lunes, 27 de diciembre de 2010

He vuelto de una extraña navidad

Fot: I.N. Bosque encantado, 2010
Alegres celebraciones vitales casi opuestas al rito familiar, autosecuestrada en un lugar incógnito y viendo fascinada The Red Shoes: yo no me acordaba, pero la película habla justamente de un tema que yo estaba discutiendo con alguien, sobre el antiguo dilema de Kafka entre la escritura o la vida o la dificultad de que los partners masculinos de mi generación acepten ese otro lado de nuestras vidas, ese otro lado que para Marguerite Duras habría que ocultar a los amantes, pues enseñarles nuestros escritos sería como hablarles de un rival, pero que en mis partners más jóvenes no se convertía en una amenaza ni en algo que ignorar, sino en un valor añadido; ellos que ya tuvieron madres activas, con vida propia, no interiorizaron un modelo femenino asociado a la entrega total y sacrificada, sino todo lo contrario. Y me sentí tan feliz viendo esa película en la noche del conjuro con una pantalla maravillosa... La discusión siguió con una artista amiga que cree que las novelas y películas deberían mostrar modelos femeninos positivos y con finales felices, mientras que yo creo que eso sólo es posible en los cuentos de hadas. Al día siguiente escribí al fin el primer capítulo de mi novela en esta segunda, o tercera fase, o whatever. Bel M. se ofreció a escucharlo por teléfono y se lo leí. Fue un momento importante para mí. Me sonó muy bien, con toda la fuerza de esa prosa distinta de mis anteriores escritos, aunque en cierto momento de la lectura me pregunté si se equilibraría el fragmento en el que me había alejado del escenario principal, una playa de mi infancia, para ahondar en unas razones anteriores. Mi interlocutora pensaba que sí y yo conté las palabras y descubrí que el escenario, la playa -antes y después del ahondamiento- tenía más palabras y que, por lo tanto, sí se contrapesaba bien la extraña arquitectura ciega que le puse, ya saben que yo escribo con los ojos tapados y todo es misterio. Y qué felicidad sentí después... Sé que no será fácil seguir, pero ya me siento diferente, con mucha más esperanza, porque he visto que es posible.
Hoy he traducido un pasaje de Giono (ese thriller poético y nevado con título pascaliano que va a publicar Impedimenta, por mi grandísima culpa, donde sí se subvierte el género, ya que la intriga se resuelve a mitad del libro, creando una contraintriga) sobre un caballo que sustituye a su dueño en la relación con los del pueblo, un caballo hilarante y afectuoso: "Era un caballo negro que sabía reír. Normalmente, los caballos no saben reírse y siempre da la impresión de que van a morder. Éste avisaba primero guiñando un ojo y su risa se formaba primero en el ojo, de forma indiscutible. Tanto que, cuando la risa llegaba a la dentadura, no había ningún malentendido posible. La puerta de la cuadra estaba siempre abierta. El caballo nunca estaba atado. Cuando tenía ganas de salir o de ver gente, empujaba la puerta y aparecía en el umbral desde donde recorría, con la mirada, todo el arco de la honorable sociedad que tomaba el fresco bajo los tilos o que se afanaba en algo. Si reconocía a alguien que le gustara más particularmente, lo llamaba con dos relinchos muy medidos, parecidos a arrullos de paloma. Y si ese alguien levantaba la vista y le dirigía una palabra afectuosa (como ocurría siempre), el caballo se acercaba a él a pasos amables, muy gráciles, con una gracia voluntaria, de ladrón de azucarillos, y pasos algo danzantes, para ir a posar la cabeza sobre su hombro. Era entonces cuando se reía, a veces, si se le rascaba un poco la frente o bien si comprendía que su amo llegaba, pues, en esos casos, como al principio no se sabía si esas cosas le gustarían al comandante, nadie osaba continuar las caricias y más bien retiraba la mano; pero el caballo se echaba a reír suavemente y volvía a poner él mismo con autoridad la frente bajo la mano. Además, Langlois le decía: -¡Ah, pícara (aunque se trataba de un caballo y no de una yegua) —y en el tono de voz de Langlois había un gran afecto, que parecía legítimo extender más allá del caballo, hacia quien lo acariciaba, hacia los que estaban allí, sentados en el banco de piedra del tilo; pues Langlois no decía más que eso, pero miraba a todo el mundo. El caballo tenía aún otras maneras, aún más amables que las otras, dirigidas con gran inteligencia hacia esa necesidad de amar que todo el mundo tiene. Seguía a sus amigos. Si veía que se iban, ya fuese a por tabaco o a casa de vecinos, a buscar herramientas o a hacerse prestar utensilios, les acompañaba, iba a ponerse a su lado, frotaba el hocico contra las chaquetas; luego, a su paso, avanzaba con ellos, como si quisiera pasar un rato con alguien por quien sentía afecto. A veces, en ese rato, les obsequiaba con un leve arrullo de paloma, con un pasito español, un movimiento de cabeza calculado para exhibir aquella crin sedosa que tenía, siempre bien peinada y limpia como los chorros del oro. Mostraba atenciones con todos. Se le podía pedir un favor. Al principio nadie se atrevía, naturalmente, se contentaban con su amabilidad. Temían el humor de Langlois. No es que estuviera de mal humor, ya les he dicho, pero como apenas tenía contacto con nosotros, no podíamos saber si vería con buenos ojos que utilizásemos su caballo. Pero a la larga, nos dimos cuenta de que lo había dejado libre, que comprendía bien su modo de ser y que, por tanto, si el caballo se prestaba a subir la pendiente de Pré-Villars, o a regalar los cinco minutos de acarrear un volquete de la fuente al establo, sólo había que aceptar sus pequeños servicios con la misma naturalidad con que él los ofrecía. A menudo, si el caballo no estaba en el umbral de su cuadra para acechar y saludar a sus amigos, y uno le necesitaba, entraba en su casa y preguntaba: “¡Eh! ¿Estás ahí?”. El equino respondía con su arrullo de paloma y acudía. No sabíamos su nombre. Nadie había osado preguntárselo a Langlois. Y nadie se había atrevido a ponerle un nombre de aquí. Todos nuestros caballos se llaman Bijou o Cocotte. Ese estilo no le iba. Sentíamos demasiado respeto y amistad por él como para eso, y le apreciábamos demasiado. Cuando le hablábamos, adoptábamos un tono tierno, pero nos habría gustado tener un nombre que añadir a nuestras buenas palabras, para deslizarlo entre los agradecimientos, para hacerle entender que éramos sensibles a sus atenciones y que nos conmovía. Pero encontrar un nombre que le encajara estaba más allá de lo posible; y averiguar cómo le llamaba Langlois, era del dominio de lo imposible. Cuando Langlois salía con él, le rodeaban el frío y la impasibilidad. Le hacía obedecer sólo con las rodillas. Si le hablaba, era en la intimidad y eso no sólo no nos atañía, sino que todo nos lo recordaba constantemente. Así, algunos le llamaban caballo, simplemente, pero poco a poco, a escondidas, y cuando estábamos seguros de no ser oídos más que por nosotros mismos y por él, acabamos llamándole a media voz: Langlois”, con toda simplicidad, ya que, al fin y al cabo, él hacía con nosotros todo lo que Langlois había dejado de hacer." Por cierto que la revista Turia publicará un avance de la traducción con un epílogo mío. Y luego creo que he pasado el día en la calle. Tenía una reunión, he visto a dos amigos que huían ahora de su resaca navideña, he ido a varios recados. Estoy leyendo varios libros enormes, que no puedo llevar conmigo, y para el trayecto en metro me he hecho con Perder teorías de EVM. me ha gustado tanto que voy a continuar con él en el sofá, hasta acabarlo. Disiento de ese crítico del Cultural que dice que sólo es la espuma del champagne. Yo he encontrado no sólo la estela del episodio lyonés clave de Dublinesca sino algunas revelaciones -no sólo raymondrousselianas, ni de ese feliz personaje inventado de Liz Themerson, coeditora de una revista imaginaria e hipotética traductora de autores españoles en Norteamérica, no sólo sino también...- y momentos de hilaridad y de contrasentido que me han alegrado la tarde.
Ayer tuve una comida de Boxing Day en un restaurante indio y el hindú que hace de wiseguy allí, representa perfectamente la belleza de su país y entiende castellano observó que yo iba vestida de rojo hindú y me auguró que antes de que empezase el año nuevo me vendría algo de buena suerte.
Por cierto, llevo unos días en que he vuelto a cantar. No sé si ha sido la euforia de sobrevivir a la gripe asesina o un contagio musicológico sesgado o el famoso capítulo extraño pero decisivo en mi novela, donde espero que el estilo -dice EVM que dice John Banville, pero quién sabe si la cita será suya- corra a grandes zancadas triunfales y la trama le siga arrastrando los pies-, pero he estado cantando una cancioncilla medieval, una del romancero y otras cuantas. Lo cierto es que me queda una pequeña estela, un marca hawthorniana de esa gripe asesina y tenaz, pero he podido cantar, no triunfalmente, pero sí con fruición. Rufus está muy contento de mi retorno.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Y a pesar de todo...

