Foto: Harold Lloyd- colgado del reloj
Cerca de mi casa hay una relojería llamada Tempus, y al pasar no puedo evitar pensar Fugit... Tempus fugit, una frase pesimista que los barrocos ponían junto a una flor o sádicamente junto a una belleza femenina, pero la idea me hace reír. Yo tuve una profesora de latín terrible y no me gustaba hasta que apareció el señor Morató, que me hizo cambiar y adorar el latín y el griego y a la larga me hice traductora gracias a él. Creo que me tenía simpatía, pero se enfadaba muchísimo cuando yo sugería dos soluciones para traducir un sólo adjetivo. Años después, alguna vez me acuerdo de él cuando traduzco un adjetivo por dos y me río sola: "lo siento, Morató".
Ahora es tiempo de silencio, no el de Luis Martin Santos, sino que ha llegado esa blessed hour en que aún no ha empezado el fragor de las obras de esta ciudad más ruidosa del mundo, las motos, el tráfico, las sirenas superfluas y excesivas, los golpes, todo ese festival de ruido que a nadie le importa, porque la gente sólo protesta del ruido nocturno, el de los bares, el que no me afecta a mí. Y en que el sol me inunda a mí y esta pantalla y apenas veo, pero la sensación es maravillosa.
Pero hay otros silencios no-urbanos, silencios internos que sigo temiendo. A veces, para llenar esos silencios en una situación incómoda o desconocida, he hablado de forma compulsiva y eso meha impedido escuchar los silencios necesarios, dejar que las frases respiren y que los otros cuenten su historia. Tal vez esos silencios me recuerden a antiguos silencios de negación e injusticia, los que condicionaron mi infancia, silencios terribles como losas y para mí entonces inexplicables. Por suerte, no es algo que se produzca con frecuencia, pero creo que me ocurrió en cierta medida ayer y me enfadé un poco conmigo... Y al mismo tiempo, como contrapartida, pasé frío en un bar y mi tos empeoró al llegar a casa. Muchos locales de Barcelona utilizan sólo el calor humano como sistema de calefacción, y cuando se vacían, puedes helarte...
6 comentarios:
y también de paciencia, agregaría yo...no te consuelo: se nos ha ido, escapado, un mes de este año que era nuevo hasta hace nada... yo he pasado gran parte de este tiempo tosiendo y sintiéndome fatal; tan homeopático que he sido toda mi vida, ahora me he atiborrado de remedios de laboratorio en un intento de escapar cuanto antes de los asquerosos virus...mi tos sigue allí, y todos me dicen que tenga paciencia, que estas gripes son así, largas y costosas...
conoces cartagena de indias?
quisiera estar allí, viviendo otra película...
me fascina tu gilda; todos ellos me parecen maravillosos;
tal vez debería vivir en un mundo de gatos...
Sí, un mundo de gatos, sin pensar en dinero, sólo en cazar una mosca o una pobre lagartija de vez en cuando, dormir y soñar, ¿sabías que sueñan doscientas veces más tiempo que nosotros? Y sin tos... No, nunca estuve en Cartagena de Indias, sólo sé de García Márquez allí... Ya me contarás... Gilda te ha puesto en su agenda de contactos. Debes visitarla! Le encanta la gente, hace creer a todos que tiene una relación especial con ellos, incluyéndome a mí...
me ha encantado lo de dos adjetivos para traducir uno!! hay veces en el acto comunicativo o creativo que no hay más remedio que quedarse en la mitad y reconocerlo es reconocer nuestra propia imposibilidad, igual que hay veces que hay que llenar los silencios, aunque todas esas palabras no sean más que el eco del silencio
Estoy muy de acuerdo con Vanessa: también en las palabras se puede escuchar el silencio, y además: no sólo estan las palabras!
Últimamente leo muchos elogios hacia 'Tiempo de silencio' de Luis M. Santos. Recuerdo haberla leído en mi época de estudiante y parecerme muy aburrida, pero supongo que, este sentimiento, pudiera deberse a mi propia etapa vital. Verla ahora señalada de nuevo aquí me hace encarar su futura lectura de otra manera.
Preciosa disertación, por cierto, sobre el sonido del silencio. Aún me cuesta escuchar el mío.
Un saludo.
Ay, Raúl, tampoco Tiempo de silencio es my cup of tea, excepto el título, que aquí me venía de perlas. De ese libro tengo un vago recuerdo melancólico de la posguerra gris, pero ninguna epifanía
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