el blog, que le desagrada. Entiendo -aunque tal vez me equivoque-, que su reserva con mi escritura es casi de tipo moral o genérica: ella desaprueba la autoficción, que considera narcisista en la prosa (no en la poesía, donde aprecia, por ejemplo, el yo tan íntimo y evidente de Maria Mercè Marçal), y no ve diferencia entre la autoficción y la autobiografía, que considera con sentido sólo cuando el biografiado es un personaje importante, que se ha hecho interesante por otras obras. Ciertamente, los autores han buscado sesgos y yos distintos para hablar de ellos, más o menos obvios u ocultos. A mí me gustan mucho los Diarios y los libros de Correspondencia, y mi placer depende sólo de la personalidad y la voz de quien los escribe, no de que el personaje sea importante por otras cosas. Me pregunto si a esta amiga le gustará Proust (y su yo-Marcel), que revolucionó para mí la lectura y la escritura y mi percepción de las cosas.
"Voy a hablar de mí mismo, aunque en rigor esto constituye una reiteración, pues, hablar, rigurosamente, no se puede hablar sino de sí mismo." (María Zambrano; cita robada de un interesante blog escrito en Tánger)
Parece ser que al leer mi blog, que a esa amiga le causó desazón y disgusto o le pareció ilegítimo, según se desprendía de sus comentarios, esa impresión contaminó la lectura posterior de mis cuentos, que también tomó como memorias, aunque -tal vez por cortesía- dijo haberlos leído con placer e interés y añadió generosamente "tu estilo es espléndido". Tal vez no otorga mucho valor a la estructura o la poética del cuento como género, o no lo suficiente como para justificar un yo despojado, como sí aprueba en la poesía. O tal vez, simplemente, no le gusta mi escritura, pero por simpatía o por alguna razón misteriosa, sigue leyéndome o escuchándome. Otro lector, escritor y crítico riguroso de quien me fío, me dijo, al leer mis cuentos: "El «yo» de esos cuentos es muy interesante y yo creo que original... Aparte de que es un yo muy intencionado (no sólo el de esos cuentos), lo cual también es de celebrar..."
Exponerse significa escuchar elogios como ese, pero también resistir a las interpelaciones y proyecciones ajenas. Significa escuchar esas objeciones insistentes de otros, que en realidad hablan y se debaten consigo mismos, lo cual a veces me produce cierta perplejidad. Casi me cuesta menos aceptar que no les gustó que atender a esa especie de peticiones, proyecciones suyas o intentos de corregirme, pues yo nunca podría escribir lo que otros quieren, ni dejar de hacer lo único que sé hacer, aun sintiendo que no les guste. Tampoco puedo resolver sus dilemas, deseos o conflictos internos. Me gustaría pedirles que no me leyeran, para no sentirme culpable de desagradarles y hacerles perder el tiempo y sobre todo, para no tener que colocar esas objeciones suyas en algún sitio...
En el blog escribo para pensar, escribo para entender, para explorar, para intercambiar. (Y no creo que escriba por narcisismo, aunque no me vendría mal un poco de eso. Quién sabe. Me pregunto si será mi herida narcísica, mi falta, la que actúa después de todo... en el impulso de exponer/se... para protegerse, como dijo Jonathan Franzen) En la ficción, es otra cosa, más misteriosa e inconsciente, aunque también tiene que ver con la comprensión y el conocimiento.
En la calle me he encontrado a una blogger que me ha dado rápidos consejos sobre cómo distanciarse de los comentarios, con su bonito acento argentino. Pero todo esto viene a cuento de la pregunta que una psicoanalista francesa me hizo en la esquina de Rambla Catalunya/Diagonal, hace unos días, sobre cómo me afectaba el feedback en el blog. Entonces le di una respuesta, pero pasan los días y sigo respondiéndole y preguntándome mentalmente. "Ella es muy buena para disparar preguntas y obligar a la gente a preguntarse sin fin", me dice alguien que la conoce bien. Y yo me veo como el capitán Haddock, sin pegar ojo y haciendo pruebas, cuando el malvado Allan le pregunta: "¿Y cómo duerme usted, capitán? ¿Con la barba por encima o por debajo de las sábanas?"
Anoche leí un librito magnífico, una conferencia de Pere Gimferrer sobre Rimbaud, realmente digna de la historia, para algunos de nosotros mítica, de la Residencia de Estudiantes (con resonancias de conferencia lorquiana!!), y en una edición preciosa. Es una conferencia apasionada e inteligente, con una precisión analítica que deleita al lector, donde Gimferrer explica cuál es la singularidad de Rimbaud, de dónde sale (en tres coordenadas precisas), cuál es su relación con la palabra, por qué revolucionó la poesía contemporánea, cómo no se podía llegar más allá de Rimbaud, siguiendo por su camino (el ejemplo de Palau i Fabre es muy atinado), y ese delirio agónico en el que Rimbaud reproduce en cierta manera sus Iluminaciones consolida la escena poética y arrebatada de esa conferencia. Realmente recomendable.

