domingo, 29 de marzo de 2009

Cualquiera diría

Foto: I.N., Restos de un antiguo esplendor, Barcelona, 2008.
Que tengo el blog abandonado. Ya no recuerdo qué es lo que me ha apartado de aquí. Tal vez mis proyectos de otros ciclos de conferencias con Lydia Oliva, que se multiplican. O una pequeña traducción urgente. O mi glorioso aunque lento retorno a la escritura (propiciado por una frase de mi editor), en un proyecto interrumpido, pues depende extrañamente de unas imágenes que surgen de mi memoria y que tengo que ir a buscar a la calle, con la cámara, cuando todavía existen. A veces, en su lugar me encuentro ruinas con obreros poniendo cimientos para construir un nuevo horror sobre la belleza perdida, como me pasó el otro día en ese tramo tan afeado y ruidoso de la calle Còrsega, donde habían derruido el histórico Cibeles (nos arrancan trozos de memoria y los llenan de sus feas nadas, de sus vacíos sucios). Siempre he asociado el trabajo a mi mesa, a un ordenador desde que existen los ordenadores individuales, y me cuesta pensar en un trabajo callejero sin sentirme culpable, y sólo lo hago de paso, a la carrera, o en domingo: hoy me ido corriendo con la cámara a dos lugares de Gràcia, identificados primero por alguien más memorioso que yo mediante el qdq. Corría murmurando oh dear, oh dear, I shall be late..., porque G. esperaba sus patatas chinas al horno, y más tarde bajaré a ver al pobre azufaifo, rodeado de pájaros, flores y de la basura que esos mutantes que nos rodean, feos barceloneses descerebrados y salvajes, le arrojan a diario, para alegría del distrito y su regidora, quien ha expresado en reuniones y cenas su disgusto por la preservación del azufaifo. El florista me ha parado para decirme que el día 7 de abril una concejal del distrito hablará en Vil·la Florida del proyecto de tala masiva de los almeces; pobre plaza Joaquim Folguera. Yo no iré. Escuchar a esa gente mentirosa y arboricida del distrito es peligroso para mi salud. Pero preguntaré a alguien que vaya, tal vez algún periodista...
Mientras, he leído, avisada por mi editor, que Alejandro Gándara vuelve a citar mi libro en su siempre interesante blog (con mordiente literario) y eso me llena de alegría. Lo importante es que quienes saben de literatura lo valoren, no la opinión de quienes no saben. "No paro de leer críticas favorables de tu libro", me dijo el otro día Jordi Herralde, antes de la charla que mantuvo con Vicente Molina Foix en Bertrand. Les escuché decir que nadie compra cuentos y me habría gustado quedarme para objetar. Vi a Pere Gimferrer, pero no pude saludarle; tuve que irme antes de que terminara y se lo dije cuando me lo encontré el viernes en el bar de Casa Fuster. "¡Has escrito un libro albano-kosovar!", me dijo al saludarme. Hablamos un momento. Le conté que alguien me había recomendado efusivamente su libro Tornado, que aún no he tenido ocasión de leer, pero lo remediaré pronto. En la librería Bertrand yo buscaba maquinalmente el espacio del antiguo cine. Vi que predomina ostensiblemente el best-séller (me consoló el jardín del fondo) y fui a "quejarme" de que no tuvieran mis libros, pero resultó que La plaza del azufaifo estaba en el escaparate. Una buena librera que trabaja allí me dijo que pensaban equilibrar esa desproporción momentánea con otra clase de libros, reclamó 100 días para valorar la librería y me prometió que pedirían más ejemplares de Si un árbol cae. Hace poco me escribieron de una librería madrileña, De Viaje, donde recomiendan el libro en su web y en el escaparate.
El viernes por la noche fui a ver la película de Doris Dörrie. Por desgracia, sólo la ponen en ese cine semiabandonado que es el Casablanca Gràcia, donde hay asientos impracticables con el cartel "butaca averiada" (lástima de cámara) y nos dieron unos pedacillos de papel donde la taquillera había anotado la sesión a mano. Me recordó a aquellos descampados, campos abiertos o barrizales en el Marruecos de hace treinta y pico años, donde al dejar el coche siempre aparecía un hombre de detrás de unos arbustos diciendo Parking! con un pedacito de papel donde ponía 1 dirham, tachado, 3 dirhams... La película me gustó, pese a una longitud tal vez excesiva y pese a que hay algo exagerado o mal explicado en esa familia que se desconoce (y eso sí me resulta familiar... Pero lean mejor el comentario inteligente de V). Yo iba con mis pensamientos negros sobre las maldiciones y desencuentros familiares y me gustó que se hablara de eso, de lo que no se podía o no se lograba decir, de la torpeza y de las prisiones de cada uno. Me gustaron las imágenes, me gustó mucho la actriz protagonista, Hannelore Elsner y no pude librarme de la tristeza. Se trataba de la vejez, y yo me sentía como mi amigo octogenario cuando fuimos a ver aquel maravilloso teatro de Riga y nosotros nos reíamos, y él dijo que nosotros no podíamos entenderlo pero para él era duro. J'ai plus de souvenirs que si j'avais mille ans, pensaba yo, y me sorprendió que alguien joven llorase a mi lado mientras que su acompañante dormía.
Mientras, acabé mi conferencia sobre el dolor, aunque no la he revisado. Estuve buscando con ese pretexto en el libro de Sophie Calle, picoteando otro de Chantal Maillard, hojeando uno de la Duras que no abordaba el tema, seguí con Colette, que sí lo aborda. Con mi torpeza tecnológica no supe poner en facebook un vídeo histórico punk que siempre me vuelve a la memoria y que data de la época de una de mis muertes. En su Dietario voluble, de hoy, VM habla de la condición amoral de la literatura. Justamente ayer pensé que disentía del texto de otro articulista que defendía a Soljenitsin diciendo que no le importaba que no fuese una cumbre de la literatura y yo me preguntaba por qué defender al quejumbroso Soljenitsin si está Shalamov, que sí es una cumbre de la literatura... Fue Shalámov quien me hizo comprender a mí los horrores de Stalin. Él sí siguió la máxima de Spinoza: "No llorar, ni lamentarse, inteligir." Es como si VM le contestara. Pero luego he empezado a preguntarme si me habría explicado bien en una de mis reseñas, donde sí cito cierto código moral o mi falta de simpatía por su actitud, aunque creo que he dejado clara la sensación de tedio que me produce esa escritura vacua, para mí sin vida (intento como siempre mostrar su escritura, para que quienes me lean puedan decidir que tal vez a ellos sí les interese). Dedicarse a la ensoñación inocente mientras a su alrededor, los suyos perpetraban matanzas y genocidios, aunque no me inspire simpatía, podría justificarse con buena literatura descreída y amoral. El problema es que, para mí, su escritura sólo muestra un vacío tedioso con el que rodea su silencio. Yo necesito la subjetividad en la lectura como condición necesaria e inescapable, y por eso tampoco pretendo ser indiferente a la ideología o la moral o los estereotipos, porque también detienen la lectura, aunque sea por saturación de un discurso reductivo. O de un mensaje que se superpone cansinamente a la forma y la pervierte, la agota, la limita... al menos a nuestros ojos, con nuestra lupa. Por encima de todo está el goce de la literatura. Si no no podría explicar por qué perdono la misoginia rabiosa de unos y nunca la de otros. Todo depende de la escritura y de lo que cada lector encuentre en ella.
Mañana, nuestra última conferencia en CajaMadrid. Hablaremos de Gisèle Freund y Natalia Ginzburg. A las 19h en plaça Catalunya 9. Entrada gratuita.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Las moscas

