lunes, 31 de agosto de 2009

Yo sé que tengo un humor extraño

Foto: I.N., Ortigia, Siracusa, verano 2009
Pero no soy la única y por alguna razón mis amigos me perdonan o incluso vienen a animarme. No es sólo mi barca encallada en las flores de loto, la bandada de pájaros iracundos que se despierta con el forcejeo de mi remo. También las voces negras de las tres cabezas del pozo. Y al teléfono, la batalla de M con el lenguaje (le pide a su cuidadora que quite "esa otra llamada de nada" refiriéndose a la tv), y su humor alegre pese a todo, diciendo entre risas que su cabeza no está mal, es sólo que "marca mal las palabras" y le salen cambiadas. Me pregunta por "tu amigo, el que vino" (le pregunto si no recuerda quién era y dice que sí lo sabe, pero que al decirlo "se tuerce") y añade que es "muy salado". Y vuelve a elogiar a V con un expresivo "todo bien". No es sólo la deriva de M., ni mis dudas, también es la incertidumbre económica de la rentrée. El aterrizaje en lo real que implica este retorno. La ciudad desventrada y la amenaza de la Gran Tala que organiza el ayuntamiento. La lumbalgia que no se acaba de ir. La nostalgia de la playa solitaria (y del oleaje que se ve en las fotos sureñas de G., braceando entre la espuma). La informática que se me rebela. Un tonto de Facebook que ha venido a halagarme con estereotipos banales y ha acabado insultándome al no prestarme a su juego (hay gente que extrae algo energético de las peleas; a mí me sumen en humores melancólicos. Eso sí, que nadie crea que mandando mensajes agresivos va a conseguir nada, ni siquiera espacio aquí. ¡Para eso están los filtros!). Es esta ciudad que se despierta malhumorada del sopor de la canícula.
Pero un amigo ha recibido una nota mía con una plaquette y me ha llamado tan contento con mi letra que casi quería colgar la nota escrita a pluma en la pared. Y me ha escrito una mujer ingeniosa de FB para decirme que algunos leen mi blog en Costa Rica y les encanta. Y también he estado departiendo virtualmente con la Otra Bel, la de las amapolas en octubre, revisando la combinación de afinidades y diferencias siempre enigmáticas.
Y G., que estaba algo huraño tal vez también por lo que se avecina, se ha puesto a seleccionar algunas canciones favoritas para hacerle a mi amiga americana un par de cds de música del sur y de por estos lares, con piezas flamencosas, y con esa música me he estado reponiendo y consolando (aunque ya no tengo software que me permita copiar discos y con el vista todo es mucho más difícil).
Leo a veces una alegremente melancólica página del libro de Cees Noteboom de las Tumbas de poetas y pensadores (me ha gustado mucho la tumba solitaria de Spinoza; justo después de la de Susan Sontag, que le pareció brillante -habla de sus dardos contra la teorización crítica del arte, que lo mata, y su idea de abandonar la hermenéutica para crear una erótica del arte- y personalmente inaccesible y concluye que la tumba es como ella). A mí me gustan los cementerios y la idea de que la muerte está trenzada con la vida, y sus ritos tienen su lugar en mi paisaje, no soy alérgica a ellos, como tampoco me asusta la tristeza y procuro encontrarle su sitio y en mí convive con ánimos humorísticos y celebrativos, aunque algunos no puedan entenderlo.
Pero les dejo, mañana empieza Pâle septembre (esa canción me recuerda a un amigo francés que me la grabó, desapareció y se convirtió en un personaje de cuento), y yo estoy leyendo un excelente novelón vienés de los cincuenta, de más de 1600 páginas, para escribir una reseña. Así que vuelvo al sofá... Y mis cuentos cada vez más cerca de salir.

sábado, 29 de agosto de 2009

Lo que dice el cuerpo

Foto: Dolors Udina, Cucuron, Provenze, 2009
Sufro la estela del conflicto de anteayer con una lumbalgia que parece haberse arraigado con ferocidad, aliada a misteriosas hormonas. Esta mañana leía El origen en una posición yóguica que me aconsejó V. y alivia mucho, con las piernas subidas a la pared azul grisácea del pasillo (era un buen retrato para On Reading de Kertész) y la espalda sobre la estera en el suelo de madera, y es que Bernhard me gusta tanto que me anima releer su furia contra Austria y Salzburgo, y la educación como forma de destrucción, y la desmemoria (ignoración) y su interpretación de que los festivales de música sólo son una forma de enterrar y olvidar el pasado y la culpa por el nazismo y la complicidad colectiva. No recordaba su asociación del nacionalsocialismo y el catolicismo (me pregunto qué opinará A.; claro que la propia experiencia y la vivencia personal de la Historia llevan a una posición u otra, y yo no puedo evitar comprender a Bernhard porque mi torturadora era católica ferviente, casi mística, y aunque no tenía reparos ni escrúpulos para la atrocidad y la injusticia, no se perdía una misa; y sin embargo, en otros sentidos entiendo a mi amigo A.).
Ayer fui por última vez a regar las plantas de J. y G. in absentia y enseguida se personó un vecino a protestar. Tenía razón, pero sus modales me parecieron asombrosamente descarados, aunque acabó civilizándose, tal vez porque vio que ni yo compartía su estilo, ni tampoco me intimidaba. Lo malo fue que, para regar las plantas del fondo, choqué con un mueble y me hice un morado gigantesco, que se ha unido a la lumbalgia. "Toda buena acción recibe su castigo", solía decir una mujer pesimista y excéntrica a la que frecuenté en mi adolescencia, vivía con su familia en una casa muy inglesa con jardín frondoso y visitado por múltiples gatos salvajes, a los que atendía, alimentaba e incluso les había puesto nombres generosamente.
Más tarde estuve viendo Shadows, de John Casavettes, llena de su nervio fílmico, esa belleza áspera de imágenes vivas, rodadas casi a la documental, película improvisada, llena de reflexiones sobre el machismo, la violencia, el infantilismo de esa cultura masculina patriarcal urbana, contrapuesta a un mundo culturalista y snob pero más libre, me pareció melancólica y refrescante a la vez.
También ayer me llegó la noticia de la muerte, injusta y misteriosamente impaciente, de Mario Merlino y lo sentí, creo que todos los que le hayan conocido y leído lo sentirán. Yo había puesto una entrevista suya en este blog, hace tiempo.
Hace un rato leía la web de ese maravilloso jardín botánico de Londres, Kew Gardens, sobre la capacidad del Platanus hispanica (ellos le llaman London plane, ya que esta especie abarca más del 50% de los árboles plantados en Londres, y se preguntan si realmente este cruce entre los sicomoros americanos y otra especie de plátano se originó realmente en España en el 1600 o fue en Inglaterra) para limpiarse con la corteza y resistir a la contaminación de las ciudades:...el plátano apareció en Gran Bretaña hacia mediados del siglo XVII y se plantó como árbol ornamental. Pronto se convirtió en el árbol de rigueur para plantar en Londres, en cuanto se descubrió hasta qué punto es tolerante a la vida urbana. Todos los árboles 'respiran' por los poros de la corteza pero no todos la mudan como el London plane. Con el tiempo, le caen grandes láminas de corteza revelando un dibujo de camuflaje de pardos, grises y amarillos de la madera fresca de debajo. Este proceso asegura que los agentes contaminantes se despeguen y que el árbol se mantenga saludable. Además de este proceso de autolimpieza, el Platanus x hispanica demuestra su buena adaptación al mundo urbano con su resistencia a la sequía, su tolerancia a la poda regular y al suelo compactado, rasgos característicos de la vida en Londres." El texto continúa diciendo: "A pesar de condiciones que distan de ser idóneas, sobre todo en el centro de una densa y agitada metrópolis, el London plane muestra una impresionante longevidad -algunos especímenes de las plazas de Londres tienen más de 200 años de edad. Crecen regularmente a más de 30m de altura y sus hojas brillantes, parecidas a las del arce abundan en primavera y verano antes de volverse naranjas y pardas en otoño."
¿De dónde sacan nuestros políticos municipales y sus asesores que los plátanos sólo viven cien años y por tanto hay que talarlos antes de que mueran? ¿Por qué los barceloneses tendremos que acostumbrarnos a vivir sin ellos, como pretenden partes interesadas? Es inevitable pensar en Roberto Saviano.
Pero tras esta ráfaga de Polis vuelvo a mi mismidad. "Lo que no podemos escribir ni expresar lo dice el cuerpo", dijo mi antigua psicoanalista una vez y yo la cité en "El cec de l'Odissea, el bloqueig un somni d'editors", "pero el cuerpo es un jeroglífico". Una vez conocí a un hombre que en lugar de llorar, respiraba con dificultad. Esos jadeos eran sus lágrimas y yo le consolaba. Conocí a dos grandes hipocondríacos; uno corría a los hospitales a media noche y el otro huía de ellos como de la peste, pero los dos combinaban su miedo a la muerte con una espléndida salud. Yo sólo somatizo: hoy no escribo, ni recuerdo mis sueños de esta noche (al parecer por culpa de un bandido doblemente armado), y ahora es mi cuerpo el que habla, el que dibuja mi tristeza ágrafa con sus jeroglíficos dolorosos. Tanto es así que me he rendido en un contexto bloggero y casi he renunciado a mi nombre.
Pero más tarde me he puesto a escribir un rato, disciplinadamente, antes de ir a ver la loca parodia de Kitano: lo que sí me gustaba era su conclusión en la entrevista escrita: No importa el éxito ni el fracaso ni lo que piensen los otros, sólo importa la epifanía que se tiene al crear la pieza.