domingo, 27 de enero de 2008

Paseo y conversación


Ilustración: del libro Kunstformen der Natur (cedida graciosamente por Nomesploraria)
Esta mañana había quedado a pasear con dos antiguas amigas a las que no había vuelto a ver. Una vive en Austin, Texas y apareció hace poco en mi email y no podíamos parar de escribirnos. Ella sigue pintando y vive en un lugar lleno de árboles y oppossums y pájaros carpinteros. La otra vive en Barcelona, pero nos habíamos perdido la pista, sigue siendo médica y tras trabajar veinte años en Sant Pau, dedicada a los enfermos de Sida, ha pasado a una clínica, porque, dice, a estas alturas necesitaba trabajar menos y cobrar más. Nos hemos encontrado en La Rotonda y hemos subido andando por la carretera de Les Aigües, que estaba llena de ciclistas y corredores, pero nosotras nos hemos ido adentrando por el bosque, esquivando a la gente, y hemos estado admirando algunos serbales, hayas y fresnos en la parte más húmeda y frondosa, y flores raras y viperinas, mientras nos contábamos y repasábamos trozos de nuestras vidas, y hemos acabado tomando un aperitivo en el viejo y aún bonito Merbeyé, que me recuerda a otros tiempos, cuando Xavi Mariscal me dibujó en un cómic y yo hablaba con Carles Riart de otra vida distinta y de la belleza de las cosas. Recuerdo que una vez íbamos andando por Ciutat Vella, que entonces era muy distinta de lo que es ahora, y yo le señalé las ventanas de un viejo casón magnífico donde me habría gustado vivir y él me dijo: "Però tu no ets una noia del barri de La Ribera..."
Por el camino hemos visto algunas de esas horribles dentelladas que la construcción ha arrancado a nuestro último pulmón verde, como esa espantosa urbanización llamada Torre Vilana, que tras un sembrado de feísimas casas de lujo mal entendido, ha empezado a mordisquear el parque natural para ampliar su feo sembrado de piscinas. Al volver, he visto en indymedia que algún amante de Collserola había protestado por ese horror, y luego he leído comentarios de esos cenutrios que apoyan ese horror con su ignorancia, que acusaban a los denunciantes de envidia, sin poder imaginar que hay otros lujos que sí son envidiables y no esa fealdad contaminante del bosque. Para algunos de esos extraños seres, el argumento es que "vale más una urbanización de lujo que un agujero lleno de papeles y jeringuillas". Naturalmente, no se les ocurría que en otros lugares del mundo, la gente no tira papeles y jeringuillas al suelo con tanta alegría como aquí, y si los tiran, para eso están las brigadas de limpieza de los ayuntamientos. Otro le contestaba diciéndole que deberíamos valorar más el verde y ayudar a preservarlo. Y es que, aunque les moleste a esos catalanes que, según El País de ayer, "están contentos con el Tripartit pero no saben por qué" (no saben decir ni una sola razón ni acción de gobierno que sostenga su argumentación, y simplemente creen que todos sus males vienen de Madrid), a esos que se exaltan si alguien rompe su ensueño con una crítica, y aunque a mí no me parezca en absoluto un lugar ideal para vivir, en Luxemburgo, por ejemplo, no hay un solo papel en el suelo de las calles, y los parques y el bosque se llenan de gente que pasea sin sembrarlo de basura. Lo contrario de lo que ocurre aquí con el jardín del pobre azufaifo, donde, por alguna extraña razón, la gente prefiere lanzar su basura por encima de la alta alambrada para ensuciarlo que utilizar los contenedores que hay sólo a unos metros.
Pero en Collserola también hemos visto rincones preciosos de bosque y hemos oteado la bonita cúpula del Observatori Fabra (donde según indymedia también amenazan construir), que visité hace muchos años y me recordaba inevitablemente a Tintín.
El reencuentro ha sido feliz. Mis amigas seguían tan guapas como antes a pesar de los años, una con su aire hindú, o de Tigridia, y la otra con sus ojos verdes resplandecientes de lechuza. Y como ha dicho una de ellas, la vieja afinidad se mantenía en pie, tan erguida y majestuosa como los árboles que hemos visto. Siempre me alegra comprobar que incluso en mis épocas más extraviadas, no me equivoqué tanto al elegir a mis amigos.
Por lo demás, he seguido corrigiendo y podando mi libro del Azufaifo, y a pesar de las dudas que se me van planteando, es una ocupación feliz. Mi dilema en los fines de semana es cómo repartir mi tiempo entre la escritura, la lectura y los amigos. Me gustaría que los días tuviesen más horas. Que el año tuviese más meses y las semanas más días. Que todo ocurriese más despacio. Y que mi escritura encontrase cabida en el tiempo y pudiera avanzar sin tantas interrupciones. Tal vez si yo fuera uno de esos seres que sólo necesitan dormir cuatro horas... pero no es el caso. En realidad siempre arrastro un déficit de sueño, puesto que sigo robándole horas a Morfeo, no por insomnio sino por todo lo demás. Y pese a todo es una época feliz.
Por cierto que el 20 o 21 presentaré el libro de Slavenka Drakulic en la UPF, que aparte de ser un libro brillante y analítico para entender la guerra de los Balcanes, es también una pequeña anticipación, una costilla de mi propio libro balcánico. Otra noticia es que unos amigos de Madrid montan una nueva editorial, aún sin nombre, y requieren mis servicios como scout. Aceptar significa que nos veremos con más frecuencia y que yo tendré ocasión de visitar esas exposiciones que suelo perderme... Mientras, han seguido llegando comentarios, mensajes y felicitaciones por el acto del Ateneu y el texto que leí allí. Todos estos pensamientos flotaban a mi alrededor mientras avanzaba al viento por el paseo de la Bonanova hasta la plaza de Sarrià, donde el poético y lujoso Foix seguía abierto, como siempre. Oscurecía y yo iba mirando sólo a los árboles.
La ilustración es de otro libro maravilloso que tiene entusiasmado a Nmp, y le he pedido que me mandara unas cuantas, a cual más poética.

viernes, 25 de enero de 2008

Ayer, en el Ateneu


Foto: guardas del portafolio La psychanalyse en France, de Yann Diener y Elisabeth Roudinesco, con el diván de Freud

