jueves, 30 de julio de 2009

Confucio me hablaba de mi mundo

Foto: I.N., Parco Archeologico della Neapolis, Siracusa, 2009
Ayer iba yo andando muy contenta, leyendo admirada esa magnífica edición de Confucio (traducido y prologado por A-H. Suárez), máximas que me hablaban de mí y de mi mundo, de la debilidad que marcó la vida de M y como consecuencia, mi niñez. "El Maestro dijo:..' Ver lo que sería justo hacer y no llevarlo a cabo es cobardía.'". Pensé que el Maestro me concedía cierta "hidalguía" asociada a una anécdota de estos días, y la hidalguía tiene más gracia aplicada al mundo femenino: "No experimentar amargura pese a ser ignorado por los hombres, ¿no es acaso propio del hidalgo?" Y hablaba también de algunos amigos:
"El Maestro dijo: 'Jamás he visto nadie de (inquebrantable) fimeza.'
Alguien replicó: 'Shen Cheng.'
El Maestro dijo: 'Cheng es apasionado. ¿Cómo va a ser tan firme?'"
En su prólogo luminoso AHS contaba: "En una época en que reyes, señores y pequeños nobles habían perdido sus cualidades propiciadoras y civilizadoras, es decir su virtud, el Maestro Kong consideraba que cualquiera podía ser hidalgo o villano independientemente de su linaje. Era necesario 'rectificar los nombres' (zheng ming), devolviéndolos a la esencia de las cosas..." Y más tarde, V. me habló de esas capas que los chinos fueron añadiéndole a la figura de Confucio hasta hoy, reescribiéndolo...
Iba yo también pensando en el sinsentido de esa violencia que se añade a todo lo injusto de este mundo, donde la democracia es sólo una palabra vacua y unos cuantos nos mueven y usurpan a todos en distintos grados; estos extraños ataques de ETA, ¿a quién sirven? ¿a los destinos turísticos rivales? Desde luego, no al País Vasco. Y toda esa escatología dolorosa de lo manchado de sangre. Me hace pensar en la desesperación delirante de los terroristas suicidas, en los jóvenes de las banlieues quemando coches de sus vecinos o en la horrible pesadilla de esa gentuza que ataca, apalea y quema a indigentes y niños de la calle y lo graba en vídeos y en todos esos hombres que maltratan y matan a sus ex parejas, y en los que niegan esos hechos como si no existieran.
En la librería me encontré con el hombre cuya voluntad, cuando acabe mi contrato, me llevará quizás a vivir en un sotanillo hermético y húmedo de Nou Barris o me permitirá seguir refugiada aquí: el propietario de mi casa. "No nos adelantemos a los acontecimientos", dijo cuando le pregunté por la espinosa cuestión. Su hija, diseñadora gráfica de ojazos azul gris, contribuyó a la batalla para salvar a nuestro azufaifo. Su madre tradujo el primer libro de VW, aunque algunos se olviden de citarla. Ayer le pedí que protegiera el altísimo ciprés de su jardín; al parecer, los vecinos se quejan de que con las finas hojas que caen se les atranca un canalón y eso les parece motivo para cortarlo (!). En este país donde ni siquiera los árboles históricos y gigantes, que albergan urracas y mirlos, oxigenan el aire y se cimbrean poéticamente con el viento, tienen protección, ni derecho a vivir: los arboricidas son mayoría.
Ayer, cuando escuchaba a M. forcejear con las palabras, decidí que intentaría dejarla vivir siempre en su casa, aunque su casa ya no sea su casa, la que me acosa en sueños, la de los pájaros y las lagartijas. Aunque ya no tenga aquellas terrazas visitadas por sus amigos voladores. Con lo que le queda de sus cosas. Pensé en llevarla de paseo por un parque. Yo dije en mi conferencia de la Collobert que había naufragado en un mar de palabras y ahora veo en M. su escenificación dolorosa, el significado literal de ese naufragio. Yo, que siempre fui acogida hospitalariamente por las palabras, veo ese hundimiento con aguda estupefacción. Las palabras se le escapan como pájaros. A ella, a quien siempre acudían los pájaros perdidos y enfermos. Se le escapan como peces entre los dedos, como mariposas. No puede decir.
Mi amiga MA me invitó ayer a su casa de las islas, concluyó que cuando acabase mi misión de vigilancia de M., necesitaría un descanso. Por un momento me imaginé recorriendo en bicicleta la distancia hasta mi embarcadero preferido.
Ayer me desvié de mi camino para ir a comprarme un helado indio con gengibre y cardamomo (¿Estarás embarazada? se burló J. al teléfono cuando se lo dije) y cuando me lo tomaba comprendí de qué se trataba. Vi una escena mía a los dos años, en la cocina de Figueres, cuando me metían la comida en la boca a la fuerza, tapándome la nariz y abofeteándome, me obligaban a tragar lo que escupía, me sacudían boca abajo, por los pies, y me quedaban las huellas rojas calientes de las manos de mi tía en la cara y el cuerpo. Y luego, en la calle, C me compraba helados y bombones para consolarme. Al comprenderlo, el helado sabía a lágrimas. He pensado en Manu Chao y en su vas por la calle llorando, lágrimas de oro... "Es una imagen típica de serie de la tv, me dijo después G., "la chica abandonada por su novio que se compra un bote grande de helado..." Así que lo tiré por el sumidero y en vez de eso comí cerezas con más lágrimas. No era mala combinación. Llamé a G. para que me consolara (Pensé en Coetzee sobre la maternidad: We embrace to be embraced). Intenté explicarle a G. que no era la pérdida real, sino la pérdida de mi último vínculo con el pasado, mi niñez, el dolor de lo que pasó, todo aquello de lo que M. no pudo, no supo, no quiso protegerme, su complicidad con aquellas escenas de brutalidad, su debilidad, su mirar hacia otra parte, y también los pájaros y las lagartijas, su relación con la naturaleza, lo que me dio como llave de salida. Dijo G: "Para mí es impensable, no puedo ni imaginarlo porque ... Lo importante es que tú le has dado la vuelta, lo has equilibrado porque lo has hecho muy bien conmigo y yo te estoy tan agradecido...No te aflijas", añadió en catalán, con ese uso suyo suavemente irónico del lenguaje, "Piensa mejor en los pájaros y las lagartijas..." Luego me contó de sus noches en el Apolo y de sus últimos pasos. Más tarde hablé con V. y ella me dijo: "Tienes que hacer ese duelo..." Yo imagino el duelo como un tiempo largo de llorar, como en la figura del cuento en que alguien tenía que recorrer el mundo hasta que gastara siete zapatos de hierro, llorar hasta llenar la habitación, como la carrolliana y agigantada Alicia, que ya no podía abrir la puertecita y que nadaba en sus lágrimas, llorar hasta formar ríos y lagos, como los gigantes que generaban legendariamente el paisaje en la época de Rabelais, donde los lagos eran escupitajos de gigantes, llorar un poco todos los días y regar las plantas con esas lágrimas, como esos biberones guardados para los bebés de la incubadora, llorar comprando como en mi cuento de Crucigrama (Vinçon), dedicar un rincón del día a esas lágrimas metafóricas o literales, y el resto del tiempo seguir con todo lo demás, la escritura, la lectura, lo que llaman la vida.
Luego fui a dar un paseo nocturno con A por el parquecillo de Mandri. Yo, que no fumo durante el día y menos si estoy sola, pensaba sólo en fumar en el parque, porque fumar parece un buen remedio contra la resaca de las lágrimas. A. había dejado de fumar y estaba siguiendo un plan saludable. Vimos una chica que a duras penas podía andar por el terreno pedregoso con tacones de aguja (extraña regresión de la moda). Hablamos y temo que sembré su panorama saludable con mi duelo, pero él dijo algo de que nuestras conversaciones le producían cierta serenidad.
No estoy muy segura de este post, pero qué importa. No creo que quede nadie que me lea en estos días desiertos de verano. Lo colgaré en Facebook, donde algunos ponen amablemente que les gusta sin llegar nunca a leerlo (tal vez se refieren a la foto). Tampoco voy a escribir mucho más; tengo unos treinta libros para leer, como jurado que soy de unos premios. Y sigo bailando por la casa.

