lunes, 30 de agosto de 2010

El reino de los gatos

Foto: I.N. Gato en la ventana, Alpes Haute Provence, 2010
G. y yo hemos ido esta mañana a la protectora del Tibidabo. Estábamos a punto de irnos a buscar una gatilla a una masía del Ordal, cuando él me ha propuesto mirar antes en la de aquí. Así que hemos enfilado el camino del tramvia blau y luego por lo pedregoso, para ser recibidos por una orquesta de ladridos impresionante y unas escaleras dignas de Escher: a mí, que llevo dos semanas sin poder utilizarlas, me han descorazonado. Pobres perros enjaulados que pedían ser rescatados... Pero cuando al fin hemos accedido a la parte superior, donde viven los gatos, yo maldecía haber olvidado mi cámara. Quelle merveille! Los gatos andan sueltos por el recinto de sus jardines escalonados, con una especie de bungalows abiertos con literas y camitas, corretean por escaleras y tejados, dormitan dentro y fuera y todo el territorio es el reino de los gatos.
¡Qué espectáculo! Gatos sinuosos, siempre escultóricos y estilizados como bailarines, gatos ovillados, somnolientos y ociosos o caracoleando en escalones y tejados, gatos acicalándose, gatos peleando, gatos despectivos y arrogantes, gatos zalameros y afectuosos, gatos hedonistas, sensuales, hoscos e inasequibles, gatos risueños, orondos, desperezándose y con el único deseo de ser acariciados...
Era muy difícil elegir. Todos los que me gustaban (atigrados o negros) eran salvajes, gatos que no pueden vivir en un piso, o de carácter difícil. Había una que me tenía convencida a pesar de las recomendaciones (yo pensaba: ¡Gilda también era tigresa! Y como dijo el veterinario: "Todo gato lleva un tigre dentro". Tampoco buscaba uno de esos gatos como ositos de peluche, que se dejan hacer todo), era guapa y atigrada y no paraba de acariciarme con esa lengua seca y áspera, abrasiva, de los gatos, hasta que de pronto me ha mordido y eso parecía un signo, dos dientecillos afilados en la mano (la marca ya desapareció).
G. pensaba en su tiempo, en sus exámenes de septiembre. Yo tenía que desbeber urgentemente. Y a la pobre directora le sonaba el móvil a cada minuto. ¡Una locura! Un viejuzo con muletas y un pie muy corto sobre un zapato gigante andaba peligrosamente por allí, buscando un gato determinado, siempre a punto de atropellar a varios gatos o de caer sobre ellos.
Había gatos negros, blanquinegros, romanos, rubios, pelirrojos, grises, tricolores, pero era tan complicado. Algunos salían huyendo, otros nos perseguían, otros nos miraban lastimeros, con esas mudas peticiones de ser secuestrados. Pero no siempre coincide el deseo ni las limitaciones: yo no tengo jardín y no conduzco, quería una sola gata pequeña y ya tuve un siamés y un gato rubio pelirrojo...
Cada vez que yo preguntaba: ¿Y éste? Me decía la responsable: "Éste es un salvajito... o Ésta es una salvajita..." O también: "Este gato siempre ha vivido en jardines, no puede vivir sin jardín" (Cómo le comprendo... En realidad, yo tampoco sé vivir sin jardín).
Al fin hemos elegido una gatita pequeña, gris y blanca, que nos seguía prudentemente, sin dejar de vigilar las zarpas de algunos gatazos. G. enseguida lo ha dicho: "Tú sigue, ella vendrá detrás..." No era la gata que yo imaginaba, y la belleza para mí es importante, pero no le faltaba gracia, aparte de esas patas huesudas y grandotas de bambi que tienen todos los cachorrillos. Lástima de cámara, ni siquiera la he retratado con el móvil. Era todo tan extraño... Tantos y tantos mininos y tantas escaleras... Y una zona de suelo peligrosamente deslizante... Y por otra parte, G. y yo nos hemos quedado prendados de un gatazo gordo, atigrado, enorme, que sonreía como el gato de Cheshire y sólo quería que le acariciáramos la barriga. "Éste es un amor", decían las dos cuidadoras.
"¿Y llevarnos los dos?", me ha preguntado G. Pero yo no sé si podría coger en brazos al gatazo... "A ése habrá que llevarle en carretilla", ha dicho L. al contárselo. ¡Y qué bien quedaría en una carretilla! Su majestad felina la convertiría en una lujosa carroza de cuento. Lo cierto es que, juntos, el gatazo y la pequeña gris y blanca serían una extraña pareja. Ahora nos toca esperar los 4 o 5 días de aislamiento, análisis y cura de la gata blanca y gris y que nos certifiquen que está lista para la adopción. "Si no nos dan a la blanca y gris, nos llevamos al gatazo", le he dicho a G. en un arrebato. Y ahora, Dans ma cervelle se promène...
Mi reseña de Maupassant en La Vanguardia Cultura/s

