sábado, 27 de febrero de 2010

Otra vez se me escapa el tiempo

Foto: I.N., Cielo al amanecer, 2010
Anoche vi Primavera tardía de Ozu, que apenas recordaba de hacía años. Me encanta ese personaje del padre que se parece al propio Ozu. La forma de hablar mirando por la ventana, fumando, su sonrisa asintiendo aun para lo grave y su contención. La actriz protagonista se parece mucho a una amiga que tuve, tan celosa como ella, pero no tan disciplinada... Y sus expresiones cuando asisten a una obra de teatro no... Me parecía estar en el mundo de Soseki, de donde aún no he salido, con todos esos silencios y esos misterios sobre los otros, y esa dificultad de decir que a veces resulta dramática, pero qué bonitas imágenes y gestos y ritos. Espero poder escribir mi artículo a tiempo... Estuve leyendo y escribiendo la reseña de una nouvelle alemana, no sin ciertas dudas, pero en el fondo, cómo me gusta esa interrogación desconcertada al acabar de leer hasta que no decido cuáles son mis razones o mis objeciones o lo que me interesa y lo que quiero decir, y luego sólo queda ese forcejeo para encajar el número de caracteres, que se ha convertido en un juego, casi como la resolución de un crucigrama.
Hoy he visto Las hermanas Munakata, creo que me preparo para todo un ciclo de películas de Ozu. Full immersion. Hay algo que me tranquiliza en ese mundo donde, como en mi infancia, la naturaleza siempre está ahí, asomándose como el perfil de una montaña o un pájaro que contesta a las voces, y todos toman té (mientras yo he descubierto un té maravilloso para mis tardes y noches, un tipo de Bancha que no conocía y que no me despierta, el Sannen Bancha, tostado y reconstituyente, perfecto para leer y escribir, con esa forma humeante que me recuerda a los expresivos humos de los cigarrillos de las novelas de Soseki, o de las películas de Ozu). Mi libro de Barcelona ya tiene editor y me he puesto una fecha para acabarlo. Ayer por la mañana empezamos a hablar en una terraza llena de sol y viento, con dos gatas negras recorriendo el espacio laberíntico y modernista de esa editorial palaciega, con esa mezcla perezosa y repentinamente veloz de los gatos, y luego les enseñé lo que llevaba en el pendrive, el esqueleto de ese libro y sus imágenes primeras, y les gustó.
Hoy he paseado fotografiando otra vez para ese libro. He atravesado un parque de mi niñez y el aire en los árboles sonaba como una respiración, como en Blow up. Es gracioso cómo incluso el título tiene ahora otro sentido histórico al asociarse a ese editor. Y me gusta que mi amigo seráfico esté en medio de todo: él también es personaje del libro. G. estaba en la nieve, haciendo snowboard, y ha mandado un sms. De vez en cuando oigo un mirlo cantar. Hoy al pasar por el Parc Moragues.
Es verdad que en estos días mi ánimo cambia con las horas, que a veces me pesa la falta de tiempo y la precariedad de todo, me pesa el mundo enfermo como a Mafalda, me pesa la pasividad y la sumisión, la falta de belleza. Me ha gustado ese final tan rebelde del artículo de Emilio Lledó: "El lenguaje, que se funda en la verdad, en la honradez personal y política, abre las puertas a la razón y la vida. Suena utópico que los seres humanos lleguen a liberarse del dominio que ejerzan, desde las peores formas de oligarquías, los perturbados de la corrupción mental; pero no hay que renunciar a esa supuesta utopía. La vida democrática jamás podrá realizarse mientras una ciudadanía, desconcertada y engañada con la codicia de los otros, se resigne, por la miserable ideología de la pragmacia, a soportar la dictadura de la indecencia." En el autobús, me he sentado al lado de una mujer que estaba contando una historia al teléfono. Decía: "Lo que le mata es haber pasado tanto tiempo haciendo algo que iba contra su ética. Lo que le mata es haber actuado contra sí mismo". Me he cambiado de asiento para seguir con El viajero, de Soseki, que ya estaba acabando, con ese tono casi sin aliento que me precipitaba al final, para comprender, con un relato dentro del relato. Me ha alegrado que la mujer que hablaba no dijera tonterías y hablara de una ética personal, pero me parecía injusto escucharla. Leo de vientos huracanados, de terremotos espantosos, de tsunamis, de todas las consecuencias del mal que se ha hecho y que todos sabíamos en esa "dictadura de la indecencia" que dice Lledó. Y justamente se ha suspendido el congreso de la lengua de Valparaíso por el terremoto en Chile.
Anteayer estuve en la librería Catalònia, en la presentación del libro de poemas de Ernest Farrès inspirados en Edward Hopper, ahora en versión bilingüe gracias a un traductor ilustre, Lawrence Venuti, y me gustó escuchar lo que contaron los tres participantes y la misteriosa experiencia de Ernest, que sólo conoce americanos que hablan y leen en catalán y se ha convencido de que, cuando esa lengua se acabe, la salvarán ellos. Allí Saladrigas me dijo que le había encantado La plaza del azufaifo y luego, al agradecer a Masoliver su reseña, elogió generosamente mi libro Algunos hombres... y otras mujeres y yo me fui andando feliz por el Passeig de Gràcia pensando que a pesar de la dificultad de estos tiempos y de la lentitud y la dificultad de resistir, algo he avanzado en mi escritura, y los anónimos insultantes no pueden destruir esa sensación, ni el mensaje de un amigo cineasta que me alegró la tarde, titulado Saludos literarios, que decía así:
Hola Isabel He estado este fin de semana en Madrid contigo y me ha parecido muy interesante. Bueno, puntualizo, he estado con tu libro que se lo tomé prestado de JP., que se lo había tomado prestado de E., a la cual se lo devolveré esta misma semana. No he contribuido para que tu cuenta de derechos de autor pueda aumentar pero, por esta vez, apúntame a tu cuenta de lectores satisfechos. Sinceramente, lo he leído con mucha avidez, con sorpresa por esa cara, sino oculta, al menos de reservada memoria personal. Yo, contrariamente a JP., no tengo ningún problema con las primeras personas en el relato, al contrario, creo que es la voz más adecuada para acercarnos a nuestro tiempo, a nuestro entorno y a nuestra sensibilidad. Y, curiosamente, en este libro he encontrado el tono que eché en falta en tu libro balcánico, cuando parecía que ibas a desarrollar tu experiencia del viaje y aquello con lo que te encontrabas al deambular por los Balcanes, pero que rápidamente era apartado por la vía de las entrevistas a los escritores. Así que mis felicitaciones por esta recuperación literaria de la memoria, la leí con placer y ahora quedará asociada, en mi memoria, a un fin de semana lluvioso por el barrio de Lavapies. Un abrazo y hasta pronto,
P.
Hoy me ha llamado José Luis Espina para proponerme que participe en una jornada de mujeres escritoras el 17 de abril y he aceptado, aunque aún no estoy segura de qué hablaré, pero creo que será precisamente del proceso de la escritura, aunque dicho de otra manera, lo he pensado bajo el agua de la ducha, que es un lugar donde suelen fluir las ideas, igual que al cerrar los ojos y apagar la luz, o tomando el sol en verano cerca del agua. También es posible que este año vuelva a firmar libros en la Feria del Libro de Madrid, en mayo, como el año pasado. Siempre me ha gustado esa feria, en el Retiro.
Voy a echar de menos esa forma en que se va fraguando la oscuridad en los libros de Soseki, ese encallamiento que se agrava en silencio, esa forma de no preguntarse unos a otros, de tener que esperar que el otro diga, o que no diga nunca, y esa contención silenciosa que puede resultar dramática, y esa extraña idea del sacrificio, pero siempre envuelto todo en rituales y en una valoración minuciosa de la belleza. Me consolaré escribiendo mi artículo mañana, antes de que los trabajos urgentes de traducción vuelvan a convertirme el lunes en hormiga obrera. Mientras, una amiga japonesa, Mihoko S., me manda un link de Basho.

