miércoles, 31 de marzo de 2010

Hace casi una semana que no escribo aquí

Foto: I.N., Paseo por Collserola, con T, marzo 2010
Esta mañana la gata Gilda ha cazado una lagartija. He abierto la puerta de la terracita y allí estaba; me había dejado su pequeño cuerpecillo descabezado y aún con su belleza prehistórica como un trofeo absurdo y mal dirigido porque a mí me gustaría que siguiera habiendo lagartijas y no apoyar a sus depredadores. He pensado en Frikosal y en su comentario reprobador de los gatos domésticos y las flores cortadas y he enterrado a la pequeña criatura, delicada como una joya rota, en una maceta. No puedo explicarle a la gata; son esos restos de felina salvaje que le quedan en su vida domesticada, y eso explica por qué me dirige esa mirada implacable de reina tigresa en algunos momentos. O por qué a veces, inesperadamente, salta por encima de mí mientras leo en el sofá, quizás (como decía B., aquel pintor de gatos y niñas que despotricaba de la modernidad) para demostrar mi inexistencia.
Me gusta mucho Dublinesca, la novela de EVM. La leo a trozos (conteniéndome para no abandonarlo todo y quedarme sólo leyendo) y me admira cómo y con qué naturalidad logra integrarlo todo en esa trama bien trabada, incluso lo que ve en los blogs, cualquier coisa, con ese editor autoirónico y abandonado del mundo que le permite seguir hablando de escritores y libros y a la vez reflexionar sobre todos los aspectos de los editores(como aquel personaje comodín de Nabokov al que el escritor rusoamericano hacía ir a cualquier casa o lugar que quisiera describir, pero a la vez como personaje clave, al que presta cosas suyas y ajenas, caricatura pero también irradiador sutil de tantas cosas) y que viaja sólo para mantener una ficción-conversación con sus padres. O para seguir viviendo su vida como si fuera un libro. Y ese humor y la fraternidad con la locura walseriana (y dolorosamente psicótica) de Spider, la excentricidad que me resulta afín, arraigada en la convencional Barcelona (ex-curso: me desespera ver la ciudad llena de palmones, ¿por qué todo es siempre tan uniforme y romo, tan familiar, con gente ocupada ya sólo de la comida, lo material y entregada a la repetición de unas costumbres sin preguntarse nada?), con su genial caída en las escaleras de La Central o sus paseos impensados bajo la lluvia o las apariciones recurrentes del joven de la camisa estilo Nehru, y sobre todo su postura de hikikomori, aislado del mundo con su despedida alcohólica y atado al ordenador como tantos de nosotros, que se acerca ilusoria y meditativamente a la ventana para acabar precipitándose de nuevo al ordenador con cualquier pretexto. Y esa osadía suya, aun viviendo en medio de lo literario, de construirse un yo narrativo tan autoirónico y tan desprovisto de la tonta arrogancia antichejoviana de nuestros escritores. Les contaré cuando lo acabe, sólo hablo aquí desde mi pura subjetividad de lectora y de crítica intrusa (otros más preclaros han dicho ya sin duda las cosas importantes), y yo soy libre en este espacio, nadie está obligado a leerme ni a hacerme caso; de momento sólo he leído ciento y pico páginas.
Al mismo tiempo leo esas cartas de Giono, J'ai ce que j'ai donné (preciosa edición de bolsillo con fotos) que me entusiasman también -su humor, su generosidad, su pasión por la escritura y el paisaje, los árboles, el afecto que irradia y cómo protege a sus padres de la verdad de la guerra, describiendo ese "petit fort enfouit dans les bois... donde pasa el tiempo à lire, à fumer et manger merveilleusement"... y se ve con disposición para la vida monacal... y esa manera reflexiva de fumar, como en los libros de Soseki, "grâce à la philosophie et à la pipe on arrive à surmonter tout célà". Aunque luego se quedan sin tabaco y empieza a pensar en fumar feuilles de chêne, hojas de castaño- y añoro su Manosque, recibir esa carta que le manda a una amiga en mala racha para invitarla a una casa independiente en su Paraïs ("l'important c'est que vous ayez tout de suite un peu de répit dans votre série de malchance... : à cinquante mètres de chez moi, plein soleil, trois pièces. Voilà ce que je vous offre: trois mois de vacances... à vous soucier de rien, sinon de vivre, de faire de la santé et de reprendre pied... vos amis Capoulad et Delfaud habitent à cent mètres..." Su vivencia de la I Guerra le hará pacifista en la II y le acusarán de desertor y será encarcelado, y dice, como la Ginzburg: "On ne nous consolera jamais de la guerre..." Sólo que a él, eso le lleva a aferrarse al paisaje (algo que yo puedo entender bien), en otra clase de guerra interna: "C'est pour ça que je me suis jeté sauvagement du côté de l'arbre, de la bête et de la neige", y me gusta cómo les habla a sus hijas de lo que escribe y cómo les lee), y encaja muy bien con las películas de Jasujiro Ozu que sigo viendo y su paisaje y su búsqueda de la belleza incluso en lo más pequeño. Otoño tardío, otra vez esas para mí misteriosas hijas felices de vivir con sus madres o padres, que no quieren dejarlos para casarse, esa para mí exótica sensación de pasarlo bien con ellos y no querer otra vida (y sin embargo, ¡ahí se entiende perfectamente por sus sonrisas y sus gestos!). O esos viudos (para mí fáciles de comprender) que prefieren vivir solos con sus recuerdos que volver a casarse. Y cómo llevan todos los kimonos y los calcetines y cómo se sientan y levantan en esas casas maravillosas y tan parcas, y comen siempre platillos deliciosos y toman mucho té y van a esos balnearios donde les dan unos magníficos kimonos idénticos a todos, y contemplan árboles, flores y pájaros. La de ayer era un melodrama y todo salía mal, Crepúsculo en Tokio, con la madre que abandonó a sus hijas, nunca fue perdonada y nada pudo enderezarse, a pesar de ese personaje del padre, tan bien interpretado por un actor también favorito de Ozu. Otra vez salía una actriz que se parece muchísimo a una amiga que tuve y estuve bromeando con L. de lo bien que se manejaba con el kimono y cómo se transformaba en personaje bondadoso, con lo celosa y negativa que era en la vida real.
Yo sigo bebiendo mucho té Lung Ching, Bai Mudan y Sannen Bancha durante las tardes, mientras traduzco. He encargado al librero de la calle Berlinès esa correspondencia de Gil de Biedma, a pesar de... Doy paseos cuando puedo, disfruto del silencio de la ciudad desierta. Hablo con unos pocos amigos refugiados. Pero ¿de quién o de qué libro es la culpa de mis planes de fuga en mayo, de mi aceptación al fin de la invitación perenne de mi amiga americana? ¿Son las piezas neoyorquinas de Maeve Brennan, que traduzco en avanzadilla, a toda velocidad pero maravillada ante desafíos imposibles de su poética urbana en la ciudad de las ciudades, para Alfabia y para el comité irlandés? ¿Es Dublinesca con esos personajes locos por la ciudad? (Después de todo, también sueño con Dublín). ¿Es el viajero inmóvil de Manosque? ¿El viaje de JC? ¿Es esta luz de primavera? Juré que no iría mientras gobernara Bush. Por desgracia no han quitado esos controles humillantes que tendré que pasar, sino que los han extendido a todo el planeta. Pero de pronto, parece... en fin, estoy buscando un billete y mis amigos americanos ya hacen planes de llevarme a Montauk. Tal vez también es mi contención aquí, en la ciudad silenciosa y solitaria, mientras todos se van al mismo tiempo... Y llevo mucho tiempo aquí atada.
Mientras desayunaba he visto en Arte tv unos cuervos choucas, inteligentísimos aunque menguados por la persecución humana, diseñando sus propias herramientas, como sólo se sabía de los primates, e instalados en la nieve y en las ciudades, arraigados en Edimburgo. Ya sólo me queda la tv digital, no hice nada por tener la terrestre y eso agrava tal vez mi falta de toma de tierra, tal vez me desprenda y emprenda un vuelo errático por esos cielos magníficos de estos días, la única belleza que queda en este pobre barrio, masacrado gracias a nuestros políticos municipales, que lo entregaron al cemento. Hace dos días subí de noche a la plaça Narcisa Freixas a ver a los pobres almeces rescatados de la destrucción de la plaça Joaquim Folguera. Son sólo seis o siete de los veintinueve que han sacrificado en una caza absurda, peor que la lagartija de Gilda, sólo para preservar un párking. El ídolo al que adora este ayuntamiento, los párkings y el cemento.
Para contrarrestar, vean Philosophies hablando del tiempo con otro filósofo bergsoniano, Elie During.

