viernes, 30 de julio de 2010

Estos días insomnes

Foto: I.N., Playa durandiana, 2010
Hace dos semanas que duermo mal y al contarlas para consultar a mi acupuntora me he dado cuenta de que coinciden con la muerte de mi gata. No es un insomnio dramático: o bien retraso mucho mi retiro al reino de Morfeo o bien me voy levantando periódicamente. Es cierto que hay razones otras y que la escritura de esa novela, que me obliga a dentrarme en terreno escabroso y que condiciona mi distanciamiento del entorno de M., no puede ser ajena. Tengo aquí un huésped serbio que me alegra con su humor negro y sus conversaciones. Como siempre, se reanuda nuestra colaboración de intercambio: él me pregunta dudas de castellano de una traducción de su novela y yo le atosigo con preguntas para un artículo sobre Kosovo en la revista FronteraD. Cuando él se sale de casa y yo vuelvo, vuelve también el vacío que dejó la pequeña tigresa Gilda, la soledad se solidifica y la casa parece convertirse en un agujero de tristeza. ¿Se me pasará alguna vez?
Ayer por la tarde fuimos los tres -T, mi amigo serbio y yo- a nuestra playa durandiana. La luz era maravillosa y no había nadie, pero después del baño, se nubló y oscureció el cielo, poco a poco empezó a tronar y tuvimos que arrancarnos perezosamente a la lectura para irnos. Fue una reconciliación andar entre los pinos y ver la casa de Black Adder, impecable y restaurada, con el jardín que me ofreció para enterrar a la pequeña Gilda. Pero a lo lejos ardía una colina y no llegué a saber qué era. Aún no he leído el periódico.
Acabé el libro de Coetzee, me gustó de un modo distinto que los otros suyos, todo era espinoso y huraño, esa aspereza suya con el mundo, que contrasta con la magnífica escritura, con el paisaje de Sudáfrica en los setenta, y la atmósfera retrógrada y asfixiante de los afrikaners, en la que no él encaja. ¿Pero a quién se le ocurre escribir un libro sobre los propios defectos contados por otros? ¿Quién se retrataría así, desmitificándose y reduciéndose al máximo? Sólo él, en un experimento insólito. Como saben, en el libro, John Coetzee ha muerto y un joven recopila material biográfico sobre su etapa sudafricana de los setenta y entrevista a mujeres que fueron sus amantes o a las que él escogió, colegas de la Universidad, una sobrina, etc., y todos le retratan con dureza: mal amante, mal profesor, mal hijo, incluso dudan de su genio de escritor y niegan completamente su carisma, le describen como torpe, desaliñado, sin encanto, frío, con tendencia a mitificar lo que debería ser la África negra, culpable y distanciado de los blancos, expulsado de Estados unidos, etc. Y aún así está ese fulgor de su escritura, y compone un retrato tan desconcertante que al acabar echo de menos no poder hablar con él, o por lo menos, no seguir leyéndole.
También leía en la playa La vie matérielle de Marguerite Duras, que a veces es oscuro y despiadado como Coetzee, pero de un modo muy distinto. En la playa leí un capítulo del suicidio de una familia pobre a la que cortaron la luz -y curiosamente eso fue después de que T. nos contara de una colega suya a la que habían encontrado en los lavabos de un bar: con el cristal de un vaso roto se había cortado la yugular, con precisión médica brutal-, de la muerte del escritor mentiroso, todo eran historias sombrías.
Mi escritura es irregular, hay días en que pienso que "mi primera mano es horrible", como decía otro escritor, que tendré que trabajar mucho con el paño para limpiar todo lo superfluo. Pienso en los consejos de Chéjov. Otros días sí me satisface haber encontrado algo y me siento casi feliz.
Mi artículo de Kosovo en la prestigiosa revista electrónica FronteraD

miércoles, 28 de julio de 2010

En La Vanguardia, Xavier Antich habla de mi libro balcánico

Foto: I.N. Randonnées en Provence, 2010
Naturalmente, el artículo vale la pena por muchas otras cosas, sobre todo esa reflexión que hace sobre los la literatura y los filósofos, y acaba con la cuestión de Kosovo y la miopía culpable de la posición del gobierno español. Y en ese final habla generosamente de mi libro Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes. Por gentileza de dos bloggers (Francis Black y Albert), pongo el link aquí y lo reproduzco
La literatura y el mundo José María Valverde decía que había que leer a Heidegger para saber lo que nunca se tiene que hacer con un poeta Xavier Antich 28/07/2010 Cultura
Ando estos días, cosas del verano, volviendo a leer algunos libros de Martha C. Nussbaum, pensadora a la que hay que prestar atención desde hace unos años, la voz más lúcida de la filosofía anglosajona. Su posición respecto a la literatura es realmente rara entre filósofos. Habitualmente, como es sabido, o los filósofos no leen nada más que filosofía, o bien, a menudo, cuando se acercan a la literatura, es para encontrar casos o ejemplos de lo que ya saben, cuando no es para hacerles decir a los poetas o escritores aquello que ellos querrían que dijesen y no lo que, en realidad, dicen. Caso emblemático de esta ceguera lectora es Heidegger, a quien José María Valverde decía que había que leer para saber lo que nunca se tiene que hacer con un poeta.
Nussbaum, por el contrario, sostiene, en El conocimiento del amor (Antonio Machado Libros), que "determinadas verdades sobre la vida humana sólo pueden exponerse de forma apropiada y precisa en el lenguaje y las formas del artista narrativo" y, por ello, está convencida de que determinadas obras literarias han contribuido, como pocas, al análisis de algunas cuestiones importantes sobre los seres humanos y la vida. Es más, sostiene que determinados textos literarios son indispensables para una investigación filosófica de la esfera de la ética: "Son fuentes de comprensión sin las cuales la investigación no puede ser completa". Cierto que otros antes que ella, como Lévinas, ya sostuvieron que "toda filosofía no es más que una meditación sobre Shakespeare". Algo parecido sucede con el maravilloso Dietari d'un viatge per les regions d'Iraq (Publicacions Abadia de Montserrat) del benedictino Bonaventura Ubach, de quien hablaba el otro día en estas páginas Ignacio Orovio. El padre Ubach viajó a Oriente Medio, en los años veinte, persiguiendo algunos lugares del Éxodo y el Génesis, entre otros motivos, para comprender mejor ciertos pasajes del Pentateuco. Pero es curioso: aparte de que, en ocasiones, el mundo le ilustra sobre el texto, es, sobre todo, el texto el que le permite comprender, a pesar de su complejidad, parte de aquel mundo.
He pensado en todo ello estos días, a raíz del reconocimiento de la independencia de Kosovo por el Tribunal Superior de Justicia de La Haya. Y he recordado el más que recomendable texto de Isabel Núñez Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes (Alba). Se trata de un texto brillante, que combina lecturas balcánicas y entrevistas, y que ilumina, también, tanto los textos como el mundo del que hablan. Isabel Núñez convoca las voces de Ismaíl Kadaré y se entrevista con poetas, narradores y editores. Y permite recordar cómo la Serbia de Milosevic estuvo a punto de exterminar a un pueblo. Sería una buena lectura para el tozudo Moratinos, que el lunes volvió a insistir en Bruselas, frente a la legalidad internacional, en que España no iba a reconocer a Kosovo.