Foto: I.N., Escaparate parisino, 2009
Unas mosquitas pequeñas, de primavera, vuelven a volar en un círculo pequeño de la terraza, en una danza que fascina a la gata Gilda, aunque al final el sol puede más y la gata cierra los ojos, en esa vida ensoñada suya que transcurre sobre todo en territorios oníricos y sensualidad perezosa sin obligación ni culpa.
Ayer salí de una casa de Diagonal Passeig de Sant Joan donde ululan unos monos que le dan al aire una nostalgia vagamente selvática. Tenía una misión en una extraña tienda esotérica más arriba de Lesseps y no había comido, pero aunque la sacrocraneal me había vaticinado que estaría cansada y somnolienta, no podía dejar de andar. Llevaba manoletinas y tal vez tuvieran las propiedades mágicas de las zapatillas rojas de Andersen y me convirtieran en Moira Shearer, el caso fue que recorrí el Passeig de Sant Joan hasta arriba mirando los plátanos, que extendían sus hojas como faldas de bailarina de muselina verde agitándose levemente a la luz. Pasé seguramente junto a la casa de la abuela proustiana que tanto condicionó a su nieto artista conceptual, y recordé otros habitantes literarios de esa calle, y pensé en la foto antigua en que Passeig de Sant Joan es un espeso bosque. Aún quedan algunas casas bonitas y esos árboles, que crecieron a pesar de la tierra compactada y cementosa, delgados pero abriéndose como manos lánguidas y nervudas retorcidas hacia el cielo, ¡manos flamencas! De vez en cuando (Indústria, Sant Antoni Maria Claret), a la izquierda o la derecha, una esquina de ese feísmo que tanto gusta a nuestros arquitectos y al ayuntamiento y que me causaba un estremecimiento interior. Pero yo iba buscando la belleza y la verdad, como dice un librero amigo citando a no sé quién, o como Walser en sus paseos montañosos, sobre todo porque cada vez más siento que la fealdad me enferma y cuanta más belleza me rodee más protegida me siento (pero es tan difícil en esta ciudad, donde el ayuntamiento se puso hace años al lado del feísmo más brutal y absoluto y no para de avanzar, destruyendo con saña los rincones luminosos). Las zapatillas mágicas me llevaron hasta el final y luego por Torrent de les Flors arriba, donde los asaltos de la fealdad se iban haciendo más y más visibles, pero yo me obstinaba en mirar casitas de una belleza proletaria y con aires de la vieja Barcelona anarquista, o esa plaza donde Rovira i Trias se sienta oscuramente en el centro, o los cds que giran al sol para espantar a las palomas en algunos balcones, o una extraña columna de ladrillo retorcido que parece sostener un porche.
Cuanto más crecía lo feo más improbable era que me parase a comer algo, porque la fealdad va unida a los bares grasientos, como en Sants, y expulsan vaharadas disuasorias junto con sus pizarras de menús. Atravesé la vilamatiana Travessera del Mal y quise entrar al monasterio de Sant Josep de la Muntanya, a ver aquella capilla llena de ex-votos, pero no sé si ya no existe o estaba cerrada. Había tres mujeres sentadas al sol. Vi el edificio bonito y singular donde vive la italiana-barcelonesa AM, dominando la ciudad, atravesé callecitas insospechadas y al fin llegué a la brutal fealdad de Hospital Militar, sin querer mirar el horror que lleva el apellido del pobre Ferdinand. Calle arriba habían masacrado los árboles, a modo de poda-escabechina, típica del Parcs i Jardins de la escuela mayoliana. Todo olía a grasa y a contaminación. Había siniestras grúas en los únicos jardines que quedan y que se veían desde la casita blanca, las orgullosas palmeras de unas monjas, seguramente vendidas ya a algún mafioso del cemento. Y luego llegué hasta el principio de la calle Putxet sorteando obras y calles masacradas de fealdad, como Escipió, donde han ido derruyendo toda la belleza, vergonzosamente. Una señora mayor, muy amable, lleva días trayéndome el correo que una cartera nueva ha decidido dejar en su casa, sólo porque esa señora vive en el mismo número de otra calle cercana, y por suerte para mí, mi tocaya numérica tiene buena voluntad. Así me ha llegado un libro de Colette, otro de Ramon Dachs, una carta de Random (nunca mejor dicho)... Llamé a correos para quejarme porque ya van tres días en que la cartera decide no mirar el nombre de la calle sino sólo el número, por una razón misteriosa que sólo ella conoce. Me dijeron que vendría a verme, para hablar conmigo, pero no ha venido. Le dije al funcionario que no tengo nada que hablar con ella, sólo quiero que me traiga las cartas a mi casa. "Habrá que ver si son nuestras", espetó entonces el funcionario. Con sellos y matasellos de correos, ¿de quién podrían ser? Correos es así. En verano pasamos un mes sin correo porque, según me dijeron en la oficina cuando llamé, un vecino había dado orden de que no lo trajeran durante las obras. ¿Qué vecino? ¿Y cómo podía decidir un vecino por todos? ¿Era eso regular? De no haber llamado yo para preguntar las cartas de todo el edificio se habrían quedado allí o habrían sido devueltas al remitente for ever and ever. Y es que en este país la gente es pasiva y se conforma con todo.
Intento escribir lo imposible de escribir, una conferencia sobre una autora experimental que se opone a mi narratividad con fiereza dolorosa y que me interpela brutalmente con su texto (no sólo por su suicidio temprano, que me recuerda a FW), me sacude como aquellas olas de la playa de Las Furnas (antes del Prestige, ay), que hacían reír a los delfines, pero arrojaban violentamente a la orilla a cualquier intrépido bañista con el pelo para arriba, la piel coloreada por la erosión de la arena y un golpe despiadado.
Pero yo recorro ya ese camino como si fuese en bicicleta por una de aquellas carreteritas de mi infancia, llenas de las luces y sombras de los árboles, que formaban cúpulas verdosas, todos esos árboles que talaron por una ley perversa, pero que en Francia siguen maravillándome (sin duda por ese trastorno ocular mío que un reseñista, de esos orgullosos de su españolidad que se enfurecen por cualquier crítica comparativa, me atribuyó y que según él me impide ver basuras en el suelo en Europa o me hace imaginar carreteras arbóreas en Francia). Dice un poema mínimo de Ramon Dachs, de un librito bastante oriental
camins arbrats
amb perspectives
per on fugir
Ayer se cayó un montoncito de libros y apareció uno de poemas de Bertini y los releí. La suerte de la poesía es esa condensación que permite leer tanto en tan poco tiempo... Muchos volvieron a sorprenderme, pero me quedé con
árbol navideño:
andaré por la que fue mi casa con cuidadosos
pasos de silencio
para no despertar a los que vivan dentro
faltarán mis dibujos, mis gatos, mis humores
pero habrá algún lugar donde todavía yo
palpite
un rincón cualquiera donde
¡ay de mí!
todavía no haya muerto.
Les dejo con él porque el tiempo vuela. Aunque, como decía ayer un editor muy activo en Facebook
"One post a day keeps the doctor away!"

martes, 24 de marzo de 2009

En su blog de El Mundo, Alejandro Gándara

Foto: I.N., Belgrado, septiembre, 2007 Si un árbol cae El Escorpión - Alejandro Gándara Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes por Isabel Núñez. 24 de marzo de 2009.-
"He sobrevivido del mismo modo que ellos murieron. Entre mi supervivencia y su muerte no hay ninguna diferencia, porque permanezco vivo en un mundo que está marcado para siempre, indeleblemente, por su muerte". Isabel Núñez recoge esta cita (del escritor Emir Suljagic) en su espléndido libro Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes (Alba), un viaje literario y físico a ese mundo de la ex Yugoslavia arrasado por una de las tragedias más desconcertantes de la última historia europea. Y también una muestra de la desidia de la política continental, siempre presta a retroceder en cuanto se trata de hacer algo en serio. En fin, aquello fue muy triste para los que lo sufrieron y muy vergonzoso para todos los demás. Dice Slavoj Zizek: "El principal obstáculo para la paz en la antigua Yugoslavia no eran las arcaicas pasiones étnicas, sino la mirada inocente de Europa, fascinada por el espectáculo de esas pasiones". No, Europa no ayudó. Estados Unidos, sí. Tarde y mal, pero ayudó. Lo que pasa es que luego se puso a cobrarlo y exigió su precio. Después del ataque del 11 de septiembre el gobierno norteamericano pidió a Bosnia y a otros países de la zona que votaran contra la creación del Tribunal Penal Internacional. En fin, fue una guerra (más bien, guerras) particularmente pérfida y fraticida. Cuenta Marko Vesovic: "Una vez le dije a un periodista, andando por un parque, que si un árbol cae, nadie lo ve, no cambia la vida de los árboles. Y eso era exactamente la vida en Sarajevo durante el asedio, eso era el individuo en Sarajevo". La posguerra no está yendo mucho mejor. Según la escritora croata Tatjana Gromaca, tras el conflicto, la gente sabe que no puede mostrar su xenofobia, sus prejuicios, su chauvinismo, pero sólo se reprime. Es una moda; se lleva la democracia, la libertad de opinión, el derecho de las minorías, pero es pura fachada, hipocresía. No quieren oír y castigan las maneras de pensar más críticas. No se puede conseguir trabajo. Las mafias y sus clanes están entrelazados con la política. Esa gente se ocupa de amedrentar a los que piensan por su cuenta. "Ahora todos quieren olvidar lo que hicieron; es un gran engaño, así no se resuelven las cosas. Si no se aclara, volverá a salir." PDT. Y de este mundo es del que retorna el contingente militar español. Por cierto, no consigo encontrar ningún poema de Carme Chacón. ¿Será cierto que escribe para sí misma, como creo haberle oído declarar?

