viernes, 30 de mayo de 2008

Vuelta



Foto: I. N. Ses coves, 2008

No voy a decir que no haya echado de menos la conexión con el mundo, ni este espacio donde asomarme, ni la sensación de poderme tomar mi té chino con el agua indicada para desayunar, ni mi movilidad urbana. Pero en vez del ruido espantoso de estas obras interminables (ahora están rompiendo el suelo del portal, lleno de sacos de cemento; mi nombre ha desaparecido de los semidestruidos buzones, el cartero echa las cartas por encima como si sembrara y nosotros tenemos que saltar una zanja para acceder a esos montones), y del polvo y el campo de grúas y fealdad que es ahora esta zona de Sant Gervasi, he comprobado que en esa isla (la parte norte es Reserva de la Biosfera, y eso ha servido para preservarla, a pesar de los terribles polígonos que ahora rodean Maó, y de la contaminación lumínica) aún existe la naturaleza y la quietud, que se puede vivir rodeada de un aire vibrante de pájaros, con caminos luminosos cerrados con "tanques" (las puertas al campo de Octavio Paz) y muros de piedra seca, caballos que se acercaban casi a saludarme en el camino al borde de sus cercados, un dragón precioso gris oscuro, con su arrogancia prehistórica en las ramas de un oleastro, conejos que salían huyendo locamente en una representación del "Br'er Rabbit" de Uncle Remus (arráncame la piel, abrásame vivo, pero sobre todo nunca me arrojes a los espinos, decía el conejo preso, y sus incautos captores le creyeron y le liberaron para que él pudiera reírse del zorro: "Bred and bawn in de briar patch, Br'er Fox, bred and bawn"... Cómo me costó entender esa cita, entonces, sin Internet, en cambio ahora se tarda un momento en identificar el deje afroamericano y sureño que Chandler Harris puso a sus animales: "Nacido y criado en el campo de brezo, hermano Zorro, nacido y criado"), tortugas camufladas con los colores del terreno, árboles arqueados contra el viento, matorrales bajos que a la puesta de sol componían una especie de fisonomía de sabana africana, palmeras desmochadas y mar al fondo, siempre mar de la isla.
He andado bajo la lluvia asombrada de la intensidad de los verdes para llegar a un insólito cibercafé de nombre árabe donde un inglés calvo me propuso que cantara por las noches en su local, y yo imaginaba esa otra vida, desaparecida de la vida urbana, cantando allí para unos cuantos ingleses, en un patio con palmeras. Al volver, un joven payés de ojos verdes y camioneta blanca me ofreció llevarme a casa, y mientras declinaba, detecté esa mezcla de timidez y deseo contenido y pensé que tal vez mi antiguo éxito en el mundo rural se mantenía pese a los años, ¿o es que existe la pura bondad? ¿O tal vez se trataba de aquella versión cristiana de los créditos universitarios, y aquel joven quería ganar indulgencias plenarias para un cielo con música de pájaros? En Vojvodina, en la casa de escritores serbia, todos me pedían que intercediera ante el guardés, al que consideraban un hueso duro de roer, pero que tenía una debilidad conmigo y me preparaba verduras y me traía panes de cominos que la poeta rusa y el nacionalista de Boka Kotorska codiciaban. Y es que, de pequeña, según contaba mi madre, yo era la favorita del lechero de Roses, que decía: "Todas son guapas, pero la rubia se lleva la palma", y a mí me daba mucha rabia oír esa frase, que producía hilaridad general, y juzgaba aquel extraño éxito rústico como los milagros de aquel ángel de un cuento de García Márquez, que no concedía nunca lo que se le pedía, sino otra cosa. Es decir, uno que necesitaba dinero, no lo conseguía, pero le crecían un par de alas. Por ejemplo. Y yo crecí convencida de que lo mejor era oscurecerme el pelo para cambiar aquella condición distinta, que sólo me servía -a mi modo de ver de entonces- para granjearme la hostilidad y las burlas de Anastasias, Drizellas y Rottenmeyer. Alguien (alguien que enloqueció por completo) dijo de mí que era una ilusa y tenía razón.
En esa quietud menorquina, mientras mi anfitrión, que se ha construido con su habilidad y su esfuerzo una gran casa solariega con un terreno que llega casi hasta el mar, trabajaba por ahí, yo empecé a integrar las correcciones que el editor minucioso ha sugerido para mi libro balcánico, y al releerlo, me gustaba, sentía aletear mi deseo de que todas esas conversaciones y viajes y relatos de guerra y reflexiones balcánicas se publiquen por fin, y me sentía agradecida de su buen tino, con rarísimas excepciones (en realidad, sólo disentimos en dos tipos de comas, pero no se puede pedir todo). También leí y reseñé un libro para La Vanguardia que aún no he enviado. Y leí atentamente los periódicos y planeé escribir en Polis muchos artículos sobre cosas que me indignaron y que ya casi he olvidado.
Una tarde, mi amigo de la isla y yo fuimos a buscar a los tres asnos que viven en su tierra. Son preciosos, uno en especial, con el pelo largo y gris, el más simpático de los tres, muy elegante, se quedó conmigo para que le acariciara mientras los otros dos corrían hacia el barreño de hojas de alcachofa y pan seco. Luego les alcanzó con un trotecillo ligero y casi arrogante.
El paisaje y la quietud me han producido momentos de rara felicidad. Otra tarde, al pasar junto a la cerca donde pasta un grupo numeroso de caballos que pastaban distraídamente, uno avisó al otro de mi presencia, y de pronto, todos se volvieron a mirarme y se alinearon muy serios frente a mí. En aquel momento, con todos los caballos observándome en una hilera horizontal, me entró la risa.
Más allá, al otro lado del camino, una yegua solitaria en su cercado, enmarcada por palmeras de fondo, se acercaba cada día y se dejaba acariciar tímida y nonchalante. Un día aprovechó para mordisquear una mata de hinojo. ¡A mí me encanta el hinojo! (Y también el hinojo marino, que vi crecer bordeando Ses Coves). El último día llovía intensamente y la yegua castaña rojiza no quiso salir de su refugio bajo el árbol, pero fue volviéndose poco a poco para no perderme de vista ni un momento. Hay algo mágico en los caballos y su forma de mirar a los humanos, pensé yo (recordaba las historias de aquella "susurradora de caballos" del libro de Jane Smiley, y también esa otra de la que me hablaron por aquí, que no se ducha y duerme con ellos para que confíen en ella, pero eso implica la desconfianza de los humanos!), mientras me alejaba.
El inglés del cibercafé, que tenía horarios libres ("Como es inglés", me dijo la del kiosco, como una japonesa hablaría de un gaiyín, loco diablo extranjero, "tiene otros horarios"...) me preguntó si no tenía ningún libro traducido al inglés, para que él pudiera leerlo. Quería invitarme a algo "to warm you after so much rain", pero yo le dije que tenía calor, sólo le dejé invitarme a agua, pero se empeñó en enseñarme las habitaciones y en anotarme los precios, por si un día quería estar allí, "a 5 minutos del mar". Yo me asomé a esos espacios para imaginar, como siempre, otras vidas posibles.
Y el último día, ayer, expulsada de la casa por razones incuestionables y exiliada en la casa vecina, en las ensoñaciones soleadas de otra piscina, con el aire lleno de pájaros, intoxicada de tanto leer y de tan maravillosa lectura (È difficile parlare di se, Natalia Ginzburg, que leo para mi conferencia del día 12 en el Ateneo, donde Lydia Oliva hablará de Giselle Freund y yo de NG, y también emborrachada de beber con los ojos ese paisaje que parecía dibujado, los árboles bajos acariciando el suelo y los arbustos oscuros y el campo amarillo desmelenado y hasta la palmera desmochada, la que indica hospitalidad para los antiguos musulmanes, parecía cepillada por una mano invisible, empecé a dejar que salieran al fin gérmenes de nuevos cuentos a mi cabeza y los anoté en mi cuadernillo negro, sorprendida de mis temas y mi deseo de rescatarlos. Y mientras los pájaros cantaban con mil voces distintas, unos silbando, otros ululando, unos roncos y otros metálicos o agudos y chirriantes como columpios oxidados y los grillos y el vuelo sutil de los insectos, yo sólo añoraba escribir en una hoja grande, sobre una mesa, o mejor, volver a la ciudad y a mi ordenador conectado a los amigos, o también soñaba con una yo conductora que recorriese la isla y revisitara nuestra vieja casa de Ciutadella, a pesar de aquellas cucharachas voladoras (paneres) que nos asustaban de noche en la cocina. Y anhelaba ya haber pasado la pesadilla de los aeropuertos, soñaba con viajar como la Bella, que para dejar a la Bestia sólo tenía que cambiarse el anillo de dedo en la cama y despertar en la mía, y me veía los colores de mi ropa prendidos del sol poniente y bailando con la música loca de los pájaros. Y los árboles negros se reflejaban en la cocina y la higuera lanzaba ráfagas de ese olor de mi infancia y todo parecía tan calmado y elegante y yo me consolaba pensando que volvía a un lugar feo y ruidoso donde algunos entienden lo que escribo y me leen.
Y también soñé que revisitaba la casa que fue de mi padre, "La Argentina", donde murió su segunda mujer y que acabó malvendiéndose. La casa, que salía muy bien dibujada en los mapas de la isla, seguirá conservando tal vez su belleza, a pesar de que el terreno alrededor se ha degradado irremisiblemente.
Al llegar, en Vasos Comunicantes (la revista de ACETT) me dicen que publicarán en castellano el texto de mi conferencia en La Pedrera. Lo estoy traduciendo y me alegra que salga ya, me reconcilio con ese texto que en su día me pareció difícil de encajar, entre mis extrañas vidas de traductora intrusa y la apoyatura de las citas en las que me columpiaba y lo simbólico que me envolvía como un mantillo. O como un bosquecillo. O una gruta. Fue a raíz de aquella lectura cuando el poeta CHM, tras comentar, "T'han aplaudit molt!" me escribió que había leído demasiado deprisa y él lo interpretaba como una forma de despreciar al público, lo cual me causó desolación y desconcierto porque yo, en cambio, me sentía acunada por la tensión que me producía la presencia del público, y aunque sé que corría demasiado (temiendo ser excesiva), les notaba todo el tiempo allí y no les desdeñaba, aunque les temiera un poco porque no era mi terreno. CHM añadió, generoso, que, de todas formas, si hubiera leído mejor, los aplausos habrían sido tan atronadores que habría caído el techo (de dunas) de la sala, y eso habría sido catastrófico. Y Dolors Udina, a quien CHM llama "la reina de la traducció", me dijo, a propósito de esa misma lectura y de mi ritmo acelerado: "Em sembla que forma part de la teva manera i a mi, personalment, em fa estar molt més atenta per no perdre'm ni una paraula... Per cert que la Montserrat B, una col·lega de la facultat, molt estudiosa, em va dir que normalment pateix quan algú parla de pressa però que en el teu cas va trobar que no podia ser d'altra manera, que el ritme era l'ideal." También una blogger me comentó que ella siempre lee mis textos deprisa y le gustó que yo los leyera al mismo ritmo, como si ésa fuera la forma adecuada. Y es que casi todo es subjetivo.
He visto a mi editor, de Melusina. La publicación de La plaza del azufaifo es inminente. Queríamos presentarlo en la calle, pero el Districte Sarrià - Sant Gervasi nos pone algunos obstáculos. No se pierdan el próximo episodio.
He ido a buscar unos librillos y por el camino me iba leyendo Metis, de Mireia Mur (ella secreta, oculta con ese segundo nombre, sin foto). Al principio iba doblando las paginas donde encontraba algo que me tocaba, pero al cabo de poco he visto que las estaba doblando todas. Y al lado la traducción castellana, de lujo, casi siempre luminosa (Ramon Balasch y Andrés Sánchez Robayna!) Iba reconociéndola con fruición en sus imágenes poderosas, en ese fuego febril que parece recorrerla como un nervio y dibujar su forma delgada y flexible, en su humor negro, que está en esa mirada suya siempre burlona, en la mezcla de dolor, humor y melancolía, en esa energía oscura y llameante, específica suya, entre la desesperación y la carcajada y la construcción materno-cotidiana y la voz que canta maliciosa, en sus múltiples yos: aquella que escucha las palabras que hay detrás de tus palabras, o la que, con las manos en la falda y la cabeza ladeada, pide a ese tú que la deje arrodillarse y morir para volver con las cuencas de los ojos llenas de serpientes y devorar a todos los hombres, o la culpable en el campo de asfodelos, o la que se enroscará en la columna del tú y será su eje, la vertical de su vida, o ¡las larvas del sarcasmo! Su libro es la afirmación de una voz, una voz libre y potente, que se pregunta y asombra y exaspera y burla y apasiona, que interpela al lector, que me ha interpelado a mí y me ha hecho preguntarme, me ha sacudido y por eso sé que es bueno y que Mireia Mur tiene que seguir escribiendo, escribiendo lo que quiera, pero ahora ya no puede ni debe parar. Ha sido un descubrimiento, he vuelto sin querer, directamente, al primer día que hablé con ella por teléfono. Tuve que llamarla para una traducción conjunta y hablamos y hablamos hasta olvidar la traducción aquella, pero no todas las demás, las que fuimos traduciendo en el aire a partir de entonces, para los museos, cuando cada una convencía a la otra de su solución y las cambiábamos simétricamente, cada una admirada del brillo de la otra... Hasta que quien supervisaba aquel trabajo decidió acabar conmigo, descalificándome y retándome a abandonar.
Y ahora vuelvo al sofá a leer, que me queda una hora escasa antes de la tertulia con un amigo...

