domingo, 28 de agosto de 2011

Un día espinoso

Foto: I.N. Rufus, esta tarde, 2011
Un día dolorido y absurdo, en el que la tensión interna por la escucha excesiva de esta mañana me ha llevado sólo a la estupefacción inútil ante la pantalla. No he escrito, no he traducido, no he avanzado en nada y cuando he querido pasear, la ciudad me parecía sucia y cementosa y he vuelto sobre mis pasos, añorando mi bosque serbio. Sólo Rufus, mi amigo peludo, parecía capaz de tranquilizar mi ánimo revuelto. Lo único que ha salvado mi día son las Penas precoces de Danilo Kiš, qué maravilla de cuentos fragmentados (esta vez sí, traducidos dignamente), ese narrador que ya no es él, con tantos años, entre paréntesis, ese niño de un campo cruel y cargado de olores, y el perro que entiende todo y que tan perfectamente le complementa en sus trabajos, que se convierte en narrador antes de morirse. Toda la brutalidad del mundo y su salvajismo están en ese campo lleno de belleza, toda la hipersensibilidad inteligente del niño que luego será cronista del horror estalinista y antes lo es de los progromos. Y qué título tan exacto, me habría servido a mí, que estos días no tengo más remedio que recordar mis propias penas precoces (y la carga de belleza extraña del paisaje que me rodeaba) y revivirlas, porque el final de cada personaje da sentido a lo que yo descubrí entonces, en la Infancia de Ivan. He acabado el libro sentada en la hamaca, visitada por pequeñas mariposas, que sabían sin duda del festival de mariposas gigantes de Tršić y Tronoša.
Alguien lleno de insight me dijo el otro día una metáfora de etología que servía para las relaciones con la misma exactitud que la de los erizos en la cueva de Shopenhauer citados por Freud, trataba de que los monos aprenden enseguida a discriminar quiénes son los otros monos dispuestos a quitarles las pulgas a ellos después de que ellos se los hayan quitado. Ése a quien le hemos quitado sus pulgas pero no está dispuesto a quitarnos las nuestras debe ser apartado, de ése hay que protegerse. Así, de dos escritores que acababa de conocer virtualmente, uno sólo ofrecía orgullosamente sus pulgas doradas, pero no quiso siquiera saber de las mías, desdeñoso, mientras que el otro se ha ofrecido generosamente a la curiosidad y a lo recíproco. Hoy le he explicado esa metáfora a G., que puede comprenderlo todo. Me gustaría haber estado más fuerte para poder decirle a G. muchas otras cosas que le ayudarán, pero no podía.
Sólo podía escuchar a AW cantar Valerie o la canción que hace llorar al músico o tantas otras músicas imbricadas en mis pensamientos ardientes de este domingo. Canciones que piden algo, casi como una oración descreída. Como el Évame de aquel poeta febril. A veces es peor haber acertado en lo que pensábamos; a veces preferiríamos que todo nos sorprendiera, desconcertara e interpelara. A veces sería mejor que nada tuviera sentido porque el sentido parece implicar la muerte.