miércoles, 29 de julio de 2009

Anoche

Foto: I.N., Puerta del duomo de Ortigia, Siracusa, julio 2009
No había luna llena, mi amigo del Museu d'Història estaba lejos, en su frondoso jardín gallego de la Bella Durmiente, arrancando malas hierbas, y en la lectura del Refugi 307 tuvimos problemas de luz y sonido, como si la historia hubiera querido recordarnos lo que allí fue con más énfasis. Tuve que forzar la voz para que me oyeran y cuando la luz fluctuaba, temía acabar pidiendo linternas al público. Y aun así todo fue mágicamente bien, porque el público era el que debía ser y porque el muro rocoso expandía mi voz en el aire. En un beau geste, Julia Bel vino a traerme la foto de María Zambrano al volver del exilio, esa imagen blanca de la que ella misma hablaba en el texto que yo leí. Al acabar, los asistentes me felicitaron generosos y elogiaron la selección de textos, y se vio que la visita al Refugi les había interesado y conmovido porque siempre es una experiencia emocionante. A.V. nos contó que de pequeño, en Lleida, durante la guerra, oía decir que la gente de Barcelona era fantástica, resistente y combativa y que al ver al Refugi había pensado que era verdad. Me hizo ilusión que A.V. viniera y también estaban otros amigos importantes para mí. Esperemos que el próximo martes todo vuelva a salir como la primera noche, ya con mi amigo aquí, coordinándolo todo sabiamente.
Luego fuimos a tomar algo en una terraza callejera; mis amigos hablaron de sus planes de viaje y yo pensé en este árido verano mío, sin mi ordenador (¡tres semanas de reparación!), sin mar, condenada a tratar con esa gente que no comprendo ni me comprende, y a soportar las consecuencias de sus impromptus y su falta de ética -quousque tandem abutere...?- que sólo agravan la tristeza de la desconexión y el olvido. He tenido un sueño tenebroso y me he despertado en plena desolación. Una conversación telefónica delirante me ha confirmado que el proceso de olvido de M. sigue avanzando oscuramente. En su mente, los conceptos ya no están ordenados ni separados, sino que han perdido sus contornos y se mezclan como en los sueños. Las palabras son otras.
El librero de la calle Berlinès me ha prestado su escucha inteligente, con paciencia. Yo tenía que hilvanar recados largos e inacabables y he llegado por los pelos a la comida con una amiga agente literaria, que me dio un buen consejo. Después he mantenido una larga y errática conversación au vent en una terraza azotada por vientos africanos con el editor de Saymon, que también es novelista y que hoy, con su gorra y sus gafas ahumadas y una pequeña cruz, tenía aspecto de músico latinoamericano y se preparaba para un encierro francés. Le he pasado un ejemplar de un libro que me gustaría traducir. Y al volver me sentía casi bien, casi en mi sitio y soñando con baños marinos.
Pero ha habido un percance nocturno, un momento de pánico distorsionado por una supuesta desaparición de M. que no era tal, y uno de esos personajes con quienes preferiría no relacionarme nunca (y de hecho sueño con el día en que ya no haya más razones perentorias que me obliguen) me ha llamado muy alterada. En cuanto detectan objeción o dudas no razonan, sino que insultan, porque confunden la necesaria disensión con un cuestionamiento a la totalidad, y me ha acusado de cosas absurdas, tal vez para desahogarse de sus culpas, mitigar su furia o quién sabe qué. Mi amigo serbio diría que tienen un exceso de energía. Después de uno de esos roces malévolos, tengo que hacer un esfuerzo para volver a mi mismidad y olvidar que conozco a alguien así, que vine al mundo en ese entorno inhóspito o hablar con alguien amigo, o con G., para recordar que por fortuna, encontré la hospitalidad en las afinidades electivas.
Me retiro ya a mis lecturas. Acabé con Sciascia, leí unos poemas mágicos y dolientes de JRJ (sí, aún sin j, y tempranos, pero llenos ya de su sagèsse poética, de sus pasiones fulgurantes), otros de Tomás Segovia (cómo consuela la poesía en las emergencias!), y me dispuse a buscar libros que tengo que leer para una misión agradable... Eso sí, la interrupción me ha impedido abordar esa novela mía, reunir valor, recobrar la calma, con el temblor en las ramas cuando un grupo de pájaros las abandonan hacia el cielo. Será mañana...

lunes, 27 de julio de 2009

Otra lectura en el Refugi 307

Foto: I.N., Relieves en las fachadas de Ragusa Ibla, 2009
Mañana martes será mi segunda lectura de textos literarios de guerra en el Refugi 307. Me dicen en el Museu d'Història que el aforo está completo. No sé si será tan emocionante como la primera, en la que la luna llena iluminó el muro de roca donde niños, mujeres y viejos habían excavado el refugio y mi voz seguramente transmitió la vibración interna y yo temía casi sollozar mientras leía, pero por suerte no ocurrió, y esa intensidad coloreó las palabras de Rodoreda, Ugrešić, Hemon, Méndez, Ginzburg, Cuito, Tasić, Rigoni Stern, Zambrano y se extendió por las paredes rocosas. Veremos cómo sale mañana, pero tal vez sea bueno también para mí, por esa tristeza sorda de contemplar la desconexión materna, que se mezcla en mi mente al malestar de ese obligado contacto excesivo con gente desconsiderada y antihospitalaria.
Al llegar a buscar a ese personaje desconectado, que ha logrado sin querer su objetivo (perseguido inconscientemente con ahínco, durante años) de no saber, no ver, no recordar, no pensar, llevaba unas hierbas arrancadas en la mano. No recordaba que yo iría a buscarla. Al preguntarle dónde estaba su bolso, me ha dicho: "Sólo tengo esto", mostrándome las llaves de su casa. Su confusión era grande y se ha alegrado de que le preguntase si estaba arrancando malas hierbas o trasplantando algo. "Malas hierbas", ha repetido sonriente. Al salir a la calle ha señalado la entrada de un parking y ha dicho: "Yo antes iba ahí a encontrar..." "¿El coche?", le he sugerido. "¡Eso!", ha contestado agradecida. J. ha venido conmigo, la llevaba del brazo, bromeaba con ella, la ha invitado a un desayuno lujoso y dulce, como a ella le gusta. Y yo le estoy agradecida. He vuelto a casa agotada del calor y las caminatas. Le he pedido a G. que comprenda mi oscura perspectiva de verano y sea considerado. He ido a comer con C., que está a punto de salir a sus envidiables vacaciones de lectura, paseos y frescor nocturno, y seguramente escritura. Ayer me despedí de R., que se iba a su pueblo dejando la casa en obras, en manos de ayudantes y que está transcribiendo un material de archivo como base para su novela, un material maravilloso; estoy segura de que hará algo importante con eso, aunque él se considera siempre amateur. Le dije que sería como Candice Bergen en Ricas y famosas y se rió. Le pregunté por su abuela nonagenaria, desconectada pero feliz, que recibía a su hijo y a su nieto con estas palabras: "¡Pasen, pasen, señores! No sé quiénes son ustedes, pero me encanta recibir visitas!" Me respondió que había muerto en noviembre. La pobre estaba preocupada porque había calculado sus ahorros para cubrir hasta los 95 años, pero ¿qué iba a pasar si vivía hasta los 100? Los hados fueron pragmáticos y no le plantearon tal desafío. R. siempre consigue ayudantes para todo, incluso la veterinaria viene siempre a su casa a atender a Lana Turner (su gata rubia de ahora), como a la gata de antes.
Al volver he encontrado a G. dormitando en mi cama, aprovechando las corrientes de aire que siempre me recuerdan a Lewis Carroll (en una carta le contaba a Alice Liddell cómo organizaba corrientes de aire en su casa para no pasar calor, atando puertas e inventando toda clase de trucos; lo leí hará cosa de treinta años y aún me acuerdo). A. ha vuelto de un breve séjour ginebrino y me ha escrito sobre posibles nuevos planes de futuro. Yo sueño con una vida no-familiar, con el retorno a mi vida de antes, a la escritura (¿tendré coraje?), y también sueño con baños de mar imposibles y maldigo mis limitaciones.
Leo despacito ese Sciascia misterioso que investiga -más literaria que policialmente- sobre el suicidio (y el absurdo de las distracciones de esas actas) de Raymond Roussel en el mismo hotel decadente donde se rodó Il gatopardo y donde Tigridia y yo tomábamos un té hace pocos días. Dice: "Svelando (e al tempo stesso accrescendo) il mistero di quella morte a Palermo" y el editor añade "e quello 'svelare e accrescere un mistero', oltre al senso di un racconto, conteneva anche tutto il concetto di quanto ardua e sospetta gli aparisse la giustizia, di quanto ardua e sospetta la verità. Era un bisogno di dubbi, una necessità di sguardo incerto e periferico..." Esa frase me conmovió, e incluso el registro o la transcripción de las actas forenses y policiales del suicidio, como el informe de la muerte de mi padre, que guardé fotocopiado tras leer y releer, en busca de no sé qué otra visión más fría que me aclarase el misterio y apagase mi angustia, me ha producido alivio, un alivio extraño e inexplicable, como aquella época en que mi padre se acercaba a su muerte y mi relación de pareja también agonizaba y a mí me consolaba muchísimo quedarme hasta tarde viendo a los agentes de X Files, Mulder y Scully (él con su pasado de actor porno y ella con su futuro de personaje victoriano) en misiones peligrosísimas y a veces aparentemente imposibles, enfrentándose a todos los peligros y oscuros poderes fácticos para buscar esa verdad antropológica que estaba siempre "ahí fuera", como si esa idea minimizara algo mi dolor interno.
¿Podré escribir? No se pierdan el próximo episodio... Y mientras, si alguien quiere venir a las Lectures del Refugi 307, que reserve para el martes 4 de agosto o el martes 25 de agosto, porque la de mañana ya está cerrada.
CALENDARI: 4 i 25 d’agost.
LLOC: Centre d’Interpretació Històrica / Refugi 307
c/ Nou de la Rambla, 169 HORARI: 21 h
PREU: 10 € (inclou copa de cava)
INFORMACIÓ I RESERVES: Tel.: 93 256 21 22Fax: 93 268 04 54
Horari d’atenció: de dilluns adijous, de 10 a 14 h i de 16 a19 h. Divendres de 10 a 14 h