domingo, 22 de marzo de 2009

Cansancio

Foto: I.N. Árbol enmarañado de la Maison Européenne de la Photo, París, 2009
Ayer fue una noche agitada y llena de imprevistos, que mantuvieron en vela a algunos amigos, y yo tuve que madrugar en vano porque el amigo que iba a guiarme al refugio antiaéreo tuvo también un percance. Así que estoy a punto de retirarme a mis aposentos con las Collected Stories and Other Writings de Katherine Anne Porter. Pese al cansancio he cumplido mi deber de hoy, he entregado mi reseña, no sin dudas e interrogaciones (a veces hay que oponerse a todo y tener coraje, aunque sólo sea por una ética humilde hacia lectores invisibles, aunque pueda ser incómodo... Incluso he llamado a mi amigo serbio para pedirle su opinión, ya que se trata de una literatura que él conoce bien, y me ha ayudado su rapidez analítica, y de paso él me ha anunciado su visita dentro de dos meses; los dos nos echamos de menos), he acabado unas propuestas de conferencias conjuntas (con Lydia Oliva) en otras instituciones, antes había actuado con el librero amigo y vecino como brigada de limpieza del jardín del azufaifo. Si de verdad hay ratas, tienen la cortesía de no aparecer cuando entramos en el jardín. El árbol estaba cerca, precioso, justo a punto de empezar a llenarse de hojas, de achinarse: Yo le decía a A. que no puedo evitar ver a esa gente que tira la basura al jardín como salvajes, como los asesinos de Alcàsser que contaron una vez en un programa una costumbre brutal, irrepetible aquí, pero que explicaba gráficamente su primitivismo (J, que veía ese espantoso programa, me lo mostró). Así es este país, no nos engañemos, mi calle queda todos los fines de semana sembrada literalmente de papeles y bolsas, y hay contenedores de basuras y papeleras por todas partes, pero es que este es un pobre país de gente primitiva y analfabeta, de gente descerebrada, violenta y sucia, gente que compra coches y vacía los ceniceros en un pobre jardín, por no dar dos pasos más y tirarlos a la basura, gente que se compra perros y no recoge los excrementos, gente que lleva traje pero arroja bolsas repletas de basura al azufaifo. Ese panorama, que me recuerda a mí misma hace años recogiendo con palos bolsas de plástico en el mar desde una barca, hasta que dejé de ir (gente que compra barcos, pero tira la basura al mar, gente a la que no importa bañarse entre basura porque ellos mismos no difieren mucho de esas basuras que tiran), me encoge el espíritu y me lleva a concluir que este país no tiene remedio ni esperanza.
Mientras, me llega la noticia de que el ex ministro de Justicia renovó el título a la familia del general Mola. El fascismo forma parte de esa miseria del país, como la basura. O la posición servil de la supuesta izquierda, como dijo la psicoanalista Anna Miñarro una vez, siempre víctima sirviendo al amo.
Mañana daremos nuestra penúltima conferencia en CajaMadrid, a las 19h, Escritoras y fotógrafas silenciadas. Algunos asistentes nos preguntan si no publicaremos esos textos y a veces se me ocurren editores otros que tal vez... pero el suelo sembrado de basura y las noticias que confirman ese legado fascistoide nunca roto en este país no propician las esperanzas. El panorama editorial y sus dificultades no son sólo culpa sólo de los editores, ¿quién lee por aquí? V, que sí lee, y que recobra su humor pétillant enseguida tras los naufragios, me decía: "Sea como sea acabarás publicando esos textos, porque estás escribiendo sobre esos personajes, aunque sea en otra clase de escritura, otro formato..."
Y me quedaba el eco de las conversaciones de la cena de ayer: Anne-Hélène Suárez estaba muy guapa con su vestido ligero y abarrocado al mismo tiempo como el plumaje de un pájaro y brillaba junto a su copa de champagne y describía con gestos a una gata llamada Tallullah, y hablamos de traducir, escribir y tantas otras cosas, y la crónica que nos hizo el poeta Ramon Dachs de su viaje a la Antártida, con la asombrosa afinidad de escritores, pintura y escenas que asociábamos y que recogerá pronto su libro, y el humor del librero de la calle Berlinès y la mirada comprensiva y de connoisseur de Marga...
Pero les dejo ya, a seguir leyendo. Por cierto, no se pierdan el artículo de Vila-Matas en su dietario voluble, con título espléndido, Un atisbo de la realidad. Su idea principal me consuela: siempre pensé que esa mirada mía momentánea y fugaz sobre las cosas para escribirlas era una falta grave, una ligereza, pero ahora me siento explicada. Vuelvo con K. A. Porter, que habla de los últimos tiempos de Joyce y de Sylvia Beach...

viernes, 20 de marzo de 2009

Mis forcejeos con lo real

Foto: I.N., París, 2009
¿Cómo empezar? Por una parte, estoy furiosa por la actuación de la policía contra los estudiantes y he publicado algunos posts en Polis que espero que vean. Creo que esta insumisión y rebeldía de los Mossos no es casual, plantan cara a Saura y a quien sea, apalean a los periodistas (pueden verlo en los vídeos de youtube), ignoran, como me dijo una vez una fiscal progresista, que están por debajo del juez y yo añado que ignoran que deberían servir a los ciudadanos que les pagan su sueldo, todos nosotros. Lo mismo aplicaría a esos urbanos humilladores que retienen, ofenden y multan a los peatones, ya sometidos al envilecimiento municipal, siempre a favor del automóvil. Y me alegra muchísimo que algunos profesores ilustres, tal vez los últimos humanistas, que siguen defendiendo la Universidad como lugar de conocimiento, hayan denunciado lo que se está haciendo en la Universidad, a diferencia de esos que arremeten contra los estudiantes, se burlan, los acusan de estupida ignorancia o califican de apasionante el proceso de burocratización y mercantilización de esa pobre Universidad, donde el nivel de conocimiento sigue bajando en comparación con Europa.
Por otra parte, en Le Monde nos advierten contra las fresas andaluzas, en concreto contra la agricultura española, que sigue utilizando pesticidas y productos tóxicos prohibidos por la Unión Europea, productos que dañan nuestros pulmones, las de los trabajadores marroquíes que trabajan allí y en último lugar, la capa de ozono:
Mangez cinq fruits et légumes par jour nous dit notre programme national nutrition santé. Mais quels fruits ? La pomme golden conservée trop longtemps dans une atmosphère contrôlée : quel sera son apport en calories ? Les fraises ? Les limiers de WWWF-France sont allés en Andalousie voir les fraises d'hiver qui envahissent les supermarchés. A l'automne, la terre sableuse a été nettoyée avec du bromure de méthyle et de la chloropicrine. Le premier est un poison violent interdit par le protocole de Montréal car il attaque la couche d'ozone ; le second bloque les alvéoles pulmonaires. Premiers touchés, les travailleurs marocains ; en second les consommateurs.
Hay que recordar que en 2004 la Unión Europea cerró ya granjas agrícolas andaluzas en 2004 por ese motivo. Nuestra prensa no lo publicó. Yo lo supe el otro día gracias a un programa de Arte TV donde se decía que los alemanes rehúyen los productos agrícolas españoles... ¡con razón! El problema de tener un gobierno compuesto por personas procedentes de lobbies de transgénicos, laboratorios farmacológicos, que no nos defiende ni protege...
Anteayer un millón de franceses se manifestaban contra Sarkozy. ¿Y nosotros cuándo? ¿Para qué nos sirve pagar el sueldo de estos políticos con nuestros impuestos? ¿Nos sirve a los catalanes el estado de las autonomías, salvo para pagar a una policía "descontrolada, pero catalana" que apalea estudiantes, periodistas y turistas escandalizados? ¿Qué han hecho por nuestra enseñanza pública, ahora a la cola ya no sólo de Europa, sino de España? ¿Qué han hecho con la Universidad? ¿Y con el medio ambiente? ¿Y la protección del patrimonio arquitectónico e histórico? ¿Qué han hecho con la atención social, pagando tan mal a los médicos que salen huyendo a Inglaterra y a Portugal, mientras hay que atraer a toda prisa a médicos extranjeros, a veces sin tiempo para que aprendan el idioma? De acuerdo, ha servido para proteger la lengua catalana, ¿pero era ése el único camino? ¿No resulta todo un tanto desproporcionado? En fin, se me han colado aquí reflexiones de Polis... Mientras, ayer me dolió de nuevo el brazo (dos pasos para adelante, uno para atrás, dijo Lenin), sentía que no lograba hacer lo que debía, que perdía el tiempo miserablemente, aunque había escrito, a última hora de la madrugada, una "ponencia" que me pidió el poeta Francesc Gelonch para el "Grup d'estudis carleshacmorians" de Facebook, y la verdad es que me alegra haber encontrado la ocasión de expresar mi gratitud...
Acaba de llegar la versión audio de mi Crucigrama, que se presentará el 17 de abril en la galería h2o de la calle Verdi, a las 20h (y yo luego me iré corriendo al cumpleaños de una amiga), ¿reuniré el valor de escucharla?
Corrijo las galeradas de Els meandres de la traducció, que saldrá pronto en plaquette de Cafè Central. Y me pregunto si podré escribir algo para una propuesta sobre la escritora francesa D.C. que me han hecho, aún no sé.
Anteayer recibí la visita de dos americanos atípicos, uno de ellos vive en Ramallah, donde intenta paliar a su manera los efectos de la desastrosa política de su país en el mundo, habla árabe y hebreo y los dos se defienden en un castellano sin acento. Estuvimos despotricando del mundo y contándonos un poco la vida.
Como siempre, se acumulan las misiones para el fin de semana, que en realidad ya ha desaparecido antes de empezar. Mañana la mañana visita a un refugio antiaéreo de la guerra civil, junto con un amigo guía que trabaja en esa reconstitución de la historia y la memoria perdida. Ayer, fui a comprar un libro de Valery Larbaud (un volumen de sus Oeuvres de La Pléiade) a un célebre librero de Gràcia y cometí el error de preguntarle por qué nunca tenía mis libros; me sorprendía que ninguno de los tres le hubiera parecido digno hasta ahora, precisé que no era un reproche, sino sólo curiosidad, casi antropológica. Primero respondió que no le caben todos los libros, lo cual es muy comprensible. Yo aludí al prestigio de las editoriales (Alba, Melusina...) y a la vecindad y afinidad de mi primer editor (h2o, en la misma calle Verdi), y luego a la difusión en la prensa. Mal hecho. Él me dijo que Juan Goytisolo (en El País) y Joan de Sagarra (en La Vanguardia) hablando de mis libros no sólo no ayudaban en su caso, sino todo lo contrario. "Son malos recomendadores", dijo y añadió un calificativo mucho peor. Me quedé estupefacta. Yo comprendo las simpatías, antipatías y objeciones que pueden hacerse a cada uno, pero que ésa sea una razón para no vender mis libros me asombró de verdad. La verdad es que yo me lo había buscado, por preguntar. Al salir me pregunté si esos autores estarían también vetados en su librería. Me pregunté si no tendrían ningún libro recomendado por esos autores. Si se leerían sus recomendaciones para no tenerlos. O si sólo lo harían con escritoras mujeres. Me pregunté si accedería en el caso de que un cliente le pidiera un ejemplar de uno de mis libros. O si le dirían, como los tenderos de High Fidelity, que ellos no venden semejante cosa. Claro que, concluí, algún criterio hay que tener para seleccionar. Un librero tiene todo el derecho de reservar el derecho de admisión para los libros, de ser excéntrico, de ser misógino, de guiarse por sus prejuicios y no ir más allá, de regentar su propio y orgulloso reino de Taifa; para ese librero yo soy autora non grata, pero también soy libre de no volver por allí.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Solazo