Hay gente que vive como si lo interno no existiera, aparcándolo e intentando convencerse de que todo es química, dejando que sus humores internos le acosen y se apoderen de su ánimo sin saber de qué se trata y llegando a extremos insostenibles. Hay gente que anda por la calle como una olla a presión a punto de estallar y no lo sabe; gente que se sostiene por un hilo y de pronto le explota la pólvora en la cara, y aún así se niega a saber, a poner remedio. Hay gente que tiene tanto miedo de abordar sus emociones que prefiere ser poseído por ellas sin conocerlas ni entenderlas, sin saber dónde empieza y dónde acaba. Hay gente que repite un modelo que supuestamente detestaba y ni siquiera se da cuenta. Hay gente que cree ser todopoderosa y nunca pide ayuda porque siente terror de saber. Hay gente que cree que la violencia es signo de fuerza y enfrentarse a las emociones propias, signo de debilidad, y no imagina siquiera que es absolutamente al contrario. Hay gente que nos persigue porque ve en nosotros lo que intenta reprimir en ella misma, gente que vive en la locura, la negación y el delirio y ni siquiera puede sospecharlo. Y de la misma manera que el cuerpo acaba expresando en las arrugas nuestras expresiones y los zapatos se desgastan según nuestra inclinación al andar, esas vidas acaban cumpliendo lo que algunos temíamos y nos confirman de forma dolorosa lo que siempre nos habíamos dicho. Pero todo esto no puede explicar mi tristeza de estos días por todo lo que regurgitan esos gestos, por la luz de la Infancia de Ivan y las razones de mi novela, por todo lo que salió irremisiblemente mal y nunca podrá ya repararse, y duele aunque haya sin duda algo victorioso en esa escritura, y esa alegría estará ahí, danzante como las canciones, aunque una parte de mí se empeñe en no dejarse salir del fracaso ni se autorice a nada más que a escribir de forma semiclandestina, casi oculta. Todo esto no puede transmitir el peso de las cosas ni decir por qué yo no quería volver del bosque.
Acabo de llegar y ya quisiera salir corriendo. Un músico amigo desde el otro lado del charco me ofrece un préstamo que me llevase lejos, a escribir en otra parte. Pero yo soy de espíritu yakuza y no quisiera tener que cortarme el dedo meñique por la deuda. No sólo eso: sé que no puedo escapar, que estoy en cierta manera obligada a observar y a escribir; mi problema es ofrecer sólo lo que pueda dar y al mismo tiempo protegerme. También me han contado de aquel condenado a muerte y su última noche, en la que fue más feliz que nunca en su vida y declaró que todo estaba dentro de nosotros. Pero cómo desearía que este tiempo hubiera ya pasado, cómo me gustaría que algo me rescatase de aquí.
Y sin embargo, sarinagara, yo misma sé que esto es sólo un momento, y aunque habrá tal vez muchos otros como éste en los próximos meses y quizás peores, también seguiré sintiendo la joie paradoxale, esa respiración que no sabemos de dónde viene, pero que siempre es capaz de transportarnos alegremente, aunque sólo fuera por lo físico. Y si no, aquí está mi amigo peludo con sus ojos cristalinos, observándome como si el mundo entero empezase conmigo.

jueves, 25 de agosto de 2011

Yo no quería volver

Foto: Nebojša Trifunović, el periodista que me preguntó si había logrado llegar al monasterio por el camino del bosque y me enseñó a saludar de otra manera en serbio. Yo, en el centro Vuk Karadžić, foto publicada en el Lozničke novosti, 2011
La última noche no podía siquiera dormir. Me desperté cerca de las 3, salí y me impresionó más que nunca lo que veía. Habían apagado las luces del jardín y la claridad de las estrellas (la celístia, esa palabra latina que sólo existe en catalán) era poderosa, la luna era una uña creciente, una luna mora y el campo, las montañas altas del bosque vertical, la lechuza que ululaba a rachas, el rumor del agua, los grillos nocturnos. Subí las escaleras hasta la parte alta del jardín, donde los campos de flores blancas, y pensé que tal vez la belleza se intensificaba con las horas nocturnas, y era un espectáculo tan impresionante que me conmovió extrañamente. Dormí apenas dos horas y media seguidas y soñé que iba (otra vez sin bolso, lo olvidaba) a una casa grande, recorrida por muchos, y allí me encontraba a un artista que fue mi partner en otro tiempo y la emoción era como entonces o como si nos encontrásemos en una descomunal encrucijada histórica, como amigos que se encuentran en una gran guerra, y el encuentro tenía una especie de magia dramática, pero entonces yo le anunciaba mi muerte inminente y los dos llorábamos. Esa noche asistimos a la performance de unos estudiantes con una profesora de dramaturgia de la Universidad de Belgrado, un proyecto llamado Andrić, los sonidos y... Era muy contemporáneo, lleno de talento y receptividad y los alumnos sabían decir los textos y exploraban los sonidos como artistas. Al salir les hablé de la magia de ese bosque, me dijeron que lo que había visto allí sola era seguramente un ciervo, y al mencionar a la lechuza que ululaba, la directora me habló de un árbol colonizado por los búhos, que le había impresionado al verlo. Dijo que en Serbia se consideraba un signo de muerte, pero que se los respetaba por ser cazadores de ratones, y hablamos de Atenea y la lechuza y la sabiduría.