viernes, 23 de mayo de 2008

Me voy


Foto: No sé quién la hizo, tal vez mi madre, soy yo, con el pelo alisado, maquillada para el escenario (como un payaso, más que un duende), en una de las poquísimas fotos felices que tengo de pequeña, a los 7 años, haciendo de narradora del Flautista de Hamelín en Jesús María, de donde me acabaron expulsando. Yo siempre era narradora y lectora de todas las funciones, también en misa. Hasta que me rebelé y me expulsaron, y no pude hacer de Wendy como estaba previsto. La niña que aparece vestida de ratón era Leticia Darna, su nombre se me ha quedado en la memoria: era uno de aquellos ratones que el flautista se llevaba consigo... Y yo contaba la historia. Años después, en otro colegio, cuando llovía, me pedían que contara algo, lo que fuera, aunque sólo pudiera ser una película que hubiera visto, yo no entendía por qué las otras niñas querían que les contara, sentada en una mesa descubría poco a poco que había algo en aquello, cierta emoción transformadora... En mi familia nunca nadie había reconocido nada, ni siquiera servían mis notas escolares triunfadoras, que se ignoraban, y algunas adoptaban mis expresiones como suyas, sin decir (lo cual motivó mi obsesión contraria: citar las fuentes) y eso nunca cambió. Y en ese extraño tercer colegio de donde también fui expulsada, descubrí que el reconocimiento podía venir no sólo de las notas, y no sólo de la mirada masculina, sino también de aquellas niñas que sólo querían escucharme, cualquier coisa, como la canción de Cayetano Veloso...

No sólo huyo a Menorca, adonde no he vuelto en muchísimos años, desde que mi madre vendió la casa de Ciutadella o desde que me dejaron otra cerca de Sant Lluís, hace tanto tiempo que no puedo recordar, aunque lo he escrito un poco en un cuento, y temo lo que puedo encontrarme, cómo habrán cambiado mis lugares preferidos, una cala que se llamaba Pilar y que yo llamaba Clea, porque allí leí a Durrell. Me voy también virtualmente, puesto que no tendré conexión, ni cibercafés cercanos (tal vez sea un error!). Dejo a G al cuidado. Me llevo el ordenador y el manuscrito balcánico con las primeras correcciones de un editor que trabajó en la RAE y es muy minucioso y puntilloso, además de escritor exigente: On verra bien.
Ayer, en Laie, presentamos el libro de la escritora-editora Paulina Fariza, Un cuento chino sobre la felicidad. Yo diría que fue un acto colorido (mi texto aquí), no sólo por los estampados que llevábamos, sino porque la novela lo es y los textos también lo fueron. Paco, el editor de Ellago, empezó leyendo el principio de la novela, que es potente. Elena Vilallonga leyó, con su voz ronca aterciopelada, con el tono de cantante que es y esa naturalidad escénica suya, un texto que hablaba en cierta manera de la amistad, y dibujó a Paulina haciéndose escritora con trazos no sólo afectuosos, sino también irónicos, analíticos, de crítica literaria. Y yo intenté explicar lo que era la novela, de dónde venía, cómo se armaba, su herencia picaresca y de costumbres, su humor berlanguiano, boadelliano, escatológico, su identidad de ópera bufa. Y todos: Paco, Paulina, Elena y yo leímos fragmentos.
Y luego nos fuimos a cenar y tuve muchas preguntas de mis libros, y vimos cómo todo venía del azufaifo (...). Descubrí el lado ensayístico y la fascinación por la filosofía de la ciencia y la relación de la poesía con la física del editor de Castellón que ahora vive en Galicia (y que omitió el nombre de Elena y el mío en su web al anunciar la presentación, y en Laie también la omitieron, ¿por qué ese silencio? ¿Tal vez todo fue un sueño y nunca la presentamos? Misterio), y a su lado se sentó un amigo con aire de poeta romántico que vive en Flensburg y se asombró cuando le dije cómo me gusta escuchar la cadencia monótona, larga y reflexiva de los alemanes del norte, yo le conté como la conversación de dos viejos hippies alemanes del norte me había consolado y protegido como un escudo contra la brutalidad agresiva y primitiva del conductor del bus de Cadaqués a Figueres una vez, y él me animó a ir porque, dijo: "le tienes pillado al norte", y contó que allí los bosques son maravillosos pero no huelen, o huelen a tierra pura, y acostumbrado a la hierba aromática mediterránea, siente como si le faltara algo. Luego vi unos libros de lo que pinta su partner, no puedo recordar el nombre, ¿Anke Blaue? Eran cuadros rothkianos, klineanos, motherwellianos, con una calma apasionada, germánica, muy septentrional.
Y hoy me espera un día agitado de recados y gestiones. Me pregunto si resistiré tan desconectada, con esa condición mía prehistórica de no conducir, que en las islas me lleva a la dependencia de los otros (eso me espanta) y sin conexión, sin blog, sin mensajes... Me llevo quizás una biografía de Rodoreda que ha escrito Mercè Ibarz y que, según Lydia Oliva, es excepcional, y el librito inacabado de Gil de Biedma y tal vez uno que me falta reseñar en La Vanguardia, y ahora rebuscaré en mi atasco maravilloso de libros intentando no llevarme tanto peso, y hélàs, el ordenador, que tanto pesa en los aeropuertos con la pesadilla del control, y las correcciones del editor para mi libro balcánico, me llevo los ecos de ese prólgo donde aún vivo, y me pregunto cómo será el silencio (si aún existe) ese en el que se oye crujir la piedra seca de los muros, porque aquí el fragor es terrible, no se acaba nunca y todo se rompe en mí, sometida a una especie de dentista gigante que horadara sin parar con sus máquinas vibrantes, pobre barrio éste que fue rodorediano y pobres de nosotros sometidos a esos políticos amigos del cemento...

