domingo, 27 de septiembre de 2009

Vuelta de Lozères

Foto: I.N., Giuseppe junto a un haya (?) en Florac, Francia, 2009
He vuelto de unos días en una atmósfera frondosa en el país vecino, envuelta en belleza y entorno protegido, en el Parc National de Cévennes, la región con menor densidad de población de Francia, invitada a una casa en un pueblecito donde también se refugia gente de distintas partes del mundo. Casas de piedra restauradas con naturalidad, montañas escultóricas, naturaleza silenciosa y pájaros, todo lo opuesto de aquí.
Allí he leído gozosamente para mis conferencias de octubre (para el posgrado de traducción literaria de la UPF), he paseado y conversado con mi hospitalario amigo e intercambiado información con un amigo de mi amigo, ex ombudsman londinense -un cargo que en UK es independiente y con poder, no como aquí, y que puede realmente corregir abusos, injusticias, demoras en el cumplimiento de promesas, puede investigar y denunciar-, y he soñado con otras vidas, he fotografiado a los múltiples gatos que merodean por el pueblo, he probado los quesos deliciosos de allí y contemplado los árboles maravillosos que allí crecen a sus anchas, protegidos y sin las amenazas y constricciones de aquí.
Allí no he visto en ningún lugar un solo papel o plástico en el suelo, y por cierto, en las tiendas y supermercados ya no dan ni venden bolsas de plástico, hay que llevarse un capazo o reciclar bolsas propias. Y en un pueblo de mil o dos mil habitantes hay por supuesto productos biológicos en el supermercado, además de tiendas especializadas. Los precios son también mejores que aquí.
Al volver he sabido que nuestro gobierno ha decidido castigar con una fuerte subida de impuestos a la amplia clase media baja y ahorrar sufrimientos a las grandes fortunas. No les basta con imponernos los precios más caros de Europa (en la fruta y la verdura, en el teléfono fijo y móvil, en la conexión a Internet, por poner algún ejemplo), tienen que seguir asfixiando a la gente de este país mientras favorecen a los banqueros y a las grandes fortunas. Se llaman socialistas y se atreven a hacer una política bastante más derechista que la de Angela Merkel. Venía leyendo en Le Monde que en los últimos años "Alemania ha invertido en enseñanza superior e investigación y ha dedicado un porcentaje del 2,6 del PIB en investigación y desarrollo (frente al 2,2 en Francia), y ha promovido los sectores del futuro, una estrategia que le ha permitido orientarse hacia una 'economía verde', ya en cabeza de los productores de energía eólica y solar fotovoltaica." El artículo concluye que Alemania se mueve en todos los dominios y que Francia debe ponerse las pilas, "por amistad y por interés". (Aunque antes advierte del peaje de esa otra cara más despiadada del crecimiento económico alemán, pues las regulaciones del mercado de trabajo efectuadas en estos años en ese país han abaratado la mano de obra, empobrecido a la clase media y lanzado a muchos a cruzar el umbral de la pobreza, y la diferencia con la realidad social francesa es notoria. Son esas medidas que por desgracia reclaman muchos aquí, también desde el PSOE, y con un sistema de protección social mucho peor que el germánico, sin industria comparable, sin contención de precios básicos, etc. Aquí sólo se copia lo malo, sin duda. Lean en Polis)
Mientras, en nuestro país, Zp reduce el presupuesto de investigación, reduce el presupuesto de educación, que ya es el más bajo de Europa por estudiante, e invierte sólo y exclusivamente en la construcción, desiste de ponerle límites a la destrucción del paisaje y el medio ambiente, renuncia a la tímida ley que empezaba a proteger la costa del horror constructivo, fomenta el uso del automóvil (mientras en Le Monde se habla de reducir el uso del automóvil, de prohibirlo en ciertos días, de reducir el gasto eléctrico, de iluminar menos las ciudades), elimina los grandes aparcamientos disuasorios a la entrada de algunas ciudades y emprende en muchas otras ciudades una gran tala de árboles, como está ocurriendo en Barcelona. En la dirección opuesta a las necesidades económicas y medioambientales del país. Cómo se aprovechan de la pasividad conformista que creó aquí el franquismo. No es extraño que no hayan querido juzgar ni castigar a los culpables de tantas atrocidades. Ni ayudar a quienes pedían exhumar a sus muertos. Ni que entierren las marcas de la historia e intenten convertir nuestras ciudades en centros comerciales. Que construyesen el edificio del Fòrum sobre el mismo lugar donde tantos republicanos fueron fusilados sólo por sus ideas. Un lugar que en cualquier país democrático habría sido un gran memorial a respetar. Las cosas nunca han cambiado realmente en este país.
Qué agradable ha sido saltarme los periódicos españoles estos días.
Volver significa encarar lo pendiente. El 6 de octubre a las 19h daré una conferencia balcánica en la Biblioteca Francesca Bonnemaison. Tal vez otra presentación balcánica en otra ciudad, que aún no se ha concretado. Después vendrán las conferencias del posgrado.
En Los mil y un libros hablan generosamente de La plaza del azufaifo. Mi contador GoStats me dice que la semana pasada he tenido Visitors: 3097, o sea 442 visitantes al día. ¡Gracias por venir, lectores invisibles!
Hoy, al cruzar ese puente de Millau, de Forster, observaba el extraño efecto óptico que produce el brillo de la barandilla al cruzar, de forma que nos parece estar frente a una inmensa playa, con esa luminosidad que sólo tiene el mar, y sentía nostalgia de mi novela, también al pasar por La Jonquera, por Figueres, los escenarios de mi historia me llamaban tirándome metafóricamente de la manga: "¡escríbenos!", decían. Y sí, en medio de esos momentos asomándome a las ventanas de las conferencias, espero volver a la escritura, aunque sea renqueando.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Hoy

Foto: Guillermo Aguirre, Gilda con su fulard y su melancolía de tigresa, septiembre 2009.
Me he levantado con el mismo constipado, que parece adherido a mí como aquel duende de la pesadilla del que hablaba Borges en Siete Noches (leí ese libro hace muchísimos años y nunca lo he olvidado) aferrado a la espalda o sentado a los pies de la cama de la doncella, y por cierto que he tenido uno de esos sueños increíbles en los que unas cosas se van transformando en otras rápidamente, sin problemas de racord, tenía una trifulca con alguien del pasado, luego él me pedía que rellenara unos formularios para recoger un paquete suyo y estábamos en el bar de abajo, que al mirarlo bien era una oficina antigua, y el funcionario llevaba aquellas medias mangas blancas sobre las suyas y yo intentaba firmar con el bolígrafo que me dejaba ese alguien del pasado, pero su bolígrafo sólo dejaba firmar con su nombre, así que sacaba uno de mi bolso (yo nunca uso bolígrafo), pero aún así me salían líneas continuas, ese alguien del pasado me regañaba tanto que furiosa, me iba a mi casa dejándole plantado. Mi casa estaba au rez de chaussée, y al entrar veía un desorden terrible y la cama deshecha y las sábanas muy arrugadas, pero enfrente estaban los ascensores! Y yo pensaba: "Es una mala cosa que todo el mundo tenga que pasar por mi habitación", veía que había alguien entrando en el ascensor... Pero al fijarme bien (me encanta cómo en los sueños me veo observando decorados que no conozco y que según los mire son una u otra cosa, aunque los decorados sean supuestamente el lugar donde vivo), el supuesto ascensor era un armario mío y dentro se escondía un ladrón. Y yo le sujetaba y le pedía a J. que llamase a la policía, pero J. sólo llamaba en broma, pedía por Tráfico y le soltaba riéndose y yo en vano le gritaba: ¡Espera, espera a ver si se ha llevado algo! Y mientras me preguntaba dónde habría dejado algo valioso, un bolso con dinero, veía imágenes de otra mujer, morena y vestida estilo sixties, que descubría con tristeza cómo le habían robado (en mi mismo armario del sueño, con sus espejos) todos sus collares de perlas. Pero no era yo... (Para mí es bastante obvia una parte del significado del sueño.)
Más tarde he tenido un interesante intercambio telefónico sans regrets sobre ese pasado de siempre, hablábamos de por qué se estropeó todo y del famoso reparto de responsabilidades -creo que yo ya sé bien cuáles son las mías, del ser quejumbroso fui, sintiéndome siempre culpable de todo lo que ocurría en el mundo-, y algo sé de las de los otros... Y aunque ha sido interruptus, como siempre también (¡ya podemos resolver esos temas en cinco minutos!), luego me ha llegado un sms de mi interlocutor diciéndome: Quizás sí... que tengas razón, y me ha hecho sonreír.
Hoy era el funeral de Toni López. Todo el mundo editorial estará allí y yo he estado también, en espíritu. Hoy me han publicado un gran artículo en La Vanguardia sobre Los demonios de Von Doderer. Léanlo aquí. Una página entera hace ilusión. En alguna parte leí que alguna gente engorda porque necesita ocupar más espacio. Otros preferimos otra clase de espacio... Ayer leí una entrada muy triste de Assouline sobre esa gran mayoría de escritores que publican sin pena ni gloria ("Invisibles et inaudibles") y cuyos libros son devueltos rápidamente; no me gustó, aunque todo fuese sabido, no me gustó algo (y no me refiero sólo a ser yo uno de esos invisibles e inaudibles, célà va de soi... pour le moment a pesar de que mi contador me dice que en la última semana me han leído 430 lectores al día, pas mal para ser inaudible, aunque eso no sirva para pagar facturas en mi país), tal vez el tono burlón pero no lo bastante crítico, escrito desde la comodidad del éxito. Tal vez me equivoque.
Ayer una paloma ciega chocó contra mi ventana, volvió a chocar contra la barandilla de la terracita sur, ante la mirada atónita y quieta de la gata Gilda, y luego salió volando torpemente y yo me quedé pensando en aquellos cuentos donde las visitas de animales se interpretaban como designios (Por qué se rió el pez). Luego acabé otra reseña sobre una escritora americana expatriada. Mañana me voy -con mi constipado, hélàs, aunque creo que algo está cambiando también en ese aspecto- a un pueblo de Francia, en las montañas. Mi amigo Giuseppe tiene una casa allí y espero que durante el viaje en coche me contará su viaje a la India, y un viaje dentro de otro viaje, como él mismo anticipó. He recibido un libro agotado que me hace mucha ilusión y que me siento tentada de llevarme conmigo. Aquí quedará G. con Gilda (dice A. que Gilda se parece a mí en los ojos...!). A la vuelta tendré que trabajar con cierto frenesí, y tal vez ya tendré fecha de salida de mis cuentos...