martes, 27 de julio de 2010

Un sueño irónicamente alegre de Vila-Matas

Foto: I.N., Jardines cercados por muros en Viens, 2010
Patti Smith y Lautaro Bolaño "Martes 27 de julio 2010: Quizás porque ayer desde Blanes me contaron la genial intervención de Lautaro en la actuación de Patti Smith y me hablaron de cómo Smith lloró en la casa de Bolaño, esta mañana he despertado cuando estaba soñando, con felicidad inédita, que desde las montañas de Montserrat, a todo volumen, los monjes difundían por todo el país la música del grupo de Patti Smith, y toda Cataluña despertaba de su largo letargo de tantos años y se transformaba en el eje del mundo nuevo."

sábado, 24 de julio de 2010

Siete días

Foto: I.N., Gato blanco y negro en su terraza, 2010
Siete días de felicidad y consolación, entre árboles inmensos y ese rumor favorito del viento en los árboles, que sólo puedo comparar al de las olas por el efecto que me produce, que me devuelve a mí misma y me permite pensar de otra manera, con la compañía flexible y afín de T., y rodeada de gatos desconocidos y sinuosos, que retraté en sus ventanas y rincones insospechados. Alguno, como el gato blanquinegro de la foto, me miraba con una seriedad profunda, como si adivinara del fin de Gilda. Una mañana fotografié a un gato que perseguía a un ratón diminuto mientras el perro de la casa lo miraba curioso desde una discreta y respetuosa distancia. Dos gatos nos siguieron a T. y a mí, pidiéndonos comida o atención. Otros huyeron furtivamente y otros se dejaron retratar, arrogantes o burlones.
Me he sentido protegida en ese país donde se protege la verdure, donde los bosques y los campos se extienden fulgurantes, sin barreras ni arboricidios ni basura, ni siquiera fealdad. El país de JG nos acogió alegremente y pude hacer allí una cura, sentir el alivio de la razón -allí se protege lo que aquí se destruye y el paisaje se extiende con esa especie de humildad majestuosa y ese silencio inauditos. Íbamos por carreteras y caminos solitarios, comíamos estupendos quesos de cabra bio, envueltos en hoja de higuera, las lechugas sabían deliciosas como nunca ocurre aquí, soñábamos con las casas que nos gustaban, nos mecíamos en la quietud de esa parte asombrosa del país. Visitábamos una librería excepcional, mejor que muchas de nuestras librerías urbanas y todo un hallazgo en un pueblecito pequeño. Comprábamos esos libros que los franceses ofrecen a 2, 3, 4, 5 y 6 euros. Compré La mouche de Maupassant, Manosque-des-Plateaux de Giono, L'été de Albert Camus, los Feuillets d'Hypnos y En trente-trois morceaux de René Char, La vie matérielle de Marguerite Duras. Y en los bouquinistes callejeros encontré una biografía de Rimbaud escrita por Yves Bonnefoy! y una vieja edición preciosa de Choix de poésies de Paul Verlaine. Aunque conmigo llevaba a Clarice Lispector (aún maravillada con La hora de la estrella), a Coetzee (y estoy ahí deslumbrada y enrarecida con esa lectura tan sudafricana, puede decirse que por las noches vuelvo a vivir en el veld), al Carver de Beginners sin la mano de Lish...
Escribí en un goteo, apenas traduje, sólo me dejé consolar por el paisaje y los gatos, por el alivio de estar en un lugar donde mis ideas sobre el entorno, la comida, la belleza, la cultura no parecen un despropósito ni una obsesión ni un trastorno ocular, como sugería un periodista bruto al comentar La plaza del azufaifo, sino que simplemente reinan con naturalidad. Contemplé el mundo de Giono (ce voyageur immobile), fuimos al bonito centro que le está dedicado, leí más de él, vi sus rastros en una selección inteligente y sutil; también vimos una pequeña exposición sobre él en Céreste. Descubrí su cine, que admiraban los directores de la nouvelle vague (resultó que hay una película de la novela que traduzco para Impedimenta!). Asistimos a un concierto en la bonita église haute de Banon. Nos bañamos en los lagos de la Buissonnière. Recorrimos esos senderos secretos que unen los lugares en circuitos distintos de los automovilísticos y acortan los caminos. Olía a paja fresca y a hinojo, al pisar saltaban los saltamontes en todas direcciones y nos acompañaba un revoloteo de mariposas. Admiramos los distintos matices de violeta de los campos de lavanda y el vuelo de muchos pájaros. Cantaban las carboneras, esos pájaros que de pequeña yo asociaba al sonido de los columpios, y mis favoritos mirlos... El día que escribí de los saltamontes, vino uno a saludarme y se me posó en el vestido; era enorme y de un verde brillante, con esos ojos abultados y expresión reflexiva. Allí no usan los pesticidas prohibidos que aquí siguen dañándolo todo. Allí los árboles reinan como gigantes e incluso los días de más calor, refrescaba la brisa bajo su sombra.
Pero he vuelto y en pleno atasco de la autopista he vuelto a notar lo espinoso que dejé aquí, todo eso que despertó o movilizó la desaparición de mi gata atigrada, y al llegar a casa ese vacío de sus posturas como esculturas efímeras, su mirada egipcia, su mágico ronroneo, su pelaje brillante, su compañía silenciosa y llena de misterio, esa ausencia llena la casa de agujeros. Y todo lo que arrastra.
He salido un momento a comprar algo urgente. El aire era más fresco que en la casa y había una luz oscura, casi otoñal. He sentido alivio, pero al ir a pagar, todo era el doble de caro que allí y se lo he dicho al perplejo cajero; es una vergüenza. Todo es mucho más caro y de peor calidad.
Un mensaje del poeta que intentaba proteger a los árboles centenarios en Sant Cugat me contaba desolado que tras prometerle que no los cortarían, a las seis de la mañana, los taladores municipales de Parcs i Jardins fueron a por ellos y ahora el calor se ha multiplicado, el cemento arde y la belleza centenaria, la frescura y el oxígeno han desaparecido. Ese mensaje me hizo aterrizar bruscamente: vengo de un país donde se protege y cuida a los árboles y llego a este país sucio, primitivo y salvaje donde los persiguen y talan como si fueran enemigos, como si no los necesitáramos para respirar (Oh, que cansat estic de la meva/ covarda, vella, tan salvatge terra, /i com m'agradaria d'allunyar-me'n, / nord enllà, /on diuen que la gent és neta / i noble, culta, rica, lliure, /desvetllada i feliç! decía Espriu en su Assaig de càntic, y Bel M. lo trajo aquí una vez).
He sabido que mi ensayo al alimón con Lydia Oliva va a publicarse pronto!! Salió mi reseña de Bernard Quiriny en La Vanguardia Cultura/s
También tenía dos mensajes desconcertados de M., que sólo pronunciaba mi nombre en una triple interrogación, repetida en los dos teléfonos. La he llamado. Apenas sabía explicarse, decir algo, et son desarroi était... Al final sólo me agradecía sin decirme el qué. Hay algo en lo que escribo que me hace mucho más difícil acercarme a ella y a quienes la rodean. Anoche me desperté de pronto a las cuatro de la mañana. El viento agitaba los árboles en un rumor tan intenso y tan generalizado que al pronto creí que llovía. Pero no, era sólo wind in the willows, era sólo la respiración oscura y boscosa que rodeaba ese château ruinoso donde nos alojábamos. Decidí que tenía que contarlo todo, reescribir, reestructurar, trabajar sobre un tiempo cercano y lejano a la vez. Decidí que iba a incorporar toda otra parte que no pensaba utilizar. Encendí la luz, anoté. Fuera, la oscuridad era densa y absoluta. Me costó mucho volver a dormirme. Consciente de la dificultad de escribirlo, se me ocurrió que lo haría a trozos, en desorden, abordando ese tejido continuo de mi antiguo sueño por la esquina que quisiera, siguiendo mi capricho, para ayudarme. Hoy he llamado a mi antigua esfinge; si es posible tendré un momento de consulta para que me ayude a seguir tejiendo y entretejiendo estos hilos de pensamientos... Y si no, será Till September, Petronella. Tendré que encomendarme a Jean Rhys, a Henry James, a Giono, a Maeve Brennan...
Mientras, lean en Polis sobre lo que ocurre en esta ciudad ardiente...

