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viernes, 23 de diciembre de 2011

El gimnasio alemán estaba vacío


Foto: I.N., Valveralla, 2011
Todo el mundo debía de estar entregado al frenesí de comidas y compras navideñas. Yo no tenía que comprar ni preparar nada, aunque siento en el aire ese impulso colectivo en el que la gente se junta para beber y evadirse más que nunca (mientras siguen cayendo malas noticias de políticas no sólo injustas sino sobre todo equivocadas, que ahondan más el hundimiento y las heridas del país y lo alejan de la recuperación, y sólo ayudan a banqueros y secuaces), o para despotricar juntos y conspirar. 
Tal vez fuesen las endorfinas o esa borrachera de felicitaciones de gente que normalmente no te desea nada pero que enloquece de espíritu navideño o lucha con Scrooge, pero he salido del gimnasio alemán sintiéndome feliz y con ganas de bailar.
Ayer participé en la presentación de un libro en la Sala de la Caritat de la Biblioteca de Catalunya, que parece un reducto de belleza en medio de la debacle. En las Ramblas han cortado salvajemente plátanos antiguos y los han sustituido por ejemplares enanos que nunca veré crecidos, y esa brutalidad se une a la gran fealdad y el cutrerío de las casetas de feria que han sustituido a los antiguos kioscos de animales. Las luces navideñas tienen esa tara móvil que conecta bien con los vendedores ambulantes y sus horribles gemidos. Todo parece indigno y de mal gusto, chabacano y del peor provincianismo y atravesar esa calle, antes tan bonita y barcelonesa, se convierte en un sufrimiento. Aún queda la Biblioteca y su espacio, el antiguo hospital de 1400, aunque está amenazado: quieren trasladarla. Y es que nuestros políticos no paran de tener ideas terribles, a cuál peor, con tal de sacar dinero para ellos y sus partidos. Supongo que querrán hacer un gran aparcamiento. Tuve que cruzar por la Garduña, donde van a construir -lo cual me parece una salvajada- y el pasillo de uralita olía tan fuertemente a orina que tuve que taparme la nariz. Pobre país primitivo y salvaje, cubierto de hormigón y de buitres dispuestos a lo que sea. El doctor que presentaba el libro conmigo también se explayó críticamente sobre lo que está ocurriendo y habló de la iniciativa que MD nos había mandado a todos, una especie de protesta activa y teatral contra la pista de hielo. Luego quisimos ir a tomar algo y nos costó muchísimo encontrar un lugar.
Era inevitable pensar en la actividad cultural de la Biblioteca estos años, con buena dirección, buen teatro y buenas exposiciones, y en esa extraña costumbre de este país de que todas las instituciones culturales paralicen su gestión y cambien de rumbo con los cambios de gobiernos. En Francia, me recordaba L.O., que siempre sabe lo que ocurre en el resto de Europa, los museos no sustituyen a sus directores porque cambien los políticos, sino sólo cuando terminan sus mandatos. Eso permite avanzar en una dirección coherente y beneficia a la institución. Y no se pone en cuestión su existencia cuando se acaba un mandato, como ocurre ahora con el CCCB: la muerte anunciada del cosmopolitismo cultural.
Toda la semana he tenido comidas y reuniones, algo que para otros es habitual, pero que a mí me  desconcierta, pues necesito mi rutina de silencio y trabajo solitario. De alguna de esas reuniones salí despavorida: me cuesta batallar por lo que me interesa y lucho contra esa inclinación mía al caracoleo, pero contemplar el otro extremo me removió las tripas. Por suerte hubo también encuentros fructíferos e interesantes y también momentos festivos e hilarantes, como una cena china que acabó con ese maravilloso pomelo suave y distinto del nuestro, que se desnuda de su piel blanca y se come como una mandarina gigante. Al salir pensaba ir andando hacia casa para digerir, pero el frío me hizo recular y acepté el ofrecimiento de un amigo de acompañarme. 