miércoles, 24 de febrero de 2010

L'Alliance française en Sabadell

Foto: I.N., Interior de L'Alliance française de sabadell, 2010
Fui a dar mi charla balcánica a esa ciudad, adonde no había vuelto desde mi época de estudiante (entonces la Facultat de Ciències de l'Educació estaba en Sant Cugat, que era un pueblecito plácido y agradable -nada que ver con la megaestructura de autopista y las grandes urbanizaciones de ahora-, frente al claustro del Seminario y junto a la plaza donde se instalaba el mercado), cuando para hacer algún trabajo había ido a casa de alguien que vivía allí.
Me gustó recorrer ese trayecto de tren y comprobar que no han destruido todas las estaciones exteriores (recuerdo mi disgusto el día que en lugar de salir a la preciosa y antigua estación exterior de Sarrià el tren nos abandonó bruscamente en aquel horror subterráneo de mosaico verde kitsch que aún perdura), y que pese a los mares de cemento que duelen a la vista y al ánimo, quedan algunas zonas boscosas aún sin talar, y algunas casas bonitas no han caído bajo la piqueta desaforada que destruye este país, entregado por sus políticos a las mafias del cemento. Recordé que cuando G. era pequeño, fuimos una vez él y yo en tren a casa de unos amigos poetas y por el camino yo le iba diciendo: Mira, aquí vivía X, aquí estudiaba yo, en aquella casa modernista estuvo tal escuela, allí íbamos a pasear con tal y cual... Y él lo observaba todo pensativo y silencioso y al final me dijo, pesaroso: "Tú has hecho tantas cosas, has vivido casi una vida antes de que yo naciera!"
Ayer, al llegar a Sabadell me sorprendió la interminable serie de tramos de escaleras altas que había que subir a pie para llegar a la calle. Al llegar arriba, completamente essoufflée, descubrí que había unos ascensores que debería haber cogido...
L'Alliance Française de Sabadell me encantó. La sede es un magnífico edificio modernista, la Casa Taulé, con un pasado muy distinto. Hace muchos años (desde finales del franquismo) que, además de enseñar francés y cultura francesa, esta institución resiste heroicamente, desplegando una actividad cultural de alto nivel. Ahora, además de cerrar ese brillante y crítico mes del documental, preparan ciclos de conferencias sobre Hannah Arendt, Simone de Beauvoir y María Zambrano, entre muchas otras cosas, y alternan las conferencias, el cine y las exposiciones, sin que ningún medio de Barcelona se decida a darles difusión crítica. Pero Robert Ferrer y Sébastien Bauer, como el resto del equipo, irradian entusiasmo humanista.
Robert Ferrer me presentó muy generosamente. El público era de unas 18 o 20 personas, aunque al final aplaudieron como si fueran 300 (a mí siempre me abruma ese momento y no puedo disfrutar de esa gratificación si no es a posteriori, recordándolo, porque sin darme cuenta suelo abstraerme y mirar a otra parte, abrumada, pensando en todo lo que me he dejado y o no he dicho bien). De hecho no expliqué cómo había sido la guerra en Kosovo, y sobre todo, más imperdonable, me faltó explicar algunas trasposiciones literarias que cuentan la guerra autrement, mis libros balcánicos favoritos. Se veía un público interesado y receptivo y fue una lástima que se me escapara un poco el tiempo porque habría sido bueno escuchar sus intervenciones. Luego tomamos algo rápidamente en una agradable vinatería de allí enfrente y ellos volvieron a su película (De guerre lasses), mientras yo me dirigía de nuevo a la estación.
Al llegar tenía un encargo urgente para hoy y un aviso de correos (al fin llegó el libro de G., que gracias a la eficacia disuasoria de Correos, para que nadie utilice ese sistema más económico, tarda 11 días de Elche a Barcelona, ¡todo un récord! Mientras que la modalidad de correo más barata en UK permite que un libro llegue de Inglaterra a Barcelona en tres o cuatro días, pagando menos; ¿por qué será que en este país pagamos más por peor servicio? Parece una pauta perversa...). Esta mañana ha vuelto a despertarme el mirlo un poco antes de las 7. Es sólo un pájaro y siempre me pregunto, somnolienta, dónde estará posado, si en una antena o en ese magnífico y viejo azufaifo, ahora desnudo y oscuramente invernal, el ejemplar más grande documentado en Europa, que Parcs i Jardins quería cortar y que la regidora de Sarrià Sant Gervasi aún comenta en ciertas cenas que deberían haber talado.
Por cierto que anteayer me escribieron para que participase en un libro sobre los árboles de Figueres (supe que están arrancando los plátanos de la avenida para hacer un parking. ¡El país de los parkings!). Quieren incluir el primer párrafo de La plaza del azufaifo, que a mí siempre me gustó, porque cumple sin proponérmelo la condición de John Irving sobre los principios: salen el azufaifo, V. descubriéndolo, China y mi infancia, y es un "así empezó todo". Dice así:
Fue V. quien me contó que al venir a mi casa se cruzaba con un azufaifo que le recordaba a la China. Ella no sabía de mi historia con el fruto de ese árbol. De muy pequeña, antes de los cinco años, en el colegio de Figueres, saltaba yo una tapia prohibida con otras niñas y nos colábamos en un pequeño huerto, rodeado de muros encalados que refractaban la luz del sol. Allí había un azufaifo y lo sé porque una vez nos dimos tal atracón de esos frutos rojos que al llegar a casa, la Bruja (mi tía Rottenmeyer) aprovechó para ensañarse. «¡Esto para que no vuelvas a comer azufaifas!»,
Sigo leyendo Le Voyageur de Natsume Soseki, meditando sobre esa incapacidad expresiva que paraliza rígidamente a algunos de sus personajes y lo va corroyendo todo, como en Kokoro. Lean aquí mi artículo de hoy en La Vanguardia Cultura/s