martes, 22 de septiembre de 2009

Incertidumbres

Foto: I.N., Parc del Laberint d'Horta, 2009
Anoche fui a ver el Anticristo de Lars Von Trier. Pensé que tal vez me ayudase a pensar, a salir de cierto ensimismamiento con una sacudida o que por lo menos me quitase el constipado.
Me gustaban mucho las imágenes -a veces me recordaba a Bill Viola, no sólo a Tarkovsky- y no sólo esa mirada a la naturaleza implacable y desconfiada, sino la fisicidad de sus protagonistas (tengo debilidad por esos dos actores, aunque sean de Hollywood, pero además hay algo de verdad en esa sexualidad sin imposturas y hay una belleza desnuda y táctil en la mezcla de voracidad salvaje, compasión, acercamiento y distancia), la textura de la casa, el suelo del lavabo, el tacto de todo, el agua, la forma de contar el rompimiento, el dolor de la pérdida, la locura. No me gustaban en cambio, por impostadas y más endebles, las imágenes de los sueños.
Luego ya vi -nos salimos 15 minutos antes del final- que adonde iba no podía yo seguirle; mutilaciones y automutilaciones; no por la furia misógina que siempre está en él y que al menos muestra con cierta honestidad, sino por la parte de las vísceras.
Me preguntaba si ese terapeuta equivocado, antipsicoanalítico, su punto de vista zote (y tan dominante en estos tiempos de ignorancia) que consiste en obligar al paciente a enfrentarse al miedo concreto como si eso fuera lo importante, luchar contra el síntoma (y claro, generar el efecto contrario, como suele ocurrir, dramáticamente), era acrítico, si realmente Von Trier utilizaba a propósito ese simplismo new age o cognitivoconductual tan erróneo, si él comprende o ignora que ese miedo protege (como sugería V) y que ese síntoma ayuda a resolver y a descifrar algo.
No se me quitó este constipado, que es como una plaga. Me quedan las imágenes. Este Lars Von Trier es un tramposo honrado, diría yo, por un lado usa todos sus trucos con brillantez, por otro muestra, se expone, desnuda su parte infantil y sus patologías sin hipocresía, y yo acabo casi preocupándome por él.
A mí sí me gustaron Dogville, Manderlay y El jefe de todo eso, al contrario de lo que se lee por ahí. Me gustan con ciertas reservas, como la molesta Breaking the Waves, que tardé en ver, pero hasta ahora me ha interesado seguirle, observar lo que intenta mostrar, esa verdad de su mentira. He visto que Von Trier provoca auténtica furia en muchos, a mí me remueve, suele interesarme. No creo que ésta sea su mejor película como sugiere Molina Foix, ni tampoco una provocación barata, como dice Boyero. Empieza muy bien, cuenta bien lo de que la sexualidad pueda ser cruda o salvaje (lo dijo Nagisha Oshima hace mucho tiempo, pero este estilo es brillante: descarnado y muy físico, cercano) y asociarse a la muerte, sabe cómo contar su dolor, su pérdida, su resentimiento contra su madre (¿psicótica? se preguntó V.), el miedo a la locura, su terror solitario, pero esa brutalidad física minuciosa y casi medieval, inquisitorial y detallada no le hacía falta (como han mostrado otros), podría haber contado la historia de otra manera, haberlo reducido... Entiendo su contradicción respecto al porno (dice en una entrevista que le molestan las películas porno y también dice que es necesario hacer pornografía y que ha producido porno dirigido por mujeres), hay una interrogación ahí... Dice Molina Foix que ahí es donde ha filmado con mayor libertad y desbordamiento... Pues bien, creo que un poco más de contención le habría venido mejor para mostrar, que basta con una metáfora más sutil. Y además, ahí donde nos lleva yo no puedo seguirle. Eso sí, junto con la última carnicería me perdí ese epílogo epifánico de luz del que he leído esta mañana.
Escribo todo esto a toda prisa y con los niños del colegio de al lado llorando su concierto de septiembre.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Desaparición

Foto: Jose Aguirre. Ésa era yo en esa época, hace 21 años (debería poner una foto del editor desaparecido, pero no encuentro ninguna de la época, las pondrán mañana en la prensa y esa mirada mía melancólica del pasado me sirve para expresar lo que siento)
Lo he visto en el blog de Fernando Valls, cuando aún no había salido en ningún periódico y me ha impresionado. Ha muerto el editor Antonio López de Lamadrid, Toni López. Sabía que estaba enfermo, pero resistió mucho y la noticia me ha sobresaltado.
Mi relación con Tusquets es ya antigua, hace 21-22 años (el segundo año yo esperaba a G., que ahora ha cumplido 21) fui secretaria del Jurado del Premio La Sonrisa Vertical. Fue un trabajo estupendo y toda una experiencia, tanto por la relación excéntrica e imprevisible con Luis García Berlanga, que presidía el jurado, como por todas aquellas mañanas en Tusquets, que entonces estaba en la calle Iradier y era un sitio precioso, y el trato. Toni López era un hombre educado y encantador. Él fue quien me explicó mi función en la selección, que tenía sus entresijos, por la idiosincrasia de Luis G-B. Entonces estaban también allí, como editores de distintas colecciones, Claudio López de Lamadrid e Ignacio Echevarría, y Miriam Tey se dedicaba a la prensa.
Recuerdo además lo intimidada que estaba yo de hablar con alguien como Jaime Gil de Biedma, y la primera noche que le llamé, tartamudeé torpemente mientras que él bromeaba con descaro y elogiaba el último libro de Sánchez Ferlosio. Juan García Hortelano fue muy acogedor. Estuve en su casa en Madrid, con aquella biblioteca suya y le conté mis problemas de escritura. Recuerdo un encuentro con Luis G. Berlanga en Somosaguas, vestido como un personaje de La escopeta nacional, acompañándole a comprar un repollo, porque no estaba seguro de reconocerlo. También estaban Fernando Fernán Gómez, Ricardo Muñoz Suay (por él estaba yo allí, gracias a él), Juan Marsé, Jaime Gil (que contaba historias mejor que nadie), Beatriz y Toni. Recuerdo la reunión final en casa de Toni, que era otro lugar precioso, con la comida de La Balsa y las historias que contaban y lo divertido que fue todo. Y el año anterior, la reunión en casa de Beatriz y la comida en el Azulete. Había un candidato que todos los años presentaba una novela de sexo y tauromaquia, que inspiraba a Marsé para un personaje suyo. Recuerdo un extraño consejo que me dio Marsé; muchos años después comprobé que me había olvidado a mí y tampoco recordaba el consejo que me dio. Fueron dos años seguidos y lo pasé muy bien con ellos. El premio era legítimo, se discutía allí y nadie imponía nada. Durante años pensé que les llevaría mis escritos a Jaime Gil y a Juan García Hortelano, pero no pudo ser. También murió Ricardo, que había sido para mí una especie de padre editorial.
De Toni López me queda el recuerdo de alguien muy educado, en el sentido de consideración con los otros, con humor y encantador. Para mí, con él desaparece también un pedazo de mi historia.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Islas de pensamiento