Después de tantos sueños apocalípticos, hoy he tenido uno ridículo. He soñado que hacía una prueba con otra gente para entrar en la Nasa, sólo que mi puesto tenía que ver con escribir, no era para ir a la Luna, digamos. El examen era muy fácil, nos puntuábamos unos a otros y me suspendían y cuando iba a preguntar, furiosa, me decían que era por un exceso de peso y yo pensaba: "Pues a mí se me ha olvidado restarles el peso a esos tan gordos". Uno de ellos era un conocido periodista obeso y otros dos no le andaban a la zaga. Otra de las participantes era ex ministra (que a veces, en el sueño, era una vieja amiga mía con un cargo en la tv, la misma que anteayer me mandó un sms diciéndome que me había visto por la calle muy guapa) y salía en los periódicos que la ex ministra me había puesto un 00. Aún perpleja, yo trasladaba de libras a kilos y mi peso era 50 y protestaba ante el funcionario: "Pero no es tanto... Y además mi puesto no es para misiones espaciales, sino para escribir" y el americano me decía: "Para su estatura, sí; en la Nasa somos muy estrictos."
Tengo algunas ideas sobre el significado simbólico del sueño, donde el peso podría trasladarse a otro ámbito menos físico pero no menos material y a las dificultades y a la desigualdad en algunos intercambios. No sé qué significa escribir para la Nasa... La cuestión es que me he reído yo sola esta mañana y luego se lo he contado a G., que se iba en tren con su padre a pasar allí los festejos. Al hombre que escucha sólo podré contárselo el año que viene... Diría que el sueño iba atado a la conversación que tuvimos el mismo jueves. 
Me ha gustado mucho ese libro de Juan Benet del que ya hablé y también he gozado de la lectura de La reina oscuridad de César Cortijo Ballesteros, un poeta lleno de nervio salvaje y luminoso, y ayer empecé Quién es? de Sébastien Doubinsky y tengo conmigo I el món gira de David Cirici y las Tres tormentas de nieve rusas y releer mis correspondencias para el curso, y... 
Rufus no concede importancia a la Navidad. Él sigue ovillado irradiando sus vibraciones de joie féline. Y sin embargo, sarinagara... hay ondas y alteraciones que parecen llegar a todo el mundo. Ayer, mientras me dirigía a la presentación con ese malestar del miedo escénico, hablé por teléfono con la Belle Elaine y ella intentó convencerme de que llamase a un editor esta mañana para proponerle... La Navidad es buen momento, decía ella, y no le faltaba razón y yo sabía por qué lo decía. Pero el editor estaba ocupado y se movía de su despacho y no he podido dar con él... habrá que esperar al año nuevo, o al año chino, o al serbio... 
Un periodista cultural me ha propuesto leer un breve fragmento de mi novela en una serie de vídeos en los que otros escritores leen fragmentos y contestan a preguntas. Será en enero.
También quedé en un café cercano con otro escritor con quien comparto un proyecto y me hizo una segunda propuesta, esta sí, revolucionaria, que acepté. Una famosa escritora me escribía ayer en esa misma dirección. Wait and see. En el mismo café tuve otros encuentros y se me ocurrió una idea. No importa si me equivocaba, para mí es importante luchar contra mi caracoleo, probar esas otras opciones... 
Mi padre murió en diciembre y siempre me siento más huérfana en estas fechas, sobre todo en este momento materialmente difícil, aunque él hubiera abdicado y la imagen de la vendedora de fósforos de Andersen haya sido para mí recurrente en el solsticio de invierno. 
Sin embargo, hay algo que lo contradice todo, incluso esa falta de liquidez, esa imposibilidad de cruzar las fronteras, este estado prisionero, porque yo sé que algo no corresponde, que soy rica en otro lugar...