No puedo olvidarme de ese bosque, de la sensación tan emocionante de estar sola con los árboles y los animales ocultos, del privilegio de poder entrar -ya que a veces es vertical e impenetrable-, de poder llegar cada vez un poco más lejos hacia el monasterio de Tronoša, ese camino que el lingüista, el Pompeu Fabra serbio, había hecho todos los días para ir al colegio. Ni tampoco de la sensación del pasado que habita en el presente, de las heridas invisibles de la guerra, de las atrocidades cometidas al otro lado del río, de lo que queda de aquello.
Un día antes se celebró una conferencia de prensa en el ayuntamiento de Loznica para presentarme como invitada -primera escritora internacional en residencia en la Casa de escritores del Centro Vuk Karadžić de Tršić- y decidí explicar cuál era mi conexión con Serbia y hablé de la guerra y de mi libro. Podía parecer arriesgado pero fue interesante y los periodistas me hicieron preguntas incisivas. Creo que a todos nos gustó poder hablar del tema desde un punto de vista otro, sin esquematismos ni prejuicios, pero sin escamotear responsabilidades. Luego salió en algunas tvs y periódicos y las Embajadas china y rusa propusieron al Ministerio de Cultura serbio que invitasen a sus escritores. Ojalá mi libro balcánico pueda traducirse y publicarse allí y en otros países. No puedo poner los links importantes porque tendría que buscarlos en cirílico...
Volví agotada y me di cuenta de que Rufus, con su abrazo poderoso y persistente, es el trozo de Naturaleza que tengo aquí, la sustitución de ese bosque filosófico, de ese bosque metafísico, esotérico, misterioso y tal vez loco, como sugería un psicoanalista en facebook. A mí me daba miedo venir aquí y sentir otro dolor. Alguien en facebook me llamó valiente por irme a los Balcanes y yo pensaba, ¿valiente? aterrada de venir aquí y enfrentarme a lo que tenía que enfrentarme.
Acabé los cuentos de Hemon, me puse a leer las Penas precoces de Danilo Kiš, que me hicieron pensar en Isaak Babel, no por el estilo sino por cierta atmósfera de fondo, salvando las distancias, de los judíos, los progromos, la violencia mezclada al humor y la melancolía ("Oí un alboroto bajo la ventana y pensé que venían a matar a mi padre", empieza uno de los cuentos. "Y entonces un violín sembró la duda y me libró del miedo"). Y en ese chico absorto, embriagado por el olor del heno, abrumado del espectáculo y el poder sensual de la naturaleza, con su hipersensibilidad de escritor, decidido a huir y lanzarse al mundo por vergüenza cuando le descubren besando a una niña en la paja o por miedo y culpa cuando pierde a una hermosa vaca embarazada, y todo en medio de la amenaza y lo brutal. Pensaba en Una tumba para Boris Davídovich, en su condición implacable, en esa crítica despiadada y en el peso tremendo que tiene para desbaratar cualquier creencia en el pasado estalinista, un peso tan inmenso como su riqueza de matices, su ambivalencia para explicar la complejidad, su calidad literaria. ¿Y cómo no iba a ser despiadado alguien que a los 7 años presenció la matanza de judíos y serbios en Novi Sad?