Foto: Lisette Model; Las Vegas, on the bar, c. 1949 (No he podido resistir la tentación de poner esta foto de LM, invitación a la exposición en Mapfre Madrid, por esa mujer que en la barra de un bar mira ailleurs, elsewhere; ¿por qué no tenemos en castellano una sola palabra para decir "a otra parte"? Mira con un interés distante, una sonrisa elíptica, cierta desesperación social, ensimismamiento cansado y energético a la vez, es un retrato espléndido, en un extremo de la barra pero dominándolo todo, con su traje tailleur tan 40-50's, su edad, su belleza algo desaliñada, su expresión y sobre todo, ese instante)
Ahora que su primo Enrique ya no escribe en El País los domingos, me ha consolado el artículo de Joan de Sagarra de hoy, "Se me terminó la pimienta", su mirada urbana me resulta curiosamente afín, la mezcla de humor, rabia y estupefacción, nostalgia, élan vital, graciosa dosificación de seny i rauxa, literatura y humo...
Me he levantado con el mismo constipado que no se va, he comprobado que los canales Arte tv y Euronews siguen desaparecidos (en CSD me dicen que esos canales estaban ahí sólo por azar y ellos no pueden garantizarlos; si no reaparecen, me daré de baja) y tengo que consolarme con esa TV5 Monde de la que despotricaba Houellebecq (el sonido de la lengua francesa me tranquiliza, incluso los deportes suenan mejor en francés), donde hablaban desde Canadá de lo antisostenible de consumir agua embotellada. También he tenido un breve intercambio intempestivo con alguien, el mismo que me ha recomendado el artículo de Sagarra, y que luego ha rellamado con su alegre socarronería. Si sabemos quién puede y quién no puede escuchar ciertas cosas, ¿por qué nos empeñamos en decírselas?, me preguntaba luego, mientras me servía el lung ching. Yo sólo hablo para escucharme y escuchar a los otros, para encontrar respuestas posibles, dando vueltas a sus comentarios y a los míos, pero a veces la manera de pensar de uno enerva a otro y en esos casos no se puede seguir, sólo esperar a que las horas resitúen las cosas y el pensamiento.
Ayer acabé y entregué mis textos recién escritos. AC me ha autorizado, así que he traducido la pieza rabiosa, apasionada e irónica que hice en catalán para el aniversario de Cafè Central y la he puesto aquí, en mi blog de artículos. A la poeta M (a quien siempre que puedo consulto mis dudas de esa lengua) le gustó, me felicitó [com afines, que bé que escrius, aquí el conte (perquè és un conte) s’acosta a la poesia!]. Antes le estuve leyendo a V fragmentos de mi dubitativa novela, con su carga de interrogantes. V también me animaba en un email más tarde [una fuerza valiente y tenaz de lo que me has leído de la novela, esa fuerza es la que una vez deja su poso en el que te lee, o te escucha, hace que el Hamlet que hay en cada uno de nosotros decida apostar por la vida, por ser, ésa es la cuestión... Tu fuerza es precisamente esa definición ostensiva de Wittgenstein, lo que no se puede decir, uno puede mostrarlo... Tal vez por ahí encuentres un equilibrio para tu primer capítulo también, pero no te debes preocupar, porque tú eres así, es tu naturaleza, no sólo dices cosas, es cómo las dices, dónde te sitúas, desde dónde hablas a los demás y con qué necesidad o pasión, así que lo encontrarás, tu camino que es tan tuyo y no tienes que envidiarle a nadie...] También leyó mi artículo sobre traducción, que saldrá en una publicación de la Universidad de Valladolid, y dijo: es muy vital y apasionado y respira sabiduría literaria, y escucha, muchas escuchas del otro (en términos psicoanalíticos)...
Lo cierto es que los que escribimos a ciegas, los que experimentamos ese extravío del que hablaba Barthes al acabar, en que no sabemos qué hemos hecho, vamos persiguiendo (como al snark carrolliano) literalmente a nuestros interlocutores, de los que hablaba Natalia Ginzburg, sabiendo que cada interlocutor elegido tiene una escucha particular, estructural, culta y comparativa, contextual y mundana o realista, enfocada a la recepción, más despiadada o generosa, más o menos entusiasta, o casi simplemente intuitiva, abstracta y fonética como es para mí G., a quien tengo que suplicar en casos de emergencia, porque siempre tiene prisa, esa prisa de redes sociales y afectivas de su tiempo, pero que luego escucha muy bien y siempre dice algo bien dicho. (Por cierto que ya no puedo cargar fotos en mi página de flickr y las instrucciones que me mandan para solucionar el problema son jeroglíficas. ¿Por qué todo es tan difícil?).
Y el delirio sigue, no sólo en la política -donde el latrocinio y la corrupción crecen (sorprende la moderación de los coros del Orfeó, que ni siquiera secundaban, según la Vanguardia, los gritos contra el gran estafador, aunque a ellos les pagaban miserablemente) mientras a los ciudadanos nos sustraen aún más (yo no sé cómo la gente no sale a la calle, me decía T. hace un rato, y yo me pregunto si a falta de partidos decentes y de organizaciones sociales, no acabaremos con oleadas de violencia ciega y arbitraria) y la ministra se atreve a comparar sus perversas medidas (ahogar más a los empobrecidos ciudadanos, seguir ayudando a los estafadores) con un país que hace justamente lo contrario, Finlandia baja los impuestos a los sectores sociales más necesitados y sólo los sube para el lujo-, en esas basuras que los vándalos siguen sembrando en las aceras de mi calle todos los días, y en el jardín del azufaifo, con ejercicios de lanzamiento acrobático y esfuerzos de destrucción que nunca comprenderé, sino partout: en facebook hoy me invitaban a un grupo de abstinencia, qué absurdo, como si los rituales de hedonismo o abstinencia tuvieran que hacerse también en grupo, como orgías represivas, ¿en qué piensa la gente?, y prometían un regalo, como esas propagandas en que regalaban un "valioso pendentif" si asistías a una conferencia espantosa.
Y al menos, después de quedarme anoche trabajando un poco en esa novela mía cargada de dudas siento que puedo seguir ahí con mis figuritas de barro, aunque siga preguntándome por qué escribo eso, por qué necesito escribir una novela con ese material, no sé siquiera si prosperaré en ella, pero en fin, es un campo donde plantar, por qué no, me digo, y por otra parte, ¿a quién le importa la infancia? Según mi amiga de Poisonville, sólo a los del signo de cáncer. Por cierto que ayer me aconsejó buscar Le signe du Lion, de Eric Rohmer y la encargué por ahí, y más tarde, un mensaje de un amigo que acababa de reconocerse en Ma nuit chez Maud, acrecentó mi nostalgia rohmeriana, y es que su mundo es casi medicinal para mí en este momento, remedio homeopático para mi inquietud y mis fuegos internos.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Poco a poco