sábado, 25 de julio de 2009

Per un pertuggio tondo

Fotos: Tigridia. Yo, con los árboles del Parco Garibaldi en Piazza Marina, Palermo, 2009
Héme aquí, sumida en una tranquilidad silenciosa tras el frenesí telefónico que esta mañana se ha reanudado (y que ayer por la tarde me hizo preguntarme cómo resistiría, aún con el temor de que algo se estropee nuevamente y me precipite a ese abismo al que estoy asomada, espantando los pensamientos negros (abyssus abyssum invocat, diría aquel hada maligna, con espíritu de Jacques le Fataliste, quien insistió en llamarme una vez más para amenazarme que lo peor estaba por llegar, y nunca comprendí la razón de esa llamada sádica y le dije: "Bien, tú baila sobre mi tumba si quieres, pero hasta entonces no vuelvas a llamarme") como moscas de septiembre, porque llegué y vi, en una visita a la que por fortuna quiso acompañarme J. -alegrando la atmósfera con su vitalidad excesiva, con sus bromas-, y allí comprobé que la mujer que nunca quiso protegerme de la tortura, que nunca quiso ver lo que ocurría, que procuró toda su vida no saber, olvidar, mirar hacia otra parte, vivir sin vivir, tratar bien a quienes la maltrataban y mal a quienes la consideraban, ha logrado terriblemente ese objetivo y ya no sabe ni recuerda ni puede apenas hablar y forcejea buscando palabras sacudiendo un cerebro que no funciona, y como dijo Ll. con su lenguaje tecnológico, encuentra unos pathways que a ella le sirven para decir, aunque a veces nadie más pueda entenderla. Y otras veces sí encuentra palabras otras inteligibles. "¿Y sales de casa?", le preguntó J. "Sí", respondió ella, "pero tengo que ir con cada quien", queriendo decir que no podía ir sola.
Lo peor fue sentir que ya no estaba, que se había ido de su cuerpo, de ese cuerpo frágil y reducido, 43 kilos de peso. No estaba ella, sino una versión medio vacía, infantilizada. Al volver a casa lloré lágrimas amargas, como hacía tiempo, y ese dolor ha seguido ahí, aunque sea apartado o guardado, al desnudo y rabioso en algunos momentos, sordo e insidioso otros. Hace unos años no existía el medicamento que la ha mantenido con vida, al precio de reducirla a un fantasma de sí misma. Hace unos años habría muerto. Y es que la medicina ha producido estos zombis, estas vidas extrañas, alargadas de una forma torpe e indigna, para servir los intereses de los laboratorios. We are being kept alive as experiments for drug companies! dijo Linda, y es verdad.
Yo siempre he intentado ser justa, no hacerle daño, incluso protegerla, pero a distancia. Sé que no le debo nada y contemplar su castigo me llena de una angustia indecible. Así que tendré que velar para que sean otros quienes la cuiden. En eso no estoy de acuerdo con quienes querrían hacer turnos y obligarme a compartirlos. De momento, me esperan quince días difíciles, sin nadie.
Sé que estoy exagerando, pero si no exagerase no escribiría, ¿no es así, Enrique?
Este mediodía he ido a comer con las altas instancias de la cultura, frente al mar, y escuchar sus ideas y su percepción cauta, irónica y despierta sobre las cosas me ha servido para alejarme de este pequeño infierno mío (Luogo è là giú da Belzebú remoto... ahora recuerdo que Manolo Borja-Villel me decía que mi firma de email, Zbelnu, le recordaba a algún demonio, como Luzbel o Belzebú; ese nombre inspiró un poema de CHM y a mí me gustaba cómo lo pronunciaban CHM y Cacho) o de mi purgatorio (Per me si va nella città dolente... Chicho Sánchez Ferlosio cantaba muy bien esos versos de la Comedia (no encuentro el link de algunas canciones favoritas de ese disco maravilloso, una de las cuales canté yo misma ante los presos de Quatre Camins, por "culpa" de CHM; aunque no sé si ese viejo espíritu resistente tan ateo y ácrata le gustaría a un amigo, y qué horribles imágenes le ponen a una de sus canciones en yt). Un día un chico tarareaba una canción suya en la cola de un cine y yo le pregunté y así localicé todo, el disco que había perdido y el vídeo...). Le he llevado un ejemplar de Si un árbol cae (a las altas instancias). Intentaba imaginar yo cómo sería su vida política e hiperactiva. Corría una brisa deliciosa y a J. la luz de los barcos le recordaba a Marsella, aunque para mí fuese ya completamente siciliana, como los balcones de ropa ondulante de la Barceloneta.
Ayer fui al Verdi con un amigo de siempre y caímos en una película vietnamita absolutamente kitsch e insufrible, hasta tal punto que nos salimos y estuvimos andando hasta llegar a la sufrida plaça Molina, y nos sentamos junto a las obras eternas que destruyen la ciudad y dan alivio a los amigos de Toto Riina. Me contó sus proyectos, sus dudas, los dos libros filosóficos que le esperan (uno ya hecho, su tesis brillante ya en bruto, tal vez por corregir, que se publicará pronto, y otro que escribirá durante este año, aunque aún le produzca un cierto vértigo), me habló también de algunos libros que leía y de los pequeños viajes que hilarán su verano, y yo le conté de mi semana siciliana, que tendrá que extender su fulgor en este verano mío desértico y desabrido, sobre todo la primera parte de agosto, agostada por mi soledad frente a la desconexión de ese personaje que se ha sumido en el olvido, en parte por voluntad propia e inconsciente y también gracias a los discutibles avances de la farmacología y sus necesidades de usarnos a todos como conejillos de indias.
Y sí, el fulgor de Sicilia sigue ahí, flotando sobre lo que comíamos, sobre la luz del puerto, sobre la iglesia que J. ha fotografiado en la plaça de la Barceloneta (donde estaba comiendo un arroz uno de los hermanos de Mariscal, y es que los valencianos conectan con la Barceloneta más que con ningún otro barrio). Hoy Tigridia me ha traído las fotos que tuve que hacer con su cámara y las que hizo ella misma. Ella se iba al mar y yo estaba en camisón, pero me he puesto algo para bajar a la calle. En cuanto a G., llegó ayer de madrugada y en seguida se fue a Gràcia, a una especie de bar de un casal semiokupa donde había una celebración y alguien oculto, tal vez la policía, les gaseó con una especie de lacrimógenos, aunque la guardia urbana negó que hubieran sido ellos. Por la mañana G., que está moreno com o un indio tras volver de mi embarcadero favorito de las islas, y que también allí fue interrogado por la guardia civil cuando iba al concierto de The Wailers (y es que nuestra valerosa y eficaz policía se divierte intimidando a los jóvenes, sin importar que sean cívicos e inofensivos como es G., cuyo problema es que no se decide a estudiar ni a utilizar sus recursos, pero eso no entra en las competencias policiales).
En cuanto a las imágenes, es sólo uno de tantos parquecitos de las ciudades sicilianas, pues allí los árboles reinan como fantasmas de los antiguos príncipes de la que fue poderosa corte, y dan sombra generosa y oxígeno y contribuyen a la belleza del paisaje. Justamente Cacho me preguntaba hoy si Sicilia está llena de basura, como le han dicho. No más que España, le he contestado yo, y por lo menos allí no tiran los monumentos ni talan los árboles, aunque sólo sea por falta de dinero, no parece posible que lo que está ocurriendo aquí ocurra allí. Aquella es muchas veces una belleza dejada y polvorienta (otras restaurada y relumbrante) y hay playas que podrían ser maravillosas y están llenas de detritus, como aquí, como en nuestras islas y en nuestras costas, como los papeles y despojos que se arremolinan en las aceras de mi barrio, o alrededor del hermoso azufaifo.