jueves, 27 de agosto de 2009

L'heure bleue

Foto: I.N. Siracusa, Sicilia, 2009
Cada fragmento de realidad busca encontrar su lugar en la mente para no invadirme en exceso. Descifrar las palabras de M., que parecen cargadas de símbolos. Me dice que en la montaña (donde la llevaron dos de mis hermanas) se sentía peor, retrasada en el tiempo, ¿me entiendes? Añade que "esa calle tiene un retraso respecto al tiempo" y mi hermana traduce que M. andaba despacio, que en terreno abrupto y escarpado y sin adaptarse al cambio de oxígeno le costaba avanzar y ése era el retraso. Yo siempre dudo entre la traducción más prosaica y aquella otra más simbólica, en este caso de los recuerdos que duelen (un día me dijo al enseñarle fotos de su pasado que le dolían y vi que había ocultado un retrato muy bonito de su padre). O que tal vez a cada interlocutora quiera decirle algo distinto con esas pocas palabras repetidas. Como cuando ayer hablando con P. se refirió a sus hijas como zebras, porque había visto un documental de animales, ¿o por algo más? (¿Acaso se refería a sus dos hijas diseñadoras, pues P. diseñó una marca con ese nombre?). A veces se rebela contra la medicación, olvida, confunde, recuerda obsesivamente algunas cosas cambiadas, amenaza y yo entiendo que se rebele contra la dependencia, pero todo esto es sólo la consecuencia de su propio esfuerzo destructivo. Siempre quiso no saber, aunque eso la llevara a la vulnerabilidad y la dependencia, aunque eso ocasionara mi desgracia en los primeros años, y de ahí mi tristeza.
Mientras, acabé esa primera lectura y corrección de mis cuentos y se los mandé a mi editor, con esa curiosa mezcla de felicidad de ponerlos en circulación, de alegre impaciencia y de inquietud por la double exposure, por lo que significa de salir al ruedo, aunque sea humildemente, esa contradicción entre la ambición de que lo escrito circule, de que se produzca ese intercambio y me sirva para pensar y para vivir de otra manera, de lograr seguir escribiendo sin tener que traducir, y el deseo de ocultación, de desaparición, de vivir en los márgenes.
Tuve un disgusto considerable ayer y acabé somatizándolo y sin poder decir, y todo parecía rebotar en mi cabeza, aun en la luz acariciadora de la playa solitaria, aún contemplando pájaros extraños... Luego la tensión empezó a soltarse con una llamada de G., mientras andaba por Rambla Catalunya hacia un encuentro japonés, y escuchando de Mihoko una historia de cenizas que encerraba una pérdida con su tristeza y el ritual pero también la vida que sigue siempre pese a todo y era el final de un cuento no escrito...
Los sueños parecían detenidos y ya empezaba a añorarlos, pero esta noche han vuelto y he podido rescatar una parte, con su fragmento de repetición unido a una adversativa "pero ahora es distinto", algo ha cambiado. Aún no sé si hay algo más ahí, en esas dos reiteraciones insistentes y antiguas, una falta de intimidad y una falta de algo olvidado, en este caso andaba descalza por un pueblo de montaña en invierno, lleno de gente, había olvidado que era navidad, había olvidado unos regalos (pero podía subsanarlos sin problemas) y nuestra habitación estaba invadida de gente como una discoteca abarrotada. A la vez que los sueños surgen deseos nuevos e ideas de escritura. Dudas y opciones posibles. Y hay que cazarlos al vuelo o desaparecen en el olvido, como los sueños.
Vi otras dos películas de Rohmer, una nueva para mí, 4 aventures de Reinette et Mirabelle, que me encantó. Hablaba de l'heure bleue, la hora azul, ese minuto justo antes del alba en que todos los animales nocturnos se han dormido y aún no han despertado los de la mañana. Sólo un minuto en que la Naturaleza parece detenerse, en que existe el silencio absoluto en la Tierra. Un silencio majestuoso, impresionante, inquietante, en medio del tono azul que yo perseguía en aquellas noches festivas e insomnes de la adolescencia, cómo me gustaba la sensación de tiempo detenido, de paréntesis que parecía fuera de la realidad, de conversación privilegiada, de encuentros del cuerpo, ¡y entonces no sabía de esa hora azul, de ese silencio! (Después de todo, Rohmer también me hizo descubrir el rayo verde...). Ese momento ocurre en el campo, el encuentro de la parisina Mirabelle con la silvestre Reinette, y esa nostalgia de pura naturaleza, de hierbas que crecen sin cortar y que suenan con el viento como el harpa de hierba de Capote, la belleza de los animales, el huerto de Cicerón (que mi amiga M. añoraba ayer). Y luego las anécdotas con la excentricidad y los humores de personajes urbanos, la cleptómana, o esa actriz de siempre convertida en microestafadora callejera y las diferencias de la ética de cada cual y sus recursos, y como siempre, la atmósfera de la amistad. Genial.
Y la otra ya la había visto hace un montón de años... Les nuits de la pleine lune. Al ver la primera imagen recordé: en esta película yo descubrí el concepto de pied-à-terre, y cómo me identificaba con aquella Louise (Pascale Ogier vestida de Dorothée Bis) y su pied-à-terre en París y sobre todo su amistad difícil con un joven Fabrice Lucchini (que sentía celos de todos), su no saber...se. Aunque era más bien la historia de B... Y cómo soñaba yo con vivir allí... Me ha gustado volver a verla, aunque ya fuese todo previsible, me han gustado los matices. Incluso al principio, la protagonista define su actitud ante lo amoroso con mis propias frases, esa idea me ha hecho gracia...
El conflicto de ayer me hizo darme cuenta de cómo necesitaba otra vez mi propia hora azul, ese silencio detenido, aunque sea inquietante, aunque sea incluso doloroso recobrar la solitudine, un poco como la Louise rohmeriana, pero en otro contexto, darme cuenta de dónde estoy, incluso de quién soy en un espacio íntimo más grande y sin compartir (mágicamente, V. hablaba de esto mismo en su último post).
Y he escrito mis quejas y protestas en Polis