lunes, 22 de febrero de 2010

Mañana charla balcánica y película en L'Alliance Française

Foto: I.N. Sarajevo, 2003
ALLIANCE FRANÇAISE L’alternative culturelle LE MOIS DU DOCUMENTAIRE Février 2010
MEMÒRIA DELS BALCANS
Dimarts 23 de Febrer, ALLIANCE FRANÇAISE  19.30h Conferència: « Balcans: les causes de l’última guerra europea » a càrrec d’Isabel Nuñez, escriptora. Isabel Núñez és professora de Traducció Literària a la Universitat Pompeu Fabra. Entre altres autors, ha traduït T.C. Boyle, Isabelle Eberhardt, Patricia Highsmith, Richard Ford, Dorothy Parker, Viktor Pelevin, Andy Warhol. Ha publicat l’assaig Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes (Alba, 2009), dos llibres de relats, Algunos hombres...y otras mujeres (Menoscuarto, 2009) i Crucigrama (2006), i un llibre multigènere que recull una batalla ciutadana La plaza del azufaifo (2008). És col·laboradora de La Vanguardia i ha escrit a Letras Libres, Quimera, Vasos comunicantes...  22 h « De guerre lasses » (Fastiguejades per tanta guerra), de Laurent Bécue-Renard, 2003, França. A Srebrenica, 7000 homes van desaparèixer el 12 de juliol de 1995, víctimes de l’exèrcit. Esposes, mares, germanes, busquen incansablement, en un sofriment i un silenci interminable.Una associació Vive Zene s’ha fixat com a objectiu acollir aquestes dones de Bòsnia que lluiten per donar novament un sentit a la seva existencia i recuperar la dignitat. Premi del film de la pau al Festival de cinema de Berlin, 2004
UNA CRISI DEL SISTEMA? Dimecres 24 de febrer, CINEMA IMPERIAL  20h15 « Le monde selon Stiglitz » (el món segons Stiglitz) de Jacques Sarrasin, 2008, França. En aquest film insòlit, el premi Nobel d’economia juntament amb el cineasta exploren la mundialització presentant-ne aspectes positius (Xina o Botswana) i negatius amb la ciutat americana de Gary (Indiana) on va néixer Stiglitz, India, Equador ... Un film sobri, clar, pedagògic que aborda els efectes de la mundialització des d’un punt de vista concret, palpable, quotidià en unes situacions determinades.  22h. Sessió de Cloenda: « Marcel Ophuls, parole et musique » (Marcel Ophuls, paraula i música) de Bernard Bloch, 52’,2004, França. En la seva obra mestra « Le chagrin et la pitié » i també posteriorment, Marcel Ophuls filma el passat en les consciències amb les paraules d’avui. Els problemes que planteja aborden el doble joc entre col·laboració i resistència davant la indiferència de la justícia pública o de les empreses totalitàries. El “mètode” -a la vegada polític i estètic- d’aquest excel·lent cineasta, desconegut en el país i fill del gran Max Ophuls, converteix la pantalla en una prolongació de l’espai públic.
ALLIANCE FRANÇAISE
Sant Joan, 35 08202 SABADELL 93 726 96 44

domingo, 21 de febrero de 2010

Mundo precario y lluvia

Foto: I.N., imagen borrosa en el Call de Girona, 2010
He visto, animada por V., el programa Philosophie donde Enthoven hablaba hoy con Guillaume Le Blanc (que no casualmente escribió sobre Foucault) sobre la precariedad. Lo he visto sin distancia, puesto que yo no puedo evitar sentirme parte de esa fragilización del mundo donde las tarifas de todo lo que sé hacer han bajado dramáticamente mientras todo lo que necesito ha subido espectacularmente de precio. La conversación me ha iluminado un momento, como un arcoiris en una lluvia mía interna, hablaban de pensar la precariedad, de admitir la vulnerabilidad de una vida expuesta a la herida, de una vida invivible que necesita de un cuidado, y al mismo tiempo, de esa imaginación, esa urgencia vital que impide el letargo, de esa organización de un mundo que lleva a los indigentes y pobres a un pensamiento de bricolage. Citaban al filósofo israelí Avishai Margalit para decir que una sociedad decente es aquella en la que las instituciones no humillan a la gente. Concluían que la desigualdad es liberticida. Que se trata de producir unas instituciones que preserven la posibilidad de la igualdad, la posibilidad de la justicia. Qué lejos estamos de eso aquí, pensaba yo. También hablaban de mirar la precariedad no desde arriba sino desde un estado intermedio. Eso resulta fácil cuando empiezas a sufrir esa precariedad y te das cuenta de que no puedes salir de ella. (Citaban La question humaine). De ahí mi mirada a los extremos como una posibilidad no tan lejana. Ayer leía a un personaje de Kojin Le voyageur de Natsume Soseki (lo encontré en francés) diciendo que sus posibilidades y su dilema vital estaba entre hacerse monje, volverse loco o suicidarse. Y el viernes, el texto que yo traducía sobre un artista psicótico especulaba si insconscientemente, aquel hombre de extracción humilde no se habría dejado enloquecer e ingresar para poder pintar, para tener el tiempo y los recursos de intentarlo. Y por un momento imaginé cómo sería ceder a un abandono así, para dejar de enfrentarme al mundo feo y precario que más detesto. El mismo mundo donde cortan los árboles y destruyen la belleza todos los días para preservar parkings (cada vez que paso por la plaça Joaquim Folguera se me encoge el espíritu).
Yo siempre he esperado que cada libro me llevara como una ola fuera de esa fragilidad. ¡Una ola! Ayer una ola estrelló la tabla de G. contra las rocas; no lograba salir del agua por la corriente, y la tabla que yo le regalé llegó agrietada y rota, aunque por suerte, G. no se hizo daño. Yo esperaba que mis libros me llevasen como las olas a G. y sus amigos hasta la orilla, pero es muy difícil. En realidad, quien decide ahora son las grandes superficies, que sólo acogen las novedades (¡no todas!) durante dos meses, luego las retiran y mantienen sólo a los que saben que venden cientos de miles. A quienes preguntan por un libro que ya no es novedad les dicen en algunas de esas grandes superficies que se acabó y si insisten les ofrecen encargarlo. Pero encargan un solo ejemplar (eso sí, a veces mantienen los libros en la web). Es cierto que hay que seguir y que un libro siempre podría arrastrar a los que vinieron antes, rescatarles del olvido... si llega antes de que sean saldados y destruidos (algunos editores no los retiran y eso les honra) o venderse por goteo. Pero a mí, la decepción me lleva al desaliento y abandono la escritura. ¿Y qué sentido tiene trabajar sin escribir? Para mí ninguno, sólo la escritura le da sentido a lo demás. Ahora me consuelo leyendo y escribiendo sobre Soseki, intento recobrar el aliento en las rocas, con mi propia tabla rota, escuchando los signos de que llega la primavera pese a la grisaille. Lo dije aquí al dorso: hace dos días un mirlo me despertó a las 7 en punto de la mañana, abrí la ventana y dio un concierto sólo para mí (o eso sentía yo, invadida de una felicidad secreta, como de pequeña). Y ayer G. y yo comprobamos que Nmp tenía razón y que los mirlos imitan el canto de otros pájaros. Se oía a un colirrojo (en catalán, carbonera), que es ese pájaro que suena como un columpio oxidado (al menos así lo oía yo hace años, cuando había columpios de los de antes y eran de hierro y me despertaba imaginando una niña columpiándose), pero cogí los prismáticos... y era un mirlo macho, con su pico naranja, sobre una antena. Como el Soseki de Omoidaso koto nado (Cosas que recuerdo o Choses dont je me souviens, como yo lo leo), que enfermo y convaleciente en un hospital, aguza los sentidos: "Esperaba el ruido que haría en el silencio del jardín una carpa al quebrar el agua. Acechaba los aguzanieves que brincaban moviendo la cola sobre las tejas mojadas por el rocío de la mañana, a un lado y a otro. Esperaba también las flores que ponían a mi cabecera. Preveía el rumor del agua que caía justo bajo la marquesina". Yo no sé si he dejado de esperar. No sé si tendré la fuerza para seguir intentando transformar mi viejo dolor o mis pensamientos en historias. O cuánto tardaré en recobrar el aliento. Y al mismo tiempo, in the beginning is my end, no tengo más remedio que continuar, no sólo porque si no, llegaría al dilema del personaje de Soseki, sino también porque en cierta manera es inevitable.
Ah, no me gustó nada The Road. No he leído la novela de Cormac McCarthy, pero la película no logró interesarme, no encontré nada, ni un momento de reflexión o iluminación, aunque, eso sí, me dejó pegada su sordidez, una inquietud angustiada y llena de presagios. Entre tanto ha vuelto la lluvia, como si el cielo hubiera leído de esa cortina de agua que se precipita en mi interior y hubiese decidido reflejarla.
Last Minute News. Por favor, no hagan caso de mi tono quejumbroso de más arriba. Ya se me pasó, y héme aquí otra vez en la orilla, tiritando, pero bien. A ver si me estoy contagiando de Gilda; ya saben que los gatos, cuando llueve, extrañamente, se quejan y parece que necesiten apoyo emocional! Me voy: brisky walk under the rain.