domingo, 29 de agosto de 2010

Ayer

Foto: I.N., Pequeño cielo urbano de hoy, 2010
Fotografié las nubes, eran blancas y purísimas, compactas y ensoñadas como las de la portada de It's a Beautiful Day. Luego, mientras hablaba por teléfono con L., vi una luna sorprendente, roja y muy baja y dudaba de mi vista. L. no podía verla desde donde hablaba, así que no podía discutir, pero cogí los prismáticos y era impresionante. Con ellos ya no se veía roja, sino blanca y gris y con esa textura tan clara y sólida que tiene cuando la miras por un telescopio. Era muy extraño. Mientras seguíamos hablando le hice unas fotos, pero mi cámara está un poco loca desde que se me cayó, me dice que guardará las imágenes en la memoria interna y luego no me las enseña, dice que no están. Una vez ya me pasó y de pronto volvieron a salir, así que no he perdido la esperanza.
Hoy el cielo sigue sembrado de esas nubes tan etéreas y esperanzadoras como en el poema de Baudelaire, donde las nubes son ya la única esperanza.
He quedado con T. para ir a ver la de Woody Allen, que sigue siendo una debilidad mía, y me ha gustado, era como seguir la conversación alocada de Whatever Works, no tan redonda y mucho más negra, pero hilarante, pesimista, implacable a veces con sus pobres personajes, con esa reflexión sobre el azar y lo inesperado y la imposibilidad de las cosas. En realidad, el único personaje al que salva es la mujer que quiere creer en la reencarnación y con eso mantiene la ilusión en otras vidas al margen de lo que ocurra en la suya. Qué traducción tan cursilona de un título gracioso. Cualquera que haya ido a una vidente clásica conoce esa expresión: "Conocerás a un hombre alto y moreno..." You Will Meet a Tall Dark Stranger, nada de "el hombre de tus sueños". La frase de la bruja apunta a algo individual concreto lleno de todas las posibilidades y ambivalencias, no a un ideal. Al salir, T. me ha enseñado un mensaje que le ha mandado un antiguo paciente que parecía salido de la misma película. Era una locura. Le he dicho a T. que el otro día comentábamos la Otra Bel. y yo la mina literaria que son los taxistas y no había pensado en la de los médicos. Dice T. que los pacientes le cuentan cosas que luego olvida, pero que si las apuntara, el conjunto sería completamente surrealista. "No puedes imaginar las cosas que cuentan algunos". Y es que la gente necesita contar su vida y no sabe a quién. A los que escribimos nos gusta escuchar -no todas las historias, pero algunas nos resuenan y disparan los relatos- y a veces la gente se disculpa por habernos contado algo que en realidad nos ha ayudado a pensar. Otras veces, en cambio, la gente quiere contar una historia que cree que será buena para un libro y entonces no nos resuena ni nos interesa nada.
Iba a coger un taxi, por consideración a mi rodilla, pero no he encontrado ninguno, así que he ido andando, como en los viejos tiempos, algo preocupada. He visto que un caserón que fotografié para mi libro de la ciudad ya ha caído bajo la piqueta. Era un bonito caserón, hacía esquina y era precioso el juego de luz y sombras que se reflejaban al atardecer. Tenía elegantes persianas con unas finas molduritas. Belleza destruida, ¿para qué? Para construir más pisos mediocres que nadie comprará (ya tenemos un récord de pisos vacíos). A la vuelta, T., que me ha traído en coche, me ha examinado la rodilla, y aunque dice que ella no sabe nada de "trauma", la veía mucho mejor. "Guíese por el dolor" me dijo el traumatólogo deportivo, y eso hago... Yo necesitaba reírme un rato en el cine porque la historia de M. y sus vicisitudes de estos días pasados han llegado a proyectar una sombra de tristeza densa y de locura ciega, que cae como un peso. Pese a todo, procuro seguir escribiendo y disciplinándome, no hacer caso de lo exterior. Curiosamente, un escritor nocillero con el que no conecto dijo algo en un blog que me sirvió como consejo pragmático, aunque me gusta más la formulación de mi amigo serbio. Todos los caminos llevan a alguna Roma, la de la loba capitolina.
Ayer estuve descifrando jeroglíficos, es decir, traduciendo a Giono, y aproveché para consultarle a L., y buscar posibilidades en el María Moliner. Cada frase está llena de acertijos y luego hay que buscar otras posibilidades en castellano y la lengua se me resiste y tengo que forcejear... Ayer había una frase: Elle n'avait rôti de balai que dans des sous-préfectures ou des villes de garnison, ce qui éxige évidenment de la cuisse mais sourtout un sens profond des affaires et une solide imagination. "Rôtir le balai", asar o quemar la escoba, significa llevar vida libertina (en su caso, ya que al personaje lo define como una lorette) o también trabajar mucho sin medrar ni conseguir nada (justo lo que yo hago con esta traducción, en la que gano menos que la señora que viene a limpiar), y la traduje "Sólo había batido el cobre en su oficio de Mesalina en sub-prefecturas o en cuarteles, algo que exige evidentemente buenos muslos, pero también un agudo sentido de los negocios y una sólida fantasía" y en vez de lorette puse coscolina, que fue uno de los pocos apelativos no despectivos que encontré para el oficio (lorette es lo mismo que cocotte), y me preguntaba si no podría utilizar alguna de las palabras y expresiones maravillosas que leo en el Quijote (porque sigo con él, lo alterno ahora con la última novela de mi amigo serbio, que es paródica, ingeniosa y a veces desternillante, con escenas de puro Lubitsch, y llena de metralla crítica).
Se me olvidaba: leí Los árabes del mar de Jordi Esteva con la intriga quien lee un buen thriller, arrastrada por su búsqueda de la belleza y el misterio (los mismos que aparecen en sus fotografías) que quedan en el mundo y por esos personajes que van hilando historias, no sólo mitos y leyendas de la tradición árabe, sino también la Historia reciente y sangrante más allá de los estereotipos y prejuicios occidentales, discerniendo las diferencias entre lo islamista y el legado cultural preislámico, con mujeres libres y cultas y muchos tés y cafés con cardamomo y platillos sugerentes como las pakoras y las samosas y los curries de pescado, con los ritos de la cortesía y la hospitalidad de ese mundo musulmán.
Oh, las nubes vuelven a ser luminosas... Ya no se parecen a aquella portada años setenta que resumió mis sueños en un festival francés, donde conocí a un suizo que pasó años mandándome postales desde otros festivales del mundo, y yo sólo fui a verle en un sueño inducido. Pero las nubes siguen teniendo su encanto en esta pobre ciudad desarborizada y aún silenciosa, en la tregua de esas obras permanentes que siguen agravando el cambio climático y el hambre para mañana.
Ayer puse otra frase de Giono en Fb nada más sacarla del horno y algunos la aplaudieron. Decía así: "On ne peut pas vivre dans un monde où l'on croit que l'élégance exquise de la pintade est inutile" ("No se puede vivir en un mundo donde se crea que la exquisita elegancia de la pintada es inútil"). Mi amiga americana vino a preguntarme: Who would want to live in a world like this? Yo le contesté: Nadie, excepto nuestros políticos mutantes.

jueves, 26 de agosto de 2010

A veces pienso

Foto: Eva Huarte. A la vilamatiana gata negra de Eva H. le gusta La plaza del azufaifo, 2010.
A veces pienso que estas traducciones mías tienen un efecto terapéutico. Hoy el médico del gimnasio, que me había ofrecido una visita como esos servicios que van incluidos, me ha manipulado la pierna con tanta fuerza que ha logrado que me volviera el dolor. Me ha dicho que me dejara de homeopatía, que sin antiinflamatorios y tres semanas más de reposo no bajará, me ha preguntado qué tal mi estómago (si era a prueba de balas, quería decir) y me ha recetado unos de esos potentísimos que hicieron mascullar al dr. M: "Sí, a los traumatólogos les encantan los aintiinflamatorios, pero luego nos vienen a nosotros los pacientes con hemorragias de estómago...". He salido de allí humeando y he llamado a mi homeópata, que está en Francia y no puede verme la rodilla. Ella opina que tanto reposo sólo causa atrofia y no es la primera médica que me lo dice. Me ha cambiado el medicamento homeopático al saber el nuevo diagnóstico y me ha dicho que pruebe durante tres días y que en esos tres días me quede quieta. Luego he hablado con L. quien, con el sentido común y los pies en la tierra que la caracterizan, me ha dicho: "Yo haría caso de tu homeópata. Él es uno de esos médicos deportivos, pero tú no pretendes correr una maratón". Yo visualizaba esos chutes que les ponen a los ciclistas en pleno Tour y se me revolvía el higadillo.
Al volver a casa me he puesto a traducir Maeve Brennan y su mirada irónica y comprensiva hacia lo que ve en las calles de ese Nueva York popular y envejecido me ha consolado, como otros días me consuela Jean Giono. Cuando acabo de traducir vuelvo al Quijote, que sigue maravillándome. Hoy quería haberme llegado a una librería con una idea precisa, pero el consejo de la inmovilidad me ha retenido. Me cuesta mucho esta vida sedentaria, aunque sea visitada, pero sin mis caminatas, sin mis incursiones callejeras. Es un aprendizaje de paciencia que no habría imaginado. Mis amigos me recomiendan una copa de buen vino.
Sigo muy desconcertada por las vacaciones de Correos. Hace un mes que no reparten. Llamé al distrito, me dijeron que a ellos tampoco les llega correo y que si está retenido, será en Madrid o en algún otro sitio. Así supe que el correo internacional pasa primero por Madrid antes de llegar a Barcelona. Me quedé estupefacta. Pero si viene de Francia o Inglaterra, por ejemplo... "Ah", me contestó la operaria, "pero tiene que pasar un control". No le pregunté por qué no puede hacerse el control en Barcelona. Tanta conversación de transferencias y Estatuts y hasta el correo tiene que irse a Madrid antes de llegar aquí. La operaria también me dijo que todos los días pierden empresas clientes, que se pasan a los transportes privados. No le dije lo que pensaba. Sé que los servicios de Correos ingleses, por ejemplo, son mucho más económicos y mucho más eficaces que los españoles; eso me dijo un librero una vez, y la verdad es que lo que ellos mandan llega mucho más deprisa, a pesar de la lentitud de los de aquí.
Y también sigo poniendo música para contrarrestar el estruendo de las máquinas que rompen las calles. No paran de abrirlo todo. En la calle, un tendero comentaba el otro día que las obras sólo sirven para que unos cuantos se enriquezcan con ellas.
Estaba a punto de ir en coche con G. a ver unos gatillos abandonados de l'Ordal y no me he decidido. En parte por mi tentativa de tres días de reposo. En parte porque hay momentos en que no puedo resistir más el vacío que ha dejado Gilda y otros en los que me pregunto si no es precipitado, si no debería aprovechar la sensación de libertad... La marcha de Gilda me ha dejado una inesperada sensibilidad empática por el mundo animal. Por la calle cruzo miradas con los perros. Firmo en todas las campañas contra el sufrimiento y el maltrato a los animales. He puesto el link de IFAW entre mis blogs favoritos. Hay un reconocimiento ahí...
And last but not least. Llevo dos mañanas escribiendo contenta en el maremágnum de mi novela, aunque sigue siendo a ciegas, sin saber, sin ninguna certeza ni garantía, casi sólo acumulativamente, pero qué felicidad a veces...