jueves, 15 de julio de 2010

OCTUBRE: Curso en la Escola d'Escriptura del ATENEU Barcelonés

Fotos archivo: Maeve Brennan (Bissinger), Dorothy Parker, Jean Rhys, Natalia Ginzburg
Ya está abierta la matrícula de mi curso de octubre-noviembre-diciembre en el Ateneu. Copio la ficha para los interesados. ¡Espero que os animéis! Son 5 escritoras apasionantes.
Cinco escritoras casi olvidadas (20 h) Horari: dimarts, de 18.00 a 20.00 h Dates d'inici: octubre 2010 Preu del curs: 310 € Professorat: Isabel Núñez Programa Isabelle Eberhardt, una europea nómada en el desierto árabe en el cambio del XIX al XX Jean Rhys, una caribeña frente al mito literario victoriano Dorothy Parker, la neoyorquina del humor seco y mordaz Maeve Brennan, una irlandesa refugiada en las calles de Nueva York Natalia Ginzburg, la narradora italiana del antifascismo Professorat: Isabel Núñez Informació i matrícula Horari: dimarts, de 18.00 a 20.00 h Data d'inici: octubre 2010 Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès c/ Canuda, 6 08002 Barcelona Tel: 93 317 49 08 Fax: 93 317 15 25

El misterio

Foto: I.N., El cuerpo de Gilda, ya sin ella, esta mañana
Gilda ha muerto esta madrugada. Su manera de irse, discreta, silenciosa, pacífica y determinada, abandonando el mundo por voluntad propia (como ha dicho el veterinario: "Cuando ven que no hay nada que hacer, dejan de comer y se dejan morir"), y la gracia que no ha perdido en ningún momento, esa belleza elegante y zen, me han dejado llena de admiración y gratitud. No voy a contar de aquí un proceso que me ha parecido extraordinario y lleno de misterio, a veces espectral, que intentaré escribir mejor, en otro lugar. Sólo me miró un momento, intenso, en el umbral de la terracita sur; fue cosa de segundos. También la vi mirar un punto del cielo nocturno, dos veces, pero no era por ningún insecto, porque estos días había perdido todo interés por su pasión cazadora, hasta dejaba venir palomas a la terraza sin inmutarse. Miró un punto invisible con la misma fijeza con que me había mirado a mí, al cielo ya oscuro, y luego volvió a mirar ailleurs, en ese tránsito de ausencia asombroso, como un yogui, como esas mujeres japonesas que limpian y ordenan todo en su ritual antes de irse.
Era yo la que, a su lado, me sentía vergonzosamente humana, menos preparada que ella para comprender el misterio de la muerte.
La visité varias veces en la noche. Al despertarme por la mañana no quería levantarme, lo sabía ya. Y la he encontrado en otro lugar, a los pies de esta mesa donde escribo, bajo el cordón dorado atado a la silla con que G. y yo la hacíamos jugar. Me ha parecido un statement. A su manera sesgada, escogiendo ese lugar mío sin que yo estuviera, me ha dicho que estaba conmigo también al final, aunque para irse necesitara no mirarme, alejarse de mí. Y también se lo ha dicho a G., por el cordón con el que jugaban. He vuelto a pensar en el gato de Shrödinger, como si el mundo me enviara una broma amarga de humor negro. He pensado que tal vez los primeros humanos tenían esa relación con el misterio de la Naturaleza que nosotros perdimos. Y en cómo le desesperaba a G. que Gilda hubiera dejado de mirarnos y cada vez pasara más ratos ausente.
G. estaba en algún lugar de Girona. Se le oia pesaroso por no haber estado aquí, pero yo le he dicho que había hecho bien, que seguramente él se había ido para dejarla irse.
Al fin y al cabo, Gilda vino a esta casa porque G. soñaba con un gato: tenía gatos de hierro, gatos pintados, gatos de madera y de cartón. Pero su padre tenía alergia, y cuando nos separamos, vino Gilda. Fue J. quien la encontró, en el Maresme, cachorrito de una gata preciosa como una reina egipcia, con los ojos de un verde que no existe. Gilda se convirtió en algo que compartíamos G. y yo, que nos servía para entendernos incluso en las épocas más conflictivas de su adolescencia.
Alguien seráfico y experto, alguien que me ha ayudado a acompañar a Gilda con rituales y consejos, alguien que ayer me dijo: "No te preocupes, no está sufriendo, está decidida a irse, no intentes retenerla", ha ofrecido un jardín y vendrá a rescatarme esta tarde para que podamos enterrarla allí. A G. le ha parecido bien, dice que así podremos visitarla. Lo haremos como se deben hacer estas cosas, cumpliendo normas y ritos. Y a mí me ha consolado muchísimo esa idea del jardín. Al fin y al cabo, todas las concepciones del paraíso tienen que ver con un jardín.
Es tan extraña la muerte, incluso de un ser pequeño... Está ahí, de cerca, pero el espíritu que le insuflaba movimiento y ¡vida! inochi, en el sentido japonés, ha salido aleteando misteriosamente de su precioso cuerpo, de su pelaje aún brillante, de su boca entreabierta, su ojo acristalado mirando arriba, es ya como una muñeca, como una representación de Gilda, pero de lejos, cada vez que entro en la sala me sobresalta porque tiene una posición tan suya... Once años de mi vida se han ido con ese espíritu, por el aire... G. me ha dicho al teléfono que ha soñado que Gilda volvía a estar como siempre, durmiendo en su antigua postura, ronroneando y que ha dormido mal. Yo he soñado con algo más asociado a la novela y a mi infancia, con los acantilados y el mar y el maltrato de alguien y una huida y una frontera... Pero había algo de muerte también en el sueño.
Anoche estuve leyendo máximas de Balzac; era lo único en lo que podía concentrarme en mi desconcierto, dudando y cambiando de états d'âme con la rapidez con que cambian las nubes. Luego leí dos relatos de Beginners, la versión original que hizo Carver sin los cortes brutales de Gordon Lish. Y está claro: Carver no necesitaba a Lish, aunque el resultado fuera interesante y desnudo, estos cuentos ya eran buenos como eran. Vuelvo a Balzac:
Quel nom donner à cette puissance inconnue qui fait hâter le pas des voyageurs sans que l'orage se soit encore manifesté, qui fait resplendir de vie et de beauté au mourant quelques jours avant sa mort et lui inspire les plus riants projets, qui conseille au savant de hausser sa lampe nocturne au moment où elle l'éclaire parfaitement, qui fait craindre à une mère le regard trop profond jeté sur son enfant par un homme perspicace? Nous subissons tous cette influence dans les grans catastrophes de notre vie, et nous ne l'avons encore ni nommée ni étudiée; c'est plus que le pressentiment, et ce n'est pas encore la vision.
Todo es tan extraño... Gilda se ha ido generosamente, el día antes de mi viaje (yo temía que le ocurriera esto a G. solo, estando yo lejos) y en su lugar me deja una libertad total, que cambiará mis pequeños gestos cotidianos, mi manera de entrar y salir de la casa, mis movimientos, tantas cosas... No me importa que algunos me lean y piensen que he perdido la razón. Mi pequeña gata, más cercana a la Naturaleza, sabía tantas cosas que yo no sé, que nadie sabe.