jueves, 18 de febrero de 2010

Fui a comer

Foto: I.N., Donde Girona se parece al Grund de Luxemburgo, 2010
Con un caballero del sur, a quien siempre me alegra ver. Estuvimos hablando de las dificultades de estos tiempos, de los cambios en lo digital (me interesó su punto de vista, no sólo de abogado que está en el mundo, sino de caballero pensante y bartlebiano) y le conté de mis propias dificultades para mantenerme a flote en este maremagnum de la escritura sin abandonarla del todo. No estoy descontenta, le dije, "y no deberías estarlo", me dijo él y habló generosamente de este blog y de mi escritura. No sé qué fue, pero salí de allí andando y mirando el cielo y los árboles como si todo estuviera iluminado, y en la parada del bus estuve garabateando unas posibles probaturas para mi congelada novela. On verra bien. Renuncié a los recados y tuve que recluirme a traducir sobre ese artista psicótico (cárcel por dentro, cárcel por fuera) que me ha subyugado con su universo alegre y triste, vital y confinado, y que intento descifrar despacio, con el viejo perfeccionismo que ya no recordaba, buscando cada cuadro para superar la ambivalencia del lenguaje y no equivocarme.
Luego salí otra vez andando hacia una cena china, y por el camino iba pensando y sonriendo y un joven motorista me miró como si estuviera loca. Yo buscaba caminos tranquilos y árboles y huía de las obras y estaba sumida en esos pensamientos felices de la joie paradoxale, así que cuando me encontré a alguien del pasado y habló oscuramente del mundo, tuve que nombrarla.
En realidad, había ocurrido algo más: cuando estaba recluida traduciendo, oí al segundo mirlo de este año. El primero fue hace unos días, en la calle Tavern y me detuve, pensando "se acaba el invierno", envuelta en una sensación especial, que también me devuelve a la infancia. Todos los años se repite, un atardecer, cuando llega esta época, canta un mirlo. Al cabo de unos días aparece otro. No puedo explicar ese eco en el aire que suena a bosque y a humedad y aire en las hojas. Y al fin empiezan a cantar todas las mañanas y todas las tardes y ya es la primavera y en Japón florecen los cerezos (ayer estuve con otro Soseki, más sombrío, pero lleno de esa naturaleza de los haikus, siempre contemplada y cercana, Momo, The Door)
En la cena brindamos por el Año Nuevo Chino y por nosotros y la conversación fue animada y llena de la celebración de nuestras mutuas afinidades y de acogida a un amigo chileno de F, aunque también flotaban ahí estos "hard times" que nos devuelven a lo dickensiano y yo siempre me interrogo, situándome entre los que casi celebran o se aterran por el apocalipsis y los que creen que la crisis es un estado de opinión y que habría que cultivar el buen humor y la esperanza para salir del hoyo.
Al volver releí La Légende du Mont Saint-Michel y leí Sur l'eau, dos diminutas maravillas de Maupassant, la primera con esa pelea genial del ángel (tan humanizado como un dios griego) y el demonio, la segunda esa noche de terror y ensoñación o presagios de muerte en el río.
Por la mañana he tenido una discusión con una funcionaria de correos. Encontré un libro, un clásico de la antropología que necesitaba G. con urgencia, en una librería de Eltx (o Elche), y me lo han mandado por correo hace ya ocho días, pero no llega. La funcionaria me dice que está en tránsito y que puede tardar tres semanas o un mes, le pregunto cómo puede ser que los trenes tarden tres horas y las cartas o paquetes un mes. Cómo puede ser que con la modalidad de correos más barata lleguen los libros de Londres en cuatro días y en cambio de (la Dama de) Elche a Barcelona tarden un mes. ¿Los transportan en burro, andando quizás? Por lo que me ha dicho (no estoy autorizada a decirle cómo los transportan), en su lenguaje repetido de autómata, he entendido que para castigar a los que pagan la modalidad más económica, retienen los envíos hasta acabar con los que han pagado más. Eso cobrando bastante más que los ingleses por un servicio mucho peor.
Después de traducir despacio, he bajado deprisa, porque llegaba tarde, y al rodear el claustro de la catedral, con esos contrafuertes de animales voladizos, hacia la Plaça del Rei, he sentido cómo ese paisaje me restaura, cómo me alivia que aún siga allí. Hace unas noches estaba yo admirando un gran magnolio que crece junto a la muralla (de noche parece susurrar) y la catedral, y mirándolo pensé "al menos a ti no te talarán", pero hoy mi amigo seráfico, con el que he comido, me ha enseñado dos tocones de árboles gruesos y sanos, con su placa distintiva aún en el suelo, que han cortado allí mismo, al parecer para poner una fuente, con ese absurdo espíritu arboricida tan tenaz que reina en esta ciudad.
Hemos comido en un japonés y después tenía una reunión en el MUHBA, para un acontecimiento de esta primavera que tal vez acabe coordinando y que podría ser bonito, sobre todo por el lugar donde se celebra. El martes daré una charla balcánica en L'Alliance Française de Sabadell, en el festival del documental que celebran en este mes. Y ahora llueve y llueve y se oye como una gran respiración oscura.

martes, 16 de febrero de 2010

La voz más allá del sueño

Foto: I.N., Mis pies en el Call de Girona, 2010
Fui a buscar a mi amigo seráfico al Museu d'Història de Barcelona cuando oscurecía y me gustó pasar por el claustro cerrado y la Plaça del Rei en sombra, húmedos y solitarios. Teníamos cita en el espai Brossa, donde Quim Lecina iba a decir algunas Cròniques de l'Ultrason. Yo temía no poder entrar, que no me gustara, porque es un texto que me encanta, fulgurante y que vibra con una voz imaginada cuando lo lees, la voz que yo le he puesto (sí que se nota que es un texto dictado), con esa mezcla de onirismo y autoironía tan especiales y esos paseos por la ciudad insomne y los alfabetos desconocidos que él descifra mágicamente y la mujer extraordinaria que mueve los ojos "com qui espargeix herba tendra" y esos ojos le cambian de color, y ella viene a buscarle siempre, pronuncia su nombre con las iniciales y le entrega "un pom de flors" y le llama a seguirla silenciosamente, sin dejarle hablar. Pero Lecina tenía en la voz y en los ojos esa misma simpatía burlona y flamígera del texto y fue toda una celebración. Antes había hablado un poco y muy bien Badosa, diciendo que había poemas de J.V.Foix que la gente debería saberse de memoria, aprenderlos en las escuelas y contando de sus cenas los domingos donde el poeta y de las ensoñaciones que tenía y de su agitada vida onírica, que siempre contaba, y ha dicho que hoy se trataba de celebrar a Foix, y así ha sido. Y luego Albert Roig, que hablaba precisamente de la ironía y de las distintas lecturas de J.V. en distintas épocas de la vida. Yo llevaba una flor rara que me había traído mi amigo.
Y al llegar a casa he encontrado primero a un vecino-amigo que escribe y habla en la radio, luego el ascensor estropeado y una vez arriba a la gata extrañada, con un misterioso malaise (ojalá no sea nada y se le cure con la noche y las caricias: la miro y la veo pacificada, recobrada su expresión de tigresa). G. se ha ido de carnaval y yo recuerdo antiguos carnavales, de menina con miriñaque o en teatrales monturas y me divierte recordarlos, pero no podría resistir ninguno, salvo en forma de recuerdo, escritura o ensoñación.
No sé si dije aquí que anteanoche empecé a reescribir un cuento viejo de Sarajevo del que tenía una burda versión de 2004. Al verlo pensé: ahora podrías escribirlo mejor. Y lo empecé. Escribí sólo tres páginas, luego me dormí y me desperté en medio de la noche, oyendo una voz muy familiar, una voz de siempre, que reconocí en seguida con una alegría muy precisa, una alegría exacta que sólo podía despertar quien me hablaba y los recuerdos iluminados y abstractos que suscitaba, pero al despertar no pude recordar de quién era, ni tampoco supe ya si la voz y su dueño existían en realidad o sólo los había reconocido de algún otro sueño antiguo, porque hay personajes que sólo existen en esa otra vida, aunque con mucha intensidad, y a veces reaparecen como viejos amigos.
Y mañana seguiré traduciendo.