jueves, 25 de marzo de 2010

De pronto

Foto: I.N., Árbol de Bruselas, diciembre 2008
Yo estaba feliz traduciendo el prólogo maravilloso de William Maxwell al libro de relatos dublineses de Maeve Brennan, y luego un cuento de ella, paladeando esa precisión que puedo reconocer, esa búsqueda de la palabra justa, esa respiración de las palabras como piedras colocadas en un jardín zen o en una tumba judía, o música compuesta en un impulso interior... He escuchado al sobrino de Maeve Brennan, el escritor Roddy Doyle, leyendo un cuento de ella con un acento magnífico. He sentido algo de nostalgia de mi escritura, un momento. Y de pronto he vuelto a entrar sin pensar en el extraño y recortado archivo de mi novela, del que sólo acepto claramente un párrafo casi musical y lleno de luz, una escena que me recuerda a La infancia de Ivan de Tarkowsky, aunque cuando lo escribí faltaban años para que viera esa película... Y he escrito algo. Brusca, groseramente, pero con energía, he entrado en ese campo desmelenado con esa hoz que corta hierbajos altos, maleza y... algo he avanzado. Tocando el núcleo que es como el tronco de árbol de la foto, grueso y vivo... Mañana lo veré. Ya no me queda más energía, pero algo he hecho, tal vez...
Le había escrito a V: dejar de esperar, concentrarse en el momento y en toda clase de nourriture... (y ella me decía que así era también para ella). Porque sé que todo lo que esperaba y no ha ocurrido me ha llevado a un terreno espinoso de bloqueo, de desesperanza. No puedo inventarme una fe que no tengo. Puedo aparcarlo, dejarlo ahí, encontrarle un lugar, un cajón del costurero chino de mi sueño, y concentrarme en lo que sí tengo. Y sólo pronunciando la frase, sintiéndome feliz mientras traducía a MB, entonces ha surgido un momento de coraje.
He escuchado a la psicoanalista Daniela Aparicio, invitada de hoy en ese programa de radio, Hablamos, donde también aparece el librero de la calle Berlinès y recomienda lecturas. Daniela hablaba de la depresión y ella sí tenía para mí ese ángulo psicoanalítico de la duda, los espacios de silencio, de interrogación, de observar el lenguaje, no lo asertivo-radiofónico-publicitario que a veces aparece erróneamente ahí.
Ayer traducía y surgió una duda de la especialidad de mi padre: por un momento pensé dolorosamente en preguntarle. Casi con humor negro. Llamé a mis primos, que trabajan en ese sector. Les pregunté por su padre, y luego todo se ha precipitado, mi tío está ya muy enfermo, del mismo mal que acabó con mi padre. Otra parte de la infancia (y de la vida!) que desaparece, en un arrancamiento irreal.
Mientras traducía, una joven poeta a la que conozco apenas por las amapolas, por una foto, un nombre -ella sí, llena de valor en su escritura- me ha dicho que había comprado mi libro Algunos hombres... y otras mujeres. De pronto yo, sumida en la traducción de MB, he recordado quién era yo, que antes escribía, que ese libro sigue ahí, aunque yo no pueda esperar con él, aunque tenga que dejarlo seguir solo... Y ese mensaje también me ha acercado a mi novela. Pero antes ha habido otro momento capaz de impulsarme, cuando la acupuntora, que intenta restablecer mis articulaciones después de la extraña regresión de la nevada, me ha preguntado si escribía estos días y yo le he hablado del libro de la ciudad y de la dificultad de escribir esa novela que me acosa...
¿Qué es lo que nos lleva, nos arrastra de pronto allí donde queríamos ir hace tiempo? No lo sé. Tampoco sé si voy a volver, si voy a tener valor o voy a seguir trabajando y evadiéndome de modo gallináceo.
Y mis lecturas... y algunas imágenes que me devuelven a ese origen mío, como la portada de los Cahiers de guerre con esa foto de Marguerite Duras que hoy llevaba en el bolso. Como la frase de Clarice sobre el peligro de escribir, que EC tenía pegada a una pared de su estudio y me enseñó hace once años, cuando yo acababa de separarme, y que hoy, esa joven poeta desconocida tenía en su blog.
Tal vez mañana...