sábado, 21 de agosto de 2010

Se me pasó la semana

Foto: I.N., Mobiliario del Museu de Ciències Naturals, 2010
Se me pasó la semana sin darme cuenta.
Vi Le plaisir, de Max Ophuls, como continuación hechizada de mis lecturas de Mouche y de La vida errante. Leí Tortilla Flat, de Steinbeck, por recomendación facebookiana de X.A. (y para celebrar que Navona los ha publicado) y esperaré a que me lleguen Cannery Road y Sweet Thursday para seguir su consejo ordenadamente; es una trilogía "hispana" muy distinta al Steinbeck que yo conocía, leí que se le ha criticado de estereotípico en su retrato de esos hispanos, pero lo que a mí me interesaba era algo más universal de esa nouvelle, la actitud vital de esos amigos desesperados, pobres y desencajados del mundo, a los que una borrachera lleva a la guerra y otra a la cárcel, y de cómo la herencia de unas casas pesa sobre uno de ellos con una fuerza capaz de desencadenar su destrucción. Hay un humor y una melancolía sobre la condición humana y el mundo, sobre la sensibilidad, la pobreza y la inadaptación que también están en Las uvas de la ira, en De ratones y hombres, en El invierno de nuestro descontento, Al Este del Edén. Pero hay aquí algo muy distinto de sus grandes novelas americanas.
Anoche vi, por la Otra Bel, una versión de El amante de Lady Chatterley que me hizo pensar en la terrestridad y en algunas extrañas parejas y en el trasfondo de libertad en lo amoroso que transmitía la novela de D.H.Lawrence, y que yo leí de pequeña, furtivamente, pero que asocié siempre a la fantasía de una amiga mía.
Tras la primera resaca del golpe, he pasado días traduciendo Giono y Brennan, trasladada al sofá por mis condiciones post-accidente; es una forma de luchar contra mis impulsos de andariega. Algunos amigos han venido y vienen a traerme cosas que necesito. Alguien vino a comer un día en que yo apenas me tenía en pie, y sentada, hice una coca de verduras, desoyendo sus comentarios sobre el calor y la atmósfera. Sigo echando de menos la belleza de Gilda, mi gata sabia y afectuosa, y su compañía protectora y llena de humor felino, pero me ha dejado muchas cosas como regalo, y su generosidad y su relación con la naturaleza me ayudan ahora a recuperarme. Esta tarde pensaba riéndome en las frases irónicas de un amigo balcánico: "¡Hay que aceptar estoicamente el fracaso! A mí antes me irritaba; ¡ahora cada vez lo acojo con más ganas!"
Estuve buscando poetas y poemas hispanos para que le leyeran a M. en voz alta. Por lo visto M. agradece esas lecturas: aunque ella ya no pueda formular sus frases, ese misterio no del todo inteligible de lo poético le produce cierto placer. No fui a verla: pensé que mi aspecto la asustaría, a ella, que sólo se preocupa por lo visible.
He visto, gracias a Stalker, una entrevista (con imágenes de una película suya que no olvido, Ladoni (Palmas) la belleza en la miseria, el delirio, la locura, los vestigios del dolor interiorizado y mudo y de la guerra -¿de Crimea?- en personajes de la calle, de los refugios, manicomios, prisiones, de los agujeros de la ciudad) del moldavo Artur Aristakisian, incluso su forma de hablar guarda algo de ese dolor oscuro como un enigma. Ese monólogo del hombre de Chisinau que hablaba siempre en bajo con su hijo no nacido, al que su mujer renunció al dejarle. Luego he visto la película, con la música de Verdi y las historias de cada personaje y las alegorías que Aristakisian inventó. Esas frases. "La única vía de salvación es enloquecer", dice el hombre de Chisinau. "O yacer y hacerse una cama en el suelo". Y esos personajes que guardan la ropa de los muertos, algunos muertos en un psiquiátrico, "de soledad e inyecciones". Vale la pena verlo. Con su poética feroz e introspectiva y esas imágenes de "los que no tienen lugar en la Tierra" dice más del mundo y de la historia y sus márgenes que ninguna otra película.
He vuelto a la novela: humilde, ciega, lenta, tentativamente, pero en ella estoy y procuraré quedarme. Me he puesto a releer el Quijote, que me consuela de casi todo y me hace reír. En parte he vuelto porque la forma en que se levanta siempre de tantos golpes y el humor con que lo cuenta me atraían más aún en este momento. Y en parte porque de vez en cuando es bueno para mi castellano (¡al redropelo!) volver ahí y gozar con esos diálogos (el de Babieca y Rocinante! Con aquel: "Metafísico estáis./ es que no como") y esas descripciones, dejando aparte el ingenio y la maravilla de todo. Me asombra que ese Cervantes de la segunda parte me resulte tan cercano.
Voy mejorando mi estado físico: al principio, por mi impaciencia, me costaba reconocer los avances, pero hoy ha habido momentos más claros, aunque no es una progresión lineal, sin llegar a ser leninista (un paso adelante, dos atrás).
En la calle, los más viejos me comprenden. Ellos saben que una caída puede producir estos efectos. Ayer me crucé en un semáforo con un señor octogenario que llevaba bastón. Señaló al mío y me dijo, irónicamente: "Podríamos hacer una carrera... o un concurso". Me hizo reír. También me sorprendió la mirada apasionada de un joven moreno; me pregunté si se trataría de alguien con espíritu de rescate, un espíritu algo quijotesco que consistiría en buscar el dolor y la tristeza femenina para aliviarlos o que no concebiría el interés amoroso sin sentir que rescata a su dama. Quién sabe.
Me gusta tanto esta sensación de ciudad solitaria y desierta (en estos barrios) y este aire de verano, a pesar de todo... Ojalá no volviera la gente, ojalá el verano no se acabara nunca.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Mientras andaba