Foto: I.N., Autorretrato nocturno de ayer, en plena gripe paradójica, 2010
¡Cuántas cosas han ocurrido dentro de mi larga gripe! Con la fiebre llegó otra clase de fiebre, la que me recuerda simplemente que estoy viva y que este extraño periodo de retiro era provisional. Y aunque sin duda el deseo duele, sigue siendo un dolor dulce; con toda su vulnerabilidad, no apaga los fuegos de la celebración. Ando por las calles buscándole, como si pudiera aparecer en cualquier esquina, como si mi propio deseo o el suyo o la asombrosa conexión que producen fuese capaz de acercarnos geográficamente. ¡A veces lo es! Yo sé que es un campo minado, que está lleno de riesgos, que puede ser efímero. Pero aunque todo se acabara en este instante, aunque se hubiera acabado ya, nadie podrá arrancarme lo que ya ha sido. Rufus también se ha asustado un poco y cuando estamos solos me pide más atención que antes, pero sigue teniendo sus gestos graciosos. Ahora se ha subido a mi mesa y mira por la ventana con su orgulloso pelaje felino bien ordenado. Le acaricio admirando su belleza rayada y le digo que no se preocupe, que nada le apartará de mí. Tal vez esas noches sin sueño y esa celebración o mi miedo o mis reservas a aceptar la revolución interna hayan contribuido a alargar mi gripe. Sarinagara...
Yo detesto la navidad y aquí todo el mundo lo sabe, pero me hace gracia cómo Scrooge se apodera de todos e incluso la gente más improbable empieza a inundarnos de ardientes felicitaciones, a desearnos lo que no nos desean el resto del año. Un lector de este blog (Sir Edmond Black Adder) me ha mandado una especie de arquitectónica felicitación preciosa, mostrando una casa durandiana de Puig i Cadafalch en una playa secreta y me dice que la casa es también mía en cierta manera. Hay algo alegre en ese fuego, más allá de la parte cutre y franquista del villancico y las feas luces y decoraciones de las calles. Ya no me siento como La pequeña vendedora de fósforos de Andersen, aunque siga siéndolo. Escribí otro de esos extraños poemas y ya empezaba a estar algo más allá, empezaba a no ser del todo inteligible para mí misma y eso me alegró. Pensaba en lo que decía Gamoneda del pensamiento que va después, de ese poeta que sabe, aunque no sepa que sabe. A pesar de todo la Belle Elaine consiguió que mi primera tentativa, que en realidad es fallida y debería enterrar, aparezca en esa correspondencia que vamos a publicar.También en medio de esta gripe he perdido una amiga (a la que rendí homenaje aquí) y siempre duele, aunque en este caso, algo en ella me hizo darme cuenta de que no podía ser autrement. Otra mala noticia es que Francis ha cerrado su blog Borra el humo de tu frente, por el tiempo que le robaba a sus lecturas. Le echaremos de menos.
Vuelvo a traducir al deslumbrante Giono, la semana que viene volveré a traducir para el museo y me dispongo a desaparecer dos días por cortesía y mi espíritu antinavideño. Me enfurezco en facebook contra todos los ignorantes y salvajes que proponen que los escritores y compositores trabajemos gratis. Creen que es moderno estar a favor de la piratería y el robo. Porque desprecian la cultura, están dispuestos a pagar royalties de diseño de sus mac o sus iphone o la cocacola, pero no quieren pagar por la literatura, que no valoran, ni por la música. La ley de descargas de este gobierno podía tener defectos o estar hecha en USA, pero creer en la esclavitud para los creadores es grave. No es extraña la fama que los españoles tenemos en Europa. En Berlín hay un restaurante donde cada uno paga lo que cree que debe y puede ese día: los españoles no están bien vistos; de hecho no son admitidos allí, por chorizos. Ese es el espíritu de este país. Es el único país de Europa donde los autores no estamos protegidos y donde los escritores no tenemos ninguna manera de saber cuántos libros vendemos, y tenemos que conformarnos con que los editores nos digan y paguen lo que quieran sin demostrarlo. Yo he trabajado dentro de editoriales y he visto cómo se liquidaba la mitad de lo que se vendía... sin problemas. Sé que se sigue haciendo lo mismo; todo el mundo lo sabe y nadie hace nada para evitarlo, porque éste es un país de sumisos. Yo intenté a través de las asociaciones de autores, traductores y agentes que adoptáramos el sistema francés (el más económico y plausible), pero a nadie le interesó seguir. Y ahora, para agravarlo, nos condenan también a ser robados impunemente. "El dinero no da el valor de las cosas", pretenden algunos, que por supuesto cobran por su trabajo, pero no creen que nosotros merezcamos cobrar por el nuestro. Como si a los escritores y compositores no nos cobrasen el alquiler o la calefacción. Como si pudiésemos trabajar siendo indigentes, en la calle. En fin, todo es coherente con el país que menos paga a los traductores de toda Europa y donde nuestras tarifas han ido bajando en lugar de subir. Naturalmente, los autores han reaccionado (unos mejor que otros, que aún temen quedar como antiguos si no defienden el robo).
Todo esto ocurre al mismo tiempo que la extraña, irreductible gripe. Después de mi penúltima clase en el Ateneu, fui a "La perfecció és feixista", donde se hablaba de la obra de Carles Hac Mor y se discutía y conversaba. Lo que más me gustó fue la intervención de CHM -con su mezcla de ingenio, ironía y audacia y la de Ester Xargay, que había traducido con rima un fragmento de la Zazie dans le métro de Queneau (¡me dieron ganas de releerla! O de ver la película. de Louis Malle.. Está claro que a EX le inspiran los desafíos de trabas y limitaciones), como celebración del aniversario oulipiano y forzada por la prohibición de CHM de que leyese algo de él. También la intervención de una de las dos inteligentes artífices del MX Espai. Se habló de la crítica y yo dije que a mí me molestaba que algunos críticos hicieran como si lo subjetivo no existiera, pero el crítico que había allí ridiculizó mi afirmación, creyendo que yo defendía ese estilo de reseña donde el que escribe habla de otra cosa, sólo de sí mismo y no de su relación y conflicto con el libro. Yo también he sufrido esa clase de reseñas (un crítico que hablaba de La plaza del azufaifo y dedicaba la mitad de la reseña a Adriano Celentano) y no me refería a eso. Pero el entendimiento era imposible, allí no cabía el espíritu psicoanalítico, tal vez porque mi gripe me incapacitaba para transmitir, sobre todo tras haber logrado heroicamente dar mi penúltima clase en mi estado de ofuscación y falta de voz. Todo eso a pesar de la generosidad entusiasta de CHM, que había elogiado mis tentativas de poemas; y es que él diferencia mi escritura y la valora más allá de los géneros o las posiciones. También hablaron del estereotipo que separa al humano del resto de animales por su capacidad de simbolizar. Yo dije que me interesaba la forma de simbolizar de los sueños, por su absurdo aparente, y en ese terreno, parece que los gatos nos ganan por mucho en actividad onírica y simbólica. Por cierto que un poeta y traductor que últimamente vive al otro lado del espejo me dio ganas de buscar el libro de Perec L'homme qui dort y resultó que tenía en casa la versión castellana de Impedimenta. Había pasado el día lloviendo y el barrio gótico estaba precioso y vacío por una vez, y pude disfrutar sola de esa belleza. ¡Ay! Olvidaba decirlo. No sé por qué será pero el patio del ciprés, adonde da esta terracita mía, se ha llenado de pájaros y por primera vez en invierno han venido a cantar dos mirlos.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Posesión

