viernes, 24 de abril de 2009

Hacia el silencio

Foto: I.N., Torre Castañer, 2009
Por la mañana me dirigí a una clínica donde me habían dicho que me atenderían a las 10 am. Sólo al llegar descubrí que se trataba de un lugar cargado de recuerdos turbulentos para mí. Respiré con aprensión y subí a la sexta planta en un ascensor encharcado de tristeza. Llegué a la zona precisa, pero nadie me atendía y al fin me dijeron que si me esperaba allí, tal vez a las 12.30 o las 13h habría alguna posibilidad. ¡Pero eran las 10! ¿Por qué tenía que esperar allí tanto tiempo y sin apenas gente delante? Y esperar allí, con aquel dolor ajeno y resignado y aquel olor desagradable que me asaltaba por el torbellino de recuerdos, con dos escenas de una teatralidad dura...
Salí a la calle, fotografié algunas cúpulas y balcones, la destrucción de la belleza. Llamé a mi madre para pedirle el teléfono de la mutua, pero en su confusión, sólo acertó a darme el mío. Llamé a información de telefónica, me pusieron música, me hicieron esperar, escuchando ofertas engañosas, y al fin me dieron el número. Llamé, volvieron a ponerme música y al poco me contestó alguien, situado en el espacio sideral, o en una autopista de la información. Le expliqué, con gran esfuerzo didáctico porque me daba la sensación de que no me entendía, que era una urgencia de otorrinolaringología, añadí que tenía el oído tapado y le pregunté dónde podían atenderme. Me pidió mis datos, deletreados. Me preguntó en qué localidad estaba. Me hizo esperar con más música. Después me dio la dirección y el teléfono de tres centros. Llamé a los tres, subiendo el volumen del teléfono. Ninguno tenía servicio de otorrinolaringología. ¿Qué habría entendido la propietaria de aquella voz, desde su lugar virtual? ¿Estaría también ensordecida? Como las nuevas empleadas de la farmacia de abajo, que apenas entienden lo que les pido. Ya nadie sabe nada y hay días que resulta agotador hacerse entender, tras esas batallas con las compañías, la música grabada, la repetición de los datos propios y las respuestas robotizadas. A veces me parece que el paquistaní del colmado de abajo comprende mejor.
Volví a casa. Arrastro el mar en uno de los oídos, como cuando de pequeñas nos acercábamos las caracolas grandes a la oreja para escuchar las olas. Hice algunas fotos y al llegar las copié en el nuevo ordenador, lentísimo pese a su potencia, por las maravillas del Vista. Pero cuando ya estaban grabadas y borradas de la cámara, comprobé que habían desaparecido. Hablé con un informático, preguntándole si podrían ponerme el xp, me dijo que tal vez, pero que me costaría un dineral, seis horas de trabajo, el programa, y sin garantías de lograrlo... le dije que lo pensaría.
Me puse a traducir a Zygmun Baumann en el ordenador viejo, y sentí que me tranquilizaba ese trabajo mecánico de girar los vocablos como dice el Tirant: como ya dije en Los meandros de la traducción, resolver jeroglíficos consuela, es como imaginar que todos los problemas podrían tener una solución, una respuesta. Además, Baumann explica cómo nos han engañado con la crisis, cómo no se trata de un fracaso sino de un éxito de los Bancos, apoyados por los gobiernos. Y su análisis, pese a todo, también consuela, porque analizar el horror, intentar entender los mecanismos incluso de lo más injusto produce alivio.
Y por la tarde acudí a ese otro otorrino, consulta clásica y médico de la vieja escuela. Me llevé Isabelle de André Gide, que quiero releer, arrastrada por aquella frase que cité en mis cuentos y que no pondré aquí, pero en su lugar diré otra: "Nous suivions Gérard sans parler, oppressés par la beauté du lieu, de la saison, de l'heure, et parce que nous sentions aussi tout ce que cette excessive opulence pouvait cacher d'abandon et de deuil.". El otorrino me dijo que tengo un tapón de cera pétreo en cada oído y que me conviene pasar unos días echándome agua oxigenada. "No oirá nada", dijo, "¿Tiene cenas? Anúlelas. Le parecerá que por dentro todo hierve, pero no se preocupe. Se hará una pasta y no podrá oír nada, pero así, con suerte, el lunes por la tarde podré quitárselo." Me acordé de mi padre, que odiaba los cohetes y la pirotecnia, y en la noche de San Juan, anunciaba: "Si queréis decirme algo, que sea ahora, porque voy a ponerme los tapones", y después de un picnic nocturno (¡con noctilucas!) en la Savoia, de Cadaqués, se tapaba los oídos hasta el día siguiente. He avisado a unos cuantos de que a partir de ahora no oiré, y uno de ellos me ha lanzado un mensaje declarativo entre risas. Si quieren decirme algo, que sea por escrito.
He renunciado a asistir a la sesión lacaniana de mañana sobre la traducción de L'Étourdi, he apartado la vida social y me preparo para un fin de semana silencioso, como una extraña experiencia algo vertiginosa, con estas mareas que empiezan a resonar en mis oídos, leyendo y escribiendo y saliendo poco porque en la calle me siento aturdida, hablo demasiado bajo y nadie me oye (me ha pasado en la panadería y en el librero de la calle Berlinès), y además, me mareo al moverme, al agacharme, y al echar la cabeza hacia atrás para ponerme las gotas en los ojos, algo menos tristes y menos insidiosos, pero aún feúchos.
Yo querría irme a Vigo a conferenciar curada de todos estos pequeños malestares. Imagino la ciudad que conocí hace años, con su rambla catalana y sus múltiples rótulos art déco, las cesterías, cosas que ya no existirán. He leído que está toda abierta por obras. ¿Hasta dónde llega la locura del cemento? ¿Recorre toda la península? Me dicen que Portugal conserva la belleza, esa Portugal que nuestros programas metereológicos ignoran como si no existiera y como si a nadie de aquí le importase el tiempo que hará allí: siempre me lo decía una escandalizada Angela Reynolds y el otro día lo repitió Gibson: tienen que ser los extranjeros los que se den cuenta de la tremenda descortesía que tenemos hacia nuestros vecinos ibéricos.
Es extraño cómo el silencio o la distancia del sonido, que llega poco, disminuido y parece venir de otras direcciones, altera la percepción de las cosas. He recordado cuando tuve que estar toda una tarde sin usar los ojos y me senté en la sala y los cerré, llena de sensaciones extrañas e intensas y danzantes. Me parece como si pudiera comprender otros alejamientos y casi temo que mi inconsciente quiera aferrarse a este estado, alejarme, no oír, protegerme de todo lo que duele, de todo lo que sacude con su fealdad y su estruendo insensible. Pienso en John Cage y en algunas danzas de Cunningham en las que parecía volar. Pienso en un texto de la voz que me ha mandado un psicoanalista que a veces viene por aquí a leer. Pienso en la campana de cristal de Plath. En releer a T.S. Eliot, gracias a alguien que me manda un fragmento al dorso, la revelación aún es posible (ahora que yo, nacida en abril y siempre partidaria de ese mes energético en que todo renace, por primera vez en la vida pensaba en darle la razón a su April is the cruellest month!). Pienso en las películas nórdicas y en las orientales. Y escucho las oleadas marinas como cuando dormía en la habitación de arriba, en Cadaqués, con la puerta de la terraza abierta sobre Portdugué. Le silence est un prélude d'ouverture à la création, à la révélation"... dice mi diccionario de símbolos, "le silence, disent les règles monastiques, est une grande cérémonie."