jueves, 23 de julio de 2009

Shakespeariana y polvorienta Sicilia

Foto: I.N. Baile de árboles-bomba en el Orto Botánico de Palermo, julio 2009 Siempre es duro volver. Llegué a las 3 y media de la madrugada y entre unas cosas y otras me fui a dormir a las cinco menos cuarto, y a las nueve ya sonaba el teléfono, así que estoy muerta, y no tengo opción de reposo. Además, creí que venía a la frescura y me encuentro con un calor infernal, mucho peor que en la antigua poderosa corte siciliana, donde a la sombra corría un aire fresquísimo, que nos obligaba a cubrirnos incluso en las peores horas del mediodía. Sólo quería anotar aquí rápidamente, en cuatro trazos que por fuerza serán torpes e imprecisos, algo de la belleza caótica que me ha desconectado felizmente estos días. Es difícil explicar y más aún restituir ese paisaje. Sicilia guarda una huella arquitectónica impresionante de su historia, desde lo griego y romano a lo árabo-normando, bizantino y barroco, la mezcla de estilos es particular y asombrosa, en una exaltación de la vida y la exuberancia que también se expresa en los árboles. Creo que la diversidad de especies arbóreas se debe a que multitud de aves migratorias recorren la isla. Pero he constatado que Hereu es mucho peor que la mafia siciliana en lo que a arboricidios se refiere. Allí, pese a la suciedad y el caos, la corrupción y el vandalismo, los árboles reinan gigantescos y exóticos en tupidos bosquecillos que sombrean y humanizan las ciudades. (Claro que allí leí en La Reppublica que el 70 por ciento de los capos mafiosos sicilianos y napolitanos viven entre Barcelona y Marbella y no sólo como refugio sino como lugar de actividad y planificación.) También la comida es una celebración vital: los tomates, las berenjenas, el aceite, las alcachofas, la sandía, los largos y ondulanbtes calabacines son deliciosos y en cualquier lugar se puede comer maravillosamente. Y en cada esquina de la ruidosa Palermo hay un templo, un palacio, un rincón de belleza desnuda que se exhibe sin pretensiones. "Lo tuvimos todo y no nos queda nada", nos dijo el patrón de la trattoria Il Proverbio. Pero se transfiguraba hablando de la fruta (baratísima! en un puesto callejero ninguna fruta llegaba a 1 euro el kilo) y la verdura: Tutto è buon perchè la terra è diversa!" decía... En la terracita apretujada, umbría y bulliciosa de un lugar llamado Ferro di cavallo comimos suntuosamente por poquísimo dinero. Aún nos preguntamos si fue un error...
Yo seguía leyendo a Lampedusa (Conversaciones literarias), al magnífico Zweig (Sueños olvidados y otros relatos), a Alberto Vigevani (Verano en el lago, su escritura precisa y fluida me acompañó en el avión, me impresionó el relato de tanta frustración del deseo en ese muchacho, y me hizo entender o intuir algo de las miradas de deseo irrealizado que vibran en las calles sicilianas), a Cernuda (La realidad y el deseo, para las emergencias) y allí me compré un Sciascia sobre la muerte de Roussel, un Consolo que aquí no pude encontrar, y los Racconti de Lampedusa, ya que no hubo manera de dar con sus ensayos). Después de Palermo, donde no paramos de ver bellezas (la Capilla y el palazzo palatinos! O el monasterio del los Eremitas, o la extraña e impresionante chiesa di Gesú! y el orto botanico frente al mar...) nos fuimos a Agrigento; allí recorrimos el valle de los Templos, las ruinas grecorromanas, las necrópolis en un silencio que tenía que ver con la reverencia pero también con el calor abrasador y yo me encomendé mentalmente a aquellas civilizaciones y a sus dioses y a la huella que dejaron en nosotros. Recorrimos Enna, entre un paisaje de montañas asombrosas y solitarias, nos acogieron con gran hospitalidad en un lugar cercano, lleno de caminos boscosos, de higos calientes de sol, y allí nos agasajaron en una cena siciliana. Y luego nos fuimos hacia la blanca Siracusa, y la deslumbrante Ortigia de piedra clarísima calcárea, y aún estoy impresionada de aquel duomo construido sobre los vestigios de un templo griego, con unas columnas gigantescas y maravillosas que trasladaban inmediatamente a la época de Heráclito o de ese pobre Empédocles, cuyas sandalias fueron escupidas por el Etna (lo vimos humeante) en un gesto poderoso. O de las ruinas maravillosas y gigantes de esos anfiteatros y cuevas como la que Caravaggio llamó orecchio de Dionisio en el parque arqueológico neapolis. Asomamos a la negra y volcánica Catania con sus sorpresas y volvimos dos días más a la bulliciosa Palermo, llevándonos sorpresas constantes... Tuve una buena compañera de viaje y pudimos negociar y adaptarnos mutuamente para que todo fluyese, y pudimos reírnos y asombrarnos y prolongar conversaciones, paseos y lecturas. Y ayer, en un callejón de Palermo, saliendo de un cibercafé fugaz, me llamaron al móvil desde una alta instancia cultural para proponerme que participase en un acontecimiento cultural y acepté; lo contaré cuando salga publicado y esté autorizada, es para el otoño y me hizo ilusión que pensaran en mí, aunque no sea fácil... Pero ésa es la parte alegre. Ahora me toca enfrentarme a lo doloroso, a la desconexión de ese alguien familiar y al mal entendimiento y la casi obligación de relacionarme con quien no quisiera. Ojalá toda la belleza que he presenciado estos días en Sicilia me ayude a enfrentarme y resistir a lo que aquí me espera. Ya sólo pienso en volver allí, a ver todo lo que quedó pendiente, a lo que tuvimos que renunciar... y en volver a escribir.

miércoles, 15 de julio de 2009

Voyage, voyage

Foto: I.N., Amapolas y otras flores, Ventalló, 2009
Me voy una semana a Sicilia. Todos mis reparos y el horror de los aeropuertos y las multitudes han disminuido frente al deseo y la necesidad de apartarme de lo que más me enferma, el contacto con los Atridas, esa atmósfera espinosa donde estuve prisionera (donde no hay consideración, ni agradecimiento, donde todo es contrario a la equidad, donde quien abusa es mejor tolerado que quien intenta respetar) y cuya pura aproximación me produce a veces un efecto patológico. Me voy casi por prescripción médica. Por otra parte, el proceso de desconexión de alguien que siempre quiso no saber, agravado terriblemente estos días y que ya es bastante triste, me obliga a ese contacto que yo quisiera evitar (en realidad, sólo el alejamiento de esos personajes y de sus pautas injustas me permitió construirme; dicho de otra manera, yo construí mi ética tomándolos como modelo negativo). La cuestión, como en la metáfora de los erizos de Schopenhauer, es encontrar al mismo tiempo el grado de aproximación justo para resolver las cosas protegiéndome y manteniendo la distancia. Espero que la belleza bizantina y shakespeariana de Sicilia nos acoja bien, pese a los días ardientes de calor, y que yo pueda curarme un poco de mis males. Y en cuanto a mi principio de novela, también espero que la distancia haga germinar las ideas. G. se va esta noche, de madrugada, a otra isla más cercana, pero la gata Gilda (que hoy me sigue a todas partes) queda en casa y en buenas manos. Me llevo lecturas bastante clásicas, y algo de trabajo (Collobert, Stevenson, Zweig, Vigevani y para las urgencias del espíritu, Cernuda) de las que hablaré cuando vuelva. Aún me quedan trabajos y problemas que resolver por estos lares; éstos han sido días difíciles. A punto de partir, me pregunto si podré resistir viajar sin Li Bai, tanto me ha ayudado estas noches junto con Cernuda. Tiene razón quien me sugiere al dorso que G. es para mí una presencia luminosa. Las conversaciones con él en este último día me devuelven al lugar donde quiero seguir. También hablar con V. me reconforta en esos casos, porque se hace a la idea de todo muy rápidamente.
El 28 de julio celebraremos otra de las lecturas del Refugi 307. Me dicen que se ha apuntado mucha gente y es que la primera fue mágica y el público la recomendó a otros. Guardadme el sitio, lectores silenciosos, en siete días habré vuelto, sin gastar siete pares de zapatos de hierro...