domingo, 14 de febrero de 2010

Sumergida

Foto: I.N., Cerca de los baños árabes, Girona, 2010
Ayer llegué a Girona en pleno après-midi y el Call se veía precioso y solitario en la luz grisácea. No me dio tiempo de echarle un vistazo a la exposición de Wifredo Lam (que nunca fue my cup of tea, pero de haberme sobrado tiempo habría espiado un poco). Había viajado en tren, añorando la época en que no había móviles en los trenes de este país (al atravesar cualquier frontera, la gente baja el volumen del timbre y de la voz, pero aquí parece que lo suban todo para exhibir su banalidad tediosa, de la que se enorgullecen, teatralizando su vida laboral, sus relaciones o incluso informando cansinamente de cada estación por donde pasan), leyendo y dormitando. Y antes de coger el tren me encontré a Friks, que iba con su amigo chileno, a quien le había recomendado con éxito que comprase mis cuentos.
Al fondo del barrio viejo de Girona, en una zona que han empezado a restaurar, está ese café librería tan agradable llamado Cafè Context, muy bien surtida de libros, llena de tentaciones y luminosa, donde di mi charla balcánica, que estaba planteada como una conversación, con un público que no puede ser muy numeroso, sino suficiente para formar un grupo y poder hablar tomando un café. Era gente receptiva, crítica y participativa, así que hablé de mis viajes balcánicos, de los escritores entrevistados, de lo que me contaron y leí, de cómo fue aquella guerra, de cómo surgió el libro, lo pasamos bien y acabé firmándoles libros a casi todos, la mayoría balcánicos, pero también mis cuentos.
Volví en coche y estaba tan cansada (de hablar) que acabé volviendo a ver El fantasma y la sra. Muir, esa película de Mankiewicz y Gene Tierney que le gusta tanto a Javier Marías y ayer me hizo más gracia verla, por razones varias, a pesar de esa tranquilizadora misoginia de la mujer maternal, que no es capaz de escribir ni una carta (sólo transcribe las aventuras que él le dicta, y a la forma del libro -responsabilidad de ella, podría deducirse- la desdeñan como "cosas de la gramática") y que opta por relacionarse sólo con un espiritu, en lugar de dar espacio a pasiones malsanas que nunca ha podido realizar. Su único talento es la belleza, la sincera tozudez y su instinto hacia una casa. Cómo consuela a muchos imaginar un mundo donde las mujeres fueran sólo eso, seres encantadores y fuertes que respaldaran y admiraran a sus hombres -únicos creadores y emprendedores-, y se entregaran sólo al amor y la ensoñación, inspirándoles a ellos. En un café de Girona había leído en Le Monde de un libro de Elisabeth Badinter donde critica la regresión cultural que obligaría a las mujeres a tener hijos (o a amamantarlos o a usar pañales de tela, por mandato supuestamente ecológico) y censuraría a las que no los tienen, considerándolas problemáticas o raras. También en le Monde comentaban el libro del psicoanalista y filósofo Jean-Pierre Castel enfrentándose al concepto deshumanizador de las neurociencias, que quisieran atribuirlo todo a la química y la neurofisiología sin dejar espacio a la historia personal, la subjetividad y los modos del inconsciente. Y en Babelia me gustó leer esa ensoñación stevensoniana de EVM con título tan sugerente, me hizo pensar en todos esos personajes (como el dúo Jeckyll-Hyde o el hermano maligno de The Master of Ballantrae; o como Betteredge, o Ahab, o Emma de Austen y Emma Bovary o Isabel Archer o el narrador niño de Le premier homme, o tantos otros que viven mezclándose con nuestra vida y pensamientos) importantes de nuestras lecturas que vuelven siempre en forma de situaciones y gente que conocemos. El otro día, en Fb, hablando con mi primo, fino retratista, en Fb., de cómo los buenos retratos, como los suyos, los que él pinta, se quedan impresos en nuestra memoria, le conté de una exposición que vi en Milán del retrato a través de toda la historia de la pintura y de cómo, al salir, y durante unos días, estuve reencontrando a la gente retratada en gente del metro o en desconocidos que me presentaban, tal era la fijeza e intensidad con la que me habían mirado desde sus cuadros.
En la charla balcánica y literaria de ayer, alguien acabó preguntándome por mis otros libros y sondeando cómo me enfrentaba a la escritura, cómo escribía, cuáles eran mis obstáculos o mis bloqueos, cómo utilizaba lo autobiográfico y lo integraba en una ficción.
Al salir de allí el frío era salvaje, pero la quietud y el cielo restauraban el espíritu.
El viernes tuve que saltarme un acto al que pensaba asistir porque el encuentro con M. (pese a que ella estuvo bien, y es que en situaciones sociales recobra cierta tensión y eso la ayuda a recordar palabras, y parece mucho mejor que por teléfono o al verla a solas; y es paradójico que ahora le ocurra casi lo inverso que antes de entrar en ese proceso de pérdida de memoria y afasia, y es que antes yo nunca podía concluir nada sobre M., que en situaciones sociales sólo repetía los más banales convencionalismos y estereotipos, pero que de pronto,en una conversación telefónica, decía de pronto un comentario inteligente y yo siempre me preguntaba: ¿cuál de las dos es ella?) o el vino de la comida o quién sabe qué me había dejado en un estado extraño, y aproveché en un impulso para llevarles un saco de libros a unos niños preferidos con los que asumí esa misión -me encargo de suministrarles lecturas-, entre los libros estaban los magníficos Cuentos completos de Beatrix Potter (alta literatura, que nadie lo dude), lástima que nadie haya reeditado la versión catalana, debida en parte a Francesc Parcerisas, o que no se decidan a encargar una traducción castellana a un escritor con instinto poético. En esta semana de traducción sin tasa, dedicada al catálogo de un artista psicótico, interno en el pabellón de incurables de un sanatorio mental durante casi toda su vida, y que recuerda lógicamente a artistas de las vanguardias -pues éstos se inspiraron en ese lenguaje visionario y autodidacta, igual que en el arte primitivo y en la experiencia onírica o alucinatoria-, o incluso a algunas obras del grupo Cobra, echo de menos más tiempo de lectura y entierro perpleja mi escritura en un lugar extraño e invisible, preguntándome si de verdad volveré a escribir alguna vez. Me doy cuenta de lo feliz que he sido estos casi dos años sin traducir y no quiero pensar en mi negro futuro: mejor concentrarme en resistir como sea estos tiempos difíciles y esperar que algo bueno acabe ocurriendo a pesar de todos los pesares.