jueves, 23 de abril de 2009

Me levanté con un silencio extraño

Foto: I.N., Balcones con cactus, Barcelona, 2009
Se me había tapado un oído. Bajé a la calle con una percepción amortiguada de las cosas. Primero vi al azufaifo, verde, verde, verde chino y brotado mágicamente en su jardín silvestre, a pesar de los forajidos primitivos y zafios que siguen arrojándole su basura, la misma que les llena, a falta de otro espíritu. El estruendo de la ciudad más ruidosa de Europa parecía distanciado, en otro plano. En el metro leí tranquilamente mi periódico, rodeada del parloteo de jóvenes damiselas, en mi campana de silencio. Fui al desayuno de escritores en el Regina. La gente se abalanzaba sobre canapés de salmón y jamón. Yo, desconcertada (y con mi desayuno demasiado reciente para comer), pedí zumo de naranja y me pregunté, apoyada a una columna, entre autores de best-séllers poco relacionados con lo literario, perseguidos por múltiples cámaras, cuánto resistiría. En esas entró un escritor no-amigo, una presencia no precisamente afín, ni amigable. Luego vi pasar a González Ledesma y a Racionero, pero la prensa prefería a una modelo. Y al fin, a mi lado, Ian Gibson. Le dije que su primer Lorca, traducido en Ruedo Ibérico, cambió mi visión de las cosas en mi adolescencia. También le dije que íbamos a firmar juntos: "Bueno, rectifiqué, usted firmará y yo miraré..." Él se rio y dijo que su libro no tendría éxito... Nos pusimos a hablar y a despotricar contra el país, la ignorancia que se extiende sin conciencia, los abusos de algunos miembros de la Iglesia, la guerra y la memoria no resuelta, la actitud light del gobierno frente a tantas cuestiones, su política de derechas, etcétera. Hablamos de la lentitud de investigar, le conté de mi libro balcánico, dijo que intercambiaríamos ejemplares, que le interesaba. Cuando llegó el momento de la foto todos se pusieron delante, cubriéndome, excepto él que se colocó detrás: "Yo soy un hombre modesto", dijo.
Luego fui a ver al Librero de la calle Berlinès, que estaba en Canaletes, muy bien acompañado, y le compré una edición de cuentos de Kipling, seleccionados por W.Somerset Maugham y con un comentario de Javier Marías (traducidos por Martínez Lage y editados por Sexto Piso). Y me fui para arriba a mis recados urgentes hasta la hora de firmar. Antes pasé por la abigarrada Central, donde un amigo librero mantenía el tipo, seguramente soñando con mañana. Vi a una ajetreada Marta, moviéndose deprisa y eficaz entre los libros y las multitudes.Y me fui para la mesa de las firmas, con sus rositas de pitiminí y su agua y buenos tratos. Ian Gibson llegó tarde y no paró de firmar ni un momento. Maruja Torres y Roncagliolo no vinieron. A Clara Usón no la vi. Pero estuve firmando bastante para lo esperado, sobre todo al principio. Algunos llegaron cuando ya me había ido, pero no me puedo quejar. El poeta que estaba a mi lado se sumergió en su lectura, me dijo que estaba acostumbrado y que lo tomaba filosóficamente. Nos regalaron la magnífica Oda a Barcelona de Mossen Cinto. Dice, por ejemplo, en esas iluminaciones suyas apasionadas:
Y al veure que treus sempre rocam de ses entranyes
per' tots casals, que creixen com arbres ab saó,
apar que diga a l'ona y al cel y a les montanyes:
-Mireu-la: ós de mos óssos, s'es feta gran com jo.
La edición se abre con esa cita de Cervantes que ya puse aquí antes y que evoca una Barcelona tristemente desaparecida y enterrada:
"Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única."
La comida fue lenta, al salir pasé por delante de La Central, que era un puro hervidero de gente, y me encontré amigos afuera, entre ellos el pequeño causante de mi malaise ocular y su guapa y energética madre en manga corta hablando del calor. Volví renqueante, entre mis pobres ojos y esa sensación extraña, entre el desequilibrio físico y el mareo y el aislamiento de mi oído izquierdo, a buscar un otorrino que me atendiera de urgencia, porque necesito resolver este malaise antes de irme a Vigo. Algunos me preguntaron si no firmaría por la tarde. Me llamó un amigo para una hipotética cena, que dejaremos para otro día. Renuncié al party de escritores de El Mundo: no se puede ir de fiesta enferma y con nocturnidad. G. echó de menos el viejo regalo tradicional y aludió a su reciente retorno a la lectura, así que le prometí remediarlo, ya fuera de muchedumbres compradoras y librerías enfebrecidas.
Y qué bien se está en casa leyendo a Kipling... No hace falta sonido para la lectura y si no me curase sólo querría seguir leyendo para consolarme... pero tengo que vivir, tengo que destaparme este oído, que caiga esa barrera acuática que resuena como una extraña marea... ¿Cómo si no, dar mi conferencia? Mañana veremos. Mañana pondré los links. Mañana pensaré en cómo sorteo las barreras del Vista. Mañana...

miércoles, 22 de abril de 2009

En La Vanguardia Culturas, pág. 24

Foto: I.N. Belgrado, 2003 Cuatro análisis de la actualidad destacan por su garra periodística: el de Juliana sobre la España de ZP, el de Poch sobre la emergente China, el de Carlin sobre la Sudáfrica de Mandela y el de Isabel Núñez sobre el puzzle balcánico. Isabel Núñez Si un árbol cae ALBA, 368 PÁGS., 18 EUROS La masacre de Sebrenica o el largo y cruento cerco sobre Sarajevo son estallidos que desentonan con una Europa que aspira a la normalidad y la concordia. Isabel Núñez se acercó a veinticinco escritores afectados por el conflicto balcánico, y en largas y profundas entrevistas, entresacó testimonios que ayudan a interpretar unas heridas que distan de estar cerradas.

Me ha hecho ilusión ver mi libro recomendado junto a los de Rafael Poch y John Carlin, y sabiendo lo que es una auténtica marabunta editorial de Sant Jordi. Un periodista asturiano, Lino Veiguela, me ha entrevistado por email para la publicación Les noticies. Yo sigo recibiendo notas de lectores desconocidos y conocidos que me felicitan por mi libro balcánico. Espero que alguno venga a la firma de Sant Jordi, jueves 23 de abril, de 13h a 14h en la mesa de La Central, Rambla Catalunya-Mallorca. Mientras, sigue la revolución informática con su estela de imposibilidades y problemas, y esa sensación delirante que producen los ordenadores, como cabezas de la hidra (¿cortadas por Hércules? ¿o es sant Jordi?) que hablan, nos interpelan y mueren. Es como si los contornos, que nos permiten compartimentalizar las cosas en la mente consciente y que el sueño difumina o borra directamente para que el inconsciente nos diga con su lenguaje jeroglífico y simbólico, nos bailaran en la vigilia. El ordenador desordenado. Programas incompatibles. Máquinas que dejan de funcionar. Excesos eléctricos. G se recupera rápidamente. Hace mucho calor, un calor repentino y extraño, que ha llegado bruscamente, como si también significase algo, y los restos de mis síntomas se resisten a desaparecer. Ahora tengo que peregrinar, en busca de un medicamento homeopático difícil de encontrar. Todo sea por mis ojos...