Me consuelan las conversaciones con G. y algunos pensamientos. G. sueña con proyectos posteriores, aunque le cuesta ponerse las pilas para su septiembre. Y a la vez me ofrece su comprensión. Pero al anochecer me puse literalmente mala, con un lumbago que no me ha abandonado. Luego me he cortado de una forma algo salvaje y la sangre no quería cesar de salir. Hace mucho calor. Es una suerte estar viva, aunque todo sea difícil, a veces detecto que podría darse la vuelta como un calcetín, sólo se trata de resolver el jeroglífico y de agradecer esas cosas supuestamente nimias y en realidad vitales, que muestran su importancia al enfrentarse a lo otro... Cuando iba a copiarlas, borré sin querer todas mis fotos de Sunčana Reka y de Banja Koviljaca. Algunos fotógrafos en facebook me han dado consejos de programas que descargar para recuperarlas, pero yo no logro nada; me han aparecido otras mucho más viejas, pero no las que me interesaban.Cómo añoro la noche fresquísima del bosque... Aún me pregunto por qué no quisieron llevarnos al Drina cuando hacía sol.
Me pregunto si podré volver a dormir por las noches. Lo que está ocurriendo me ha convertido en insomne y si no me duele una cosa me duele otra, porque el dolor no puede concentrarse en sí mismo y se traspone, para hacerse tal vez más soportable, estúpidamente desviado a pequeños males insidiosos, sin importancia, síntomas de lo que sí importa.
Al llegar me he encontrado los ejemplares de las Crónicas de Nueva York de Maeve Brennan, traducidas y prologadas por mí y publicadas por Alfabia. Por ese libro estuve persiguiendo editores, hasta que logré despertar el entusiasmo de los alfabios. Antes incluí a Maeve B. en mis escritoras de Sinrazones del olvido. ¿Quién dijo que aquí siempre corría el aire? A media noche no había ni una gota. Este calor tiene algo infernal, esa sensación sudorosa, sucia y ardiente que sólo se cura bajo la ducha y en el aire helado del helio. Y pese a todo, hoy, andando por Major de Gràcia, en pleno bullicio acalorado e irritante, yo me sentía otra vez feliz de seguir viviendo, de poder andar y escribir, a pesar de mi lumbago y del bloqueo, y de que ese bloqueo se debe precisamente al núcleo doloroso de algún personaje de mi novela, o de tener que estar cerca de la oscuridad aquella, comprobar esa extraña costumbre, tan opuesta a mi naturaleza y que tanto me enferma, de no decir, no reconocer, enterrarlo todo y poner encima un parche tras otro, sin abrir, limpiar, airear y separar con pinzas como mandaría Freud.

sábado, 20 de agosto de 2011

Un pájaro

Foto: I.N., Rosas en el jardín del monasterio de Tronoša, 2011
Un pájaro no identificado me despertó a las cinco. Sentí un dolor agudo, una punzada en un lugar sospechoso, y entonces me dormí y soñé que iba a ver a los famosos homeópatas hindúes, que estaban en un jardín gris pardusco, y uno de ellos me decía: "Creíamos que eras..." y me comparaba a un animal joven e insólito, movía la cabeza tristemente y me daba nuevos remedios. Luego, en el portal de la calle Muntaner de un antiguo amigo muy alto y excéntrico que murió hace tiempo (un portal bonito pero que en aquella época siempre olía a tocino frito que cocinaban los antiguos porteros y al que luego volví en dos ocasiones, y supe que un visionario cubano que había ocupado el mismo apartamento de mi amigo muerto), allí, en el sueño me encontraba a una conocida joven y guapa y hablábamos, y sólo en el momento en que yo salía a la calle y ella entraba en el ascensor me decía que ese día la habían operado. Más tarde iba a verla, estaba con su hermana, había un posible pronóstico malo y yo lloraba, maldiciéndome internamente por no poder contenerme junto a ella. Al día siguiente venía a verme a mi casa esa joven amiga con su marido y sus niños y a uno de ellos, que en el sueño era mayor y completamente distinto que en la realidad, le faltaba un brazo. G preguntaba por qué, y le decían, con ligereza, que había tenido un accidente con el cacaolat, o con un chupachups, o algo igualmente absurdo. Añadían que iban a ponerle una prótesis y yo decía: "Claro, para el ordenador", y ellos me corregían: "No, para el ordenador no le hace falta"...