martes, 23 de marzo de 2010

Del azar y la historia

Foto: Lluïsa Núñez, Melia azedarach, 2010
Esta mañana, justo cuando había aceptado una invitación de C. para ver una Electra en el TNC el miércoles, me ha llegado una pequeña avalancha urgente de textos. Traduzco un catálogo sobre la evolución urbanística e inmobiliaria de Nueva York en la segunda mitad del siglo XX y me acuerdo de la Nueva York del XIX que describía Jacob Riis en Cómo vive la otra mitad, con sus fotos maravillosas y esa ciudad de ciudades ya entonces, tan moderna, anticipándose a todo, y las miserias y los guetos y esos niños de las fotos. Riis aprovechó el invento del flash para entrar a las viviendas insalubres donde se hacinaban los pobres y denunciar la injusticia. Y logró que Roosevelt -entonces gobernador- le acompañara y que se cambiaran las leyes. (Siempre me sorprende que ese libro, un clásico y que tanto me gustó traducir, se haya vendido y comentado tan poco en este pobre país nuestro...) En el texto que traduzco para un catálogo se ve el forcejeo entre el mercado, la imposición de autovías y expropiaciones y la resistencia y la batalla por la preservación del patrimonio y los derechos civiles... El mercado siempre defiende sus intereses y los políticos son sus servidores, pero hay lugares y momentos en la historia en que los ciudadanos se defienden y encuentran intermediarios en figuras de urbanistas, abogados y escritores. Me han llamado para que propusiera a alguien para un debate sobre la Diagonal. No he preguntado por qué no me querían a mí, la verdad es que no tengo tiempo, tampoco quería incomodar al periodista y he propuesto a alguien mucho mejor (espero que pueda). Le he conseguido a G. La ética protestante de Weber (¡podrá compararla con La ética del hacker!). He probado una maravillosa mermelada de fresas que hice ayer en un momento, mientras traducía. También mientras traducía, he teñido de verde oliva una camisa de Karl L., que compré hace dos años en unas rebajas y creo que nunca me puse (espero no haberla desgraciado). Y treinta personas han aceptado a JCM como amigo en Fb, a propuesta mía.
A mediodía he tenido que esperar en una consulta cercana y me han dado una revista. La he abierto y allí estaba EVM, hablando de su Dublinesca. Me ha parecido una señal. A pesar de mi PCG, tengo una cuenta en el librero de la calle Berlinès, así que he ido a por mi ejemplar de Dublinesca. El librero había salido un momento y yo recordaba haber encargado también un libro que habla de Handke, pero no recordaba el nombre de la autora ni el título. Mientras el ayudante del librero, que parece estar al corriente de todo, buscaba entre la pila de encargos, he abierto el libro de EVM y en esa página (128) ¡salía Handke! He leído un poco por el camino y pintaba muy bien, aunque ya oscurecía. El azufaifo se veía ya a punto de echar brotes. Y es que se acabó el invierno. Tal vez sea justamente ésa la razón de una sensación alegre y energética que me recorre. El mirlo lleva días cantando mañana y tarde. Mi amigo escritor serbio despotricaba en FB contra la primavera; él no la soporta. Me lo dijo el primer día que hablé con él, porque era finales de febrero y mientras andábamos bajo la lluvia, sin paraguas, cantó un mirlo y yo dije que pronto sería primavera, y él se quejó con cierta melancolía. Pero yo nací en esta estación y también me salen brotes, un poco antes que al azufaifo. Hoy me he dado cuenta de que el fondo de armario me apoyaría en esta árida temporada de PCG y ha sido un alivio.
La Belle Elaine, cuyo documental se estrenará justo después de semana santa, me ha escrito una carta, en un intercambio necesario para un proyecto epistolar, aún indefinido en mi mente. Le he dicho que ha hecho bien en irse a vivir a la montaña porque ayer vi un documental en Arte tv donde unos científicos alemanes preveían grandes inundaciones de todas las zonas costeras en los próximos años. Se veían imágenes de Manhattan inundado, entrevistaban a los holandeses, que son los primeros en caer, y aquí nadie lo piensa, pero toda la Barcelona antigua podría quedar bajo el agua. Après moi, le déluge... Y es que el fatuum parece apoyar a los destructores, como esa nevada que acabó con tantos árboles en Collserola y en la ciudad, y que alegra a nuestros políticos... así no tienen que "mover" tantos árboles. Así el desierto se va haciendo sólo, apoyándoles... Hoy en cambio he visto en Arte tv un programa precioso sobre Japón.
De noche, entre otras lecturas, avanzo unas páginas de la novela de Sergio Vila-San Juan y tengo que hacer esfuerzos para rendirme y apagar la luz. Tiene razón Pepe Ribas, es apasionante esa Barcelona pre-republicana, tan agitada (alguien la comparaba a Chicago años 20) y que permite comprender lo que ocurrió después o por qué algunos tomaron el partido que tomaron. La novela está muy bien contada y es lo que llaman un page-turner, arrastra hacia delante, y al mismo tiempo hay una verdad detrás, todo el tiempo. Tiene algo informativo, como las novelas del XIX, y aparece esa galería de personajes, las distintas facciones del anarquismo, desde los seguidores de la Blavatsky, los naturistas y esperantistas utópicos a los más duros, como en un cuento de Edith Wharton, pero con el sesgo del narrador, tan bien dibujado, ese abogado periodista reformista y católico, que cree sobre todo en la ley y el orden, aunque contempla fascinado a esas mujeres apasionadas y vehementes, arrastradas por la Historia, y da paseos y fuma sus cigarros para meditar en los momentos difíciles.
Así que no veré esa Electra, pero estoy contenta, por la pura joie paradoxale. Anoche volví de una conversación editorial, donde la actitud sabia y humilde de un editor (me recordó a Magris) contrastaba con la impaciencia tal vez arrogante de su interlocutor, con cierta gracia literaria en la teatralidad de su gesto. Yo iba a coger el metro, pero alguien me llamó y decidí seguir andando. En la Rambla Catalunya me detuvo una chica alemana, que dijo ser de Colonia y me contó la típica historia de que le habían robado el bolso, en el consulado le habían dado un billete y llevaba todo el día sin comer. Yo recuerdo una época donde mucha gente contaba historias similares, adaptadas a distintos públicos (en la Universidad siempre venían unos que habían salido de la cárcel o habían sido torturados, o etc.), pero a mí siempre me pareció un mérito inventarse una historia y contarla, y siempre les di algo. Ayer también le di a la chica de Colonia, tal vez por aquello de "uno sólo tiene aquello que da"; algo que no todo el mundo tiene en cuenta. Hace dos días le pedí un favor muy fácil (no pecuniario, sino mediático o literario) a una escritora que prefirió no sólo abstenerse, lo cual era legítimo, sino contestar con un innecesario desdén, y yo pensé justamente en esa frase, que cantaba Chicho Sánchez Ferlosio. No se puede decir que sí a todos los favores, ni dar a todos los que piden, pero sí se puede intentar no guiarse siempre por puros intereses mezquinos. Aunque sólo fuera por la ética del buen persianero, de quien hablé aquí hace mucho tiempo...
El 23 de abril firmaré libros a las 20h en el puesto de La Central, en Rambla Catalunya, entre Mallorca y Provença. Tal vez algún otro librero me acoja a alguna otra hora... En mayo iré seguramente a la Feria del Libro del Retiro, en Madrid, pero aún no sé en qué caseta estaré, ni qué días. A mí me gustan esas ferias y así veo a mis amigos madrileños... Por cierto que los amigos franceses de Fb están en plena efervescencia con el Salon du livre.
Es tarde. Vuelvo a ese texto sobre Nueva York, la especulación inmobiliaria, los derechos civiles, el patrimonio y los gays... ¡Y las guerrillas verdes, que conquistan solares abandonados y los ajardinan y plantan árboles y flores o huertos urbanos, en plena ciudad! Qué maravilloso movimiento, supongo que muy difícil en este país de arboricidas, pero mi piaccerebbe... Si mañana lo acabo podré volver a mi otra escritura...