martes, 21 de abril de 2009

Hace un día de perros

Foto: I.N., Baskarsija, Sarajevo, 2003
Y ha empezado mal: un visitante del juzgado traía malas noticias pecuniarias (luego resultaron no ser malas, sino todo lo contrario) para alguien que ya no vive aquí desde hace una década y cuando le he dicho que ya había protestado al juzgado por esa misma razón, me ha dicho que Justicia vive en la Edad Media, los ordenadores no existen y lo que pasa en un juzgado lo ignora el juzgado contiguo y que yo tendría que ir haciendo comunicados a todos los juzgados del país para que sirviera de algo.
G. anda por aquí, enfermo del mismo virus que me atacó antes a mí, dormitando.
He ido a comprar mi nueva cabeza portátil, es decir, un ordenador. Reconozco que mi malhumor estaba ya arraigado a esas horas, quién sabe si actuaban también las hormonas o si se debía a pequeñas desesperaciones y esperas cronificadas, la cuestión es que sólo me faltaban las noticias aún peores de Bill Gates y su aparato abusivo policial, que impide elegir nada y obliga al mundo a pasar por el tubo. Oh ya sé que debería pasarme a Linux (pero soy demasiado ignorante e impaciente para resistir ese estrés) o a Mac (why not? soy perezosa y tampoco quiero pagar más), en fin, la cuestión es que la empleada de turno ha desplegado todos sus recursos y paciencia estoica y por esta vez he sucumbido de nuevo a ese horrible diseño e ideología y soportaré la estúpida fealdad del Vista y su nomenclatura analfabeta, que me recuerda a Bologna y ese feo renombrar las cosas (como a la pobre biblioteca de la UPF, ahora llamada tristemente CRAI). Para rematar, seguramente mi escáner-impresora es incompatible, tendré que donarlo graciosamente y comprar otro. Yo quería poner aquí una hermosa foto de Lewis Carroll... Pero nada funciona, ni el flamante office que he tenido que pagar aparte, ni el escáner, que es incompatible, nada de nada. Tendré que volver a la tienda y eso me desespera, me siento envilecida por la perversidad de ex hacker traidor de BG. Hoy, alguien me ha dicho que había decidido vivir sin ordenador porque le estresaba demasiado: cómo le comprendo aunque no pueda hacer lo mismo...
Y por otra parte teóricamente es una cabeza nueva y llena de memoria y de recursos, cómo me gustaría ampliar también la memoria de mi auténtica cabeza humana. Justamente antes me preguntaba por qué algunas palabras se me escapan y desaparecen en esos entresijos de las grutas de mi memoria y nunca sé si se debe a su contenido simbólico o a un puro código fonético conectado a algo más técnico. Por ejemplo, la palabra espejismo se me rebela, y durante un tiempo no me salía la palabra anatema. ¿Por qué? Tal vez temo vivir en un espejismo y haberme convertido en cierto modo en anatema? Quién sabe. También se me escapan algunos nombres insidiosos, como el de un editor ambicioso y corpulento que, según me confesó hace años en un jardín donde se celebraba un cumpleaños, había sido descargador de muelle y olía el dinero allí donde estuviese. Como decía, el ordenador parece flamante y poderoso y cuando acabe de copiar al fin mis archivos en una memoria externa, quién sabe si podré poner fotos como antes y continuar mi libro urbano... ya parece un sueño... Mi informático de siempre me dice que devuelva el ordenador y me compre otro con un sistema operativo mejor, Linux o Xp. Los de la tienda me dicen que todo se puede arreglar, pero pagando un precio exorbitante. No sé qué será de mí...
Ayer di mi conferencia balcánica a pesar de todos los obstáculos técnicos que tuve que superar y que implicaron un retraso considerable. El público parecía interesado y el intercambio fue interesante. El lugar es precioso, una casa modernista y bien conservada, a la que no le han arrancado la puerta de madera para ponerle una de aluminio, como suele hacerse en esta ciudad, gracias al nulo apoyo ni protección que las autoridades municipales han prestado al patrimonio.
He aceptado una traducción para Arcàdia, no es un texto fácil, y mi intención era traducir sólo lo que en este momento me sirviera para mis conferencias, pero no ha podido ser. La lentitud de la respuesta de los editores ha acabado por impedirlo. Veremos.
Todo son anuncios y propuestas de Sant Jordi. Un desayuno de escritores en un hotel. Una visita al librero de la calle Berlinès trasladado a la Rambla. Mi firma a mediodía (de 13 a 14h en la mesa de La Central en Rambla Catalunya - Mallorca). Y al atardecer, si resistiera y si tuviera hipotéticamente un espíritu social que he perdido en los últimos tiempos, invadida por una corriente casi monacal, asistiría a una fiesta de Sant Jordi organizada por un periódico. Me ha escrito un periodista asturiano para una entrevista por email. Me llega la noticia de los autores que firmarán a la misma hora que yo en la misma mesa y me entra un temblor: ¿vendrá alguien a comprarme un libro y firmar? ¿O sólo lloraré interiormente mientras ellos firman sin parar? Son: Maruja Torres, Rubén Abella, Ian Gibson, Clara Usón, Santiago Roncagliolo, Ricardo Menéndez Salmón, Jordi Julià et moi même.
¿Y qué decir de esta lluvia? No puedo evitar recordar las palabras de Salinger: "As a matter of fact, I’ve been known to take a perfectly normal rainy day as a personal insult" (For Esmé with Love and Squalor) o también las de W. Somerset Maugham en aquel cuento magnífico llamado precisamente Rain, Lluvia: "Outside, the pitiless rain fell, fell steadily, with a fierce malignity that was all too human."
Yo he seguido contemplando las fotos maravillosas de Lewis Carroll, que un inspirado amigo librero ha tenido a bien regalarme, en edición preciosa de Phaidon, el mismo que ha escrito una reseña de Sant Jordi de mi libro balcánico aquí. Sin saberlo, ese libro viene a restituir mágicamente la vieja usurpación que A. hizo de mi antiguo libro de fotos de Lewis Carroll, regalándoselo a un amigo suyo fotógrafo, como solía hacer entonces con los objetos ajenos.
Y leyendo, leyendo el magnífico y atinado El espíritu de las obligaciones de Hazlitt (Alba) y a ratos Une rencontre de Kundera, que recomendaba Pierre Assouline, sobre la pasión de la lectura. Y asombrándome aún de ese extraño poder y esos modos del inconsciente, que me llevaron de la escritura de mi conferencia sobre el dolor (D. Collobert) a la realidad del dolor físico más intenso y desesperante, el mismo que arrasó mi cumpleaños. Espero que esa semana horribilis me haya inmunizado para pronunciarla. Antes, el 28-29 estaré en Vigo, para otra conferencia balcánica.

domingo, 19 de abril de 2009

Conferencia balcánica

Foto: I.N., Biblioteca de Sarajevo, incendiada durante el asedio y reconstruida posteriormente, 2003
Mañana Lunes 20 de abril, a las 19.15 en Amics de la UNESCO, Mallorca 207, principal, yo conferenciaré sobre mi Viaje literario a la guerra de los Balcanes. Quien quiera venir será bienvenido. (Creo que cobran una entrada de 2 o 3 euros, pero no estoy segura).
Sólo unas notas apresuradas para decir que he gozado (gracias a L., que me animó a ir cuando estaba desfalleciendo por la falta de sueño) de un concierto maravilloso en el Palau de la Música, la Pasión según San Juan de Bach, con la Orquestra Nacional Clàssica d'Andorra y la Coral Càrmina. Qué maravilla. Me he olvidado la linterna, pero pese a todo iba siguiendo porque la Pasión siempre me gustó también como narración (al fin y al cabo, ése era uno de los textos evangélicos que yo tenía que leer en voz alta para el colegio en la iglesia abarrocada y espléndida, con un órgano que sonaba a música celestial). Ese juego del evangelista y el coro; el evangelista dice: "Cuando le vieron, los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron" y el coro contesta: "Kreuzige, kreuzige!" (Crucificadle, crucificadle). La orquesta sonaba magníficamente, el coro era espléndido. Yo me identificaba con el evangelista, que era como mi personaje narrador de las funciones del colegio. Qué bien contaba-cantaba (con qué pasión) el momento en que se rasgan las cortinas del templo, la tierra tiembla, las rocas se agrietan, los sepulcros se abren y resucitan los espíritus. Me gustaba muchísimo el barítono (Pedro negando tres veces, Ich bin's nicht!) y el contralto (esas voces misteriosas, seráficas de castrati), no tanto el tenor, que sustituía al que tocaba y a veces parecía no llegar, y era poderoso y matizado el bajo (Pilatos) y muy expresivo el otro barítono (Jesús) y allí estaba también Gerard Claret, fundador según creo de esa orquesta.
Música reparadora, celestial, maravillosa, que como dice L. te despierta los sentidos, te permite olvidar todo, o como dice Tigridia, te reconcilia con el mundo. Y es tan bonito ese lugar (hasta los nombres: Carrer del Bou de Sant Pere), por eso nuestros políticos municipales han decidido destruirlo construyendo un hotel, tirando dos edificios antiguos para que otro arquitecto arrogante y sin escrúpulos deje su huella pisando la historia de la ciudad.
No he podido contar aquí que el otro día fui a la presentación del sugerente Álbum del trasiego de Ramon Dachs, en la maravillosa biblioteca (especializada en anarquismo y francamasonería) Arús, de Passeig de Sant Joan. Qué entorno tan idóneo, con esas paredes llenas de libros acristalados y esas maderas artesonadas y una historia rebelde e independiente... Dachs habló de ese trasiego suyo y del libro que está escribiendo, sobre su viaje a la Antártida en el barco científico Hespérides. Y mostró algunas imágenes, que me hicieron soñar con los mitos de Caspar David Friedrich, Edwin Church ,Edgar Allan Poe y Moby Dick, pero también con Herzog, de hielos, ballenas y pingüinos y esa sensación luminosa de desierto helado y de históricas expediciones y de historia (amenazada) de la Tierra.
Sé que escribo deprisa, pero me gustaría tomar unas notas para la conferencia de mañana, que no será un texto leído, sino una charla con algunas imágenes mías. Espero que vengáis a escucharme, lectores silenciosos.