lunes, 24 de agosto de 2009

Mientras corrijo

Foto: I.N. Tigridia en el Giardino Ibleo, ante la placa dedicada a los egregi signori que donaron esos magníficos jardines, Ragusa Ibla, 2009
Mientras corrijo las pruebas de mis cuentos siento alegría de que el libro vaya a salir al fin. He decidido releerlo todo otra vez y mientras leo todo se anima y me sorprendo de algunas cosas que no recordaba y otras las confirmo mentalmente y noto cómo se agitan todos esos personajes secuestrados del mundo real e imaginado, de la memoria o de la ensoñación, transformados y agitados y recombinados en la coctelera invisible de John Gielgud en Providence. ¡Cuánta impaciencia!
La gata me mira fijamente.
Al atardecer, E. me ha arrastrado a su playa urbana, hasta un extremo algo más deshabitado, y yo la he seguido, añorando mi playa solitaria (a la que no puedo llegar como peatón), me he bañado con cierta aprensión (¡aunque había un pulpo! Un pulpo en la ciudad, casi un pulpo en un garaje), sin alejarme, sin mirar demasiado a mi alrededor (suerte que a esa hora y en estas fechas se vacía un tanto), y luego ella quería mirar no sé qué en unas tiendas y yo, que después de la playa necesito refugiarme inmediatamente en mis habitaciones para recobrarme, la seguía sintiéndome como debía de sentirse el pulpo por la ciudad ardiente y agitada. Iba mirando los plátanos magníficos que la gente de Urbanismo y R. F. quieren talar, con pretextos de que van a morir. ¿Y quién les cree? En la web del Kew Gardens nos dicen que suelen vivir 200 años. Pensaba en lo que serían las Ramblas sin esos plátanos o el Passeig de Gràcia, la Diagonal o el Eixample, en qué feo sería todo y cuánto más sucio, contaminado, ruidoso, ardiente sería la ciudad con esos palitroques que pretenden poner en su lugar y que nunca crecen, o los maceteros, condenándonos a todos a no tener sombra y a asfixiarnos, eso sí, poniendo aparcamientos bajo los edificios antiguos, para fomentar aún más el uso del coche. No me cansaré de protestar. Es una vergüenza, algo que no se admitiría en ninguna ciudad europea. ¿Y ustedes van a permitirlo? Que conste que en algunas zonas de la Gran Via ya han empezado.
Mientras, siguiendo un consejo de mi amigo serbio (que yo misma le pedí, para resolver un problema técnico y estratégico), he empezado a releer la obra autobiográfica de Bernhard (he descubierto que el único que me faltaba es El aliento, pero el consejo consiste en leerlos todos seguidos para que produzcan el efecto deseado, y lo hago con fruición, y de paso he descubierto otro fragmento que me gustaría incluir en las Lecturas del Refugi 307, si es que me invitasen otra vez. Mañana es la penúltima lectura, y el aforo está completo, y el 8 de septiembre la última, y también está lleno.
Un comentario de V. me ha ayudado a descifrar la última frase de un sueño que parecía anodino, y que ha adquirido sentido y se ha enmarcado en el sentido de todos los sueños de estos últimos días, que hablan de mi niñez, de la situación de M., y del cambio que representa para mí abordar esta novela. No sé si lograré nada, pero me he embarcado y son aguas agitadas...
Mañana me espera un día algo atareado, así que lo dejaré aquí, hasta después de la Lectura...