miércoles, 21 de mayo de 2008

De la muerte y los libros

Foto: Jose Aguirre. G. y yo en Cadaqués, circa 1991

Después de la sensación eufórica de ayer, me invadió una especie de halo melancólico. Es como si una parte de mí hubiera pensado que la entrada de ese algo prodigioso y extraño, de ese Unheimlich en mi vida, fuese a contagiar todo lo demás, pudiera parar el rugido y las vibraciones insoportables de las obras que estremecen esta casa y este barrio, impedir esa subida el precio por barril del petróleo que acrecentará la carestía de todo y la pobreza de casi todos (y que sospechosamente nadie intenta contener), o que precipitaría la llegada de aquel otro elemento extraordinario que yo esperaba y cuya llegada confirmaron los oráculos, o que se desvanecería por completo el dolor de mi brazo.
Anteayer fui a comprar la pasta de dientes italiana de hinojo a la tienda dietética que hay frente al azufaifo. Estaba la chica joven y le pregunté por su madre, que enfermó terriblemente y se fue quedando paralizada. Me dijo: Ya está, ha muerto, hace siete días.
Por la noche, cuando fui a lavarme los dientes, surgió su cara frente al espejo del lavabo. Como aquella flauta hecha con huesos en el cuento de Grimm, que, al tocarla, cantaba la historia de un chico muerto por sus envidiosos hermanos (yo siempre me identifiqué mecánicamente con ese tercer hermano al que los dos mayores intentaban destruir. Y me consolaba esa capacidad simbólica de sobrevivir a su erosión, ¡de transformarse aún después de cualquier muerte!). O como en la película de Heddy Honigmann sobre Bosnia, Good Husband, Dear Son, donde los escasos objetos sobrevividos a la destrucción sistemática representan a los muertos de Ahatovići de tal forma que la gente acaricia el marco de una ventana hecha por un marido, la camiseta que llevó un niño, el reloj de otro, parado a la hora de su muerte, y por una trasposición misteriosa, ¡esos objetos son ellos! Pensé que cada vez que me lavara los dientes vería a esa mujer, joven y energética, y me asombraría ese proceso misterioso que la devoró tan deprisa como un fuego, y su enigma.
Ayer fui a comer (una merluza gallega) con el decididamente bartlebiano Jc, comida donde supuestamente yo tenía que explicarle (o no) las razones de mi fascinación por Derrida (¡la hospitalidad! ¡la traducción! Revivre tout, le bon et le mauvais... quand le souvenir d'une souffrance devient un bon souvenir) Jc me dijo que atravesaba un momento de falta de concentración y que apenas podía leer. Eso, en él, significaba que sólo leía libros pequeños y antiguas novelas de aventuras, ¡Stevenson! Y un alemán que en el siglo XIX escribía novelas del Oeste americano sin haber estado nunca allí. O una historia de Inglaterra de Hume con un inglés accesible para nosotros, porque está lleno de latín (me contó que los ingleses consideraban entonces que la gente cultivada utilizaba palabras polisílabas!). Jc siempre me admira con sus lecturas. Me dijo que le había aconsejado a una sobrina que no ha leído, pero quiere escribir, que leyera este blog, y yo quise ruborizarme simbólicamente, aunque tuve que decirlo con palabras porque el rubor cromático o térmico no vino.
Anoche me llamó V, que estaba sumida en una de esas difíciles traducciones lacanianas llenas de imposibilidades. Me dijo que el sábado estuviera con el móvil encendido hasta el momento de embarcar, por si necesitaba mi ayuda. En realidad, a ella la tranquiliza consultarme, aunque no me necesita realmente. Sus opciones son siempre buenas para cualquier problema lingüístico, y en cuanto a lo estrictamente lacaniano, ahí es ella la que podría y puede enseñarme a mí. V no se da cuenta de su capacidad y sus talentos, o se da cuenta, pero no los tiene en cuenta... Pero me hace gracia ese lenguaje entrecortado de lo psicoanalítico. Les non-dupes errent, los no-incautos yerran/erran? Imagino que ahí habría llegado la correctora del museo y habría pasado la escoba, convirtiendo el texto en algo banal, comercial, más fácil de entender para ella. ¡Qué peligrosos pueden ser a veces los correctores, empeñados en dejar su sello caiga quien caiga, sobre todo si hay editores o intermediarios ágrafos que les dejan libres para pasar la excavadora, porque no valoran ni comprenden el trabajo del traductor!
Ayer se despidió (provisionalmente) un blogger al que echaré de menos. Ojalá siga dejando alguno de sus bien construidos comentarios, donde se superaba a sí mismo. Eran tan buenos que le sugerí que hiciera un libro de comentarios. ¿Incluso mejores que su propia escritura de blog? Como si escribir al dorso le inspirara y soltara. Prometió venir a la presentación de La plaza del azufaifo a finales de junio. O intentarlo.
Oigo a las diminutas golondrinas (las que alquilan un nido de temporada en la zona de lavadoras de mi vecino) discutir en el patio ya blanco y vacío de obreros (están arriba y en un segundo patio, y en tantos otros edificios humeantes de alrededor, rompen el suelo, tiran las casas, construyen fealdad) y el mirlo cantaba esta mañana antes de que llegaran las hordas del ruido. G y yo hacemos como si las golondrinas confirmaran u objetaran nuestros comentarios. Se ha ido G. y está lloviendo (lo cual ha impedido que los obreros siguieran fuera rompiendo el suelo; mucho mejor). Llueve de una forma humilde y elegante, casi majestuosa.
En medio de una duda, para consolarme, he vuelto al prólogo de Vila-Matas para La plaza del azufaifo, que parece deslumbrar aun en la pantalla del ordenador. Creo que puedo prescindir de la carpeta For Dark Moments, donde guardo mensajes animosos por si un día los necesitara (apenas la miraba, pero me reconfortaba saber que estaba ahí; como los cines y teatros de NY que confortaban a Dorothy Parker, aunque no los frecuentara). Ahora releo ese prólogo. Me envuelvo en la sensación que me produce mientras ando por la calle, mirando a los árboles. Es difícil decir, hay algo de sentirse entendida y acogida por esas palabras que reconocen, ilustran y lo llevan todo más allá, a un terreno de pura literatura, con esas citas que se convierten en ¿bisagras? de una telaraña misteriosa y gigante, como las que salían en las novelas de Tarzán (siempre me pregunté si a Burroughs le haría gracia llevar el apellido del autor de Tarzán, si eso le condicionó en su deriva antitarzanesca del Almuerzo desnudo) Algo así. Dice mi editor que el prólogo de EVM se integra perfectamente en el libro porque, como el libro, está lleno de géneros. Es ensayístico, es guerrero, es epistolar, es poético, es irónico (y además es filosófico). A mí me parece que el libro mejora mucho con él.
El agradecimiento es una de mis fuentes preferidas de felicidad. Creo que apareció, de forma constante, hace unos diez o quince años en mi vida, después del Tristi fummo, cuando me di cuenta de una forma robinsoniana de todo lo que sí me había sido dado (sobre todo, cómo había sobrevivido misteriosamente a mis varias muertes, cómo me había salvado pese a todo y como tras la inhospitalidad del principio, había sido acogida, aunque fuese en las palabras) o de lo que seguía lloviéndome. El agradecimiento también se adhiere a mucho de lo pequeño o momentáneo, como el placer repentino de escuchar una música, o la pura felicidad física de lo amoroso, el humor y las conversaciones, respirar en un paisaje, o también esos gestos de otros que recuerdan a aquel George, el que tuvo el valor de quitarse el sombrero ante un Oscar Wilde abucheado por una multitud hipócrita.
Llueve, y se han interrumpido los ruidos. Yo me veo viviendo o reviviendo en ese prólogo.
Mientras, llegó la confirmación editorial para mi libro balcánico, en una editorial favorita, donde los dos editores son escritores. (¡Esa es otra fuente de felicidad!) El editor me sugiere añadir un título a mi subtítulo. Él ha buscado, con su olfato de escritor, algunas frases del libro, pero la primera me sedujo enseguida y los que me conocen entenderán por qué. Viene de una frase de Marko Vesovic, que al hablar de la guerra dice: "¿Ve ese árbol? Si ese árbol cae, nadie lo ve, no cambia la vida de los árboles, y eso era exactamente la vida en Sarajevo durante el asedio". El título propuesto y probablemente definitivo será: Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes. Ya está registrado.