sábado, 18 de abril de 2009

La presentación de ayer

Foto: Gaétan Gatian de Clérambault
Ayer celebramos la edición audio de mi Crucigrama, en la galería h2o. El jardín estaba exhuberante y parecía como si cantara (una consagración de la primavera estravinskiana, con la inmensa palmera dirigiendo la orquesta vegetal), pero el aire frío no permitía hacerlo allí.
Cuanto más pasan las horas más me convencen los ecos del discurso de Carles Hac Mor, que estuvo como siempre brillante. Otra vez comparó mi escritura con la de Marguerite Duras, pero lo hizo siguiendo aquella idea de los surrealistas de que si escogemos dos objetos al azar, podemos compararlos sin más, puesto que las conexiones y similitudes irán saliendo a posteriori. Genial. Luego citó de nuevo a la Duras para decir que, contra la tendencia común de perseguir el éxito, hay que perseguir el fracaso: eso nos da total libertad, no tenemos que ajustarnos a ningún canon y podemos ser nosotros mismos o quien queramos.
Pensé que para mí, ésa podría ser la clave de por qué ha habido tan buena literatura en el comunismo; ellos no necesitaban el éxito comercial, ni el mercado. También es la clave de mi libro balcanico (cultivar temas al margen de lo esperado, de lo que se vende), de adoptar géneros prohibidos o desdeñados por los editores, como los cuentos...
Al final, Hac Mor leyó un largo poema argumentativo, en el que parecía discutir consigo mismo, que me gustó mucho y que espero volver a leer pronto. También me dio una lección, pero con toda su gracia y sin desdén ni disimulo.
Yo hablé de la voz, de cómo había empezado a leer en voz alta de pequeña, de la escasa valoración que se hace aquí de la lectura en voz alta, de que la radio no invite a los escritores... pero he colgado ese texto en mi blog de artículos, para quien quiera leerlo.
Al acabar, pusimos un cuento grabado del CD, un cuento que yo quería volver a escuchar/me, un cuento que había vuelto a asaltarme con su presencia del pasado en el presente justo antes de ponerme enferma. Y me gustó escucharlo. Me gustó que Ester Xargay me hablara de su escucha, me dijera de su añoranza de ese hilo conductor de la prosa (yo le dije de mi envidia de esa síntesis del mundo de la poesía, que a veces es pura filosofía).
Y después de aquello me sentía en mi fragilidad convalesciente, volví a ser la princesa del guisante (así me llamaba un artista conceptual, hace tiempo). Habría querido que me llevaran a casa en volandas.
Cada vez estoy más convencida de que mis poderosas anginas y su dolorosa estela fueron consecuencia de la conferencia sobre el dolor que estuve escribiendo días antes. ¡Poderoso inconsciente! Debí de adentrarme demasiado... Espero que el día que al fin la pronuncie no me duela nada... Pero haré un añadido final sobre esto.
No tengo tiempo de más. Tengo que preparar mi conferencia balcánica del lunes (19h Mallorca 207, Amics de l'Unesco) e inventarme algún ritual de cumpleaños o de resurrección de entre los enfermos.

jueves, 16 de abril de 2009

Viernes por la tarde

Foto: Cristina Núñez, Barcelona, 2001
La galeria h2o i Llibres de Veu us conviden a la presentació de l'audio llibre CRUCIGRAMA, d'Isabel Núñez
Amb el poeta CARLES HAC MOR;
l'autora, Isabel Núñez;
Dolors i Cristina Capellades, editores de Llibres de Veu i Joaquim Ruiz Millet, director de galeria h2o.
La galeria h2o y Llibres de Veu les invitan a la presentación del audiolibro CRUCIGRAMA de Isabel Núñez
Con el poeta CARLES HAC MOR;
la autora, Isabel Núñez;
Dolors y Cristina Capellades, editoras de Llibres de Veu y Joaquim Ruiz Millet, director de galeria h2o.
Divendres 17 d'abril de 2009, a les 20h. a h2o
Viernes 17 de abril de 2009, a las 20h. en h2o
Carrer Verdi, 152. 08012 Barcelona

miércoles, 15 de abril de 2009

Después del dolor

Foto: Andrea Resmini, Cadaqués, ca.2007 El fuerte virus de las anginas desencadenó otra reacción y ese malaise de mi brazo, que estaba ya en una fase benigna y parecía cercano a su curación, se multiplicó de pronto hasta extremos inimaginables, extendidos a los dos brazos y han sido noches y días de intenso dolor, un dolor que a mí me resultaba irresistible, y sólo me consolaban pensamientos de muerte.
J. me traía la prensa y lo que necesitaba a diario y la presencia de G., soft and supportive, ha sido importante. Ayer, en cierto momento, intenté una cura musical. Pero entonces llegó J, que me traía un nuevo enchufe-cargador para mi portátil (el mío no cargaba) y una memoria externa para que guardase mis fotos. Y mi ordenador murió en ese instante (y ahora temo por mi archivo de fotos y por mi libro con imágenes). Algo pasa en la electricidad, porque el portátil de G. había muerto dos días antes y sé de otro habitante de mi misma calle en cuya casa han muerto dos ordenadores y el otro agoniza, apagándose cada poco, como le ocurría al de G. Así que he llamado a Averías de Fecsa-Endesa y he tenido la suerte de que me atendiera alguien decente y me ha dicho que era muy posible y que si se demostraba que era así, ellos pagarían los daños.
Hoy estoy mejor, al menos esta noche el dolor no me despertaba. Yo no me considero estoica. Pensaba que la costumbre de mi torturadora en mi infancia de impedir con un jarabe hipnótico que mis pesadillas y terrores nocturnos la molestaran me había dado una baja resistencia al dolor. Y tal vez así fue durante años. Pero ahora, que sólo tomo homeopatía y oigo a mi alrededor la celeridad con la que algunos toman fuertes pain-killers para tapar cualquier cosa, me pregunto si no me seré mucho más resistente al dolor de lo que pensaba. Pese a todo, tengo una saturación, llevo un año soportando y ahora que estaba mejor, volver tan atrás se me hace imposible.
Cuando la fiebre me dejaba leía Desde la ciudad nerviosa de Vila-Matas, que me gustó (hay capítulos memorables, y allí estaba un artículo viejo que siempre recordaba, de él haciendo maniobras y cabriolas para ver qué leían las mujeres que leen en los autobuses; y me confirmó una vez más que la singularidad de la escritura o la escritura multigénero es un valor positivo cuando eres reconocido y un inconveniente cuando no lo eres), luego pasé a María Zambrano y su Pensamiento y poesía en la vida española, que es maravilloso, y comprendí que este país nunca tuvo remedio (habla de esa renuncia a la reflexión y al raciocinio, de la melancolía, del estoicismo y el suicidio colectivo histórico, la entrega a la muerte, se entienden tantas cosas, y siempre basándose en la poesía... es brillante y es poético también, y me encantó el principio, cuando distingue entre historia, filosofía y poesía y cuenta que Platón, al abandonar la poesía por la filosofía, seguía siendo poeta "porque hay mercedes irrenunciables" y cuando arremetía contra los poetas y los expulsaba de la República, en realidad se defendía de sí mismo. Y dice que la filosofía es ante todo problema mientras que para la poesía, nada es problemático sino misterioso. "La poesía no se pregunta ni toma determinaciones, sino que se abraza al fracaso, se hunde en él y hasta se identifica con él"... No sé si esto valdría para toda la poesía, pero me gustó). Yo seguía pensando en Vinyoli. Por cierto que hoy sale mi reseña de Clarice Lispector en La Vanguardia, con una cita maravillosa de Vinyoli al final. Intenté Everyman de Roth, pero no me arrastraba y abandoné. Ah, y cuando estaba pensando en mis nocturnas fantasías de muerte -producidas por el dolor físico- que chocaban con mi fuerte apego a la vida (y es que me gusta vivir, pensaba yo, quiero escribir algunos libros más y además de todas las cosas que me unen a este mundo, está G., a quien yo traje aquí y nunca abandonaría), abrí casualmente un libro de Hazlitt (parte de mi autorregalo navideño de Alba), El espíritu de las obligaciones: el primer capítulo se llama "Del amor a la vida" y era como si me hubiera escuchado y respondiera a mis interrogaciones. Habla de que las pasiones y el deseo son más importantes que su logro real, "parece como si sólo hubiera unos cuantos lugares verdes y soleados en el desierto de la vida, hacia los que siempre nos estamos apresurando: los miramos ansiosamente a distancia, sin cuidarnos de cualesquiera peligros o del sufrimiento que soportamos, con tal de que al fin lleguemos allí", explica por qué los tiranos nunca se suicidan, y tiene esa concisión poética inteligente de aquel suyo que hablaba del arte de caminar. Es absolutamente genial. Los demás capítulos también, por lo que llevo leído...
Mientras, mi ordenador ha muerto, pero me recuperan la información. Así es la vida. Y suerte de mi bicefalia y que estoy aún con el viejo ordenador, resistiendo... hasta que vaya a por uno nuevo. Pero cómo cuesta cambiar de cabeza y ordenarla un poco a nuestro antojo... J lo ha llevado a reparar, ha vuelto a por la memoria externa y les ha dicho: "Es de mi ex mujer, que me tiene esclavizado." "Pero algo ganarás a cambio", le ha dicho el reparador. "Nada de nada", ha contestado; ése es su humor particular.
De momento no puedo poner aquí mis fotos, ni ninguna de las imágenes que guardaba, voy a ver qué encuentro para ilustrar este pobre post convalesciente...
Muerto el ordenador y aún renqueante, pero el viernes 17 a las 20horas presentaremos la versión audiolibro de Crucigrama en la galería h2o de la calle Verdi, con Carles Hac Mor. Pero seguiré recordándolo aquí...
Y el 23 de abril en la mesa de La Central por sant Jordi y una novedad: sí firmaré en la Feria del Libro de Madrid, el fin de semana del 30-31 de mayo, en la caseta de ALBA.