Foto: I.N., Cadaqués, 2010
Esta mañana hacia Correos he descubierto varias cosas. La primera, que ya sabía, pero en este caso multiplicada en intensidad, se refiere a la mala educación o el primitivismo de este país, que lleva a la gente a mirar fijamente y sin disimulo, con la boca abierta, lo que los anglosajones considerarían un insulto. Naturalmente, me refiero a las marcas de mi accidente, que atraen poderosamente todas las miradas y la sensación es parecida a la de un enjambre de moscas que se te posaran encima. La segunda, que el 90% de los hombres me miraban con franca desaprobación. Sin duda me tomaban por una mujer maltratada (y es lógico: el hematoma de la frente va bajando como ríos formando ojeras de tonos oscuros) y o bien pensaban que me lo había buscado, o bien, como sugería Bel M., les parecía una osadía y de muy mal gusto no ocultarlo.
De vez en cuando, un hombre más desprejuiciado o más humano me miraba como diciendo: "Vaya golpe..." empáticamente y sin juzgar. Muchas mujeres, sobre todo mayores, me miraban con simpatía, alguna incluso ha sonreído o me ha preguntado si me había caído, excepto unas pocas que me han dirigido la misma expresión reprobadora, como diciendo: "si te metes en esos líos o los provocas, ¿por qué no escondes tu vergüenza?" Me he quedado muy sorprendida, pero lo he tomado como uno de esos experimentos periodísticos en que un profesional de la prensa se hace pasar por indigente o por musulmana para comprobar las fobias sociales, el funcionamiento de los servicios, el racismo, etc. Al fin y al cabo, para disimular mis moraduras tendría que pintarme como uno de esos artistas del teatro No.
Al llegar a casa, una voz conocida me ha preguntado desde la otra acera: "Què t'ha passat?" Con mi miopía he tardado un momento en reconocer a un músico contemporáneo vecino que siempre parece contento de verme, un poco como si bajara de sus nubes. Al acercarse se ha quedado impresionado. Y cuando se despedía, me ha dicho "Estàs molt guapa igualment!" y me ha entrado la risa. Esta gradación de morados es una especie de maquillaje. Me acaba de llamar G., que ha visto las fotos en facebook, y comentaba con otros que se me veía muy bien en las fotos pese a todo; he vuelto a reírme. Mi aspecto tiene una teatralidad innegable.
Por la tarde he ido a otro recado y al final he cogido un taxi para volver, para no incumplir los consejos del reposo para mi pierna. El taxista me ha interrogado y sus conclusiones me han dejado estupefacta. Tras razonar correctamente que es obligatorio por ley permitir el paso al mar, ya que esos accesos pertenecen a la Marina y no son privados, ha dicho que le extrañaba que nadie hubiera ido todavía a "pinchar" al tipo que me había echado de la propiedad. Y luego me ha explicado un conflicto que tenía y en el que acabaría "pinchando" a su rival con un estoque que llevaba detrás. Aún sin saber si era un farol, yo le decía que matar a alguien no era buen asunto, y que aunque se saliera de rositas (él decía que nadie lo sabría), luego se pasaría toda la vida obsesionado con ese gesto. Pero él no parecía precisamente fácil de convencer. Ha salido del taxi para abrirme la puerta y me ha estrechado la mano con vehemencia, para mi desconcierto. Un asesino en potencia... ¡caballeroso!
He escrito mi reseña de Maupassant, algo sorprendida de sus contradicciones, de páginas deslumbrantes e ingeniosas y pensamientos modernos contrastando con prejuicios y una fuerte misoginia que nunca había detectado en sus cuentos. Necesitaba más espacio para explicar los contrastes...
Otro intento distinto de abordar mi novela. Quousque tandem abutere? Me he despertado melancólica, pensando que mi pierna no progresa adecuadamente y que sigo empantanada con la novela. Es muy difícil de resolver. Luego me ha llamado una rusófila apasionada proponiéndome que la acompañe a Crimea a recibir un premio a mediados de septiembre. Y yo con mi pierna mala buscando billetes a Kiev y a Simfeporol y dudando y soñando. Si en mi periódico me encargan algo, iré. Si no, renunciaré... de momento. Ahora volveré a Giono y a La estepa de Chéjov. O quizás vea Le plaisir de Max Ophuls...
En la revista Cuaderno de Poesía se hacen eco de mi curso en l'Escola d'Escriptura

martes, 17 de agosto de 2010

Pensaba

Foto: I.N., Desde la terraza de mis amigos, al anochecer, 2010
... que a veces soy tan belemele que acabo por reírme de mí misma. Belemele es una palabra del pasado: de pequeña conocí a alguien que ponía la voz aflautada y decía: "No me seas belemele"; me gustaba porque no parecía significar nada (al menos como adjetivo, pues designa un poblado africano en Togo y es un nombre de mujer en Polonia). Sirve casi de comodín, como el adjetivo "ñeñe", inventado por una niña que conozco y que usan todos los adultos de su casa, y no tiene relación con ñoño, sino un significado sutil que sólo ellos conocen. Lo que quería decir es que, a veces, resucita mi viejo espíritu atormentado de la infancia y estoy a punto de caer en la desolación sólo porque un troll me dice que me he merecido estos golpes y un instante después no lograba acuclillarme para arreglar el cajón del congelador y la nevera pitaba y la pierna me ardía y no se ha deshinchado rápidamente como yo esperaba y andar renqueante por la calle me agota y tengo que renunciar a paseos y recados y tampoco puedo ir a mi gimnasio alemán. Pero en ese instante me llega un mensaje del novelista y poeta levantino, que ha visto mis fotos del accidente y me manda un breve e improvisado poema luminoso y palabras inteligentes, y casi compadezco a los pobres trolls y me río de mi aspecto de mapache y mi ánimo vuelve a elevarse, un poco como en aquel soneto mío favorito de Shakespeare que no sé si convencía a Lampedusa, el 29, que habla de esos momentos en desgracia con Fortuna, en que maldice su condición de paria, y de pronto se acuerda de su amante y entonces, su estado, como la alondra al romper el día, se alza de la oscura tierra y canta a las puertas del cielo y ya desdeña la suerte de los reyes.
Dice el poema improvisado de A.G:
La piedra ha querido arder sobre ti, y sólo ha prendido la claridad más profunda de tu rostro.
Y dice el soneto favorito de Shakespeare:
When, in disgrace with fortune and men's eyes, I all alone beweep my outcast state And trouble deaf heaven with my bootless cries And look upon myself and curse my fate, Wishing me like to one more rich in hope, Featured like him, like him with friends possess'd, Desiring this man's art and that man's scope, With what I most enjoy contented least; Yet in these thoughts myself almost despising, Haply I think on thee, and then my state, Like to the lark at break of day arising From sullen earth, sings hymns at heaven's gate; For thy sweet love remember'd such wealth brings That then I scorn to change my state with kings.
Y en Facebook hay un bullicio de amigos reales y virtuales que vienen a consolarme de mis males. Una de ellas, Eva H., espíritu libre y fogoso, al ver mis fotos, me dice: "Lo superarás, y cambiará el paisaje... Con esa mirada, vas a la metafísica, Bel, y adonde quieras..." y luego añade "tu última sonrisa es de Gioconda... Imagino lo que puede salir de tí después de esto... Son momentos difíciles de los que se sale más fuerte... y tú sabes..."
Yo sigo con ese Maupassant maravilloso, que había leído como En Sicilie y ahora leo como La vida errante, y reconozco mi Sicilia en la suya y descubro con asombro sus ideas modernas. Pero de esto ya hablaré en mi reseña... T. me ha traído un bastón para que ande sin tanto vaivén. Yo, que soñaba con una recuperación inmediata, rechacé el que me ofrecía mi amigo JCM, y luego me di cuenta de mi error. La mente sigue yendo más deprisa que las piernas! Antes no he llegado al periódico, ya estaba agotada sólo de comprar cuatro cosillas. Mañana tendré que pensar algo para el pan de mi desayuno, que yo compraba en Gràcia, al final de un recorrido a pie... También en Fb, a través de Xavier A., Imma M., a quien no conozco pero que parece culturalmente afín, ha citado a Calvino hablando de Pavese en un libro que yo leí hace demasiado tiempo y ahora acabo de rescatarlo de la estantería; está en mi mesa. Xavier A. ha ido hilando pensamientos con unas lecturas de Pavese que son una tentación. Yo sólo conozco el Pavese poeta y el del Oficio de vivir, conozco al Pavese del que habla Natalia Ginzburg, pero no conozco esas narraciones ni esa felicidad en la tristeza suya que describe Calvino. Así que se añade a mi atasco de libros, agravado por las novelas de algunos amigos, que esperan ahí en la mesa...
Hoy, además de otros fastos, era el aniversario de un amigo excéntrico desaparecido, Oriol D., que físicamente tenía un parecido asombroso con Gombrowicz, y al que sigo echando de menos. Me ha llamado justamente Mihoko S., que le conocía más que yo, autrement.
He hablado con alguien del pasado, que hoy parecía otro, más civilizado. Me ha llamado una amiga artista a la que veo menos de lo que quisiera y me hace ilusión que me siga leyendo. También he hablado con un poeta que ha estado enfermo y ya se está reponiendo. Me ha llamado la Belle Elaine, que está trabajando con cierto frenesí estas dos semanas y que me debe carta. Y he entrado en contacto con una asociación de acogida de gatos, para una adopción posible... Iré a verlos cuando vuelva G.
Pero lo que hoy me ha restaurado de verdad, de forma más duradera, ha sido la hora y media matinal de escritura de mi novela, inesperada y abrupta, pero real. Veremos mañana...