domingo, 21 de marzo de 2010

Ayer y hoy

Foto: I.N., una torre barcelonesa, 2010
Ayer tenía que ir a ver a M., para una celebración tardía de su cumpleaños. Antes fui a una tienda de la Diagonal a comprar mi té de por la tarde, un Sannen bancha que sabe a ramitas tostadas y no me quita el sueño. Allí me encontré a L., de modo que fuimos andando, ella arrastrando su bici, hasta los barrios de M., fijándonos en esas esculturas vivas que se estiran y desperezan en el cielo y exhiben sus formas centenarias, todo eso que el ayuntamiento pretende talar, cortar, eliminar, digámoslo claramente aquí, al menos, y sustituir por palitroques que nunca crecerán, que necesitarían más de medio siglo para hacerlo y ya no llegarán a tiempo.
M. se puso contenta de vernos y miraba fascinada al mayor de sus nietos. Hay algo en la contemplación de la juventud y la belleza que aún puede iluminarla, como si pudiera cargarse de su energía, o porque le recuerda lo que era la vida. A mí me ve transfigurada, siempre resplandeciente. M. estaba ligeramente mejor, porque ha dejado de tomar una medicación para la memoria que le producía una irritación sorda y desesperada. Casi todos los medicamentos tienen efectos secundarios brutales, que obligan a tomar otros medicamentos. Pero nada tiene sentido: la vida de M. no es ni siquiera media vida, tal vez sea una centésima parte de vida. Ya no puede leer, ni comprender una película, ni expresar lo que quiere, ni andar. M. es una de esas personas que sólo vive para alimentar los laboratorios, para servirles de cliente: es el gran logro de la industria farmacéutica, alargar la vida de las personas a cualquier precio, aun convertidas en zombies, pero zombies consumidores de medicamentos.
Más tarde estuve hablando con una vieja amiga y luego viendo otra película de Ozu, y se me olvidó que en la tv ponían un episodio de In Treatment. Lástima. Empecé a leer el libro que tenía que reseñar y hoy, gracias a la anulación de las dos citas, après-midi et soir, he logrado acabarlo y escribir la crítica, podarla y enviarla. Tenía que ver con la sombra del suicidio y también con la vulnerabilidad y la sobre-exposición. Tenía que ver con la necesidad de contar y la voluntad de proteger y silenciar.
Hace unos días, tras leer un par de libros con ciertos fallos persistentes, mientras andaba, estuve pensando en el oficio de corrector. Sé que hay editoriales que presionan a los correctores para que intervengan aunque no haga falta: es una tendencia perversa. Se trata de un oficio que exige delicadeza y discreción y muchos no la tienen. Cuando no encuentran nada que corregir, hacen tonterías, y son capaces de estropear el trabajo de un traductor. Si el traductor dice "hasta que no quedó nada de vosotros", el corrector añade: "proveniente" (más catalán que otra cosa, por otra parte, pero en cualquier caso innecesario) y la frase se vuelve absurda y burocrática, pierde su poesía: "hasta que no quedó nada proveniente de vosotros". Otros correctores quieren dejar su huella y no pueden resistir la tentación de cambiar el estilo del traductor por el suyo. Una vez, donde yo había puesto: "Era una cuestión de orgullo" el corrector puso: "Era una cuestión de puntillo", sin darse cuenta de que "orgullo" era perfectamente correcto y adecuado (en inglés decía pride) y de que no era él (o ella) quien firmaba la traducción. Hay algunos buenos correctores que saben su oficio, señalan los olvidos, los errores, las repeticiones que el autor o el traductor no han visto y que no eran deliberadas, ayudan, pasan el paño para que todo brille, sin intentar imponer su huella. Y el autor o el traductor (que es segundo autor) puede revisarlas y aprobarlas o no. Ése sería el proceso ideal, pero no siempre es así. Y últimamente, en esta ciudad parece no quedar ninguno que sepa que en castellano se dice sacar sólo cuando llevamos algo de dentro afuera, que uno saca los zapatos de su caja, pero se los quita de los pies, que uno se quita la venda de los ojos, no la saca... O que cuando se habla de uno mismo y otra persona se dice "Fui a comer con P"., no "fuimos a comer con P", que sólo se diría si se tratase de tres o más...
También he seguido dándole vueltas a esa novela que no escribo, aun sin intentar nada, salvo desechar la última probatura, releer lo que sí sirve y volver a interrogarme. He leído a Sagarra hablando de Dublinesca y del día de San Patricio, con una foto de EVM apoyado en la puerta de un pub irlandés. También yo tengo ganas de leerla y me haré con ella cuando acabe mis deberes y haya pasado esta dura fase de PCG, que significa política de contención de gastos (expresión que le copio a J.A.), y es que éste es un mes muy árido para mí, aunque ya falta poco.
Parece que la llamada izquierda está ganando en las regionales francesas. En Libération han animado a los lectores a que expliquen por qué no votan y el resultado es magnífico. Ojalá saliera en los periódicos de aquí... En otro diario llaman a Skz "el autista del Elíseo", y del hiperpresidente al hiperperdedor... Cómo envidio la capacidad crítica de los franceses. Aquí la prensa es simplemente la voz de su amo, amo en el gobierno o amo en la oposición.
Anteayer soñé que estaba echada en una playa, al sol, con gente que conocía. Llevaba un bañador negro (¿o era rojo oscuro?) con aire retro y tenía las dos manos puestas en el vientre, donde sentía un dolor que ardía como fuego, intensamente. Casi como un cuchillo. Al fin decidí bañarme a pesar del dolor o precisamente por el dolor, la idea de sumergirme en el agua parecía la mejor alternativa aunque me costaba mucho incorporarme, en la densidad del sueño, y entonces me desperté, sin saber si el dolor había sido real o soñado.
Anoche tenía un mensaje de T., un amigo escritor balcánico que vive en otro extremo del mundo. Hace poco empecé a leer su última novela. T. me contaba que había ido unos días a Serbia a ver a sus padres y al volver, le habían llamado para decirle que su padre había muerto. Qué mundo tan extraño, decía en inglés, estar tan lejos. E inevitablemente pensé en la muerte del mío, once años atrás.
Voy a prepararme otro sannen bancha.

viernes, 19 de marzo de 2010

Lo puro y lo impuro

Foto: I.N., Árboles de la Diagonal, 2010
Perdonen que tome prestado el título de Colette. Desde el principio, en mi vida todo ha sido siempre ambivalente, es inevitable, desde que la malvada bruja Rottenmeyer que me torturaba y encerraba en el cuarto de la caldera en mi infancia me dio la llave para salir del infierno, enseñándome a leer, y me regaló mi primer libro. Desde entonces hasta ahora, las noticias felices siguen llegando acompañadas de otras que son todo lo contrario. Lo cual no impide las celebraciones, aunque haya por ahí fondos agridulces para cada ocasión. Pero nunca he comprendido que la gente hable de emociones puras, ni de nada que sea puro. Recuerdo una amiga que, cuando se enamoraba, decía que no veía ni una sombra, ni una nube en su partner, y a mí eso me hacía temblar por ella (naturalmente, más dura era la caída). Yo nunca he visto un cielo sin nubes en la Tierra, salvo ahí arriba... Para mí la vida está llena de matices, de impurezas, como esos frutos de cáscara peluda y punzante y núcleo liso y satinado o corazón negro.
Así, como en el chiste de las galeras, tengo siempre dos noticias para darles, una buena y una mala. La buena noticia de hoy es que Alfabia ha conseguido los derechos de traducción de dos libros magníficos de Maeve Brennan, que yo les propuse (y antes a otros editores que no osaron) y estoy feliz de traducir sus cuentos, prologados por William Maxwell y elogiados por Alice Munro y sus maravillosas piezas de Nueva York. Maeve Brennan es maravillosa y los lectores en castellano están de suerte. Y además quedará magníficamente en Alfabia.
La mala es la Diagonal, amenazada por los proyectos municipales de destrucción, que hoy se han presentado. Ayer alguien que trabaja en el ayuntamiento me mandó un sms diciéndome: Gracias a tu empeño y al de otros, uno de los dos proyectos propuestos contempla no tocar los árboles (aunque luego especifican: "sólo los que están enfermos" y ahí entramos en zona de riesgo). Hoy me han entrevistado en Catalunya Ràdio y luego han hecho un mix de opiniones de gente que se ha pronunciado o implicado en la cuestión. En La Vanguardia hay una encuesta (vayan a votar) y el 85% de gente es partidaria de NO tocar la Diagonal. Pero los políticos municipales están empeñados en destruir la Diagonal. Lo que más me enfurece es que algunos periodistas (¿cobran un suplemento por mentir? ¿les obligan? ¿o simplemente están ciegos y sordos, no saben leer y ya no piensan?) hablan de "humanizar" la Diagonal (¿lo humano es acaso el cemento sin verde?) y que en las ilustraciones que publican se ve una masa verde de árboles, como ya ocurría con los dibujos de Lesseps (y luego esos árboles no pueden existir porque no dejaron ni un palmo de tierra entre el techo del túnel y el suelo de la plaza, ¡esa autopista de cemento!), árboles que crecerían en setenta años, aproximadamente... y eso teniendo en cuenta que en 20 años se habrá acabado el agua y los recursos, según el informe de ese experto del MITT que el otro día citaba Francis. Me irrita la censura en los periódicos. Los periodistas no dicen que van a cortar, talar, eliminar los árboles, dicen que los van a "mover", como en las películas de cienciaficción, donde los árboles andan. Y habrá gente que crea que van a volver a ver esos árboles, movidos a la derecha o la izquierda. No imaginarán la autopista de sólo cemento ardiente, sin sombra, sin oxígeno, sin verde, sin belleza que será la Diagonal de Hereuville. Conseguirá que la magnífica y elegante Diagonal se parezca a la parte que ellos han construido, esa pesadilla de fealdad llamada Diagonal Mar, esa zona de autopista, inhóspita para peatones, que queda cerca de Roc Boronat.
Yo les he repetido a los de Catalunya Ràdio que Barcelona está muy por debajo de los índices de verde por habitante que la OMS recomienda para la salud de los ciudadanos. Eso no preocupa a nuestro alcalde, que se dispone a cortar mil árboles sin problema, sustituyéndolos por macetas o por palitroques que nunca llegarán a crecer (y necesitarían esos setenta, ochenta, cien años). Espero que quienes me leen, voten para que no toquen la Diagonal, pero como decía un comentarista de La Vanguardia, el ayuntamiento parece decidido de antemano: ¿serán fiables esas consultas? ¿Respetarán los resultados?
Otra buena noticia (para mí) es que llevo días avanzando en mi libro de Barcelona con cierto entusiasmo. Y la mala es que desde la nevada, en que experimenté unas punzadas en mis articulaciones, he ido empeorando y me ha vuelto el dolor. Dice la acupuntora experta que son los cambios de la presión atmosférica y que muchos pacientes articulares han hecho regresiones, y lo mismo opinan en mi gimnasio alemán, pero esta mañana me he despertado con una sombra desolada de pensar que volvía a estar allí, cuando llevaba meses curada.
Ayer leí Tarde, mal y nunca, extraña novela negra de Carlos Zanón. El ritmo es trepidante (tan contundente como el título), está muy bien construida estructuralmente, y todo fluye, de manera que no puedes dejar de leer. Lo que no sé es cómo podía yo interesarme en seguir a unos personajes tan ajenos a mí, tan descarriados y a la vez tan de por aquí -sin que hubiese una carga de profundidad tipo Santuario de Faulkner, (ya saben, yo aún oigo la respiración jadeante de aquel Popeye suyo), sino con una desconcertante ligereza-, sobre todo la chica de las cejas tatuadas, para mí incomprensible en sus opciones (ahí me faltaban pistas, creo que alguien tiene que estar muy mal para atarse a un tipo que le pega salvajemente), me resultaba más accesible un personaje psicótico y sus persecuciones, qué locura era todo, ni siquiera sabía en qué ciudad estaba pasando, pero tiene algo realmente penetrante, uno se mete ahí y corre con ellos persiguiéndoles también. Y todo eso es mérito del ingenio del novelista!
Escribo con el alivio del gimansio germánico sobre mis articulaciones doloridas, pero me voy ya. Es un día gris y opaco, y ojalá la lluvia y el viento vuelvan a barrer el cielo sucio, porque hace dos o tres noches que veo pocas estrellas semicubiertas por esa fea capa de contaminación y pienso en Frikosal y en su reivindicación contra la contaminación lumínica y me doy cuenta de que yo necesito ver el cielo de verdad para irme a dormir con esperanza. Ayer estuve en el Ateneu Barcelonès, para hacer una propuesta, y la biblioteca estaba preciosa, con los techos restaurados... mi amigo seráfico me invitó a tomar algo en la parte del bar que da al jardín y estaba lleno de unos gorriones refugiados que revoloteaban por aquellos árboles republicanos. Qué reducto maravilloso...
Hay otra mala noticia que me llega de Irán y es que las gestiones para liberar a mi amigo Hossein D. de la cárcel son de momento infructuosas. Me pregunto desolada qué más puedo hacer por él, por vía diplomática, y cómo sale uno de una de esas cárceles, la terrible Evin.
Mientras escribo, oigo al mirlo que canta todas las tardes (y los amaneceres), desde el jardincillo rodorediano. Yo sigo esperando que un día podré irme a vivir a un lugar donde preserven los árboles y los pájaros se sientan acogidos. Mientras, me llega otro libro para reseñar... voy para allá, con la música del mirlo y su imaginario bosque japonés...
Por cierto, alguien me recuerda el ciclo de Kurosawa en la Filmo, la semana que viene...