Foto: I.N., librería china en París, 2009
Una simple combinación como el sol radiante que hoy me envuelve en esta sala, unida a un pensamiento que he tenido al leer mi reseña de Erling Jepsen en La Vanguardia Cultura/s y los restos de una ensoñación matinal han bastado para sentirme energética y acabar mis ejercicios bailando alegremente por la casa. Justo antes, un G. recién tatuado con un dibujo esotérico maorí me ha llamado preguntándome por qué ayer estaba mustia y me ha dicho una de sus frases iluminadoras sobre nuestra vieja conexión shasán.
Anteayer vi a mi vecino en manga corta por la calle, aunque soplaba un viento bastante fresco bajo este mismo sol. Iba con un alegre acompañante belga en shorts y le señaló como culpable de la ligereza de su atuendo. Il faut profiter du soleil me dijo el radiante belga, que estaba probablemente feliz de salir de la grisaille del norte. Me recordó a aquel agosto en San Peterburgo en que yo buscaba la sombra mientras los lugareños seguían por el sol porque, decían, allí duraba poco y había que aprovecharlo.
Es verdad que los almendros han florecido, que los brotes de mi castaño de Indias han estallado en hojas peludas y que ayer vi uno de esos abejorros castaños describiendo sus particulares círculos de vuelo en torno al jacinto que me regaló V., que yo estaba trasladando a una maceta, aunque fuese un riesgo para sus flores (embriagadoras).
A momentos desespero, mi impaciencia no puede, mis tentativas con la novela generan millones de dudas, los pensamientos negros (JRJ. Era mayo y el campo estaba lleno de vida y de pasión./ Yo iba con mis pensamientos negros hacia un mundo sin ojos) se desencadenan, los franceses no contestan, el contrato no llega, las instituciones de las conferencias son lentas, mi escritura no avanza y a veces la parte de mí contraria a una opción vital extraña que adopté hace poco inconscientemente se rebela y el resultado son momentos de tristeza, como ayer, cuando visité a los dos orgullosos tatuados, que me ofrecieron quesos sofisticados e incluso hospitalidad nocturna. Pero yo iba sin nada, vestida de yoga y envuelta en mis pensamientos grises como una cortina delgada, así que me volví a casa. Luego estuve leyendo la biografía de la Esfinge y su grupo y me reí, añorando esa brillante ligereza wildiana y leversoniana. Decía Ada Leverson que Oscar Wilde demostraba un especial talento literario en los telegramas. Me acordé de lo que decía G. de mis sms balcánicos, y es que salvando las abismales distancias, ¡las exigencias de síntesis propician lo literario!
Tuve que levantarme y la quietud silenciosa de estos barrios me asaltó: Barcelona es un pueblo, pensé. Tan ruidosa como El Cairo de día (ahora condenan a años de cárcel a los de los bares y yo pienso que es injusto y desproporcionado porque el ayuntamiento, con su escandalosa doble moral y su compromiso con el cemento, promueve y aprueba el estruendo diurno, y las obras, las sirenas, los transportes no tienen aquí límites de frecuencia ni de decibelios) hasta la náusea y la enfermedad, de noche es rural y quieta, sin el rumor vital de las ciudades de verdad, sin la sensación de que uno podría bajar a la calle y seguir viviendo, como ocurre en París o en Nueva York (en Buenos Aires, dice Cacho).
Por cierto, ha desaparecido a traición mi contador de visitantes invisibles. He intentado poner otro; no sé si funcionará, pero empieza desde cero...
Plus tard... Copio en Polis lo que me cuentan del brutal desalojo de los estudiantes y la forma en que los Mossos a las órdenes de Saura los han castigado desproporcionadamente. Si eso es la izquierda...
Escucho otra vez estos días, sin cansarme, a la que fue maravillosa cantante de los Fugees y que en este disco sabía cantar llorando y reírse mientras lloraba y hacerlo todo en una atmósfera desnuda y hechizante y al ir a buscar un link (por MB, un psicoanalista amante de la música y lector -espero que todavía- de este blog, que me sugirió que dijese con qué música bailaba yo por la casa en mis momentos de felicidad) de youtube, he leído de su supuesto desequilibrio, de un supuesto quinto embarazo del hijo de Bob Marley, que no reconoce a los hijos, y la noticia me ha causado desazón, y me pregunto tontamente cómo esa voz magnífica, tan llena de calor e insight, y esa belleza energética y joven y... en fin, casi como la pregunta retórica de mi madre cuando yo era adolescente (como si ella no hubiera sabido realmente nada de su responsabilidad en lo que me había destruido): "¿Cómo puedes llorar, con esos ojos tan bonitos?"
Firmen aquí contra la destrucción de la Diagonal, la tala generalizada en Barcelona, y no hagan ni caso de esa petición de dinero de la web, nada que ver con nuestro manifiesto...
Me mandan de Portugal una información vilamatiana para que la divulgue:
JumpCut – Promotora de Teatro e Cinema informa que novamente se va a apresentar en Portugal Sentido Portátil, la adaptación teatral de História Abreviada da la Literatura Portátil, de Enrique Vila Matas.
Acontecerá en Teatro Taborda (Costa do Castelo, 75, Lisboa) de 15 a 26 de Abril por las 21h30, de Miércoles a Domingo. (Lo envío de esta información es para poder divúlgala en todos los blogs que hablen e gustan de Enrique Vila Matas. Puede ser que alguien se interesé e venga al espectáculo). Para mas informaciones, por favor contacten:
Daniela Siragusa jumpcut@jumpcut.pt
Tel.: +351213230053/+351962316170
www.jumpcut.pt

domingo, 15 de marzo de 2009

Après la plage

Foto: I.N., Fachada en una calle de París, 2009
Anoche, el cambio de medicamento homeopático produjo un viraje espectacular y mi tos desapareció y cuando al fin me retiré a mis aposentos dormí profundamente. Esta mañana me he ido con Tigridia a andar por una playa ventosa y solitaria, el agua del mar brillaba tanto que sólo esa visión ya me ha transformado. Es verdad que un momento antes había comprobado cómo una turba de gente estúpida y analfabeta hacía caso omiso de las peticiones de silencio de un lugar protegido y dejaba gritar a los niños o hablaba en voz demasiado alta y apenas se veían los caballos salvajes y los ibis de otras veces. ¡Pero la playa! No había nadie y nosotras íbamos cerca de la orilla, aunque sin descalzarnos (yo por mis bacilos). Mi cámara se había quedado sin batería cuando intentaba retratar a uno de esos patos verdosos y aterciopelados...
Al volver, tras un rato de llamadas y sofá, he puesto una música que no escuchaba hacía tiempo (gracias, J) y me he sentido otra vez invadida de esas oleadas de rara felicidad, como si la música se tragara de pronto la rabia de escuchar al hombrecito de turno que viene a darme lecciones balcánicas o a demostrar su saber sobre soldaditos por haber escrito mi libro balcánico (¿cómo osé adentrarme en territorio viril, territorio vedado?), como si de pronto mi propia irritación me diera risa (y tras intercambiar mensajes absurdos L. y yo en una batalla contraria, a saber: cada una cree que le debe más favores a la otra, yo amenazándole con mandarle una foto de su platillo en la balanza, mucho más ligero de deudas que el mío), yo mezclaba fragmentos de recuerdos y pensamientos y le daba vueltas a la frase de un amigo que añoro al teléfono y me sentía sobre todo agradecida de su llamada y sus frases al cabo del tiempo, como Oscar Wilde con aquel hombre que se quitó el sombrero ante él mientras la multitud le abucheaba a su salida de la cárcel (antes de refugiarse en casa de Ada L.), y yo sonreía pensando en cosas que sólo ahora puedo entender aunque ocurrieron hace mucho, mucho tiempo, y aun mi melancolía de no poder explicárselas a alguien desaparecido es una melancolía con algo hilarante: tal vez al final sólo escribamos cosas de forma abstraída como si habláramos con nosotros mismos, como a veces Colette en Le pur et l'impur...
Y ahora voy a tener que leerme por encargo la novela de uno de esos autores que busca temas en los periódicos para escribir la canción del verano y ganarse bien la vida, y en esos instantes de hastío (¡con la cantidad de libros maravillosos que me esperan!) siempre me acuerdo de Los demasiados libros de G. Zaid y pienso en cuánta razón tenía y en que la crisis, aunque debería servir para que los editores publicaran menos libros mediocres, en realidad hace que algunos busquen sólo esos libros con los que imaginan que se harán ricos o que no necesitarán los imposibles préstamos bancarios (aunque hay grados muy distintos, en función de la dignidad, la imaginación y el espíritu de cada cual). Como también debería servir la crisis para enmendar errores, cuidar el medio ambiente, invertir en educación y no en cemento, corregir lo que nos ha llevado al hoyo, pero nuestros políticos sólo abundan en ese camino equivocado de la desdicha.
Voy a seguir escuchando esa música que por alguna razón misteriosa parece encenderme una luz interior o un producirme un cosquilleo o hacerme respirar de otra manera. No sé qué es, tal vez la poderosa memoria que cada vez pesa más en esta fase de mi vida, ¡envejezco!, pero hay un efecto inesperado y alegre en algunas músicas, aunque sean músicas imperdonables que mis amigos contemporáneos nunca entenderían...
Pero para enderezar simbólicamente alguna cosa, mañana lunes, vengan a escucharnos a Caja Madrid a las 19h, Plaça Catalunya 9, hablaremos de Dorothy Parker y Berenice Abbot...

