Ayer G. me pidió ayuda con un trabajo de lengua castellana, donde tenía que redactar un texto sobre las relaciones del cine y la literatura. Lejos de proponer una estructura básica (o ninguna) para que desarrollase sus ideas, le obligaban a escribir su texto con una vertebración tan férrea y detalladamente burocrática como estúpida y sin sentido. Era como si el profesor hubiera deducido esa detalladísima estructura de un texto suyo y pretendiera aplicarla a todos los textos posibles (!). El problema era que, de seguirla, habría resultado un fracaso completo, un texto mortecino, ya que toda la viveza y el nervio de cualquier argumentación sincera habría desaparecido bajo esos mandatos puntillosos y la verdad del texto se habría esfumado, convirtiéndolo en pura y horrible burocracia. Eso sí, el profesor se permitía dar a sus múltiples apartados bellos nombres latinos, como exordio, o ponía sus títulos con la misma libertad osada que impedía en los pobres estudiantes: "Lluvia de ideas"...
Yo no iba a disimular ante G., nunca lo he hecho y ya es tarde para eso; no me creería. Sólo le animo a intentarlo pese a todo, frente a su tendencia a pasar y mandarlos al garete, le insisto en que siga, por él, no por esos profesores y programas, que muchas veces no lo merecen, sino por él.
Un amigo enseñante me aconsejó, cuando G. era pequeño: "No le digas lo que piensas, no desacredites la escuela", pero yo me acordaba del abuelo de Bernhard (aquel personaje anarquista que decía a su nieto que el mundo era un lugar horrible, que si no fuera por la escritura habría que suicidarse y que los peores de todos eran los maestros de escuela "ellos son estúpidos, tú eres mucho más inteligente y tienes que escribir") y le di a G. el libro donde lo contaba, porque pese a toda la negrura de la infancia bernhardiana, había algo maravilloso y era el hecho de que Bernhard se hubiera convertido en un escritor tan grande (contra todo). Y a G. le gustó.
Yo, que siempre había sido fan de la enseñanza y que guardo recuerdos intensos de los profesores que me abrieron puertas o me enseñaron algo sobre el mundo o la literatura o el pensamiento, pero también sobre mis recursos, no podía mentirle (como Natalia Ginzburg explica en Mai devi domandarmi), porque construí mi ética y mi relación con él de otra manera: naturalmente, no tenía por qué decirle "todo", pero sí darle respuestas verdaderas a sus preguntas, respuestas que él pudiera acoger. En aquella época tuve que ir a ver a su tutora del Instituto y comprobé su estupidez superlativa, su torpe ignorancia de oficinista y su desconocimiento indiferente de los chicos de la clase, su incapacidad para ordenar las palabras con sentido, y le dije a ella una frase que luego siempre repetía y que tal vez sirvió para que le reconociera algo a G. "No puede ser que a un chico inteligente, receptivo y con sentido del humor, que sabe y se interesa por lo que pasa en el mundo, que no hace faltas en ninguna lengua y sabe escribir con brillantez, que ha leído mucho más que la media, todo eso no le sirva de nada, que no se valore y que lo único importante sea si ha llenado una ficha según un protocolo... Y ya sé que tiene que trabajar más..."). Al volver a casa, G. me interrogó y vio mi expresión: "¿Qué te había dicho?", me dijo con tranquilo pesimismo. "Tú lo has visto. Es tonta..."
La mezcla de timidez, discreción (siempre oculto, mostrando sólo el lowest profile o asomando su insight sólo con filtros), inteligencia y cierto irónico desdén de G. le perjudicó mucho en la enseñanza. En cambio, en el Instituto Americano o en su estancia de un verano en Inglaterra, las notas y comentarios eran admirativos, todo "excellent", los profesores reconocían su ironía (algo que no se valora en la enseñanza aquí) y su humor, su receptividad, su imaginación (nunca aquí le habían hablado de esas cosas), su inteligencia, su curiosidad. Siempre le he dicho a G. que tal vez debiera irse a un país anglosajón, donde efectivamente valoran sus cualidades, pero de momento no me ha hecho ningún caso. Ni siquiera se ha decantado por la filología inglesa, pese a que es la única materia en la que siempre destacó.