martes, 16 de marzo de 2010

He subido una pendiente

Foto: I.N. Maraña de árbol en el cielo, 2010
Andando a paso rápido, lo que mi amiga americana llama a brisky walk, porque quería llegar a la nueva casa de Yelena Caterinova antes de que oscureciera y he sido mucho más rápida de lo que imaginaba. Ahora la Belle Elaine y su familia tienen un pequeño pero doble jardín, con una nudosa y magnífica morera, unos cipreses olvidados que se recuperarán enseguida de su abandono, un árbol que por el tronco parece acacia (su desnudez invernal dificulta momentáneamente la verificación) y una gran invasión de acanto. Los ventanales de la sala dan a esos árboles y hasta la puerta de la casa es bonita. Yo, que he dejado de angustiarme tanto por la pérdida de mi casa para confiar extrañamente en las razones del universo (si tengo que perderla, ya habrá tiempo de sufrir), sueño ahora con tener un día unos árboles y un pequeño jardín. ¡Soñar es fácil! En el jardín de la Belle Elaine me ha recibido un mirlo que cantaba con toda su potencia mientras atardecía. Uno de los gemelos leía en posiciones acrobáticas que he pensado imitar y el otro cruzaba constantemente la línea que yo le había marcado señalando "el rincón de las cosquillas", así que tenía que cosquillearle, porque a esa edad aún no han decidido si las cosquillas les gustan o no, y se ponen a prueba todo el tiempo. El hermano mayor, que no estaba, había escrito un retrato suyo que me ha dejado atónita, donde acababa diciendo que no tenía modelos de niños, tal vez porque "no soy infantil". La Belle Elaine, que va a presentar su película muy pronto, se ha apuntado a un corto ciclo de documental de una directora que a las dos nos entusiasma y que estará tres días en Barcelona. Yo quería que G. se apuntara también, pero no lo he conseguido. Por cierto que G. ha presenciado esta mañana la persecución de unos ladrones que habían atracado una joyería en Mandri y luego me contaba la conversación de vecinos, portero y transeúntes y como imitaba a cada uno era un auténtico teatrillo. Le he dicho que si le va mal su profesión, siempre podría hacerse cómico, pero él estaba impresionado por el aspecto dramático de lo que había visto. Yo buscaba un poema de Zagajewski de 1999, titulado "Ver", donde habla de Barcelona y dice algo como "la pena de las mujeres viejas en los barrios nuevos / de los suburbios de Barcelona". ¿Alguien puede ayudarme? Tengo otro poema suyo que también se titula "Ver", pero es anterior, y no es el que busco. He empezado la última novela de Vladimir Tasic, publicada en francés por Les Allusifs, Le mur de verre, y creo que me gustará. En las primeras páginas, una mujer recién separada ve a veces en la cara de su hijo la sombra de una expresión del padre y esa sombra convierte al niño en misterioso vehículo de cosas que pesan demasiado. Curiosamente hay una frase que también salía en uno de mis cuentos de Crucigrama, "Vinçon". En mi cuento, una pareja iba por la ciudad en un coche americano y la narradora leía una y otra vez la frase impresa en el espejo del copiloto: Objects in mirror are closer than they appear. En la novela de Tasic, la frase sirve para que el padre dé una explicación científica al niño. El domingo vi una película convencional y clásica, pero me gustó. Seguramente fue gracias a Jeff Bridges, que para mí es también un viejo conocido y su presencia sirve para matizar y dar credibilidad a cualquier cosa. Creíamos que era la biografía de un músico, pero no estaba claro, aunque se parece a la biografía de unos cuantos. La cuestión no era ésa; todo era previsible y no muy original, y sin embargo... Me gustó, no sólo por el ingenioso humor negro de las respuestas del personaje, que parecía casi Robert Mitchum en Retorno al pasado, o por sus canciones y la forma de cantarlas, sino esa presencia física de JB, esa manera de mostrar el exceso, el descontrol, la autoindulgencia, el abandono, cosas que me interesaban simbólicamente. Y el contexto también. Así que una película simple me ha dejado ecos interesantes...
Intento esquivar la desolación de la plaza Joaquim Folguera. Han cortado todos los árboles y sólo queda cemento y obras. Hoy un tendero me decía que la visión sin los árboles se le hacía insoportable. "Els hem vist sempre", decía. Él ha ido a ver los pocos que han trasplantado a una plaza, más arriba, para consolarse. Yo ya no salgo nunca en esa estación de metro, lo que me obliga a andar más, pero no soporto salir y ver ese páramo de cemento en vez de nuestros preciosos lledoners. Naturalmente, ya no huele como antes aquella fresca espesura. Ahora huele a ratas (por la excavación) y a tubo de escape y a cemento. Durante tres años será así y luego... ¿más desolación? El tiempo se echa encima y ya es casi primavera. Espero que en alguna de mis librerías favoritas me inviten a firmar mis cuentos para Sant Jordi... Y tal vez vaya en mayo a la feria del libro del retiro...
Hoy me he saltado los periódicos. He estado avanzando en mi libro de la ciudad y era como si paseara por esos lugares, bajo los árboles. Tal vez por eso he tenido el impulso luego de subir la colina helénica. Leo también a ratos las memorias de Canetti, que había abandonado y que son extraordinarias. Pero en realidad no puedo porque estoy buscando citas para un trabajo bonito y laborioso. Ha sido un día extraño y lento, como si algún duende roedor clavara dentelladas a mi tiempo, como si todo se empeñase en ocurrir interrumpidamente, como si algo en mí no quisiera ponerse en marcha del todo...
Mi artículo de hoy en La Vanguardia Cultura/s sobre Robert Pinget, aquí