Foto: La Tamarita, 2010
Yo sigo extrañamente poseída por ese virus que se niega a abandonar mi cuerpo. Prisionera del virus, sin poder salir, enclaustrada como Samantha Edgar en The Collector. Anoche, en el cine, viendo Film Socialisme de Godard, me invadió una oleada de frío y temblaba bajo mi abrigo. Al llegar a casa tenía décimas y a media noche volví a notar escalofríos mientras subía la fiebre. Pese a todo, fue una noche mágica y ni la fiebre ni el virus impidieron que así fuera. De no ser por la vulnerabilidad que me produce la falta de sueño, me sentiría feliz... Sarinagara, predomina la melancolía, tal vez por una conciencia de cierto dolor ajeno, o por la desolación de alguien que ha venido a hablarme esta mañana (después de que leyéranos Li Bai o una de mis escenas favoritas del Quijote), o quizás simplemente porque es diciembre, mes de la muerte de mi padre y mes de la dichosa navidad. Y porque en NY el mejor amigo de mis amigos ha muerto hoy. Hace semanas les pidió la Odisea y mi amiga se la llevó. Él sólo temía no llegar a tiempo para acabarla. Mis amigos pasarán el fin de año en Montauk y a mí me gustaría acompañarles. Charlie se ha ido en plena estela de luna llena, cerca de mañana, la noche más larga del año: dice mi amiga americana que así le dará tiempo de completar mejor su viaje intergaláctico a otro plano de la existencia. Pienso en la barca, enredada entre juncos y niebla quieta, como en un poema chino de Li Quingzao...
Estos días he escrito otro de esos extraños poemas míos. que no pertenecen legítimamente al territorio poético y quizás sea una falacia llamarlos así. Se los envié a CHM y me ha contestado con su entusiasmo, aunque mis intentos no tengan que ver con lo que ellos hacen, aunque se acerquen más, de momento, a la clase de poesía que muchos detestan... Pero el tercer poema empieza a despegar y tal vez, si siguiera, empezaría a ocurrir lo que aún no me había ocurrido, ese momento en que las palabras llegan a través de un ritmo misterioso (el poeta sabe aunque no sepa que sabe, dice Gamoneda) con un significado que nunca estaremos seguros de descubrir.
Ayer por la mañana visité el barranco (de ahí surgió el poema) y la Tamarita. Al volver, las magníficas acacias del pasaje Maluquer tenían el siniestro cartel amarillo que anuncia una actuación del perverso Parcs i Jardins. ¿Las talarán también o será sólo una escabechina disfrazada de poda que les permita malograrlas y talarlas más adelante, por "enfermas"? Esa calle perdería su frondosidad, su frescura, su oxígeno...
Necesito dormir. Espero que mañana encuentre las fuerzas para vencer de nuevo al virus y dar mi clase en el Ateneo. Hoy la luna parece delicadamente fantasmagórica y gamonediana.

jueves, 16 de diciembre de 2010

¿Cómo empezó todo?