sábado, 14 de marzo de 2009

Mientras el virus seguía su curso

Foto: I.N., París, 2009 (yo me imaginaba la suerte de esa pareja que parecía vivir ahí arriba... se les ve en el balcón)
... recorriendo o apoderándose de zonas invisibles de mi cuerpo, produciendo ríos de toxinas que pugnan por salir al exterior, yo hice acopio de valor y bajé al Ateneo a escuchar a los psicoanalistas de escuelas distintas, reunidos por el empeño heroico y tenaz del librero de la calle Berlinès y el Espai Freud (saltando barreras de recelos y sectarismos), hablando de las depresiones. El salón de actos estaba lleno y tuve que sentarme arriba, en el anfiteatro, donde me encontré a una psicoanalista con la que no sólo he compartido trabajo sobre la memoria, sino también unos Diálogos en el jardín del verano pasado.
Daniela Aparicio hizo una presentación inteligente y llena de sugerencias. Luego hablaron Jerónimo Erviti, Clotilde Pascual y Jordi Sala. Lo que más me gustó fue no sólo que todos ellos distinguieran siempre y claramente la depresión (neurótica o psicótica) de la necesaria tristeza y la melancolía, inherentes al espíritu humano y que la tendencia perversa de las neurociencias y los laboratorios farmacéuticos intentan convertir en enfermedad y medicar, ahogando su expresión, sino sobre todo esa visión (creo que fue Clotilde Pascual) de la depresión como rebelión ante la felicidad obligatoria con que nos presionan desde la publicidad, el mercado, los medios y la farmacología, o de la anorexia como (no sé si fue Daniela Aparicio) un rechazo a sentarse en el banquete de este capitalismo asalvajado que ahora pincha por todas partes pero sigue engulléndolo todo, que intenta destruir la Universidad como lugar de conocimiento y acabar con todos los reductos de pensamiento humanista. Me gustó escuchar esos casos en los que me parecía encontrar algo conocido entre el abandono, el maltrato o la tristeza familiar. No pude quedarme al debate, que se anunciaba interesante. Mis bacilos me lo impedían y tenía que hablar un momento con V. y con A., antes de dejarme llevar por la convulsa expresión de mi trancazo en una noche casi insomne.
Hoy he encontrado en el Babelia una página magnífica (que JH había linkado en su Facebook), el artículo en que Vila-Matas habla del adiós de Lobo Antunes en la historia de Gesualdo Bufalino, su rechazo a permanecer en ese ring de los miserables, los resentidos, los envidiosos, su anterior trayectoria silenciosa, la forma en que Sciascia (cuya generosidad lectora y pasión editora descubrí en un librito precioso de sus informes de lectura; no todos pueden, no, yo llegué a ver incluso editores que en la presentación de un libro intentaban apropiarse de él negando al autor, o bien lo vilipendiaban, actuando contra sus propios intereses. Y lo peor son todos esos otros críticos cerrados, situados en una falsa posición de arrogancia y poder -sin comprender que el poder es prestado, como el de los políticos, me decía el otro día alguien-, que sólo lo usan para dar lecciones, que pretenden tener todas las respuestas, que han perdido toda apertura y generosidad lectora, toda ilusión de descubrir, si nunca la tuvieron), la forma en que Sciascia rescata tenazmente a Bufalino... Y me parecía detectar cierta nostalgia de VM de ese tiempo retirado, silencioso, sin esa desolladura de la double exposure, sin circos ni ferias ni miserables... Yo estaba pensando no sólo en ese hocicamiento agresivo al que nos sometemos sin querer al escribir y publicar, sino también en esa envidia de Larra que sí mueve el mundo, sobre todo en este país, que no deja a muchos casi vivir, que maniata a otros o condiciona por completo sus gestos y palabras. El otro día alguien me estaba pidiendo un favor, algo que a mí me resultaba fácil hacer y que habría conseguido, pero no pudo evitar expresar un misterioso resentimiento contra mí en la misma conversación, sin ninguna razón, puesto que yo siempre le he apoyado, sólo porque le duelen incluso mis pequeños logros: y fue ofensivo y despectivo en dos ocasiones de ese breve encuentro en la calle, anulando la posibilidad de que yo hiciera ese gesto, pequeño y eficaz, a su favor. Le vi detenerse un segundo a media frase dándose cuenta de que estaba arruinando su petición, pero decidió seguir, pues su necesidad de mostrarme su desprecio era más grande. Yo pensé que debía de ser horrible sufrir por cada avance de los otros, que a sus ojos aparece como una amenaza, como un paso de gigante por pequeño que sea. Y a pesar de que ese alguien ha logrado hace tiempo su propio reconocimiento y disfruta de una situación mucho más ventajosa que la mía. Pero sus demonios le pueden, le obligan a escenificar ese baile grotesco de la envidia, como aquellas diabólicas zapatillas rojas que arrastraron cruelmente a Moira Shearer o a la pobre niña del cuento de Andersen. Y es que ese cuadro suele coincidir con personas que no agradecen su suerte o no son conscientes de ella y no pueden sentirse felices por lo que han conseguido, y los logros ajenos les resultan demasiado hirientes, sobre todo porque creen en su superioridad y se consideran los únicos dignos de merecer.
Recuerdo que cuando publiqué unos cuentos primeros con un editor alternativo, un escritor "amigo" que me había apoyado cuando yo no publicaba arremetió contra mí con una furia desconocida, y aún estupefacta de que no se alegrara por mí y dolorida de su aguijón, recordé poco a poco que la envidia es irracional y no guarda proporción con los logros de los otros. Y me consolé aliviada de que no me pasara eso a mí, pues cuando un escritor cercano escribe o logra algo que me gustaría haber hecho a mí puede más la experiencia gozosa de leerle y de poder explicar(me) cuáles son las claves de su dominio mágico (por robarle una expresión a Vinyoli) que la sensación dolorida de no haberlo hecho yo. Y es que yo seguiré siendo siempre lectora antes que escritora, y como el azar ha permitido que escribiera crítica literaria, puedo llevar mi lectura un poco más allá, intentando comprender, transmitir o citar como en una pesca submarina, llevando a la superficie las burbujas una a una y divirtiéndome en el juego. Es una suerte.
Hay una luna brillante, ya casi cuarto menguante y parece un indicio de que mi gripe va a remitir.