sábado, 13 de marzo de 2010

Ayer no fui al cine

Foto: I.N., Mimosas, 2010
Me entró frío y me invadió un agotamiento repentino. Me di cuenta de que llevaba tres días trasnochando y madrugando y me quedaría dormida en la oscuridad del cine. Pero un poco antes había oído cantar al mirlo y eso me había animado. Se lo dije a L. Estábamos hablando de por qué la gente no se rebela y sale a la calle con la que está cayendo, y ahora a los pueblos de Girona castigados por el temporal les dicen que quince días más sin luz. Los gobiernos de forajidos que tenemos no obligan a las compañías a reinvertir en infraestructuras, se reparten el botín y cuando sopla un viento o nieva, todo se va al garete. Ya lo dijo un médico argentino: en todas partes contratan gente que no sabe: es mucho más importante la sumisión y el mirar a otro lado que la profesionalidad y la excelencia, que son valores antiguos. Y cuando hay un problema, nadie sabe arreglarlo. Y todo se hace mal. Pero nadie se rebela. Nadie sale a la calle. Será por el frío, bromeamos. En cambio el mirlo decidió salir a cantar. Su urgencia de primavera y de encontrar pareja era más fuerte. Esperó con la nieve y el frío, pero se hartó, y al tercer día salió, se plantó en el único jardincillo que queda, el del señor rodorediano que vive junto al azufaifo, que se negó a vender su casa al malvado supportis (el constructor que derribó la casa del azufaifo -hoy catalogado- y pretendía talarlo, con el expediente favorable de Parcs i Jardins) y resistió (ojalá tenga hijos como él, amantes de los jardines), dijo que era viejo y que prefería conservar su jardín, un jardín secreto y maravilloso al que nos permitió entrar un día, aunque él iba enfundado en su batín, como un antiguo señor de Barcelona.
Ayer retomé y acabé Amarillo, de Félix Romeo. Me di cuenta de que para mí, la palabra suicidio siempre ha sido amarilla, por esas cosas sinestésicas. Me gustó el libro, construido como una especie de thriller minucioso que no es tal, y que me hizo pensar en el maravilloso librito de Sciascia sobre la muerte o el suicidio de Raymond Roussel, aunque no tenga nada que ver, pues aquí es la voluntad dolorida de registrar, de ser notario -sólo ante sí mismo, ante un tú que ya no está, rescatando al amigo perdido para hablarle, desvelando su culpa por no añorarle realmente o por sentir ambivalencia, investigar sin biografiar, simplemente interrogándose, conversando con el muerto y releyendo sus textos. Está escrito en un tono que puedo reconocer, un tono dolorido de verdad interna, de rabia y perplejidad, pero con autoironía. Y el retrato brilla. Dice Pavese (lo incluye FR en Amarillo) algo como (cito de memoria): Nadie se mata por el amor de nadie, uno se suicida porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, miseria, enfermedad, nada... Y ésa era una clave. Hay momentos... el personaje de la abuela del narrador me encantó. Una abuela con Parkinson, que no quiere morirse, que toma akinetón retard y llora por que teme morirse y la acompañan a ver a unos curanderos que salen en la revista Pronto, y el narrador es pequeño y está emocionado porque será su primera noche de hotel, pero más que hotel es una pensión donde las sábanas apestan "como si no las hubieran lavado en cien años. Conservaban el olor de todos los que habían dormido allí: muchos de ellos ya estarían muertos". Más que el retratado Chusé Izuel, que tiene algo del Clyde de Bonnie y trata de encontrar salida a su energía acumulada, a su frustración, ante los amigos que no comprenden, me gusta el narrador y sus pensamientos y su búsqueda de explicación. Curiosamente se le adhirieron algunas palabras, fragmentos de Barcelona.
Oigo de fondo arte tv, investigadores alemanes, narrado por franceses, qué sería de mí sin ellos, la sensación de cultura y de rigor aún está ahí. He ido a tomar el aperitivo con mi amigo seráfico en la colina, sólo con sus planes ya me ha alegrado la mañana y una vez allí he fotografiado el lugar para ese libro de la ciudad que se abre camino...
He leído la entrevista a Vila-Matas [en Libé leo que publica triple en le pays gabache: "Enrique Vila-Matas donne le portrait joycien d’un éditeur, pas mal de théorie et un peu de lui-même dans Dublinesca et Perdre des théories (Bourgois) ainsi que Vila-Matas, pile et face. Rencontre avec André Gabastou (Argol)"] en Babelia, me gusta cuando explica que se ha convertido en un escritor realista, porque ya no huye de la realidad, y porque hay muchas maneras de ser realista, y el suyo es un realismo interior, con sueños que se integran en la vida cotidiana... O cuando dice cómo se siente respecto al escritor que era antes. Y también me gusta el final de la entrevista, cuando JC le pregunta cómo explicaría su novela Dublinesca a un hipotético viajero de un tren y VM contesta: "Le diría que trata de alguien muy acabado que quiere celebrar un funeral por el mundo y descubre que eso, paradójicamente, es lo que le permite tener un futuro en la vida." Me ha recordado a Choses dont je me souviens de Soseki. También he leído un buen artículo de Jordi Gràcia del Guerra en España de JRJ; me gusta que aluda al saqueo de la casa del escritor que perpetraron varios franquistas, entre ellos, aunque lo niegue, Carlos Sentís. Y me gusta la cita final de JRJ, que parece aludir a estos tiempos o a mi mismidad, como consejo tranquilizador: "No hay forma más exquisita de la aristocracia que la de la intemperie. Cuando el hombre puede vivir tranquilamente fuera y sin miedo ya a nada ni nadie de la tierra o el espacio." No sé qué ha cambiado de Jumpa Lahiri antes y ahora, sus cuentos Interpret of maladies ya eran magníficos, ya había recibido un premio importante y su belleza y su expresión inteligente también existían entonces; sólo que ahora la han descubierto y por un acuerdo tácito general, le dan más espacio. A mí me gusta cómo mira desde la portada. Mientras, traduzco un texto urgente sobre el artista Pierre Huyghe, que parece otra definición, más teatral, de realismo y ficción en el arte contemporáneo, dice Huyghe: “Lo que me interesa es montar una realidad, construir una situación, estructurar un mundo y documentarlo.”