domingo, 12 de abril de 2009

La fiebre

Foto: I.N. Palmeras de la calle Elisabets, con la cámara mojada por la lluvia, 2009 (perdonen esta foto defectuosa, la mejoraré si un día resucito y vuelvo a la calle)
Yo nunca tengo fiebre. Creo que la última vez había sido hace diez años, y esa vez después de otros veinte. Al menos, así era hasta ahora. Sí tengo comprobado que algunos hechos vitales extraños donde la presencia del pasado me sacude en exceso, suelen desencadenar en mí procesos víricos o alguna clase de malaise agudo. Tal vez simplemente bajo las defensas, y en ese contexto, cualquier bacilo pasajero es bienvenido a mi organismo. Esta vez han sido unas anginas brutales, con la sensación de retorno a la infancia, ya que yo no soy especialmente adenoidea y nunca tengo anginas.
Así que héme aquí aún hoy, sin el coraje ni la fuerza para ponerme a escribir de verdad lo siguiente que me espera (So here I am, in the middle way, having had twenty years -Twenty years largely wasted, the years of l’ entre deux guerres -Trying to learn to use words, and every attempt Is a wholly new start, and a different kind of failure; no eran veinte años perdidos, ¡si ya escribía así!), dudando si mañana podré celebrar mi cumpleaños, con una debilidad silenciosa y que parece difuminar los límites entre la noche y el día, para felicidad de mi gata, que me admite enseguida en ese reino suyo donde siempre se dormita y siempre se vela, se juega, se vigila y descansa en proporciones misteriosas.
Leo y duermo, entro y salgo de la cama, recibo la visita de alguien caballeroso que me trae la prensa y cualquier otra cosa, me sumerjo en ensoñaciones, no siempre agradables (de madrugada creía que me ahogaba, tanto habían crecido esas glándulas en mi garganta) hablo con la homeópata e intento colaborar a sus pesquisas suministrándole la información necesaria y sigo con ese medicamento arbóreo, ajena a lo que ocurre en el exterior y dando gracias (después de que un vecino moscón haya parado su black & decker) por el silencio y los pájaros. Me cuesta comer, me cuesta hablar y no tengo fuerzas.
Estos días andaba preguntándome por qué a veces, a los críticos, les cuesta tanto apreciar cuando un libro testimonial de alguna atrocidad es además y sobre todo literario. Me gustó que Lolita Bosch pudiera decirlo del Diario de Hélène Berr en una reseña minúscula donde iba contando los caracteres que le quedaban: pero lo dijo, pudo decir lo esencial, con gracia, burlándose de su falta de espacio, y concluyócon algo como: "Esto es literatura, ¡léanlo!" (esas reseñas pequeñas tampoco se encuentran en versión digital). En el caso de Berr lo había dicho también Alejandro Gándara en su blog El Escorpión (que en vano intento linkear con los blogs que visito, y siempre me sale la portada de El Mundo, así que lo he puesto con las webs). A Gándara no suele escapársele nada, y por eso me alegró doblemente que dijese que mi libro balcánico era un viaje literario, cosa que otros no podían percibir y que para mí significa un reconocimiento, la idea de que no he soñado. Algo comparable ocurre con La plaza del azufaifo; parece que no tener un género definido o ser "singular", lo hace más difícil de entender, y una reseñista habló -sin leerlo- como si se tratara del panfleto de una asociación de vecinos (por suerte, otros sí lo entendieron). Pero creo que por estos lares, cuando alguien no es muy muy famoso y reconocido, y para rematar es una mujer, la mayoría lee sin atención, llena de prisa y de prejuicios, y si pueden nos regañan.
A mí me decepcionó que varios artículos citaran a Shalámov sin distinguirle de Soljenitsin y olvidaran lo más importante, que abordaran sólo el aspecto de documento histórico y no llegasen a decir que lo de Shalámov es sobre todo literatura (sí que lo dijeron otros), que su hazaña es sobre todo literaria y no documental (aunque permita comprender mejor lo que ocurrió, y es que eso tiene la literatura y por eso yo entrevisté a escritores y leí sus ficciones, pues Hemon, Ugrešić, Drakulić o Marojević me siguen pareciendo más útiles para entender la guerra balcánica que las crónicas periodísticas, algo que no siempre se comprende, pero si alguien de la talla de María Zambrano leyó el Quijote y a los místicos para construir su pensamiento sobre España, ¿por qué no podemos seguir haciéndolo los que creemos en la verdad de la ficción?), llevando el legado chejoviano al extremo, puliendo su obra y sacando perlas de un lugar donde sólo había frío mortal, hambre terrible y penalidades y convirtiendo esos relatos en algo tan maravilloso, de una economía extrema, sin una queja ni una valoración ni una lágrima, en esas escenas de reclusos y sus trucos para resistir vivos el invierno, la tremenda intensidad humana despojada de todo que hay en esa obra suya, algo que va mucho más allá de la historia. A veces, el formato extenso tampoco permite que lo digamos todo, ¿pero por qué será que a tantos les ocurre eso?
De las preguntas y las perplejidades que nos interpelan trata un poco el magnífico artículo de Vila-Matas de hoy, de Burdeos y el delirio caminante y aquel viaje a pie de Hölderlin de Burdeos a Alemania que precedió directamente a su brote psicótico, y de la intervención de la poética -¿austeriana?- del azar en las cosas y de las preguntas que hace a veces el público en las conferencias, tras un silencio cargado de interrogantes. Hace poco, en nuestras conferencias de Caja Madrid, una mujer preguntó si yo creía que Isabelle Eberhardt era bipolar. Me pregunto qué podía aportarle el supuesto diagnóstico de alguien que, como yo, no se dedica a la medicina ni a la psiquiatría, ni por qué le parecía importante diagnosticar a una escritora desaparecida que, además de su escritura hechizante y sus crónicas con nómadas por el desierto vestida de hombre a finales del XIX y principios del XX, vivió libremente, murió como líder espiritual musulmana y todavía hoy sirve para romper estereotipos occidentales sobre el mundo islámico. Las neurociencias y la presión de los laboratorios farmacéuticos pesan más que todas las cosas y lo llevan todo, incluyendo la literatura, a ese terreno de banalidad. Hoy en La Vanguardia el titular de un artículo de J. Corbella lleva a inducir que el exceso de pomelo puede llevar a la gangrena: a mí me encanta el pomelo y no dudo que tenga sus efectos en el organismo, así que he seguido leyendo y he visto que, más abajo, se dice que la mujer tomaba estrógenos y otros medicamentos y que la dieta abundante en pomelo sólo potenciaba sus efectos o permitía que llegasen más directamente a la sangre. Los laboratorios mandan tanto que no nos damos cuenta. Justamente hoy En El País Soledad Gallego Díaz denuncia el silencio que protege a esos médicos de laboratorios farmacéuticos que someten a niños del Tercer Mundo, por ejemplo, a experimentos que les causan daños cerebrales o la muerte. Y hablando de artículos de opinión política, lean el de Gregorio Morán de ayer en sus mordaces Sabatinas intempestivas (que he copiado en Polis, para contribuir a que la gente lo encuentre en google), donde comenta el éxito del modelo Berlusconi en este pobre país nuestro, lleno de corrupción y que sigue siendo destruido día a día por el cemento gracias a nuestros políticos, a pesar de las denuncias de la Unión Europea, que nuestros gobiernos, central y autonómicos, se pasan por el forro y que los medios apenas comentan. Léanlos a todos... Y vean fotos de Manel Armengol sobre la transición en el suplemento de El Público...
Y dicho esto me retiro de nuevo a mis aposentos, porque otra vez la fragilidad y el cansancio me invaden...

