Me han entrado deseos de escuchar sólo música brasileña o versiones jazzy de canciones clásicas. O sólo jazz, cosa extraña en mí. Rufus parece estar de acuerdo. Dicen que a los gatos les gusta el jazz, pero conocí un gato que sólo escuchaba música contemporánea porque a su dueño le parecía que el resto era insoportable y el gato parecía siempre interesado en aquel juego inarmónico. Al llegar a casa he encontrado a Rufus muy elegante en el sofá, con el pelaje lustroso, y ha querido salir conmigo a ver la lluvia. Pero yo he entrado a buscar algo y Rufus ha hecho uno de esos extraños gestos suyos, que consiste en venir a buscarme con unos maullidos para llevarme de nuevo a la terraza. El cielo tenía esa tonalidad gris rojiza que yo asocio a esta ciudad y que me sorprendía cuando llegué de Figueres. Allí, el viento lo barría todo y traía otros cielos.
Siguen los relámpagos. Muchas cosas pequeñas se están rompiendo en esta casa. Murió mi preciosa y pequeña tetera japonesa, daba lástima tirarla incluso rota, porque los pedazos seguían siendo bonitos, como los pétalos mustios, como las gotas de mercurio del termómetro en el suelo, pero sin su veneno. Tendré que ir a la tienda japonesa a probar suerte, si es que mi pierna quiere llevarme porque el cambio de tiempo la ha hecho regresar. Hay una gotera del piso de arriba que amenaza con hacer caer el techo sobre nosotros. Vino un perito de la compañía de seguros, vino un técnico a mirar, pero no volvió nadie y la mancha crece. Además de los pequeños golpes que, como réplicas del terremoto, siguen rodeándome para recordarme algo. Abro un armario y cae un bote de cristal sobre mi uña. Doblo una esquina y un hombre impulsivo casi me tumba. Espero que todo esto vaya a menos. No me voy a olvidar, les digo a los hados. O a mi inconsciente. Alguien que me escribe a veces me habla del golpe del Lazarillo: yo también pensé en ese golpe, por cómo me hizo aterrizar bruscamente en otra realidad; cambiar. Lazarillo no era el mismo después de ese golpe, me recuerda mi penpal, tras aceptar que le nombre así.
También se suceden los cambios de citas. Hoy dejé la presentación de Piglia por mi acupuntora y resultó que me había equivocado con la hora. Mañana...
Me ha llegado la novela de Jonathan Franzen, pero no puedo leerla aún. Me ha llegado también La calle de los maleficios de Jacques Yonnet. He leído más relatos cómicos de Mark Twain, y un relato muy poderoso de Ernskine Caldwell, especie de anticipo de La jauría humana, del racismo, la miseria, el orgullo, la explotación. Siguiendo en la línea de E. Caldwell, me he admirado de la valentía rebelde de los franceses, en huelga general, ellos sí, y con dos millones y medio de manifestantes, mientras aquí ya empiezan a bajarse los pantalones una vez más, a decir que no irán a la huelga. Este país no tiene remedio. Hace un rato leía de cómo Epicuro adoptó la postura que Pericles llamaba idiotez, es decir, apoliticismo. "Un hombre sin la polis es una solitaria pieza de ajedrez", dijo Aristóteles, y Hannah Arendt retomó esa idea. ¿Pero cómo no comprender también a Epicuro y a su espíritu, a esa "culture de soi" de la antigüedad definida por Foucault? Yo no puedo ser indiferente a la polis, pero también necesito el jardín de Epicuro.
Sigamos con John Coltrane. Estos discos son la herencia de un personaje que aparecía fugazmente en el último cuento de Algunos hombres... y otras mujeres, pero él nunca lo sabrá y la idea de ese secreto me reconforta, aunque supongo que le gustaría el texto: si pudiera aceptar que yo escribo y no sentirlo como una vieja rivalidad misteriosa. Como si la escritura fuera otro hombre, una amenaza. ¿Qué nos queda de algunos personajes del pasado? Unas líneas de un cuento que les homenajea transformándoles, una música, la esquina de una calle, un restaurante. Ese personaje confirmaba la idea de Marguerite Duras y la de Roland Barthes, en el sentido de una rivalidad entre la escritura y los partners. Por fortuna no suele cumplirse, sobre todo ahora en que todo o casi todo empieza para mí a pasar por la escritura y me es difícil encontrar interés en un territorio donde mi escritura no exista.
Rufus está persiguiendo una mosca invisible. Se ha mojado un poco con la lluvia.
Hoy he ido a la residencia donde seguramente vivirá M. Tiene jardín y es una casa modernista. La atmósfera era apacible y luminosa y he pensado que ella, que había vivido en entornos donde la belleza era importante, podría estar bien allí, vivir allí esta extraña vida suya en la que está y no está. He visto, entre los coches que zumbaban como moscas de septiembre, moscas equivocadas (¿por qué toda esa gente sigue usando el coche para desplazarse y tocar el cláxon y aparcar en las aceras? Es una pobre ciudad equivocada), he visto algunos árboles y unos plumeros que se agitaban en la brisa, en una pequeña frescura contra el bochorno de esta tarde.
2 comentarios:
Engatusador, como siempre, con ese ir de un lugar a otro. A pesar de la nostalgia o tristeza de la que a veces hablas, yo siempre veo bajo tu escritura un mundo bonito, tranquilo y muy rico.
Icíar: Tú ves más allá, eres buena lectora!!! Tengo un vecino que leyó mis cuentos y no detectaba ni mi humor, ni la ironía ni la luz que yo veo en las cosas, le parecía todo pesimista y sombrío. Yo volví a ojearlos pensando: ¡qué raro!
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