Foto: I.N., Un bosque, 2010
Creo que fue el día en que me levanté cuando amanecía y vi dos urracas, con su regio despliegue de larga cola blanca y negra y plumas azuladas llegando y posándose en el ciprés del jardín de enfrente, y luego, horas después, un mirlo vino a visitarme y me llamó desde la terracita sur, y al levantar la vista allí estaba, mirándome con descaro. Yo no puedo evitar pensar que esas visitas están cargadas de significación, aunque la significación fuese la pura belleza y la idea de que a pesar del cemento y de nuestros mutantes políticos municipales y de toda la gentuza que tira basuras todos los días al jardín del azufaifo, queda algo de naturaleza.
La cuestión es que algo se ha revolucionado y las ondas expansivas de la explosión me rodean. Anoche alguien me llamó y tocó para mí una música al piano. Había que atravesar el feo timbre metálico del móvil e imaginar el sonido real, y no era difícil, yo entré como si fuera descalza. Estaba en la cama, a oscuras y la música maravillosa me envolvía en un tejido sutil y luminiscente, como alas de mariposa. Pensé que sólo quería vivir allí y que era una suerte que alguien quisiera tocar para mí. Fue una epifanía mágica y no terminó con la música. Oí una voz que pareció tocarme, una voz llena de notas cálidas y vibrantes que se convertían sinestésicamente en matices cromáticos de bosque de otoño. ¡La voz del trampero! Luego me dormí. Debí de soñar con mapaches y zarigüeyas.
Tampoco sé muy bien cómo interpretar los signos. Todo es mágicamente exacto. Unos repiten las mismas palabras de otros sin haberles oído, escogen exactamente los mismos términos; como si la telepatía se hubiera generalizado y fuese lo corriente. Hay una extraña adivinanza mutua, y no acaba en dos ni en tres personas. Como si todos llevásemos micrófonos o como si un dios burlón que nos moviera como a títeres hubiera decidido ironizar aún más e interpelarnos poéticamente. Esas palabras se aplican también a cantidades exactas de cosas. Yo pregunto a una amiga: ¿cuánto cobrar por este trabajo? Ella sugiere una cantidad. Y sin necesidad de repetirla, me pagan esa cantidad exacta por un trabajo que parecía interrumpido, súbitamente inútil. Por el cruce de dos registros distintos de relaciones, de pronto me sentí como la narradora de Dubravka Ugrešić en El ministerio del dolor. En casa de mi vecino se oía una música completamente inverosímil, canción española y a todo volumen, como una televisión cutre, insufrible, pero sólo ha durado un momento. Sigo sin saber por qué los modos de mi inconsciente han manifestado reservas, impidiendo llegar más allá en una atmósfera envolvente, intensa y luminosa, como un sueño. Como si sólo me hubiera dejado llevar por una marea ajena, un deseo o una tenacidad ajena, y algo en mí se negara. Tal vez la sensación de colaborar sin querer a un dolor también ajeno. Y al mismo tiempo, todo parecía un giro feliz de Fortuna, con su parte oscura y necesaria... Sólo cuando duerma las horas que me faltan podré fiarme algo más de mis pensamientos.
Antes, sometí mi novela en crisis a la opinión de mi amigo serbio y vino con una propuesta que por un lado me devolvía a mi plan inicial, que no sé por qué no fui capaz de seguir entonces, y que por otra parte resolvía mi problema de eliminar ese material humeante y dañino que ya no deseo escribir. Él debía de pensar que yo me decepcionaría porque significa casi empezar desde el principio, pero a mí me alegró. No me importa volver a empezar. Me dijo que el material le parecía potente y lleno de posibilidades, que sólo a veces se había convertido en prosa. También yo lo sabía. Esa música interna que arrastra a seguir sólo me surgió a momentos; en otros me encontraba con una extraña desolladura, la demostración de que por ahí no iba bien. Pero como él dijo, en este caso no había otra manera. Veremos si mi deseo de escribirla sigue siendo tan poderoso, si algo me arrastra...
Anteayer me enviaron del museo un texto sobre Aby Warburg; la traducción era urgente y el contenido sugestivo como todo lo que rodea a su figura. Ya no sabría decirles qué he estado leyendo. Oh sí, ese libro de Victoria Cirlot como editora de los textos de la maravillosa Hildegard von Bingen (leyéndolo no podía evitar ver su mirada azul como una visión otra, como el espíritu que recorría también a J.E. Cirlot), y la novela manuscrita de un amigo escritor. Otro de mis deberes apremiantes era seleccionar unos textos maravillosos de Natalia Ginzburg para mis alumnos del martes, pero me di cuenta de que los tenía todos en italiano. Dos alumnas me han propuesto que sigamos, al menos cada quince días, en un café, cuando acabe el curso. Dicen que echarán de menos mis martes del Ateneo. Tal vez lo haga, si se anima alguien más y encontramos la manera de que sea interesante para todos.
Plus tard... Tras un paseo junto al barranco y por la Tamarita, he descubierto lo que había ocurrido realmente en el paréntesis de anoche y sus probables razones. Andar ayuda. Pero necesitaba un bosque más grande, algo más que un jardín romántico, para encontrar la vía de acceso a esa nueva forma de novela de cuentos. Volver a mi escritura de antes, romper la estructura de lo escrito, no quedarme fijada a la magia de aquella otra música. Voy a releerme para encontrar el cabo del hilo donde lo dejé...
En Polis, lean sobre la nueva amenaza del ayuntamiento contra el azufaifo. Parece que quieren aprovechar hasta los últimos días para destruirlo todo...