A veces me sorprendo contando los días que me separan de volver a casa, a mi cueva de Alí Babá, a ver a G. y también a Rufus y a mis amigos, pero en realidad, volver a lo real me espanta, y más en este momento, como refleja el sueño. No, no tengo ganas de volver al cemento, de ver la escabechina que le han hecho al azufaifo para que la grúa pueda moverse con libertad y puedan construir y cobrar sus comisiones mafiosas, no tengo ganas de volver a un país delirante donde en plenos recortes sociales y educativos salvajes invierten tanto dinero público en la visita de un horrible pontífice que ya vino el año pasado, engañan a los comerciantes con un supuesto negocio -en Barcelona no hubo tal cosa-, donde el presidente del gobierno consulta a ese Papa -el mismo que le critica sus políticas y promueve al partido contrario- para decidir sobre el futuro del Valle de los Caídos (¿es que no ha cambiado nada desde el franquismo?) y manda a la policía a cargar salvajemente. No tengo ganas de volver a las miserias -ayer me atreví a asomarme a mi cuenta bancaria-, de las ridículas tarifas de traducción, a las propuestas de escribir gratis, de conferenciar cobrando siempre menos que el fontanero, que el cristalero, que cualquier otro oficio, a las facturas abusivas, a la contaminación, a los árboles cortados, al cemento. Y sobre todo, no tengo ganas de abandonar este bosque, que se ofrece con su proximidad y sus rumores de agua, ni estas noches, donde las luces se apagan y la oscuridad lo cubre todo y se oye música de grillos, aire, agua, y el cielo está tan lleno de estrellas que parece imposible. O los paseos diurnos observando ese extraño prodigio de luces y sombras que logran los árboles sobre la tierra, refugiándonos siempre en la sombra verdosa que los mismos árboles gigantes ofrecen generosamente en los lugares donde no ha llegado la mafia arboricida de nuestro país.
A veces, en el interior de esa penumbra verde del bosque, con las grietas de luz entrando oblicuamente, con el rumor del agua y el aliento de esas profundidades, en esa catedral arbórea tan alta y elegante me siento agradecida de que se me conceda ese acceso solitario, en una intimidad extraña con animales invisibles, con respiración verde... Por la noche, el encantamiento de este sitio, con las montañas altísimas, el concierto de grillos, la frescura del aire lleno de efluvios florales, herbáceos y arbóreos y el ruido persistente de esos mil arroyos que lo inundan todo (y que son culpables de la persistencia de mosquitas revoloteando frente al que recorre los caminos) y el cielo llenísimo de estrellas es tan grande que acostarme me parece una traición o una condena de encierro y sólo quisiera estar fuera...
Es verdad que este lugar se parece al paraíso, y sin embargo, fue escenario de unas atrocidades ya conocidas, de una ferocidad ilimitada, en una desigualdad angustiosa. Alguien se preguntaba en facebook por la felicidad, como si tal cosa existiera de una forma permanente, como si no fuese una respiración interna, algo paradójico, que se produce en nosotros a pesar del mundo. Yo hablaba de las mariposas. Aquí son múltiples y espectaculares. Ayer, mientras leía unos cuentos de Aleksandar Hemon entre el sol y la sombra, una mariposa pequeña estuvo posándose sobre uno de mis pies, el otro, el borde del vestido, el libro y por fin mi brazo. Me miraba y no parecía dispuesta a abandonarme. Echaba a volar cuando yo me movía, pero volvía una y otra vez. ¿Qué significa ese extraño movimiento de abrir y cerrar las alas cuando se posan sobre algo? Era muy bonita, aunque no tan espectacular como las alas de la inmensa mariposa muerta que encontramos a las puertas del monasterio de Tronoša y que fotografié en la mano de Ljupka anteayer. También tuve que rescatar a un saltamontes de nuestra habitación y devolverlo a su entorno, pero me costó convencerle de que dejase mi mano. Los saltamontes