viernes, 13 de marzo de 2009

Sigo

Foto: I.N. Árboles y fachadas de París, 2009.
Había quedado en el café de La Central con uno de los editores que, si todo sigue su curso, publicará mis cuentos antes de que termine este año. El encuentro ha sido muy agradable para mí porque el editor es una especie de fiera de la literatura y la crítica, conoce todo y a todos y tiene un fondo editorial envidiable, así que estoy feliz de entrar en esa estantería. Yo, que soy una intrusa en casi todo, simple lectora caprichosa que va por los meandros, lo he pasado bien escuchándole. Para rematar, él vive de una manera que para mí es privilegiada, ya que pasa la mitad del año en una ciudad europea mucho más hospitalaria e interesante que ésta.
En el camino iba leyendo ese libro tan cuidadosamente editado por Claire Paulham de la correspondencia entre Larbaud y J. Rivière, cuando de pronto he querido anotar en mi cuadernillo una de las ideas que tuve anteanoche en la bañera y sin darme cuenta me ha salido, a garabatos acelerados mientras llegaba el metro, una auténtica introducción a esa supuesta y temida novela mía, ahora que me parece haber encontrado una vía para hacerla, una vía fragmentada, de viñetas (como quiso hacer Jean Rhys con su autobiografía inacabada) que tal vez se unirían mágicamente con un hilo invisible... si todo sale bien.
Anoche la gripe me devoró nuevamente en un ardor pesado y opaco. G. y yo ensayamos un nuevo concierto de tos a distancia, pero yo resistí más. Él me dice que hoy pasaré a la tercera fase, que es la suya, y que parece también interminable.
Alguien me mandó un poema de Gamoneda sobre las manos de su madre que me recordaba una escena favorita del Nowhere Man de Hemon, con la mano gigante que le consolaba en su ataque de rabia en el exilio, murmurándole palabras en su lengua materna. Yo necesitaba unas manos gigantes que me llevaran de la bañera a mi cuarto, murmurando palabras secretas, reparadoras. Alguien me invitó a su fiesta de cumpleaños, justo después del mío, que no sé si podré celebrar, porque es pura semana santa.
Me decía el editor que, cuando está en su ciudad europea, lee La Vanguardia digital y se salta las noticias locales, pasa de Internacional a Cultura y yo le envidio, porque no tiene que soportar este embrutecimiento envilecido de los que estamos aquí, saber todo el año cómo destruyen esta ciudad y cómo nuestros políticos en todo el país eligen siempre la forma equivocada de hacerlo todo y quedan impunes. Me han contado que un artista, con quien tuve un affair malogrado pero interesante y que salió en un cuento mío, está feliz desde que se hizo con un apartamento en otra ciudad europea y sólo viene de vez en cuando. No me extraña nada y le imagino bien rodeado de aquella belleza tranquilizadora, patrimonio conservado, árboles gigantes, mucho más silencio pese a las dimensiones y el número de habitantes y un paisaje humano menos brutal y primitivo. Y esa lengua maravillosa resonando a su alrededor, vistiendo hasta lo más banal de las calles de palabras poéticas.
Pero yo estoy feliz de mis cuentos vayan a salir al fin al ruedo. Me ha dicho el editor que él lee primero sólo como lector y luego hará una segunda lectura en busca de posibles sugerencias, errores, etc. Yo escucharé lo que tenga que decirme porque tuve muy buena experiencia en mi libro balcánico, que entregué en un estado algo bruto, y me fueron muy útiles los comentarios del editor de Alba (escritor y ex lexicógrafo!) para la corrección y la necesaria poda. La ficción es distinta, la poda está ya hecha y los cambios (por ejemplo, ¡de mis comas!) podrían ser más dolorosos, pero aún necesito darles una mano más, pasar un paño más para pulir y dar brillo.
Y volviendo a este momento preciso, al viernes que empieza a caer, se trata de ver si la gripe vuelve a prender su fuego en el interior de mi cuerpo y me consume y obliga a enterrarme en la cama o bien si puedo reunir fuerzas y asistir al interesante encuentro psicoanalítico y unitario que organiza el Espai Freud sobre las depresiones a las 19.30 en el salón de actos del Ateneu, con psicoanalistas de distintas escuelas. ¡No se lo pierdan!

miércoles, 11 de marzo de 2009

He caído

Foto: I.N., Árbol enmarañado sobre una fachada (ellos no talan, ni destruyen el patrimonio), París, febrero 2009
He caído en una gripe inesperada, y oigo vitoreos futbolísticos que llegan por las ventanas. Me he dormido en la bañera, peligrosamente, pensando en leer y añorando el libro de conversaciones entre Jacques Rivière y Valery Larbaud que encontré en París, pero no quería arriesgarme a desgraciarlo, tan bonito. Me han llegado más libros para reseñar, una nouvelle rusa publicada por Acantilado y traducido por Selma Ancira, me dicen que el único libro contemporáneo que no le ha importado traducir, porque le encantó (a ella, acostumbrada a Tólstoi y Tsvietáieva). Curiosamente, cuando me lo han propuesto acababa de hablar un momento con su editor, pero sin saberlo. Luego he hablado por email con otro editor entusiasta, a quien le propongo algo para traducir que tal vez le guste, algo tan pequeño que, como las esculturas de Giacometti, podría desaparecer avec un coup de canif... O convertirse en otro librito maravilloso en castellano.
Antes de todo eso he bajado al Bronx intentando romper la sensación de caída en un estado de sopor febril, que se apoderaba de mi cuerpo y se extendía como redes venosas invisibles. En los ferrocarriles, un joven de pelo largo sentado a mi lado, en manga corta, me miraba de reojo, intentando averiguar qué leía, yo con mi abrigo de los 14 grados y un chal bicolor y reversible que me protege de todo.
Mañana mi madre cumple 80 años y se ha empeñado en celebrarlo aunque nadie podía, así que no podré ir a l'Horiginal a la presentación de Doblátov.
Una amiga poeta me ha propuesto que inaugure una sección de libros recomendados en el blog, porque así podría encontrarlos ella más fácilmente. Soy tan dispersa y desordenada... Hemos tenido una larga conversación interrogativa y ella me ha contado que pensaba escribir un libro de poemas abordando un tema universal pero tabú en la poesía.. y en la prosa. Otra amiga cineasta y traductora me cuenta su lectura de mi libro balcánico, le está entusiasmando y me alegra mucho, porque su criterio es para mí importante; un cineasta que acaba de empezarlo me dice que lo considera "un libro-documental"; esa idea me gusta, porque algo de eso tiene, y ahí está mi película balcánica por montar... Me escriben lectores viajeros, uno que atravesó los Balcanes con mi libro, otro me envía fotografías de por allí, de un árbol destruido por la guerra, y me escribe un viajero traductor que también me lee y al que veré cuando me recupere.
Ayer, una amiga se preguntaba perpleja, por qué si al público le interesa y fascina tanto un tema suyo, las instituciones a las que lo presenta lo rechazan sistemáticamente. Yo le conté mi idea de que muchos, en cuanto les dan una responsabilidad, asumen una posición rígida de poder que no les permite ver ni mirar ni leer libremente, pierden el entusiasmo, la inocencia y la capacidad de descubrir. A eso se añade que en este país pacato e inseguro pocos se atreven a apostar por algo que no esté ya requeterrevalidado fuera o con un hipotéticamente probable éxito asegurado. No conocen el placer generoso del descubrimiento. No saben que ni siquiera ese éxito supuestamente asegurado lo está realmente y que lo mejor es siempre apostar por lo que a uno le gusta y cree de verdad. Pocos, muy pocos se atreven a dejarse llevar y mirar libremente para apostar por algo. Y sin embargo existen. Sólo hay que encontrarlos...
Hoy era un día grisáceo, con alguna oleada momentánea de aprensiones, de negativas, de silencios sospechosos, cargados de interrogantes. Según los esotéricos, una luna llena maligna, ya que pasaba sobre una oposición que domina este tiempo, el forcejeo entre la innovación y la rigidez conservadora, el mismo forcejeo que se vive con la crisis (excepto en este país, donde sólo tímidos artículos proponen cambiar, mientras que el gobierno decide desandar toda innovación y legalizar todos los algarrobicos, apostar una vez más por el cemento que nos hundió, aplicar todas las políticas del PP, en una especie de ceguera que convierte a Obama en algo esperanzador, por comparación, aun sabiendo que tiene poca capacidad de maniobra). La configuración escenifica bien mis propios forcejeos, y por segunda vez la luna llena ha coincidido con otro trancazo, y ya van tres en este curso. Lo que más me espanta es la tos, ese odioso espasmo que sacude todo, hasta las ideas y sobre todo el sueño: si pudiera ahorrármela... Fue G. el que empezó a toser anoche en la sala y yo, al oírle, me puse tapones en los oídos para dormir y me desperté de pronto a las 6, desconcertada, sumida en una especie de interregno extraño, silencio exterior y una escucha aumentada de mis latidos y rumores internos...
En la bañera he vuelto a contemplar otro posible abordaje para esa novela que siempre está ahí, en el fondo, acechándome, pero mi recelo la ancla en el fondo y sólo salen burbujas a la superficie. Son burbujas persistentes, que me recuerdan mi "deber" de atenderla... de vez en cuando, en realidad, casi a diario, a través de gestos cotidianos que no voy a contar aquí, sino allí. ¿Cómo evitar la rabia, el resentimiento, las lágrimas, la autocompasión, el perro que lamía las heridas al personaje de Alison Lurie? Otro gol, entre gritos de júbilo. Cuánta emoción ajena con un simple torneo; esa palabra me gusta, imagino aquellas películas de Ivanhoe que ponían en el cine de verano cuando yo era pequeña, con su media de cada color, o mejor aún, aquella de Robert Bresson, Lancelot du lac.
Hay días que me siento energética para buscar y proponer, para abordar. Y otros me agoto. También me preocupa que alguien valioso y con una trayectoria interesante necesita trabajo y sé que allí donde vaya será una suerte para quien esté, pero no sé cómo ayudar a encontrar ese lugar. Debería tener una larga cola de propuestas, sin duda la tendrá, el día que se enteren...
La gripe no ayuda y es tarde ya... No puedo seguir aquí, ni buscar links, ni acabar dignamente este post. Oleadas térmicas me recorren. Adiós, adiós...