Foto: I.N. Parc del Laberint d'Horta, 2009
Mis ruedecillas internas empiezan a moverse, aun con Mercurio retrogradando. Esta mañana he empezado a tomar iniciativas y la acción siempre me anima, aunque los resultados sean desiguales.
Por la tarde he ido a buscar mi té Lung Ching, que se estaba acabando. Llovía y la vendedora italiana ha dicho que apetecía quedarse en la ciudad tomando té. ¿Por qué no seré yo como esos personajes de Jane Austen, que pueden tomar té toda la tarde e incluso por la noche, para tranquilizarse cuando están distressed...? "Es porque estamos acostumbrados", dijo el pakistaní de la tienda de abajo, que también toma té con nocturnidad. He asomado la cabeza a la gran lata de Lung Ching para oler su frescura, como si estuviera en mi tienda favorita de tés de París. ¡París! Tengo una nostalgia absurda de todo, no sé muy bien en qué consiste. Si será la lluvia... Tal vez ni siquiera sea nostalgia, sino una sensación sin nombre, una urgencia de no sé qué imposible, de volver lejos de dónde, tal vez por la máquina del tiempo de H.G. Wells, que le leía a G. de pequeño, o aquel otro túnel del tiempo más patoso y yankie estereotipado de mi infancia televisiva. Es un deseo vago y múltiple de que ocurriera todo lo que necesito, de que se atendieran mis plegarias, de que durante un paréntesis de tiempo, digamos tres meses, se me concedieran algunos deseos importantes sin un peaje muy costoso. De que no fuera todo tan abrupto, sino deslizante y cuesta abajo. De encontrar una lámpara de aceite con un genio. No me atrevo a decir que pese a todo, no ha sido tan terrible como vaticinaba Jacques le fataliste porque su última llamada diciéndome que lo peor está por llegar aún me pesa. Tal vez sólo es que hoy me gustaría volver atrás y corregir algunas cosas equivocadas. O vivir en un lugar donde fueran posibles los milagros.
O al menos, de vivir en una ciudad donde no se destruyera sistemáticamente la belleza, una ciudad de gente más silenciosa, que no acuchillara los troncos de los árboles, ni les tirase basura, ni voceara a gritos su banalidad analfabeta, una ciudad que mostrara las marcas de la historia y no las ocultara bajo un inmenso centro comercial, una ciudad donde políticos y arquitectos respetaran el patrimonio, donde el dinero fuese a parar a la educación, a la investigación, a las nuevas empresas innovadoras, a la cultura, y no a abrir zanjas para sembrar más cemento. ¿Podré yo irme al menos, antes de ver completarse este horror? Sigo constipada y me he prohibido salir esta noche. Empiezo a preguntarme quién presentará mis cuentos. El hombre de la carroza de oro pasa sin detenerse, me dijo el I Ching hace muchos años, en un apuro, cuando le consulté sobre pedir ayuda material a mi padre, así que le llamé y le pedí una cantidad exacta y en esa única ocasión me la concedió. Tal vez debería consultar de nuevo.
Al volver a casa de un recado doméstico, he visto al azufaifo enseñoreándose, precioso y gigantesco, cargado de hojas y se me ha ocurrido mi pieza para participar humildemente en esa campaña pro acercanza (quijotesca, dice él, pero yo creo que algo quedará, al menos todos esos escritores seguirán utilizándola, se les quedará prendida) que hace Fernando Valls en su blog, con tan inspirados participantes, para revitalizar palabras olvidadas y en peligro de caer en desuso, como la bonita acercanza. Luego, camino del Lung Ching se me ha ocurrido el principio de lo que voy a escribir para el aniversario de Cafè Central, que aún está macerando en alguna galería de mi mente.
Y aquí lo dejo, que tengo mucho que leer y pensar...

jueves, 17 de septiembre de 2009

Mi libro de octubre

Foto: I.N., Gilda y su tendance à l'embonpoint, 2009
La publicación de mis cuentos me produce una mezcla de alegría e inquietud. Trabajar con material pseudobiográfico desconcierta, mucha gente no lo entiende y me habla como si se hubiera asomado por la ventana de mi casa, como si esto fuera uno de esos programas pesadillescos en que la gente vive en un escaparate, y eso siempre resulta molesto. Ya lo dije aquí hace tiempo, hablando de esos que leen y malentienden el blog, o esos que estuvieron en escenas inspiracionales de mis cuentos y que al leerlos corrigen sus recuerdos, o esos que dicen, con cierto rechazo: "qué valiente", quizás pensando "qué loca". Siempre vuelvo a la carta de Juan Ramón Jiménez a la amiga que pensaba escribir, porque su imagen de "será usted hocicada" me parece muy gráfica, y el resto, esa sensación de que cualquiera cree poder opinar.
He enviado al editor mis respuestas a las correcciones de las segundas pruebas, todo estaba muy bien: las suyas son correcciones delicadas, escasas y bien puestas, hasta he aceptado dos comas de las que no me gustan (pero sé que todo el mundo, menos García Márquez -y yo, claro está-, las defienden), así que me esperaré a encontrar más respaldo o a ser más reconocida para imponerme del todo en eso. Y también me siento protegida por la ironía de la portada que han hecho para mis cuentos, casi con valor para la presentación.
Estos días, leyendo traducciones de otros me pregunto por enésima vez si es que el pluscuamperfecto ha desaparecido o está en peligro de extinción, como en América Latina. Yo lo lamentaría muchísimo: el pluscuamperfecto añade precisión a los tiempos de la narración, y a mí casi me ofende esa reducción total al indefinido. Así, si la acción transcurre en el año 2000 y de pronto se habla de lo que le había ocurrido al mismo personaje antes, en su vida anterior al año 2000, por ejemplo en su adolescencia, o dos años atrás o un rato antes ("ya había salido cuando tú llamaste"), en castellano usábamos el pluscuamperfecto y decíamos "lo que había hecho entonces" y no lo que hizo. Parece que hay una conspiración para acabar con ese necesario tiempo verbal. Lo mismo que ya nadie sabe que en castellano habría que decir "volvió la cabeza" (y no ese horrible giró la cabeza que a mí me recuerda a las brujas de Eastwick, que, ellas sí, daban una vuelta de 180 grados con sus cabezas alrededor del eje del cuello) o "se volvió" (y no "se giró", que nunca había existido). Claro que otros imitan precisiones del inglés que no hacemos en castellano, dicen, por ejemplo: "Cuando el camarero hubo servido las copas", y en castellano casi sería mejor: "Cuando el camarero acabó de servir las copas..." O bien "El camarero sirvió las copas y después..." Y también hay algunos que, por influencia anglosajona, responden a la pregunta: "¿Le has llamado?" con un "No lo he hecho", cuando en castellano lo normal sería decir simplemente: "No". Igual que la fealdad y la destrucción se extienden por esta ciudad y este pobre país, también se extiende la mala educación y la mala escritura.
Hoy tengo la impresión de que ya he hablado de todo esto por aquí...
Ayer G. confirmó su popularidad social: recibió un millón de felicitaciones de todas partes, telefónicas, escritas, en persona y por facebook. Parecía contento. Para celebrarlo se cortó el pelo según esos cánones generacionales, pero a esa edad todo encaja. No pudimos acabarnos el banquete privado para celebrar sus 21 años.
He logrado acabar un artículo (groseramente; falta pulir), no sé cómo, me falta otro y decidir un curso, sigo semibloqueada a ratos, peligrosamente... En cambio, me he sumergido en una lectura que atrapa y que tengo que reseñar, una novela sólida de L. Sh. Yo siempre quise financiación para poder seguir leyendo, así que cuando puedo echarme en el sofá a leer por trabajo, me siento agradecida, aunque sea sólo por la pequeña justificación que mitiga mi sempiterna culpa... Por cierto que mi amiga americana no para de escribir short stories; ella dice que es culpa mía, que yo la inspiré (cuando tradujimos 5 de mis cuentos) y que la sigo inspirando, pero ella no se bloquea, no para, dice que sufre mucho si no escribe, como le ocurría antes con la pintura. Yo también sufro, pero no puedo evitar los bloqueos, y mi escritura siempre es como aquel consejo de Lenin: "Un paso adelante, dos para atrás", todo es interrumpido e incierto...
Esta mañana leía (ese libro es una mina) de la tumba de un escritor bartlebiano (al que que debería leer y aún no he leído), Emmanuel Bove, oculto en el panteón de su segunda esposa, pero admirado por Beckett, Handke, Wenders y Topor. Cuenta Noteboom que cuando un editor le pidió un currículum, contestó: "Lo que usted me pide es superior a mis fuerzas por múltiples motivos, el más importante de los cuales es una timidez que me impide hablar de mí mismo. Todo lo que pudiera decir parecería falso. Sólo mi fecha de nacimiento sería verdadera."
Los niños del colegio de al lado siguen llorando a rabiar, algunos lloran distraídamente, mirando a otra parte, pero otros sollozan con una desesperación tal que de nuevo siento el impulso de unirme a ellos con una batuta y dirigir el concierto, y llorar por la ciudad, por la injusticia, la corrupción, por la tala de árboles y la destrucción del paisaje, y también por mi incapacidad para financiarme, mis fracasos, mis bloqueos, y todo lo que no puedo decir aquí...