parecen sonreír, orgullosos y burlones. Damos de comer a los gatillos salvajes de la casa, y el otro día -lo conté en facebook- tuve un intercambio con un gallo, que venía arrogante a quitarles las sobras que les dábamos a otros gatos en el restaurante. Le interpelé, le di pan y le dije que el pescado no era para gallos. Me miró sorprendido, no sé si por la lengua -al fin y al cabo, era un gallo serbio- o porque nadie se había dirigido a él con palabras. Y me sorprendió a mí porque tenía una expresión inteligente, con su cresta caída y sus ojos pensativos. Hace dos noches se oía un pequeño concierto de ranas. Hay una vaca, invisible desde donde estamos, que se hace notar de vez en cuando y puntúa nuestras frases o discusiones con un mugido aprobador. La otra mañana la vi: iba con un pastor y un ternero, y tenían la cabeza bastante blanca y el cuerpo de un tono acaramelado, de tofee. Y es que en este entorno, exceptuando a I. y a la gente del centro o a un escultor de Belgrado que apareció hace unos días, no tengo mucho más intercambio intelectual. Salvo en los libros. Leí La main gauche de Maupassant (precisamente gracias a un comentario de JLG), con tres o cuatro cuentos geniales (el de aquel hombre que pasa la noche en el cementerio para estar cerca de su amada y descubre que a media noche, los muertos salen de sus tumbas y corrigen las mentiras de sus epitafios y confiesan su verdadera naturaleza y sus traiciones, incluida ella. ¡O el de los suicidios organizados! Con su humor y su modernidad de espíritu) y me chocó otra vez la ferocidad de su misoginia y su racismo etnocentrista. Retomé y acabé Una tumba para Boris Davidovich de Danilo Kis, que es magnífica literatura, aunque durísimo, esa crónica de la persecución y la tortura en el comunismo, esa complejidad y ambivalencia de los torturadores (su tenacidad perversa, su insight bárbaro sobre las flaquezas del torturado y su capacidad para escribir de las puestas de sol en Kolima) en plena arbitrariedad salvaje, es mucho más poderoso que Soljenitsin y me hizo pensar en Shalámov. Lástima la descuidada edición, llena de erratas, con catalanismos tal vez del corrector, algo inusual en un editor que siempre había cuidado sus libros. Leí también Moderato cantabile de Marguerite Duras (me gustó esa tentativa intoxicada y desesperada de reconstruir el drama anónimo del bar de un pueblo, la soledad de la mujer que bebe demasiado vino con el desconocido), y esa pequeña joya que Tigridia me pasó traducida y que debería ser lectura obligatoria para evitar lo peor, El vicio de la lectura, de Edith Wharton, donde se dibuja perfectamente ese horrible lector mediocre que tanto prolifera, todos esos que creen que por el hecho de saber que la p con la a suena pa, se creen con derecho de buscar defectos estúpidos e inexistentes en libros que no comprenden, yo he encontrado muchos de esos lectores zoquetes y arrogantes, he tenido que sufrirlos, y a partir de ahora les recomendaré ese librito en cuanto les oiga hablar. Con un poco de suerte se dedicarán a los best-séllers o callarán... Por cierto que encontré una de ellos en casa de un amigo, no hace mucho. Había asistido a un cursillo y se consideraba ya futura novelista y se permitió decir una sarta de tonterías sobre dos textos sin comprender ni poder apreciar en absoluto sus virtudes. Todos somos ignorantes: ¡lo importante es tener conciencia de esa ignorancia! Y lo peor es no tenerla.
Anteanoche intentábamos por segunda vez ver una película de Raúl Ruiz basada en una novela de Jean Giono, Les âmes fortes, y pareció que íbamos a lograrlo, las imágenes del duelo me recordaron a la magnífica Misterios de Lisboa, pero no hubo manera. Y ayer llegó la noticia de su muerte. Estaba rodando sobre su infancia chilena... J.L. Guerín decía hoy en facebook: "Recuerdo La hipótesis del cuadro robado como una de las películas más sugerentes que he visto sobre pintura."