Esta tarde, a las 19.30, en Laie, Elena Vilallonga y yo presentaremos la novela de Paulina Fariza, Un cuento chino sobre la felicidad. Aunque sea contradiciendo lo que anuncia la invitación.


martes, 20 de mayo de 2008

Otra vez los dioses griegos

Foto: Alicia Núñez. Una imagen de mi pasado. Creo que yo tenía 18, y posé para una clase de fotografía de Eina, en una casa semiabandonada que ahora se yergue iluminada como un pastel en la ladera del Tibidabo.
Anoche, al fin reuní valor para ver la película que había filmado un blogger amigo de la mesa redonda de bloggers en el Ateneo. Sabía que no me gustaría, pero no podía imaginar hasta qué punto. Me quedé petrificada al verme. De pronto comprendí que había envejecido. Tenía cien años más. Y era una visión terrible. Implacable. Espantosa. Yo sé que en el formato digital, una arruga o un defecto de la piel que cae se ven a la misma intensidad que los ojos o la boca. No hay gradaciones. En el espejo, los ojos y la boca o el arco de las cejas de una cara siguen siendo más importantes. Para la cámara digital, todo tiene el mismo valor. De pequeño, G me hacía unos retratos hermosos y alegres, con el pelo hacia arriba como en una tormenta eléctrica, y las pestañas gigantes. Pero su primo S dibujaba a su madre y le hacía unos trazos negros enormes. "Son las arrugas", decía. "Tú también tienes." Recuerdo que me pareció un hiperrealismo distorsionado, le dije que las arrugas no se ven tanto como las cejas y los ojos..., pero era un niño muy obstinado e hipercrítico, a diferencia de G. (¡eran arrugas de 30 años, no de 90!). A mí me gustaba más la imagen romántica y alocada que me daba G. Pero anoche la impresión fue tan terrible que apagué la cámara pensando: "No hay nada que hacer. No es extraño que lo extraordinario no haya ocurrido. En este momento doy fin a mi vida amorosa, me retiraré a la torre de Montaigne y no saldré de casa sin una burka". Lo malo (y perdonen que frivolice sobre eso, pero tenía que burlarme de mí o hacerme el sepukku) es que la única burka que he conseguido es de fibra y asfixiará a quien la lleve. Yo quería una de algodón azul, con bordados, como las que he visto en las películas.
Envejecer! ¿Cómo he podido caer tan bajo?", me escribió hace poco Erika B.
V. me hizo razonar. Dijo que ella no quería verlo y que si alguien lo veía, tendría que morir. Me dijo que pensara en cómo salía ella (que es joven y guapa) y comprendería que esa no es la realidad. G también me apoyó. Dijo que se me estaba repitiendo lo que me ocurría de pequeña, cuando creía ser un monstruo, gracias a las miradas familiares. "I no t'enganyis", me dijo al despedirse.
Hoy yo tenía un día desorbitado. Al menos para mí, acostumbrada a la quietud de la escritura. Primero homeópata, luego editor, luego un encuentro con la poeta Tanja Gromača en la plaza Bonsuccès, pasando primero por el Taxidermista, donde B y su abogado se han reído de mis historias mientras B intentaba en vano hacerme probar un postre muy dulce. Tanja me gusta y tal vez vaya a verla al Festival de Poesía del Palau (me encantó el extracto de su novela Negro sobre la guerra, la leí en francés y se la recomendé a Jaume Vallcorba, pero creo que a él se le olvidó porque hace unos días me preguntó en los FFCC, donde a veces nos encontramos: "¿Hi ha algun escriptor balcànic que jo hauria de llegir?"). Tatjana estaba muy agradecida porque yo la propuse al Festival y me ha traído música croata. Hemos paseado juntas despotricando de nuestros respectivos países, me ha contado que pretendía vivir en un bosque y me ha acompañado a comprarme unas alpargatas de las de siempre, atadas y planas. "Això és un pinxo", me han dicho en la tienda de la calle Avinyó. He vuelto para arriba. Cada vez que pasaba por casa me tapaba los oídos porque los obreros estaban rompiendo el suelo de la entrada con esas máquinas tercermundistas, prohibidas en cualquier país digno, donde sí hay límites de decibelios para las obras.
Pero por la mañana, antes de salir, he recibido un email de EVM, que tiene la maqueta de La plaza del azufaifo para escribir su prólogo. Ese mensaje ha borrado los ecos de mi angustiada conciencia del tiempo como un vendaval se lleva los papeles del suelo y me ha dado ganas de bailar por la casa. Decía así: "El libro es magnífico. Lo imaginaba, pero me gusta mucho la idea de que se prolongue hacia el final con textos que a veces no hablan del azufaifo. (..) Te lo digo muy sinceramente: es un libro estupendo y hasta importante (necesario tal como están las cosas en Barcelona)". He llegado al jardín de la homeópata como si fuese volando... He comprobado una vez más su sabiduría y su pensamiento libre e imprevisible, que me resulta tan afín. Naturalmente, ella se ha reído mucho de mis ideas sobre la vejez ("No veo la relación entre la vejez y el fin de la vida amorosa."). En la editorial, hemos adelantado un poco en la planificación y he visto una prueba de portada, con el delicado e inteligente dibujo de Aurora Altisent del azufaifo verdeando sutilmente, che bellezza!!!
Las frases de Vila-Matas me han acompañado todo el día. Mi editor me ha escrito al final de un email: "Por cierto, no me extraña que a Enrique le guste el libro, es estupendo". Al atardecer, me ha llamado Ninca Lacruz. Venía de hablar precisamente con Vila-Matas y él le había dicho otra frase: "No sé si Isabel sabe lo bueno que es su libro". Aún flotando me he ido a yoga, donde soy confortablemente anónima y nadie sabe ni a qué me dedico, lo cual produce a veces una sensación de irrealidad y la fuerte tentación de ser otra (en la adolescencia, jugaba a ser otra cuando algún taxista me hacía preguntas, e improvisaba una historia, una identidad). Al volver, he recibido el prólogo de Vila-Matas. Es difícil de explicar. Para mí ha sido una lectura emocionante. Es un prólogo guerrero y crítico, como exigía esta ocasión, pero también es un texto fuertemente literario y lleno de su gracia y sus piruetas, y por esa vía que él ha inventado, apoyado en citas luminosas sobre la ciudad y la escritura. En efecto, trata de literatura y de la ciudad, es generoso conmigo, pero además es casi una carta que yo no puedo contestar, porque es una carta de ficción, y me pregunta e interpela, responde a mis comentarios del blog, y creo que un día, cuando el libro esté publicado, podré contestar aquí, en un espacio de ficción. O mejor iré contestando subrepticiamente. Fue él quien me dijo que tenía que publicar esta historia en forma de libro, y también fue el primero que se hizo eco con un artículo de la amenaza sobre el azufaifo y de mi furia por lo que estaba ocurriendo en la ciudad. Fue el primero que me demostró con su crónica, sin saberlo, que yo podía lograr que pasara algo, que había tocado un punto importante, que no era verdad que protestar no sirviera para nada. Así fue cómo empecé a descubrir que yo, que me sentía incapaz de conseguir una beca o un editor, que me creía inconstante y perezosa e incapaz de tenacidad, podía hacer mucho más que eso por un árbol o por mi ciudad. Para mí estaba claro que sólo él podía hacer ese prólogo Nur Vila-Matas! (según yo creía que dijo Todó citando a Goethe y dirigiéndose a Gimferrer, que presentó su libro. Pero Todó me dice que era un latinajo "aut Caesar aut nihil", la divisa de Lorenzo? de Medici. ¡O César o nadie!). Sólo podía ser él.
Y hay otra cosa. Es verdad que cada lector lee según lo que es. Que hay lectores que elogian el humor y la ironía de mis cuentos de Crucigrama, los mismos cuentos que dos personas encontraron tristes, pesimistas y deprimentes. Y hay dos lectores de mi blog que me acusan de odiar esta ciudad, sin comprender que se trata justamente de lo contrario. Una vez dijo Félix de Azúa a quienes le acusaban de pesimista que era justamente al revés, él era un optimista, puesto que creía que todo se podía mejorar, y por eso protestaba y se indignaba. El prólogo de Vila-Matas me ha hecho sentir comprendida, y a la vez rodeada de palabras inteligentes. Pura hospitalidad. Creo que mi editor se va a poner muy contento. Et pour cause!
En cuanto a los dioses griegos, es obvio. Esa teoría del equilibrio y el temor a la visita de Némesis han condicionado mi vida. Lo que está pasando en el terreno literario y editorial con mis libros ("tal vez sí se acerca mi momento", le he dicho a G. Y él, acostumbrado a mi desespoir, me ha dicho: "Si ho dius tu segur que és veritat...") me llena de una felicidad asombrosa. Y una parte de mí teme la venganza de los dioses y me obliga a contemplar el paso del tiempo en una implacable película digital. ¡O prende un fuego en mi brazo!