Sólo dos veces tuvo un profesor local que valorase su mirada, sus talentos, que se fijara al leer sus entonces lacónicos pero inteligentes trabajos, pero por desgracia, esos dos se fueron pronto. Los demás eran indiferentes y sólo oían a los que gritaban. Y le colocaron en una clase sin esperanza, donde todo eran bandas de chicos violentos y desesperados, chicas con cruces gamadas en las mochilas, gente perdida que no se interesaba por nada que no fuera una supuesta vida exterior y las formas de adormecerse contra ella. Cuando al fin logré arrancarle de allí y llevarle a Súnion, era tarde en cierta manera, y aunque le sirvió, no tenía los hábitos de trabajo de los otros, y el centro tampoco era ya lo que había sido en sus orígenes. Pese a todo, vitalmente le funcionó y allí hizo sus mejores amigos. Pero al final, su tutor decidió suspenderle por vago. Cuando le dije al tutor que G. me había leído su treball de recerca y que mis alumnos de la Universidad no llegaban a ese nivel, él reconoció: "Es el mejor que me han entregado nunca" (cosa que asombró a G., porque el tutor no se lo había dicho antes, ni le había felicitado como merecía), y añadió que en filosofía era de los mejores, "pero el profesor puntúa muy bajo, un 4,75 suyo es un 7 para otros", y concluyó: "pero es un vago y hay gente en la clase mucho más limitada y sin recursos que logra pasar y a ellos hay que premiarles". Le obligaban a repetir el último curso por dos asignaturas -latín y literatura catalana (qué ironía para él)-, y G., decepcionado, no les perdonó ese castigo, y se fue a Unitec, donde le dejaron hacer las dos asignaturas sueltas y sí le valoraron.
Yo sabía que, si G. hubiera tenido siquiera mi suerte, si hubiera tenido algunos profesores vocacionales y de más nivel, lo habría pasado muy bien estudiando. Tuve la suerte de conectar con una chica asturiana, Lucía, que adoraba el latín: ella le daba unas clases particulares tan espléndidas que yo sentía tentaciones de unirme al escucharles. Y además de aprobar con notable, G. descubrió que le gustaba el latín ("Tenías razón", me dijo entonces, tarde, tras mucho tiempo de descreímiento).
Y entró en la Universidad, pero aún no se ha enganchado, y los métodos burocratizados bologneses, enemigos de la creatividad y el talento, no ayudan a que se produzca el milagro. Le falta tenacidad o fe, o se distrae con otras cosas, o se ocupa con su vida social y afectiva, qué sé yo. Y con todo, cuando le oigo argumentar o veo cómo aprende a manejarse con las escasas asignaturas por las que se ha interesado un poco, o le escucho hablar de casi cualquier cosa, veo su capacidad de comprender, de reconocer sus errores y ver los de los demás con una ecuanimidad que siempre me asombra, y pienso que es inteligente y que está lleno de talentos et je me raisonne y pienso que ese vaguerío tal vez sea su forma de darse tiempo o de buscar interiormente, y que algún día encontrará su manera de pasarlo bien aprendiendo, recuperará su pasión lectora, hará algo por sí mismo. Y me pido una paciencia que nunca he tenido.
Volviendo a la estela de lo de ayer, la sabia V. me vio agotada y perpleja y me dijo: "Siento encontrarte algo abatida por esa gente que se aprovecha de que estás ahí para echarte sus fantasmas como quien echa los perros... la mayoría de las veces no hablan de ti, ni de nada de lo que hayas dicho o escrito, sino de sus propias fobias, complejos, mentiras y excesos del yo... Pero tu última pregunta... yo también me la pongo, una especie de '¿qué es lo que debo de hacer ahora?' y no sé, no encuentro la respuesta ahí preparada... tal vez nos equivoquemos al formularla..." Y de nuevo V. me presta su savoir lakhaniano y multifacético y me aclara telefónicamente que mi escritura no es narcisista: a diferencia de la escritura de la ego psychology, que construye un yo fuerte a través del cual irradia todo, me dice, "tú no repites, no insistes en ese yo, no pretendes dibujar ese personaje, sino que hablas siempre de lo otro, vas hacia atrás, a la memoria, y tu yo es un yo abierto, que se interroga y se pierde en el otro, que intenta encontrarse..." Aunque precisa que cierto narcisismo es necesario para poderse relacionar con el otro, como es lógico. Intento reproducir aquí lo que me ha dicho, pero que me perdonen las imprecisiones los lacanianos:
Diría que Lacan habla que lo que hace salir de la relación especular-imaginaria con el otro (verte como reflejo del otro, reconocerte en el otro, pero también ver en el otro un reflejo tuyo, etc); es la palabra en la que uno intenta expresar su deseo. Según mi lectura, él dice algo como que esa palabra plena deseante que apunta a lo que se desea, no a lo que se es, permite esa desinserción de la relación especular con el otro, permitiéndole así, variar, completar y luego des-completar, oscilar, la imagen de su yo. “Se trata de que el sujeto constituya mediante resposiciones e identificaciones sucesivas, la historia de su yo”...