Por cierto que ya entregué el prólogo y la traducción de ese libro intrincado y maravilloso de Giono, Un rey sin diversión, que aparecerá muy pronto en Impedimenta.
En cuanto a mi novela, sigo llena de dudas. Avanzo, pero no las tengo todas conmigo. No estoy ya en el periodo feliz de los veinte primeros capítulos. No sé si quiero seguir este camino. Una parte de mí parece decidida, tal vez la parte más kamikaze, tal vez como forma de alejar para siempre de mí algo que aún me molesta, pero la otra titubea, y sin duda una serie de hechos que se producen en este momento y que tienen relación con los personajes que inspiraron a los míos me dificultan la reflexión.
Y ahora voy a traducir Maeve Brennan.

domingo, 14 de agosto de 2011

Desde el bosque serbio

Foto: I.N. Bosque de Tršić, Serbia (con mi teléfono)
Reconozco que al llegar aquí tuve un momento de crisis. Creía que llegaba a una colonia de escritores, algo similar a lo que había ocurrido en la Vojvodina cuando me invitaron, un lugar donde escribir, socializar en las comidas, con una gira de lecturas organizadas en otros lugares. Enseguida descubrí que yo era la única escritora invitada, no había tales lecturas y había aterrizado en un lugar absolutamente rural y salvaje, sin una tienda donde comprar nada (salvo los iconos y gadgets que venden en la casa museo de VK) y con una mayoría de gente que sólo habla serbio. Por suerte, mi amiga I. había aceptado venir conmigo y aquí estaba. Me habían prometido que tendría conexión a Internet (para mí, era condición sine qua non, ya que pretendía traducir, además de escribir mi novela). Pero la conexión se fue con las primeras lluvias, de modo que nos cambiaron a otro lugar, un lugar bien bonito, donde sí hay conexión más o menos estable y las condiciones y el confort son mejores.
Enseguida nos envolvió el paisaje, que es espectacular. Todo ocurre a la sombra de árboles inmensos y con el rumor de un arroyo incesante que lo recorre todo. Mariposas de todos los colores (una mañana se posó en mi pañuelo una magnífica, pequeña y delicada, azul celeste con un estampado dorado, que habría copiado en seda el mejor diseñador de moda), unas libélulas negras y azules al desplegar las alas, con distintas gradaciones entre el negro azabache y el azul profundo, y también libélulas verde y oro, lagartijas y lagartos, gatos hambrientos a los que alimentamos en el restaurante y la casa, perrillos que viven en libertad, más o menos cuidados y adscritos a sus casas. Un día tuve una conversación con un gallo: él me miraba desconcertado, como si nunca nadie se hubiera dirigido a él con palabras. ¿O tal vez fuese el idioma? Pero su expresión era inteligente y pensativa y cambió mi idea de los gallos, o de los gallos serbios. Gallos y gallinas pasean por lugares insospechados. Por los caminos del pueblo y los prados, todo de distintos tonalidades del verde, con flores blancas silvestres que tiñen los campos haciéndolos etéreos como nubes, y florecillas diminutas de colores violáceos, rosáceos, oro viejo, blancos... Las casas son de madera, al estilo tradicional serbio, o con tejas antiguas. Los pajares son también como eran antes. Es como si hubiéramos entrado en el paisaje de un cuadro, como ocurría en los cuentos. O al otro lado del espejo. Y el bosque, un bosque altísimo, a veces casi vertical, que parece impenetrable y en algunos lugares seguramente lo es. Pero puede accederse bordeándolo o por el bosque bajo, siguiendo los arroyos y los caminos que discurren a su lado. Entonces se entra en una penumbra verdosa, húmeda y fresca, dejando atrás el sol, y se produce ese extraño prodigio: siento como si me adentrara en un mundo perdido, en un lugar salvaje donde no rigen nuestras normas, siento como si el bosque me dejara entrar, bajo ciertas condiciones. En ese silencio casi reverencial, donde sólo se oye el agua, la respiración del bosque y mis pasos cruzando puentecillos de madera que llevan años allí y han sido desgastados por el tiempo, en el camino hacia el monasterio de Tronoša, una tarde oí un pesado crujir de ramas y vi una gran sombra negra, tal vez un ciervo, que se ocultaba y me sentí sobrecogida. Justo después, a los pies de un árbol se agitaba un animalillo oscuro, tal vez una ardilla o un conejo, que me devolvió un poco al mundo.