miércoles, 1 de abril de 2009

Leer, leer

Foto: I.N., Balcones del Eixample, aún sin destruir, 2009
En estos tiempos de prensa apocalíptica, en que cuesta un trabajo enorme encontrar una sola buena noticia nacional o internacional, mientras asistimos al espectáculo de la parálisis o la negación de la realidad de nuestros políticos, mientras vemos amigos angustiados resistiendo o cayendo o intentando y forcejeando contra la tendencia general, a mí me consuela leer. Hoy me ha alegrado la defensa de Janet Malcom que hace SVS en el Cultura/s (por cierto, lean si quieren mi reseña sobre Varlámov del mismo suplemento).
Esperemos que los catastrofistas se equivoquen y al menos nos queden los periódicos, aunque tengamos que leerlos y luego usarlos contra el frío, buscando libros en las basuras, intentando entrar en las bibliotecas públicas con el carnet caducado. ¿Habrá carnet para los sin domicilio? Yo sigo comprando los periódicos, aunque leerlos sea un mal trago, excepto cuando hay algún suplemento literario interesante, o un artículo de VM los domingos (sí, por favor, alguien que hable de Drácula y no de Solbes), o la única buena noticia que recuerdo de los últimos meses, que unos científicos murcianos habían logrado criar en vivero un caballito de mar en peligro de extinción. Era un animalillo delicado y misterioso...
Por cierto, que ayer gracias a J. tuve ocasión de disfrutar de una clase de yoga especial, en suspensión de un columpio que me trasladó a mi niñez, o mejor dicho, a esa fisicidad que era lo único alegre de mi niñez. Ya lo dice Colette: "Même un enfant martyrisé n'a pas peur tout le temps de ses tourmenteurs, qui ont leurs heures de clémence et de gaieté." Luego, Tigridia me decía que ella también se había pasado la niñez colgándose de las piernas, de barandillas, columpios, árboles... Yo recuerdo pasar rato en suspensión cabeza abajo como algo muy agradable, convertida en opossum. La cuestión es que mi clase acabó con una especie de concierto de cuenco tibetano, yo veía las ondas circulando, visualizaba mis pabellones auditivos y veía agitarse aquel martillito interno... completamente transportada. A la magia se añadía la quietud de esa casa: bajo las ondas tibetanas sólo se oía la lluvia. Al salir a la calle me di cuenta de que iba sonriendo.
De momento vivo bajo un techo y nadie me ha despojado de mis libros, así que intento vivir en ellos y en mi escritura, como protección principal. Habrá que disfrutar de lo que tenemos mientras nos quede, usar la conexión, que me permite leer otros blogs y buscar por ahí lo que no encuentro, ni sé... Seguir leyendo en el sofá, con la gata ronroneando, seguir buscando imágenes por ahí para mi libro, seguir andando y pensando...
Hoy he visto al fin publicada la plaquette de Cafè Central Els meandres de la traducció, mi conferencia sobre traducción del año pasado en La Pedrera. Por cierto, el 17 de abril se presentará la versión audio de mi libro CRUCIGRAMA, en la galería h2o de la calle Verdi. Carles Hac Mor ha aceptado oficiar de presentador, lo cual es una suerte. Grabé mis cuentos y lo pasé bien leyéndolos. Fue la iniciativa de dos mujeres de Igualada que montaron esta audioeditorial, Llibres de Veu, dirigidos a todos aquellos que no pueden leer o que quieren escuchar (¡también las voces de sus autores!). En Francia es un mercado importante y pueden encontrarse muchos audiolibros, leídos por actores o por los propios autores. Como a mí me gusta leer en voz alta y siempre he pensado que la voz transmite algo más por su cuenta, lo pasé bien haciéndolo, aunque sin duda con público la voz tiene más brillo, más envolée que en un estudio...