lunes, 19 de mayo de 2008

Noticias de antepasados, libros, melancolía


Foto: Autorretrato entre libros y tulipanes, 2008

Mi hermana italiana se ha ido en expedición a El Alosno, Huelva, con su hija adolescente, a rebuscar en legajos y archivos para trazar el árbol genealógico familiar por la línea paterna. Ha descubierto que tenemos ascendencia judía (doblemente, por parte de los dos padres de mi padre, Núñez y Limón), como tantos otros en este país, conversos para escapar al fuego de la Inquisición, ha encontrado unos Bowie en la familia (un inglés llamado Bowie viajó al sur, se enamoró y se casó con una tal Josepha antepasada nuestra, de El Alosno), aunque allí los pronuncian Bovie. También ha concluido que estamos emparentados con los Machado, y ha entrevistado a Manolita Machado, que a sus 97 años, lee los periódicos todas las mañanas y tiene la cabeza clara. Noticia que no ha sorprendido y sí alegrado a my cousin V, quien me ha escrito: "Yo, cuando era adolescente estaba algo obsesionada con sus poemas de castilla, me parecía que hablaban de mi, de mi familia, de mis orígenes..." Y también ha desempolvado hechos vergonzosos: aparecen niños hijos de esclavas, reconocidos por los señores de la familia, bautizados y exorcizados!!! Me ha mandado fotos de los legajos y sus cubiertas de piel de carnero. Qué lástima no haber recibido una educación judía, haber dejado que los valores culturales, la obsesión por la cultura, la música y el estudio se perdieran en favor de lo más patriarcal, religioso, ágrafo y limitado. Sólo la conexión machadiana me consuela. Excepciones brillantes dentro de un linaje sin interés, y por vía materna la excepción sería Nicolás Salmerón.
Faltan pocos días antes de mi huida a las islas, y ya están casi llenos, rebosantes, sin tiempo para pensar en lo que me falta. Como siempre, Gilda ya sabe que me voy y no se aparta de mí. ¿Quién dijo que los gatos son fríos y distantes? Dans ma cervelle se promene / Ainsi qu'en son appartement / Un beau chat, fort, doux et charmant. / Quand il miaule, on l'entend à peine...
Intento sobrevivir al ruido de las obras matinales (el silencio de ahora, al caer la tarde, es asombroso y los mirlos lo están aprovechando para hacer sus llamadas amorosas, sonoras e intensas como una celebración vital, y a la vez casi clandestinas, enemigas de los designios del ayuntamiento procemento, que ha decidido castigar y destruir para siempre este barrio) y a las oleadas de turbulencias físicas.
Por desgracia, no he logrado cambiar mi clase de la UPF del posgrado de traducción literaria. Quería cambiar la orientación demasiado técnica y hacerla más literaria. De todas formas, algo se me ocurrirá para que todo se llene de literatura. Estoy acabando de corregir galeradas de mi libro La plaza del azufaifo y me gusta, me hace mucha ilusión que se publique. Y en cuanto al libro balcánico, ¡qué felicidad, a pesar del trabajo que me espera! Glosario, cronología, corrección minuciosa... Ese libro es un pedazo de mi vida en estos últimos cinco años. Tengo ganas de que sea oficial para vocearlo y hacer partícipes a mis amigos balcánicos. Un amigo agente literario especializado en el Este y Centro de Europa y que ha seguido y me ha ayudado mucho en mi proceso, me decía hoy que cree mucho en el futuro internacional de ese libro mío. Antes de eso me ha escrito, con ese humor suyo: "Leo en tu blog que tu libro balcánico ya tiene casa. ¡Felicidades! ¿O mi cuarto de sangre eslava debe imponerse y debo tocar madera, escupir hacia atrás y juramentar en arameo hasta que la nueva se haga realidad?" Creo que ese libro despierta interés y que hace falta sacarlo.
Yo esperaba que algo extraordinario sucediera hoy, pero no ha sido así. Mi sentido del tiempo no coincide con el de los demás. No desear, no esperar, escapar... Olvidar tal vez, concentrarme en la escritura... pero no puedo aplazar más las lecturas para La Vanguardia, así que me retiro al sofá. Ayer pasé la tarde ordenando papelajos para Hacienda, actividad que detesto y que implica maldecir mi desorden, este año agudizado. Me senté en el suelo de la sala y desplegué papeles y carpetas a mi alrededor. La gata, encantada, aprovechaba cualquier abstracción mía para frotarse contra los papeles como si fueran amantes. Alguien vino a verme y me encontró ridículamente desconsolada y me hizo reír hasta que se me pasó. Luego me quedé con la satisfacción del deber cumplido. Por un momento, creí que había vuelto la oleada melancólica (¿tal vez estúpidamente hormonal?) y me he acordado de una canción de Van Morrison (Melancholia), donde decía que le atacaba en cualquier momento, cuando estaba arrastrando el heno o al levantarse o al anochecer, que la llevaba en las venas. A mí me ha asaltado el tiempo. Pero una llamada de mi anfitrión de las islas me ha vuelto a Tierra. Él intentaba convencerme de que me llevase el ordenador. Hablábamos de tés, pan negro y mis manías del desayuno. Yo me imaginaba en ese paisaje y pensaba que me consolaría de mi decepción de hoy.
Por cierto, el jueves 21 a las 19.30, Elena Vilallonga y yo presentaremos la novela de la escritora y editora Paulina Fariza (también sabe cantar; lo demostró en nuestra fiesta del azufaifo), Un cuento chino sobre la felicidad. (Por alguna razón, en la web de Laie han omitido nuestros nombres... ¿Tendrá algún significado?).

sábado, 17 de mayo de 2008

Ayer, hoy y antes



Foto: I.N. Las flores de R

Anoche había quedado con mi amigo R, a quien conozco desde que yo tenía 16 años. Últimamente sólo logramos encontrarnos cerca de mi cumpleaños y el suyo y nos intercambiamos los regalos del año. Esta vez apareció con ese ramo tan suntuoso. "Me he enamorado de una florista", me dijo, y a juzgar por la destreza y el buen gusto del atadillo y la sensualidad de las flores, ella se lo merece. También me trajo música y yo aproveché que por primera vez unos traductores dignos se han encargado de la versión castellana de unos cuentos de Alice Munro (tal vez que mi reseña criticando la traducción anterior dio en el blanco, a pesar del enfado de los editores), se los compré, y creo que en buen momento, ya que el pobre necesita un respiro tras sus últimas lecturas -Vassili Grossmann, Varlam Shalamov, Littell, Klima, etc.. "¡Necesito algo de intimismo!", exclamó. Y ya estaba leyendo con alivio Una muerte en la familia de James Agee. Fuimos a cenar a una terraza cercana y hablamos de la banalidad del mal y de la ética del buen persianero y yo opuse el matiz de Claude Lanzmann que cita Elisabeth Roudinesco: "No cualquiera es capaz de ese mal". Debo decir que no me gusta Littell, me parece enfermizo, y aunque su libro sea eficaz, disiento de su punto de vista y creo como Ana Nuño que se trata de lo que llaman un "best-séller de calidad" y algo alejado de la literatura. Pero le prometí a R regalarle el libro de Slavenka, por si sigue con su línea de memoria histórica*. E intenté convencerle de que hiciera un blog. Me gusta mucho su mirada sobre las cosas, sus historias de familiares excéntricos en Burgos: creo que le ayudaría a seguir escribiendo y que enseguida crecerían sus lectores.
(* Por cierto, en Polis he hablado algo más de memoria histórica...)
Sigo posponiendo mi tarea de ordenar los papeles de Hacienda, sigo con las galeradas de La plaza del azufaifo, y además, robando tiempo a todo para corregir y revisar mis cuentos, tengo que acabar el texto que leeré para presentar el jueves en Laie la novela de una amiga escritora y editora, que ólo he hilvanado, y me estoy conteniendo para no celebrar aún las buenas noticias sobre mi libro balcánico, que parece haber encontrado su lugar en este mundo; sólo le falta una reconfirmación.
Mi amiga de Austin, recién recobrada de un tornado brutal, me dice que ha ido a la web de Funambulista a escucharme y le ha gustado, dice "He escuchado tu voz y la de VilaMatas, era como tenerte aquí delante, sobre todo tu forma de decir ALLÍ , sólo tú dices ALLÍ así..." Esa idea me hace gracia, mi amigo serbio siempre decía que nadie más decía "conmigo" como yo. Debe de ser algo con la "i", tal vez un acento de mi familia no-catalana o quién sabe.
Me gusta su manera de contar las cosas:
"Aquí, anteayer... al volver de un POTLUCK y ya acostados, Pepe se emperra en refugiarse serpenteando bajo mi cama, casi no cabe, tiene su camino labrado por la esquinilla, yo ponía los pies y le decía: "Pepe, don't be so afraid, what's wrong?" Al poco rato, bolas de hielo del tamaño de una pelota de béisbol entraban por los cristales de las ventanas de la fachada Oeste, los árboles latigaban la casa, la lluvia traspasaba el estuco mojando la escalera, los arboles se caían, todo crujía, y yo, aterrada, gritaba en el pasillo para que Roy y George no se acercaran a las ventanas y se refugiaran conmigo. A twister! Sí, un tornado, pensé que partiría la casa como un pastel o se nos llevaría por los aires. El granizo, qué horror, qué pelotazos, entraban como balas. Los árboles, a mí me impresionó la flexibilidad de algunos, otros se quebraban. Impresionante, acabo de llegar de apilar ramas y pasear por el barrio, aún huele a moho de la tierra levantada por los tótems caídos, robles centenarios. Los árboles, qué pena. Nadie ha muerto, este barrio y esta calle fueron de los peores. No te hablo de todas las reparaciones que tengo que hacer.... Estuvimos sin luz dos días, salí anoche, con la luna y mi celular como linterna, había algo en el aire que a pesar de el cansancio no quise perderme, estaba la luna tras las nubes pero alumbraba, y fui a comprar velas a Fiesta (el súper -24h open- enorme, muy americano) estaba chapado, sin luz. Árboles caídos por todos lados. Hoy y el fin de semana habrá mucho movimiento en el barrio, la gente se vuelve mas comunicativa compartiendo destrozos. Austin se ha quedado sin cristales para reparar ventanas. George acaba de llegar de tres tiendas con los tres últimos tubos de masilla para reparar las ventanas de las dos casas. Me he dado cuenta de lo que dependemos de la electricidad y de lo poco importante que es la casa y el coche que en un santiamén se te los lleva el viento. Espero que el seguro cubra desperfectos. De todas formas estoy con buen humor y ganas de vivir y también de descansar...de arreglarlo todo y de respetar a Pepe cuando serpentee bajo mi cama porque yo me uniré a él..."
Por cierto que una amiga poeta, de cuyo luminoso libro Dónde hablé aquí hace poco, me contesta sobre lo que conté de mi confusión coyuntural, de pequeña, entre la música litúrgica y la fe religiosa, y me cuenta una pequeña historia muy propia de su poética y que merece la pena incluir aquí:
"Mi experiencia 'mística', por ejemplo, se parece mucho a la tuya. De niña creí creer hasta tal punto que en misa dejaba un espacio en el banco para que se sentara mi ángel de la guarda. Pedía que me dejaran limpiar la capilla (yo, que era un trasto) sólo para poder entrar en la sacristía y consolar a una gran virgen de manto azul, preciosa y cursi, que habían desterrado del altar para poner una de madera, angulosa, fría, moderna. Mi primera experiencia poética fue repetir, en voz bajita, 'rosa mística, torre de David, torre de marfil, casa de oro'... "
Esta mañana me desperté demasiado temprano, a las 5.40, la hora del concierto del mirlo más cercano y de los que luego le hacen eco, la hora del azufaifo. Lo malo es que la falta de sueño me produjo una especie de calambre en la cabeza y mi vulnerabilidad de esas horas me hizo pensar: "Oh no, ahora que puedo escribir, ahora que voy a publicar mis dos últimos libros, no quiero morirme de un tumor cerebral..." Y es que la falta de sueño condiciona mi forma de pensar las cosas, intensifica mi impaciencia y me resulta mucho más espinoso distinguir en esa marea extraña de deseo, nostalgia irresistible y melancolía que combina con una rara fruición feliz. Por eso esta noche pretendo no moverme de aquí y descansar.