viernes, 10 de abril de 2009

Per un pertugio tondo

Foto: I.N., La maraña de los almeces de la plaça, que el ayuntamiento pretende talar y acabar también con esta belleza invernal, marzo 2009
Siempre me gustó ese hueco rotundo de la salida del infierno de Dante:
"lo duca e io per quel cammino ascoso
intrammo a ritornar nel chiaro mondo;
e sanza cura aver d'alcun riposo
salimmo su, el primo e io secondo,
tanto ch'i' vidi delle cose belle
che porta 'l ciel, per un pertugio tondo;
e quindi uscimmo a riveder le stelle."
Leí de verdad la Comedia tarde, en 1981, en la edición bilingüe de Ángel Crespo, y confieso que leí y releí muchas veces el Inferno, me aprendí incluso de memoria algunos fragmentos, sin proponérmelo, a base de citarlos, leí el Purgatorio una sola vez y nunca acabé el Cielo. En uno de aquellos programas de libros franceses que tanto me gustaban, oí decir a Philipe Sollers que el Infierno se había vendido siempre diez o veinte veces más que los otros dos, tal vez porque los humanos sabemos mucho del infierno y no creemos demasiado en el cielo. O porque la felicidad no resulta muy literaria. Hace poco una mujer inteligente que no suele leer ficción me pedía que le recomendase una novela alegre y no oscura y la verdad es que no supe qué decirle porque a mí me gustan los libros donde la melancolía y la tristeza tienen su sitio, aunque convivan con la vitalidad y lo esperanzado, y no puedo imaginar una atmósfera literaria ni vital sin parte oscura, que no pareciese sospechosamente banal como un libro de autoayuda. A veces hasta el humor, si no muestra el lado amargo (como hace el Quijote, que está lleno de todas las cosas y entre ellas la violencia, la tristeza, la injusticia, el triunfo de la mediocridad, los sueños, el delirio y la locura como forma de vivir en el mundo) me resulta deshumanizado y deprimente.
Yo fui, durante un tiempo, uno de esos seres tristes sin causa, cuando el sol brillaba, que ahí aparecen condenados a vivir en el lodo, en la charca negra:
Fitti nel limo, dicono: "Tristi fummo
n'ell aere dolce che dal sol s'allegra,
portando dentro accidioso fummo:
or ci attristiam nella belleta negra..."
No contaré cómo pasé yo de la belleta negra al aere dolce, fue un proceso lento y misterioso, callado como la salida del infierno, y me llevé conmigo fragmentos de la selva selvaggia e aspra e forte che nel pensier rinova la paura! Porque no existe una sin la otra, como no podríamos percibir el silencio si no existiera el ruido.
He visto mientras desayunaba un documental triste en Arte TV de Uzbekistán y el mar de Aral, una extensión de paisaje lunar y naturaleza agonizante por los pesticidas y la contaminación, que ha llevado a la enfermedad y el hambre en toda la región vecina... Luego, con esa escandalosa combinación de la tv, que pasa de la desolación al placer de vivir sin transición (y peor aún cuando hay publicidad), un chef marroquí que ha montado en algún lugar de Marruecos un restaurante de fusión iba a un mercado magnífico y enseñaba unas alcachofas silvestres muy pequeñas y despeluchadas como cardos que sólo crecen allí y duran una sola semana, según él, deliciosas. Había un montón de vegetales distintos, y enseñaba a elegir una sandía y hablaba del ruido de agua que hay que oír tras apretarla, si está madura...
Me he despertado a una mañana algo desolada, por mis malaises físicos y la incertidumbre y el cansancio que me producen y mis dudas laborales (me han propuesto una traducción que no sé si podré hacer, ¿resistiré?) y financieras. J nos ha preparado unos manjares pese a su propio malestar, yo he pospuesto mi excursión a las palmeritas y el mar donde vive JC. Me pregunto si el exótico medicamento homeopático servirá para que me sienta capaz de celebrar mi cumpleaños en tres días. Esta tarde quiero revisar mis cuentos por última vez antes de imprimirlos, y luego, si me queda tiempo, entraré en mi otro libro: ésas son fuentes ciertas de aere dolce. He leído en la web las indicaciones muy antiguas, estilo Samuel Hahnemann, de sufrientes a quienes conviene mi extraño medicamento, que resulta ser un ombú (mis ombúes americanos de Cadaqués, que tanto he fotografiado!) y me ha hecho gracia: ¡hablaba de enfermos a quienes duele todo, que aprietan los dientes y piensan en la muerte! No sé si me habrá contagiado pero empiezo a sentirme destemplada y con el peso de la ley de la gravedad arrastrándome hacia abajo...
A pesar del tiempo, los árboles están llenos de brotes, incluso los pobres condenados de la plaça Joaquim Folguera celebran la primavera con su aire secreto y conspirativo del Cerro de los faunos, dictando sus encantamientos de cuentos de hadas y protegiendo a los niños que juegan en ese claro. Ojalá algo impida la ejecución arboricida anunciada e inminente. Que algo detenga el brazo armado de este consistorio antiverde. Me han mandado una noticia de esa guerrilla gardening que pone flores en las alcantarillas de esta ciudad para denunciar la falta de espacios verdes. Pobre Diagonal también amenazada... Por cierto, he puesto más abajo el manifiesto para que sigan firmando...

martes, 7 de abril de 2009

Yo quería

Foto: I.N., Mis paseos por la ciudad, 2009
Quería hablar con mi antigua psicoanalista para intentar averiguar lo que me estaba pasando. Alguien me dijo ayer al dorso que para enfrentarse al pasado había que acallar las voces. ¿Acallarlas? dije yo, yo no puedo acallar ninguna, todas hablan y gritan al mismo tiempo, pidiendo atención, entre risas, lágrimas, calma y euforia, nostalgia y apego vital. En mí nada quiere callarse y tal vez sea una condición de mi escritura, sólo escuchándolas podré luego distinguir y escribir.
He estado corrigiendo mis cuentos, y es un trabajo feliz, porque necesito que salgan, y contribuir a ese nacimiento editorial del libro me alivia y aquieta. Viendo llover. He comido con una amiga del pasado -me ha invitado generosamente a un japonés-, estudiábamos juntas a los catorce, quince y dieciséis, y ella sigue siendo como ya era entonces, autoirónica, hedonista, de un realismo feroz, con unos ojos sorprendentemente cristalinos (los he visto de cerca cuando hemos salido a fumar). Hemos recordado a gente desaparecida y gente muerta y gente viva, hemos hablado de nosotras, de mí, que entonces fantaseaba locamente mientras me arriesgaba cada vez más. Hemos descubierto más partners que tuvimos en común. Nos hemos reído. No he tenido tiempo de decirle que ayer estuve en nuestra esquina de la calle, en la acera donde fumábamos al sol después de comer en el colegio. A la tercera de aquel grupo me la encontré en Provença/Balmes hace dos días y quedamos que vendrían a que les firmase un libro en Sant Jordi (de 13 a 14h en la mesa de La Central de Mallorca).
Luego, en el autobús, he acabado esa lectura dolorosa y feliz, extrañamente, de Philip Roth. Yo me sentía afín a ese padre suyo: "No hay que olvidar nada. Ése es el lema de su escudo de armas. Estar vivo, para él, es estar hecho de recuerdos. Para él, quien no esté hecho de recuerdos no está hecho de nada." He revivido con su proceso la muerte de mi padre. Me dolía sobre todo cuanto más me atrapaba porque pensaba: yo no puedo escribir de lo que más me duele, no puedo como él escribir de lo que quiero, completamente libre, de lo que más necesito escribir. Sólo puedo arrancar mordiscos de esa historia y dispersarlos fragmentados por mis cuentos, para convertirlos en materia poética o irónica despojados de su lastre sanguinolento. Quería acabarla en el sofá para poder llorar tranquila, aunque fuese metafóricamente y sin lágrimas, con la gata, pero ha venido un mensajero. "¿Isabel Mudez?", me ha preguntado, acertando sin saberlo. Luego un visitante inesperado, a quien no debería haber dejado entrar, pero finalmente le he empujado a irse. Sigue lloviendo en Macondo.
Justamente hace dos días pensaba que me sentía mucho más libre de escribir y decir lo que quisiera. Leyéndole he visto que me equivocaba. Roth me sigue pareciendo muy viril, incluso escatológico y divirtiéndose con ello, pero lo he leído febrilmente, lo he devorado y procesado y mezclado con mis propios impulsos eléctricos. Me dolía agudamente y no podía dejar de leerlo. Sólo mirar su cara me duele, pensaba. Lo he leído sin acallar ninguna de mis voces, interpelada y sacudida por esos vientos internos. No se equivocaban los que me decían que siguiera leyéndole, ni Abel que me prestó este libro, ni el librero de la calle Berlinès, ni Eph, ni tampoco un comentarista profesor de literatura que vino aquí a decirme que mi escritura estaba conectada con la suya (aunque Roth sea un gran escritor con una obra importante y yo sólo una hormiga que ha escrito tres libros) precisamente por la memoria.
He cruzado la Diagonal con sus palmeras y plátanos delgadísimos, altos, despeluchados, llena de esa belleza a pesar de los coches, esa preciosa avenida nuestra que el ayuntamiento y sus mediocres arquitectos quieren destruir. ¡Qué bien cimbreaban las altas palmeras con el viento y la lluvia! No se oían los coches, se habían convertido en un río silencioso.
¿Y qué me falta para hacerlo, para poder escribir justamente lo más necesario para mí? Tal vez sea sólo cuestión de coraje. O de seguir dando vueltas en torno a ese núcleo evitado. O tal vez no haya más opción que acercarme y perseverar y no salir huyendo cada vez que no encuentro el tono o que me acerco demasiado a ese material radiactivo, a ese túnel de paredes carnosas donde nada puede acallarse.
Entonces ha reaparecido el personaje de mi cuento: se ve que nuestro encuentro telefónico de ayer, en una región luminosa del paisaje del pasado, no fue impune. Sus preguntas parecían vibrantes y traían más ecos y recuerdos. He sabido que acabó por azar la noche cerca de mi casa. Sé que las suyas sólo son interrogaciones de un momento lluvioso de tiempo detenido y memoria, pero añaden nuevas cadenas de pensamientos. Luego ha llamado J., con las últimas noticias de la prensa. Con tanta alegre interrupción, una no puede ni entristecerse de verdad. Y apenas me queda una hora para acabar de corregir...
Quizás hoy sí logre encontrar a mi antiguo oráculo de Delfos.