lunes, 9 de marzo de 2009

Rápido post

Foto: I.N., París, 2009
Anoche, después de limpiar el jardín del azufaifo con un aguerrido librero vecino y de ver la película de Agnès Jaoui, que me gustó por esa forma deshilvanada, lluviosa, en que esa protagonista se veía interpelada constantemente por las palabras de otros (me recordaba a mí misma en esa duda estupefacta, y en la alternancia de desaliento y esperanzas energéticas), leí el artículo de Vila-Matas sobre la inspiración (me encantó la idea de que la inspiración fuese sólo una idea vieja atrapada en las profundidades del inconsciente, que surgiría sólo cuando el escritor se encalla en medio del trabajo de un relato, en una novela) y hoy descubro, gracias a un blogger vilamatiano, un sutil discurso de VM en Ljubljana sobre realidad y ficción, Desayuno con tucanes, escrito en Cartagena de Indias, donde dice que escribir bien depende de un deber moral, de la necesidad absoluta de ser fieles a nosotros mismos, pues todos somos originales y que no habría que buscar otra originalidad que la de ser uno mismo. Esa idea me alegra también porque explica algo que siempre he sentido, frente a aquellos obsesos de una supuesta originalidad buscada en los temas o en algo externo, yo siempre pensaba que la forma de mirar de cada uno era distinta, que sólo había que arrancarse los tópicos y las cosas impuestas y recuperar el propio tono, que incluye las citas de los afines. VM cita a Capote y habla de Chéjov y de algunos otros de mis lares y penates preferidos. Me reconforta leerle los domingos y hoy ese alivio alegre, que sólo me procura la lectura y a veces la música, inexplicablemente, se ha prolongado en la mañana gracias a este blogger. Habla de negociar con el inconsciente y eliminar el texto muerto (Zadie Smith), habla de los distintos posicionamientos del escritor, de la oscuridad invisible, el precipicio y el borde del abismo. Dice que las novelas mienten y lo que dice a continuación es la clave de la realidad y la ficción, tan bien formulado invitando a los tucanes a su celebración literaria. Escúchenlo... (no he llegado a oír a quien lo presenta, luego seguiré).
Pienso cada vez más en la lectura, la literatura como mundo alternativo ante los horrores y las dificultades de éste. A veces siento la tentación de vivir sólo ahí dentro, donde sí existe la hospitalidad. Esos libros y esas escrituras que nos acogen, nos invitan a pasar y ver. Hace un par de noches me ocurrió. Tuve un momento negro de interrogación pesarosa, de peso solitario, de miedo de que los insistentes agoreros tuvieran razón y todo fuera para mí imposible, cerrado y en ese mismo borde del abismo. Entonces me puse a leer a Valery Larbaud, que viejo y enfermo escuchaba la vida juvenil e intensa de sus vecinos de habitación y dibujaba su vida contemplativa regodeándose, sin nostalgia de la otra vida primera, y concluía "J'en arrivais à me demander si, dans la vie comme aux courses de taureux, les meilleures places ne sont pas celles du côté de l'ombre." Y de pronto héte aquí que yo me sentía repentinamente alegre en mi momento contemplativo, poseída por "ce vice impuni de la lecture", buscando lo que encontraba en los libros de muy pequeña, cuando aprendí a leer: la posibilidad de una compañía universal, la solitariedad acompañada por espíritus afines, encerrados en los libros. La región del mundo donde no todo está equivocado. El consuelo frente a las interpelaciones de lo vulgar, lo feo, lo estúpido, lo limitadamente material y comercial. Y por otra parte, todo encajaba con el peso de la memoria de Vinyoli, o con aquella protagonista joven de Jean Rhys que, como si fuera vieja, echada en su habitación de hotel barato, mezclaba ensoñaciones y recuerdos, pero no recordaba personas, sino fachadas de casas antiguas, iluminadas y oscurecidas por el balanceo de sombras y luces de los árboles. Tal vez sea ésta la clave de lo que me espera...
(links luego, que vuelve a buscarme el personaje carrolliano)
Esta tarde, conferencia en el Espai Cultural de CajaMadrid, Plaça Catalunya 9, a las 19h...
Y mientras contemplamos cómo destruyen Collserola, cómo deshacen el trabajo iniciado por Cristina Narbona intentando recobrar tímidamente el paisaje de la costa donde construcciones gigantescas e ilegales impedían incluso el acceso a las playas (esos hoteles espantosos, como El Algarrobico, aprobado por la Junta de Andalucía y el de Lanzarote que salía en El País), quienes quieran evitar la destrucción de la Diagonal y de la Gran Via (siguiente objetivo de la peña pro cemento), de la plaça Joaquim Folguera, del Parc de la Ciutadella y de toda la ciudad amenazada, pueden firmar el manifiesto (no hagan caso de la petición de dinero de esa web! Nada que ver con el manifiesto). Sepan que la consulta "democrática" de la Diagonal consiste en elegir entre dos proyectos, pero no permitirá votar contra esos proyectos o por la alternativa de preservar lo que tenemos sin destruir los árboles.

En el Magazine de La Vanguardia del domingo

Foto: I.N., París, 2009
Isabel Núñez Si un árbol cae.Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes. Paradojas de los Balcanes 08/03/2009 Texto de Antonio Lozano Dentro de la irracionalidad de todo conflicto bélico hay una lógica que dicta que los intelectuales deberían ser los primeros en clamar contra la barbarie. ¿Por qué en las guerras balcánicas, que desangraron Europa en los años noventa, los presuntamente más juiciosos fueron los primeros ideólogos y movilizadores del horror? Cinco años de trabajos sobre el terreno y 25 entrevistas con los implicados, a un tiempo verdugos y víctimas, necesitó la periodista Isabel Núñez para coser una respuesta llena de paradojas y dilemas morales. Un esclarecimiento del pasado que se erige en aviso cara al futuro.
Aunque me llamen periodista y no lo soy -y es un matiz importante porque mi aproximación en ese libro no es períodística, sino a través de la escritura, el viaje, la crítica literaria; algo que no entienden algunos que me han reseñado-, por lo menos, esta microrreseña acierta al señalar el carácter único o la originalidad de mi libro. Fue una guerra organizada y perpetrada por intelectuales, algo que ningún corresponsal advirtió por estos lares, y yo intenté dar voz a los intelectuales, no por las razones de siempre, sino porque ellos fueron y son responsables.
Martín habla de nuestra conversación sobre mi libro en su blog (bajando en el post), dedicado al mundo editorial y al futuro del libro...

viernes, 6 de marzo de 2009

Resistir

Foto: I.N., Oh Parigi, quanta bellezza (sin destruir), 2009
Seguir escribiendo, pensando, cerrando los ojos al sol, preparando una cena de viejos amigos, leyendo a Valery Larbaud y su nomadismo de hotel mientras recorro las calles feas, ruidosas y contaminadas de mi pobre barrio (que era bonito, frondoso y antiguo hasta que llegó el ayuntamiento de Hereuville a destruirlo), leyendo y escribiendo a los amigos, denunciando en los espacios que tenga todo lo que no funciona y avanza en la dirección equivocada, llamando a la prensa accesible (que es escasa pero existe), apoyando lo que es necesario (como el artículo de Laura Freixas en el Cultura/s del miércoles pasado), intentando compensar con las afinidades y encuentros y lecturas las oleadas y pisadas de toda esa mediocridad despectiva y mezquina, acariciando a la gata Gilda cuando vuelve de su larga siesta soleada, no perdiendo la esperanza de que G. se decida a avanzar, agradeciendo la caballerosidad excéntrica de J., saludando al pasar a mi azufaifo favorito (pronto tendré que actuar como brigadilla de limpieza quincenal porque la gente le tira bolsas de basura, vacía sus ceniceros del coche en ese jardín, y es que este país no tiene remedio), bailando también a veces por la casa, leyendo a Vinyoli al pasar por el baño, celebrando la llegada del segundo tomo de los Relatos de Kolimá de Varlam Shalámov (de Shálamov se habla como si su literatura fuese sólo un testimonio del horror de Stalin en Siberia, en Kolimá, pero se olvida que es alta literatura rusa, que es maravilloso leerle, que su capacidad chejoviana, sobria y asombrosa de convertir en literatura todo aquel hambre y frío y arbitrariedad sin una queja ni una condena, ni una valoración o una lágrima le sitúa en un lugar muy distinto y superior al del quejumbroso Soljenitsin, el lugar de la mejor escritura) y del Viva voz de vida de Marina Tsvietáieva (estoy deseando leerlo), los dos de Minúscula, consolándome de la España de Larra reactualizada y empeorada con intercambios especiales, soñando que la resistencia intelectual de unos pocos compensará el desierto cultural de la Universidad desmantelada, de las instituciones que sólo buscan hipercormecialidad y bajan el nivel de su programación y sus publicaciones buscando un supuesto público-ganado que les saque de la crisis o les justifique numéricamente con sus superiores, escuchando la estulticia de los que creen que la guerra de los Balcanes está pasada, como si el pasado no fuera necesario para entender el presente, como si hubiera que vivir sin pensar, o la de aquellos que creen que hay que disfrazar lo valioso de producto "atractivo" al ganado, riéndonos y buscando, ante la incredulidad de que gente valiosa y llena, absolutamente llena de conocimiento y cualidades útiles e inteligencia esté luchando por salir de la precariedad, animándome momentáneamente con mensajes de escritores que me recomiendan a un editor francés, y también, en este momento, intentando rescatar escritoras y fotógrafas del olvido.
Todos los que me lean están invitados a las conferencias de los lunes en el Espai Cultural de Caja Madrid a las 19horas, plaça Catalunya, 9.