martes, 15 de septiembre de 2009

Esta noche

Foto: I.N, intervenida por Inés B., Conversación de patos en el Parc del Laberint d'Horta, 2009
Hago tiempo para la medianoche de G., que cumple 21 años. Muy cerca, Gilda duerme ovillada con su ratón y su foca de peluche: su cuerpo peludo se adapta a todo, siempre confortable. Bromeamos con que Gilda le regalará unas moscas y un ratón de peluche. Mis regalos están escondidos, esperando la hora señalada. "¿A qué hora tiene su cumpleaños?", me ha preguntado dos veces M, en su lenguaje misterioso. No sabía si se refería al cumpleaños astrológico o a una hipotética celebración. Siempre me pregunta por él y diga lo que diga yo, ella siempre le defiende. Me ha llamado una amiga de siempre, que vive aún cerca del Botánico en Madrid: hace años yo pasé largas temporadas en su casa y me reservaban una habitación preciosa, frente a los rescoldos de la chimenea.
Ha reaparecido un amigo lejano. He empezado a escribir al fin uno de los dos artículos que tengo pendientes. Leo otro novelón para reseñar, esta vez contemporáneo. Sigo con mi extraño resfriado a cuestas; espero pasar mejor noche que ayer. Por cierto que una escena de anoche se mezcló extrañamente con mis sueños o se onirizó tanto que parecía formar parte de ellos.
Murió Willi Ronis, fotógrafo rojo del París popular, fotógrafo humanista, él sí que era un memorioso. A los 99 años, viendo una foto suya podía recordar el momento en que la hizo y datarla. Assouline le homenajea tácitamente y linkea sus fotos con la entrevista de Le Monde. Dice que sus fotos se hacen signos entre sí, forman el tejido de su vida, componen su retrato. Vi una retrospectiva suya magnífica en Madrid, hace pocos años.
G. ha puesto una música brasileña. He estado buscando Bleak House para citar algo en mi artículo y me he vuelto a maravillar ante el principio. En esa escena dickensiana hay tanto barro que es como si se hubieran retirado las aguas, los perros son indistinguibles del barro, los caballos están cubiertos de él hasta las orejeras, el clima de noviembre es implacable, la gente entrechoca sus paraguas en una infección generalizada de mal humor e incluso los copos de nieve, oscurecidos por el hollín de las chimeneas, parecen guardar luto por la muerte del sol. Y el barro y la niebla componen la metáfora de la falta de transparencia de la justicia, la corrupción, la melancolía... Y el lenguaje está lleno de ecos metafóricos y aliteraciones, y el ritmo también se somete al mismo efecto poderoso, y lo encaja todo con ese humor suyo, y trata los sufrimientos de los niños (de su propia infancia) sin patetismo, con su poder literario... Bleak House y Great Expectations fueron mis preferidos en un tiempo especial para mí y los guardo en una lujosa suite de mi memoria, como decía mi amiga M.A.. Así que mientras escribo de traducción surgen mis temas y la novela que no escribo y tal vez todo sirva en esa marmita gigante e invisible, pienso...
Y mi artículo en La Vanguardia Cultura/s de hoy, sobre un libro magnífico de Álvaro de la Rica.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Sigue el concierto de niños llorando

Foto: Creo que la foto era mía, pero debió de retocarla Inés Batlló porque la hice con su teléfono y ella pinta; Parc del Laberint d'Horta, 2009
Ese concierto melancólico de sollozos del parvulario que cada septiembre recorre el mes de cabo a rabo. Para acompañarles, he vuelto a Philip Glass. Me gustaba imaginar la idea de coger un taxi neoyorkino conducido por él en sus tiempos de penurias o haber coincidido en una barra con Bolaño oficiando de camarero; algún admirador futuro debió de encontrarles sin saberlo (tal vez algún fan de Pedrito fuera atendido por él cuando trabajaba en la telefónica); yo sólo cogí ese taxi que ofrece en múltiples carteles, con letra y expresión dudosas, sus manuscritos literarios inéditos a quien quiera leerlos; también cogí dos veces otro taxi que en la era pre-prohibición, llevaba el coche literalmente forrado de carteles de "no fumar" y la primera vez no pude resistir preguntarle irónicamente si se podía; claro que también cogí otro que había sido domador de leones y proponía tratar a los etarras como a sus antiguas bestias cautivas; y a otro le sugerí que se uniera a los talibanes afganos porque tenía el mismo espíritu y la misma simpatía por las mujeres. Otro me insistió hasta la puerta de mi casa en que mi calle no existía, pero se negó a mirar la placa al pasar, para comprobarlo. En general, procuro evitar los taxis; te obligan a escuchar su radio a todo volumen y te someten a sus caprichos con o sin aire acondicionado, por un elevado precio, pero me he fijado que ahora empiezan a ser pakistaníes, lo cual tal vez cambie las costumbres. A uno le pregunté cómo había llegado y me contó que en la parte baja de un camión. Dijo que era asmático y que creyó que se moriría; de hecho algunos de los que se apretujaban con él no llegaron vivos. Le pregunté si era tan horrible allí como para sufrir ese horror y me dijo: "Usted no puede imaginar", la voz dibujaba lo indecible, y añadió que ahora que tenía papeles y su familia había venido, nunca volvería... Anteayer bajé a la tienda de los pakistaníes y el jefe estaba escuchando una música celestial. Le pregunté si era música o rezos y me dijo que eran plegarias del Ramadán, volvió la pantalla hacia mí y vi mujeres que cantaban en un templo; llevaban velos de colores claros, que no les ocultaban la cara ni parte del pelo. "¿Y usted sigue el Ramadán rodeado de comida?", le pregunté, y asintió sonriendo. Una vez, ese hombre guardó una rebeca mía favorita que creía perdida, durante meses, y cuando volví a entrar me dijo que esperase y la sacó de la trastienda. Yo, que sólo iba a por arroz basmati y té (y sin duda la rebeca se me había caído del brazo un día), ya no he dejado de ir. Él me dijo que lo que contaba Winterbottom en In this World sobre el paso ilegal de afganos y pakistaníes a Occidente, era verdad, sólo que además, si les pescaban y devolvían a su país, se suicidaban, porque no podían pagar la deuda inmensa del viaje.
Pero volviendo al medio de transporte (sin abandonar del todo la tristeza de este mundo), un antiguo amigo me decía que yo no escribía novelas como las que a él le gustaban, "novelas donde la gente coge taxis", dijo. Y ahora, mientras acabo la autobiografía de Bernhard, pienso que allí tampoco hay nadie que coja taxis, aunque su estilo es inimitable. Sé que hay una especie de Bernhard latinoamericano, pero no sé qué sentido tendría. Me parece que Cees Noteboom, en su espléndido libro de las tumbas, parece conocer sólo al Bernhard dramaturgo, que para mí (y para los expertos bernhardianos) no puede compararse con el novelista y memorialista, muchísimo más brillante y réussi. Leyendo esos horrores médicos y hospitalarios y los sufrimientos físicos y psicológicos de su infancia y adolescencia, queda sobre todo esa voluntad rebelde y férrea de sobrevivir, resistir y darse a conocer, como él decía, primero por la música y luego en la escritura, y ésa es la gran consolación. Y ese abuelo. Mi amigo serbio quería leer (y que se tradujera) la novela del abuelo de Bernhard; esa novela por lo visto es difícil, aunque obtuvo un premio nacional que nunca le dieron a Thomas Bernhard.
Ayer fuimos al Parc del Laberint; había una marabunta de gente y por suerte la lluvia acabó por expulsarlos. Vi una tortuga pequeña en el arroyo y la fotografiamos entre los peces naranjas. Yo recordaba una visita a ese parque cuando estaba cerrado al público, en una fiesta de preadolescentes, con un niño de Sarrià que tenía algo que ver con los propietarios. Recuerdo la excitación del laberinto verde (que ayer estaba algo desmochado y hippioso), no encontrar la salida e ir topando con un niño que me seguía y que me producía cierta tensión ambivalente. Recuerdo la impresión que ese jardín dejó en mí para siempre.
Ayer, huyendo del aguacero del parque, comimos en el jardín protegido de un restaurante y antigua masía cercana, oyendo llover a ratos deliciosamente, y acabamos en casa de la madre de I., viendo recuerdos de las casas maravillosas donde habían jugado y vivido. Fue extraño entrar en el salón antiguamente festivo y ceremonioso de esa casa y no ver la escalera de madera que me gustaba y que llevaba a mi terraza preferida y al rincón de la terraza donde las plantas se curaban de sus males y que ellas llamaban "el hospital". No era un hospital bernhardiano, sino verde y tal vez MenchuGutiérrez-like). Pero la parte de arriba se convirtió en dos apartamentos y alguien se llevó la preciosa escalera y la habrá puesto en otra casa. Recuerdo que la primera vez que entré, dije: "Qué casa tan bonita", y la madre de I., que tiene sus mismos ojos verdes misteriosos y algo rapaces, dijo: "¿Tú crees? Mucha madera..." Y es que ella de pequeña vivía en una especie de castillo de Moulinsart e iba al colegio en coche de caballos.
Tengo la garganta como si me la hubiese arañado un gato y temo caer con un gripazo en estos días tormentosos.
Los niños siguen llorando. La gata durmiendo. Las obras rugiendo (hasta que ha llegado la tormenta). Me cuesta salir a la calle y ver más fealdad. Me gustaría salir a una calle de París, como la que Eph pone en su blog. Una amiga de allí me pregunta cuándo iré. Yo no quiero vivir sin belleza ni árboles, no quiero seguir viendo cómo destruyen mi ciudad con obras y talas y derribos. ¿Pero cómo sobrevivir en otro lugar, si ni aquí está claro que lo consiga?