domingo, 12 de julio de 2009

En el foso de los leones

Foto: Guillermo Aguirre, Yo frente a un mito romano, Nueva York, 2002
Empecé a escribir la novela (digámosle germen) de mi infancia, contra la que llevo muchísimos años rebelándome, forcejeando y últimamente resistiéndome a los asaltos casi cotidianos de la memoria, que me devuelve allí sin transición, a través de un gesto físico banal y tantas veces repetido. Y esos gestos han empezado a hacerse violentos: el otro día me golpeé la cabeza al subirme a uno de esos taxis altos de puertas correderas y con la mano puesta en el lugar del dolor recordé inmediatamente otro golpe, que me dejó una marca física para siempre y que está ahí oculto bajo el pelo para recordarme la relación con una de mis hermanas que lo sintetiza todo. He resistido a esos sueños maravillosos, donde las metáforas adquieren una expansión vital asombrosa, y la intensidad que dejan me hace sorprenderme de que podamos olvidarlas tan fácilmente. En mis sueños, la infancia y lo que allí ocurrió suele expresarse con escenario de mar, y los ahogos, naufragios, monstruos marinos, barcas de salvamento, ballenas son comunes, pero sobre todo esas olas gigantescas, que ocupan todo el campo de visión y se acercan a mí. El pasado más difícil.
Estuve escribiendo y corrigiendo, cortando y ampliando y de pronto, en un momento de extravío barthesiano, le pedí a G. que escuchara la lectura de un ejercicio. Me preguntó cuánto duraba, tenía ya prisa por irse. Le leí diez páginas de las dieciséis que tenía. A mí me sirve incluso el propio gesto de leer sabiéndole ahí, aunque no vea su cara, aunque él no diga nada, noto su lectura. Ya lo he dicho aquí; no sólo me sucede a mí. Mi amigo Manel A. me contó que cuando estaba de espaldas a uno de sus interlocutores sacando de un cajón la foto que quería enseñarle ya la veía con la mirada del otro, y ese gesto ya le servía para orientarse. Antes de irse me dijo que le había gustado mucho, que era muy triste, que le impresionaban esas interpretaciones mías de las cosas. Y pensé con esperanza en que su falta de concentración en lo suyo no era irreversible, pues su capacidad de atención y de escucha sigue siendo profunda y de fácil acceso.
Si ese germen mío llega a convertirse en novela, superando todas las barreras y resolviendo los problemas que ya suscita, tal vez tenga algunas imágenes. Creo que no es culpa de Sebald, ni de Bonells (de quien he comprado hace poco su Dar la espalda y lo tengo a la espera), ni de la cultura de la imagen, sino en parte de este blog, que deriva de mi vieja obsesión de las postales y me ha acostumbrado a seguir así, y en parte de lo que esas viejas fotos de mi infancia han representado siempre para mí, de lo que yo he buscado en ellas, del misterio y de cómo algunos de sus rasgos se han impuesto e imbricado a mis recuerdos, ayudando en esa construcción que nunca cesa, pues la reinterpretación del pasado es continua, aun sin escribirla.
Luego necesitaba andar para desencallar algo, hice un recado urgente y estuve paseando entre una multitud enfebrecida de verano y turismo, ya tarde para comprar, ¿adónde irían? Y mientras andaba seguía mirando esos balcones y persianas que me llaman a mi otro libro, ahora un tanto congelado, pero con más de noventa páginas escritas, pidiendo atención.
Cuando se acerca el momento de viajar, la idea de atravesar el horror policial y de hordas analfabetas y ruidosas de los aeropuertos me repele tanto que empiezo a preguntarme si de verdad quería irme. Me gustaría estar allí, llegar en alfombra mágica nocturna, en un tren imposible, en una transmutación como la de los cuentos, cambiándome el anillo de dedo al acostarme, como hacía Belle (la de la Bête), para despertar allí sin esa pesadilla de la transición. Un amigo blogger que viajaba a un lugar maravilloso me llamó desde el aeropuerto el otro día; en realidad, siempre me acuerdo de él en los aeropuertos porque una vez nos encontramos G. y yo con él y nos contó cómo hacía para soportar ese espanto. Siempre me pregunto cómo nos hemos sometido a esto y sé que un día u otro dejaré de viajar para ahorrármelo. De hecho hace años que he renunciado a NY y a Londres por ese motivo y a veces añoro tanto andar por esas ciudades que fueron hospitalarias... Pero mi reserva está ligada esta vez a lo que he empezado a escribir, a ese foso de los leones: temo abandonar, desconectar, no lograr seguir a la vuelta...
Al volver del paseo me invadió una de mis oleadas de melancolía. Me sentía sola en el foso de los leones de mi novela/grmen, con las punzadas de todo aquello. Un conocido de Feis colgó una música que me consoló. Luego me puse a ver una película completamente banal en canal satélite, pero con personajes que me recordaban algo importante para mí, mismidades y una época. Tenía una discusión virtual con alguien que parecía no entender lo que yo decía y con gustos muy distintos. Yo había ido a ver la noche anterior una película japonesa, Okuribito (Despedidas), que me interesó por varios factores: por la libertad temática, por cómo se habla de las razones ocultas que tenemos para escoger un rumbo, por las relaciones que muestra, por la idea de los ritos funerarios, por toda la ambivalencia, aunque no haya una belleza de imágenes e incluso haya momentos y cosas en esa película que me chirrían, exceso de banda sonora convencional, con sus estereotipos como concesión sentimentaloide, etc. Pero nada de eso niega lo otro. Mi interlocutor virtual me dijo que busca cada vez más películas redondas donde todo sea perfecto; en cambio a mí cada vez me interesa menos esa perfección y cada vez busco más en fragmentos, ideas, momentos, cosas. Lo mismo me ocurre con algunos libros. Una vez discutía con mi amigo serbio sobre dos libros de Bernhard en los que se habla del mismo tema y sobre los que disentíamos. A mí me entusiasma El sobrino de Wittgenstein y en cambio me agotó El malogrado. Según él, estructuralmente El malogrado es muy superior. Pero a mí eso no me importa porque la lectura de El sobrino de Wittgenstein cambió mi percepción de las cosas, me dejó una huella que sigue interpelándome y sentí un gran placer leyéndolo pese a su tristeza y desesperación y crítica, y me hizo interrogarme. Intenté explicarle eso mismo a ese interlocutor virtual, pero me pareció que seguía sin entenderme. Mi amigo serbio sí sabe que leemos de forma muy distinta, él es cerebral y por tanto, su aproximación siempre es analítica en lo estructural, en el contexto, mientras que yo, tal vez por ignorancia, por opción vital, por pereza o por estructura psíquica, sólo me intereso por lo que encuentro vitalmente en los libros, esa parte de ellos que dialoga con mis ideas, con mis percepciones. Sé que soy subjetiva y cuando hago crítica intento que se vea, no sustituiría nunca mi percepción por una sentencia sobre "lo que es bueno y lo que es malo". Intento mostrar lo que es un libro y luego decir lo que me interesa, lo que me exaspera, mis objeciones y razones. Hay trozos de libros que me han entusiasmado aunque alguna de sus partes no me interesaba. Hay un párrafo en un libro que para mí le da valor a la totalidad (We embrace... ). O dos escenas. También hablaba ayer virtualmente con el escritor valenciano, que me mandó un fragmento magnífico de esa novela que escribe, un fragmento aún humeante, en bruto, en el que resuenan para mí muchas cosas vitalmente afines, y otras en cambio muy distintas, exclusivas de su mundo. Esa lectura me animó a escribir y a pensar en todo lo que está ahí en mi cabeza, esperando a ser escrito.
Ayer por la mañana, antes de tirarme al foso de los leones de mi novela, estaba en ese momento negro a veces necesario, un tanto autoflagelante, examinando el tiempo perdido, todo lo abandonado durante años en los que sólo me dediqué a lo alimenticio y a cuidar a otros descuidando mi deseo de escritura, y luego, cómo he tenido que abordar el núcleo de mi bloqueo literario bordeándolo, rodeándolo con el blog -que es inútil, por mucho que tenga lectores y sea emocionante para mí, es inútil porque ocupa tiempo no remunerado, no remunerable, y agrava mi situación, la incertidumbre de ese futuro donde la única certeza es la amenaza de indigencia, pues si lograse incluso vender libros, no me serviría de nada, dada la vulnerabilidad de los autores en este país, y ningún medio me ofrece hospitalidad, ningún editor publicidad, ninguna institución acepta conferencias regulares-, con los cuentos -que han ido pellizcando la novela-, o el libro de la ciudad -los fantasmas asoman a esos rincones, pero de forma casi homeopática, contenida por mí con pulso firme-, hasta que volví a casa, y tras cocinar furiosa para G. y para mí, tras comunicarle mi responsabilidad en su posición vital del momento, me arrojé al foso y estuve negociando con esos leones, pues había perdido el cuchillo prendido en un pliegue de mi túnica romana y pensaba en Daniel, y salí felizmente victoriosa, pero con heridas nuevas y cierto dolor en las viejas cicatrices interrogadoras.
Echo de menos el Dietario voluble de VM, que me consolaba del resto del periódico de los domingos. En una cena donde dominaba el desdén y de la que ya hablé hace un tiempo, discutieron la definición de obras maestras y cuando aventuré: ¿las que nos hablan a nosotros? se me echaron encima. Pero los libros que me han cambiado la percepción y la vida me hablaban a mí. Tal vez sea un estúpido egocentrismo. Tal vez la soledad de mi infancia, que me hizo buscar en los libros y en la naturaleza lo que no podía encontrar en el mundo familiar. Pues bien: esas crónicas también me hablaban a mí. Aunque los autores no tengan nada que ver con eso.
Por la mañana he estado bailando; sigo en esa intensidad de los leones, no puedo evitarlo, todos mis gestos y mi voz y los encuentros y las imágenes que veo en la calle y las conversaciones están llenos de esa corriente eléctrica. No sé cómo será mi lectura del Refugio a la vuelta de Sicilia, ni siquiera sé si ese viaje me apartará peligrosamente de esto (espero que no), de lo que me ha costado años abordar, pero todo está siempre en esa incertidumbre, que forma parte importante de la vida.