sábado, 22 de agosto de 2009

Dimanche chaud

Foto: I.N., Inés midiendo la amplitud de los alcorques franceses y comparándolos con la mezquindad arboricida de los nuestros, Montpellier 2008
Ayer me preguntaba, paseando por la ciudad y mirando esos hermosos plátanos que el ayuntamiento ha decidido dictatorialmente talar (y al parecer ninguna ley nos protege contra los desmanes de los políticos y a nadie le importa que se multiplique el calor, la contaminación y el ruido, que no haya sombra y que se reduzca tanto la belleza de las calles), por qué será que los plátanos franceses pueden vivir hasta trescientos años y en la web del Kew Gardens afirman que aun en condiciones de contaminación suelen vivir 200 años, mientras que aquí, según R. Folch, sólo viven cien, y ellos han decidido (interesadamente) que ya los han cumplido y que por si acaso los van a cortar. También miraba con tristeza los mezquinos alcorques que les ponen y no podía evitar acordarme de la amplitud generosa con que los cuidan al otro lado de la frontera. ¿O será mi trastorno ocular? Juzguen ustedes mismos, comparando el que aparece en la foto con los que ven en nuestras calles (en los franceses caben varios coches aparcados). La misma diferencia ocurre con la profundidad: aquí no dejan espacio suficiente para las raíces.
Los paseos suelen ser fructíferos para observar, pensar (en los sueños) y encontrar soluciones a problemas de escritura y pensamiento. Hace poco tuve una conversación nocturna con L. sobre los Sueños de Adorno, que A. me prestó y que yo le había recomendado a L. (por cierto, que se lo regalé a un amigo pensante y nunca me dijo nada; me cuesta creer que no le gustara; hay gente que tiene grandes prejuicios contra los libros de sueños, que imaginan esotéricos o junguianos; la actividad onírica de Theodor Wisengrund Adorno es fascinante y su voluntad analítica de registrarlos, muy de agradecer. L., que es fan de Adorno, estaba entusiasmada con su lectura, pero me contó que al pedírselo, su librero -que es conocido y prestigioso- le había dicho con desdén que no existía, y cuando ella misma lo encontró en las estanterías, él siguió negando: "No está en sus obras completas", como si eso lo convirtiera en un libro despreciable y menor) y esa conversación desencadenó mis recuerdos oníricos y llevo dos noches despertándome en el momento justo y anotando sueños, o fragmentos. Para mí, esas imágenes cargadas de peso simbólico son sugestivas y me alivia la sensación de contactar con mi inconsciente (contra el bloqueo), aunque sea de esa manera sesgada y sin ayuda en la interpretación. En mis sueños de estos días hay elementos recurrentes con escenarios distintos, lo cual produce cierta fatiga, pero es una suerte poder abordarlos y pensarlos.
Ayer detecté con alegre envidia (ah, los blogs en Francia) la libertad con que Passouline habla de Lanzmann: dice que como persona le resulta insoportable, arrogante y ególatra, pero eso no le impide elogiar sus memorias con detalle y buenos argumentos. Yo pensaba que la posición arrogante de un escritor ante el mundo estropeaba su prosa, de hecho hay dos escritores a los que no leo precisamente por esa razón, porque su posición, en una especie de monte Olimpo contemplando despectivamente a los mortales, y su actitud de estar en posesión de la verdad o de las respuestas me irrita. (Si hasta los dioses griegos se veían envueltos en lo humano y sufrían por ellos... pienso en Circe con el quejumbroso Ulises o en Zeus y Dioniso persiguiendo incansables a ninfas y mujeres que no les hacían caso). Me choca que alguien inteligente y con talento pueda estupidizarse así, sin recordar aquella idea de Chéjov de que el mundo es endiabladamente complejo y sólo los estúpidos pretenden comprenderlo, tener las respuestas. Pero tal vez Lanzmann no sea así en su escritura. O tal vez no lo sea nunca y Assouline se equivoque. O tal vez sea yo quien se equivoca y esos dos escritores a los que dejé de leer sólo se muestren así en sus colaboraciones periodísticas mientras que en su prosa recobren la humildad necesaria para escribir. Creo que el autor tiene que dar necesariamente un paso atrás, mirarse con ironía, incluirse en la crítica, reconocer la fascinación que siente por sus personajes más detestables, de los que se guardaría en la vida. Y ahí estriba una de las grandes dificultades de escribir.
También por eso me gusta Rohmer. Ayer volví a ver La femme de l'aviateur y vi por primera vez Le beau mariage. Una vez, Paul Theroux respondió a una pregunta mía bastante torpe sobre su atracción por personajes abusivos, dogmáticos, fanáticos, tiránicos, diciendo simplemente que esos personajes daban mucho juego. De todas formas había algo más en mi pregunta puesto que entre esa clase de personajes que nos irritan y dan juego, hay una gama amplia de posibilidades y él elige una. Rohmer incorpora a veces a un personaje femenino también radical. Es una mujer obstinada, que hace afirmaciones absolutas y a veces incluso regresivas, que sólo matiza con una sonrisa genial, que toma decisiones delirantes y las defiende con vehemencia; resultaría muy antipática de no ser por la sonrisa de la actriz, y por una pasión vital que parece moverla y que a mí me hace preguntarme por la condición humana. Creo que esa sonrisa de la actriz es el propio Rohmer ante el mundo, el élan vital y la ironía de su mirada. Y precisamente por eso comprendo que a algunos no les atraiga.
Andando encontré una pequeña vía para cambiar algo del principio que no me convencía en mi novela, si es que puedo llamarla así. Creo que es una buena solución, pero aún no tengo la vía que me permita romper el muro y seguir avanzando. Tal vez hoy, ardiente domingo silencioso y desierto, en el que todas las tiendas del barrio han cerrado, incluyendo el colmado chino y el pakistaní y la panadería ecológica, cuando G. y J. ya están buscando olas en el Sur, yo logre reunir más fuerzas y algo me dé una clave para seguir, antes de ir a ver a mi amigo serbio.
Antes de ese paseo, había sido presa de un desaliento casi absoluto. No sé si fueron los sueños sangrientos, que mostraban angustias e inquietudes diversas, o el panorama material, o el encallamiento en esa novela o el puro trabajo invisible de mis hormonas, pero así me sentía. Durante horas no pude evitar mis pensamientos negros y uno de ellos me decía: "Esa historia que a ti te obsesiona, ¿a quién le importa? ¿Para qué escribirla?" Es un pensamiento sin salida. Creo que tengo que escribir simplemente siguiendo el deseo y la necesidad, excavando ciegamente como un topo, aunque haya momentos de caída en la desolladura.
Leyendo lo de Michon en Babelia pensé inevitablemente en la felicidad y el dolor de la escritura. A mí también me duele no escribir, me duele encallarme, tropezar, y soy feliz cuando encuentro algo, cuando logro avanzar y aún más a partir del momento en que todo se dispara y a cada momento me surgen más ideas. Pero cuesta llegar a esa fase y no tengo garantías ni de llegar ni de volver a caer en los múltiples hoyos lunares, en mis propias trampas... Elegís los caminos difíciles..., me dijo una vez mi padre, ya lo conté aquí, y sé que utilizó el plural como una forma de timidez o de cortesía, porque al preguntarle me aclaró que sólo se refería a mí.

viernes, 21 de agosto de 2009

¿Cómo huir?