martes, 13 de julio de 2010

Ayer

Foto: I.N. Gilda, hoy, 2010
En medio del calor, vimos la película de una directora polaco-holandesa en el Casablanca, Urszula Antoniak (irregular, aunque sugerente, había algo verdadero y algo impostado, me gustaban las imágenes y la sensación rota de los personajes, pero me molestó la resolución final y algunos otros detalles). De pronto, sus músicas diegéticas incluyeron una canción que yo asocio a mi padre y a su muerte, el aria Soave sia il vento de Mozart (está en su recordatorio y ayer me llegó como un dardo). Y la visión oscura de una especie de langosta en una nasa me sobresaltó: vi de pronto la muerte de mi gata. Y es que justo antes de irme, la había encontrado casi enterrada entre hojarasca y dos macetas, con los ojos abiertos, mirando sin mirar... Esas rápidas asociaciones...
Al anochecer fui con MC, la hermana del poeta, en un coche ventilado, a l'Alliance Française de Sabadell, a escuchar a Enric Casasses recitar o más bien decir al visionario hechizante y gran Verdaguer, en una selección muy casassiana, en la que se incluían dus diálogos con los demonios, ese texto que no se pudo publicar hasta un siglo después (en el año 2000, por objeción y censura de la Iglesia) Esos diálogos son inenarrables, hay muchos demonios, incluso algunos pequeños vocingleros, pero sobre todo hay un demonio lúcido que (recuerda al de Melmoth) se lamenta irónicamente de tener que darle él la medicina, de aconsejarle lo que debe hacer en lugar de actuar según sus intereses, y hace predicciones exactas y tiene visiones realistas, le dice que los demonios dominan todos los partidos, "los del porrón y los...", que en el infierno no queda ninguno, todos trabajan en la Tierra, (Havent-li jo dit: “Anau a l’infern”, respon: “Ja no n’hi ha de dimonis a l’infern; tots som a la terra. L’infern està per llogar: sempre hi enviem estadants”), viaja a Madrid y allí son millones!, predice los horrores del siglo XX, le explica cómo poseen a los obispos y al Papa, que duermen mientras los malignos se apoderan de todo, cómo les estrujan el corazón y lo riegan con sus fluidos, le anuncia los ataques del obispo y la Iglesia y le orienta de cómo debe defenderse. Dice la máxima de la hospitalidad derridiana: «A l’hospital i a la presó/coneixeràs ton companyó”. Dice, del mundo: “La font de cobrar la saviesa és estroncada, la font de la salut està glaçada i la font de les virtuts té espatllada la canonada”. O también: Déu, nostre Senyor, deixa fer als dimonis alguna vegada, perquè ells mateixos nos donen llum”... y lleno de un humor irónico: “No et descuides de dir-me sempre ‘A tras!’ O tu em diràs ‘A tras, Satanàs!’, o jo et diré: ‘A tras, Verdaguer!’ ”. O cuando explica su manera de actuar:“Nosaltres entram per les cases, destapam la cassola i ens prenem lo millor tall. Com ningú ens diu ‘Alto!’, Déu nos deixa fer”... “Jo só la màquina d’escórrer els cors. Quan los tinc escorreguts, los omplo de lo meu: los omplo de duresa, de tirania, de furor i venjança. Quan tinc los cors plens dels meus amaniments, ja no tinc por de res. Entro i surto d’allà on vull”... Y cuando habla de su relación: “Com m’he tornat”, me diu a mi. “Abans te seguia sempre, com ho vares experimentar amb aquell vas de llet que et vaig emmetzinar. I, ara, la meitat del temps no sé ont ets”.
Y todo, además de distintos poemas, entre ellos algunas de sus Perles, y el extracto de un artículo genial de Àngel Carmona sobre el erotismo de Mossèn Cinto, todo con ese lenguaje maravilloso de Verdaguer y de su época y EC los dijo muy bien, con ese gracioso caos de papeles que siempre le envuelve, casi como un atril invisible... Fue una suerte estar allí, en el patio modernista de l'Alliance. Hubo incluso un consejo del demonio que, transmitido por Verdaguer, me servía muy bien a mí, casi me pareció a mi medida. Lo he encontrado: es perfecto. Dice así: “Vosaltres estau al mig de la batalla. Si reculau per por de gana, de gana morireu; si reculau per por de set, de set morireu; si reculau per por de ser pobres, de pobresa morireu. No reculeu. Jesús vos ho diu. D’allò que reculareu, d’allò no us faltarà”. Con ECF estaba la joven poeta Blanca Llum Vidal, que no encendió su lámpara por esta vez. Creo que el efecto verdagueriano-casassiano fue reparador para mí, que estaba en plena desolladura de la novela.
ECF me regaló un librito precioso, suyo, La foneria i el paperer..., editado por un no-editor, Marc (?) Valls, (Roure edicions), que hace libros porque quiere, artesanalmente, en su casa, y no los vende, sino que los regala, con un gusto que raras veces se ve en las librerías y una sobriedad luminosa, papel humilde, agradable y cercano, como el de cuando yo era pequeña, tipografía lógica y legible, ilustraciones sutiles. Él llevaba otro Sobre el teatre de marionetes de Heinrich von Kleist, con ilustraciones muy espiritosas de Stela Hagemman. Ya que no los vende, debería hacer una pequeña exposición, pidiéndolos prestados a quienes los regaló...
En El País, EVM habla del protagonista de The Shining y su frase obsesiva repetida siniestramente en la máquina de escribir. Me gusta la idea de abordarlo en el lugar donde Kubrik lo escribió, al que su personaje se refiere enigmáticamente y con la frase que enloqueció a otro supuesto escritor. Pero no dice que en un interesante (porque se basaba en las entrevistas de la Paris Review) libro muy americano sobre el bloqueo interpretaba esa frase "All work and no play makes Jack a dull boy" (algo así como: "Solo trabajar y no jugar convierte a Jack en un muchacho aburrido") como una clave del bloqueo. Pensar demasiado en las expectativas o en lo que el público o el editor querrían y no dejar jugar libremente al niño interior, que sería amoral y sobre todo libre, crearía el bloqueo.
He tenido sueños agitados llenos de signos y significaciones, asociados a todo lo que despierta mi escritura, el gesto mismo de intentarlo. Con esa gracia del inconsciente y sus mensajes cifrados: papel de lija sobre la piel, soldados, un ex ministro de defensa, atmósfera física...
Gilda respira algo mejor, pero se niega a comer completamente y sólo está echada, cambiando lentamente de posición y de rincones de frescura y sombra. Hoy se ha dejado limpiar y cepillar suavemente. Apenas me mira, es como si se hubiera ido, pero a veces, algún rato parece volver, me mira sorprendida, se echa cerca de mí.