"Creo que para Lacan no hay identidad, sino identificaciones, por eso yo creo que la autoficción es necesaria, ineludible, no puede ser de otra manera, uno se intenta escribir sin ficción y no le saldrá nada, "la verdad", otra de las frases de Lacan, está estructurada como ficción.
Esa idea de que uno puede ser muchos (identificaciones) y no creerse un único (identidad) de sus personajes, sino saber que su ser ocurre entre ellos, en el paso de uno a otro. No quiere decir no saber quién se es, sino saber que se es en ese suceder…
Y también lo que te decía de que tú puedes decir que la calle Pelayo es una mierda y pasar por ella sin problema, disfrutar del paseo y entrar en una tienda a comprar algo. Porque no te identificas con lo que dices como si eso fuera una verdad que te definiera y excluyera todo lo demás…"
"Creo que para Lacan no hay identidad, sino identificaciones, por eso yo creo que la autoficción es necesaria, ineludible, no puede ser de otra manera, uno se intenta escribir sin ficción y no le saldrá nada, "la verdad", otra de las frases de Lacan, está estructurada como ficción.
Esa idea de que uno puede ser muchos (identificaciones) y no creerse un único (identidad) de sus personajes, sino saber que su ser ocurre entre ellos, en el paso de uno a otro. No quiere decir no saber quién se es, sino saber que se es en ese suceder…
Y también lo que te decía de que tú puedes decir que la calle Pelayo es una mierda y pasar por ella sin problema, disfrutar del paseo y entrar en una tienda a comprar algo. Porque no te identificas con lo que dices como si eso fuera una verdad que te definiera y excluyera todo lo demás…"
Así que respiro aliviada, con esa alegría que produce saber que la teoría apoya una intuición propia, un saber no sabido, como cuando supe por los expertos que el azufaifo de mi calle era un árbol especial a proteger.
Y al dorso de mi post de ayer, el misterioso J. sintetiza también las cosas, con ese brillo y precisión de sus comentarios, que debería hilar y encuadernar.
Pero acabo con un comentario sobre la estulticia de nuestro mundo, algo que me ha hecho reír. En uno de esos anuncios que mandan de un periódico (peaje de suscribirse al diario impreso del día, no de pago), ofrecen la búsqueda de la pareja ideal con "test de personalidad" y "servicio de atención Single Coach"... ¿Habrá incautos que se traguen esas zarandajas?
16 comentarios:
Difícil edad la adolescencia, es difícil que algún profesor haga interesarnos por algo, vamos avanzando cursos hasta la Universidad, que en muchas ocasiones no tenemos claro que queremos hacer (mi caso).
En los países nórdicos antes de la entrada en la Universidad los estudiantes tiene un año sabático (9 o 11 meses) para decidir que hacer con su vida, hace años estaba de moda que muchos de estos jóvenes postadolescentes pasasen dicho periodo desmadrándose en Australia, a su vuelta y tras el periodo orgiástico habían aprendido a ser adultos. Pero por desgracia nosotros no somos escandinavos.
Difícil edad, pero todo se agrava con la mala enseñanza. Ojalá fuéramos nórdicos precisamente en la enseñanza, o en el dinero que invierten en ella, o en la reflexión o la tradición. Ojalá aquí, en lugar de trazar planes huecos que siempre se imponen pese a sus absurdos y déficits, y que no resuelven nunca la escandalosa falta de inversión material, pusieran dinero y tomaran como modelo esos países donde la educación funciona y los estudiantes superan los niveles exigidos. Pero parece que sólo imitamos las cosas malas de todas partes y conservamos nuestro déficit de inversión económica como singularidad nuestra.
Valorar la imaginación, el sentido del humor, la curiosidad... Precisamente las cualidades que se encargaban de anular en el cole de curas donde fui a parar.
Ep i que els bombin!
También las monjas que me expulsaron se dedicaban exclusivamente a buscar el pecado, Nmp, pero luego encontré mentes maravillosas entre el profesorado de institituos y academias, gente que no podía hacer otra cosa con el franquismo, ni publicar... y ese personal asombroso ya no existe! La enseñanza es peor ahora y eso es lo grave. Sólo queda gente muy cansada, funcionarios oficinistas, los demás han volado...
I sí, gràcies, que els bombin! Ja no els faré més cas...
¡¡¡El misterioso J.!!! ¿Lo conozco?