Participé en la mesa redonda sobre Psicoanálisis y escritura, junto con Dante Bertini, Imma Monsó y el psicoanalista Manuel Baldiz, que más que moderador, como él mismo dijo, quería provocar o suscitar nuestras intervenciones. El aula de escritores no es una sala grande, pero estaba abarrotada y se mantuvo así hasta el final. Hablar para un público de psicoanalistas es siempre interesante porque el feedback está asegurado, y siempre demuestran al hablar que son gente pensante y que hace pensar. Lo cual resulta ya un privilegio, acostumbrados a la timidez silenciosa que suele apoderarse al público en este tipo de actos por estos lares y que, si no hay extranjeros, suele acabar dando espacio a los locos más necesitados de escucha, capaces de acaparar un micrófono y arruinar un acto [recuerdo la presentación de un libro de Jeffrey Eugenides, que malograron dos locos, uno que se empeñó en que el autor le entregase una carta a Bush, que leyó allí mismo y no acababa nunca, y aunque el autor la aceptó diciendo que se la entregaría (!), el otro no dejaba el micro y cuando lograron arrebatárselo, lo cogió un médico empeñado en demostrar con su jerga que lo que ocurría en la novela era imposible desde el punto de vista médico y aunque Eugenides le dijo que en fin, sólo era una novela, el médico siguió, y yo no me quedé más a escucharle.]
Ayer nos divertimos. El tema de fondo, con todas las interesantes preguntas que planteó Manuel Baldiz, era para mí cómo escribimos, para qué escribimos, el grado de dolor y de goce, las voces internas, la escucha de cada uno, los géneros, la conexión con el inconsciente, más acentuada en la escritura a ciegas, el significado del bloqueo, la escritura interior -la que se perpetra silenciosa e invisible durante los bloqueos, como dijo Stefan Zweig-, la relación entre la propia biografía y el análisis, la función de los blogs en la escritura, etc. Dante Bertini ironizó y jugó con las palabras con su gracia habitual y sólo a mitad del acto reveló, tras el suspense, cómo escribía. Imma Monsó fue la primera en desvelar su relación con la escritura, y contó que escribía al dictado de una voz interna (y cómo la asaltaba la escritura con urgencia, sin dejarla esperar, sin tregua ni bloqueos). "Yo no oigo voces", dijo Dante. Yo sólo oigo la mía, pensé yo, pronunciando esas frases que me arrastran a lo desconocido, a lo que sé pero no sé. He puesto mi pequeño discurso aquí, para los que quieran leerlo. La verdad es que podríamos haber seguido hablando un buen rato, y como esas ciudades que visitamos por primera vez y abandonamos pensando en volver, pues quedan muchos lugares pendientes, yo pensé, y oí a otros decirlo también, que debíamos continuar. De hecho, nos invitaron a proponer más.
Luego estuvimos tomando algo en ese agradable lugar que es el vetusto y clásico bar del Ateneu, las salas de lectura, el jardín, la biblioteca... siempre me imagino una vida ociosa allí, leyendo y fumando en esa atmósfera humanista.
Ahora ya puedo decirlo: la siempre interesante editorial Melusina publicará mi libro La historia del azufaifo, en un formato pequeño que me gusta mucho, esos libros que uno puede llevarse y leer en cualquier parte. Sólo falta que yo acabe con mi poda para poder entregárselo... Pero la verdad es que sueño con más horas, más tiempo. Hasta ahora el trabajo de poda me reconforta porque sigo viendo en ese libro aún sin "encuadernar" en sentido metafórico esa parte literaria y personal, mezclada a lo guerrero y reivindicativo que quisiera darle, porque el libro recoge intercambios, poemas ajenos, cartas, artículos y mi diario de blogger... en torno al árbol, como aquellos juegos de corro y su extraña alegría ritual en la niñez.
Ayer estuve leyendo, ya tarde, algunos de esos informes de lectura de Gabriel Ferrater, Noticias de libros, préstamo de JC. Qué estimulante su lectura minuciosa e inteligente, su humor y su vehemencia y pasión elaborada... seguiremos.
Y en otro orden de cosas, una italiana, que fue profesora mía años ha, me escribe citando algunas frases de mi blog, sorprendida de mi "profundo desprecio y hastío" respecto a este país. Volviendo al óptico de Combray y sus verres grossissantes, es cierto que cada lector pone la lupa en un lugar distinto y algunos no ven ni humor, ni fruición, ni alegría en mi vehemencia crítica o mis exabruptos. Ni en el fondo, mi amourhaine por este país que es el mío y que siempre quisiera mejorar y preservar en lo mejor, mi posición lógica de anti-Heimat. Lo comprendo. Félix de Azúa dijo una vez que él no era pesimista, porque los que siempre nos quejamos expresamos la idea de que todo podría ser mejor, por tanto somos optimistas. Ella dice que idealizo Europa, pero yo creo que sé lo que me gusta y lo que no me gusta de otros lugares de Europa. Lo que ocurre es que algunas cosas que faltan aquí están allí. También un vecino escritor confesó que no le gustaron mis cuentos por el pesimismo en las relaciones amorosas, y en cambio yo siempre me he considerado optimista en ese terreno y creo que casi todos los encuentros que he tenido en mi vida (algunos de los cuales he construido, deconstruido, recombinado y contado, my way, siguiendo las órdenes estructurales del cuento por encima de las históricas) han sido afortunados, aunque nunca he sentido como esa gente que habla de relaciones "sin una nube". En las historias que yo cuento siempre hay nubes y dudas e imposibilidades y negaciones de partida que generan algo interesante y feliz al margen, esas imposibilidades que posibilitan otras cosas, por decirlo así. Pero claro, la lectura, como la escritura es subjetiva, por fortuna. Un lector de Crucigrama me mandó una vez una larga carta manuscrita, de cuatro hojas, diciéndome que yo vivía en el desierto y que mi tristeza era insoportable. Y todo precedido por aquella cita de Campoamor del cristal con que se mira. Yo me preguntaba por qué le importaba tanto, por qué no había abandonado mi libro, si no le gustaba, en alguna papelera, qué le había motivado a buscarme y escribirme. Si realmente el libro le había tocado algo, le había removido... Lo gracioso es que mi editor me contó que, tiempo después, ese lector cambió de opinión y decidió que mi libro le gustaba.

miércoles, 23 de enero de 2008

Robótica, maravillas del lenguaje y conversaciones



Foto: IN., Autorretrato PS, diciembre 2007. No me gusta mi aspecto en esta foto, pero me encanta ese espejo iluminado que me recordó a Dead of Night, la película inglesa de terror poético de la que ya hablé aquí.

Hay una escena memorable en Misterioso asesinato en Manhattan de Woody Allen en la que los detectives aficionados llaman al supuesto asesino con una voz grabada y lo más gracioso es que, cada vez que él plantea una pregunta imprevista, le repiten una de las frases hechas grabadas, aunque no corresponda, con lo cual se produce un absurdo hilarante. Esta mañana me han llamado por enésima vez de la compañía del gas, para ofrecerme calefacción, aire acondicionado y etc. Le he dicho a la mujer que llamaba: "Oiga, ya tengo de todo, no me interesa, pero me llamaron ayer y anteayer a la misma hora, haga el favor de tachar mi teléfono, no me llamen más." Y ella, tras un segundo de silencio perplejo, pues no estaba programada para algo así, me ha dicho la única frase que le parecía que podía colocar en ese caso imprevisible: "Ah, gracias por su llamada". Yo recuerdo el alivio que sentí cuando, al llamar al País Barcelona para un asunto de suscripción, se puso un hombre ya mayor, que parecía comprender mis palabras y contestar sin frases robóticas, es decir, que había un verdadero feed-back y no una imitación de esos ordenadores o robots que nos contestan ahora en casi todas partes, y que tanto exasperaron hace poco a Cachodepan. Supongo que ya se habrá jubilado y ahora responderá un robot joven y descerebrado.

Y ellos no son los únicos que maltratan y zarandean el lenguaje. Recuerdo que G. aprendió muy pronto a imitar la estupidez de algunos profesores de su instituto, que ya no podían aludir a algo sin añadir "això és el que seria..., diguéssim" y otras maravillas. Una vez me encargaron un Libro de estilo de castellano para el vacuo Fòrum y en la parte común a todas las lenguas me pedían que incluyera la prohibición de modismos del tipo "a nivel de", "A escala de" "en profundidad" , "en base a", y otras variantes similares de las que se abusa. El problema es que luego tuve que corregir algunos de aquellos textos infumables y no podía seguir mi propio libro de estilo porque, de haber quitado aquellas expresiones, ¡no habría quedado nada!