martes, 9 de febrero de 2010

Sábado, charla balcànica en Girona

Foto: I.N. Sede del Parlamento, Belgrado (donde cayó Milošević).
Los que estéis en Girona o queráis hacer la excursión el sábado, en la llibreria Cafè-Context
Vine a fer un cafè amb … Isabel Núñez Us proposem un cafè amb ISABEL NÚÑEZ, autora i crítica literària (La Vanguardia Cultura/s, Letras Libres, Metrópolis...).
Durant 5 anys Isabel Núñez va viatjar als Balcans i va entrevistar autors bosnians, serbis, croats i kosovars que havien escrit sobre aquella guerra, una guerra en què els intel·lectuals s’hi van implicar decisivament. El motiu que va impulsar Isabel cap al projecte va ser mirar d’entendre les causes de les guerres fratricides. Aquest cafè ens donarà ocasió de conèixer la seva experiència, més enllà del que ens va arribar a través dels mitjans de comunicació, i d’intercanviar idees tots plegats.
L’autora també podrà signar el seu llibre Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes, sobre el qual conversarem, i altres obres seves.
Isabel Núñez ha publicat també: Algunos hombres … y otras mujeres (Menoscuarto, 2009) Crucigrama (H2O, 2006) La plaza del azufaifo (Melusina, 2008, amb pròleg d’Enrique Vila-Matas) El cec de l’Odissea, el bloqueig i un somni d’editors (Cafè Central, 2006) Els meandres de la traducció (Cafè Central, 2008) Vine a fer un cafè amb … Isabel Núñez Dissabte dia 13 de febrer a les 5h de la tarda a Cafè Llibreria Context

domingo, 7 de febrero de 2010

Conversaciones, pensamientos

Foto: I.N. Escaparate del librero de la calle Berlinès, 2009
Hoy en el programa Philosophie de Arte tv, Raphäel Enthoven y Jean Claude Ameisen hablaban de la vida, desde la ciencia y el pensamiento, comparaban un árbol celular a un almendro de Van Gogh, hablaban del suicidio celular y la relación de la vida y la muerte, la continuidad de la vida a pesar o precisamente gracias a las muertes, mostraban que la ciencia no es jamás neutral, porque depende de la mirada del observador, de su posición, intereses y cultura, definían la muerte como la cesación de la vida interior del individuo (como conclusión a la cesación de toda actividad cerebral), hablaban de la necesidad de reinventar tout ce qui nous dépasse, etc. Y me gustaba esa voz profunda o arrancada a las profundidades de Amaisen.
Sigo leyendo (poco, aún demasiado poco) y maravillándome con esa Lengua absuelta de Canetti; anoche era Das Grab auf der Heide, La tumba en la campiña, ese lied que de pequeño le interpela y conmueve y escucha una y otra vez, con una emoción que no disminuye, esperando que cambie el final y que no fusilen al desertor, que ha explicado con tanta convicción sus razones, sin comprender por qué sus compañeros le acaban disparando: "Su muerte me resultaba inconcebible, era el primer muerto en quien yo confiaba."
También he visto en Arte un reportaje sobre una escuela internacional en Atlanta que reúne niños refugiados de todo el mundo, una escuela pública, con dificultades de presupuesto, independiente, acogiendo a niños muchas veces traumatizados, que han vivido experiencias de guerra, campos de refugiados, etc. Parece que sus calificaciones al salir no tienen nada que envidiar a las de centros prestigiosos. Y la idea de esa gente que actúa contra corriente, corrigiendo simbólicamente la dirección perversa y equivocada que parece llevar todo me produce un alivio difícil de explicar.
Incluso esos signos de que el intento de analfabetizar a la gente, la expulsión del pensamiento de las escuelas, la mercantilización reductiva de los programas universitarios, la reducción en la inversión en la enseñanza, la degradación de la educación, la mentalidad consumista que sólo valora lo material, a pesar de esa victoriosa burramia de gente aborregada y sumisa, fracasa en cierta manera y aparece un ansia de saber, de acceder al conocimiento perdido, a recibir orientación sobre qué leer, de llenar el vacío autrement o al menos redibujarlo, verse de otra manera, en otros espejos, y se multiplican las tertulias literarias (en UK son ya un fenómeno de masas, y en Francia empiezan a crecer, aunque con más nivel que las inglesas, tal como contaba Le Monde hace unas semanas), los cursos y grupos de lectura, o esos libros que parecen ofrecer el conocimiento al que no se accedió (El mundo de Sofía, y tantas novelas escritas por profesores) tienen tanto éxito o bien surgen centros como The School of Life de la que se hablaba hoy en El País, que intenta devolver a los alumnos la capacidad de reflexionar y de encontrar en los libros otra vía, otra vida, más allá de las frustraciones cotidianas del trabajo y las relaciones. En el fondo, todos esos parches y remedios sólo vienen a confirmar la necesidad de pensar y de leer, la necesidad del humanismo que se intenta destruir y que se ha desterrado ya de las universidades en este país, gracias a quienes realmente nos gobiernan, las grandes corporaciones que se reunieron para diseñar el acuerdo de Bologna.
Los libros (y el cine) consuelan también de las mentiras de la prensa, o las medias verdades, porque resulta irritante ser tratados como estúpidos y tener que leer las mismas distorsiones de las cosas. ¿Por qué cuando un experto economista dice que en España habría que bajar los sueldos de los altos cargos, los periodistas traducen "los sueldos" a secas? ¿Acaso se pueden bajar más aún los sueldos de los que viven con ochocientos euros al mes? Es como cuando se habla de bajar impuestos, ¿bajarlos a quién? Como si no fuera distinto bajar o subir los impuestos a las grandes fortunas que bajárselos o subírselos a los que viven ya en condiciones precarias. Esa ambivalencia deliberada siempre me pone nerviosa. Como cuando hablan de ruido en la ciudad y se refieren sólo a los bares nocturnos, como si el máximo ruido, el que más daño hace a todos, no fuera el estruendo diurno de las obras y el tráfico. Lean en Polis el artículo de Vicenç Navarro sobre las pensiones, donde desmonta esa falacia de la edad de la jubilación, demostrando que en este país, la esperanza de vida de un trabajador con sueldo mínimo se diferencia en diez años de la de un rico. Y otra vez la parte de Polis está invadiendo este blog, pero es que me pesa el mundo, me pesan los periódicos, me pesan las perspectivas negras. Hoy hemos tenido una comida de amigos y hemos hablado más de corrupción y desastres que de literatura y cine, y eso también pesa. Al salir de allí andaba por esa zona aún agradable del Ensanche, mirando las copas oscurecidas de los árboles y la magia de esas altas ventanas encendidas que parecen guardar un secreto, y he oído un repique continuado de campanas y me preguntaba si algunos acudirían a esa llamada buscando refugio de las mismas pensalidades del mundo que me asfixian a mí. Hoy me he atrevido a mirar el fin de mi contrato de esta casa y dice que llegado el día y sin necesidad de que me avisen, tendré que abandonar la vivienda dejándola vacua y expedita. Radical.