lunes, 6 de abril de 2009

Viaje al pasado

Foto: I.N., El jardín de un convento, 2009
Hoy he salido con mi humilde cámara a fotografiar una esquina de mi pasado adolescente, para ese libro-telaraña que intento hilar llena de dudas, o mejor dicho, de desconcierto ante la multiplicidad de caminos posibles, ante las opciones que se abren, a medida que los paisajes de mi pasado coinciden con los paisajes de mis cuentos, de mi literatura, de mis obsesiones, y lo que primero significaba exclusión por repetición ahora empieza a plantearse como primer plano. Chissà.
Antes de llegar a la esquina, he querido entrar en un pasaje que se ha salvado milagrosamente de la plaga del cemento y sigue lleno de su pequeña belleza. La portera me ha pedido credenciales, se las he enseñado, le he dicho que era para un libro, y entonces, como si me conociera, se ha puesto a contarme la historia de los árboles. Este magnolio tiene más de un siglo... esa palmera tiene treinta años, la plantamos con un hueso... ese ficus lo cortaron todo y se recuperó...
He fotografiado la esquina famosa y de pronto, asaltada por mi memoria, he empezado a buscar más allá, ya subiendo cuestas empinadas y atravesando carreteras, en pos de un lugar más intenso e históricamente significante para mí, y perdida en los nuevos y horribles trazados de las Rondas, que destruyeron tanto, no sabía por dónde acceder, y me he encontrado en caminos que sobreviven extrañamente y en terreno descampado y abrupto y luego un vigilante me ha permitido atravesar los magníficos jardines de un convento que he reconocido enseguida (ha cambiado la congregación, me ha dicho). Mientras fotografiaba las glicinias me he cruzado con una monja seglar muy sonriente: "¿Verdad que están preciosas?", me ha dicho, aceptando inmediatamente mi presencia en su recinto privado, "Pues ya verá cuando llegue al otro lado..." Yo iba pensando, a pesar de mi laicidad convencida y de mi rojerío de espíritu, que al fin y al cabo esa congregación preserva el patrimonio y es que, llegados a este punto de destrucción de la ciudad, cualquiera que preserve algo y que contribuya a la belleza merece mi consideración.
Y he encontrado el lugar, una casa donde ocurre uno de mis cuentos de Crucigrama. Y estaba tan contenta y tan triste que al llegar allí no he podido resistir la tentación y he llamado a un protagonista de ese cuento, "¿Sabes dónde estoy?" Y al decírselo, él me ha lanzado una oleada suya de recuerdos comunes, algunos que yo había borrado y que han ido reviviendo, como el depósito de agua desde donde se veía la ciudad, y él decía que era como volver directamente allí, como si no hubieran pasado treinta años, a todos los sueños más alocados, las palabras mágicas que los evocan, a cómo nos reíamos y a la sensación ensoñada de vacaciones que es la época de estudiantes, a aquella ciudad, que nos han ido arrebatando a mordiscos, a dentelladas de hormigón, fealdad y mala arquitectura, y las palabras traían incluso sensaciones físicas -como aquella cuerda invisible que tiraba de nosotros hacia abajo cuando subíamos la cuesta, o un espía repentino que se asomó a nuestra ventana mientras dormíamos y nos despertó sólo con su mirada silenciosa-, y era tan emocionante encontrar los vestigios, y tan duro ver la destrucción, y tan alegre compartirlo y tan dolorida la sensación del tiempo pasado y caído como una losa, pero tan feliz la posibilidad mía de escribirlo... Il faudra tout dessiner!
Los personajes de mis otros cuentos, los que saldrán en otoño, siguen apareciendo o volviendo a mi vida de formas imprevisibles. La otra noche aterrizó uno inesperadamente en el Salambo, con una actitud desconcertante. Otro día fueron dos, casi olvidadas madre e hija, en la calle Mandri y a pleno sol. Al salir de una de nuestras conferencias surgió la recelosa morena de uno de mis cuentos favoritos. Otro día me escribió un antiguo colega de rojerío desaparecido que sale en dos cuentos, y nos reencontramos... Por si acaso, he empezado a corregirlos y estoy segura de que encontrarán su público. Pero mi impaciencia crece y me alegra saber que saldrán pronto...
Anoche fui con un amigo a ver una película francesa y mala que he olvidado. Él se empeñó en traerme un libro de Philip Roth: es uno de esos amigos hombres que (como Eph) admira a Roth y las películas de Clint Eastwood y todas esas cosas que yo dejo aparte por su exceso de virilidad o de americanidad. Pero cogí el libro de Roth (traducido!) ya en la cama y cuando me di cuenta eran las dos y pico y había pasado la página cien. La muerte de los padres. Para mí es un tema. Primero pensé que no podría soportarlo, porque hablaba de enfermedades terribles y porque se acerca mi cumpleaños y la foto de mi último post me hizo sentirme Matusalem (hay cosas que sólo yo diviso en esa imagen, cosas que ya no existen, como los restos destruidos de la pobre ciudad), era la comprobación de algo que fui y ya no soy. Pero luego... me recordó a Los cerezos en flor, al padre de Paul Auster, a las familias de Woody Allen, a las de Grace Paley, a ese legado europeo de los judíos americanos (a esa Galitzia del norte de Soma Morgenstern, de Joseph Roth, de tantos escritores...) y también me recordó al relato sobre su padre de Jonathan Franzen, a quien estuve a punto de llamar en un viaje a Nueva York, porque todo eran coincidencias con su libro, con una librería, con sus temas y los míos, y tenía su teléfono... pero me contuve. Y también, naturalmente, me devolvió a la enfermedad y la muerte de mi padre y a las interpelaciones y la estupefacción que me produce mi madre estos días (y las llamadas se multiplican). Reconocí esos momentos en que nuestros propios gestos nos desconciertan, su mirada analítica sin querer, sin saber... Y me pareció, porque olvidamos la película inmediatamente, que en realidad habíamos ido a ver la muerte del padre de Philip Roth.
Mientras, L.O. y yo hemos seguido proponiendo ciclos de conferencias a instituciones. Nos gustan tanto nuestras propias propuestas que las contrataríamos inmediatamente. Por desgracia, éste es un país lleno de limitaciones, con poca sensibilidad y poca osadía (yo siempre añoro esa libertad y ese olfato con el que los americanos apuestan por todo aquello que les parece talentoso) y en general, la gente que ocupa cualquier pequeña posición de poder no se siente libre para mirar, leer o escuchar, sino rígida por el miedo y la necesidad de demostrar éxito previo y gran comercialidad, y no se atreve a apostar por nada. Veremos; es cierto que hemos tenido algunas respuestas favorables y sorprendentes. Yo sigo pensando que en todas partes puede quedar alguien que no esté completamente embrutecido y pueda apreciar aún las cosas...
En mi barrio se ha hecho ya el silencio. Es maravilloso. He decidido no aceptar la invitación de una casa del bosque e intentar seguir aquí hasta que vuelva la marabunta, e irme cuando todos hayan vuelto...