En este desierto educativo, la gente habla cada vez peor y nos recuerda un poco al lenguaje de la policía. Esos pobres agentes apenas están escolarizados, pero les enseñan a nombrar las cosas con una jerga técnica terrible, algo que, unido a su torpeza para formular frases, es una combinación explosiva: no dicen suelo sino "firme en mal estado", y tantas otras cosas malsonantes. Una amiga talentosa estuvo dando clase de catalán a los mossos y según me dijo, más que otra cosa, intentaba luchar contra esa inclinación y enseñarles a hablar con más sencillez. Me contó que en la nevera que tenían allí en las aulas, había un cartel pegado que ponía: "Cada divendres es procedirà a buidar la nevera". Por lo visto, ellos procedían a cualquier cosa, no podían simplemente hacer, ni siquiera para comer o ir al baño. Hace poco, otra amiga me contó que en Lyón, no encontraba uno de esos cines alternativos que tenía que estar por aquella zona y le preguntó a un policía, él se detuvo y le preguntó a ella: Voyons, Madame, ¿qué clase de películas quiere usted ver? Y acto seguido, el informado policía le explicó que había tres cines allí cerca, uno comercial y hollywoodiense estilo acción, otro de películas comerciales pero más escogidas y un tercero ya sólo para cinéfilos. Y ella se maravilló y pensó que en nuestros lares, eso sería imposible. Para empezar, en este país, uno de ellos no sabría hablar. Para continuar, ni siquiera sabría que existe otra clase de películas además de las que ellos ven. Y en efecto, aquí sólo parece haber vacío y ruido en las mentes de la mayor parte de la población.

Ese vacío ha ido llenando todo con sus formulismos. Esta mañana, yo estaba malhumorada al tener que traducir un texto infumable para una editorial que me debe 800 euros desde agosto y 1.000 desde octubre, pero la contable ni siquiera se digna a contestar a mis mensajes o a decirme cuándo me pagará. G. me ha pedido ayuda telefónica para resolver un ejercicio lingüístico-literario. El objeto tratado era interesante y cargado de su poética irónica y melancólica, pero lo que nos exasperaba a él y a mí era que, como siempre en esa Universidad, le plantean la misma pregunta de cien maneras distintas, de modo que ya no consiste en pensar ni en contestar con brillantez, ni en imaginar nada, sino en saber decir lo mismo de cien formas que parezcan distintas. "No digas más", me pedía él, "guardemos esa parte de la respuesta para la siguiente..." Curiosamente, esa lenta ayuda, en un momento de tanto trabajo mío y mientras unos jóvenes operarios cambiaban el contestador automático con gran estruendo en la puerta, ha hecho desvanecerse mi mal humor, por uno de esos extraños procesos internos, y al salir, me iba riendo sola, para mis adentros.

He comido con JC., aunque nos hemos olvidado de hablar de mi Derrida favorito. Pese a mi miopía y mi renuencia a llevar puestas las gafas en la calle (me mareo), he distinguido su silueta al otro extremo de la calle, tal vez por ese aire suyo de personaje de cuento, (tal vez Rip Van Winkle o Dick Wittington?) y me habría gustado estar más tiempo. Siempre me voy de esos y otros encuentros pensando que hablo demasiado, que al fin y al cabo, ellos ya me leen aquí, y yo debería aprovechar para escucharles. JC habla un castellano aún no maleado pese a tantos años por aquí, sureño y preciso, y sobre todo, archiva las palabras curiosas y las anécdotas del lenguaje y las despliega con su gracia memoriosa. Me ha dicho que le habían pintado la casa, lo cual había supuesto un desorden distinto para sus discos y libros, y que la mesa de libros pendientes se había dispersado al tresbolillo por los estantes. Pese a todo, me ha traído dos libros anunciados en préstamo: los informes de lectura de Gabriel Ferrater (que he empezado a leer en el metro, totalmente encandilada con su estilo, su cultura y su vehemencia) y La felicità di far libri ovvero Leonardo Sciascia scrittore editore, que también he hojeado con nostalgia, pensando en que me tocara un boleto de ciegos que compré para cambiar dinero hace semanas y pudiera por fin tirarme al sofá a leer, y levantarme sólo para escribir sin prisa...
Al salir por la calle Còrsega, la luz del atardecer era deslumbrante y blanquecina, convertía a la gente en siluetas y el espectáculo era tan bonito que pese al ruido rabioso de esta pobre ciudad envilecida, he pensado: "Al menos, el ayuntamiento no ha encontrado aún la manera de acabar con la luz, y es lo que nos queda..." Luego he visto que estaba pasando frente a la calle Venus y no he podido resistir la tentación de acercarme. Mi hermana y su exmarido vivieron una época en una comuna de Venus, entre Perill i Llibertat, y yo me refugié allí en una de mis fugas de casa, a los 15 años. En aquella época, si cogía un taxi para ir y lo decía, en castellano como se llamaban entonces, los taxistas de ese tiempo --algunos de los cuales eran confidentes de la policía franquista, o eso se decía--, no podían evitar establecer su estúpida analogía de que la libertad entrañaba un peligro, así que yo, para no exasperarme, desistí de nombrar las dos calles y sólo les decía Venus-Peligro, o Venus-Libertad. En aquella comuna sui generis también vivió el que hoy es un comentarista fijo de La Vanguardia Cultura/s. Una noche pasaron por allí alguno de los Solé Sugranyes y compañía, y en la cena empezaron a discutir de arte: mi ex cuñado defendía a Picasso y los del MIL lo tachaban de "arte burgués" y en cierto momento, uno del MIL concluyó, expeditivo: "Tú dirás lo que quieras, tío, pero yo tengo una pistola", y los de la casa, lívidos, tras un breve conciliábulo, les pidieron buenamente que se fueran de allí.