miércoles, 8 de julio de 2009

De la voz, la lluvia, los árboles

Foto: I.N., En el Danubio, Vojvodina (Serbia), septiembre 2007
Anteayer, la luna llena y la montaña de Montjuïc (la misma montaña que aprovecharon los vecinos de Poble Sec en 1936 como muro del Refugio antiaéreo 307) contribuyeron mágicamente a mi lectura de textos literarios sobre la guerra. Yo notaba que mi voz transmitía más cosas en este momento intenso para mí y en varias ocasiones noté que si no me contenía podía incluso sollozar (con las palabras de Ginzburg sobre ese Cenzo Renna justo antes de ser fusilado por los fascistas; con el personaje que se arriesga a cuidar a un muerto vivo de Alberto Méndez; el paisaje delirante de cadáveres y locura integrados en la geografía de Rodoreda en Quanta, quanta guerra; con los suicidios de Dubravka Ugrešić; con la imagen simbólica de María Zambrano...). Y en todas las ocasiones me contuve, pero sentía una emoción en el aire y la vibración de la voz que se multiplicaba. Recordé la penumbra de la habitación de G. de muy pequeño, cuando yo cantaba para que se durmiera y me caían lágrimas. Luego, varios me dijeron que también habían contenido sus propios nudos. "Tienes unas tablas de cantante de ópera", me dijo generosamente V. Y mi acupuntora, que viene del mundo del teatro, me felicitó con entusiasmo. Y también hubo alguien que me felicitó con sorpresa, como si hubiera esperado algo mucho peor, o como si me hablase desde alguna cumbre; tal vez era sólo un momento maladroit. Después de la lectura visitamos el Refugio, esta vez de la mano de una guía experta como "lo duca" dantiano, una joven inglesa que hablaba catalán con un misterioso deje mallorquín, respetuosa e inteligente, con la sensibilidad necesaria para acompañarnos por los fríos túneles históricos, donde se nos encoge y ensancha el espíritu pensando en esos vecinos bravos y osados (mujeres, niños y ancianos, ya que la mayoría de hombres estaba en el frente) y resistentes y esos arcos de "volta catalana" y en la organización eficaz que consiguieron y los carteles donde se prohibía hablar de política o de fútbol o se declaraba completamente prohibida la expresión de todo pesimismo y todas las normas estrictas que había que cumplir para sobrevivir y resistir allí dentro. Y los tres días en que los bombardeos ya no duraron dos o tres horas sino que no se detuvieron, y todo el mundo tuvo que resistir dentro, sin salir a por comida... Y en que fueron vencidos, y los insurgentes destruyeron ese país que queríamos, la España republicana y luminosa, la que pudo existir durante tan poco tiempo, la que nos hubiera hecho europeos y democráticos de verdad.
Es extraño que nadie haya hecho una película sobre esto, me dijo luego Abel R.V., y tenía razón, un documental casi mejor que una ficción, con ese título Refugi 307.
La siempre interesante V. comentaba la suerte extraña que representaba una experiencia así en Barcelona (lectura de textos de guerra tan maravillosos y una visita tan bien guiada al refugio antiéreo), una ciudad donde la memoria se entierra y disimula bajo lo comercial y lo turístico, y de no ser por ese valeroso Museu d'Història, y por el trabajo invisible y valioso de grupos como el que acoge la Fundació Congrès Català de Salut Mental no sé qué sería de nosotros. Por cierto que esa lectura mía se repetirá el martes 28 de julio, el 4 y el 25 de agosto; los interesados pueden reservar.
Ayer fui feliz porque no me dolió el brazo y estuve escribiendo, forcejeando con mi extraño, posible, germen de novela. Por la noche tenía una cena con la que fue familia política alemana de mi padre, los W., pues una de los hijos ha logrado, por puro amor obstinado a esta ciudad imposible, instalarse en Barcelona, en una casa preciosa y compartida en Méndez Núñez, un barrio que aún no han destruido las mafias del cemento y los también tenaces políticos municipales. El padre, Hans, me estuvo explicando las normas de protección de los árboles en Alemania. Allí, además de plantarlos y mantenerlos siguiendo unas pautas muy distintas que las mezquinas y arboricidas de por aquí, los árboles no se pueden dañar, y los trazados urbanos y las infraestructuras tienen que adaptarse a ellos y protegerlos (todo lo contrario de Barcelona, donde todos los trazados y políticas municipales van a destruirlos y planean su tala generalizada con argumentos falaces engañosos, como el artículo que R.F. publicó en El Periódico, defendiendo intereses precisos y contra toda lógica europea y sostenible. Yo intenté buscar un espacio donde un profesor de Ecología independiente, sin intereses mercantiles en la cuestión, le contestara, pero no lo logré). Hans W. vive en un apartamento rodeado de árboles gigantes, a las afueras de Munich, con un roble inmenso, arces y otros árboles que tienen tres y cuatro siglos de edad. Me contó que el viento había derribado un alto ciprés: eso le obligó a informar -hay que certificar que de verdad ha sido el viento- y a plantar un ejemplar comparable en su lugar. Otro mundo.
También ayer recibí el mensaje de un psicoanalista, Manuel Baldiz, quien por fortuna para mí se cuenta entre los lectores de este blog, y que había acabado mi libro balcánico. Titulaba el mensaje "Un libro necesario"
... Conseguí acabar tu libro balcánico y esa es la principal razón de que te escriba. Me gustó muchísimo, Isabel, y me parece un libro muy importante. En un mensaje anterior, al poco de haberlo empezado a leer, ya te dije que me impresionaba mucho, y la verdad es que las cuestiones que planteas son fundamentales para entender el siglo XX y para poder prever catástrofes similares en el futuro. Quizás el interrogante principal es el que enuncias así: ¿La guerra nos transforma en monstruos o sólo descubre el monstruo que llevamos dentro?. Sospecho que hay que inclinarse por la segunda respuesta, y tratar de pensar, en todo caso, qué podemos hacer con esa parte monstruosa del ser humano. Cuando le preguntas a Ozren Kebo si cree que la cultura preserva contra la violencia, su respuesta dice: “La cultura puede ayudar, pero no siempre. A veces creo que hay algo en nuestro interior extraño y difícil de describir. Tal vez haya algo animal en nosotros” (p.52). Sin embargo, unas páginas más tarde, otro de tus entrevistados, Igor Stiks, afirma sin ambages: “Todos sabíamos que la violencia se produce a través del lenguaje” (p.76). La contradicción aparente entre ambas interpretaciones (¿lo animal? ¿lo discursivo?) es un problema básico y desgarrador de la cultura. El psicoanálisis estaría más de acuerdo con la segunda opinión. La extrema violencia a la que puede llegar el ser humano no es “bestial” como a veces se dice, ni tampoco exactamente “in-humana”. Depende de algunas terribles paradojas inherentes a la estructura del lenguaje que nos puede llevar a lo más sublime pero también a lo más horroroso. Podría destacar tantas cosas de tu libro.... La idea de que la guerra lo perturba todo, y que después de la misma ya nada puede volver a ser igual. Y tu intento incesante de poder determinar las causas de lo ocurrido. ¿De qué iba la guerra? ¿era el nacionalismo solamente un pretexto?. Está muy bien cuando no te conformas con una explicación única. Todo síntoma humano está sobredeterminado y, por tanto, no hay más remedio que desvelar diferentes niveles de causas, diversos ingredientes en juego: lo rural contra lo urbano, el conflicto de religiones, los intereses económicos, el narcisismo de las pequeñas diferencias, incluso la misoginia.... Un momento destacable es cuando Slavenka Drakulic te replica que no es nada difícil entender el paso de la izquierda comunista a la derecha nacionalista puesto que ambas posiciones son ideologías religiosas plagadas de mitos irracionales, o cuando Igor Marojevic sostiene que ambos son discursos colectivistas y “monocódigos”. Y “last but not least”, la cuestión de la “otredad”, y eso tan real de que las masas no piensan mucho (Marojevic). Hay que releer al Freud de “Psicología de las masas” y su lúcido análisis de cómo las masas entronizan a los líderes, incluso a los más tiránicos. Ojalá un libro como el tuyo tuviese mucha más repercusión. Tienes toda la razón cuando sostienes que recordar es subversivo. Una pregunta: ¿Ha tenido alguna repercusión en los propios países balcánicos? ¿Se ha traducido allí?. Sería tan interesante ver de qué modo lo leen y qué opinan las gentes de por allá... Y mientras escribo esto llueve y llueve, incesantemente, en una venganza contra todos esos días indecisos tan barceloneses, de forcejeo de nubes y sol siempre victorioso en cielos sucios, después de haber andado por la calle tapándome la cara por la contaminación, pensando vagamente en ponerme la máscara (a riesgo de ser considerada sospechosa de alguno de esos virus de película). Y sigue lloviendo a mares y Gilda duerme aún más profundamente, y yo tengo que salir...