sábado, 12 de septiembre de 2009

Lo inesperado

Foto: I.N., Puertas al campo, Menorca, 2008.
Un amigo más culto que yo me avisó de que Magris había escrito sobre un autor que yo acababa de reseñar, no sin dudas, en el que él considera el mejor libro del autor triestino. Busqué L'anello di Clarisse, pero estaba agotado en italiano y en castellano (por cierto que en castellano costaba 10 euros y en la edición castellana 28 o 29; como la fruta, los móviles, internet y casi todo; pagamos más y nos conformamos). Tampoco lo encontré en esa red magnífica de libreros del mundo. Por el camino encontré una crítica muy libre de Letras Libres (seguramente mexicana, ¿por qué en este país los críticos casi nunca se sienten así de libres para objetar a los grandes, para deconstruirlos como proponía Derrida, señalando lo dogmático o los puntos flacos y valorando lo que sigue teniendo valor en los maestros? Ese doble rasero que hace a muchos ser implacables con los desconocidos y siempre sumisos y adoradores de los ya reconocidos hace nuestra crítica muchas veces aburrida y previsible). Me quedé con la curiosidad y hoy me ha alegrado saber, gracias a Guelbenzu, que Magris tenía la misma objeción que yo. Es más, renuncié a una frase interrogativa que resumía esa objeción suya. Pero de todo esto hablaré cuando salga mi artículo. Son esos pequeños prodigios inesperados que se nos dan... Y qué silencio maravilloso el de este sábado en que todos se han ido...
Anoche cené con mi editor de Cafè Central y la reina de la traducción (como la llama CHM); fue una cena muy agradable, según ellos ramadánica (o epicúrea, pues aunque nadie lo recuerde, los placeres de Epicuro se basaban en cierta sobriedad) en el sentido de que se dejaron contagiar de mi condición abstemia de estos días, tal vez solidariamente, y apenas probaron las trufas japonesas de sake y té verde, y antes tuvimos buen pescado y buena conversación, inspirada por su parte y locuaz por la mía, mientras el helicóptero recordaba la conmemoración de 1714. Y sin querer, ¡yo contagié a uno de ellos el virus de Pynchon! Pero fue culpa de la reina de la traducción, que me enseñó un libro recomendado por Assouline, de uno de esos traductores-escritores viriles, seguros y osados, que ella definía muy bien y que en Francia son además influyentes, el célebre Claro, traductor de Pynchon, Vollmann y otros autores de esa categoría. Yo siempre recuerdo el lúcido prólogo de Pynchon a la reedición norteamericana (hace unos años, en plena era bush) de 1984 de Orwell (hay un guiño que homenajea ese libro en uno de mis cuentos) y también sus apariciones en los Simpson, con su voz y dibujado con una bolsa en la cabeza, para seguir preservando su condición invisible, coherente con su prosa y con esa manera prodigiosa de controlar la locura en el terreno literario.
Ellos me contaron de su consolación provenzal, en ese país donde aún se cuidan los árboles y el entorno y se puede convivir entre mariposas, bosquecillos, luciérnagas y cielos estrellados. Y donde la gente no grita ni arroja las basuras al suelo, como ocurre en esta triste ciudad y en el pobre jardín del azufaifo. Donde los plátanos superan los doscientos años sin que ningún RF al servicio del ayuntamiento les condene a muerte. Vayan por cierto a Polis!
Mientras, yo sigo consolándome con Bernhard, descubriéndole más afín que nunca, lleno de ferocidad crítica pero también de ética y de lucidez melancólica sobre el mundo, sobre el sufrimiento, los hospitales y la ineptitud médica y la estupidez y la mediocridad ensalzada y el talento ahuyentado, pero siempre decidido a sobrevivir y a escribir, ocurra lo que ocurra.
Y he rescatado mi Manifiesto arbóreo, porque veo que la gente sigue firmando.
Ayer en la cena me decían que llevo una época imparable en producción literaria (en octubre los cuentos). También me lo dijo la belle Elaine hace dos días. Pero si fuera así, ¿por qué iba a sentirme tan culpable? ¿Por qué tan atemorizada de mi aparente parálisis, de los días que se me escapan sin apenas producir, de no lograr ningún cambio para mejor en mi inminente futuro material, sino todo lo contrario...? Ayer logré escribir un poco, poquísimo de mi novela, apenas tres cuartos de página dubitativa... Me acordé de Naipaul, que en Sir Vidia's Shadow decía: Llevo toda la mañana y sólo he logrado escribir una palabra... ¿Qué palabra? le preguntaba Theroux. "The..." era su sarcástica respuesta. Eso sí, tengo un título, no sé si un humilde working title o un título de verdad. Se lo he dicho a L. y lo ha encontrado "victoriano", lo cual para ella era un elogio, pero yo me he quedado preocupada de si estaría yo trasnochada como esos que copian ahora la atmósfera victoriana, sin heredar la capacidad que los mejores escritores victorianos tuvieron entonces para transformar la percepción de las cosas. Ella ha insistido que lo decía por lo poético. Lo seguiré testando...
El contador GoStats me trajo un cómputo de 386 lectores silenciosos al día en esta primera semana de septiembre. Aunque eso no baste en este país para que nadie contribuya a financiar ni pongan publicidad los editores ni ningún periódico me quiera acoger, hace ilusión que esos visitantes invisibles sigan concediendo un tiempo de lectura a mis soliloquios y me siento agradecida.
Pero esta noche, al final de mi sueño, que he olvidado, me tocaba una especie de lotería, una especie de premio, algo que me permitía concluir: "Ya no tendrás que angustiarte por el dinero". Y ese momento de alivio feliz me ha hecho sonreír al despertar; ¡al menos me lo conceden en sueños!