sábado, 19 de enero de 2008

Días cargados

Foto: I.N, G en Londres, allá por 2004, muy distinto que ahora
Llevo días sin escribir, en estas semanas tan cargadas que el tiempo se escapa y cae como una gota gigante y densa sobre un pétalo, y yo olvido las cosas. Ayer tenía una cena con el grupo de psicoanalistas que trabajan sobre la memoria histórica, intentando corregir los efectos traumáticos del silencio y la negación de sufrimientos ya viejos, pero que siguen doliendo en las generaciones posteriores. Y yo lo olvidé y estaba ya cenando con un amigo filósofo cuando me rescató telefónicamente una de ellas, no muy lejos del lugar. Por lo visto, en presencia de psicoanalistas, mi inconsciente intenta demostrarles que estoy fatal y necesito atención porque siempre me olvido o me confundo de lugar... por suerte acabo llegando. (¿O tal vez la idea de la memoria...?) Espero que no me olvide también de ir a la mesa redonda del jueves, Psicoanálisis y escritura... Me dice mi contertulio que él tirará, como siempre, del humor, y yo, le digo, del lloriqueo, y nos entra la risa... Aunque la generosa V. me dice (sin haber leído mi texto): eso no es lloriqueo...
Esta mañana, en la lista de psicoanalistas y amigos del librero de la calle Berlinès hablaban de la soledad física, geográfica, y de esa otra soledad mucho más perversa que es la soledad en pareja, y yo he pensado inevitablemente en mi soledad feliz y en Li Bai elevando su copa de vino de arroz en las montañas, mientras recuerda amigos y amores perdidos, bromea sobre su fama en las tabernas y observa el vuelo de las ocas salvajes. Tanto necesito mi espacio que casi prefiero la nostalgia y la fugacidad de todo.
Pensaba también en el entendimiento. Hay personas que parecen entender al contrario cada palabra que decimos, y seguramente es mutuo, y también nosotros les entendemos al revés. En esos casos yo prefiero retirarme, y no puedo comprender por qué alguien que no me entiende ni se siente entendido insiste en comunicarse. En cambio, en otro orden de edades y relaciones, ayer llamé a G. para agradecerle y decirle que me da la sensación de que, si le explico las cosas, siempre me comprende perfectamente. Le dije: "a lo mejor cuando te vas, piensas: 'qué loca está', pero la sensación que yo tengo es de que lo entiendes todo". Y él me contestó: "¡A mí me pasa igual! Por eso me preocupo cuando te pasa algo..." Esos breves intercambios con G., en la puerta de casa o en una fugaz llamada telefónica, o cuando pasa unos días aquí, a esas horas de la noche en que yo debería estar durmiendo hace rato y acabo sentándome en su sillón negro para contestar a una pregunta en la oscuridad, tienen una estela feliz.
Ayer seguí traduciendo un texto sobre Nancy Spero, que con su uso de la iconografía apocotropaica (los conjuros para ahuyentar el mal) y arcaica, de los instrumentos de guerra y de las persecuciones y represiones históricas contra las mujeres, las quemas de brujas y otras siniestras modalidades, convierte incluso la mordaza en instrumento de expresión, y rescata a personajes interesantes, desde la monja iluminadora Eude a la diosa egipcia Nut y utiliza la escritura histérica de Artaud para contar otra historia.
Hay tantísimo ruido en la calle que me parece salir al infierno. No sólo rompen el suelo con todas sus vibraciones, también ponen cimientos, cortan maderas con rugidos agudos de sierra, encienden sirenas, tocan cláxons y siembran suciedad por todas partes. La calle es una especie de jauría de bichos. Cuando alguien se dirige a mí diciendo "perdone" o "por favor" siento alivio porque lo usual en este país primitivo es que te pregunten sin más, como si nadie les hubiera enseñado ni las formas más elementales. Dicen que los franceses son fríos, que los europeos son antipáticos, pero yo prefiero aquella soledad silenciosa y un mundo en el que nadie te aborde sin disculparse y saludar. Alguien me ha llamado al móvil, pero apenas lograba oírle. Y es tan feo mi barrio... junto a cada edificio digno y vetusto hay siete feos y de arquitectura mediocre. Los rótulos son espantosos. Y apenas hay árboles dignos de ese nombre. He comido con una amiga en un restaurante japonés donde todo el personal te saluda al entrar y al salir, en un tono tan convincente como si de verdad se alegraran de volver a verte. Me recuerda al kiosco de Luxemburgo donde tres hombres exclamaban, cada vez que entraba alguien, casi de guasa: Bonjour!!!