lunes, 16 de agosto de 2010

Vi

Foto: I.N., Gato en Cadaqués, 2010
Vi, gracias a Stalker, una película japonesa, Mujeres frente al espejo, de Yoshida Kiju (o Yoshishige Yoshida). El director japonés dijo una vez que en cine trata de expresar lo que no entiende; como en la escritura, la interrogación y la extrañeza son las claves, aunque algunos no lo comprendan. Me pareció una película muy freudiana sobre los recuerdos reffoulés, hablaba del amor como refugio contra la soledad y la tristeza del mundo, la guerra y la bomba de Hiroshima siempre como tema de fondo, y la necesaria libertad de las mujeres en esa necesidad de vida amorosa que sostiene frente al dolor o al vacío de memoria o la culpa, a pesar del conservadurismo de la sociedad japonesa del momento. Habla de la memoria (histórica) y del silencio, de esos non-dits que ejercen un efecto tan poderoso y devastador en la infancia (La novela familiar del niño). De la transmisión de la culpa o la transmisión del trauma. Hay momentos asombrosos, escenas teatrales, imágenes de una delicadeza oriental capaz de expresar mucho más que los momentos narrativos más clásicos y diurnos: esas conversaciones entre las mujeres sin mirarse, mirando al frente o a las sombras proyectadas tras el shoji, el rojo del crepúsculo que parece hablar de los lazos de sangre, de la sangre que no se atreven a analizar por miedo a romper el vínculo, la separación dolorosa del padre irradiado que miraba a la niña a través del shoji para no contaminarla. La viuda que se calló siempre, la ambivalencia de ese momento en que quiso que su hija muriera y su búsqueda culpable durante años de esa hija amnésica, que no puede soportar la intensidad de su recuerdo. Y esos recuerdos tristes que pese a todo acompañan mejor que el vacío de la amnesia. Y la relación entre la abuela y la nieta y la culpa de la madre amnésica que cree haber matado a su bebé y la búsqueda de otros padres y el soldado americano irradiado que sobrevive y el intérprete japonés que no sobrevivió.
He dormido cuatro horas y de madrugada me invadía la desesperación, por el dolor del cuerpo. A las 7 me he levantado con la pierna algo mejor, y eso me ha animado. Si mejora, aunque sea despacio, todo irá bien.
Para celebrar la mañana ha vuelto a llamarme ese falso abogado-teleoperador que pregunta por alguien que no está, le digo que es ilegal que me llame y él me dice que les demande si quiero, ellos seguirán llamándome ad aeternum preguntando por alguien que no vive aquí, con la idea de que yo sea la que acabe por localizarle o por pagar sus supuestas deudas.
Luego me ha llamado alguien del pasado sin capacidad de empatía; alguien apto para entrar en política o en una gran corporación, medios que exigen, como decía un interesante documental del que me habló una amiga inglesa, una mentalidad psicópata, completamente indiferente a los demás. No me ha preguntado cómo estaba, pero al aludir yo a mi condición accidentada, ha dicho, con el tono irritado y burlón de quien identifica cualquier malestar ajeno con puro victimismo, "No será para tanto" y he recordado entonces qué gran sensibilidad tenía para escucharse a sí mismo, para pedir atención por sus enfermedades imaginarias, mientras que el dolor de los demás le parecía una tontería, la muerte de mi padre era "sólo ley de vida", la noticia de una enfermedad crónica de otro, un golpe físico o emocional ajeno, todo le parecía un pretexto autocompasivo, algo sin importancia. "La muerte de los padres, qué tontería, a mí no me afectará la de los míos", dijo hace más de una década.
Un ingeniero me manda mensajes insultantes firmados con nombre y apellidos, comentando la fealdad de mis fotos o diciéndome que soy como una grúa, que los pies que muestro en la foto son horribles, que no soy una persona, que mis lecturas y mis duelos son puro márketing. En algunos mensajes se vanagloria extrañamente de su riqueza (muestra su pobreza de espíritu); cuando yo hablaba de la enfermedad de mi gata me anunciaba que se convertiría en cucaracha, en otros me daba extraños consejos, ahora me dice que mis golpes son merecidos. No sé a qué se debe tanta rabia y enconamiento, pero es un fenómeno habitual, incluso vulgar. Las redes están llenas de gente que insulta. Lo asombroso es que alguien a quien tanto le disgusta mi mundo no pueda dejar de visitarme ni de insistir en expresarme su desagrado. À quoi bon? Yo comprendo que lo que gusta a unos desagrade a otros, pero no permito entrar al blog a gente que insulta; hay unas normas mínimas de cortesía en la red que deben respetarse. Los blogs son como casas o como cafés, donde se reserva el derecho de admisión. Ya hay bastante agresividad por ahí fuera para dejarla entrar aquí dentro. En Inglaterra, los trolls son una figura tipificada en el código penal y son identificados y multados inmediatamente. Eso ayuda.
Ayer recordé que ante las dudas que tenía sobre ir o no a ese lugar del accidente le había dicho a mi amigo serbio: ¿Por qué será que me cuesta más ir a Cadaqués que a Kosovo? Luego lo he comprendido. Volver a los lugares donde ocurrieron las cosas y donde se escenificó lo que no pudo ser, en un entorno de una belleza perdida... En Facebook, J.E. me dice que nunca ha querido volver a los lugares de la infancia, pero que ha reencontrado sus recuerdos en otros más lejanos. Hélène Cixous lo contó en el seminario que dio aquí: "Nunca volveré a Orán, pero me gusta venir a Barcelona -y a otras ciudades con palmeras- porque me recuerdan a Orán." También dice J.E. que el mundo se vuelve cada vez más feo y vulgar y que él ya no busca. Yo creo que sólo busco lugares donde refugiarme. Y por otra parte, este forcejeo mío entre la memoria y el olvido se debe sobre todo a la escritura, como mi caída, el golpe en la cabeza, la rodilla herida conectan también con la materia de esa escritura.
Me escribe un amigo fotógrafo, de quien he puesto imágenes maravillosas en este blog, refugiado en la solitariedad de su campo, y si no anduviera renqueante, le visitaría para compartir paseos y conversaciones. Él ha encontrado un eco en mi entrada sobre la escritura y lo ha llevado a su espacio. Me escribió mi amigo serbio, recordándome su experiencia con la pierna rota y me recomendó que me llevara el ordenador al sofá, que "trabajara descansando". Me llamaron mis amigos hospitalarios y otra amiga a la que no pude ver en Cdq, para ver cómo andaba. Esa simpatía y ese humor de los amigos reconfortan y contrastan con las llamadas y mensajes otros. Más tarde hablé con G, que sigue en el sur. Discutimos absurdamente por la escenografía de un recuerdo y pese a todo me gustó oírle. Le conté cómo me dolía todo y me dijo que siempre ocurría así, "yo lo sé porque me he dado muchos golpes", dijo. Entendió muy bien la desolación mía de volver a casa dolorida y renqueante y notar enseguida la ausencia de la pequeña Gilda. G. comentó que ese dolor no se acaba. A veces nada parece curarse. Una amiga me contó cómo había llorado y llorado por su perro cuando murió y cómo ahora que su nuevo perro se ha puesto enfermo se pregunta por qué tuvo otro (Porque nos dan mucho, decía un francés en Fb, y contaba que en su depresión, el único ruido que no le dolía era el ronroneo de su gato). Un escritor me dice que ha vuelto una y otra vez a mi entrada sobre la muerte de la gata. Por alguna extraña razón, ese post y la imagen de mi gata sin vida en el suelo le permiten repensar en su duelo por sus gatos perdidos. Y a mí me alivia que sea así.
Me voy a poner en marcha lentamente para radiografiarme el hueso de la pierna. Y para seguir traduciendo y tal vez escribiendo. Hay un cielo plomizo, y un silencio tras el rugido de las obras...
Plus tard...
T. me ha recibido en la clínica, impresionada por mi aspecto, que escandaliza y atrae todas las miradas. Por la calle veo a la gente observarme y sacar sus conclusiones. Al verme la cara, el traumatólogo ha propuesto hacerme radiografía también del cráneo. Era un tipo particular, que hablaba muy bajito y con una mirada estrábica que parecía dirigirse ailleurs, así que debo de haberme perdido parte de sus interesantes observaciones. Según me ha dicho T, además de traumatólogo y fino intérprete del lenguaje abstruso de la radiología, es licenciado en filología inglesa. Él le ha mostrado a T. sus observaciones moviéndome y presionándome la pierna en todos los sentidos. Pero la conclusión ha sido buena, que es lo que importa: nada se ha roto, la rótula está bien, el cráneo también... Me advertido que si se me inflama me ponga frío, que tome antiinflamatorios y analgésicos (yo ya le he dicho que tomo árnica y belladona) y me ha dado un vendaje. Por desgracia, recomiendan reposo. Suerte que me va a llegar un Maupassant para reseñar en La Vanguardia.
Mientras leía a Cacciari en las distintas salas de espera de urgencias, y veía de reojo un edificio de Barba Corsini que nunca habría identificado como suyo, tras los naranjos y magnolios, me he acordado de las conversaciones que tuvimos en Cadaqués Pilar, Joan y yo, sobre La cabaña de Heidegger, sobre su enigma, esa ambivalencia entre la admiración y la crítica que provocó en Hannah Arendt, en Lévinas, en Derrida, en el propio Célan, que escribió un poema oscuro e intenso tras visitarle... Joan me decía que nunca había habido ninguna época en la que el pensamiento quedara más lejos de la práctica. Hablaba de la metafísica, de Aristóteles, de Habermas, de los pensadores pesimistas, de la metáfora de la lechuza (canta de noche, cuando ya ha pasado el día; la filosofía se refiere a lo pasado y no se encara con lo que vendrá), de Sloterdjik, Zizec, del exceso de ir hacia Dios de Lévinas (yo le hablé del A-dieu de Derrida a Lévinas), de Bergson y el libro que lee a sorbos lentos, sólo allí... Cacciari parte de Leopardi y habla de las palabras como "gotas de silencio a través del silencio", llega al lessness o sineidad beckettianos (un ser sin), de las palabras en Joyce, que no denotan sino que son el mundo, de las palabras como "rayos de tiniebla" (Juan de la Cruz), de esa desmesurada claridad de Musil y dice que "cuando la palabra (y el pensamiento, que es inseparable del lenguaje) intenta adecuarse a la alegría de esa claridad desveladora, termina por limitarse a re-velarla, lo que viene a decir, a oscurecerla... Es posible hablar de ese estado, pero sólo negándolo. Sólo puede añorarse tal felicidad, pues sólo relampaguea en el instante... En términos perfectamente witgensteinianos, esa felicidad puede darse, pero no puede ser dicha dentro de los límites del lenguaje."