domingo, 12 de diciembre de 2010

Presentación de un libro

He colgado aquí el texto que leí en la presentación

sábado, 11 de diciembre de 2010

Yo estaba

Foto: I.N. Cadaqués, Mes pieds chez mes amis, 2010
Atrapada como un gato encerrado (otra vez el de Schrödinger?), sin poder salir, sin ir a mi gimnasio alemán ni a mis paseos reparadores, llena de tos y mucosas y con el cuerpo debilitado de la fiebre, pero sobre todo castigada sin escritura y poniendo demasiada energía donde no debiera, como habría dicho sin duda un consejero espiritual, de haberlo tenido, o mi amiga new age con su luna en Virgo, ¿pero qué hacer sin otro fuego que ese fuego, cómo llenar si no el vacío de la escritura, cómo ignorar el avance de lo imposible? Y hay algo alegre y libre en desoír algunos consejos, aunque sean imaginarios, sabiendo perfectamente las consecuencias, en más de un sentido.
Al llegar la noche, G. empezaba a toser en su cuarto y yo en el mío, o por el pasillo, un concierto de toses sin remedio, las horas pasaban sin sueño y me puse a leer la Vie d'Henry Brulard, que me maravilla tanto como a Lampedusa ("Je ne trouvais rien de si doux que de vivre à Paris en philosophe..." "Je vivais fou et solitaire comme un Espagnol, à mille lieues de la vie réelle"), y de pronto anoté dos o tres cosas para mi abandonada novela y sentí una felicidad repentina e inexplicada, no sé si por el puro placer de estar con Stendhal y su tono y su mirada de los cincuenta años (al cerrarlo miré su retrato de la portada y me sorprendió otra vez su falta de belleza, cómo cuesta creerlo, es un poco como lo que decía Al Alvarez de Jean Rhys, que aún a los 75 años hay algo tremendamente joven en su tono, que no se marchita y que la hace siempre moderna... En el caso de Stendhal mi impresión es que quien ha escrito eso por fuerza participa física y vitalmente de esa belleza), o si era la alegría de mi novela resucitada sólo con esas notas, con el puro deseo de escribir. Y es que en esta gripe, en algún intercambio he descubierto algunas cosas que al final no abordé en mis cuentos, y creía haber abordado, cosas que sí me gustaría poder contar, y que suponen tal vez un hilo nuevo, cuando arranque las pepitas y las hilachas de la historia, todo lo que ya no necesito ni deseo contar...
Pero hoy al fin he paseado por la frondosa y húmeda Tamarita, acompañada por alguien que también quería andar, y al pasar junto al azufaifo he oído un pájaro que cantaba en el jardín rodorediano del señor que vive al lado, era una "carbonera", no recuerdo el nombre en castellano, tendré que preguntarle a Nmp. El cedro gigante de la Tamarita se veía precioso mientras caía la luz, y los altos pinos... No había nadie más en el parque... Un compositor que me estaba leyendo, J.N., me iba mandando sus impresiones:
He leído dos veces Yo tenía 18 años. Me ha encantado, es de una pieza, es puro, delicioso y fresco como el cielo de Cadaqués. Ahora voy a por los otros, y ya no voy a poder pararme... (Plus tard...) Me quedé entre La noche que murió Franco y el siguiente. Son muy bonitos, muy fluidos y las historias son divinas. Lo que más me gusta de todo son estas cosas que parecen fáciles (y dios sabe lo que cuesta llegar a ese punto en que las cosas te salen fácil), como Baroja, o la música de Mozart. Además, la facilidad siempre tiene un aire moderno, y luego de hecho nunca se pasa. Ya verás qué bien le sienta el tiempo a tu libro... La lechuza es muy triste y sugerente, Just in Time es mi historia de amor preferida -cómo no- y Veraneo es tal vez el que más me gusta de todos. Con los cinco pretendientes y el viaje astral es una iniciación perfecta. Una cosa que me gusta mucho es la cantidad de cosas que quedan suspendidas, lo bien que circula el aire, como si dejaras todas las ventanas de la percepción abiertas. Es un estado de conciencia muy desprendido, elegante... (y horas después) Me quedé antes de las navidades serbias. Sigo encantado con el libro. Entra como el agua. A pesar de compartir tu admiración por las Cuatro Tesis de Mao y de la imagen preciosa de las flores al viento, creo que la revolución no fue mi época favorita, pero Cristales pintados me ha divertido mucho y también Signos, aunque no sea nada divertido para los protagonistas. Sin embargo, mis preferidos son los más románticos y los más zen, como Ida y vuelta, con ese final tan enigmático, y Souvenir. En Estrenos está la frase o mejor dicho las dos frases que más me han llamado la atención del libro (aunque no suelo quedarme con frases)... [y aquí incluye mágicamente una frase que por una razón misteriosa era importante para mí leer en público, y por eso leí ese cuento en la presentación. A ella aludía en mi conferencia mal publicada en la última sección ("Otras lecturas") de la revista del COPC. La frase -o párrafo- dice así:
"...aunque quizás fuera todo culpa mía. Yo no podía evitar sentir en él un abandono melancólico que me entristecía: es difícil decir por qué podemos soportar unas locuras y no otras, por qué ciertas tristezas nos atraen y nos mueven a proteger a quien sea y otras nos hacen salir corriendo. Y también es cierto que a pesar de mi enajenamiento de la época, sí me daba cuenta de aquel algo tan íntimo en los encuentros físicos que yo no podía verbalizar entonces, una desnudez mucho más grande que la del cuerpo, un contacto asombroso con la soledad de otros..." Y mientras la leía, en la presentación, notaba en mi voz una vibración especial, esas emociones y mensajes que una voz transmite secretamente y que los demás detectan de forma inconsciente... Y él sigue:] La alegría que hay en el libro es igual de convincente y conmovedora que la tristeza, que no es poca, y a veces se mezclan en algo que no sé lo que es pero que parece que apunta al enigma del amor y del deseo... De pronto, pienso en lo notable que es uno de los cuentos que leí ayer, Caballos. Voy a releerlo mañana. Los títulos de los dos cuentos que faltan prometen mucho. Te sigo leyendo... Navidad serbia es el más duro y yo diría que el mejor de todos los cuentos del libro. El contraste entre la luminosidad del iraní y la oscuridad del viaje es muy inquietante y profunda. Podría dar pie a una gran novela. Hombres con los que... (¿por qué se llama así? tampoco parece que te hayas casado con ninguno de los anteriores :-) es un allegretto furioso que va que ni pintado para cerrar. El libro es una celebración y una indagación y muchas más cosas que no te puedo decir porque no sé decirlas, y te aseguro que pasarás a la literatura universal como una especie de moderna Sherezade (pero esto es mejor que no lo pongas en tu blog, o se creerán que has contratado a un publicista! La gente es tan escéptica). Buen trabajo, Belle. Eres afortunada en tu arte y completa en tu alma -como todos, pero solo unos pocos llegan a saberlo- y el mundo gira a tu alrededor entre sonidos y luz y colores...
Mañana he quedado con la Belle Elaine y una amiga común, que aceptó leer nuestra aportación a ese libro epistolar y quería hacernos algunas observaciones. Poco a poco voy volviendo al mundo, aun con mi lastre griposo. Me habría gustado seguir en la calle... Quería haber felicitado al Librero de la calle Berlinès, que hoy cumplía 30 años de librería psicoanalítica, pero no ha podido ser, por razones ajenas. Tampoco he podido seguir las leyes de la hospitalidad con una amiga viajera, para evitarle los bacilos de mi gripe. Me he atrevido a escribir un poco de la novela, aunque sin cortar todo lo que debería, sin entrar con el machete en ese archivo aún humeante. Más tarde, le he pedido a G. que escuche un texto que tengo escrito para una brevísima aportación externa, pero cuesta mucho que me conceda su tiempo. Ha escuchado la mitad y me ha planteado inesperadamente unos cuantos interrogantes y cuestiones críticas. Se ha extrañado mucho de que le hiciera caso, pero yo hago caso sólo cuando tocan puntos donde ya había dudado... Para la otra mitad, he esperado a más tarde y entonces me ha dicho que estaba muy bien, incluso ha elegido una frase que le gustaba..