Foto: I.N., La ociosa Gilda, 2009
Si yo creyera en la lotería estaría comprando boletos compulsivamente con la esperanza de poder llevarme mis libros y bártulos a un país civilizado y mantenerme allí, donde no corten los árboles. En la Gran Via ya han empezado a sustituir los magníficos plátanos por palitos escuchimizados que no resistirán y se rumorea entre los vecinos que tal vez decidan poner maceteros. Andar por la ciudad será pronto tan peligroso como andar por la autopista, por el calor ardiente y la contaminación. Si todos llevamos ddt en el cuerpo, ahora llevaremos más y nos oxigenaremos menos. Por qué sigue ocurriendo todo esto sin que nadie proteste es un misterio para mí, y ya sé que los que prefieren mantener los ojos cerrados o decirse que no tiene remedio y no vale la pena protestar piensan que lo mío es obsesivo y fanático y no se dan cuenta de que en otras ciudades del mundo las cosas no funcionan así, no se cortan los árboles y la gente no es tan sumisa y el Estado invierte en algo que no sea el cemento.
De momento, necesito restaurarme viendo cine y leyendo. Ayer, A. me había dejado unas películas de emergencia y una de ellas -que él no había visto, porque es fan de Clint Eastwood y cree que ese cine no puede gustarle, sin darse cuenta de que él es un personaje salido precisamente de ese mundo que prefiere ignorar- era de Rohmer. Pertenece a la serie Comedias y Proverbios y se titula L'ami de mon amie. La vi mientras desayunaba y pasé todo el día rohmerizada. No sé por qué van vestidos como si fueran progres de los ochenta, algo terrible, pero que pasa a segundo plano. No hay música y se oye el viento en los árboles. Pasean por parques exuberantes de París. Esa atmósfera de personajes -en este caso jóvenes- que se interrogan sobre sus relaciones o mejor dicho, sobre sí mismos a través del otro, y especulan y sueñan y se buscan y huyen y se echan sobre la hierba bajo los árboles gigantes me hechizó. Esas mujeres parecen caprichosas y lunáticas y capaces de estropearlo todo pero sus supuestos caprichos resultan ser sólo fruto de su observación, sus temores, sus preguntas rodeando el deseo y la amistad y la traición, y todo acaba encajando mágicamente porque siempre hay otro capaz de comprender o de compartir incluso lo más loco. O un maupassantiano rayo verde que cambia la percepción de las cosas. También vi El hombre de Mackintosh (si tú eres la mujer de acer, bromeaba J), que era clásica y trepidante, como yo necesitaba esa noche. Pero anoche no pude seguir con mi campaña paulnewmaniana porque en The Hustler bebían y bebían de la mañana a la noche y lo perdían todo y ya se me removía el higadillo, que según las Sátiras de Cicerón es el depositario de la tristeza y las pasiones.
Aún vivo con los ecos rohmerianos, mezclados con el insight de una sesión de V sobre la lengua china, la traducción, la letra, los poetas. Esos ideogramas y su articulación extraña y sus significaciones tan psicoanalíticas y los malabarismos de una traductora intuitiva y sensible para ofrecer una versión no sólo fiel e inteligible sino también maravillosa me alegraron las horas. Esta mañana soñaba, pero he olvidado esas colas del sueño, por no apuntarlas enseguida. Luego he ido a la playa solitaria con J., , V. y AT. La luminosidad de la luz sobre el agua me llena de una respiración feliz, aunque se agrava mi aspecto de western. G. deambula por la casa con sus músicas y su tos perenne, derivada de esa nocturnidad suya intoxicante, de sus vacaciones también perennes. En unos días saldrá hacia el sur, a coger olas del Atlántico. Me pregunto si estudiará algún día con interés.
En cuanto a mi escritura, estoy encallada, como ese poema de Li Qingzhao en que el crepúsculo parece detenido en el recuerdo del pabellón y el riachuelo y ella, ebria, no encuentra el camino de regreso, y cuando se apresura a volver, la barca queda atrapada entre las flores de loto, y forcejea para avanzar y despierta a gaviotas y garzas de la orilla, que rompen a volar como la alondra imaginaria (de los pensamientos) en el soneto de Shakespeare. Y en esa intoxicación encallada, entre flores de loto y nocturnidad y pájaros tal vez encuentre al fin otra cosa. Por lo menos estoy trabajando... De momento, el transportista retiene las pruebas de mis cuentos hasta el lunes, diabólicamente, porque ha llegado unos minutos después de que yo saliera.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Calor de mil demonios

Foto: I.N. La raíz de un Ficus citrifolia en el Parco Garibaldi de Palermo, 2009
He ido a comer con JC, que me ha contado un poco de su viaje a la Toscana, con un esguince, hospedado en una casa palaciega que alquilaban entre varios amigos, madrugando para nadar en la piscina y hablar con los jardineros, que le contaban (con su acento toscano) cómo podían saber en qué mes estaban según el sol se pone en tal torre o tal campanario, disfrutando de la belleza de los alrededores, contemplando los ojos verdes de la propietaria de la mansión, recorriendo museos, pueblos e iglesias con su pierna renqueante, saboreando brebajes deliciosos e intoxicantes al ponerse el sol, frente a la silueta sugestiva de Siena, oyendo música italiana, buscando en librerías, trayéndome los Canti de Leopardi en una edición barrocamente anotada.
JC está leyendo para documentarse sobre un futuro viaje a Japón e intercambiábamos lo poco que sabemos (yo algo puse en Los meandros de la traducción) de esa cultura y me decía que a los japoneses les educan para no molestar; lo ha recordado porque el camarero me decía que el pan de nueces tenía más calorías y yo, corrigiéndole, le replicaba que a mí me importaba más que fuera integral y digestivo que hipocalórico. Pero luego, cuando el camarero nos ha preguntado si nos había gustado el rape, los dos hemos respondido como japoneses: "Sí" (ese rape era un remedo, una pura idea de rape sin su consistencia ni sus otros rasgos). Y yo me he quedado pensando en mi doble actitud japonesa y occidental, ya que en ciertos contextos tengo verdadera obsesión por no molestar y en otros soy pesada, quejica y respondona y no me importa mostrar mis manías y caprichos ni un cierto hipercriticismo combativo que necesito para no detestarme cuando me quedo a solas conmigo. Sin embargo, contemplo con estupefacción a esa gente que se presenta en las casas o despachos de otros sin avisar, sin ser esperada y tal vez en momentos en que pudiera ser molesta. Lo hice alguna vez cuando era adolescente y sentí vértigo, cierto temblor; no he vuelto a repetir.
Siempre envidio los viajes de JC, sus lecturas y paseos, sus visitas a museos, su manera de ver las cosas me produce una alegre nostalgia. Hemos comparado nuestras visiones sicilianas, hemos hablado de Mario Rigoni Stern. No me ha dado tiempo de contarle ni sobre todo de preguntarle más, ya que él me lee y sabe mucho más de mí que yo de él, como él mismo ha señalado. Pero hablar es una compulsión en mí ("'You are right', said the Spaniard, drying his tears, 'joy is a convulsion, but grief is a habit, and to describe what we never can communicate, is as absurd as to talk of colours to the blind").
Yo le he llevado tres libros piccolissimi, para que prolongue su italianización a sorbos pequeños, el Sciascia que mencioné sobre la muerte de Raymond Roussel en Palermo, el Sogni dei Sogni de Tabucchi y una Lettera sulla Toscana de Manganelli). Lo malo ha sido salir del restaurante sin recordar que vivimos en La fragua de Vulcano, pero sin la belleza pictórica de Velázquez, que esta ciudad ya no es la que era, que nuestras temperaturas son las normales en Córdoba o Sevilla, pero no por estos lares. Creí que me moría. Con este calor se nota una diferencia abismal entre las plazas de tierra y árboles y las de cemento. Al salir del metro del Putxet lo he vuelto a comprobar: aún no han talado la arboleda de Joaquim Folguera y ahí se puede vivir (la habrían cortado ya, simplemente para dejar allí la maquinaria de la obra, tal es el desdén municipal por los árboles, ya no estarían de no haber sido por el grupo de mujeres resistentes, que logró un aplazamiento de la tala), pero la plaza siguiente, llamada tradicionalmente Pitarra (allí donde crecía el mítico árbol de la libertad, que los republicanos regaban y que el franquismo taló y este ayuntamiento, en lugar de replantarlo y hacer una plaza verde, siguió la peor dirección) y oficialmente Frederic Soler, es un horno crematorio, gracias al cemento y a ese parking venerado por el ayuntamiento, ese parking que es tan importante preservar que condena a todos los almeces a morir, ya que el metro podría haberse construido ahí, como se hace en las ciudades civilizadas, y no sustituyendo a la arboleda maravillosa. Pero antes ya había venido buscando árboles para guarecerme, mareada, respirando un aire que arde y sintiendo el fuego que quema brazos y piernas: ¿habrá que vestirse de tuareg? Pronto esto será un desierto peligroso y Hereu y los suyos estarán revolcándose en sus arcas de oro como el tío Gilito en sus refugios nucleares, o tal vez girarán sin fin en la montaña rusa o vivirán en Canadá con el botín acumulado, en lugares de bosques que nadie puede talar.
Al bajar al andén mi metro se iba. Sentada en el andén me he puesto a leer a Leopardi y una nota explicaba su alusión a un texto de Leónidas: "Avanti con coraggio, o Spartani; stasera forse cenaremmo agl'Inferno", y me ha parecido la frase giusta.
En Facebook, el escritor valenciano y poeta de sopetón A.G. citaba un fragmento de poema del jerezano (qué bonito gentilicio, jerezano, que suena a cerezas y a vino de jerez) Caballero Bonald:
"Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también la noche."
Por cierto que el escritor valenciano vendrá a la Lectura del Refugi del próximo martes 25. Y eso me lleva a anunciar que, dado el éxito de esas lecturas, se ha prolongado a una sesión más, la del martes 8 de septiembre. Espero que las pruebas de mis cuentos de otoño lleguen por fin este viernes para ponerme a corregir las correcciones...Por cierto que en esos cuentos hay un breve homenaje oculto a JC...
Ha pasado un tornado por el norte de Manhattan, Nueva York. Linda D, mi amiga americana me manda fotos de árboles gigantescos tristemente quebrados y caídos en Central Park, con la noticia de los que se han salvado... (Alguien al dorso me manda el link acertado, tras un forcejeo de emails). Y ahora les dejo, que tengo trabajo y lecturas urgentes, pero si no bajan las temperaturas no volveré a salir hasta que oscurezca.