sábado, 29 de noviembre de 2008

Sabatina energética


Foto: I.N., Cementerio en Barjac, Francia, 2008
Anoche pensaba entregarme a una saludable reclusión de fin de semana y tenía una película para ver, en mi tendencia última a la repesca de viejos hits, Tres mujeres (Kvinnors väntan) de Bergman, cuando apareció un visitante inesperado y algo secreto, que necesitaba, dijo, toda mi atención, una especie de full immersion de unas horas. Y como para mí las leyes de la hospitalidad son sagradas (en mi propia religión laica a medida, con su propia ética y sus mitos) y me podía la curiosidad de la escritora que sigue ahí agazapada, a pesar de mis dudas y parón de estos días, me dispuse a escucharle y saqué queso y frutos secos (y mango y piña desecados) para acompañar su vino y tras unos cuantos rodeos, él me contó su historia, que no resultó tan larga ni tan dramática, y también surgieron más cosas imprevistas y descubrimientos que no contaré, pero sí acabamos viendo la película a trozos, y me gustó, aunque en mi memoria ya no está clara la división entre nuestro encuentro y ese relato en blanco y negro lleno de una vitalidad amorosa que latía, donde las mujeres de la historia contaban su vida secreta, como mi amigo, y todo eran dramas a la sueca, es decir, pequeños momentos de gran tensión que acaban resolviéndose bien, como ese marido engañado que se mete en la cabaña con un fusil y amenaza con pegarse un tiro, y mientras el amante lo vigila, la mujer va a buscar a un sabio vecino que entra en la cabaña y le vemos salir con el fusil y tirarlo al mar. Y cuando el amante o la mujer le preguntan: "¿Cómo le has convencido?", él responde: "Le he dicho que es peor estar solo que ser engañado. No sé si es verdad, pero sonaba bien." O cuando una mujer le dice a un amigo mayor que su hermana pequeña va a fugarse con su amante, él le dice: "Deja que se fuguen. Ya volverán... Ya vendrán las lágrimas y el arrepentimiento, ahora deja que lo pasen bien." O un matrimonio que se salva al quedarse encerrados en un ascensor... Y las imágenes, el silencio y esas actrices que miran a la cámara llenas de ensueño y de ironía y cuentan sus pasiones y dificultades y esa luz tan nórdica y oscura.
En medio de todo llamó un conocido de otro tiempo, que dijo estar deprimido porque no vende sus esculturas, no tiene dinero y no encuentra con quien hablar y sus amigas sólo le hablan de sus niños pequeños, como en aquella escena genial de Caro diario. Años atrás era un buen interlocutor nocturno y en el jardín de su casa había intentado enseñarme a distinguir estrellas y constelaciones. Ahora me cuesta conectar con él; no muestra la más mínima curiosidad por leer nada mío, ni me pregunta qué hago, y si aludo a algo de mi vida muestra enseguida signos de impaciencia, pero al final concluye extrañamente que es fantástico hablar con alguien como yo.
Volviendo a mi amigo, sus revelaciones me recordaron a aquella escena favorita de El idiota en que todos se cuentan un momento vergonzoso de su vida, y a nadie le parece para tanto lo que cuentan los demás, pero todos piensan que el suyo es el más humillante...
Esta mañana me he despertado extrañamente energética. He salido a la calle y al devolver la película en Enric Granados me he encontrado a un blogger que vive por allí y que no recordaba mi nombre. Era el viento, que barre también la memoria. En cierto momento, mientras hablábamos en la calle, él ha señalado una montaña de nubes oscurísimas que se elevaban amenazadoras en el Tibidabo. Luego se ha levantado viento y nos ha caído una lluvia de hojarasca y los dos hemos lanzado exclamaciones admiradas, igual que un niño muy pequeño que cruzaba la calzada con dos mujeres, mirando al cielo alborozado. Poco después ha pasado un risueño Ramón de España, no sé si feliz o burlón o tal vez ambas cosas, ya que mi vista no me permitía detectar con precisión. Y al volver a mis barrios, me he cruzado con un también sonriente J., que me ha recordado una anécdota graciosa asociada a su gabardina neoyorquina...
Tengo que ponerme a trabajar, dentro de nada llegará G., que necesita ayuda con un trabajo... El ambiente de crisis arrecia. Amigos que antes vivían bien me cuentan dificultades y preocupaciones. Yo sigo imaginando una segunda vida como okupa o sin techo, sin biblioteca, sin armarios, siempre en peligro de ser desalojada por los mossos (por cierto, en la estación de Provença, alguien ha añadido muy atinadamente en un anuncio para ingresar en los Mossos: "Si t'agrada torturar". Y es que a los mossos que torturan les ascienden y ponen medallas, porque la consellera Tura los conoce bien y porque Saura tiene ese particular concepto de la izquierda, que encaja con la idea que nuestros Verds tienen del ecologismo. Para ellos ser de izquierdas y ser ecologista consiste en declarar que lo son, mientras hacen política de derechas y antiecologista, rivalizando con la oposición, como Blair hizo con los tories. ¡Y sus partidos les revalidan! En un país donde los alcaldes condenados por corrupción son reelegidos, ¿qué podemos esperar?). En el metro me he encontrado una vieja amiga muy joven, que fue canguro de G. y es una chica alta, culta, lletraferida y con sentido del humor. Me ha dicho que en estas elecciones votará en blanco porque le gustaría mucho que perdiera el Tripartit.
Y la gata Gilda sigue durmiendo, sin preocuparse por la crisis ni ver el cielo espectacular que se muestra ante mis ojos, recordándome aquella idea de Virginia Woolf en On Being Ill que ya he contado aquí .