domingo, 11 de julio de 2010

Mientras

Foto: I.N. Bosque de cedros en Bonnieux, Provence, 2008
Fuera rugían de alegría con los goles y estallaban los cohetes en el cielo de verano, yo he leído My Mother, In Memory de Richard Ford. La narración de una historia muy americana, que explica bastante a Ford, con todo lo silenciado, lo que "no mejoraría al mundo si se supiera", con su contención, el retrato de su madre y de la relación de los dos, aceptando las cosas como venían, sabiendo que "ésa era la vida", sin profundizar ni preguntarse demasiado, mostrándolas, el retrato de esa madre independiente, que huyó de su infancia dura con el padre de Ford y que luego, viuda, pasó de un trabajo a otro, completamente distintos, se rodeó de amigos y siguió viviendo y acabó enfrentando el dolor y la enfermedad con una dignidad llena de discreción y de silencio. Su relación amistosa y llena de afecto y de pequeños silencios y entendimientos tácitos. Y la forma de verla en sí mismo, en su parecido físico, en su risa flotante, cuando ya ha muerto.
Mientras la gente empezaba a congregarse para ver el partido, he paseado por el Eixample, entre los árboles resistentes, plátanos y moreras frondosos, con el alivio de la caída del sol, para fotografiar uno de los últimos lugares de mi libro de la ciudad.
Al volver, la gata se ha echado en el suelo junto al sofá donde yo leía. Parece un poco más tranquila en la respiración. Hoy la hemos dejado descansar de medicinas forzadas, sólo caricias. Ayer por la mañana la vi respirar tan trabajosamente y me miró con una expresión inusual, casi dramática por el peso que soportaba. Fue un momento triste y que me trajo recuerdos.
G. se ríe de mí cuando digo estas cosas, pero la gata a veces se ha parecido mucho a mi abuela (mi abuela materna tenía ojos de gato, redondos y verdes, aunque ella y yo nunca conectamos), y otras veces, sobre todo al despertar, Gilda se parecía a mi padre: últimamente sólo se parece a mi padre.
Ahora que ha abandonado su ejercicio constante de acicalamiento, ahora que ha abandonado el interés por la comida y ha renunciado a sus actividades de caza o incluso a la observación vigilante de lo invisible, ahora que sus movimientos son siempre lentos, sin juegos ni piruetas, sin saltos repentinos ni ataques misteriosos, alegra aún más cuando se aproxima, parece un honor que quiera estar cerca y que no nos incluya en esa elegante y melancólica indiferencia del mundo. Hace unos días, T. vino a pincharla y estuvo un rato y Gilda, que no es rencorosa, se sentó junto a ella, dándole la espalda en esa extraña actitud protectora.
Estoy impregnada de la historia de Ford, tan melancólica, estoica y contenida como los gestos de la gata y su actitud ante la enfermedad. También de su escritura, de su tono particular, que me resulta familiar tal vez porque una vez le traduje, en circunstancias difíciles. Acabé la espléndida lengua absuelta de Canetti, su infancia es el reverso de lo que conozco, su mirada analítica, su humor y la pasión por su madre lo convierten a medida que avanza en un retrato de su figura: como Marguerite Duras, que en sus Cahiers de guerre declara que en su infancia no hubo nada, salvo su madre (ma mère a été pour nous une vaste plaine où nous avons marché longtemps sans trouver sa mesure... Elle devait être très impure avant nous, impure de tant de passion humaine non sanctifiée... Nous fûmes le sel de sa vie, le sel de cette terre qui fut dès lors somptueusement fécondée... Elle vécut cette passion de nous, sana aucune témperance). En los tres he encontrado esa posesividad que monacaliza y acaba por vencer el deseo de la madre de amar ailleurs, autrement. En el caso de la madre de Canetti, eso acaba enfermándola, consumiéndola, acercándola a la muerte. Tal vez también en la de Ford.
Me ha escrito un poeta al que admiro (y que ahora intenta salvar árboles antiguos y frondosos) elogiando mi Crucigrama (Acabo de leer los cuentos, me gustan mucho, son tan eficaces en su concentración, temática, estilística, de espacio. Empiezas a leer y te quedas atrapado, ves que todo corre como sobre una lisa plancha de madera, pero en ese corto espacio que se va hay tanta emoción, tanto que queda detrás, que te abre otras puertas) y La plaza del azufaifo. Me ha dedicado más palabras generosas. Concluye: "eres una escritora con un mundo poderoso y lo defiendes muy bien". Otros dos escritores que admiro, uno poeta y blogger, me escribió hace unos días: Infinitas gracias por el Crucigrama, que he empezado a hacer con diligencia y parsimonia para que dure cierto tiempo (el paladeo, siempre necesario). Voy a leer un delicioso cuento al día, ya llevo dos y me han encantado. De nuevo está lo que se dice y lo que fluye por debajo, lo que sobrevuela y lo que queda en los márgenes del sentido. Todo eso me fuerza a una recepción sinfónica de esa alteridad declinada en varios tiempos: otra forma de recibir esa intimidad de tu decir. Los libros reviven cuando alguien así los lee. Y el otro es fotógrafo y escritor de viajes en todos los sentidos, y acaba de leer Algunos hombres... y otras mujeres: "Tu libro me encantó. Me removió muchas cosas. Es muy bello. Emocionante esta lucha por sobrevivir y reafirmarse entre gentes extrañas incluida para empezar la familia. Me he sentido muy, muy identificado y lo leí de un tirón. Es un autoexorcismo. Una autosanación, bravo. Aparte de lo bien que está escrito, sin barroquismos, de una manera sencilla y tremendamente efectiva. Me encanta. Ganas de hincar el diente a otro tuyo. ¿Cuál?"
Siguen los cohetes y los gritos. Parece que muchos se han reconciliado con el país mediante el fútbol o han perdido el pudor de gritar su nombre. Este pobre país parece vengarse de sus penas, de su desierto cultural, de su crisis económica, de su falta de futuro, venciendo en las batallas deportivas. La alegría es contagiosa. Me alegra la sensación celebrativa, aunque a mí me es absolutamente indiferente la nacionalidad del equipo que gane una copa del mundo y siento alergia hacia la bandera que nunca cambió desde el franquismo. Si hubiera habido ruptura, si fuese tricolor, sería otra cosa. Pero esa bandera y ese himno me traen malos recuerdos.
Alguien decía en Facebook: ayer un millón y medio de catalanes salió a la calle a reivindicar su catalanidad y pedir la independencia y hoy otra muchedumbre sale a celebrar su españolidad. ¿Es una locura, una matización, un statement? ¿O tal vez no son los mismos y salen los que ayer se quedaron en casa? ¿Tal vez todas esas banderas españolas significan que muchos han destapado lo que siempre sintieron? Por un momento creí que eran banderas anti-Estatut; luego G. me dijo que aludían a la copa futbolística. Pero hasta hace poco no ocurría...
Hace muchísimo calor y algunos dicen que ya no acabará hasta que lleguen, si llegan, las lluvias de mediados de agosto. T. y yo preparamos nuestra semana en la Provenza de Jean Giono.