jueves, 11 de marzo de 2010

Cómo comprendo a los camareros

Foto: I.N., La terraza nevada de anteayer, 2010
... del turno de noche, que al salir de trabajar no pueden irse a dormir y necesitan seguir despiertos en algún otro lugar, aunque esa necesidad acabe con su sueño. Hoy he trabajado sin tasa, redactando textos para una fundación de arte en la que el briefing iba modificándose y matizándose por minutos y me llegaban montones de mensajes y llamadas telefónicas. A mediodía he bajado al gimnasio germánico, mi salvación, y al salir, de pronto, se arremolinaban copos de nieve tan finos que parecían polen, a pesar de que el sol salía entre masas de nubes. Pero ha sido sólo un momento.
Han venido unos técnicos con sierras a podar el ciprés partido del jardín de enfrente y llevarse las ramas, y no he podido evitar preguntar a la hija de los propietarios, que es diseñadora y tiene grandes ojos azules: me ha dicho que naturalmente era una poda, pues ellos adoran sus cipreses y ha añadido que el dueño del garaje con tejado ilegal de uralita detesta sus cipreses porque sus hojas le atascan no sé qué conducciones y querría cortarlos. Pero aunque la uralita sea ilegal y cancerígena, seguro que dado el caso, las autoridades se pondrían de su parte, porque el espíritu arboricida impera en este país y ninguna ley protege a nuestros maravillosos y heroicos árboles. (Lean el post de Millán sobre la muerte de Vallcarca)
Por cierto que anoche fui a cenar con tres amigos y al bajar descubrí muchos árboles quebrados tristemente por el temporal de nieve. Una vez allí, en un restaurante clásico, con zócalo de cerámica y fotos de antiguos visitantes ilustres, un restaurante que se degradó y que hubo que olvidar, y ahora ha sido felizmente recuperado, nos estuvimos riendo los cuatro mientras cenábamos, y tras la conversación, T. y yo subimos en un autobús nocturno donde dos chicas se besaban apasionadamente y yo me di cuenta de que ésa es aún una escena insólita, al menos en esta ciudad. Muchas veces veo hombres besándose o dándose la mano en la calle, pero las mujeres sáficas nunca parecen expresar sus deseos en público. Y no digo que nadie tenga por qué besarse en la calle, pero comparativamente me parece curioso que ellas sean las únicas en inhibirse y que esa invisibilidad sea tan sistemática y única. En cualquier caso, eran extranjeras y tenían largas melenas y ojos brillantes.
Tras el paréntesis del gimnasio, el trabajo ha continuado llegando incansablemente y yo, saturada, he acabado de introducir cambios con nocturnidad y al fin, en lugar de tirarme al sofá a leer, me he puesto a escribir mi libro de la ciudad.
Y es que esta mañana me las prometía yo tan felices, pensando que había acabado mis textos del museo, el artículo de Soseki, la reseña de La vanguardia y que mientras no llegaban los siguientes textos podía dedicarme al festival de poetas y a mi libro de la ciudad, cuando ha llegado la avalancha.
Hace un frío inhumano y mañana me espera el dentista. Oh, ya sé que esta entrada es inconsistente y casi me recuerda un pasaje de Soseki donde dice que el personaje se sintió invadido de un sentimiento de prosaísmo (como le ocurriría al leer este pasaje). Pero todos los que pasan por aquí lo saben, que hay veces en que, por el puro azar de las cosas, la escritura rápida se vuelve poderosa o produce el encantamiento sonoro de lo momentáneo y lo intenso, o bien un pensamiento luminoso aparece flotando y lo domina todo y se disparan los comentarios, pero otras veces se trata de un mero desahogo, un espacio donde yo me deshojo como el ciprés y atasco las cañerías del garaje enemigo y su tejado de uralita.
Y todo esto para decir que, al escribir un trozo de mi libro de la ciudad, a pesar del cansancio y de las dudas, me ha invadido esa rara felicidad que a veces produce la escritura, en los momentos en que ese patrón interno exigente y absoluto que nos domina, doblega y fustiga no parece oponerse y abre todas las ventanas. Aunque no pueda compararse a la felicidad de la ficción y aunque esté todavía lejos la vía de acceso a mi novela, este libro me hace ilusión y no puedo evitarlo.

martes, 9 de marzo de 2010

Ayer, mientras corregía

Foto: I.N. Corazón de almendra amarga, marzo 2010
Estuve contemplando la danza silenciosa de los copos de nieve, que volaban en todas direcciones, esperando que cuajasen en el suelo de la terraza, viendo la pesada y frondosa agitación del ciprés gigante (¿o es abeto?) de enfrente contra el viento y recordando un día de navidad en Manhattan en que G. y yo nos quedamos en el hotel leyendo (yo leía a Jonathan Franzen hablando de su padre enfermo y dudaba si le llamaría) y veíamos cómo las hamacas diminutas de un balcón iban acumulando capas de nieve sobre un suelo que había sido verde para imitar la hierba.
Desde por la mañana apenas se oían coches, y a mediodía, el gimnasio alemán estaba insólitamente vacío; "feliz navidad", me dijo una monitora sarcástica. Mientras manejaba una de las máquinas, por el tragaluz veía la nieve persistir y al salir ya había empezado a cubrir el suelo. G. llegó alborozado, fotografió el azufaifo y enseguida buscó amigos para guerrear con bolas en un parque.
Y de pronto el ciprés (¿abeto?) gigante se abrió y se partió con un crujido como la seda del kimono en Mishima al desgarrarse y luego cayó con gran estrépito mortuorio sobre la uralita del garaje. Ahora temo que quieran cortarlo, que se acaben las visitas de urracas y que al mirlo sólo le queden los años de vida del señor del jardín rodorediano junto al azufaifo.
Luego salí a la calle, llena de transeúntes que andaban enrarecidos y temerosos por la nieve mientras los niños y jóvenes se lanzaban a jugar y muchas tiendas estaban cerradas. Me acordé de los hijos de un amigo vasco, dos niños muy educados e inteligentes, de madre rusa que siempre han vivido aquí, pero hablan perfectamente la lengua materna, y un invierno fueron a Moscú y la gente los miraba como si estuvieran locos porque con exclamaciones en ruso celebraban la nieve (y allí, ¿quién la celebraría sino un turista?)
Suspendieron trenes y autobuses, se quedó aislado Collserola, Girona sin luz, la gente sin poder volver a sus casas y alguien se preguntó con sorna en Fb cómo un país tan desastrosamente preparado que se colapsa con unos copos de nieve pretende organizar juegos de invierno.
Acabé con Benjamin Buchloh y el bravo mensajero de La Vanguardia me había traído El xal, de Cynthia Ozick, una auténtica maravilla literaria que yo había querido traducir para un editor entusiasta (pero un pez más gordo tenía ya los derechos). Lo leí sin detenerme, en la traducción perfecta de la reina de la traducció, interrumpida por las llamadas y mensajes, y acabé escribiendo la reseña a medianoche, bajo la mirada penetrante de Gilda. Luego ha venido la poda implacable para encajar en el formato: olvidar referencias (Célan, los grabados de Kathe Kollwitz...), renunciar a situarla en su tradición literaria judeoamericana (Bellow, Malamud, Mailer, Grace Paley, Philiph Roth...), renunciar a citar pasajes magníficos y no digamos a citar a quienes hablan de ese libro (Bloom), no he podido decir que el primer relato es una inteligente combinación de un cuento de Grimm y la Shoah, como ocurre también en Quanta, quanta guerra de Rodoreda, con la que tiene puntos de conexión. Pero aún así, espero que lo esencial llegue a los lectores de mi reseña y vayan diligentes a comprarlo.
Ah, se me olvidaba, cuánta razón tiene A. de la R. con su artículo En ausencia de lo judío, que tuve el privilegio de leer antes de su publicación y entusiasmarme ya entonces, y que a partir de ese momento me ha perseguido y veo aún más la aridez anti-intelectual y zote de este país en ese origen, en esa falta tremenda. El sábado pasado me crucé con una pareja de viejos argentinos que hablaban de un concierto de Shoemberg y de sus experiencias en los conciertos con un nivel y una naturalidad imposible en unos locales. Y el domingo fui a ver Tres días con la familia, una película bien hecha por una joven realizadora donde no es sólo la incapacidad de decir de la adolescente pegada al teléfono, sino sobre todo desierto intelectual, el páramo de esa familia tan nostrada, ttan de este país: entre ellos no hablan de nada, no tienen nada, salvo las posesiones materiales que consigan, el fútbol y sus prejuicios. Nos dejó un desaliento que articulamos luego subiendo la Via Augusta.
Oigo las gotas del deshielo cayendo bajo este sol de primavera. Otra avalancha de trabajo amenaza con caer y enterrar todas mis opciones de escritura. Conjuraré al espíritu de Henry James para que acuda en mi ayuda y me empuje poderosamente a escribir, no sólo el libro de la ciudad, que me asalta todo el tiempo en cuanto salgo a la calle, sino también la novela, que sigue en mi cabeza, aún sin forma, sólo con sus enviados fantasmas, a veces dolientes.