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Alrededor de la fiebre

Foto: I.N., Paisaje durandiano, en otra estación, 2010
Yo pensaba que estaba aniquilando poco a poco al virus que me ocupa, pero al parecer, el proceso no era tan sencillo. A la tercera noche llegó la fiebre y tomó posesión de mi cuerpo como un íncubo, y yo, en medio de ese estado ensoñado y extraño que produce, trataba de recordar que la fiebre es una buena herramienta para vencer al virus, que...
Antes y después de la fiebre logré escribir un texto que tenía pendiente para la semana que viene, me parecía imposible: ¡tan difícil me resulta luchar contra mí misma! Con los obstáculos que me pongo sin darme cuenta... Leí en Fb una entrevista a Freud muy interesante por insólita, donde hablaba con entusiasmo de los animales con los que vive y de sus flores y decía que no dejaba que ninguna ideología ni pensamiento elaborado mediara entre él y esa realidad física de la vida... Explicaba que la posteridad no le interesa, un poco como la respuesta de Hannah Arendt sobre lo mismo, los dos parecen espontáneamente indiferentes a lo que ocurra una vez se hayan ido del mundo (Freud piensa en sus hijos) y eso les humaniza...
Pasé un buen rato viendo Remembering Jacqueline du Pre y sintiendo envidia por esa fisicidad gozosa y alegre con la que tocaba. Me rodeaba un silencio casi absoluto, el silencio del puente. No podía más que seguir encerrada en mi concha, full immersion en mi gripe. Intentaba no dormir de día, aunque caí en alguna ensoñación efímera mientras escuchaba aún las Fleeting Melodies de Silvestrov que alguien me mandó.
Me devolvieron la conexión telefónica y fue alegre escuchar el teléfono, primero carraspeando y luego ya sonando como antes, repentinamente resucitado. Yo me temía que enganchara con la retrogradación de Mercurio y hasta enero...
Ayer fue un día extraño, París despareció en la nieve mientras que aquí hacía 20 grados... Pero yo, con mis bacilos, seguía más cerca de la nieve... También temía que acabase el silencio del puente, ayer fue el primer día en que enmudeció la grúa siniestra de la plaça Joaquim Folguera. Por suerte, las nubes han prolongado el descanso auditivo, aunque un vecino ha estado cortando su boj con una sierra eléctrica que desafía los límites de decibelios europeos (aquí no hay límites, o sólo para la diversión nocturna).
Me preguntaba si el silencio del puente me haría olvidar esa lejanía de mí misma tan desconcertante, ¡cómo añoro el deseo de escribir algo (¡ficción!) y el momento en que se encuentra el tono! No estar escribiendo me produce casi un dolor físico y aunque racionalmente podría pensar que volverá, desde aquí parece tan imposible como librarme de esta gripe. No escribir es una situación peligrosa para mí, porque la tentación de compensar, de llenar ese vacío en lugar de aceptar la espera está ahí, como cuando Rufus ve pasar una mosca y recobra su espíritu nocturno y cazador... Tal vez por eso me he puesto enferma. En mi teléfono resucitado tenía un mensaje del poeta Rodolfo Häsler, que también contrajo el virus, y al saber de mí, lo ha atribuido a Francesco Zambon, que presentó su libro el otro día en La Central en estado gripal y tal vez expandió el virus entre algunos de los que le escuchábamos. Tal vez el virus, fortalecido por los bestiarios medievales de Zambon, nos traiga su inspiración...
Justo antes de la oleada de fiebre de ayer, me quedé estupefacta viendo un documental de Yael Hersonski, Das Ghetto contenido, serio y sutil (incluso la música, que yo, en mi estado prefebril, tomé primero por Ligeti, pero era de Isahi Adar, era distante y respetuosa para el oyente), sobre lo que los nazis filmaban del gueto de Varsovia. Había algunos supervivientes viéndolo en un cine, reconociendo a alguien, tapándose los ojos, haciendo bromas negras... Y también hablaba uno de los cámaras alemanes que filmó allí y que testificó en el juicio contra el jefe del gueto. Mientras lo veía me preguntaba qué hacía yo contemplando ese horror, si pretendía sacudirme así y volver a ese núcleo duro que me permite escribir...
Luego llegó la fiebre, horas de frío y estremecimientos y pensamientos que se mezclaban a las ensoñaciones y cuando me soltó al fin, a las cuatro y media de la madrugada, en la orilla, yo ya me había vuelto traslúcida como aquellos niños enfermos de Andersen o como el dibujo que Ramon Olives hizo para mi primer y único cuento infantil, que nunca llegó a publicarse. Y otra vez me invaden el sopor y la languidez, así que me retiro a mis aposentos...
He puesto aquí mi texto de la presentación de una novela, hace unos días...
Y aquí en la revista del COPC (Col·legi Oficial de Psicòlegs de Catalunya), se puede leer el texto de una conferencia mía, aunque parezca un texto de otra persona, al final sale discretamente mi nombre. Está en la última sección Otras lecturas, le han puesto otro título y sólo dentro del texto aparece el mío "Memoria, misterio y escritura".

martes, 7 de diciembre de 2010

La gripe

Foto: I.N., Nueva York, mayo 2010
Esta mañana, mientras dormitaba, dominada por ese extraño sopor del virus, pensaba en la palabra gripe: creo que viene del francés grippe, y que el verbo gripper significa bloquearse, agarrotarse, pero también sé que prendre quelqu'un en grippe significa cogerle tirria y no puedo evitar pensar en el anglosajón grip agarrar, hacer presa (o agarraderas y manillares). ¿Acaso no era yo presa del virus y del combate de mi organismo por neutralizarlo? ¿Y qué decir de mi bloqueo aquí encerrada? Pero mis pensamientos no podían prolongarse, iba cayendo en el sueño, de donde me rescataban los ruidos, una alarma muy desagradable que nadie parecía detener, algunas bocinas... y luego, el silencio. Un silencio más radical que antes, puesto que la telefónica, ahora con otro nombre peor, para cumplir una tradición perversa originada en un secreto compromiso, o para recordarme la expresión francesa prendre quelqu'un en grippe, me ha dejado sin teléfono. En el último puente que recuerdo, el de la Mercè, estuve ocho días sin línea y sólo me descontarán cuatro euros de la factura, pero nada por el tiempo dedicado a llamarles y el perjuicio indescriptible (llaménlo estrés, indignación, impotencia...) de tener que escuchar sus distintos delirios, ya que cada empleado, tras un ritual de ordenador, botones, dni, nombre y muchos "doña", cuenta una versión distinta, a cual más delirante, y luego piden calificación numérica. En aquella ocasión una empleada llegó a decirme que seguramente mi línea no tenía arreglo, y para convencerme me dijo que en Madrid había cientos de usuarios que no podían tener línea fija. Otro me dijo que era un caso difícil y tardarían semanas en arreglarlo. Todos se basaban en una palabra, que ya no recuerdo, que iba asignada a mi avería, y que interpretaban cada uno a su aire. Y la última me dijo que ese término significaba sólo que había reclamado varias veces y era urgente.
Cuando he recobrado algo de fuerzas he empezado a llamar al 1002 y al 1004 y he comprobado que ningún empleado daba el aviso porque hasta la quinta llamada no había registro de avería. Hasta que me he cansado. Ahora han puesto un contestador que dice que la avería está registrada y están trabajando en ello... Lo malo es que mi móvil falla y cuando intenté cambiarlo por otro, a pesar de la multitud de puntos y ofertas, era imposible. Me ofrecían modelos inexistentes y no logré canjearlo. Además, las tiendas de móviles tienen unas pesadísimas colas que no avanzan, así que abandoné. Debería cambiar de compañía...
Por la tarde he acabado de corregir mi traducción de The Long-Winded Lady y la he mandado a los editores de Alfabia. Creo que lo llamaremos Crónicas de Nueva York. Es un libro precioso y afín, con una mirada sobre la ciudad y sus vicisitudes que no se olvida y espero que lo lean muchos de ustedes, lectores invisibles. Yo misma lo propuse a los editores y ahora escribiré un pequeño prólogo. Es una lástima que los irlandeses estén tan en crisis y no nos hayan concedido la subvención porque a este paso, acabaré como la pobre Maeve Brennan, viviendo en la calle... Y es que en este país, para dedicarse a este sector sin ser "uno de ellos", hay que tener una herencia familiar. Mientras resista me pondré a traducir a Giono... La verdad es que, en navidad, con la visita de Scrooge, yo siempre vuelvo a encarnar el espíritu de La pequeña vendedora de fósforos. Y con la gripe, aún me veo más nítidamente encendiendo mis últimas cerillas con visiones al pie del desnudo azufaifo, mientras los políticos municipales planean de nuevo su destrucción y sus agrimensores visitan ya el terreno...
Después me he armado de valor, me he vestido y he bajado a la farmacia a por más oscilococcinum (por cierto, me ha dicho Tigridia (heredera de Esculapio) que el presidente del Colegio de Médicos ha decidido apoyar la homeopatía en la Universidad). Lo peor ha sido entrar en el supermercado a por pañuelos de papel; no sólo por la fealdad de esa atmósfera cutre y horrible, sino por el frío gélido que me horadaba mis griposos huesos. Las calles estaban iluminadas con esas luces tristes y pueblerinas. ¿Por qué la navidad en este país tiene ese aire tan franquista, con esos cutrevillancicos? Una vez pasé estas fechas en Luxemburgo, acabando mi libro en un amable apartamento prestado y allí la fiesta consistía en conciertos de campanas y mucha música sacra en iglesias románicas. Me ha consolado leer el artículo de EVM en la red. Rufus acaba de salir a la terraza estrellada y se ha sentado en su butaca exterior.
El lunes que viene tengo que presentar otro libro. Y con éste acabo la racha hasta dentro de mucho tiempo. O tendré que presentarlos con atuendo de indigente, en la calle y con una dudosa botella... ¡Qué alegría para mi Jacques le fataliste!
Un compositor, al ver mi estado, me ha mandado los coros de Hildegard von Bingen y las 11.000 vírgenes, para restaurarme, y me ha hecho descubrir primero a Maria Theresa von Paradis y su enigmática historia (aquí interpretada por Jacqueline du Pré).