jueves, 10 de septiembre de 2009

Lo que despertamos en los otros

Foto: I.N., Detalle del Duomo en Palermo, julio 2009
Suelo ir a un establecimiento cuya recepcionista me detesta. Diría que desde el primer momento en que me vió, sintió una antipatía instintiva hacia mí. Por fortuna su poder no es mucho, más allá de atenderme con la máxima lentitud y mirarme con desagrado: siempre me sobresaltan esas dos llamas de puro odio ardiéndole en las pupilas. Yo no puedo saber (non possiamo saperlo) cuáles son sus razones, qué proyecta en mí, qué fantasea. Hay personas que nunca han aprendido a leer en ellas mismas, ni saben lo que es un análisis y de verdad lo ignoran todo de sus humores y ánimos y se dejan llevar por ellos sin el mínimo escrúpulo ético, y algunos incluso se vengan de sus frustraciones en otros que sólo representan o evocan simbólicamente algo.
Ya hablé aquí una vez de un librero que nunca quería vender mis libros y que, si tenía ejemplares, los ocultaba de tal modo que nadie pudiera encontrarlos por azar. Hay también supuestos amigos que resultan ser enemigos y nunca llegamos a saber por qué. Otros nos amaban mientras les parecíamos dignos de algún tipo de compasión, aunque fuese imaginaria, pero nos odian con ardor en cuanto creen que obtenemos algún éxito, aunque ese éxito sea pequeño, limitado, relativo o del todo imaginario. Como en la canción de Leonard Cohen, First we take Manhattan, then we take Berlin: You loved me as a loser / But now you're worried that I just might win / You know the way to stop me / But you don't have the discipline / How many nights I prayed for this: to let my work begin... Son gente que sufre por cada uno de esos supuestos éxitos ajenos. Sólo podrían vivir tranquilos si supieran que nadie consigue nada que ellos no multipliquen, y a veces ni aun así... Otros se sitúan en un fantaseado monte Olimpo y nos desdeñan como a una hormiga recién llegada y viva, incapaz de enseñarles ni mostrarles nada que no supieran ya, aunque fuese por ciencia infusa. Son aquellos que han ido a todas partes antes que nosotros, estaban allí, lo sabían, lo habían leído todo y sólo defienden a algunos que murieron hace tiempo y no pueden hacerles sombra. Pero no gustar a todos es un peaje justo de la diversidad. Incluso las antipatías viscerales y automáticas lo son. Todos sentimos que conectamos o no con gente que vemos por primera vez. Algunos nunca nos querrán y así hay que aceptarlo. Otros casi mejor que no nos quieran. Intentar ser justo es la obsesión de algunos, poder ser generoso es prerrogativa de unos pocos. Y esas dos capacidades son fuente de una rara felicidad o de una sensación libre para quien las tiene. Como decía una canción, "Uno sólo tiene aquello que da." Yo me alegro de que incluso hormigas y mosquitos (como yo, que me siento tantas veces hormiga o cigarra, según el día) puedan hacerme descubrir algo, inesperadamente, y de poder decirlo y agradecerlo antes de que hayan muerto.
Hablando de muertos, anoche, en Facebook, un escritor ingenioso había jugado a adivinar la fecha de su muerte y estaba organizando ya su funeral, decía que quería una orquesta sinfónica pero que, con lo que había ganado en ventas de su novela, sólo le alcanzaba para una orquesta de mecheros. Yo le sugería un hombre orquesta. Una vez, hace años, mi amigo serbio empezó a decir que sólo el suicidio garantizaba el éxito literario y nos reímos mucho imaginando nuestros funerales. Yo proyectaba una lista de gente a la que no dejaría participar en la ceremonia del mío bajo ningún concepto. Lo que empezó en tono quejumbroso acabó con grandes risotadas.
He estado leyendo La casa de la infancia, de Marie Luise Kaschnitz, que me ha parecido un mensaje dirigido especialmente a mí a través del tiempo. Esa infancia que asalta y obliga a ocuparse de ella, esa infancia que duele y que intentamos evitar me recuerda a mi novela congelada... La casa de la infancia del libro se desplaza y acosa a la protagonista hasta que se enfrente a sus recuerdos con valor. Y mientras, sigo con Bernhard: me hace compañía y reaviva mi esperanza en ese quehacer que sigo rehuyendo.
Anteayer di la última Lectura del Refugi 307. El público, a excepción de dos amigas que vinieron, era tímido y silencioso (exceptuando un grupo de ruidosos fotógrafos), y no estaba mi amigo del Museu d'Història para transmitirme lo que nadie dijo. Es algo muy típico de estos lares; la gente no habla, no dice. Creo que al leer, mi voz sí fue vibrante y que los textos maravillosos de Rigoni Stern, Rodoreda, Tasic, Méndez, Cuito, Ugresic, Hemon y Zambrano resonaron en una noche aterciopelada contra la montaña y bajo una luna menguante. Al llegar, alguien me dejó un mensaje agradecido. Por cierto, que hice un pequeño homenaje a Valerie Powles y su gato, descubridores del Refugi 307 y sin los cuales no se habría abierto.
Ayer cené con unos amigos, teníamos un humor entre melancólico y burlón en esta difícil rentrée, pero creo que todos nos alegramos de vernos. Luego, por una razón misteriosa, me desperté a las 3.30 de la madrugada y me costó mucho conciliar el sueño.
Hoy he vuelto a soñar con algunos signos reiterados en una nueva distribución. Pero cómo agradezco esos sueños, que desfilan ante mis ojos cerrados y siguen ahí durante el día. Si sigo reuniendo tanta repetición tendré que volver a Delfos, a resolver... Y tal vez para dejar de perder el tiempo miserablemente.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Non possiamo saperlo

Foto: I.N., Balcón en Ragusa Ibla, julio 2009.
¿Qué es lo que en medio de estos días áridos y dificultosos en que incluso el dolor de mi brazo ha vuelto ayer (después de decir anteanoche que estaba acabado), en que sólo la autodisciplina me hacía forcejear con mi malaise, alejándome preventinamente de las zonas calientes, qué es lo que despeja de pronto la oscuridad (aunque siga ahí, agazapada) con una bandada imaginaria de ocas salvajes escribiendo en el cielo mensajes chinos para mí?
Ayer estaba leyendo un libro ambicioso e importante que me llenaba de dudas, cuando de pronto al fin comprendí lo que me arrastraba, lo que yo quería escribir sobre él, el secreto de ese autor, y esa primera idea recién descubierta sobre su encantamiento se abrió paso en mí como un remolino de reconocimiento. Justo en ese momento G. había puesto una canción que obligaba a bailar, y luego puse el disco que me grabó A. y seguí bailando mientras pensaba en ese libro y en lo que quería decir, aún en abstracto. Escribí ese texto tarde, sin comprender la ráfaga feliz que había pulverizado la hojarasca adherida y espinosa de estos días, dejándome llevar, siguieron las llamadas y conversaciones y mensajes de esta extraña semana apretujada y social, y se acabó el día, y no ha sido hasta después, por la mañana, cuando he comprendido lo que me faltaba por decir, mi única objeción real a la que sin duda es una buena novela: un silencio estrepitoso.
Tal vez haya algo en esa comprensión que despierte otros ecos. O tal vez simplemente haya sido poner fin a la sensación encallada de estos días, decidiendo un tema para un artículo y resolviendo al fin mi dubitativa lectura. O el hecho de que la clave del enigma me la haya dado la relectura reciente de Bernhard.
Por cierto que una revista serbia recoge mi participación a última hora en una lectura conjunta con Andrea Pisac, Igor Marojevic y Mathias Enard en h2o, donde yo leí un cuento (con algún personaje de la llamada movida como fondo) de los que saldrán en octubre en Menoscuarto.
Mientras, ha refrescado, la gata se despereza gozosa al sol, tal vez indiferente a la llantina generalizada de los niños del patio, que han empezado el colegio y aúllan su desesperación contagiosa y colectiva, a veces cansinamente, casi por coherencia, y otras con una interpelación dramática decisiva y acusatoria, a la que muchos podríamos unirnos.
Esta noche haré la última lectura del Refugi 307, aunque sin mi amigo del Museu d'Història, que en este momento debe de andar por el Rajhastán. Sé que está lleno el aforo y espero que sea una buena despedida. Anteayer salió una nueva reseña de mi libro balcánico en un periódico de Valencia. G. ha sido una compañía ideal esta semana. Mañana tengo otra cena china. Tal vez alguna caminata me ayude a resolver otros asuntos pendientes asociados a la traducción y su enseñanza.
Se me olvidaba. Non possiamo saperlo es un poema de Natalia Ginzburg sobre la existencia de Dios. Ese mismo título sirvió para agrupar algunos de sus ensayos en una edición italiana.