viernes, 9 de julio de 2010

He estado escribiendo

Foto: I.N., Plaça del Diamant, 2010
Un poco todas las mañanas, antes de traducir, y aunque esa escritura de mi novela no es fácil, tiene lentitud de hormiga y a veces es escritura dolorida, me produce también horas felices. Cuando me muevo leo Husos de Chantal Maillard y me sigue maravillando lo que encuentro ahí, sigo pensando que está todo, hay un humor dulce e irónico en ese pensamiento y un peso de las ideas y una exploración que me interesa. Leo también lo que Tolstói escribió de su infancia. Traduzco a Jean Giono y me sorprende su poética lenta y paródica en el invierno helado y montañoso de pueblo amenazado. Traduzco las piezas brillantes de NY de Maeve Brennan y me río con ella y avanzo más deprisa que con sus cuentos, que alterno. Han publicado una carta mía en La Vanguardia.
Mi gata sigue enferma y no lleva camino de curarse. Ha abandonado casi todas sus costumbres, pero a veces se deja acariciar con su respiración fatigada y la cepillamos y le hablamos. Su respiración fatigosa la agota y entristece y a mí me trae otros recuerdos negros. Ha perdido su aliento cazador, deja pasar las palomas y las hormigas y moscas sin siquiera mirarlas. No quiere comer, apenas bebe.
Hoy he comido con la Belle Elaine y dos amigas suyas canadienses. Una tiene un programa de radio cultural, sin cortes, donde ha entrevistado a grandes escritores, entre ellos los Nobel de los últimos veinte años (¡Brodsky! Nadine Gordimer, Doris Lessing, Wislawa Szymborska, Kenzaburo Oè, Harold Pinter, Gao Xingjian, Naipaul, Saramago, Elfriede Jelinek...). Voy a buscar el link que me ha dado para poder escucharlo.Me han dicho que es buenísima. La otra venía investigando sobre bilingüismo y con su mirada inquieta y perceptiva ha descubierto cosas que a otros les cuestan años. Nos hemos reído y hemos hablado de nuestros proyectos y mañana se llevarán mi libro balcánico y mi Azufaifo. Hacía un calor sofocante y ha sido agotador atravesar la ciudad ardiente y húmeda. Luego he tenido que bajar al centro y había hordas de gente ruidosa elevando los grados de la atmósfera.
He sabido que mis cuentos Algunos hombres... y otras mujeres están entre los candidatos al Premio Setenil, junto a cuentistas ilustres, y aunque es una difícil lotería, me ha hecho ilusión estar ahí.
He leído en Babelia cómo EVM buscaba la incertidumbre y las dudas releyendo a Marguerite Duras, y yo, que estos días he recuperado sus Cahiers de guerre para tomar prestado su vigor o su ferocidad, me he alegrado de leerlo.
NOTA ACLARATORIA. Escribí y publiqué este post el viernes de madrugada, es decir, a las 0:59 del sábado. Una lectora del blog ha interpretado que la escribí después de la manifestación del sábado y que al hablar de las "hordas" (de gente analfabeta y compradora, maleducada y ruidosa del viernes por la tarde en Portal de l'Àngel) me refería a los manifestantes, entre los cuales estaban muchísimos amigos míos. Lo cierto es que sólo me refería a las masas consumistas y turísticas del centro en la tarde del viernes. Yo también habría ido a esa manifestación, de no haberla encabezado los políticos que la encabezaban. Toda mi vida consciente, incluyendo mi adolescencia en la clandestinidad, he luchado y apoyado el Estatut, la llengua, l'autonomia y todo lo demás, y natiralmente me opongo a esos jueces de extrema derecha que descalifican esta realidad histórica y justa. Pero en Polis expliqué mi decepción de los políticos nacionalistas, que han usado el sentimiento y el romanticismo para simplemente robarnos con alegría e incluso renunciar a que tuviéramos un acuerdo similar al de los vascos, etc. Que nos han vendido.
Cambio la fecha para que quede claro.