domingo, 15 de agosto de 2010

Las heridas del retorno

Foto: I.N., Desde la terraza, 2010
Pasé unos días refugiada en la hospitalidad de mis amigos en los Quers de Cadaqués. Su casa encaramada en la colina rocosa, llena de frescura de pinos, propicia para los paseos al campo y el tránsito de los gatos, silenciosa y con vistas que hacían soñar. Al pueblo apenas bajábamos. El baño matinal a primera hora en un mar que parecía recién nacido, como si lo estrenáramos, era maravilloso, las ensaladas de tomate, los quesos y el vino, el té, las conversaciones y los paseos, todo sabía mejor allí, en la hamaca del porche o en la terraza de arriba, y yo alternaba a Chéjov con Jordi Esteva y Massimo Cacciari hablando de la soledad acogedora, de Leopardi a Célan.
Pero el peso de la memoria es excesivo para mí en ese pueblo y yo lo sabía. Primero me ericé levemente en un pie: fue sólo un aviso. Luego vino la debacle. Volvía de las rocas de Sa Conca atravesando el jardín de los Pitxot, una de esas propiedades que se extienden por la costa y vallan el acceso al mar, y mirando un bosquecillo de pinos, me distraje y me equivoqué de camino. Un indeseable de la casa se levantó y me conminó con violencia a salir por otra puerta, la que da a unas rocas resbaladizas, fuera de mi camino. En lugar de enfrentarme a él, de decirle que tenía que salir por el otro lado, que su obligación legal es dejar pasar, o que tenemos muchos amigos comunes, obedecí extrañamente (y no me lo perdono). La puerta indicada era alta y estaba encallada, unos niños la estaban saltando. Yo fui a saltar también y en ese momento se abrió o alguien la empujó y yo me caí, la frente contra el suelo rocoso y la rodilla... No pude poner las manos y el impacto contra la roca fue brutal. Me salió inmediatamente un bulto en forma ovoide, la rodilla me sangraba. Un francés colonial a quien había visto en las rocas se ofreció a llevarme, me dio la mano y me condujo lentamente por las rocas (yo sola nunca habría podido salir de allí), me acompañó hasta la placita donde asoma la terraza de la antigua casa de mi padre. Una mujer me llevó hasta la puerta del hospital, despotricando contra la familia Pitxot y esa "mentalidad franquista" que se resiste a aceptar los límites marinos de su propiedad. Luego supe que antes echaban un perro furioso contra los paseantes y unos amigos jóvenes se hirieron saltando como yo por la puerta aviesa. Ahora el "perro entrenado" tiene apariencia humana. Sólo sentía una gran desolación. Cuando mis amigos lo supieron vinieron a buscarme, me llevaron al hospital de Figueres, allí me exploraron, descartaron la conmoción en principio. Esta mañana me han devuelto a casa, mis amigos de la casa de la colina, que ayer me cuidaron y ganaron un premio a la hospitalidad. Creo que el peso de la tristeza, la carga de la historia que allí encuentro, la muerte de mi padre y la destrucción de la belleza, todo eso me deja inerme, sin reflejos, me impide reaccionar y se convierte en un peligro.
Así que héme aquí dolorida en esta ciudad desierta, tomando mis remedios homeopáticos y andando a la pata coja. Mañana me harán una radio de la pobre rodilla. He dejado la fea herida al aire. Mi aspecto es espectacular, me recuerda a un combate de boxeo o a aquellos comics de Will Eisner donde le ponían un bistec al pobre Spirit en su ojo morado. Duele todo el cuerpo como después de una paliza y no puedo sentarme a mi mesa más que unos minutos, pero no es nada grave y sé que de nuevo he tenido mucha suerte (es fácil imaginar a mis ángeles corriendo a salvarme del peor golpe), así que intentaré aceptar mi suerte como hacía mi gata, y aprovechar el silencio para seguir leyendo... Después de la áspera desolación de "Mi vida", volví a retomar "La estepa", con esos momentos epifánicos de contemplación: "Entonces, en el zumbido de los insectos, en los carros o las figuras sospechosas, en el cielo azul, en la luz de la luna, en el vuelo de un pájaro nocturno, en todo lo que ves y oyes, empiezas a percibir el triunfo de la belleza, la juventud, la fuerza floreciente y una apasionada sed de vida; tu espíritu responde a la hermosa y severa tierra y deseas sobrevolar la estepa con el pájaro." O tal vez vea unas películas prestadas por dos amigos... o quizás me duerma y siga soñando que estoy allí, que el lugar es como fue, lleno de belleza solitaria y que nada debería traicionarme.