sábado, 5 de septiembre de 2009

A veces

Foto: I.N. Roble en Palermo, julio 2009 (Si no les detenemos, pronto en BCN no tendremos más árboles que en las fotos, vean lo que están haciendo en la Gran Vía, además de cortar árboles centenarios y cambiarlos por palitroques escuálidos que nunca crecerán, cambian las bonitas farolas del XIX por unas espantosamente feas. Por cierto que Millán sigue en su espacio de crítica ciudadana...)
La realidad resulta tan desconcertante y enigmática como los sueños. Tuve una reunión en un despacho que olía a uno de esos decolorantes agresivos de las peluquerías baratas. Al llegar descubrí que la cárcel estaba allí al lado: en ese barrio, el edificio de la Modelo es lo menos feo (pese a la tristeza que contiene y a esas alambradas tercermundistas que la recuerdan; represión, desigualdad social, pobreza) con sus palmeras y su construcción de tiempos mejores, ya que el resto es de una fealdad constructiva insoportable. Junto a la cárcel, un grupo de amigos hacía planes alegremente subversivos en un café, mirando el paredón rosáceo, que parecía de una película de Béla Tarr. En la reunión recordé la frase de Raimon, aunque cambiando el plural por un singular. Tal vez todo aquello formaba ya parte del sueño. Más tarde, en una pequeña mansión ajardinada y abandonada a su suerte, para acceder a una azotea invadida de luz, tuve que cruzar un hondo agujero del suelo por un tablón vacilante. "Cuidado", me dijo el anfitrión mientras cruzaba, "X se cayó al hoyo y ya va por la tercera operación". Por lo que sé, el propietario empezó a excavar el suelo no sé con qué objetivo, pero el dinero se acabó y la casa se quedó así, vacía, sin alquilar ni vender, abandonada con su jardín, a la espera de un gesto. Después estuve en un bar con mi amigo serbio (a quien siempre me gusta ver y creo que es mutuo) y sus amigos. Una escritora croata reconvertida en Londoner, con su cutis blanco y sus inteligentes ojos grises, me contó una historia oscura y la salida de un infierno, yo se la cambié por una mía y de ese intercambio surgió una intensidad no desprovista de suave autoburla y también surgieron felizmente temas pendientes de mi escritura, los noté mientras hablaba, como palabras peludas, aterciopeladas, trémulas, ardientes. Al salir me encontré con mensajes inquietantes sobre M., que ya no podía contestar. Estuve leyendo a Von Doderer, avanzando lentamente en su océano de páginas. Me dormí y me adentré en un universo onírico abarrocado. Una hermana me conducía a una zanja inmensa y yo intentaba cruzarla a mi pesar, saltando de pedrusco en tablón, hasta que me quedaba bloqueada en medio. "Mira dónde me has metido", le decía yo. Y ella, reconvertida en my wise cousin, me ofrecía con su voz alegre rescatarme por el otro lado. Luego yo estaba en la antigua casa familiar, invadida de colchones en el suelo, con sábanas mal puestas. Notaba el suelo pegajoso en la cocina y la puerta del baño y cogía la fregona sin escurrirla e intentaba pasarla entre los colchones, salpicando las sábanas. Imaginaba la respuesta que le daría a M., que en mi sueño no había perdido la cabeza. Luego buscaba mi cama entre pies de niños que se reían y también se reía X., a pesar de que estábamos enfadados.
Le he contado mi sueño despierta y dormida a G en cuatro frases, y él, que acababa de levantarse, me ha reconfortado siendo simplemente como es. A veces alguien más joven, sin experiencia pero con un background saludable puede también enseñarnos cosas.
Éstos han sido y son días duros y difíciles (sigo sintiéndome como ese árbol de la foto, casi un Atlante aunque sea un roble, emblemático de la fuerza) y los sueños, con su carga simbólica repetida, me interpelan, pero me alivian porque pienso que son claves para entender(me) y no puedo evitar cierta fascinación por ese lenguaje metafórico. Hoy me he puesto literalmente enferma mientras comía porque los nervios se habían trenzado en el menú o porque el pescado no estaba como debía, quién sabe. Me latían las sienes y no tenía fuerzas para levantarme e irme. En casa me he repuesto a lo Doris Day en Pillow Talk, y leyendo. Por fortuna, además de los que no me entienden y de aquellos de los que tengo que protegerme (cuidado con los escorpinianos en luna llena, decía un horóscopo americano, y yo no hice caso), están los amigos, con quienes reconecto, y son de todas las edades. Y también los nuevos encuentros con seres afines, aunque sean en otra lengua. Ayer y hoy, entre mis sueños agitados, la inquietante pesadilla diurna y algún malentendido, tuve y he tenido encuentros felices y dos personas significativas me han agradecido simplemente que fuera como soy. Con otras he mantenido largas y ociosas conversaciones telefónicas. No me puedo quejar. (Gracias, Bel M.) Aunque sí debo decir que echo de menos los artículos de VM los domingos; me doy cuenta de cómo me consolaban del resto del periódico.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Es demasiado tarde para escribir aquí

Foto: I. N., Autorretrato en el mar, agosto 2009
De mis sueños apretujados y cargados de símbolos extraños, que V. me devuelve en un mensaje y que yo no sé cómo interpretar, pero sigo anotándolos. De la desolada y manierista película de Béla Tarr que vi anoche en casa de Yelena Caterinova, tarde, antes de que ella me contara momentos de su verano bretón como haikus o juejus chinos y una definición (les estaba leyendo una leyenda bretona a sus pequeños gemelos en la que un pobre pescador vendía su alma al diablo para conseguir dinero y ellos escuchaban en silencio y al acabar, uno de los dos, creo que fue Matías, le preguntó: "Pero mamá, ¿qué es el alma?" y antes de que ella pudiera pensar siquiera cómo responderle, el otro gemelo, Félix, le contestó: "Pero Matías, el alma es lo mejor que tienes..." Y ella no tuvo que decir nada más). En la película, todas las frases, las imágenes, las actitudes de los protagonistas, las texturas de las paredes, el paisaje de tierra muerta por la explotación minera, los muros sucios y desconchados, de un Tarkovsky sin su luz, sin sus epifanías, la expresión mortecina de las miradas, la mujer que amamanta ausente como si hubiera muerto, los larguísimos planos continuos, la indiferencia de la protagonista, su fría fogosidad violenta y desdeñosa, todo transmite ese mensaje sin esperanza, de muerte en vida -excepto el baile- y el final es una traición. Me gustó más el Béla Tarr de Werckmeister harmóniák, pero había aquí una poesía negra húngara, cioranística, histórica, que me recordaba a Agota Kristof.
Esta noche, en cambio, he vuelto a ver, muchos años después, The Loneliness of the Long Distance Runner, de T. Richardson, con G (creo que le ha gustado). Gilda merodeaba alrededor. Yo sólo recordaba la atmósfera de la novela de Sillitoe y poco más, pero me ha gustado verla (no recordaba que salía un jovencísimo James Fox compitiendo con el protagonista)
Sigo con la sensación de esta rentrée difícil, intensificada por el bochorno y las obras de la ciudad desventrada (hoy, para entrar en casa de A., unos obreros desconcertados han tenido que ponerme un tablón; ellos no entendían que la vida de la ciudad tiene que seguir, nadie les ha advertido de que los ciudadanos siguen teniendo derecho al paso y atravesar algunas calles es una ginkana, primero hay que pararse y buscar el camino posible), en que todo son interrupciones y no logro avanzar en casi nada. Hay tantas cosas que hilar y preparar, artículos que escribir, libros que leer, conferencias que pensar, gestiones para que mi libro balcánico se publique ailleurs... y detener a esos políticos ciegos que quieren talar todos los árboles de Barcelona y convertirla en un lugar condenado, como el de Béla Tarr.