jueves, 15 de mayo de 2008

Blogueo en el Ateneo


Foto: Jose Aguirre, G. y yo en un bosque de Castellterçol, en 1991. Esa foto de arriba siempre me pareció dramática, el pobre G se cayó y lloró como un niño perdido en el bosque y su padre hizo la foto mientras yo iba a por él. En cuanto a mí, me entretenía cogiendo esquejes varios... Ahora, mientras corrijo las pruebas de La plaza del azufaifo, mi actividad me parece alegórica

A pesar de las oscuras previsiones, y de las noticias melancólicas que ayer empezaron a llover justo antes de irme hacia el Ateneo, en casa y por teléfono, y de que antes de entrar, leí la escena contada por Rodoreda en que ella, niña, le abre la cabeza a su amigo Felipet con la maza "de matar jueus", y cómo vuelve el pobre a la reja, apenas curado, a pedirle seguir jugando, y eso acabó de rematarme simbólicamente, creo que la mesa redonda de bloggers fue un éxito. O por lo menos, nos divertimos y creo que la gente se divirtió. Había unos cuantos bloggers que vinieron a vernos, y algunos psicoanalistas también. Me gustó mucho la interpretación de uno de ellos, del blog como lugar del síntoma, es una de esas frases que me sirven para explicarme a mí misma o para entender mejor algunos misterios.
Empezó Jorge Chapuis, que nos introdujo en lo real de los blogs, lo que han supuesto, lo que son, alguna pista de futuro, cómo se montan. Luego me tocó a mí.
Por una vez yo no había escrito mi texto de introducción, sino que expliqué mis notas. Empecé diciendo tres cosas. Una: que yo hice este blog casi contra mi voluntad, por culpa de una amiga londinense, empeñada en que yo tuviera blog, y a la que estuve amenazando durante meses con cerrarlo porque nadie lo leería, y ella insistía con su wait and see. Dos: que empecé para apoyar mi libro Crucigrama, pero el formato abierto del blog, donde todo cabe -la autoficción, el diario literario o de pensamientos, la crónica, lo reivindicativo y ensayístico, la pura narrativa, la crítica literaria- y esa estructura de postales que tanto me gusta, de ilustrar un texto o acompañar una imagen, rompió mi bloqueo finisecular. Y tres: que el blog me sirvió para salvar un árbol, el famoso azufaifo, y tal es su poder, que desborda ya lo virtual y se va al papel, siguiendo una idea de Vila-Matas, se convierte en libro La plaza del azufaifo, que saldrá a finales de junio, y ya está un pedacito de este blog en la antología de Funambulista, que por cierto estará en la Feria del Libro de Madrid, y si se confirma, iré a firmar a finales de mayo (y si alguien quiere escuchar algún fragmento de nuestras piezas leídas en audio, ¡ya puede!)
Y dicho esto leí fragmentos de dos posts. Y añadí una breve acotación sobre los links, los distintos tipos de links (informativos, de imagen complementaria, irónicos, poético-herméticos, etc.), y sobre algunos blogs que para mí han sido un hallazgo y quería presentar.
Luego habló la brillante petite a, en estado de gracia contó su posición de no-sinóloga, no-psicoanalista, no-escritora que escribe y busca la conexión esquiva pero real entre el psicoanálisis -Lacan (Lakhan)- y el pensamiento chino, desde su trayectoria zigzagueante de bailarina, escenógrafa, directora teatral, y finalmente psicoanalista en formación. Y contó lo que el blog le había hecho descubrir y lo que le había permitido mostrar (autorizándose).
Y cerró Cachodepan, que hoy cuenta su intervención en el blog, y que estaba ayer abrumado por la sombra de la muerte de una amiga-colaboradora editorial, pero hilvanó su texto con su gracia habitual, se definió como aficionado en todo (yo intrusa, la petite a con sus no-, y cacho aficionado...) y también en la literatura, y habló de la libertad del blog, que le permite saltar de una cosa a otra, escoger esas imágenes, en definitiva, jugar libremente.
Albértigo filmó el acto con mi cámara y cuando vea las imágenes, si me resulta soportable verme, cosa que dudo, igual le pido que lo cuelgue en alguno de nuestros blogs... O tal vez sólo los fragmentos en que salen ellos... Y qué placer conversar luego en el magnífico jardín del Ateneo, rodeados de árboles (en un barrio sin verde, y esa palmera gigante tan hermosa) y de las ventanas de la biblioteca (la visión de esos libros y de sus hermosos anaqueles reconforta).
Mientras, mi envilecimiento sigue en una mañana pesada, de ruido -a oleadas de fragor insoportable, que luego amainan, para volver desagradablemente desde arriba o desde el patio o la casa de enfrente-, obreros que llaman a la puerta cada dos por tres, que tienen que pasar por la terraza, que prometen hacerlo todo en cinco minutos pero nunca pueden, carteros con certificados y avisos de correos, mensajeros, pequeñas misiones que me impiden irme, y he tenido que ducharme en dos minutos, y parece difícil ponerse a escribir.
Algunos amigos que no vinieron iban a ver a Gamoneda hablando de San Juan de la Cruz. Uno de ellos me cuenta (y traduzco sus palabras) que Gamoneda explicó, en síntesis, que "Juan de la Cruz confundía su experiencia mística con la experiencia poética... es aquel 'un no saber sabiendo', que en definitiva -esto es de mi cosecha- significa que haces una poética escribiendo tu poesía. Repartió leña a los poetas realistas (supongo que se refería a los de la experiencia), en el sentido de que ellos se refieren sólo a la realidad más inmediata e 'informativa', mientras la poesía habla de una realidad otra." Y sí, justamente leía yo a Gil de Biedma diciendo que Juan de la Cruz, que no daba importancia a la poesía, o lo consideraba secundario, y que, a la pregunta de una monja sobre si esas palabras se las daba dios, contestó: "Algunas sí, hija, otras me las busco yo..." En teoría estoy de acuerdo con Gamoneda sobre que la poesía habla de una realidad otra, o yo diría "desde" una realidad otra, pero me molesta la generalización porque un poeta puede partir de donde sea, también de lo inmediato o la experiencia para hablar desde esa realidad otra, y si no, ¿cómo valorar a Auden y a Gil de Biedma? Pero me habría gustado allí para poder preguntarle... (Ese "no saber sabiendo" de Juan de la Cruz es también el "no saber sabido" de María Zambrano, es el inconsciente según una amiga psicoanalista).Y en cuanto a esa confusión entre lo místico y lo poético, ¿cómo no comprenderla? De pequeña, cuando escuchaba el órgano en la iglesia grande del colegio, con el coro y la sonoridad magnífica, creía sentir una emoción religiosa, creía incluso creer, pensaba que aquella emoción estaba conectada con el dios de los cristianos al que allí se adoraba. Pero nos cambiaron a la capilla de abajo, fea y sin órgano, y yo, a mis siete u ocho años, separé ambas cosas y me di cuenta de que yo creía en aquella música y en su interpretación -en el órgano, la acústica y las voces-, incluso en el estilo de ciertos pasajes bíblicos que me hacían leer a mí en voz alta, impidiéndome escapar como hacían otras niñas, y allí y sólo allí estaban la belleza y el objeto de mi emoción, mi única fe.

martes, 13 de mayo de 2008

Del bloqueo al blogueo

Mesa redonda de bloggers en el Ateneo
Miércoles 14 de mayo a las 19.30h, en el Aula dels Escriptors del Ateneu Barcelonès, Canuda 6, (5º).
Acto organizado por ACEC, la asociación de escritores.
Primero, Jorge Chapuis explicará el trasunto técnico de los blogs, cómo se hace, etc.
Luego me toca a mí (aún no he decidido lo que diré, ¡y ya es hora!)
Después hablará Vanessa Núñez (la sabia V del objeto a!)
Para cerrar, Dante Bertini (Cachodepan)
Y después, si queda tiempo, conversación entre todos, con el público, quien quiera intervenir.
Estáis invitados...!
Nota Bene: Vayan a Polis y firmen contra esa nueva ley que quiere acabar con la homeopatía para beneficiar al poderoso lobby farmacológico que nos gobierna.