martes, 10 de agosto de 2010

No hay nadie

Foto: I.N. Autorretrato de mi sombra en un campo provenzal, 2010
Mi barrio está desierto. El silencio sería maravilloso, pero quedan las destructoras grúas de la mafia del cemento. Temo que estén convirtiendo la ciudad en un bosque de grúas. Pronto sus siluetas serán lo único que se alce en lugar de los árboles, y la única sombra estará en los toldos y marquesinas. No queda apenas gente conectada, tengo la impresión de escribir para nadie, como el cuento de Grimm en que la falsa pastora de gansos le contaba sus penas a una vieja chimenea. Sólo que allí había un rey escuchando detrás.
Traduzco Giono, qué lenguaje. A veces siento la lejanía del castellano respecto al resto de lenguas románicas. Podría decir lo que él dice en italiano o en catalán, pero el castellano difiere demasiado. Allí los árboles son gigantes y no para de nevar en invierno y de llover en primavera.
Anteanoche seguí con Los árabes del mar de Jordi Esteva, pero anoche tuve que dejarlo por "Mi vida", de Chéjov, que no es ninguna autobiografía sino una novela corta sobre las dificultades y el enfrentamiento con el padre de otro narrador, huérfano y solo en un entorno espinosísimo y antihospitalario, que se hace despedir de todos sus trabajos. Es posible que el padre, religioso y violento, sí se pareciera al padre de Chéjov, o tal vez no, who cares? Es magnífico ese relato, que leo en inglés porque encontré esa edición anglosajona de sus nouvelles bonita y de bolsillo, con traductores premiados (por su versión de Anna Karenina y etc), cuando estaba en NY y buscaba "La estepa". Y lo había tenido que dejar y fue RFT quien anoche me recordó que lo había dejado! Fue una alegría el reencuentro y me los llevo los dos aal mar).
Yo miro los objetos expuestos por razones otras que la adquisición. Un vestido en un expositor me recuerda otros tiempos míos o me sirve para componer un personaje o una vida otra. A veces he llegado a comprarme algo que nunca me pondría sólo porque me recordaba a otra pieza más antigua, asociada a un tiempo del que quisiera escribir. Tengo una fascinación con las casas y me apego mucho más a las casas donde he vivido que a ninguna otra entidad. Ahora hay un piso libre en un edificio donde viví hace muchísimos años y he llamado para visitarlo, con mi cámara, ¡qué emoción entrar allí otra vez, como en mis sueños! Me han dicho que estaban de vacaciones, así que Till September, Petronella. Ojalá no se me escape... He llegado a la conclusión de que lo mío no es nostalgia, sino deseo de escritura, de reescritura.
Todas las predicciones autóctonas dicen que van a haber lluvias y nubes y que no veré el sol en estos días. Ojalá se equivoquen.... Yo quería bañarme y cerrar los ojos al sol, porque a veces, én esa posición alejada me surgen las ideas más enterradas... He visto un breve reportaje sobre un "apneista" francés casi mítico, Loïc... con aspecto de hippy rubio de los setenta, ejercitándose como un yogui y sumergiéndose más y más hasta que murió... Me preguntaba si esa necesidad de forzar algo imposible podía conectarse con mi necesidad de partir de cero cada vez que escribo. Ayer se lo contaba al Librero de la calle Berlinès. Podría haber aprovechado que mis cuentos últimos eran casi una novela y haber utilizado esa estructura para dar un paso más y... Pero no. He tenido que adentrarme en territorio completamente desconocido, con todo el vértigo y la dificultad y el peligro del fracaso, para escribir la novela. Siempre que reviso mis libros anteriores pienso: "antes sabía escribir... ahora ya no podría..." Sé que no es cierto, que realmente se avanza, pero por lo visto yo necesito llegar a esa sensación de tábula rasa, de inocencia, que tanto me desespera, para encontrar algo nuevo. No sé escribir de otra manera...
Lean mi reseña de Isak Dinesen en La Vanguardia Cultura/s

lunes, 9 de agosto de 2010

Era un lunes extraño

Foto: I.N., Gaviotas en Cadaqués, primavera de 2008
A las ocho de la mañana ha llamado por tercera vez un picapleitos muy maleducado, según él abogado de una de esas empresas que compran deuda y buscando a alguien que vivió aquí hace muchos años. Por lo visto una compañía telefónica les vendió una pequeña deuda que esa persona se negaba a pagar, porque consideraba que no había efectuado ese gasto. La primera vez que llamó el picapleitos (¿o sería un vil teleoperador, como sugiere RFT?) le dije que aquí no vivía y que yo no tengo nada que ver con esa persona, pero han pensado que si me llaman todas las mañanas a las ocho, al final seré yo quien les haga el trabajo de detective, que localizaré a esa persona y hasta le cobraré yo misma sin llevarme comisión. No sé dónde estudiaron la carrera, pero tienen malos modales y unos procedimientos muy dudosos. Me ha dicho el supuesto picapleitos de hoy que mientras no tuvieran otro número, mi número saltaría directamente y me llamarían todos los días a primera hora. Me he apuntado el número para no cogerlo más, pero tendré que acordarme de desconectar el teléfono de mi habitación si un día decido dormir hasta más tarde.
Parecía un mal principio para este lunes y casi me esperaba un día horrible, pero está claro que no se puede concluir nada tan deprisa. O tal vez las estrellas sólo estuvieran torcidas a esa hora.
He traducido MB con rapidez y brillo. He encontrado una pista para seguir con mi novela. Estaba dudando si renunciar a irme unos días al mar, pero mis amigos me han llamado alegres y hospitalarios y mis dudas se han desvanecido inmediatamente. Sigo viendo muchos gatos abandonados que piden adopciones urgentes. Dice G. que es pronto para él, que aún echa demasiado de menos a Gilda y que ninguno le parecerá como ella. Y tiene razón. Los gatillos que nos mandan me gustan mucho, pero cada vez que se acerca la posibilidad pienso que aún no... La ausencia de Gilda sigue doliendo, aunque nadie que no tenga animales pueda entenderlo. Quien no comprenda que cada gato tiene su personalidad, que lea los relatos de Natalia Ginzburg que en castellano han agrupado como Familias.
He ido a La Central a comprar unos librillos para mis amigos hospitalarios y me he encontrado a un antiguo amigo que se fue a vivir al Maresme y estaba en perfecta forma, comprando Bolaños y Vonneguts para regalar a otros amigos. Hemos estado discutiendo sobre nuestros Bolaños favoritos y él ha encontrado Estrella distante (que estaba escondido) y ha decidido dejar Llamadas telefónicas, que es muy bueno pero no tantísimo como esa maravillosa novela. Hemos acordado una visita mía a su paisaje campestre en otoño y al salir le he recordado cuando leía apasionadamente las vicisitudes de Fabrice del Dongo. Yo les he comprado a mis amigos unos cuantos libros pequeños, de esos que en Francia valen 1 o 2 euros y aquí valen 13 cada uno, con lo cual he salido más ruinosa de lo que estaba, y luego he ido a buscar un objeto para la casa, no sólo por el buen feng shui sino porque es bueno que en las casas haya un objeto que recuerde nuestro paso por allí. Anteanoche leía ese cuento maravilloso de Maupassant, Qui sait? de un hombre solitario, que enfermaba en compañía de los demás o sólo los soportaba un rato, ni siquiera toleraba la idea de que alguien durmiera o respirara bajo su mismo techo, de modo que vivía apartado en su castillo y estaba enamorado de su mobiliario, que había ido encontrando por ahí e incluía piezas maravillosas. Y una noche ve cómo ese mobiliario abandona la casa... No sigo contando por si no lo conocen y quieren leerlo, porque es realmente magnífico. Está al final de Mouche... y le siguen las cartas de Maupassant a su editor en busca del título, y los retratos irónicos de algunas damas...
Hoy, gracias a la ayuda profesional, el caos ha retrocedido en mi casa y siento un verdadero alivio. Hace unos días vino alguien (obsesivamente ordenado) a traerme unas llaves, entró intempestivamente en mi habitación sin haber sido invitado y dejó en el aire comentarios escandalizados y desdeñosos sobre mi desorden. Me quedé extrañamente angustiada. Sentía que mi caos de estos días tenía que ver con mi proceso de mourning y tal vez intensificaba mi desolación, pero me sentía incapaz de frenarlo sin ayuda. Tampoco entendía por qué me había angustiado tanto la irrupción y los comentarios. Se lo conté a mi amiga M. y me dijo que lo comprendía perfectamente y concluyó: "Debería haber una cárcel para los Leos". Vino otro amigo y cuando aludí al desorden, me dijo que no era para tanto, que la casa tenía buen aspecto y que un poco de desorden lo humanizaba todo. Luego encontré una solución momentánea para ordenar los libros que empezaban a acumularse en mi dormitorio (ya evocaban lo que se conoce como "estilo estudio de Brossa"), y me puse muy contenta de poner coto al menos a ese desbordamiento. Hoy me he levantado energética, a pesar de ese extraño insomnio que acecha desde que se fue Gilda y que tal vez se acabe mágicamente cuando se cumplan los cuarenta días... En el gimnasio alemán, todas las máquinas me parecían fáciles... Varias veces a lo largo del día he subido escaleras casi volando.
Ayer estuve leyendo unos pasajes de Los árabes del mar, de Jordi Esteva y seguí sus aventuras en una ensoñación admirada... Creo que algo de esos paisajes se acabó filtrando en mis sueños, ese lugar donde la selva es tan tupida que siempre es de noche, y esa mosca terrible que se infiltraba en la piel, y la malaria, que me recordó a Isabelle Eberhardt... Seguiré leyéndolo y contándolo... También he empezado The Great Code, de Northrop Frye, que me recomendó mi amigo serbio y que atrajo curiosamente a G., con su interpretación de la Biblia en clave de crítica literaria: de momento estoy sólo en el capítulo dedicado al lenguaje donde repasa a los presocráticos y compara el texto bíblico -traducido y retraducido- con esas otras Escrituras unidas y entretejidas a una lengua, como la Toráh o el Corán, los Upanishads...
Tal vez mi huida al mar me consolará de la marcha de mi amigo serbio. Espero que no se llene el cielo de nubes...
Mi reseña de Isak Dinesen en La Vanguardia Cultura/s