lunes, 6 de diciembre de 2010

A veces sólo querría

Foto: I.N., Rufus, ayer por la tarde, 2010
Unirme a Rufus, ovillada como él y dormir así su sueño plácido y feliz (pero quizás sólo sea la gripe). Anteayer vi una película de alguien que tal vez haya decidido contener su lado oscuro para ganarse mejor la vida. Lo comprendo, pero no deja de ser triste. Iba con la Belle Elaine y no nos decidimos a ver la de Atom Egoyan, que parece ya pleno Hollywood, y estábamos dudando entre una coreana y ésta. Las críticas decían que era su mejor película y es verdad que está bien realizada, es contenida, correcta, eficaz, se deja ver... Yo habría prescindido más del mundo adulto y me habría centrado en los niños (lo mejor), y así se habría quitado de encima todo ese clasicismo hecho de inexplicadas concesiones. ¿Por qué no respiraba más el viento, el paisaje, lo reflexivo? ¿Por qué su aspecto mórbido quedaba tan encerrado? ¿Por qué no nos dejaba oír el aire y el silencio en esa bonita escena de los extraños encuentros prohibidos con la blanca ropa tendida aleteando como pájaros y la proximidad del río? A mí me interesaba más la cara más oscura de ese director. (Luego me acordé de que, cuando yo tenía 18, ese director me propuso -a mí y a otras- si quería hacer un papel protagonista en una película suya que no sé si nunca llegó a rodar. Leí el guión y me entró el pánico. Su espíritu me gustaba, pero no me sentía capaz, sobre todo porque aquel personaje se embarazaba y paría y el parto aparecía en imágenes. Yo no pretendía ser actriz, ni tenía ese talento, aunque él dirige muy bien a los actores. Habría sido un fracaso o habría cambiado mi vida. Más tarde hice, sin pena ni gloria, de figurante en una película mediocre que no he vuelto a ver... ¡y me doblaron con una voz aguda! En la época en que frecuentaba a un profesor de teatro y dramaturgo, él me decía que yo sí tenía ese talento y cuando protesté que era corporalmente tímida, me dijo que podía ser una de esos magníficos actores tímidos. Pero concluyó que nunca pasaría las pruebas de dicción en catalán. Y es que en el Institut del Teatre no se puede elegir lengua). Atom Egoyan también ganará más dinero con su película hollywoodiense, aunque deje de interesarnos a los que gozábamos con Exótica y otras de sus primeras.
Creo que me he constipado en serio, empecé con la garganta y luego siguió lo demás sin que mis remedios habituales lograsen detenerlo. Hoy me he descubierto comiendo mi platillo de los días tristes. Tal vez haya sido el resultado de un pequeño forcejeo con la clase médica. We know what happens once the Medical Establishment gets their hooks in you! me escribió mi amiga americana. Y es verdad. "Oh, ya sé que la ciencia es apasionante", le dije al médico, "pero yo aún no les he donado mi cuerpo para sus experimentos". "Te comprendo perfectamente", me dijo el médico, aunque yo diría que mentía... O tal vez faltaba una parte de la frase, un "pero me debo a los laboratorios..." o "pero tengo miedo..." Ellos quieren ver más y más, todo lo que no se ve ni se toca, utilizar más máquinas y hacer más pruebas para descubrir nuevos monstruos malignos que supuestamente nos habitan y extirparlos, salvarnos de esos temibles peligros colaborando a los grandes negocios de Pharma y abandonándonos luego a nuestra suerte, convertidos en piltrafas. "El paciente ha muerto, pero la operación ha sido un éxito" es la broma que algunos médicos ponen en boca de los cirujanos, los menos estresados del sector, según un artículo de La Contra de hace unos días.
En una librería me encontré a ese joven que corta el mejor jamón de Barcelona y lee a Chateaubriand. Antes se moría por leer mi libro balcánico. Luego, cuando descubrió que yo le había inmortalizado en La plaza del azufaifo, olvidó todo lo demás, lo compró, me pidió que se lo dedicara, lo leyó y elogió y me recibía con gran entusiasmo. Ahora, en cambio, me mira con una extraña suficiencia y ya no le interesa saber de mis libros. ¿Por qué será?
Anoche vi en Arte Tv un fragmento de la entrega de esos premios del cine europeo que se celebraban en Talin (premiaron a Polanski), Wim Wenders le entregaba el suyo a Bruno Ganz por el conjunto de su trayectoria, y al acabar, pusieron una graciosa comedia paródica y ligera pero sugerente de Bruno Ganz y me quedé viéndola hasta las mil. Era justo lo que necesitaba, aunque no sabría decir por qué.
Confieso que me ha molestado el griterío general y unívoco sobre la huelga descontrolada de controladores: ya sé que era salvaje y arbitraria, que no era una huelga propiamente dicha, pero los periódicos no informaban (hasta hoy) apenas de quién la había provocado: el gobierno había aprobado las medidas justo el día antes del puente, sin margen para hablar ni negociar, y no es la primera vez que lo hace. Tal vez al gobierno le convenía esta huelga, por alguna razón. Y me molestó oír a unos cuantos pidiendo el despido libre en facebook. Los controladores se han portado fatal, pero aquí la gente nunca simpatiza con los huelguistas. hay un espíritu esquirol. No había más que oír los comentarios agresivos de la gente en los andenes de los FFCC cuando por los altavoces informaban de su huelga, esa sí razonable y medida, de 4 horas dos días a la semana, de 12 a 16h. También me decepcionó mucho lo de wikileaks. Pensé que iban a revelar algo más que cotilleo. Lo único importante ha sido, por estos lares, desvelar la vergonzosa y servil actitud del gobierno con el caso Couso, bajándose los pantalones con los americanos y protegiendo sólo sus intereses. Todo lo demás ¡parece Heidi! No se revela nada importante, como si no hubiera aspectos más negros en torno al 11S, a la guerra de Irak, a las relaciones con Rusia, el oleoducto, las maniobras financieras, los lobbies, la gripe A, las presiones de Pharma, el apoyo a las guerras internacionales, los pagos y compensaciones a cambio de posturas, las mentiras y los verdaderos intereses sobre Irán, etc., por poner algunos ejemplos. Pese a todo han detenido a Assange en UK.
En fin, les dejo, para seguir leyendo, corrigiendo los libros acabados, pensando en otros, en este día silencioso... Y tratando de soportar este virus griposo, que empieza a apoderarse por completo de mí y ya no me deja pasear ni moverme...¡ Me pregunto si podré llegar a dar mi clase de mañana!