domingo, 23 de noviembre de 2008

Un paréntesis

Foto: Linda Danz, Back Garden, 2006
Entre tanto mensaje y artículo apocalíptico y creíble, tengo la sensación de que éste es el paréntesis que me queda antes de que llegue mi hora, me vuelva indigente o aprendiz de okupa y tenga que sobrevivir sin mis libros, usar cartones para el frío, huir de skins atacantes y guerrear por el agua en un mundo sin árboles. Los periódicos apenas ayudan (excepto VM y algún que otro artículo, vean mi Polis de hoy), y tengo unos cuantos amigos que echan leña al fuego, dos que siguen las teorías de la conspiración, uno tremendamente pesimista, otro paranoico, en fin, que yo intento disfrutar del tiempo que me quede antes de que se cumplan todos esos vaticinios, que tienen una base real indudable.
Anoche vi, gracias al blogger Eph, que me la recomendó, una película maravillosa de Rohmer que ya anticipaba todo esto, L'arbre, le maire... y donde un personaje dice esa frase magnífica de que la abolición de la pena de muerte debería excluir a los arquitectos (y lo digo metafóricamente, porque para mí, defender la pena de muerte es lo mismo que apoyar la ley del Talión o el Código de Hammurabi). Yo encerraría a esos arquitectos y constructores (y los alcaldes y políticos corruptos) en un lugar donde no pudieran destruir ni destruirnos más de lo que ya han hecho. ¿Han visto, por cierto, que ahora se disponen a destruir el yacimiento arqueológico de Numancia rodeándolo de hoteles y centros comerciales? Así es nuestro país, siempre demostrando su burramia, gracias a los 40 años de dictadura que destruyeron el espíritu general.
Gracias al Librero de la calle Berlinès, estuve contemplando imágenes de la Barcelona de antes, maravillada de la frondosidad del "Salón de Sant Joan" (Passeig del Triomf) y de la plaza Tetuán, de las casitas y prados de Muntaner, de los palacios magníficos que había por todas partes, y los hoteles y cafés esplendorosos que han ido destruyendo con saña analfabeta. Lástima que pocas veces señala cuándo se destruyeron esos edificios. Con ellos, Barcelona sería tan hermosa e interesante como tantas ciudades europeas, que los han conservado. Llegué a la conclusión de que el espíritu destructor y arboricida viene de lejos, como ya explicó Stendhal. Pero qué agradable paseo por esas páginas... Ya tengo conmigo un ejemplar del libro El secreto del cristal, del cual el librero de la calle Berlinès es coeditor y que tiene un pintazo...
Sigo leyendo a Isabelle Eberhardt y me fascina esa atmósfera pre-islamista del mundo musulmán, donde la religión es sólo una espiritualidad construida a base de rituales (el muecín, los rezos) y de frases hechas que la gente pronuncia cuando algo le ocurre, como el beduino que, admitiendo su pobreza, exclama "Elhal-hal Allah!" con esa ele casi catalana de los árabes, y que significa "La suerte pertenece a dios" (En ese contexto no parecía un fenómeno opresivo que impidiera vivir a las mujeres ni sustrajera toda libertad, como es ahora, sino que evocaba más bien el encanto de las Mil y Una Noches) Como aquella escena (del espíritu budista) que contaba Jung en sus memorias de un callejón de la India donde chocaban dos carros y las naranjas de uno y los cartones de otro caían y se desparramaban por el suelo. Y uno le decía al otro: "Todo está en la mente" y el otro le contestaba: "El mundo es una ilusión", antes de saludarse y recoger cada uno lo suyo sin más. Para Isabelle Eberhardt sería mejor la condena a muerte que la cárcel: espíritu libre, necesita los grandes espacios y no puede imaginarse enclaustrada. He decidido acompañar mi conferencia de imágenes que ayuden a restituir su atmósfera y otra vez Lydia Oliva ha acudido en mi ayuda para mostrarme imágenes de fotógrafos que recorrieron esos lugares en la misma época, así que los que se apunten a ese ciclo podrán contemplar maravillosos paisajes y retratos de Clerambault, de Lehnert y Landrock, etcétera.
Hoy pienso volver a ver una película que me fascinó en su momento. La vi en el año 82, al volver de la India, y la experiencia fue gozosa y feliz. Se trata de The River o Le fleuve de Renoir, y esta noche será el momento. El viernes estuve en el cine viendo una película de Jonathan Demme que no me convenció. Me recordó a Festen, de Vinterberg, pero sin su dinamita crítica contra la familia (eso sí, Anne Hathaway estaba perfecta en su papel, casi como Jennifer Jason Leight en Georgia), y esas bodas tan emocionales americanas, y todos mencionando a dios en cada ocasión, y mucha música. Salimos a la calle y un viento huracanado luchaba por hacernos salir volando a Tigridia y a mí como en El mago de Oz. Pero pude pasar por delante de mi vieja casa y comprobar que algo kitsch que yo creía desaparecido seguía allí.
Y esta mañana he ido a pasear, he visitado mi barranco preferido (que aún existe, aunque con estas bestias municipales, sin duda intentarán destruirlo) y luego he entrado en la Tamarita, feliz bajo esos pinos gigantescos, que parecen salvados de la codicia que nos gobierna.
Otras direcciones donde se hacen eco de la detención del blogger persa Hoder.
Y en Polis, el manifiesto y los primeros firmantes... ¡Vayan a verlo!
Dos añadidos de última hora. En el Babelia, VM sobre el proceso literario de Kafka, Walser, el melancólico (y sí, hilarante, tiene razón, pero en esa alegría triste, en ese humor melancólico está la clave de la mejor literatura; también Bernhard!) Instituto Benjamenta and so on...
En La Vanguardia hacen tres preguntas sobre la cúpula de Barceló y la función del arte a varios personajes del mundo del arte. J me ha recomendado con razón las respuestas de Pazos. Para mí son las mejores con diferencia (como no puedo poner el link, las copio aquí).
(Arte, poder y política. Artistas y críticos reflexionan a propósito de la cúpula de Barceló) CARLOS PAZOS, artista ¿Qué sentido tiene poner el arte al servicio de la política en el siglo XXI?
No tiene ningún sentido que un artista crea que, con su trabajo, puede tener un impacto en el desmantelamiento de la mentira organizada. ¿Qué opinión le merece la obra de Miquel Barceló en Ginebra, más allá de este debate?
He tenido la suerte de no haber visto, ni en fotografía, esa pieza. En cualquier caso imagino que será más de lo habitual. Como ya he dicho por escrito en otras ocasiones: chapapote en tecnicolor. ¿Qué función debería cumplir hoy el arte?
Un artista debe evitar creerse un dios creador. Eso es el kitsch. Si un artista es consciente de su papel social, a lo máximo que puede aspirar es a hacer compañía a sus semejantes en este valle de lágrimas. ¡Ligereza, que no banalidad!