martes, 7 de julio de 2009

Noche shakespeariana y noches del refugio

Foto: I.N. Balcones de l'Eixample, 2009
Anoche fui a ver Sogno di una notte di mezza estate, un montaje del Piccolo Teatro de Milano, de Luca Ronconi. Reconozco que el primer acto me produjo rechazo: la escenografía, no por lo conceptual (las letras gigantes foresta, bosque o luna sustituían elementos de atrezzo imitándolos), que me parece legítimo, sino por el estilo (neones, focos) y el vestuario discotequero, los uniformes de soldados y los peinados punkies, unido a cómo gritaban me distanció y me preguntaba si no eran concesiones absurdas. Pero luego, superada esa barrera, el texto luminoso (las conversaciones entre los malos actores de Píramo y Tisbe!) y los maravillosos actores naturalmente shakespearianos y la atmósfera mágica de esa pieza donde lo fantástico sirve para parodiar las formas crueles del amor, la arbitrariedad del deseo, su fugacidad, su irracionalidad profunda, los problemas con la propia imagen, la estima y tantas cosas, al tiempo que como siempre en Shakespeare se habla de la vida y la muerte y la traición y el miedo y de la teatralidad de todo, y está esa frase -que la dice el duque Teseo, según Lampedusa, voz del propio Shakespeare en esa obra; aunque yo diría que Shakespeare también habla a veces, más malicioso, por boca de Puck- de profundo desdén por los actores (él, que fue actor): The best in this kind are but shadows; and the worst are no worse, if imagination amend them. Dijo Lampedusa que sólo Shakespeare podía componer tan bien los malos versos, y es verdad que hace brillar a los malos actores, dibujándolos con su gracia, esa troupe es maravillosa, el que improvisa su texto diciendo tonterías y el que hace "la parte del león", y el que hace de muro formando una grieta (fessura!) con los dedos, para que hablen los amantes Píramo y Tisbe, y esa fuerza vehemente y socarrona que ponen los actores italianos añadiendo más humor paródico a la jocosidad shakespeariana, algo que no gustó a algún crítico local. Y el público era un público connoisseur, amante del teatro, que, como dijo A.V., al aplaudir dio a cada uno lo que merecía y destacó a los mejores. Y es que esa obra hechizante, donde el pretexto de la magia no oculta la otra magia, la de la sabiduría osada que subyace a la celebración vital y al juego amoroso y al ridículo, muestra, siempre que se interprete bien (otra vez Lampedusa) "el atrevimiento sobrehumano, la facultad que el artista siente dentro de sí de ir allá donde quiera...". Luego A.V. me recordaba otros Shakespeares memorables vistos aquí y allí, y hablamos de ese primer acto de las brujas de Macbeth que empiezan ya expresando la idea shakespeariana de que el mundo es al revés de lo que debería ser, y tras su estribillo Double, double toyle and trouble. Fire burn and cauldron bubble removiendo el caldero con su mezcla metafóricamenteantropófaga y cruel anuncian su profecía aclarando orwellianamente Fair is foul, and foul is fair!
Después de la obra perdimos el coche en el parking, donde la temperatura era agobiante, y cuando al fin lo encontramos, tras recorrer aquel espacio varias veces, la máquina no nos aceptaba los billetes y al fin me devolvieron veinte euros en monedas... Era la estela mágica oscura de la noche, que acabamos más tranquilamente en el Bauma.
Con la obra de ayer me curé completamente del asesinato mozartiano de la otra noche y también me recuperé un poco de mis propios males. En este aspecto, debo decir que mi visión de las cosas cambia con las horas y con la intensidad de los síntomas, pero una vez más, humility is endless... Ayer tuve una conversación misteriosa sobre eso con el mago madrileño: yo creo sobre todo en el poder del inconsciente. Y al colgar empecé a escribir, o a intentar abordar esa novela enmarañada y difícil, que me acosa y que me pide un gran coraje. Tal vez eso me ayude...
Hoy es la lectura primera del Refugi 307 de este verano. Los que quieran venir que llamen primero si no han reservado, por si acaso no hubiera sitio para todos.
Estiu al MUHBA
Nits Urbanes
Visita nocturna al Refugi 307
Textos d'Amadeu Cuito, Natalia Ginzburg, Aleksandar Hemon, Mario Rigoni Stern, Mercè Rodoreda, Dubravka, Vladimir Tasić, Alberto Méndez, María Zambrano. dimarts 7 i 28 de juliol i 4 i 25 d’agost
Refugi 307 c/ Nou de la Rambla, 169 21 h
10 € (inclou copa de cava)
INFORMACIÓ I RESERVES:
Tel.: 93 256 21 22
Horari d’atenció: de dilluns a dijous, de 10 a 14 h i de 16 a19 h.
Divendres de 10 a 14 h

domingo, 5 de julio de 2009

Y de pronto, misteriosamente

Foto: I.N., Techos del Hermitage en San Petersburgo, 2006
Después de horas, días de un dolor persistente, atenazante, que arrastra con su latido toda la cadena de pensamientos negros y los augurios de Jacques le Fataliste (o del hada maligna ) que quise quemar en la hoguera de San Juan, de pronto, misteriosamente, las tenazas invisibles se abren y ya no me duele, y esa parte de mí que sigue considerándose sana y viva y energética, la parte que me dice que hay un error, que ese dolor no puede ser mío, que no me pertenece, que sólo me falta o me sobra algo, una sustancia, un lubricante interno, un gesto para que se acabe el dolor, que remitirá y no se cumplirán las amenazas y me olvidaré de este malaise, esa parte más vital toma cuerpo, se levanta y me dice: ¿Lo ves?
Anoche cené en una alta terraza de verano, iluminada por la luna, y la comida era tan sugestiva como la conversación, que alargamos sin darnos cuenta hasta tarde, entre el pesimismo crítico (la vulnerabilidad de los autores, el silencio y la pasividad y el conformismo mutante de este pobre país) y el humor inteligente, el arte, la escritura y el zen como reverso, la traducción y el psicoanálisis y la significación de las casas. Estaban Anne-Hélène Suárez, Ramon Dachs, the wise V., Albértigo y Mercè Altimir. Fui a dormir tarde y G. me despertó tempranísimo, pues volvía de su viaje vasco y no tenía llaves. Cuando logré redormirme me despertó su padre, que le buscaba.
Hoy no he hecho apenas nada, salvo bailar por la casa a ratos y hablar por teléfono y escuchar los relatos de G., dormitar al sol y a la sombra, regarme con la manguera en la terraza (ayer, al abrir la manguera apareció una lagartija maravillosa, con un cuerpo abarrocado, salió corriendo, y ya fuera de mi alcance, se quedó quieta mirándome con sus ojos prehistóricos. Era emocionante: yo le estuve murmurando y pareció que me escuchaba, en una imitación de las conversaciones que mi madre mantenía con ellas cuando reinaban en sus terrazas, y acabé aconsejándole que se mantuviera en sus alturas, a salvo de la gata Gilda, que en estos días de calor, cuando baja el sol, se refugia en esa terraza).
Sólo he leído y soñado, pero cuando de pronto ha cedido el dolor por un rato, quería llamar a todos los amigos que me sabían doliente, crier sur les toits, hacer un post, unpack myself with words, como dice Lampedusa de Shakespeare, y al mismo tiempo temía que volvieran las tenazas invisibles, y es que la adversidad (otra vez Lampedusa) está en nosotros antes de que nos ocurra, y por eso la reconocemos. Y ahora vuelvo a la lectura...

sábado, 4 de julio de 2009

Desastre en el Teatre Grec

Foto: I.N., Ocas agitadas, Ventalló, 2009
Por un error de apreciación hemos ido a ver un montaje nefasto, una especie de versión discotequera y digno de la peor fiesta mayor, que ofendía y destrozaba la maravillosa Flauta Mágica de Mozart, pero no para innovar o parodiar dignamente ni para aportar nada contemporáneo, ni para añadir reflexión o belleza alguna. Sólo para vulgarizar y rebajar el nivel de una ópera que precisamente no necesita nada de eso. Da igual que fuera mestizaje o reinterpretación, era sobre todo un asesinato sin sensibilidad, sin interés. No es una cuestión de montaje polémico o transgresor, sino que recordaba un concurso basura de la tv. Deprimente o irrisorio, según se mire. Preocupante, si eso es lo que subvencionamos.
Lo peor era estar allí sentados los tres atrapados, por educación, para no molestar a la gente de la fila, viendo además que muy pocos se marchaban y que la mayoría aplaudía encantada. ¿De dónde salía ese público? ¿Acaso nunca habían oído a Mozart? Al llegar al aria principal de la Reina de la Noche el efecto era ya espantoso, no sabíamos si reírnos o echarnos a llorar. Por suerte, al final hemos vencido las formas y hemos pedido que nos dejaran salir.
Acercarse al Grec había sido una odisea de atasco de coches, y al llegar había una especie de maratón ciclista y no nos dejaban cruzar, hemos tenido que cruzar furtivamente y a toda prisa, burlando a los guardias. Todo en una noche fantástica de luna y espesura de árboles para ver ese bodrio. ¿Acaso el responsable de programación no ve las obras que contrata? ¿Son problemas de presupuesto lo que mueve a alguien a aceptar algo tan malo y cutre, gente que ni siquiera sabía cantar, asesinando cada pieza?
Mejor reírse que ponerse de malhumor. He vuelto a casa y me he tomado un cuenco de cerezas, pensando que mañana escucharé Die Zauberflöte, sintiéndome bastante curada de los malos presagios, lejos de esa adversidad amenazante que horas antes me había encogido el espíritu, pensando otra vez en Li Bai y en su coraje para contemplar el mundo siendo libre, sin asustarse de la melancolía. Hay algo mágico en las noches de verano, que estaba en la belleza de la montaña, que subsiste a pesar del alcalde destructor y arboricida.