sábado, 10 de mayo de 2008

Lluvia y cine


Fotos: J. Aguirre. Sigo poniendo imágenes de mi pasado encontradas en mis viejos álbumes, para desconcertar a todos esos que creen que la autoficción y este exponerse para interrogarse responden a un burdo narcisismo y no a la búsqueda gozosa y perpleja que es una celebración de lo vivido.
Anoche tenía yo una de esas sesiones cinematográficas chez la Belle Elaine, donde predomina gente de cine y yo soy sólo una intrusa. En este caso traía las películas Pere Alberó, y el director fue un descubrimiento para mí, Vittorio de Seta, un corto sobre Stromboli, Isole di fuoco (1960) y una película larga Banditi a Orgosolo (1960). El corto ya era precioso, la luz, las miradas hacia arriba, los pescadores, el fuego, el agua, el estremecimiento del volcán, la lava, los niños, imágenes silenciosas de una poética sutil. Y luego la película. Yo estaba muerta de cansancio y arrastraba una falta de sueño preocupante, pero no me dormí, aunque empezamos tarde, tras la conversación y la mesa llena de frutos secos y frescos (deliciosos nísperos) y el buen gazpacho de Elena. Pero aquella belleza agreste y áspera tan mediterránea y cercana que hacía pensar en el Cadaqués y la Ibiza que existieron hasta los sesenta (el implacable JP nos recomendó Voices of the Old Sea de Norman Lewis, hijo de una médium y un químico, asombrosa combinación), pero en más salvajes, y evocaba formalmente el Paisà y otras películas primeras de Rossellini y los personajes tenían también algo pasoliniano, primitivos, agrestes como el paisaje donde las ovejas se confundían con las piedras o se movían como ríos y los hombres se refugiaban en una gruta con movimientos asombrosos y nadie sonreía y los planos de miradas hacia arriba, de escucha atenta, las ramas puestas para proteger las ovejas, la forma de hacer el queso (pecorino) con las manos, las botas en el baile, la belleza de la mujer y del niño pastor, esa sobriedad seca de no tocarse ni sonreírse ni casi mirarse pero que expresa tensión dramática y afecto y una ética asilvestrada pero definida, con una economía chalamoviana. Algunas escenas de conversaciones, como cuando el niño pregunta por la muerte del padre y su hermano mayor le va contestando sin mirarle, son una lección de despojamiento y arte povera. Una maravilla.
Llueve mucho y yo sigo escribiendo y corrigiendo mis cuentos. Ayer se lo dije a alguien: "Se está convirtiendo en un trabajo". Para mí, poder escribir sin tasa y sin tener que traducir apenas, es un don de los dioses griegos que quisiera conservar para siempre. Ya sé que probablemente el dinero se acabará y a menos que se produzca un milagro, tendré que volver al duro banco (traducir me encanta, pero con lo caro que se ha vuelto el mundo y lo mal que se paga la traducción por estos lares, significa machacarme el brazo en jornadas larguísimas y acabar tan cansada que ya no queda energía ni espacio para mi escritura). Pero qué felicidad entre tanto...
Ayer, después de discutir con los demás espectadores de la sesión nocturna sobre si había que entender o no entender los poemas, leí a Gil de Biedma respondiéndonos, diciendo que hay que leer el poema entero, no releer nunca cada frase aunque sea oscuro, porque "gran parte del sentido de un poema está en la unidad melódica y la tonalidad de la voz", y que concentrarse en lo que el poema dice es la vía más segura de no entenderlo, y que primero nos tiene que gustar, nos tiene que llegar su efecto y luego en todo caso, tenemos toda la vida para entender al menos una parte, y cita a Coleridge diciendo que "la poesía suele dar más placer cuando se entiende de un modo imperfecto y general". Dan muchas ganas de leer poesía leyéndole, escuchando de esos poemas que le acosan y persiguen a lo largo de su vida y de los que siempre intenta recordar la pieza que le falta...
No tengo tiempo de más. He perdido la mañana alegremente como Doris Day en Pillow Talk, al teléfono. Me ha llamado un viejo amigo reaparecido bruscamente y de forma accidentada, porque lo mencioné aquí hace un tiempo e Internet es poderoso. Hemos tenido que sintetizar, después de 26 años sin vernos, y aunque su retrato difería de lo que otros me han dicho, tenía la gracia de siempre, y me han dado ganas de meterlo en otro cuento... Hay tanto que escribir... Tengo que compensar años de vida alocada, años de bloqueo, años de dar vueltas buscando equivocadamente, como las mariposas nocturnas en torno a la luz de una lámpara. Moments of Being. Todo sirve para el caldero de los cuentos. Llueve tremendamente, con viento huracanado. Le he escrito un sms a G, alertándole sobre la moto, la lluvia y el viento y él me ha respondido dos horas después, preguntándome: "Està plovent als llocs adequats?" Me ha hecho sonreír (G siempre hace las preguntas exactas, dice J) pero la verdad es que no lo sé. Ojalá sí, y se estén llenando los pantanos. Tampoco sé aún si cumpliremos un vago plan de ir al cine o si me quedaré aquí secuestrada alegremente por mis cuentos. Anoche me llevé uno de los últimos y cuando estaba en el metro me puse a cambiar los nombres y de paso a corregir alguna otra cosa. También tengo que leer una novela en pantalla, y otra en papel, para reseñarla en el Cultura/s. On verra bien...

jueves, 8 de mayo de 2008

Cortesía e inspiración


Fotos: Caroline Roblet, Más fotos mías y de GM en Goa, diciembre 1981.
Yo ya me iba con el pesado portátil y todos los archivos grabados hacia mi refugio hospitalario, cuando de pronto, mientras escuchaba la música lejana de mi vecino, he empezado a dudar. El corte de agua y gas estaba anunciado para las 8. Yo me he levantado antes para ducharme a tiempo y G. no ha querido arriesgarse y se ha ido, pero a las 11 el agua seguía fluyendo y el gas seguía ahí. En cambio ayer se suponía que sólo cortaban el gas a las puertas del otro lado, pero cuando me metí debajo de la ducha sólo salió agua fría: salí y le pregunté al hombre del patio, oculta tras una cortina que he improvisado para protegerme de sus miradas y me dijo: "Bueno, ahora se lo pongo", y así pude ducharme. No hay interlocutores, la secretaria del casero responde siempre que no sabe y estos hombres responden cualquier cosa, y de momento, nada de lo que han dicho se ha cumplido, así que no podemos saber cuánto durará esta pesadilla de ruido y polvo.
No es culpa de ellos. Ya no existe la cortesía, y no me refiero a las puras formas al estilo de los codos en la mesa, sino a la consideración por los demás, a aquello que Cervantes dijo de Barcelona como "archivo de cortesía". El analfabetismo real (no literal, pero profundo), la burramia, la falta de cultura y de memoria histórica han generado este lugar de gente brutal. Hay que pedirle a los jóvenes en el metro que bajen el volumen de esos aparatos que les harán sordos, pero hasta los viejos empujan para coger sitio y si uno sujeta la puerta para que pase una mujer con un cochecito, entra un tropel de gente sin dar las gracias (lo he dicho ya al reverso).
Y con todo, extrañamente en estas condiciones de ruido y polvo, como el azufaifo , que crece verde y lleno de pájaros en un lugar maldito y rodeado de las basuras que le arrojan los vándalos y constructores enemigos, yo sigo escribiendo mis cuentos, y mientras corrijo uno, empieza a surgir otro, y doy las gracias a las musas o a Freud o al propio azufaifo, ya que asumí el papel de dríade y según el mito, los árboles me protegerán.
En cuanto a ayer, comí en el Bauma con una guapa ex alumna del posgrado de traducción, italiana y culta (estudió ailleurs, y sobre todo, estudió literatura y no sólo traducción), que está traduciendo algunos de mis cuentos de CRUCIGRAMA, y cuando mencioné lo de la vejez y ella dijo que la belleza no era sólo juvenil, yo le dije la frase francesa que siempre cito "Si la jeunesse savait, si la vieillesse pouvait" y ella la tradujo y surgió el esplendoroso subjuntivo italiano, que siempre me puede: sapesse, potesse, che meraviglia (amigos italianos, últimamente tan callados, ¡SOS ortográfico!), más tarde, estaba yo entre libros cuando C me avisó de que había una conferencia de Pere Gimferrer sobre Octavio Paz en la remota Caixafòrum y allí fui, y aunque hacía frío en la primera fila, expuesta al aire acondicionado, y el sonido era malo y reforzaba la nasalidad, fue maravilloso oírle hablar de Paz, de Piedra de sol y de su descubrimiento, y de los interlocutores que tenía como poeta entonces (Aleixandre y Paz; Gil de Biedma, y también Foix, con quien no dialogaba y que no quería ser maestro de nadie, pero a quien escuchar era un privilegio), y de la relación de Paz con Palau i Fabre (contó cómo Paz le ayudaba también materialmente y una vez, en París, le dio dinero para un taxi, y Palau, que vivía en una sobriedad total y casi pobreza voluntaria, dijo, recorrió la ciudad andando para poder comer con aquel dinero al día siguiente) y de cualquier poeta por el que el público quisiera preguntarle. Y daban ganas de leerlos a todos y de preguntarle a Gimferrer por todos los poetas y de pedirle que nos diera unas clases, como dijo C, que nos hiciera leer algo y luego ir a escucharle y preguntarle.
Un día contaré de los tiempos en que yo trabajaba en Seix Barral y veía a Gimferrer a diario, cómo me desconcertaba su doble personaje, sin saber nunca cuál de los dos me hablaba o si eran los dos al tiempo, y cómo me asombraba su erudición y sus gustos literarios, que no lograba encajar con su otro personaje. Y de la correspondencia diaria que mantenía entonces con Octavio Paz: ayer no le pregunté si pensaba publicarla. Ahora no quería acabar este post sin nombrar unas lecturas descubiertas: Dónde, de Esther Zarraluki (según ella lectora ocasional de este blog, lo cual me honra, naturalmente. De hecho, el día que me la presentaron, ella me preguntó por mi diente y yo me quedé atónita: había leído en mi blog que volviendoi de Kosovo, en el avión se me rompió) que me sorprendió por la desnudez intensa y quieta de sus poemas, por la mezcla cotidiana y mítica y los márgenes que rodean un vacío central y sitúan los significados y las palabras alrededor, como en mi propio proceso (tenía que decírselo, incluso antes de acabar y se lo digo aquí). Y también empecé con una conferencia escrita de Jaime Gil de Biedma: Leer poesía, escribir poesía, donde dice que para él ha sido mucho más importante leer que escribir poesía, y empieza la charla diciendo que espera que todos hablen y escucharlos a todos, porque según cree que dice Baudelaire, "cualquiera que llegue, aunque sea desconocido, si habla seriamente de sí mismo, tiene derecho a ser escuchado". Y apenas oteé unas líneas de las Ombres errantes de Pascal Quignard, pero continuaré con todos. Y ahora una escritora amiga me pide que presente su novela que aún no he leído y me manda por email, y voy a pedir que me impriman en algún sitio, pero antes de confirmar ni revelar nada, tengo que explorarla y saber...
Mi artículo microscópico (nuevo formato, nuevos tiempos dickensianos) de ayer en La Vanguardia Cultura/s está aquí.