domingo, 4 de julio de 2010

Yo sé que la nostalgia tiene mala prensa

Foto: I.N., Gilda en la terraza, hace semanas, al anochecer, 2010
Pero a veces me pregunto si no se le pide demasiado a esa palabra, que necesitaría dividirse en dos. Se supone que el nostálgico quisiera volver al pasado o le duele haberlo perdido o es directamente conservador, o regresivo. Pero entonces, ¿cómo llamar a ese extraño sentimiento asociado no a la pérdida de lo que fue sino de lo que no pudo ser? A mí me posee y me asalta esa emoción misteriosa. Paso por la que fue mi casa en la calle Herzegovina y no quisiera volver a aquel tiempo, ni vivir en esa casa, pero veo la azotea cegada de sol y el corazón me palpita deprisa, feliz y melancólica de todos esos recuerdos que se agolpan y piden ser escritos, convertidos al fin en materia de escritura. De eso está lleno mi libro de la ciudad, que ya se está acabando. ¿Cómo llamar a la vibración fuerte del pasado que habita en el presente, que lo ilumina como un relámpago nocturno una habitación a oscuras? ¿Cómo llamar sino la Nostalghia de Tarkovsky? En ese sentido, de terremoto que se abre al pasado, que vuelve a traición, por vías inesperadas, como el relámpago, yo sí soy poseída por la nostalgia, pero sin hacer, como diría el profesor Cuartero, laudatio temporis actii.
Ayer vi la película Canino y me gustó verla, especie de parábola familiar de estos tiempos represivos y mentirosos en que se subvierte y tergiversan las palabras y la pura represión acaba provocando violencia. Especie de ciencia ficción o de cuento inverosímil pero muy potente, con buenos actores, aunque tal vez demasiado repetitivo o lento a veces para mi gusto y sin una poética que a mí me deje huella. Me gustó además escuchar las palabras griegas, que ejemplo se diga paradigma, y tantas otras cosas.
En cuanto a mi gata Gilda, su ronroneo le permite relajarse y distanciarse del malestar, tal es la capacidad de los gatos, come un microplatillo de atún todos los días, pero no le funciona el intestino y su respiración es mala. El lunes volveremos al veterinario. Se trata de que tenga la mejor vida posible el tiempo que le queda, así que ahora ella elige los lugares donde quiere posar su belleza gatuna, sin los pocos límites de antes, y la acariciamos y cuidamos. Ayer por la mañana tuve un momento de crisis, respiraba muy mal y sentí un desaliento absoluto y entonces me di cuenta de cómo la posible pérdida de la preciosa felina conectaba con otro duelo mío (la pérdida de la razón de M, su muerte en vida) y con otro dolor, asociado a lo que intento escribir en mi novela, palabras que no me atrevía a abordar y que arden y duelen pero necesitan ser escritas. Y paso de la felicidad de estar escribiéndolas al fin al dolor de hace mil años. Las dos cosas forman parte del proceso y el combate de boxeo me deja exhausta y perpleja.
Mientras he retomado la maravillosa (préstamo de la Belle Elaine) La lengua absuelta de Canetti, que había dejado a mitad y se había quedado enterrada entre los libros. Esa escena en que él y su amigo se cruzan con un tren de ganado atestado de judíos de la Galitzia del Este, que huyen de los pogromos rusos y él se queda desalentado y al llegar a casa de su amigo ya no puede jugar a los soldados, ni merendar. O el maravilloso personaje de Alice Asriel, que contempla con benevolencia y distancia los desastres y tropelías de su legañoso marido, que ha dilapidado la fortuna de ella (No todo es el dinero, dice Alice), enamorado de la criada (Yo no voy a estropear su historia de amor, dice Alice... Si es maravilloso, ella le adora y le besa la mano, entre nosotros nunca hubo nada), o Fanny, la niñera que sonríe siempre y que él imagina sonriendo mientras duerme y sueña, o su pasión por su madre y sus celos terribles contra el pobre Herr Professor... Tal vez su infancia ajardinada me consuela de la mía, que intento convertir en novela, dándole una estructura a lo innombrable. Sé que me estoy perdiendo el Festival de Cine Judío, a ver si le pongo remedio antes de que acabe. Lean de mis decepciones políticas en Polis.