viernes, 18 de enero de 2008

Si no temiera ofender a los dioses griegos

Ilustración: Matisse

Pensé ayer por la mañana, si no temiera suscitar su ira por aquello del desequilibrio entre volupta y pathia (con su estela de algesis y pothos) en el mundo, habría salido a la terraza para gritar mi felicidad sur les toits. De hecho estuve bailando en vez de seguir mi rutina de ejercicios matinales. Si me mandan a Némesis, pensé después, intentaré negociar: le diré que hasta ahora, mi felicidad editorial ha sido muy escasa y que me corresponde una dosis intensiva. Pero esta mañana había ya rastros del paso de Némesis, el cubo de agua fría de Saturno, o el tío Paco con las rebajas, como se le llama por estos lares, el principio de realidad (aunque no hablaré de esto aquí: la zafiedad, al menos en este caso, no merece ser contada. Sin duda el saludable empeño de Némesis era sólo dejar constancia de que los agentes de Chaos siguen ahí, y de que no hay que apagar el zapatófono del agente 86).
No importa, nada de eso disminuye o niega un hecho. Es la primera vez que le mando algo a un editor y en tres días se lo lee y me manda un contrato. "A partir de ahora, siempre será así para ti", me dijo mi amigo serbio al teléfono, convencido de que ha llegado mi momento.
Cuando firme, pondré aquí el nombre y el link. Un editor con un catálogo interesante y personal, que se lee los originales de los escritores (y no sólo los de los autores famosos y caros de conseguir) y que decide aceptar o hacer una propuesta, sin dejar de ver los obstáculos posibles ni de discutirlos, parece algo prodigioso, y sin embargo, es sólo lo que debería ser.
He empezado a corregir ese libro, la segunda mano, que diría I, de La historia del azufaifo, para mandarle una versión más acabada y con la que trabajar, y debo decir que me gusta mucho que salga. Sobre todo por su mezcla de géneros, porque no es sólo un libro reivindicativo, ni sólo un diario, sino que es reflexivo, pero también es ficcional. Es personal, pero contiene textos de otros (artículos, poemas, citas) y cartas a los políticos, con sus respuestas. Es vehemente y guerrero, pero también perezosamente ensoñado e irónico, con el mismo desorden inclasificable que tiene este blog, como todo cajón de sastre escrito. Aparecen personajes habituales de este blog, como el librero de la calle Berlinès.... y muchos otros. Y por la historia en sí, corta y sorprendente, inesperada para mí. Fue Vila-Matas quien me impulsó a publicarlo, in the first place, y aunque yo lo había pensado ya, que él lo creyera e insistiera me dio ánimos. Y luego, fue J.A. Millán quien, cerca del azufaifo, me aconsejó el editor, y cuando vi su web me di cuenta de que Millán tenía toda la razón. Y yo, por aquello de no tener que cortarme el dedo meñique, como los Yakuza, procuro expresar aquí mi gratitud.
También me alegro de que se publique porque es mi pequeña contribución resistente contra lo que está pasando en esta ciudad. Y por el hermoso azufaifo, al que los zafios (los vulgares, como diría el I Ching) arrojan basura (G. me dijo que vio a una señora tirando porquerías a ese jardín y la recriminó. También se ofrece a ayudarnos si hacemos una segunda brigadilla de pesca-limpieza).
Otro motivo de celebración editorial es que a finales de febrero se presentará el libro de Slavenka Drakulic sobre los criminales de guerra balcánicos, No matarían ni una mosca, y la editorial me ha invitado a hacer los honores. A mí me hace ilusión porque sé que yo logré sin proponérmelo que ese libro necesario se publicara aquí, y después lo traduje (eran artículos escritos en inglés). Se trata, como ya dije, de artículos sobre los juicios en La Haya de algunos criminales de guerra balcánicos. Es un libro arendtiano y periodístico-analítico, sobre la banalidad del mal, y sus retratos son inteligentes y brillantes, su escritura accesible y clara, y dibujan muy bien lo que fue esa guerra, pero también, la complicidad colectiva de todas las guerras, y es que la guerra, como dijo Tatjana Gromaca, is inside us. Eso será a finales de febrero, en la UPF.
And last but not least, otro componente de esa felicidad de la palabra escrita y hablada es mi participación en la mesa redonda Psicoanálisis y literatura, junto con Dante Bertini, Manuel Baldiz (moderador) e Imma Monsó en el Ateneu. Tengo unas notas vagas deshilachadas y muchas ganas de sentarme a hilarlas y entretejerlas un poco, digamos que sin bordar, sólo estilo arpillera, para poder hacer y deshacer al hilo de la conversación.
Ayer, por cierto, fui con V a la presentación del interesante libro de Manuel Baldiz, El psicoanálisis y las psicoterapias, presentado por Clotilde Pascual y Ruth Sonnabend. El libro intenta posicionarse y aclarar las cosas en un momento de confusión y de gran oposición al psicoanálisis. Clotilde Pascual, el propio Manuel Baldiz, Josep Moya, Pep Montseny, Rithée Cevasco y algunos de los que intervinieron situaron muy bien ese momento en que no es la ciencia, sino la pura tecnología, los laboratorios farmacéuticos, el capitalismo salvaje y neocon, las mismas fuerzas que intentan acabar con el humanismo, los mismos criterios que valoran más sus protocolos burocráticos que el saber en la Universidad, los que centran todo su interés en el objeto y el síntoma en lugar de mirar y escuchar al sujeto y su deseo. Yo sentía un gran alivio de pensar que, pese a sus divisiones y disensiones, pese a la situación difícil que ellos señalaban, todos aquellos que hablaban están aún trabajando en la sanidad pública (y organizando redes de atención a precios reducidos) no sólo para mitigar y curar el dolor y los síntomas, sino también para ofrecer los mecanismos de descubrimiento de un saber, del propio conocimiento a quien lo necesite. Es la sensación de que algo en este país se puede aún restaurar, aunque sean pequeñas las correcciones, y de que queda gente pensante en lugares claves, aunque estén casi ocultos en las catacumbas, en esta época de miserables neurociencias.
Mientras, seguimos nuestra extraña traducción, L.D. y yo, de mi cuento La lechuza (The Owl). Y en nuestras discusiones, compruebo una vez más: Cuando escribo, como cualquiera, intento forzar el lenguaje. El que traduce tiene que diferenciar lo que es normal en castellano de lo que son licencias poéticas y forcejeos para ensanchar la escritura. No convertir en inglés normalizado lo que intenta ser distinto. No ser didáctico en exceso. Forzar a su vez la lengua para restituir, sin por otra parte dejarse contaminar. Por eso el traductor es también un escritor, como bien explica Maurice Blanchot en La amistad. L.D. no sabe castellano y soy yo quien debe transmitirle en ese inglés rudimentario de la primera mano cuándo es importante experimentar y empujar los límites de su lengua. Ahora estamos casi al final, pero encalladas en un momento. Yo intento hacerle entender que mi mirada en esa escena es indirecta, sesgada y no quiere ser directa, ni explicativa, no quiere ayudar al lector a entender mejor, quiere que se fije en un punto y el resto lo sobreentienda. Por la mañana me encuentro sus errabundeos nocturnos, le contesto mientras ella duerme. Y esta tarde volverá a la carga...
Volviendo al terreno de los dioses griegos, la contrapartida de exponer(se) es la agresividad de los zafios y enfermos, que se agitan e insultan, intentando ocupar un espacio que no es suyo, o lanzando basura al árbol. Ser hocicada diariamente por el cerdo..., como decía JRJ. Recuerdo un artista que, cuando al fin fue reconocido, premiado y homenajeado con una gran retrospectiva, se metió en la cama con fuerte depresión. "Ahora me odiarán aún más", decía, en una graciosa mezcla de ironía y autocompasión burlona. "Con lo bien que estaba yo en mi cómodo fracaso", haciendo libros de artista que nadie leía y piezas que yo mismo coleccionaba... Qué pasará ahora..."

martes, 15 de enero de 2008

Retrato al sol... de invierno



Foto: Linda Danz., Lamposts, 2007

Hay una hora, the blessed time, en que el sol invade algunos rincones de la sala y yo me veo casi como la gata, buscando una postura cómoda en cualquier triángulo de sol en la estantería o la alfombra. El sol cambia deprisa de posición y abandona pronto el sofá para instalarse en la mesa del ordenador, y en ese momento, si me atrapa sentada, me invento una excusa para retrasar la ducha y escribo aquí, cegada la pantalla por la luz, bañándome en ese aire luminoso y absorbiendo el calor como las placas solares. En ese momento he empezado a escribir un post en Polis y como en el fondo, yo no sé dividir del todo mis temas, ni separarlos bien, mientras hablaba de un documental histórico y del pasado de este país, en una estela de mi Anti-Heimat de ayer, se me ha colado la crónica social de la exposición de Anagrama en ese otro blog. Así que quienes estén interesados, deben ir allí.

Luego he seguido corrigiendo la traducción al inglés de mi cuento The Owl, que D. y yo nos vamos mandando a párrafos cortos. Y eso me lleva a contar una historia.

En 2001 fui a Nueva York con G. Había quedado en llamar a algunos amigos de mis amigos, a Muntadas y también a D., a la que no conocía, pero que era muy amiga de mi amiga de París, la escritora Rauda Jamís, además de otro amigo de un amigo a quien gustaba mucho hacer de cicerone en su ciudad de adopción. También estuve a punto de llamar a un escritor que se estaba cruzando conmigo en las librerías de aquella ciudad y a quien yo estaba leyendo. Pero el humor de G era tan extraño, pasaba de una irritación sorda y negativa -se sentía dependiente de mí en aquel territorio no-europeo que intuía tan distinto e imprevisible- al puro émerveillement de lo que veía, y ese humor extraño me producía a mí una pesadumbre desconcertada a momentos, mientras que en otros lo pasaba estupendamente viéndole descubrir con pasión las cosas que a mí más me gustaban, como la NY Public Library, donde quería que pidiéramos libros y nos quedáramos a leer, o los museos, donde pedía casquillos de explicaciones con acento sudamericano sobre Hopper, o las ardillas en árboles altísimos, o los restaurantes indios, o thai, el café del Takashimaya o la burbujeante China Town o Central Park, unido a lo que le gustaba a él, entonces joven teenager -el edificio de John Lennon, las limusinas, los raperos de la calle, los lavabos del Plaza, la excentricidad de algunos- o que yo le contara quiénes eran los famosos que nos cruzábamos -Tom Wolfe con su traje blanco en la V Avenida-, etc. Así, la imprevisibilidad del humor de G. me hizo desistir de llamar.