Este es el lugar donde el Pompeu Fabra serbio, el lingüista que reordenó el alfabeto cirílico serbio y estableció los fundamentos de esta lengua, Vuk Karadžić, nació y se crió. Él seguía ese camino sagrado del bosque para llegar al monasterio de Tronoša, donde estudiaba. Todo aquí está lleno de su nombre, de su memoria, de las letras del alfabeto. Durante los años oscuros, los nacionalistas excluyentes intentaron apropiarse de su legado: sus fotos están también en los aniversarios del pequeño museo histórico. Su apellido no tiene nada que ver con el político criminal, aunque éste intentara manipular también ese dato. Luego, los organizadores han querido separar las cosas y situar a Vuk en su contexto legítimo, no político, sino histórico y científico.
Es un paisaje encantado y un solo paseo por esos caminos del bosque restauran el espíritu a cualquiera. Yo sigo recibiendo una lluvia de noticias negras, y ha habido noches enteras sin poder dormir. Hay algo que duele aun de lejos, algo que forzosamente tenía que llevar conmigo hasta aquí, algo que me hace sentir salvada en el bosque, protegida por esa penumbra verdosa. Algo indecible aquí y que me hace mucho más difícil la escritura de mi novela. A veces traduzco a Maeve Brennan y es un ejercicio saludable. Otras logro escribir, aunque es un momento difícil. En todas las entrevistas -dos televisiones, un periódico- me preguntan por la inspiración y el paisaje. Hace días que decidí que Tršić estaría al final de mi novela y esa idea les hace sonreír.
Naturalmente, estamos muy cerca de las heridas de la historia y hay una tristeza y una amargura que está en el aire, que pesa en mis pensamientos, que subyace al orgullo local. Es inevitable para mí preguntarme qué hacían algunos personajes que veo -los que tienen cierta edad- en la guerra e imaginar, especular. Sé que no soy la única que ve lo invisible. Lo sigo viendo en nuestro país, tantos años después, ¿cómo no verlo aquí, tan cerca en todos los sentidos? El otro día fuimos a Sunčana Reka, tomamos algo junto al Drina y al otro lado veíamos las montañas de Bosnia, donde se perpetraron tantas atrocidades. Sin aludir a donde estábamos, ellas hablaron algo de la guerra; aunque el antes y el después surge inevitablemente en algunas conversaciones, aunque sea de forma tangencial. Yo intento decir, intento no caer en la trampa de generalizar por identidades nacionales. Me preguntan por mi libro balcánico, por mis impresiones de Serbia (a I. también intentan entrevistarla, aunque ella no siempre se deja: mientras pueda, huye de las cámaras. Yo también las detesto, pero me gustaría mucho que "Si un árbol cae" se publicase aquí).
Vimos algunas Perseidas con la luna llena oculta detrás de la montaña gigante que nos mira y encierra en este lugar asombroso. Los cielos están plagados de estrellas, aunque la luna las haya hecho palidecer. Estos bosques tan cuidados y protegidos también me curan un poco las heridas del cemento de Barcelona, la amenaza de nuestro pobre azufaifo, la locura mafiosa y constructora que se ha apoderado de mi ciudad, gracias a la codicia de los políticos corruptos y sus partidos. No me olvido del mundo. Leo las noticias en la red. Sé de la indignación de los ingleses, que es la nuestra, aunque algunos hayan querido camuflarla y hacerles pasar como ladrones consumistas, al margen de los recortes sociales. No es así. Pero mientras pueda, yo me refugiaré en estos paseos por el bosque, en este otro mundo maravilloso.