jueves, 1 de julio de 2010

Tantos días

Foto: I.N., robada a mi libro de la ciudad, 2010
Me parece que hayan pasado sin escribir aquí. Como siempre, la sensación subjetiva del tiempo que se llena de cosas. Los cambios de perspectiva, las lecturas y sobre todo la escritura.
Alguien se prestó a escuchar mi lectura en voz alta de algunos primeros fragmentos de mi novela. Pensé que al leérselo, se produciría ese extraño efecto de poder apartarme del texto y verlo con los ojos imaginarios del otro, la Otra Bel, aún sin mirarla, antes de que hablara, descubrí qué era lo que faltaba, descubrí qué era lo que no estaba abordando, cómo estaba esquivando el núcleo principal, de puro terror a meterme ahí. Ella vio lo mismo que yo estaba viendo. Sonaba bien, algunos pasajes me gustaron con la vibración de la voz, pero había agujeros importantes. ¡Y eso significaba una vía para avanzar al fin!
Así que ayer empecé a escribir y hoy he seguido. Ayer fue la felicidad de tener esa opción, de poder seguir, de la escritura que da sentido a lo demás aunque no lo tenga, que permite distanciarme de las demás cosas o que las ordena de una manera misteriosa. Iba por la calle de otra manera. Hoy también he escrito antes de traducir, pero he notado lo que temía, la sensación de tener que abordar ese dolor pegajoso, que me está condicionando también fuera, a alejarme de M. y de su mundo y de la mujer que me cuidó y también ha perdido la conciencia, y es que ahora no puedo verlas porque son personajes demasiado intensos del tiempo del que escribo.
La gata Gilda mejoró. Ayer fue un día asombroso, comió algo, dos veces, salió a la puerta a saludar a G. cuando vino, parecía animada. Pero como en la frase de Lenin: Dos pasos adelante, uno atrás. Hoy la gata se ha levantado distinta, otra vez sin poder probar nada, sólo queriendo dormir. Y a mí me duele la escritura, aunque siga todo lleno de sentido sinsentido, de una alegría de poder seguir ahí y de meterme en el barro, o bajar a aquel abajo del que hablaba Chantale Maillard en sus Hilos o en sus Husos, ese abajo donde escribió siempre Danielle Collobert.
Y es que fui a una lectura de Maillard en la Sala Bassas la otra tarde, como cierre de la exposición pictórica de Andreu Planas. Éramos muchos y nos sentamos en el suelo. Yo veía sus brillantes zapatos rojos como una evocación de Moira Shearer y Andersen en el propio buceo del duelo y la pérdida. Me gustó mucho escucharla porque daba muchas pistas sobre lo que más me interesa de su escritura, que es esa narrativa suya, esa forma de asociar y pasar de una cosa a otra, y esos finales. Me gustó porque leyó Hilos, que yo ya tenía, pero también leyó Husos, conectándolo a Hilos como su origen (he encargado Husos al librero de la calle Berlinès que, conociendo la impaciencia que me caracteriza me dijo: Lo siento, pero no podrá ser hasta... el viernes. Pensaba que iba a decir Till September, Petronella). En la lectura, la gente estaba hechizada (excepto dos o tres que salieron huyendo, pues para ellos, nombrar así la tristeza sería falta de cortesía y necesitaban la presencia del humor. Sólo que en algunas pérdidas no cabe ese humor, sólo cabe intentar pensar, entender, poner en palabras. Y ella, que viene del pensamiento y la filosofía, lo hizo magníficamente. También pensé en Pizarnik, en Ingebord Bachmann y en conexiones con cosas vividas. Al acabar, el galerista nos ofreció en su casa una cena deliciosa, gracias a su don de chef. Había más cuadros de Andreu P. que encajaban con las palabras de Chantal Maillard, con fragmentos de su Matar a Platón en las paredes.
Había quedado con el poeta RH, pero él se quedó retenido en un tren, por unos piquetes desesperados y algo salvajes. Así que me volví a casa, tras hablar con una novelista filobalcánica, y gracias a Stalker, pude ver Là-bas, una interesante y extraña película de ficción documental de otra Chantal, también belga, Chantal Akerman. Mi reproductor de DVD murió misteriosamente en ese momento y la vi en el ordenador, aunque me habría gustado verla en el cine. Esas imágenes magníficas y casi sin cambios, de intimidad protegida con persianas semitraslúcidas, por el soslayo de la cámara, que no la muestra a ella, salvo sesgadamente de pronto, en un espejo en sombras o en la extraña playa, rodada en un apartamento en Israel de donde no puede salir, se siente incapaz de salir, come lo que hay en la casa -arroz y zanahorias-, y lee libros complejos sobre la historia judía y repasa los errores cometidos en Israel, y piensa en Israel y en el suicidio de su tía y de un amigo, que coinciden extrañamente en el tiempo, y la visión lejana de esos vecinos casi adivinados que toman café o fuman en sus terrazas o balcones, y ese algo punzante y doloroso que está en la quietud y en la incapacidad de salir y a la vez la luz africana, total, que parece hablar de un calor absoluto, aunque cuando se ve la playa la gente va abrigada, y la historia y el peso que tiene sobre la identidad y la vulnerabilidad y sus heridas están ahí, en esa voz ya envejecida. Pensé inevitablemente en Agnès Varda -judeidad, Bruselas, memoria- y sus playas de Agnès, aunque aquí desde una narrativa mucho más quebrada, más poética, más nueva, pensé en mi sensación de casa como espaco de envolvimiento, en mi propia incapacidad de salir a veces, en la visión de los otros, casi imaginada, como colección de interrogantes que no necesitan responderse para poder soñar, pensé en que me gustaría tener unas persianas como aquellas...
Antes había estado leyendo Habitación doble de Luis Magrinyà. Él dijo que era un libro bueno para el verano, a mí me sirvió para una noche de insomnio. Lo leí admirada y sin dejarlo. Por su dominio de escritor, el ingenio sutil -entre madrileño y salingeriano- para describir tipologías y colorear personajes, sobre todo el retrato del holandés no-errante Hendrick, la actitud mezclada de cortesía e interrogación por no querer ahondar en los misterios del sexo que le lleva al peligroso bondage vecinal, su razonamiento posterior para no denunciarlo (habría que hablar más de todos esos matices cuando se habla de violencia en las relaciones, cuánto más se acerca Magrinyà que toda la irreflexiva prensa en años), la casa y la relación con las ciudades del isleño y el provinciano, sus cuentos de familias y sus alusiones a la tristeza y la alegría de los fármacos, la historia holandesa me fascinó, pero también me divirtió la cena de los médicos con la vieja extraviada y el dentista, y su neurólogo deprimido en el campo con el amigo camello, y aún más el diálogo perfecto de ingenio y sutileza que transcurre entre los franceses y el paisaje invernal de Sisley, y al final, por encima de todo la genialidad de su ensayo sobre la paternidad a través del padre del carnicero de Milwaukee, absolutamente genial, a pesar de mi disentimiento ideológico, por el approach de las neurociencias (más moderno que yo, pues al fin y al cabo, los laboratorios farmacéuticos son los que ahora fabrican la ideología y los genetistas que a mí me gustan, los humanistas como Cavalli-Sforza, que niegan que ninguna conducta tenga origen genético-biológico, son acallados en los medios junto con los psicoanalistas, sobre todo en este país de desierto cultural y de ausencia de lo judío), y su curioso supuesto rechazo de lo psicoanalítico al mismo tiempo que usa y se apropia de muchas de sus ideas, hablando no sólo ya sólo de le retour du reffoulé sino de un relajarse o someterse al inconsciente, y tantos otros argumentos, porque precisamente la refrescante libertad moral y sin hipocresía que tanto me gusta de su approach (supongo que a los críticos les parecerá admirable en un hombre, en lugar de tacharlo de amoral o promiscuo; tan libre como la Colette de Le pur et l'impur, pero furiosamente contemporáneo) encaja bien con lo psicoanalítico. Pero una cosa es mi posición ideológica y otra muy distinta lo estupendo que es el libro. Reconozco que la primera historia no me arrebató como las siguientes y que pese a sonreír con las reapariciones de algunos personajes -el del crucero en un bar de Ámsterdam, por ejemplo- no siempre he llegado a ver las razones estructurales de la unión de algunos cuentos dobles, la relación entre una y otra parte, pero eso puede deberse a esta lectura loca que he hecho, nada analítica, sólo dejándome llevar. Y en cuanto a su acercamiento a los monstruos, me resulta cercano pese a la sorpresa inicial, al fin y al cabo yo escribí de la guerra y entrevisté a un malvado, que tampoco se había manchado las manos...
Y héme aquí en este calor radical, enredada en esta extraña madeja, traduciendo a MB., contenta por haber encontrado un camino a mis infiernos, aunque tenga que salir de ellos escaldada, aunque la bajada no sea impune, es una bajada virtual, como quien dice. La gata, tras un violento rechazo, acaba de aceptar un platillo de atún.