Al volver, escribí a D. y le expliqué por qué no la había llamado y descubrí que su casa estaba cerca de nuestro hotel. Y enseguida empezamos a hablar virtualmente, y a mandarnos fotos y crónicas de nuestras vidas, y ella me mandó su música, y nuestro intercambio nunca cesó. Y mis planes de volver a NY se congelaron por culpa de Bush, y ella sólo se acercó a UK, pero nunca vino a Barcelona. He oído su voz, he sabido y casi olido los detalles de sus comidas vegetarianas, he recibido paquetes suyos de una pasta canadiense hecha con arroz integral, que se detuvo en la aduana, he contemplado múltiples reportajes de sus movimientos y de sus paseos diarios por Central Park, me parece haber oído su risa, he leído sus escritos, he visto sus cuadros, he observado cómo era antes y cómo es ahora, he comprobado que su casa se parece a la mía, y sólo con ella he emprendido ese raro proyecto de traducción de mis cuentos que me devuelve a Benjamin y a Derrida (la lengua pura está en los intersticios entre las lenguas y sólo el traductor accede a ella; el traductor tiene una relación de amourhaine, de transferencia psicoanalítica con su lengua, a la que odia por su incapacidad de traducir exactamente, de decir lo que otra lengua dice, y como la ama, la fuerza para que sí diga) y ahora también a Maurice Blanchot, que comenta ese pasaje benjaminiano en su interesante libro La amistad.

Hubo un tiempo en que D abandonó su puesto en the corporate world para vivir sólo de su arte multifacético. En cierto momento eso significó un salto peligroso: "We are very brave with the visa card", decía, con su gracia de poeta y letrista. Cuando la deuda creció tuvieron que hacer esa suspensión de pagos que antes sólo se permitía a los ciudadanos en USA (y ahora ya se puede incluso por estos lares, según me informan al dorso), y en el juicio vio gente salida por completo del sistema, con vidas más dramáticas. Teóricamente uno tiene que pasar un tiempo sin tarjetas de crédito, pero a la salida ya te están esperando los empleados de los Bancos para ofrecerte otra. Ahora, D está acabando su novela post 9/11, y a veces considera la posibilidad de huir de la América de Bush con su música a otra parte, al país de su partner, la aquí llamada pérfida Albión.

A veces, D convertía mis frases en awkward English en títulos para sus canciones. O lo planeaba. Aún ahora me manda músicas preferidas. Una vez, cuando yo me quejaba de la actitud usurera de los Bancos, junto a su alegre "Fuck off the banks!", me escribió: "Maybe we should put a mask on and storm into the bank and threaten the clerks with guns and then we can fix this stupidity"... "Time to get out the guns. You know Bel, if ever (gods forbid) I was diagnosed with a terminal illness I would take one of those fuckers with me. I swear." La escena de las dos con unas máscaras irrumpiendo en un banco con pistolas hizo reír mucho a otro amigo escritor, el mismo que un día se quedó tan asombrado cuando me vio trepar a mis estantes para coger un libro, como suelo hacer, que me pidió que repitiera el gesto.

domingo, 13 de enero de 2008

Enclaustramiento, poda, amigos, sueños

Foto: I.N., self-portrait, 2007

Salí el viernes por la noche y me pilló la lluvia andando, con un vestidillo y mi abrigo de los 14 grados. Llevaba mi paraguas resistente, eso sí, pero llegué al restaurante japonés empapada, y sólo por alguna razón misteriosa me sequé y no me agarré un trancazo. Al salir, había bajado la temperatura y nos fuimos a un bar a fumar, pero yo hice la extraña opción de beber cerveza (no creí que tuvieran un vino decente) y eso, unido a que por el frío no volví andando como es mi costumbre, me impidió digerir bien, y la sensación digestiva se infiltró, junto con otros factores más hondos e interesantes, en mi sueño.
Curiosamente al despertar recordaba el sueño con gran lujo de detalles y además, contenía incluso ciertos indicios del paso del tiempo y otros elementos que no aparecen nunca en mi reino de Morfeo particular. En medio de la escena onírica, por la locura de la situación y para tranquilizarme, yo pensaba: "Esto debe de ser un sueño". Pero yo misma me corregía con algo que allí parecía de una lógica aplastante: "Pero esa llamada era real." No sabría decir si era una pesadilla, creo que tenía algunos elementos de horror, pero al mismo tiempo era hilarante y positivo en muchos sentidos, y estaba tan lleno de motivos que habría querido llevárselo inmediatamente a mi antigua psicoanalista (ella sólo quería sueños frescos!), o tener algun otro psicoanalista amigo a mano. No voy a contarlo aquí, sería un tanto excesivo y tampoco se entendería sin contexto. Una vez alguien se escandalizaba de que la gente contase ingenuamente sus sueños en público, sin darse cuenta de que (para ese alguien, no para mí) eran evidentes. Yo creo que se equivocaba en sus juicios, aunque yo nunca le conté mis sueños, excepto los que he desnaturalizado integrándolos en algún cuento. Por cierto que en mi otro blog acabo de hablar de interpretación de los sueños y France Culture.
Hace unos días vino a verme un amigo al que no había visto hace treinta años. Estaba al lado de mi casa y me mandó un email porque mi auténtico teléfono ya no está en la guía (como el de Philipe Marlowe), por aquellas amenazas de la campaña del azufaifo, y no me encontraba. Me hizo ilusión comprobar que las viejas afinidades no eran equivocadas. Me gustó lo que me contaba de su vida. Sigue conservando su naturaleza hedonista y un sentido común que ya tenía en el instituto, además de su fisicidad. Fiel a todo eso, vive en ses illes y se ha restaurado una casaza, con viñas, vino y ese silencio del campo de Menorca, que incluye oír crujir la piedra seca del muro. Cuando se fue, me mandó un mensaje y concluí que me veía con los ojos de antes.
Ayer estuve corrigiendo La historia del azufaifo. O mejor dicho, podándola y recortándola para que el editor la lea y se haga una idea. Aunque acaso haya que podarla más para que encaje en esa bonita colección posible. Dijo Ivo Andric que era más difícil borrar que escribir. No sé si es cierto, pero yo tengo la impresión de que me paso la vida borrando. Podando. Los artículos de La Vanguardia, mis cuentos, La historia del azufaifo. Siempre con las tijeras simbólicas. La cuestión clave en esta poda era que los posts del blog contaran la historia del azufaifo eliminando las repeticiones típicas de los blogs, eliminando los links, pero restituyendo un poco ese aire de diario del blog, que incluye siempre otros elementos personales. Y al mismo tiempo, reduciendo... Y el efecto, la impresión que me produjo el texto era buena, de verdad me gustó. Creo que tenía razón Vila-Matas y que debo publicarlo.
Hoy he estado escribiendo mi texto para la Fundación Mapfre, complemento de la conferencia que dimos Lydia Oliva y yo. Y buscando citas para introducir a mis escritoras. Lydia me enseñó algunas de sus citas y yo, que estaba con la historia del azufaifo, me inquietaba por las mías. "Pero si a ti las citas se te caen del cuerpo al quitarte la ropa", me dijo V, con su gracia flamenca. No sé por qué, mis amigos creen que yo estoy llena de citas y que mi memoria es borgiana. Pero yo creo que siempre repito las mismas. Y si no fuese porque doblo las páginas donde encuentro algo...
También querría pensar algunas ideas para una mesa redonda sobre Literatura y psicoanálisis en la que me han invitado a participar, junto a Dante Bertini y moderada por Manuel Baldiz. Pero no he tenido tiempo. Aún más grave: pensaba dedicar la mitad de este domingo a acabar mi libro balcánico y no lo he hecho. Pero en esta semana me propongo ocuparme de eso, en los ratos "libres".
Para rematar, mi amiga de NY me ha propuesto que volviéramos a hacer como hicimos con algunos cuentos míos de CRUCIGRAMA. D. no sabe castellano, pero quería leerlos. Yo no tengo tiempo y tardaría mucho en hacer una traducción decente al inglés, si es que lo lograba. Sería mucho más fácil escribirlo de otra manera. Entonces probamos un sistema extraño: ella traducía con su software, yo corregía el absurdo resultado a un inglés rudimentario y ella corregía más y yo corregía sus correcciones, para ajustarlas al sentido que yo quería dar a cada palabra, y en ese proceso, yo descubría por qué había puesto cada palabra en su lugar, qué cosas eran locales y cuáles universales, qué importancia tenía para mí el ritmo y la fonética o la musicalidad del cuento. Etcétera. Ahora mi cuento La lechuza se está convirtiendo en The Owl. Pero como las dos estamos muy ocupadas, vamos muy despacio... Es una experiencia curiosa. Ella dice que no traduce, que sólo es the finisher... Y entre tanto, diría que la gata apenas se ha movido. De su caseta al sol de la terraza a su cama blanca de la sala, siempre cerca, siempre durmiendo...