domingo, 7 de marzo de 2010

Araño unos minutos

Foto: I.N., Fachada de Girona, 2010
Para escribir aquí un rápido apunte de domingo. Está lloviendo en silencio. G. trasnochó más que yo misma y ahora duerme. Yo acabé retirándome con la madrugada avanzada, tras una película mala (parecía como la expresión de la desmemoriada y afásica M. cuando pidió que alguien apagara "esa llamada de nada" que era la tv), y muy buenas conversaciones y un largo paseo hacia arriba, con las botas de siete leguas que nos presta un buen interlocutor. He acabado de escribir mi deshilachado artículo de Soseki (hay algo que me gusta incluso así, aunque me falta espacio para vertebrar un nervio más poderoso y temo que mi fascinación parezca a veces algo balbuceante, aunque contagiosa. Lo que me gusta es poder hablar de su poética y habitarla mientras intento comunicar sus resortes, poder explicar/me las razones de esa fascinación mía, intentar transmitir su atmósfera) y ahora me disponía a corregir mi última traducción de Benjamin Buchloh y su sintaxis demoníaca, pero no puedo quitarme de la cabeza un mensaje, una misteriosa carta que he recibido esta mañana.
Hace tiempo que hablé en este blog de uno de los tres o cuatro profesores brillantes que cambiaron mi percepción del mundo y de mí misma a lo largo de mis años de estudiante. Pues bien, aquel profesor, al que creía desaparecido, recogió sin decirlo la botella del náufrago y hoy se ha decidido a aparecer, aunque sólo fuese un momento. Su escritura luminosa -culta, inteligente y arrastrada por la misma urgencia que recuerdo de sus clases- demuestra que, contra lo que él sugiere, no hubo idealización ninguna por mi parte, a pesar del hipotético efecto tarima que transfigura a los profesores (aunque aquella aula pequeña, que él recorría febrilmente, de lado a lado, dibujando aquel bostezo süave de la Tierra, no tenía tarima) y de mi adolescencia -inocencia y arrogancia- de entonces. Al descubrirse en este espacio quiso recordar, identificarme en una masa de recuerdos y olvidos, pero lógicamente no lo logró, y siguió leyendo y se convirtió en un visitante silencioso de este blog (lo cual me ha llenado de felicidad), me acerca a Góngora, alude a Goethe y a Proust, con palabras demasiado generosas hacia mí y mi escritura, y a la vez me explica, dice cosas que sé que seguiré leyendo para entender. Pero en su carta deslumbrante, que no podría reproducir aquí sin su permiso, ni siquiera de forma anónima, en ese tono urgente, lúcido y aún enfebrecido, hay todo el tiempo una zona oscura y enigmática, la alusión a unas ataduras férreas, a un retiro forzoso del mundo o incluso una dureza para consigo mismo que su escritura desmiente en su fogosa inteligencia, qué sé yo si sólo puedo elucubrar, hay una tristeza o algo que hace que a mí, sus palabras me resuenen doloridas, walserianas, hölderlinianas (o del Kafka epistolar) y es algo que sólo he podido detectar de verdad en una segunda o tercera lectura. Yo le he contestado deprisa, sin pensar, y sólo luego me he dado cuenta: la carta se cierra con un enigma que alude a una despedida del mundo y me temo que tendré que conformarme con saber que me leyó aquí, sin imaginar siquiera las razones de ese alejamiento (¿por qué no hay vuelta atrás?), que excluye cualquier posible conversación, que incluso deja en suspenso la lectura de esa respuesta mía maladroite.
El tiempo se acaba, vuelvo a Buchloh, G. ya se ha despertado y me pregunta si no le acompañaría a rescatar su moto a un feo rincón de la ciudad, la gata Gilda sigue ovillada y el cielo sigue gris opaco, aunque no llueve, y el mirlo ha empezado a cantar, oculto en el último jardín rodorediano, junto al azufaifo.
Dejo aquí un artículo lúcido y valeroso de Eugenio Trías en defensa de Freud.

sábado, 6 de marzo de 2010

Cómo olvidar el mundo

Foto: I.N., Diagonal, 2010
Llevo una semana presa de la traducción, sin poder pestañear, ni escribir aquí ni allí, dejando que mis sueños y los pensamientos que tenía al andar volaran y se desvanecieran sin poder anotarlos. Aún no he acabado, pero estoy algo más cerca.
Ayer fui a una reunión que resultó celebrarse exactamente en la que fue la casa de un amigo desaparecido hace años, al principio de la enfermedad del siglo XX (todavía guardo las postales de flores orientales que me mandaba, a veces dibujadas al dorso con autorretratos extravagantes, y el cuento que hicimos juntos), y al entrar, el pasado me envolvió, primero feliz, hasta que entré en una habitación donde reviví una escena terrible, que había enterrado en la memoria, y me quedé un momento allí inmóvil, sin aliento, viendo lo que nadie podía ver. Pese a todo salí del lugar llena de esperanzas, que han durado hasta hoy, leyendo el horror de los periódicos, no sólo las imágenes de las protestas en Grecia: No se dice que lo que está ocurriendo en Grecia tiene mucho que ver con nosotros. El empobrecimiento general del país, mientras que nadie se plantea bajar ni congelar los sueldos o los bonos millonarios de los forajidos que crearon esta crisis; no, ellos siguen ganando más y más y cobrando comisiones mafiosas e intereses usurarios, ellos son quienes mandan, quienes financian los partidos, y cada vez habrá menos gente que pueda comprar lo que necesita para vivir, y son ellos los que nos dicen que tenemos que apretarnos más y más el cinturón. o la campaña antihomeopática, la gran tala que quieren hacer en la Diagonal y que tiene a todo el mundo convencido... Los periódicos sólo cuentan medias verdades, aunque es fácil leer entre líneas -¡les molesta la sombra!-, que quieren convertir las ciudades en autopistas, destruirlo todo para seguir haciendo sus párkings y sus negocios mafiosos del cemento. Se lee también entre líneas cuál es la objeción real que ponen a los plátanos: exigen poda, cuidados, y el ayuntamiento no quiere gastar en árboles. Dicen "desplazar la masa arbórea", no dicen que se trata de eliminar todos esos árboles centenarios y sustituirlos por esos palitroques que nunca crecerán, y si crecen, sólo los muy jóvenes los verán, dentro de setenta años, llegar a un tamaño comparable, irradiar el oxígeno y limpiar la atmósfera como ahora hacen los plátanos, acacias y palmeras de la Diagonal. No dicen que en verano el cemento arderá sin el oxígeno ni la sombra de esos árboles, ni nadie habla de su belleza desmañada, de esas esculturas maravillosas que dibujaban la mejor avenida de esta pobre ciudad.
Pasan las horas. Tengo que seguir la poda de mi artículo de Soseki antes de ir al cine. ¿De dónde sacaré tiempo para el libro de la ciudad o para seguir reintentando escribir ficción? No se sabe. Anoche vi Flores de equinoccio de Ozu, mientras aún leo Meian, su última novela inacabada. Me refugio en su mundo e intento recordar las ideas que aprendí ayer y que quizás me ayuden a sobrevolar lo más duro, a no asustarme, a reunir fuerzas e ingenio para enfrentar lo que venga y sortear lo peor.
Al día siguiente
Casi acabé de podar mi artículo, hoy remataré el trabajo. Vi A Single Man, un poco por frivolidad, pero no me gustó. No le encontré nada, absolutamente nada literario, ni rastro del buen Isherwood, sólo fue como leer un Vogue gay durante mucho rato. Visión cómicamente hiperesteticista -a veces rozando lo ridículo, otras más eficaz- coreográfica del mundo, donde las mujeres son seres patéticos y pegajosos que persiguen a quienes no las desean (?¿) y las niñas seres perversos que espachurran a los insectos, el deseo masculino es ubicuo, los jóvenes se parecen a james dean y las jóvenes a BB y todo es bonito y vacuo como un desfile de moda... Lo mejor, belleza de Julianne Moore aparte (pese a su estúpido personaje): la gestualidad del actor Colin Firth. It was a Tom Ford film, for God's sake! me dice un amigo anglosajón en un email. Tiene razón, ¿qué otra cosa era posible?. Pero lo pasamos bien tomando algo y paseando colina arriba.

jueves, 4 de marzo de 2010