martes, 18 de agosto de 2009

Al fin

Foto: I.N., En un jardín rodorediano, 2009
La hidra recupera su cabeza perdida: hoy me han llamado cuando recorría el camino hacia la playa solitaria con J. y V., para anunciarme que mi ordenador estaba de vuelta. Al llegar a casa, le he pedido a G. que me acompañase y cuando nos adentrábamos con la moto en un túnel temía por él y pensaba en la maldición de la posición materna y en cómo me equivocaba cuando era un bebé, al pensar que cuando fuese mayor dejaría de sufrir por todos los riesgos. Ya lo contó Boris Vian con aquella madre loca de L'Écume des jours. Para no ser como ella y dejarle libre siempre tuve que olvidar, no pensar... Allí sentada en su moto no quería que se volviese para hablarme ni que hiciese ningún gesto mínimamente arriesgado. G. ha sido prudente y hábil, hemos llegado sin novedad y luego ha venido a casa el informático palestino que me arregla mis cabezas de hidra, y héme aquí, de nuevo con dolor en el brazo tras semanas de olvido (esperando que vuelva la acupuntora mágica) y ese malaise refleja otros más internos y la movilidad ambivalente -llena de puntos felices e incluso exaltados y de otros punzantes y melancólicos- de esos modos misteriosos del inconsciente.
Ahora, con este ordenador activo ya no tengo excusa para escribir, para trabajar, para continuar novela y libro de fotos... Aunque también me enfrento a la lucha contra el caos, porque el desorden de mi casa -que empezó en "modo verano"- se me cae encima. V. intentaba convencerme de que es un desorden agradable, de que no está mal, pero no es así. Tendré que hacer algo...
El sol me ha robado las energías del día. He adquirido una tonalidad excesiva, me temo que parezco salida de un western, tal vez el mágico aloe vera mitigue el exceso, pero qué bien se estaba en la playa... He contemplado a V. bailando con las olas, envuelta en esa luminosidad que me emocionaba de pequeña, ese punto de fusión entre la luz del aire y el agua... Por cierto que alguien ha adoptado mi nombre y frecuenta los blogs de mis amigos firmando por mí y diciendo cosas que yo nunca diría, de modo que cuando llego, dudo si dejar comentarios, llena de aprensión y temiendo que también se apodere de mi blog, que un día haya ocupado mi casa, mi vida y yo sólo pueda inventar otra, buscar un hueco inexistente o desaparecer del todo...
He escrito en Polis sobre la ciudad desventrada y los arboricidios, que avanzan peligrosamente mientras la gente duerme el sopor de las vacaciones. Pero esas talas angustian aún más con esta ola de calor, que anticipa lo que tendremos siempre, y sin sombra donde guarecernos...
Ya sé que éste es un post banal y disperso, sin meollo, pero prometo enmendarme con el siguiente. Comprendan que hasta esta tarde, he estado descabezada. Que el agotamiento también puede conmigo...

domingo, 16 de agosto de 2009

Estos días

Foto: I.N., en la playa de Lola, 2009
He recorrido paisajes verdes y boscosos con T. y soñado con apropiarme del jardín abandonado de una gran escritora -jardín inglés, jardín romántico, jardín literario y silencioso, secreto, junto al cual viven dos elegantes caballos jóvenes-; he comprobado el horror construido en ciertos lugares de la costa a los que no había vuelto durante años, donde algunos habitantes participan contagiados de la fealdad; he tocado los muros de piedra ardiente de un extraño pueblo medieval, que parecía levantado sobre un volcán; he visto lugares donde la gente sólo piensa en comer y los restaurantes se alinean uno junto al otro y las barrigas crecen y desaparece todo espíritu, o rocas donde la gente llega con sillas y sombrillas, manchando el paisaje maravilloso con sus instalaciones cutres y exhibiendo su banalidad y su arrogancia analfabeta con gran vocerío; he visto cielos como jardines de estrellas; he recorrido en una penumbra fresca calles silenciosas y arboladas que rodean mansiones secretas; me he bañado en un agua fría y transparente que había olvidado (he leído en La Vanguardia de ayer que van a talar el setenta y cinco por ciento de árboles de esta pobre ciudad, y eso significa que sustituirán los bonitos plátanos centenarios por arbustos escuálidos y maceteros, que multiplicarán la contaminación, el calor ardiente del cemento sin sombra, el ruido, que no nos dejarán donde refugiarnos, que el Passeig de Gràcia, el Eixample entero, la Diagonal, la Gran Via serán mucho más feos, más áridos, más sucios, ¿y por qué? ¿Qué negocio extraño y qué odio arboricida esconden esos planes? ¡Que los dioses griegos les confundan y arranquen de sus puestos!); me he despertado inquieta de un sueño con G; he leído a Horacio (más allá de sus momentos misóginos y sus hirientes alusiones a los esclavos, cómo me gustaba transportarme a esa época y a sus maneras, mientras él discurría un poco a la manera de Montaigne, pero más áspero y salvaje, no tan frondoso ni tan afín), a Li Bai (otra vez su trayectoria libre y sus poemas maravillosos), y a Ellmann sobre los cuatro irlandeses: Wilde, Yeats, Joyce y Beckett (el libro vale la pena, la parte del león es para Joyce, ahí Ellmann sabe y se apasiona) me he interrogado sobre mi novela y las respuestas posibles son varias; y he vuelto a mi caos, a mi casa. Un amigo seráfico me ha prestado un ordenador (me falta lograr conexión, ponerlos en red...). Otro amigo más fogoso y terrestre ha venido a rescatarme de mi condición peatonal y me ha escrito un mensaje caballeroso. Estos días, mientras recordaba algunas escenas del pasado hablando con T. (y bajo su hospitalidad abierta) pensaba en todos los personajes seráficos que me han ayudado, protegido, salvado en los años más inciertos y esa idea me pareció muy feliz.