viernes, 5 de febrero de 2010

Varada

Foto: I.N. Cielo de la Bonanova, enero 2010
Tengo la sensación de haberme quedado varada en una playa, como esas pobres ballenas confundidas o como una barca embarrancada, sin poder seguir, a la espera de más reacciones de mis cuentos, a la espera de que esa lluvia anunciada de traducciones siga llegando (los autores no cumplen sus fechas y yo no puedo comprometerme con otros, o no tanto, mientras espero que un editor consiga los derechos de una pequeña pieza que me ofreció, y otro empiece a buscar los de un libro que le propuse y que siempre he querido traducir), y también espero que dos influyentes traductores del otro lado de la frontera me lean. Creo que la primera espera es la que más me condiciona para animarme a seguir con esa novela o incluso a acabar mi libro de la ciudad, así que he acabado mis lecturas japonesas y he empezado a escribir caóticamente, empezando in media res, sin saber muy bien cuál será mi hilo, pero adentrándome en el túnel con poca luz y descubro que sí tengo muchas cosas que quiero decir en ese largo artículo.
El sábado pasado, la Belle Elaine me invitó a comer y rescató de lo alto de su estantería -pues ella guarda sus libros más adorados en lo alto, à la manière de Derrida, que en aquella película maravillosa sube la escalerita de caracol que lleva al altillo con mansarda y allí tiene lo que él considera, pese a todo, lo más elevado, y están Hegel y Heidegger-, rescató para mí su viejo ejemplar de La lengua absuelta, de Canetti, que yo no había leído (porque, efectivamente, en eso tiene razón ese anónimo que vino a insultarme, soy muy ignorante y tengo la suerte de no haber leído casi nada y poder leer ese libro deslumbrante de Canetti ahora por primera vez, justo en este momento en que puedo gozarlo, como diría Pauline) y que me atrapó desde esa primera escena terrible. Me gusta imaginar al pequeño Canetti en ese jardín contemplando al triste armenio que cortaba leña, y que antes de cortarla le sonreía, y que le esperaba a él para empezar, como Canetti esperaba su sonrisa, y luego el armenio se ponía a cantar canciones tristísimas, y como no se entendían apenas, Canetti le preguntó a su madre las razones de aquella tristeza y ella le contó la matanza armenia en Turquía y le dijo que aquel pobre hombre, cuando era niño, había visto matar a su hermana y Canetti imagina a esa hermana morena porque él mismo siempre soñó con tener una hermana. Y el libro está lleno de palabras españolas o ladinas y tiene un tono potente que me arrastra, y escenas magníficas, además de su tono sin piedad que tal vez me ayude, en fin, seguiré con él.
Leer la prensa es horrible, las amenazas de que este país nuestro vaya aún más profundamente al hoyo y no salgamos, y si leo las páginas locales también se me encoge el espíritu: veo que van a construir un hotel espantoso junto al bonito Arc de Triomf y que van a levantar un edificio aún más espantoso y siniestro donde antes estuvieron los Bailes Selectos, en esa franja de la calle Còrsega que cada vez vuelven más y más fea, y antes tenía un sentido y una belleza histórica, y el edificio es un CAP de la seguridad social, es decir, lo pagamos todos a pesar del déficit, no se sabe por qué, y en cuanto al otro, ¿quién quiere construir un hotel en Barcelona precisamente ahora que los hoteles tienen que hacer ofertas anónimas para llenar sus habitaciones, quién si no es un mafioso que necesite blanquear dinero?
Claro que tal vez esté yo demasiado influida porque G. ha aterrizado en mi casa con mil capítulos de la serie Weeds, donde pese a la ironía y la suavidad inicial, luego los guionistas se van radicalizando y todo son corruptos y drogas, tanto que casi me intoxico, y al final le he dicho que yo no puedo ver tanto de algo, porque se mezcla demasiado a mi vida cotidiana y acabo inmersa en una extraña inquietud. (Escuchando sus irónicos e inteligentes comentarios, no puedo evitar decirle a G. que es una lástima que no use sus talentos para algo valioso en vez de vivir en unas perennes vacaciones, pero él sostiene que no es así y que el lunes empiezan las clases. Tal vez yo haya olvidado lo que es esa época de la vida. Mientras, repuesto ya de todo, G. ha vuelto con unos guantes aislantes para salir al mar con su tabla, aunque sin muchas esperanzas de encontrar olas).
La única noticia buena que ayer vi en La Vanguardia fue que alguien aún tenía suficiente dinero para llamar por teléfono y sin dar su nombre comprar esa figurilla andante tan esplendorosa que Giacometti hizo después de su accidente, obsesionado por el movimiento, y pagó por ella nada menos que 76 millones de euros (si Giacometti lo supiera).
De todas formas, aunque con la crisis cada vez hay más pobres en las calles y me dicen que aumenta la gente que roba en los supermercados abiertamente o entran y dicen que tienen hambre, en mi barrio, los precios siguen siendo ofensivamente caros, y me refiero a los precios de la fruta y la verdura. Luego se extrañan de que la gente consuma comida basura y se vuelva obesa, si nadie controla los precios, mientras que los sueldos y las tarifas de cualquier trabajo bajan o están congeladas desde hace siglos. Leí que un traductor francés se quejaba hace un par de años de que era vergonzoso que los editores franceses pagaran veinte euros por una página de mil ochocientos espacios, cuando aquí hay muchos que pagan doce y catorce por páginas de dos mil cien espacios, y tan contentos, y pagamos más que los franceses por el teléfono, Internet, los móviles, los tomates, la fruta y las patatas. También se extraña la gente de que haya tantas traducciones apresuradas. Y de que apenas nadie valore la importancia de una buena traducción.
Me dicen que mi libro de cuentos saldrá pronto en una televisión aragonesa. Hoy me ha llamado un amigo escritor y editor y me ha felicitado mucho por mis cuentos. Él afirma que en realidad el libro es una novela, que tiene los ingredientes necesarios de unidad y son casi cronológicos y que podría haberlo presentado a un premio de novela. También dice que le gusta cómo en esos cuentos se habla libremente del sexo sin tapujos, sin pedir perdón, pero sin hacer de esa cuestión un tema principal o prioritario. Me ha hecho mucha ilusión su opinión, llena de humor (ha aprovechado para hacer una reivindicación de Ray Conniff, de quien yo me burlaba en un cuento de la adolescencia, y dice que le gustó que hubiera tanta gente, tantos movimientos de tropas), todo muy en su estilo.
Me han mandado La niña verde, de Herbert Read, que me gustaría leer pronto. Y tengo aquí esperando Tarde, mal y nunca, de Carlos Zanón, y Los temporales de A. Armada, donde algunos poemas son balcánicos. Y muchos más que me esperan gozosamente...
El sábado de la semana que viene iré a Girona a dar una de mis charlas balcánicas a las 19.30 a ese nuevo café-librería llamado Cafè Context, en una serie titulada Un cafè amb... Y el 23 de febrero, para darle la vuelta a esa fecha negra, daré otra charla balcánica, en un brillante ciclo de documental que se celebra este mes en l'Alliance Française de Sabadell, “Balcans: les causes de l’última guerra europea”, antes de una película balcánica sobre la guerra, De guerre lasses de Laurent Bécue-Renard. El ciclo incluye ese valiente y necesario documental sobre los transgénicos Le monde selon Monsanto, de Marie-Monique Robin, que aquí no se ha visto y debería ser obligatorio en escuelas y universidades y partout, y concluye con un merecidísimo homenaje a Marcel Ophuls Marcel Ophuls, parole et musique de Bernard Bloch, además de otras joyas, que ya comentaré aquí.
Reconozco que esos mensajes insultantes que no dejo pasar al blog, del mismo modo que uno no abre las puertas de su casa a la gente indeseable, logran desalentarme en algún momento. Me sorprende que haya alguien que sienta tanta rabia que necesite venir aquí a decirme que me calle, que deje de escribir porque esto "no le interesa a nadie". A él o ella sí que le interesa, puesto que viene a decírmelo. ¿Por qué mi pequeño rincón puede convertirse en una amenaza para alguien, por qué ese alguien no tiene bastante con irse a leer algo que le interese más y no comprar nunca un libro mío, sino que necesita que yo deje de escribir? A mí no me molesta que los escritores que no me gustan escriban, incluso aquellos que venden cientos de miles de libros que yo nunca compraré; nunca he sentido el impulso de ir (tampoco anónimamente) a insultarles. No puedo remediar seguir escribiendo, aunque sea sólo porque no puedo evitarlo, y para esos 300-400 lectores invisibles que vienen diariamente a este espacio, y para los que me escriben diciéndome que les gustaron mis cuentos o para quien me abordó en La Central, con Si un árbol cae en la mano y que me conocía de leerme aquí. Esos lectores que me dedican generosamente una parte de su tiempo. Mi editor cree que Si un árbol cae es un libro que seguirá vendiéndose por goteo y esa idea me reconforta. A veces me escribe un guionista de la tv que se ha entusiasmado con mis cuentos y los recomienda y regala a otros porque, dice, cuando algo le gusta de verdad, intenta apoyarlo. Y en cuanto a las lecturas, no todos pensamos como ese anónimo. Cuando le dije a Magris (en aquel breve encuentro) que estaba preocupada al reseñar a Von Doderer porque yo no soy una crítica profesional, porque mis lecturas han sido siempre caprichosas y llenas de lagunas y él me contestó enseguida: ¡Ésas son las mejores!, y es que los más sabios suelen ser más generosos que ese anónimo. V. me dice que no cree en las lecturas como mera acumulación, que lo importante es la atención que se pone en la lectura y también yo lo creo, como lo creía Bernhard, que decía no haber leído tanto. Es verdad que leer puede significar que establecemos una relación casi física con un libro, y que de ese forcejeo boxeador surja algo nuevo, porque cada lectura podría tener una forma nueva de mirar. Por eso algunos libros no nos entran y otros tardan y ofrecen resistencia y otros se cuelan como si nada, pero no dejan huella... Por eso L.O. y yo acabamos haciendo caso de los que venían a nuestras conferencias y escribimos nuestras lecturas de esas escritoras y fotógrafas, como un paseo nuestro y subjetivo del XIX al XX.
Aunque a ese enemigo anónimo le cueste aceptarlo, yo tengo derecho a seguir escribiendo y esos lectores, aunque sean pocos, a seguir leyéndome o a abandonarme cuando quieran. Para poder escribir, he tenido que construirme un personaje de mí misma, por pura incapacidad de hacer otra cosa; ya sé que a algunos les hace gracia, mientras que otros, como señalaba V., confunden las heridas narcísicas con el narcisismo o la arrogancia. Pero mi personaje sólo es un pretexto para mirar alrededor, un pretexto para contar lo que veo y restituirlo en cierta manera. Para mí es una pequeña obligación, por esa fruición de comprender y de no comprender, esa fruición de vivir incluso las partes peores que me ha quedado. Siempre lo sentí así, incluso de pequeña, en aquella extrañeza de vivir dividida entre la angustia de mi entorno y la felicidad del paisaje (îvre de jouissance en permanence, dice JD) y del aprendizaje de la lectura, cuando descifré el jeroglífico por primera vez y comprendí vagamente, pequeñamente, que había un mundo más afín donde yo podría vivir. Y por suerte para ese anónimo furioso, no es obligatorio leerlo...
Last Minute News: Interesantísimo me parece el debate que mantienen Claude Lanzmann y Yannick Haenel por la novela de este último Jan Karski y sobre las relaciones de la verdad y la ficción, en el caso de la historia. Vean aquí la respuesta segunda de Lanzmann. Y aquí un artículo precioso sobre Tomás Eloy Martínez en La Nación. Y el artículo que el propio Tomás Eloy Martínez escribió tres meses después de morir su mujer Susana Rotker, en el año 2000, In memoriam.