domingo, 8 de agosto de 2010

He visto

Foto: I.N., Lugar durandiano, 2010
Algunas películas, pero ninguna memorable. En realidad, lo sabía de antemano, pero la cartelera paupérrima y la atracción del rito me arrastró. No me gustó nada Madres e hijas, de Rodrigo García, aunque sé que embelesa a algunos hombres precisamente porque idealiza muchísimo a los personajes masculinos: ellos son como ángeles comprensivos, pacientes, encantadores, sin ningún conflicto, y están ahí para sostener a esas mujeres neuróticas, caprichosas, desagradables, durísimas, que pasan de la helada aspereza al más blando sentimentalismo. Todo es estereotipado, el drama de la adopción, la banda sonora que incita a llorar en los momentos adecuados, el sentimentalismo desbordado, y la trama parece cogida por los pelos. Un desastre a pesar de las actrices. Lo sabía, pero pensaba en los interesantes episodios de In Treatment que había dirigido él mismo y decidí darle una oportunidad. Tampoco me convenció La vida en tiempos de guerra, de Tod Solondz, aunque tenga su interés. Solondz sigue alternando extrañamente un humor banal con unos personajes a veces demasiado paródicos o mal resueltos, otras más interesantes, y siempre con su hondo Tema: padres que abusan de sus hijos, padres pederastas. Familias reprimidas, convencionales y delirantes al mismo tiempo. Esta vez hablaba además del olvido y el perdón, un tema más cristiano que chocaba con la cultura judía de la película; tal vez yo no haya acabado de entender cómo encaja una cosa con otra. Por otra parte, yo suelo identificar "lo judío" con lo analítico, con la cultura, y en sus personajes parece que no sea así. No espero disuadir a nadie de verla; como digo, tiene su interés. Más tarde he visto El silencio de Lorna, de los hermanos Dardenne. Mi amigo serbio decía que el tema albanés quizás podría servirme para mi interés balcánico. La película empezaba deprimente pero iba dinamizándose con su lógica de thriller realista, su "tema albanés", y de pronto salía con un final absurdo, abandonándolo todo.
La ciudad estaría agradablemente desierta, pero nuestros políticos la han desventrado y siguen cortando los árboles y podando los que quedan para arrebatarnos toda sombra, para que el asfalto alcance esos 50 grados febriles, para que no haya respiro. Sólo su mentalidad psicópata, sin empatía alguna, puede explicarlo. El rugido de las obras no se detiene ni en los sábados de agosto.
Vi a un amigo del pasado, de quien me separó un conflicto hace muchísimos años, pero encontró mi blog, empezó a leer y acabamos reencontrándonos alegremente. Llegó G. de Menorca, muy moreno, y se fue a un festival en Girona. Me llamó la Belle Elaine, invitándome a su escenario ampurdanés estos días, a mi vuelta del mar, chez de amis. Yo debería tener un ordenador pequeño, que no pesara, para estos desplazamientos. No me decido a viajar sin este trastito, ni tampoco a cargar con él, dada mi condición prehistórica de caminante. Estuve dudando si irme al Sur, donde uno de mis amigos expone sus pinturas en una colectiva, donde también está la pintora y fotógrafa de cielos vespertinos, gatos, albercas y alfombras voladoras. Pero los billetes son tan caros en esta época del año que decidí posponerlo. Y no puedo dejar de traducir... ni de escribir. Lástima de alfombra voladora: Tir ya bisat!
Aunque empiece a acostumbrarme a la soledad libre de su desaparición, sigo pensando en la gata Gilda al llegar a casa y en muchísimos momentos. La echo de menos. Dos veces he soñado indirectamente con su muerte. Mis noches son inquietas, algo me despierta. Mi amigo insomne me dice que estuvo a punto de despertarme a las 4. También a él le echaré de menos cuando se vaya.
A veces surgen pequeños encuentros desagradables. Esos amigos que nos ahorran tener enemigos. Es una sensación que me produce agotamiento, pero a veces sirve para escribir. Gente que no tiene mucho criterio literario, pero que al leer se siente autorizada y cree que su opinión es valiosa y que nos enseñarán qué es lo que debemos escribir.
En cambio, hablé con una mujer magnética que comprende muy bien mi perplejidad por lo familiar y la pervivencia del pasado en el presente y comparte mi horror a las multitudes playeras. Acompañé a mi amigo serbio un momento a la playa de esta ciudad, que era un hervidero gay y multicultural, pero sobre todo multitudinario, ardiente y lleno de griterío. Algo así como ir en metro en hora punta con gente semidesnuda. Me pareció una escena infernal y salimos corriendo.
Sigo forcejeando con mi novela. Pensé en reestructurar mi material como si fueran cuentos, y acabé desechando la idea y podando más y más lo escrito. Todo es muy extraño. Algo me bloquea, pero de pronto surge una pequeña idea. Pase lo que pase, todos los días estoy ahí... Acabé de leer La mouche de Maupassant y me puse con las Páginas autobiográficas de Turguéniev. En cierto momento Turguéniev cita a Goethe (Lustige Person) diciendo aquello de:
Greift nur hinein ins volle Menschenleben! Ein jeder lebt’s, nicht vielen ist’s bekannt, Und wo ihr’s packt, da ist’s interessant.
(Poned la mano en el interior, en lo más profundo de la vida humana. Todo el mundo vive en ella, pero pocos la conocen. Allí donde puedas atraparla, lograrás algo de interés.)