martes, 3 de marzo de 2009

Reseña de Alberto Hernando en El Viejo Topo

Foto: I.N., Árboles entrelazándose en las Tuilleries, París 2009
INVISIBLES ÁRBOLES CAÍDOS Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes. Isabel Núñez Alba, Barcelona, 2009. “Una vez le dije a un periodista, andando por el parque: '¿Ve ese árbol? Si un árbol cae, nadie lo ve, no cambia la vida de los árboles'. Y eso era exactamente la vida en Sarajevo durante el asedio, eso era el individuo en Sarajevo.” Marko Vešović. Para calmar y convencer a los miembros de su gabinete reticentes a otorgar la independencia a Argelia, temerosos de una reacción hostil de la opinión pública y un posible fiasco electoral, Charles de Gaulle dijo: “La sangre seca pronto”. La sangre seca se relega al olvido. En la actualidad, dado el vértigo de las informaciones y su tratamiento espectacular, la sangre se coagula con más premura. Ejemplo de esa indigna desmemoria lo tenemos en la cruenta guerra acontecida en los Balcanes, que tantas noticias y estupefacción suscitó entre 1991, cuando Eslovenia y Croacia declaran su independencia, y 1995; fecha del polémico Acuerdo de Dayton que puso fin a los combates, aunque las matanzas interétnicas se trasladaron a Kosovo. Para pacificar este territorio, en 1999 la OTAN tuvo que bombardear Serbia y establecer un “protectorado” administrado por la ONU. Todo propósito en contra de esa ominosa lógica que reprime y vela la reciente memoria historia es bienvenido. Celebremos, pues, Si un árbol cae, donde Isabel Núñez busca inéditas explicaciones a los trágicos acontecimientos ocasionados al desmembrase la antigua Yugoslavia. Durante más de cuatro años, Isabel Núñez ha viajado a Belgrado, Zagreb, Ljubljana, Sarajevo, Prístina, París y Berlín entrevistando a destacados escritores balcánicos. Unos sufrieron el conflicto directamente; otros lo vivieron desde el exilio. Dilucidar el conflicto a través de escritores (literatos, poetas, editores, periodistas e intelectuales) no es baladí, pues muchos de ellos fueron los que previamente inflamaron los ánimos y luego dirigieron los combates o lucharon entre sí en los frentes. Además, los escritores, dada su sensibilidad y oficio, podían -y así lo hacen los entrevistados- aquilatar mejor aquella dramática realidad infectada de elementos propios de la ficción: absurdos irracionales, personajes abyectos o legendarios, ideologías fantasiosas, pasiones delirantes... Los entrevistados por Isabel Núñez componen una nutrida lista: Andrej Blatnik, Grozdana Čvitan, Aleš Debeljak, Slavenka Drakulić, Ferida Duraković, Zoran Ferić, Tatjana Gromača, Aleksandar Hemon, Nerimane Kamberi, Ozren Kebo, Migjen Kelmendi, Igor Lasić, Shzelken Maliqi, Igor Marojević, Jadranka Pintarić, Nenad Popović, Roman Simić, Simona Škrabec, Svetlana Slapsak, Igor Stiks, Flaka Surroi, Vladimir Tasić, Jasmina Tesanović, Miroslav Toholj, Dubravka Ugrešić, Dusan Velicković, Nenad Velicković, Marko Vesović, Vule Zurić. Todos ellos perfilan un imaginario mapa de la literatura balcánica actual, cuya excelente calidad, desgraciadamente, es poco conocida en España. De las entrevistas, por su acerada lucidez, personalmente me han interesado las del montenegrino Marko Vesović (uno de los que más animó a la resistencia, desde el épico diario Oslobodjenje, en el sitio de Sarajevo; autor del libro Chiedo scusa se vi parlo di Sarajevo), Nenad Popović (ensayista y editor en Zagreb), Svetlana Slapsak (antropóloga, traductora, feminista, defensora de los derechos humanos; de origen serbio vive en Ljubljana), Slavenka Drakulić (periodista y escritora croata, quien ha escrito No matarían ni a una mosca, editado por Globla Rhytm y Como si yo no estuviera, ambientada en un campo de concentración de mujeres y editada por Anagrama), Dubravka Ugrešić (escritora croata autora de El ministerio del dolor, Anagrama y El Museo de la rendición incondiconal, Alfaguara) y Aleksandar Hemon (escritor sarajevino que vivió la guerra desde EEUU y del cual Anagrama ha editado sus novelas La cuestión de Bruno y El hombre de ninguna parte). También tiene especial interés la entrevista al cínico Miroslav Toholj, ex ministro de Información de la republica Srpska, escritor y editor de los libros que Radovan Karadžić le envía desde la cárcel. Las perspicaces preguntas -con tiento, pertinentes, dejando hablar al otro- y las inteligentes respuestas -pluralidad de voces que coinciden, matizan, refutan, testimonian subjetivamente su particular experiencia, abren nuevas perspectivas para la reflexión- constituyen la arquitectura del libro. El cemento que consolida esa edificación es la narración que Isabel Núñez intercala entre las entrevistas, describiendo, a modo de travel writing, los itinerarios, las ciudades, la personalidad y obra literaria de los entrevistados; así como las cuitas viajeras de su tenaz pesquisa. El encaje de ambas estructuras literarias permite que el relato sea a la vez fluido, ameno y muy informativo. Esta última cualidad salva los reparos que pudieran hacerle respecto a que ese tema es exclusivo del análisis sociopolítico o de los historiadores. Conforme progresan las entrevistas y se confrontan algunas respuestas entre sí, se va viendo con más acuidad los diversos factores que propiciaron la guerra y el calado de las emociones suscitadas. ¿Cuál fue la causa determinante del estallido de tanto odio y muerte? No hay unanimidad entre los entrevistados. Sus respuestas inciden en una conjunción de motivos: se reabrieron -retorno de lo reprimido forzado- viejas heridas sin cicatrizar desde la antigua ocupación otomana (cristianos contra los residuos de “turcos olvidados”) o la Segunda Guerra Mundial (chetniks contra ustachas); ambición territorial para apropiarse de recursos naturales y económicos (en busca de ese botín coincidieron la antigua nomenclatura comunista y los mafiosos marginales); enfrentamiento entre tradición patriarcal (especialmente enraizada en el mundo rural) y modernidad cosmopolita (propia de las ciudades). Para unos pocos la guerra era obvia, para la mayoría fue algo insólito e inesperado. Todos coinciden en que el discurso nacionalista -catalizador de las pasiones cainitas- fue sobre todo una coartada para que algunos ascendieran socialmente, se enriquecieran mediante el crimen y la rapiña o colmaran con sangre sus bajos instintos. También están de acuerdo en que las mujeres fueron a la vez primordiales víctimas (recordemos las violaciones masivas como estrategia de guerra), pero también muchas de ellas, en puestos de influencia política e intelectual, alentaron la conflagración. En cuanto a la actitud ambigua o hipócrita de Occidente durante las masacres -incluso un general de la OTAN llegó a decir: Let them kill themselves, dejemos que se maten entre ellos-, los entrevistados la disculpan con resignación (¡a la fuerza ahorcan!). Sin que se mencione explícitamente, se infiere que la paz obtenida cierra en falso el conflicto. En las guerras todos pierden, pero en el reñidero balcánico, así lo subrayan los entrevistados, fue la generación entre veinte y cuarenta años la más damnificada. Otra nefasta consecuencia de la guerra es que en todas las repúblicas implicadas se advierte un estado de atonía colectiva, compuesto por una mezcla de sentimientos de impotencia, frustración, victimismo y desesperanza. Asimismo, es palpable el retroceso societario, pues no sólo se ha perdido el cosmopolitismo y la cohabitación multiétnica que antaño caracterizaba a Zagreb, Sarajevo o Belgrado, sino que la sociedad se ha vuelto más “conservadora y regresiva en las costumbres” (la croata Tatjana Gromača dixit), han perdido servicios sociales que antes tenían con el socialismo titista y su precaria economía limita la calidad de vida y condena a los jóvenes -nueva “carne de cañón” de un ecuménico y feroz capitalismo- al desempleo o el trabajo degradado. Si un árbol cae, además de todos los datos que contiene sobre hechos y escritores balcánicos, posee también una voluntad de reflexión ética. El conflicto en los Balcanes -como los de Irak, Afganistán, Congo o Palestina- no se reduce a un caso particular, sino que se subsume en la sempiterna guerra civil de la especie y nos afecta a todos. No hay que olvidar, sino aprender la lección sobre el difícil y discontinuo proceso civilizatorio para erradicar nuestra animalidad inmanente. Este sería el corolario ético de la obra de Isabel Núñez, junto con una informulada esperanza: que ningún humano sea el matarife de otro humano.