miércoles, 10 de enero de 2007

Harapos parracs rags haillons

Foto: Cuba 2004 Ayer fui a comer con Carlota, una amiga muy bibliófila (y literatósica según la definición de Enrique Vila-Matas y António Lobo Antunes, ¿o era de Juan Carlos Onetti? ELPAIS.com - Enfermos de literatura - Tecnología), que vive en este barrio extraño de gente uniforme. Carlota llevaba un bonito abrigo y al decírselo nos encontramos sorprendentemente hablando de ropa. Ella citó a Simone de Beauvoir, que decía haber renunciado a vestir bien, porque eso requería demasiado tiempo y energía. Yo nunca he dedicado mucho tiempo ni mucho dinero, pero mi relación con la ropa siempre ha oscilado entre el juego, el fetichismo, la atribución de poderes casi mágicos e históricos a cada prenda. Hace poco, mientras esperaba para comprarle una camiseta errónea a mi hijo en una tienda muy burguesota de la calle Mandri, me quedé mirando a las mujeres que me precedían en la cola, muy características de esa calle: iban bien vestidas según la moda, con buenos paños y escasa imaginación y aún menos excentricidad, pero sobre todo, lo más espectacular era que lo llevaran todo nuevo, hasta la cartera de donde sacaban el dinero, los guantes, los zapatos, el bolso, todo recién salido de la tienda. (Tal vez incluso ellas mismas fuesen nuevas de la temporada). No me sorprendió tanto por el dinero, pues es una calle adinerada, sino porque yo nunca podría sentirme yo misma sin llevar algo histórico, ajado, gastado, reconvertido o teñido, recuperado del fondo de armario, como aquella homeless avant-la-lettre de un cuento inglés (un libro genial, rimado, de mi niñez, que ya no existe, Pepe el tonto y otros tontos) a quien le recortaban la falda mientras dormía y al mirarse en un charco decía: ¿Pues quién soy si no soy yo? Una vez, en Berlín, mientras mis compañeros de viaje se tomaban unas cervecitas en Prenzlauerberg, vi un vestido de terciopelo granate colgado en la puerta de una tienda Vintage. El propietario era una especie de viejo hippie encantador, dijo que ese vestido era perfecto para una londinense (sólo un extranjero podía confundir mi tosco inglés con el de una londinense) y me lo rebajó porque según dijo, no le quedaba bien a nadie más. La historia de ese vestido, encontrado en ese setting berlinés, lo hace distinto a todos los demás. Hace años, cuando era joven, pasaba el buen tiempo vestida con trapos -mis harapos- que prendía con imperdibles, coleccionaba sombreros y provocaba las iras, burlas y miradas torvas de mucha gente de la calle, algo que me servía para convencerme y convencerles de que no era uno de los suyos. Al fin, Carlota me habló de Adam Zagajewski , al que vio y escuchó en - - - - - KOSMOPOLIS - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - y que dividía, según entendí grosso modo, la literatura entre lo provinciano (el sufrimiento histórico y local), lo esencial y lo cosmopolita (la reflexión sobre la propia literatura y el arte). Hablamos del Año Freud, del odio que aún despierta el psicoanálisis, pero también de lecturas en cárceles y de derecho penal (el marido de Carlota es abogado) y de la tradición de ignorancia de los periodistas o la falta de rigor de algunos periódicos en este país, y me contó de sus lecturas de María Zambrano y de una conferencia sobre ella que habrá esta tarde en el Ateneu www.ateneubcn.org/ .

2 comentarios:

el objeto a dijo...

Completamente de acuerdo con la Beauvoir, yo también he renunciado, no me quedaba otra… pero en cualquier caso, mucho peor es esa moda aséptica y pulcra de las que borran todo trazo o marca del tiempo vivido, incluso o sobretodo en lo más superficial de su aspecto… monederos, pechos, labios nuevos… y estas semanas se verán un montón de etiquetas pegadas a la suela en las botas compradas en rebajas, que nadie se ha tomado el tiempo de quitar…
sin duda la más sabia es esa niña que pregunta quién soy yo pues no soy yo… que sabe que uno es lo que ha vivido y cómo lo ha vivido, cómo se ha construido, por mucho que alguien se empeñe en hacer como si nada cada nueva temporada

Belnu dijo...

A mi prima V. le gustó el cuento de la falda recortada, le pareció que esa mujer era "tan lacaniana..." le hizo pensar en una conversa que tuvo con otra lacaniana "en una expo exigua sobre Confucio que organizó la fundació la caixa en el caixafòrum y de cómo los chinos, para saber quien son, se remontan a todos sus antepasados, y todos esos pasillos llenos de retratos de gente que ya no existe, y a toda su historia, y a cómo uno se construye, cómo se amuebla por dentro, cómo recompone los trocitos, cómo teje una su falda, y cómo nos vemos en el charco y nos buscamos..."