martes, 2 de febrero de 2010

Adiós a la abeja reina

Foto: I.N., No es tan bonita como el cielo de la foto de ayer, pero me gusta esta esquina con farola de mis paseos solitarios, 2010. Esas son las farolas que el ayuntamiento pretende eliminar para llenarlo todo de inmensas y cegadoras farolas de autopista con pretextos de homologación inventada (alguien sigue haciendo un gran negocio con las farolas, pregunten a ProEixample)
Vuelvo a ser una hormiga obrera de la traducción (sigo tomando prestadas esas estupendas hormigas de Frikosal). Después de unos días perpleja, buscando en vano, sin querer encontrar realmente y a la vez preocupándome de que no me propusieran nada, la semana empezó con una lluvia de traducciones y proyectos reaparecidos. Ahora necesito la agenda.
Y héte aquí que, después de tanto quejarme de que ya no tendría más tiempo para escribir, me ha invadido una extraña alegría, esa joie paradoxale de la que hablaban en Philosophie, con trabajos urgentes que me dejan en principio sin poder escribir. Pero tal vez así me sea paradójicamente más fácil escribir. One never knows, repetía O., mi amigo desaparecido a quien ya no puedo consultar sobre el futuro ni leer sus mensajes en esperanto, ni saber de la comunidad esotérica internacional o de sus proyectos chinos o su vínculo japonés... y le echo de menos.
Mi nueva condición me impide quedarme mucho aquí. Me envuelvo en música, según el ánimo: ayer era Philip Glass y Nocturnos de Chopin, hoy Madeleine Peyroux, Ben Harper, Coney Island Baby de Lou Reed. Ayer al oscurecer fui a algunos recados y varios perros me saludaron por la calle. Ya he dicho aquí alguna vez que si acaso soy una cat person, simpre he preferido a los gatos, pero reconozco que la mirada de algunos perros me conmueve y a veces me hace reír.
G. sigue en la indolencia gatuna de sus últimos días sin clase. Yo ironizo sobre su ociosidad y espero que empiece a arrancar. Ayer y hoy se ha ido la luz y esos apagones (a los que respondo llamando furiosamente a la compañía, y creo que soy la única de mi edificio que lo hace) me resultan más siniestros porque se deben a las obras que están destruyendo la plaça Joaquim Folguera, talando nuestros preciosos almeces, que un perfumista plantó frente a su antigua fábrica en esa plaza, ahora hace más de ochenta años.
Anoche, antes de dormir, anoté algo que debía hacer en las primeras páginas de mi novela. Vuelvo a leer a Natsume Soseki y he empezado -aunque no puedo- ¿Era él? de Zweig y Foi et Savoir de Derrida (seguido de Le Siècle et le Pardon). No puedo explicar qué me hace tan feliz. Sigo bailando por la casa cada vez que me levanto a abrir a algún mensajero o a buscar más agua. Me llegan mensajes de algunos que vieron mi libro en Página 2. Sé que el mundo es un lugar oscuro y sufriente, sé que todo es difícil y que no tenemos certidumbre de nada, pero yo me siento agradecida a los dioses griegos... (me vuelve Rimbaud)
Je ne parlerai pas, je ne penserai rien. Mais l'amour infini me montera dans l'âme; Et j'irai loin, bien loin, comme un bohêmien,
Par la Nature -heureux comme avec une femme.