viernes, 3 de julio de 2009

Desde el calor

Foto: I.N., Chez l'oncle d'Elaine, Ventalló, 2009
Sigue esta semana perezosa y excesiva, marcada por la asfixia de esta ola de calor africano. Ayer estuve en la Barceloneta para la presentación de Hotel Dorado, que describió con lucidez crítica Alberto Hernando y acabó con la narración autoirónica del autor, después de que el editor citara a Sánchez Ferlosio y antes de un breve recorrido por la Barceloneta, donde el encanto mediterráneo, sureño y genuino de esos callejones de balcones con ropa tendida aleteante y los signos de la historia de ese viejo barrio tan siciliano de la ciudad se ven desafiados a diario por el avance inmobiliario y los dudosos proyectos municipales. Allí estaba Robert Cantavella, quien confesó que confía más en la lotería que en las ventas de libros para poder comprar tiempo y persistir, y Kalman Barsy, que me habló elogiosamente de Slavenka Drakulić y de la sincronía y los signos que le surgieron con la escena del ángel de El Museo de la Rendición Incondicional de Dubravka Ugrešić en el momento en que estaba encallado con un personaje seráfico de su propia novela (concluí que mi visión de su última novela es incompleta). Y los editores de Saymon, uno publicista y oriundo de Sant Pere Pescador, que de pequeño estuvo interno en Figueres -hablamos de la tramuntana, del sirocco y el shava balcánico, del Föhn y de si el viento suizo era realmente eximente en casos criminales o se trataba de un mito-, el otro lector apasionado, lleno del entusiasmo de quien pesca libros favoritos, publica hallazgos y tesoros y busca los mejores traductores. Y también hablamos de los únicos dos autores y libros que ahora no me importaría traducir, si mi brazo no me lo impide.
Le debo a Enrique VM una de mis mejores y más gozosas lecturas de la temporada (sé que añoraré su Dietario voluble de los domingos), ese breve Shakespeare de Lampedusa, que leo y releo sin resignarme a dejarlo: no sólo es una celebración apasionada de la literatura y la vida, sino sobre todo una lectura atentísima, con una asombrosa combinación de cultura refinada y visceralidad inteligente, que detecta por boca de qué personaje habla Shakespeare en cada pieza dramática o cómica y qué desdichas, traiciones y amarguras sufrió según los versos de sus Sonetos, sin temor a desmitificar ni a descalificar lo que para él no vale, y que me obliga a volver a los Sonetos y al mejor Shakespeare según Lampedusa. Y al mismo tiempo me han dado ganas de llevarme el Quijote a las próximas vacaciones, aunque sólo fuera como bálsamo de Fierabrás.
Nada mejor que la voz de Lampedusa (él no necesitó la lotería para dedicarse a leer y escribir), tan afín, para enfrentarme a ese montaje shakespeariano del Piccolo Teatro el lunes por la noche en el Grec.
En cuanto a esta noche, veremos. Espero que un té frío me mantenga despierta contra el calor y el agotamiento y que la música me cure, o que ese mundo onírico de la representación amorosa del lunes me alivie de los oscuros presagios (tan shakesperianos también) que se ciernen en mi panorama físico... Y sobre esta pobre, desolada ciudad ruidosa y polvorienta, contaminada, donde el ayuntamiento ha decidido acabar con los árboles.
Esta mañana he desayunado con una de las mujeres más guapas que conozco (tal vez como parte del programa "la belleza cura"), luego he tenido una decepción libresca (iba a por un encargo siciliano, L'olivo e l'olivastro y resulta que estaba agotado y que en cambio me había llegado un libro que ni siquiera recuerdo por qué pedí, exceptuando el hermoso título y el prólogo de Magris... ya no me queda tiempo de pescar ese Consolo en las redes de segunda mano antes de irme a las islas, tendrá que ser a la vuelta). Luego he visto al grupo valenciano de ayer en el café de otra librería y en la conversación me daba cuenta de mi baja forma y mi cansancio y de que tenía razón mi horóscopo de hoy (Do yourself a favor and just say no, rather than spreading yourself too thin and disappointing everyone involved, decía el sabio oráculo. Allí sentada, oyéndome, he comprendido bien el significado de spreading myself too thin). Después, a duras penas he podido hacer dos o tres encargos, he renunciado a buscar la pluma caligráfica que un poeta-letrista me recomendó ayer, he aplazado una vez más lo inaplazable y me he refugiado en una siesta gatuna, pero mi falta de costumbre en esa práctica es tal que al despertar tras media hora escasa de sueño no recordaba apenas quién era ni adónde me dirigía.
Así, mientras sigo proponiendo conferencias a instituciones (por cierto que en septiembre, una librería prestigiosa de Zaragoza acogerá una segunda presentación de mi libro balcánico, lo cual me hace mucha ilusión), hoy una vasca y acercándome a la fecha de las lecturas en el Refugi 307 (por favor, los que quieran acudir, que llamen o escriban para reservar, donde se indica aquí), seguiré leyendo y reuniendo valor para abordar la escritura que me acosa y aterra al mismo tiempo, con la idea de que tal vez sólo así, como me indicó el mago madrileño, me salvaré de la amenaza de Jacques le Fataliste, tan cerca y tan lejos.

miércoles, 1 de julio de 2009

Noches de verano

Foto: I.N., De mi colección de bellezas de Barcelona aún sin destruir por la mafia del cemento, 2009.
"Te veo poco sociable", me dijo un amigo ayer, por sms, tal vez refiriéndose a mi último post. "¡Es que me duele el brazo!", pensé yo, desesperada. Me había despertado de madrugada con un dolor intenso en los dos brazos, contemplando escenarios más radicales: ¿sería cáncer de huesos? ¿artritis grave? ¿y aunque no lo fuese, hasta cuándo iba yo a resistir con ese dolor? ¿Qué puedo hacer sin escribir? ¿Cómo mantenerme ilimitadamente sin traducir? ¡Bálsamo de Fierabrás!* Lo pensaba desapasionadamente, entre esa urgencia física de los brazos, que no me dejaban alejarme, y el rumor de los pájaros. Es fácil pensar en la muerte a esa hora, al fin y al cabo, yo he tenido una vida. Pero entonces oí a G., que se preparaba para su viaje a zona vasca y recordé que seguía teniendo una atadura. Y por otra parte, pensaba yo: No me siento enferma, sino hiperviva y energética. Y todos esos libros por escribir, historias que se apretujan en mi interior pidiendo salida... Y es que la mente se desvincula de ese dolor y está también en otros placeres, en otra vitalidad. Es sólo que de pronto vuelve la intensidad y el encallamiento me interpela con furia. Quousque tanderem?
Si me obsesiono con esa cronificación no resuelta, tiendo a retirarme para no cargar a los demás con la misma letanía. El hombre que llamaba demasiado nunca ha empatizado demasiado con el dolor físico ajeno, o por lo menos, no con el mío. Tal vez sólo se sienta desconcertado porque no puede proponer una solución... Ayer se mostró impaciente, me cortó y dijo: "Siempre estás con lo mismo". ¡Tenía razón!
Yo había quedado en ir a la fiesta anual de Seix Barral (un evento que suele ser amable y no me deja resaca, quizás porque no suelen acudir ciertos ogros highnosed del mundillo editorial, o quizás sea sólo cuestión de suerte) y es mucho más fácil olvidar mi brazo en movimiento. Se celebraba en el patio del antiguo Arxiu de la Corona d'Aragó, el palacio del Lloctinent. El lugar es precioso aunque el archivo ya no esté allí. Vi a Pere Gimferrer, que me preguntó si había abandonado la narrativa (no le dije que para mí, mi libro balcánico sigue siendo narrativa, y así lo entienden algunos libreros, que lo ponen en esa sección, y no otros, que lo esconden en una pequeña y apartada sección balcánica) y cuando le dije que iban a salir mis cuentos en otoño, me anunció la llegada de uno de los dos editores de esos, mis próximos cuentos. También mi jefe de La Vanguardia, que sonreía como si ya estuviese de vacaciones, y que fue de los primeros en detectar al casi único autor que ahora vende en todas partes; estaba Clara Usón, a quien quiero leer pronto y que había leído mi libro balcánico, y hablamos de esa imposibilidad de vivir de la literatura (excepto para algunos... Parece que ahora ya no hay autores que vendan 5 o 6 o 10.000 ejemplares, o uno vende 1.000 o vende 150.000, tan tristemente polarizado está todo, como si ya no hubiera un público lector con criterio, más allá de las listas de vendidos); estaba Martínez de Pisón, que publica ya no sólo en Francia, sino también en Suiza; Glòria Gutiérrez, que me saluda siempre amable sin recordar quién soy, Nahir Gutiérrez que además de llevar la prensa de Seix ahora escribe y publica libros infantiles, y estaba Alberto Hernando, con quien estuve hablando. El editor me confirmó que está con mi manuscrito y pronto me lo reenviará con sus sugerencias para que el libro salga en octubre como previsto. También me anunció que mi libro estaría bien acompañado, pues sale con cuentos de dos autores de gran peso literario. El calor era agobiante, no circulaba el aire ni aun a esas horas. No dejaban fumar, aunque fuese al aire libre, así que salí y allí me encontré a un amigo joven que sigue pintando y que pronto expondrá, Guillermo de Pfaff, con su mujer editora en Seix y Diego Gándara, su amigo argentino que escribe en Caballo Verde, o en lo que queda de ese buen suplemento, y que se apellida curiosamente como otro famoso crítico.
La cuestión es que tengo una hilera de noches comprometidas como en los viejos carnets de baile, hoy una cena de cumpleaños, mañana la presentación del escritor valenciano en la Barceloneta, el sábado una cena entre sinológica-psicoanalítica-literaria-tecno en una terraza cercana, y el viernes no puedo ir a dos cosas porque tengo Grec... Así que el sms de mi amigo ha quedado de momento superado por los acontecimientos. Tendré que llamarle y verle también antes de sus vacaciones y mi Sicilia tal vez...
*Para mis males, un poeta ingenioso, letrista y publicitario me manda en Feis "Un beso de esos". Para él es el bálsamo de Fierabrás, que curaba al Quijote y a Sancho de sus males tras las peores tundas: el Quijote le dio a Sancho los ingredientes: aceite, vino, sal y romero. El caballero los hirvió y luego los bendijo ¡con ochenta padrenuestros, ochenta avemarías, ochenta salves y ochenta credos! Al beberlo, Don Quijote sufrió vómitos y sudores y tras dormir un poco, se despertó sintiéndose curado. Era la mítica receta de la pócima con que habían embalsamado el cuerpo del Cristo, capaz de curar todos los males.
Y sí, la muerte de Pina Bausch, sólo me consuela un poco haberla visto en esa última vez hace poco, esa belleza especial que ella añadió a la escena, todo lo que revolucionó y su mundo narrativo, su inteligencia expresiva y su poética de los gestos.