jueves, 2 de abril de 2009

Misteriosa reaparición de Sant Jordi

No sé quién me hizo la foto. Soy yo, en mi papel de Sant Jordi en la Universidad, fiesta de la I primavera democrática, 1976
Ayer G. me pidió que le ayudara bibliográficamente para un trabajo de lingüística y estructuralismo, temas que yo tengo bastante oxidados. Cuando me enseñó las citas que podía escoger como punto de partida vi una de Helena Calsamiglia y Amparo Tusón. Éstas eran profesoras mías, le dije a G, y por un azar de las cosas le conté que Helena me había escrito hacía poco preguntándome si no tendría una foto mía disfrazada de Sant Jordi en una fiesta de la primavera de hace al menos treinta años, luchando contra un dragón que formaba la mitad de la clase y con un esforzado caballo de seis personas. Le dije a G. lo que le había respondido a ella, que nunca había tenido esa foto y que sólo tenía un cuento, aún inédito, y ella me pidió que le mandara esa escena (para un libro que estaba escribiendo, tal vez unas memorias) pero me escribía desde Buenos Aires y como nunca me contestó, no supe si la había recibido.
El caso es que ayer rescaté de la estantería unos cuantos Saussure, Eco, Barthes y un librito de Manfred Bierwisch, editado por Gabriel Ferrater, titulado El estructuralismo: Historia, problemas, métodos. Y al abrirlo para buscar el índice apareció mágicamente... esta foto.
No es una buena foto. Apenas se ve. Pero parece como si el santo guerrero y ariano hubiera tenido un momento de meditación melancólica mientras pisaba triunfalmente al pobre dragón... Ahora lo comprendo. Yo nunca quise matar al dragón. Yo también me sentía monstruo... Y tal vez no me había recobrado por completo de la gripe.
Nunca le había hablado a G. de esa foto ni de Helena Calsamiglia, que años después, al encontrarme por la calle, aún me llamaba Sant Jordi. Fue la primera fiesta de la primavera tras la muerte de Franco, en la Facultad de Ciències de l'Educació, que entonces estaba en Sant Cugat, y a mí me eligieron misteriosamente para representar al patrono de los libros y del país.
Estaba enferma cuando lo decidieron y no supe nunca la razón. Había posibles Sant Jordis más viriles y con dos apellidos catalanes, pero me tocó a mí improvisar un disfraz para el día siguiente... En el cuento, el resto de la historia: si todo va bien, se publicará después del verano junto con el resto de cuentos.
Lo curioso es que justamente ayer por la tarde hablé por email con mis editores del libro balcánico (por consejo de mi editor del azufaifo) de si debería ir a firmar en SJ a alguna librería amiga que me quisiera incluir entre los suyos. Aunque eso siempre supone ver cómo los realmente famosos se hartan de firmar libros mientras una aprovecha para mirar el desfile de personajes.
No sé si tomarlo como un signo o ¿cómo le llaman mis amigos esotéricos? Sincronías... O pensar en Jung y los libros que cayeron cuando Freud y él discutían, o mejor, en aquello que decía Françoise Davoine de que si uno no expresa ciertas cosas, las expresa otro, o los muebles...
Plus tard...
Como ya dije, el 17 de abril presentaremos mi audiolibro Crucigrama con Carles Hac Mor en la galeria h2o de la calle Verdi.
Y (last minute news) el día de Sant Jordi firmaré libros balcánicos (y Azufaifos y Crucigramas quien los elija) de 13h a 14h en la mesa de La Central, Rambla Catalunya/Mallorca, ¡espero que venga un tropel de apoyo!
En su blog, Alejandro Gándara habla de Hemon y alude a mi libro en otro post.
Esta noche de 21h a 22h horas me entrevistarán en RADIO EUSKADI sobre Si un árbol cae.

miércoles, 1 de abril de 2009

Leer, leer

Foto: I.N., Balcones del Eixample, aún sin destruir, 2009
En estos tiempos de prensa apocalíptica, en que cuesta un trabajo enorme encontrar una sola buena noticia nacional o internacional, mientras asistimos al espectáculo de la parálisis o la negación de la realidad de nuestros políticos, mientras vemos amigos angustiados resistiendo o cayendo o intentando y forcejeando contra la tendencia general, a mí me consuela leer. Hoy me ha alegrado la defensa de Janet Malcom que hace SVS en el Cultura/s (por cierto, lean si quieren mi reseña sobre Varlámov del mismo suplemento).
Esperemos que los catastrofistas se equivoquen y al menos nos queden los periódicos, aunque tengamos que leerlos y luego usarlos contra el frío, buscando libros en las basuras, intentando entrar en las bibliotecas públicas con el carnet caducado. ¿Habrá carnet para los sin domicilio? Yo sigo comprando los periódicos, aunque leerlos sea un mal trago, excepto cuando hay algún suplemento literario interesante, o un artículo de VM los domingos (sí, por favor, alguien que hable de Drácula y no de Solbes), o la única buena noticia que recuerdo de los últimos meses, que unos científicos murcianos habían logrado criar en vivero un caballito de mar en peligro de extinción. Era un animalillo delicado y misterioso...
Por cierto, que ayer gracias a J. tuve ocasión de disfrutar de una clase de yoga especial, en suspensión de un columpio que me trasladó a mi niñez, o mejor dicho, a esa fisicidad que era lo único alegre de mi niñez. Ya lo dice Colette: "Même un enfant martyrisé n'a pas peur tout le temps de ses tourmenteurs, qui ont leurs heures de clémence et de gaieté." Luego, Tigridia me decía que ella también se había pasado la niñez colgándose de las piernas, de barandillas, columpios, árboles... Yo recuerdo pasar rato en suspensión cabeza abajo como algo muy agradable, convertida en opossum. La cuestión es que mi clase acabó con una especie de concierto de cuenco tibetano, yo veía las ondas circulando, visualizaba mis pabellones auditivos y veía agitarse aquel martillito interno... completamente transportada. A la magia se añadía la quietud de esa casa: bajo las ondas tibetanas sólo se oía la lluvia. Al salir a la calle me di cuenta de que iba sonriendo.
De momento vivo bajo un techo y nadie me ha despojado de mis libros, así que intento vivir en ellos y en mi escritura, como protección principal. Habrá que disfrutar de lo que tenemos mientras nos quede, usar la conexión, que me permite leer otros blogs y buscar por ahí lo que no encuentro, ni sé... Seguir leyendo en el sofá, con la gata ronroneando, seguir buscando imágenes por ahí para mi libro, seguir andando y pensando...
Hoy he visto al fin publicada la plaquette de Cafè Central Els meandres de la traducció, mi conferencia sobre traducción del año pasado en La Pedrera. Por cierto, el 17 de abril se presentará la versión audio de mi libro CRUCIGRAMA, en la galería h2o de la calle Verdi. Carles Hac Mor ha aceptado oficiar de presentador, lo cual es una suerte. Grabé mis cuentos y lo pasé bien leyéndolos. Fue la iniciativa de dos mujeres de Igualada que montaron esta audioeditorial, Llibres de Veu, dirigidos a todos aquellos que no pueden leer o que quieren escuchar (¡también las voces de sus autores!). En Francia es un mercado importante y pueden encontrarse muchos audiolibros, leídos por actores o por los propios autores. Como a mí me gusta leer en voz alta y siempre he pensado que la voz transmite algo más por su cuenta, lo pasé bien haciéndolo, aunque sin duda con público la voz tiene más brillo, más envolée que en un estudio...