miércoles, 9 de enero de 2008

Libros, proyectos, escritura, tiempo


Ilustración: Kees Van Dongen
En esta casa, los libros llegan a oleadas, como el correo. El cartero no suele venir nunca los viernes, por ejemplo y no sé por qué. A mí, que me encantaba la idea del cartero francés rural, en bicicleta, y siempre me intrigó aquel artista alucinado llamado facteur cheval (ese doble sentido de la palabra francesa tenía su miga) y sus construcciones delirantes, me molesta el desdén con que se mira el correo por estos lares. Una vez, hace años, el director general de correos declaró que el correo ya sólo se usaba en medios rurales. ¿Será por eso que venden esos sobres tan feos en correos? En cambio, los gabachos han organizado premios literarios de cartas para fomentar el correo terrestre, y los libros de correspondencia, que empiezan tímidamente a publicarse aquí, allí tienen tradición (a mí me encanta la literatura epistolar). Para rematar el problema de los envíos, se ha estropeado el portero automático de mi edificio y ya nos han dicho que hasta la semana que viene no se arregla, de modo que los mensajeros van dejando notas de aviso y se marchan, creyendo que no estamos... y algunos amigos susceptibles creen que no les queremos abrir o que nos hemos contagiado de la sordera generalizada...*
La cuestión es que entre ayer y hoy me han llegado La Psychanalyse en France 1 y 2, de Yann Diener y Elisabeth Roudinesco, descubierto gracias a V., magnífico portafolio doble bien editado y preciosamente maquetado, que traza la particular e intensa historia (de amourhaine) del psicoanálisis en ese país, de la mano de artistas y escritores (Baudelaire, Rimbaud, Lautremont, Breton, Mallarmé, Crevel e tutti quanti), intelectuales, psicoanalistas, etc., en una edición inteligente y rigurosa, que demuestra el distinto nivel del país vecino (me lo manda el Ministère des Affairs Étrangers, como soy de Figueres, ¡he guardado el sobre! Pero sé que también lo tiene el librero de la calle Berlinès). También Masa y poder (en este caso Crowds and Power, una edición vieja y barata en inglés) de Elias Canetti, que encargué en librero de viejo por la red, y el libro de Celdoni Fonoll de Cossetània donde se homenajea a nuestro azufaifo y del que hablo en Polis, dos libritos bien editados y audaces de Melusina, Flor de farola de Millán (un libro con poética callejera!) y La cebolla de A. Moresco, y una pequeña delicia de Maurice Sendak que regalaré a un niño amigo, Chicken Soup With Rice.
Todo esto ocurre en días agitados, de traducción y escritura. Al fin di por acabado mi último cuento, sin la aprobación de mi crítico habitual, que puso objeciones estructurales. Y sin embargo, yo creo que se equivoca, puesto que la estructura interna del cuento tiene sentido para mí, se basa en lo simbólico, pero creo que tiene peso. Disentir de su criterio me entristeció en un primer momento, pero luego reforcé mi idea con un cambio sutil y decidí que el cuento "iba a misa" y sentí una especie de liberación, algo como crecimiento. Después de todo, pensé, él y yo no leemos de la misma manera. Por ejemplo, entre El malogrado y El sobrino de Wittgenstein, de Bernhard, él prefiere el primero, por la estructura, y a mí me parece más árido, me hastía, y en cambio El sobrino de Wittgenstein tiene una luz, la amistad y la afinidad de esos dos personajes, la proximidad del fracaso y la locura, el entorno mediocre, su dificultad de encontrarse en el hospital, todo eso está siempre conmigo. A mí me gustan algunas novelas irregulares, no redondas. A él no. Para mí, es más importante que un libro me cambie la percepción, me haga pensar, se quede en mi cabeza. Para él, lo estructural y el lugar del libro en la historia de la literatura es más importante. Así que por fuerza, un día u otro teníamos que disentir también en lo mío.
* Tengo la sospecha de que por aquí, todo el mundo se ha vuelto sordo. Las sirenas suenan cada vez más estridentes en la calle, la gente habla por el móvil a gritos, o pone su i-pod a un volumen atronador en el metro, los coches tocan la bocina para todo, los autobuses y camiones y el propio metro emiten chirridos y estruendo incomparable... y nadie parece darse cuenta. Una vez conocí a un taxista que tenía un oído hipersenible. Enseguida me dijo que oía mi reloj de cuerda, y que se había mudado a La Floresta, donde el apareamiento nocturno de las ranas (una noche increíble de primavera) y el aullido de un perro lejano no le dejaban dormir. ¿Me estaré volviendo como él, o será que el resto de la población de este país disfruta del ruido?
Mientras, proyectos de libros, de conferencias, y tiempo que se escapa... y un extraño temblor en las pestañas, tan delicado como el aleteo de una mariposa.
Ah, quien quiera leer mi artículo sobre Vollmann que salió ayer en La Vanguardia Cultura/s, puede encontrarlo aquí.