martes, 6 de mayo de 2008

Este barrio es una cantera


Fotos: Caroline Roblet, 1981. GM y yo en un barco pasoliniano, navegando por el río en Goa, en diciembre del 81. En la isla que se ve a la derecha, todos llevaban la cabeza rapada exceptuando unos altísimos penachos de pelo en el centro, que acabarían inspirado sin duda a los punks londinenses, y los más viejos tenían unos agujeros en la oreja que permitían ver fragmentos del paisaje. Se dedicaban a la pesca del tiburón, pescaban alevines, y GM me convenció para que fuéramos a la madrugada siguiente. Yo estaba dispuesta, pero ellos no quisieron admitir a una mujer en la barca, de modo que no salimos. Eran muy corteses y sonrientes, a la hindú. Por cierto, he sabido que Caroline R. volvió a la India y ahora vive allí la mayor parte del año, aunque no sé en qué parte. Pongo estas fotos para olvidar este lugar horrible de cemento y máquinas, este negocio sucio de la inmobiliaria y la mafia rusa y siciliana o napolitana que denunció Saviano, donde los políticos son sólo vasallos pagados por los señores del cemento.

Y yo vivo en el infierno sonoro. Cuando paran las máquinas de mi casa oigo las de todos los demás edificios en construcción que nos rodean. La gata no sabe dónde ponerse, su terracita tranquila de antes es ahora un lugar ruidoso y polvoriento que vibra con las excavadoras, grúas y etcétera. Anoche, cuando fui a abrirle a G., que venía sin llaves, me encontré una escalera apoyada en mi puerta y llena de un producto tóxico: venganza de los obreros, que me han declarado la guerra por no dejarles utilizar mi casa como paso hacia arriba, lo cual significaba trabajar con la puerta abierta o ir a abrir cada 5 minutos y luego limpiar los regueros de polvo de sus pisadas, etc. Hoy nos han cortado la luz. Abajo había un cartel de la Fecsa donde decía de 8 a 10, pero a las 10.30 seguíamos sin nada. Me he duchado con agua fría, maldiciendo a este alcalde y a los sinvergüenzas de fecsa y al casero despiadado y al capitalismo salvaje y a las constructoras, inmobiliarias y arquitectos sin escrúpulos... He hecho las tostadas con una antigua carmela, y he hervido el agua del té en un cazo. He hablado con J., que se iba a un juicio, para desahogarme. Me ha dicho: No te preocupes, ves a mi casa a trabajar, y si quieres una ducha caliente, hay toallas blancas gigantes en lo alto del armario. Visualizar esas toallas blancas supuestamente gigantes me ha producido un alivio inmediato, aunque no tuviera que utilizarlas. Nos cortarán el gas de 12 a 6 de la tarde, pero no puedo irme a comer fuera, porque los del cutresupermercado vendrán de 2 a 4.
Mientras, mi amigo serbio me dice que tardará 2 días en contestar a mis dos preguntas sobre dos cuentos. Y mi editor sigue con la maqueta de La plaza del azufaifo. Tal vez lo mejor será comprarme esos tapones que me recomienda un blogger al reverso del post anterior, pasar del teléfono e intentar escribir mi texto de la conferencia o un nuevo cuento: temo que el de Luxemburgo está kaput, no tiene futuro, al menos no en lo inmediato. Demasiada carga de información para un cuento. O falta de imaginación mía. O falta de coraje... No lo sé. Tal vez este fragor desesperado se convierta en el motor de una idea luminosa. Quien no se consuela es porque no quiere, dicen...
He salido a hacer un par de recados, toda la calle estaba sin luz, menos el feo cutresupermercado, donde he comprado naranjas y zumos para G y me he encontrado a un vecino del patio de enfrente, que tiene un tejado de chamizo y gatos perezosos que dormitan al sol, y le he contado las penas. Y he visto al azufaifo, que se ha vuelto de un verde tan intenso y tan chino que parece imposible... y sigue lleno de pájaros, refugiados allí del polvo o tal vez mutantes urbanos... De lejos me hacía signos felices, guiñando los ojos de las ramas, como un paisaje otro en medio de este infierno en que nuestro ayuntamiento ha convertido el barrio, con el apoyo de los constructores. (Si hubiera infierno, la zona inmobiliaria y del cemento, arquitectos incluidos, sería inmensa. Y arderían en las llamas Hereu y sus secuaces. Lástima ser atea y tener que soportar que la realidad de que los culpables quedan sin castigo).
De una entrevista a Roberto Saviano leo: Asegura que importantes cantidades de dinero que mueve la camorra se blanquean en España. "A la Costa del Sol la llaman la Costa Nostra. Las islas Baleares y Cataluña también son lugares interesantes a la hora de realizar inversiones. España no es un país duro en el control del tráfico clandestino; por Galicia y por Madrid entra buena parte de la cocaína que se distribuye al resto de Europa".
Dice Cachodepan que todo esto es una forma de lograr nuestra sumisión a todo. Yo diría que es un mobbing generalizado, donde los ciudadanos, o se vuelven sumisos y envilecidos y tragan con todo, o se van, dejando el lugar a los rusos y napolitanos que quieran ocuparlo. V dice que todas estas cosas que me ocurren alimentarán mis cuentos.
Ha habido un momento, mientras tomaba ese desayuno artesanal, hecho sin electricidad, los obreros se han ido a tomar un bocadillo. Eran las 9.15 y tal vez esa sea la hora del almuerzo de toda esta horrible cantera. Y se ha hecho un silencio maravilloso. G dormía, y yo oía a las golondrinas, al mirlo del azufaifo, a los estorninos que pasan en bandadas, oía la brisa, y la gata ha abierto los ojos para mirarme, interrogativa o aliviada, en la sombra de su colchoncillo. Ha sido un momento mágico, espiritual, casi religioso, ¿no había un dios del Silencio?. Entonces me he acordado de que anoche, en un momento de inspiración, o imitando a Mao, le hice una pregunta al I Ching y la respuesta fue asombrosa. "El Acercamiento. Arriba K'un, lo receptivo, la Tierra, abajo Tui, lo sereno, el lago. El acercamiento tiene elevado éxito. Es propicia la perseverancia..." Y aunque hablaba de una duración limitada, las diferentes líneas confirmaban: "Acercamiento conjunto. ¡Ventura! Todo es propicio..." Se non è vero, è ben trovato (perdonen mi ortografía los italianos, o mejor aún, ¡corríjanme!)
Last Minute News:
La antología de Funambulista ya llegó a las librerías. Acaba de avisarme el Librero de la calle Berlinès. Y una sorpresa de última hora, aún bajo el fragor de las obras. Un blogger que ha aparecido al reverso alguna que otra vez, me dedica estas palabras:
Ayer sábado excursión a la librería Xoroi, para comprar Crucigrama, el libro de Isabel Núñez. Lo he devorado esta tarde, en menos de una hora. Lo he disfrutado, mucho. Relatos cortos, audaces, honestos... se agradece, especialmente en este tiempo, corroído por el cinismo. El libro me ha dejado unas ganas irreprimibles de salir, de gritar, de buscar, una sensación descarnada en los párpados y en las manos perplejas. Más tarde, se ha instalado en mí la convicción de que navegamos sin asideros, pero que ahí precisamente reside la gracia, en irse desprendiendo de la carga, no para llegar a puerto (que no lo hay), sino para intentar afrontar cada embate, sin querer comprenderlo.
Para eso escribimos, para ser leídos, para interrogarnos, para buscar interlocutores, para encontrar lectores que reaccionen, que nos devuelvan una imagen otra, que nos permitan seguir pensando, andando, navegando por el Río de Renoir, o el de Goa...