viernes, 15 de diciembre de 2006
De un encierro
Foto: cárcel de Dublín
Ayer estuve en la cárcel de Quatre Camins, en una lectura literaria con Carles Hac Mor, Ester Xargay, Toni Clapés (Converses ), Dolors Udina Abelló, Josep Pedrals. Muchos de ellos ya habían leído otras veces en la cárcel; para mí era completamente nuevo. Tuvimos dos horas y faltó tiempo. Había una intensidad tal allí dentro que es difícil de explicar. La necesidad tan fuerte de hablar, de expresar, su interés por todo lo que allí se decía y recitaba, la importancia de las palabras y el silencio expectante que contenía todas las historias de cada uno. La conciencia o la negación. Algunas miradas de los que no hablaban y se sentaron al fondo, y que a veces tuve que evitar o no pude mantener. Y al mismo tiempo el humor.
Muchos preguntaban, querían saber. La atención era especial, nunca había visto un público como aquel. Algunos leyeron poemas. Hubo uno que leyó algo y no dijo si era suyo. Tenía la cara muy marcada, dijo: Sólo leeré una estrofa. Yo recuerdo el final de su estrofa, decía algo como: Si miro alrededor y no me aterro, es que estoy muerto. Otro leyó un poema que había escrito en la celda de castigo, por evasión. ¿Fallida?, le preguntaron. No, consumada. Pero después decidí volver. Yo habría querido saber de su fuga. O preguntarle al que había conocido a Puig Antich en la cárcel, si había pasado todo ese tiempo dentro. Más atrás se sentaban los heroinómanos, algunos con los párpados caídos de la metadona. Nos pidiéramos que escribiéramos sobre ellos, que diéramos otra imagen "de los que estamos aquí dentro". Los profesores que trabajan allí, en esa escuela de adultos de la cárcel, son gente apasionada y vocacional.
Esa institución terrible, decimonónica, injusta y desigual (apenas hay ricos) sólo les da algo que en la calle no existe, salvo para unos pocos: tiempo. Todos los que estaban allí han tenido tiempo de pensar en ellos, en sus errores, en el mundo que les ha encerrado. No decían tonterías, incluso cuando se confundían por su urgencia de decirlo todo, había observaciones agudas y siempre críticas. Algunos tenían, también, y tal vez por esa urgencia, un talento. Hac Mor habló de la abolición de las cárceles unida a los poetas y recitó un poema contra el rey. Ester Xargay tuvo un gran éxito cantando uno de sus malabarismos de música y palabras, Pedrals recitó una divertida canción, Clapés leyó un poema de Brecht, Dolors Udina un poema del argentino Roberto Juarroz. Yo leí un texto sobre mi relación ya histórica con la cárcel. Luego, animada por Ester Xargay, que cantó, y por Carles Hac Mor, que lo anunció y no me dejó dudar, canté el romance anónimo del prisionero. Pero no había tiempo. Y otros reclusos querían hablar. Uno de ellos cantó muy bien un fandango y acompañó con la guitarra al poeta fugado africano y al cubano interesado en la métrica. Un joven marroquí preguntó por un poeta palestino y nos contó cómo le habían alargado injustamente tres meses de su pena por un malentendido o una paranoia.
Yo pensé inevitablemente en la curación por la palabra.
Al salir del coche que me llevaba, en Passeig de Gràcia - Aragó, en plena fiebre navideña, todo me parecía estúpido y banal, comparado con aquello. Llegué al Premio Stendhal de poesía como una zombi.
Debería preguntar a algún blogger experto cómo se suben documentos en pdf, así podría poner aquí mis textos de la cárcel.
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