En efecto, amigo J., ese eres tú
Lo sé, lo sé... además me gusta más el misterio de esa consonante desgarrada que la (mala) reputación de un perdedor algo impostado.
Tendré que tomarme en serio tus consejos sobre mis comentarios, aunque me parece que quedan mejor donde están, en tu jardín (que es donde de verdad tienen belleza y sentido). Me da que si los arranco de ahí se me van a marchitar, como margaritas en un vaso de agua.
Comparto tu visión de la escuela. En este país (qué poco me gusta empezar así) la lengua sólo es un arma política, no una herramienta del pensamiento. La generación E.S.O. florece con enormes deficiencias en expresión oral y escrita. Pensamiento débil el suyo, que no es que no tenga ideas, sino que no tiene "músculo" para pensar, pero como te dije ayer, el que esté libre de pecado...
Abrazo misterioso del perdedor J.
Todo es posible, querido J., pero yo sentía lo mismo con algunos mensajes míos de correo electrónico, que como decía mi amigo serbio en su castellano especial, "parresen la prrosa", si intentaba rehacerlos se me licuaban, desaparecían, hasta que d epronto dejó de pasar y se convirtieron (sólo algunos) en cuentos, incluso el título (Tú te habrías reído, por ejemplo) y el final estaban en el email espontáneo, luego retrabajado y crecido...
Hoy seré positivo, si no os importa.
Mi teoría es que para que en una persona capacitada se despierte la chispa vital que le impulsará a aprender, basta UN solo profesor brillante en toda su vida académica.
Por las manos de ese hipotético profesor habrán pasado cientos de estudiantes que están en las aulas por pura inercia, por que no tienen ni el más mínimo interés por nada relacionado con el conocimiento de ninguna clase.
Pero casi cada curso, entre las miradas apáticas de sus estudiantes verá una luz. En realidad la clase se hace para ellos dos solos, todo lo demás es un teatrillo.
Totalmente de acuerdo, Frks!!! Y además, lo digo empíricamente. Lo he comprobado desde los dos lados. Reencontré a un profesor que tuve un solo curso en el instituto por email treinta y fu años después y se acordaba de mí, y no me extraña, sé que daba la clase para dos, otro chico y yo. Y yo cada año tengo dos o tres alumnos en el posgrado que me recargan las pilas. Yo vivo y escribo y leo también gracias a dos o tres profesores que tuve a lo largo de la vida. Ellos me devolvieron algo con la mirada, por así decirlo, cierta fe en mis recursos...
A ver. Yo lo veo de este modo: Supongamos que soy un zoquete. No hay que suponer que soy profesor. De Latín. Supongamos que mi alumno X está lleno de cualidades y virtudes. Y además es cierto: ha leído mucho más que la media, es crítico con el sistema que le rodea, tiene ironía y sentido del humor. Y unos intereses vitales e intelectuales mucho más interesantes que el resto de sus compañeros. Pero al mismo tiempo, esto lo sitúa en un plano distinto, que le hace tomar arriesgadas decisiones personales: no está dispuesto a llevar una libreta de apuntes y de vocabulario, no tiene interés en memorizar las declinaciones y todo lo que ha leído sólo le ha sirve para mirar con cierto desdén su entorno. Esto es, no pasa por el aro. El aro que yo le pongo: tiene que cumplir también con tareas que son rutinarias en medios que no siempre van a ser tan excelentes como él. Y su modo de rebelarse es dedicarse a lo que parece que de verdad le gusta: hacer dibujitos, que ya no tienen la gracia de una afición o de una pasión. Son producto de su propio aburrimiento. Y yo sigo siendo un zoquete. Y me doy cuenta de mi mediocridad. O no. Y tan sólo soy un burócrata de la enseñanza. Vamos a suponerlo por un momento. Que es así. Muy parecido a la realidad, a lo que tú cuentas, Isabel, y a lo que a mí me está ocurriendo con un alumno, que además es hijo de un compañero. ¿Para qué sirve la desautorización de un profesor o de un sistema de enseñanza con más agujeros que un colador? ¿No es mejor hacerle comprender a ese tierno infante, o adolescente, que todas sus virtudes no son nada, si no sirven para hacerse cargo de que a lo largo de la vida va a encontrar personas que no van tener su mismo grado de excelencia, pero de cuyas incompetencias puede sacar enseñanzas? Porque a los profesores hay que echarles un vistazo irónico, sin duda, pero más allá, flaco favor. A nuestros jóvenes.