viernes, 3 de diciembre de 2010

Noche helada

Foto: I.N., El azufaifo nevado, marzo 2010
Hace mucho frío. Iba andando por la calle helada con un fueguecillo interior, sin saber de dónde venía la luminosidad. En realidad es un momento extraño: me estoy preguntando si abandonar mi novela o deshacer la segunda parte por motivos externos, reducir esa parte o transformarla o metaforizarla, encontrarle otra vía. Si desechara la novela por completo, al menos por el momento, sería la segunda vez en mi vida; me pasó con la primera que escribí, hace ya mucho tiempo, que decidí enterrar cuando estaba terminada y un editor dudaba si publicarla. Entonces me pareció que publicarla añadiría dolor a un territorio ya doloroso y la olvidé, aunque eso me sumió en un lapso de desconcierto y cuando volví a escribir, tiempo después, ya eran cuentos. Supongo que ahora estoy en otro punto, tal vez tenga más recursos para transformarla, o tal vez tenga que dejarla en suspenso por un tiempo. Quién sabe.
Mientras, corrijo las galeradas del ensayo de escritoras y fotógrafas que escribí a cuatro manos con Lydia Oliva y que pronto se publicará en Icaria. Me gusta releerlo, hay algo alegre en poner esas historias en circulación. También estoy acabando de corregir la traducción de un libro maravilloso de Maeve Brennan, que se publicará en Alfabia. Hoy le he leído un fragmento a G., una cita de animales del segundo libro que sale también en el primero, y le ha gustado. Rufus es feliz cuando trabajo en el sofá, cuando corrijo a lápiz las galeradas intenta atrapar el lápiz o apoya la barbilla en mi rodilla. Otra vez me ha llevado a la terraza a ver las tímidas estrellas de ese cielo urbano escarchado y desnudado por el viento frío. Antes he pasado por La Central y he escuchado la última parte de una sugerente doble presentación (La visión abierta, de Victoria Cirlot y El alfabeto simbólico de los animales, de Francesco Zambon), que estaba atiborrada de público, como en la presentación de mi libro balcánico. Yo he encargado el libro de VC sobre Hildegard von Bingen, recomendado por Rodolfo Hässler, que estaba allí (y hemos hablado de los árboles y los políticos arboricidas).
En la calle, un extranjero alto de pelo gris, con aire algo desesperado, me estaba observando con una velada insistencia y ese magnetismo oculto de las miradas me ha hecho volverme y descubrirlo. Son días extraños, atravesados de alarmas y misterios, algunas noticias negras y dificultades, pero yo me siento agradecida y a veces incluso feliz. Dice Pascal Quignard: "Il est possible que les oeuvres d'art soient le fruit des vengeances..." (Es posible que las obras de arte sean fruto de venganzas) y también "Le désir nous affole tous les jours et sa carence nous abandonne aux ombres. Et il est vrai que les ombres sont bleues." (El deseo nos turba todos los días y su carencia nos abandona en las sombras. Y es cierto que las sombras son azules). Leía las páginas de esa editora apasionada y a la vez razonable y ecuánime que fue Diana Athill en su Stet. Por cierto, me reconcilié con Al Alvarez y sus Risky Business. Sólo protestaré por su opinión vital arbitraria de Jean Rhys, contrapartida misógina de su defensa literaria. ¡Pero cómo me gustó hablando de Alice Munro, de Sylvia Plath y Ted Hugues y sus confesiones de jugador de póker! Un compositor me ha pedido que juzgue su proyecto de novela, como trabajo de encargo. Podemos tal vez ayudar a otros aunque estemos extraviados con lo nuestro. Yo le he enviado la mía a un amigo despiadado en quien confío. Aun en el caso de que no esté de acuerdo con él, espero que su criterio me ayude a aclarar lo que quiero hacer. Todo empezó en medio de una noche, me desperté y pensé: "En realidad, ya no quieres escribir esa novela. Voilà tout". Esa idea me revolucionó. Descubrí que algo en mí había cambiado. Hay una parte que quisiera seguir diciendo, pero la otra no. Tal vez no sea todavía el momento. O simplemente tengo que encontrarle otra forma, algo que no convoque a ningún espíritu de los que quisiera estar lejos, algo que no me involucre en un territorio del que ya salí sin darme cuenta.
Anoche, me di cuenta al leer en la presentación de que en mi texto había guiños que casi sólo yo podía entender y eso me hizo sonreír secretamente: me gusta que haya algo secreto y ensimismado que sólo unos pocos o yo misma pueda discernir; también ocurría en mis cuentos. Luego, algo me sentó mal en la cena y hoy me he arrastrado un poco todo el día, aunque he logrado ir al gimnasio alemán y pasear al anochecer, extrañamente vivificada por ese frío. También he dado el visto bueno a una correspondencia mía con la Belle Elaine, que se integrará en un libro de cartas de mujeres escritoras y artistas. Anthony and the Johnsons canta melancólicamente Thank you for your love. Podría mandárselo a quien me hace sentir agradecida, a quien sigue alumbrando ese fueguecillo, a pesar de las asperezas, de la desolladura, de mi travesía del desierto.
Hoy no quería salir, quería encerrarme en mi concha (hace muchísimos años, en mi adolescencia, fui disfrazada de perla en el interior de una gran ostra, en la fiesta del mar del jardín de la antigua Eina; el disfraz era muy bonito, el jardín también y el entorno entonces salvaje y boscoso que lo rodeaba; no tengo ninguna foto de aquello ni creo que exista). En una ecografía, escuché por un momento los sonidos internos de mi cuerpo. Desconcertada, recordé que, hace años, cuando estaba embarazada, esos sonidos me parecían emocionantes, intentaba distinguir al pececillo que nadaba por allí. Esta vez sólo pensé que no quería saber tanto, que no necesitaba esa información, sólo deseé que no se oyera nada extraño... y así fue.
Me pregunto en qué desembocará todo, si venceré a las fuerzas del mal, si podré encontrar otra vía para esa novela, si volveré a una época más fácil y abundante. Entre la estufa y mis pies, Rufus duerme profundamente.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Hoy jueves 2 de diciembre, en La Central del Raval

A las 19h, presentaré la novela de Deborah Puig-Pey Stiefel Donde hay nilad.
Es una novela breve estupenda, valdrá la pena. Hagan el favor de venir, lectores silenciosos, lectores invisibles y visibles, todos los que puedan. Los editores de Menoscuarto no podrán estar con nosotros por razones de fuerza mayor, de modo que la responsabilidad del acto recaerá sobre la autora y yo, y naturalmente el público. Recuerden, el jueves 2 de diciembre, a las 19 horas, en La Central del Raval, Elisabets 6.