domingo, 9 de agosto de 2009

Hace un calor silencioso

Foto: I.N., Lugar durandiano, 2009
Tengo la sensación de que estos días he tenido poco tiempo para pensar, para darme cuenta de mis cosas, y esta noche un sueño me lo confirmaba advirtiéndome y hablándome del pasado. Era una inmensa fiesta o recepción oficial donde yo había perdido el bolso con todo, mi dinero (mis recursos), la documentación (mi identidad, mi yo, mi idea de mí, la imagen que me devuelve el otro, los otros), las llaves (cómo retirarme, mi espacio individual, mi refugio), y lo peor era que yo misma me escandalizaba de la calma con que lo había aceptado, resignada a la pérdida, y cuando iba a reclamar a una posible oficina de objetos perdidos, me entregaban, tal vez con cierto reproche o poniéndome en evidencia, un bolso que ya había perdido en el pasado, la otra vez, el otro año, en la otra fiesta, que estaba vacío, era un fino envoltorio sin gracia, de un color fosforescente (¿acaso sólo era luz o espuma, como la sacrificada sirena de Andersen?) y ni siquiera pesaba. En el pasado lo había perdido, había renunciado y vivido sin todo aquello, ¿y ahora iba a volver a renunciar? Me he despertado con un sobresalto angustiado y al atravesar el pasillo para ir al baño, la luz que iluminaba el suelo de madera, la visión atisbada de algunos libros, objetos y fragmentos de historia me ha hecho reconciliarme con mi casa antes de volver a dormir una hora más. Es verdad que estos días el caos de mi casa ("está en modo verano", como diría un sobrino mío) me pesa, me detesto por mi desorden, necesitaría unas vacaciones enteras para revisar y tirar... Lo haré cuando se acabe el contrato, cuando vaya a habitar ese sotanillo hermético y húmedo en Nou Barris de mis pesadillas diurnas, o peor, cuando me vaya a la calle lo harán otros por mí. O tal vez lo haré yo misma y me enseñorearé de mis aposentos. O quién sabe, puestos a soñar, si entraré en ese cielo del que habla un amigo, ese cielo en el que me incluye generosamente. Quién sabe.
Leo y leo a trozos, entreviendo posibilidades, juzgando traducciones. Mañana me queda un maratón hospitalario con M. (ayer me había dejado un mensaje en el contestador: "Isabel, decir algo", eran sus palabras; por lo visto alguien le había marcado), tal vez vaya acompañada por J. si es que aún no se agotó su paciencia, y luego tal vez ya pueda al fin empezar mis vacaciones, en sentido simbólico y real, aunque no vaya a moverme mucho. Olvidarme de los asuntos familiares. Volver a mi vida de antes. Ayer acabé de escribir un microcapítulo de mi novela y justo cuando ya tenía que irme -a visitar la nueva casa de V. y A., que me encantó y envidié por muchas razones, y luego a una cena generosa en la bonita casa de J., con mis persianas favoritas y visitada por una brisa silenciosa, ordenada como nunca estará mi cueva de Alí Babá, con un rape frío y delicioso-, empecé a escribir una escena que espero seguir hoy y que me produce ilusión contar al fin. Es extraño escribir esas historias obsesivas que tantas veces he formulado. No sé por qué me asusta tanto esa novela, si a veces, aunque sea a momentos, me produce esa rara felicidad. Hoy tengo un domingo shakespeariano, me voy con la reina de la traducción y el editor de Cafè Central a ver otra versión del Sueño al Maresme. Ya les contaré, lectores silenciosos, lectores tal vez inexistentes del verano.
Ah, en esta ciudad abandonada y desierta del verano (hasta los comerciantes chinos habían cerrado hoy), sin apenas kioscos, sin gente, algunos periódicos también se aligeran tanto que no nos dicen nada. En lugar de aprovechar la canícula para los artículos de reflexión, nos cuentan trivialidades -Como esos que piensan que en verano sólo se pueden leer best-séllers: ¡si es cuando mejor entra la filosofía, y los libros más largos y densos, cuando hay más tiempo para pensar!"- Y los correctores también se van de vacaciones. El otro día, en El País, un periodista veterano de ese diario empezaba su crónica diciendo "Estirado en la playa..." ¿No queda nadie que sepa ya que en castellano se dice tumbado o echado y que estirarse no significa eso, sino ponerse tenso o tirante? Parece que las redacciones están desiertas mientras los que mandan en el mundo siguen moviéndolo. El otro día, un veterano lector de periódicos me confesó que ahora ya sólo los lee en Internet. Esa actitud podría significar la desaparición de la prensa escrita en el mundo. Murdoch ya ha decidido cobrar por la lectura digital. Yo sigo comprándolos en papel, se leen de otra manera, los compro por turnos, los dos que me gusta leer, y echo vistazos digitales a la prensa extranjera. Alguien me pedía que escribiera más en mi otro blog. ¡No tengo tiempo! Cuando la prensa vuelva en sí, yo volveré a Polis.