Ya comprendo que tal como lo expliqué, puedas interpretarlo así. Pero no se trataba de eso, ni yo estaba hablando de eso. Estaba hablando de profesores que ni se fijan ni saben qué nivel tienen los alumnos, ni nunca valoran lo que hacen bien. Un profesor, y perdona que te corrija porque también yo soy de la profesión, si es bueno, reconoce lo que un alumno hace bien y le señala lo que no hace o hace mal. Si no es capaz de valorar nada de lo bueno porque no lo ve. porque sólo ve la ficha y ni se fija ni le importa el buen nivel de un trabajo bien hecho, sino que sólo suma y divide, pues mal vamos. Eso aparte de unos apuntes escritos por el profesor que daban vergüenza, unos libros espantosos, un profesor que escribía con faltas, de que en mis esfuerzos por ayudarle, muchas veces tuve que decirle que olvidara lo que tenía y explicarle de nuevo y mejor cualquier cosa, La Edad Media o la anatomía, porque el nivel del material que le daban era mucho peor que en el franquismo y tan mal contado y tan aburrido que daba ganas de echarse a llorar. Literatura, por ejemplo, listado de nombres y obras y nada más. Yo le decía: lo peor es que muchos de estos autores te entusiasmarían, y le enseñé algunos, porque en clase nada de nada. Sólo ahora empieza a estudiar poetas anglosajones en la clase de inglés, en la universidad. No, lo siento, hombre de barro, yo fui maestra, yo tuve algunos profesores geniales en medio de una educación fatal, y aún tengo alumnos de posgrado. No es simplemente que G. no quisiera hacer sus deberes, es que el panorama era espantoso, el profesorado de una mediocridad alucinante, las clases, apuntes impresos y libros, una vergüenza, y las bajas del profesorado diarias, había profesores que ni pisaban el centro, y ninguna sustitución, otros de baja por depresión, en fin...
Lo que quería decir, HdeB, es que ¿tú puntúas igual un ejercicio bien escrito, bien elaborado y de nivel alto que uno lleno de faltas y de nivel justito, que no sabe elaborar o formular sus frases? ¿Y haces que tus alumnos hagan exposées en clase como los franceses todas las semanas, para que aprendan a exponer sus ideas? Yo sólo me quejo de que se puntuara lo mismo en los dos ejercicios antes descreitos, de que casi nunca les hicieran hablar ante la clase, preparar un tema, de que nadie le reconociera a G. sus méritos, salvo en la enseñanza anglosajona, de forma que, unido eso a la mediocridad de esos profesores zafios que daban clases sin brillo ni pasión por su materia, con hastío y mirando la hora, él se acabó desentendiendo y apartando... Y que las pocas veces que tuvo un profesor algo más decente conectó enseguida, lástima que esos dos profesores se fueron al extrarradio, a centros llenos de inmigrantes donde la vocación aún contaba y los profesores reunidos allí eran gente aún vibrante y luchadora, no funcionarios oficinistas de la escuela.
Cuando di las primeras clases universitarias (temáticas, de literatura, en la UIC), me dijeron: Son 30, pero vendran 15. La clase no bajaba de 28 o 29. ¿Qué les das? me preguntaba el profesor que me contrataba y quiso quedarse a algunas. Yo sólo transmitía mi pasión por la materia, nada más. Aquellos estudiantes no sabían nada, pero estaban llenos de curiosidad y de sueños.
Tendría yo unos cinco o seis años cuando la 'senyoreta Ma Eugènia' nos propuso un dictado. Sentado en mi pulpitre junto a mi goma y mi lápiz, no se por qué, se me ocurrió la original idea de empezar a escribir por el final de la hoja. A medida que iba subiendo por ella linea a linea crecía en mi la emoción de estar realizando algo realmente original. Sentía que la 'senyoreta Ma Eugènia' estaría muy orgullosa de mi.
Cuando en la mitad del dictado la 'seño' llego a mi altura, se paro ante mi. Yo, excitado, le dediqué una gran sonrisa ante la cual y sin mediar palabra estampó sus cinco dedos contra mi tierno moflete. Toda mi vida he recordado ese día sin entender la reacción de mi profesora.
Solo hoy, 35 años después y al escribir estas lineas, comprendo que mi sonrisa de satisfacción al realizar algo realmente original, fue confundida por una sonrisa burlona como las que me dedican mis hijas al desobedecer una orden que saben han de cumplir.
Gracias Isabel por ayudarme a comprender.
Pobre Treehugger! Yo lo escribí aquí, un niño genial que yo cuidaba volvió un día con un dibujo precioso, magnífico, una guerra que parecía digna de El Bosco. Al lado había una anotación en rojo, estropeando la obra: Molt malament, decía. Has perdut el temps!
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