martes, 4 de agosto de 2009

Gilda entierra las flores

Foto: A., Yo en la playa solitaria, 2009.
Mi gata entierra los pétalos de buganvilla que caen a su cubículo de arena junto con sus detritus, ¿pensará que esas flores son también producciones suyas? G. vino al fin hoy a ayudarme a cortarle las uñas con tijeras de felino (con esa vida social tan intensa de los veinte años, no tenía tiempo. Hoy se iba a Menorca: él se burla de mí porque cuando está me quejo y en cuanto se va le echo de menos), y la pobre gata tenía que soportar un tintineo perruno al andar, aunque a veces lograba mágicamente el silencio. He salido a regar manualmente la terraza (desde que supe que el riego automático es malo para el clima mediterráneo no he reparado el sistema y riego lo mínimo posible... ¿leyeron Pour un jardin sans arrossage?) y he visto una lagartija pequeña, gris claro, que camuflaba perfectamente sus manos con los zarcillos con los que la viña verde se aferra a la pared. Espero que la gata no la encuentre.
M. añora sus lagartijas..., pienso. Y sigo extrañándome de la transformación de mi ánimo, que ahora oscila entre feliz y exasperado, y me ilumina ese Journal du deuil de Barthes. Sigo sin ordenador, escribiendo demasiado poco, leyendo para el Premio, abriendo a momentos, al azar, el tercer volumen de los Essais de Montaigne (hoy hablaba de la enfermedad, del estoicismo y la queja) y mi editor de los cuentos me ha mandado ya el pdf de mi libro maquetado, así que he estado releyendo, a la espera de las pruebas en papel, y feliz también de que salgan esos cuentos.
Los asuntos de M. dan dentelladas a mi tiempo. Voy a verla, le llevo dulces, me acompaña J., intento ayudarla a decir, descifrando poco a poco sus extraños discursos inconexos, sugiriéndole palabras que ella aferra agradecida o rechaza con rápida negativa, como un vendedor de telas le enseñaría muselinas y sedas, con paciencia redescubierta, intentando interpretar sus deseos. Y pese a su incapacidad expresiva, me pide que le marque un teléfono y de pronto descubro que está ya negociando con una cuidadora alternativa para deshacerse de la que tiene. Convivir con alguien con quien no conectas y que no puede despegarse de ti es una especie de prisión y quedarse sin trabajo también, así que me toca negociar y resolver. Ocuparme de todo eso me agota... En cuanto alguien pueda sustituirme, desapareceré...
Anoche fue la tercera Lectura del Refugi 307. Funcionó la luz y el sonido y hubo un momento, leyendo Quanta, quanta guerra de Rodoreda, en que casi se me rompía la voz con aquella acumulación de cuerpos sorprendidos por la muerte, que cambiaban la orografía del río, acosados por el sol y los cuervos, pero seguí. Habría llorado por mis duelos internos y la vieja guerra de mi infancia y adolescencia, dejando que la tristeza de esos escritos asumiera la mía. Estaban J., G. y Frikosal, el resto del público era desconocido para mí, incluyendo uno de esos personajes masculinos obsesionados con el aspecto militar de las guerras, lo único que a mí no me interesa de la historia ni de las guerras, y que habló con desdén de Sierra de Teruel (la gente que cree saber más sobre todas las cosas siempre me sorprende). La visita al Refugi fue más larga de lo acostumbrado y el guía al que escuché era un historiador serio y tenía el tono justo, no trataba al público como si fuera infantil. El Refugi estaba más húmedo porque han instalado un parque justo encima y lo riegan todos los días (antes era montaña pelada), con lo cual tal vez su propia existencia esté amenazada: ése es nuestro ayuntamiento y su escaso interés por la historia reciente, o más bien, su interés en borrarla. Dijo el guía que los parkings son el cáncer de los Refugios y es que de los mil doscientos que había en Barcelona, a algunos que podían ser visitados, como uno de Gràcia, se los han comido los parkings. Es una lástima que en esas visitas no se cite a la mujer que descubrió el Refugi 307 y que movió a los vecinos para abrirlo, Valerie Powles. El libro sobre el Refugi la incluye y reproduce textos suyos, pero por alguna razón, los guías no mencionan que ella lo descubrió y batalló para que se abriera y es sobre todo gracias a ella si hoy podemos visitarlo. Me cuenta el librero de la calle Berlinès que fue su gato el que lo descubrió, ¿pero qué sería de nosotros sin la visión y la actitud más libre de los extranjeros?
Es casi luna llena, con eclipse. Ha vuelto el calor, tras el aire fresco de hace unos días y algunas ráfagas de ayer. He ido dos veces a una playa mágicamente solitaria, como la de la canción de Battiato. El mar estaba revuelto y el aire era más fresco que el agua. Por el camino perdí el sombrero que me habían prestado y al volver lo encontramos allí mismo, camuflado entre los pinos, elegante y quieto como un pájaro.

sábado, 1 de agosto de 2009

Me he pasado el día leyendo

Foto: M.F., Yo en la cueva que Caravaggio llamó L'Orecchio di Dionisio, Parcho Archeologico della Neapolis, Siracusa, 2009
Leyendo para esa convocatoria que dije, desde que por la mañana he empezado, gracias a D.U. (la reina de la traducció), a comparar con fruición traducciones de algunos sonetos favoritos de Shakespeare, explicándome mis objeciones y las exigencias del poema y la servidumbres de algunos al cómputo de la rima o la dificultad del estado de gracia, y luego he seguido con Kipling y el memorioso brillante Stendhal que tanto me marcó hace mil años y fragmentos virgilianos. He llegado tarde al periódico porque en agosto, en mi barrio hay que llegar a primera hora para pescarlo (me ha dicho un quiosquero que ahora "los llevan todos a la playa"), y luego ha venido V. y he escuchado una narración de un sueño con vívida escenografía y teatralidad enigmática, que ella descifraba como un Sherlock Holmes freudiano, y he añorado la ventana abierta que permite recordarlos, porque estos días la mía está cerrada y supongo que serán intensos, pero quedan enterrados en el inconsciente, que humea como el Etna en el horizonte siciliano. Voy por la calle y de pronto me asalta la tristeza como un sollozo de lágrimas regurgitadas, a mitad de cualquier cosa ajena. Y es que sigue mi duelo y aparecen por la casa otros duelos, el de Barthes [Me suis toujours (douloureusement) étonné de pouvoir -finalement- vivre avec mon chagrin, ce qu'il veut dire qu'il est à la lettre supportable], Ma mère de Bataille (Ah, serre les dents, mon fils), Le deuil impossible de Baudry y Jeudy, los Diarios de Pizarnik, esa frase del principio que es lo único que me gustó de Le livre de ma mère de Cohen (chaque homme est seul et tous se fichent de tous et nos douleurs sont une île deserte), esa escena de la madre analfabeta e incapaz de impedir la violencia de la abuela de Camus, las Tumbas de poetas y pensadores de Cees Noteboom y Simone Saseen, el más cercano de Simone de Beauvoir sobre su madre, todos los que ahora no puedo leer ni releer, pero que me rodean como puntos de apoyo.
No he dicho aquí que me gustó mucho más la mirada de Gerda Taro que la de Robert Capa en la exposición del Mnac; ella me pareció más sincera, más detenida en un momento para mirar y retratar a hombres y mujeres, milicianos... había uno en una hamaca leyendo cubierto de luces y sombras que me recordó a las fotos de Beaton sobre la guerra incluidas en el libro de Lydia Oliva... Me pareció que Gerda Taro estaba más interesada en mirar a su alrededor, como una escritora, y él en triunfar... pero tal vez me equivoque. También en sus comentarios, él hablaba del magnífico reportaje que había hecho en un acontecimiento dramático, de una manera reconocible... Tampoco he dicho que sentí la muerte de Cunningham, hace años que traduje un catálogo para la Fundació Tàpies y le vi bailando en los distintos vídeos, a veces parecía volar, tal vez por su formación clásica ponía menos las plantas en el suelo que los demás contemporáneos y comprendí su manera de seguir bailando con sensores y ordenadores haciendo reaccionar a sus bailarines cuando ya sentía el dolor de la sirena andersiana, pero su mente seguía siendo voladora...
He hablado con M. por teléfono, escuchando su forcejeo en pos de las palabras que se le escapan, he escuchado músicas que me traían más ráfagas de recuerdos, he escrito una carta que no sé si llegará ni si será comprendida y tampoco importa mucho porque yo necesitaba mandarla en ese momento y he recurrido al correo electrónico, pues olvidé comprar sellos antes de que cerrasen todos los estancos por el ferragosto, y L. me ha ofrecido vernos mañana a s'hora baixa después de la visita a M. a la que me acompañará tal vez J., y de la brigada azufaifa con A., y también G. ha prometido venir mañana a cortarle las uñas a la gata Gilda, que ahora anda tintineando como un perro, lo cual es humillante para ella, ya que los felinos necesitan el silencio para seguir siendo quienes son.
Y el martes será mi tercera Lectura del Refugi 307, a las 21 h., y espero que venga alguien a escucharme, aunque sea agosto y casi todo el mundo se haya ido, como los periódicos, a la playa.