lunes, 10 de noviembre de 2008

De la vida social y otras cosas

Foto: I.N., Corteza de árbol en Collserola, 2008
Un espíritu riguroso y casi monacal se apodera de mí a veces tras varios días de agitada vida social, con cumpleaños escorpinianos incluidos. Sostiene ese espíritu que todo lo externo es inconsistente, e intenta culpabilizarme por no haberme centrado en la escritura solitaria. Cierto, ayer dediqué la tarde a escribir o intentar escribir mi libro urbano, o pensarlo mientras lo escribía, pero eso no es suficiente para el monje que me habita, que censura mi falta de sueño nocturno y considera que debería haber empezado al menos dos artículos pendientes, uno de memoria histórica y otro de azufaifos y ciudad. Debería haber avanzado más en mis investigaciones de autoras para las conferencias, debería... Todo esto me recuerda a los diarios de Tólstoi: aquel desequilibrio constante entre lo que se proponía hacer y lo que realmente hacía. ¡Pero él escribió Anna Karenina!, pensaba yo incrédula ante la censura férrea de su súper-ego furibundo. Acabó por abrumarme. Dios le da a uno un don, escribió aproximadamente Truman Capote, y se lo da con un látigo. Para autofustigarse. He leído un librito contemporáneo en el que la autora exponía-deconstruía ese proceso suyo de escritura, con fustigamientos mezclados al humor, su búsqueda de un ángulo y de conversaciones imaginarias para no contar o contar sesgadamente y deprisa... Me hizo pensar en aquel libro sorprendente que me prestó V. una vez, La locura Wittgenstein, donde una psicoanalista era visitada por el filósofo, que se le aparecía (como la Filosofía al pobre Boecio encarcelado antes de su ejecución) en las situaciones más difíciles y lanzaba sus frases casi crípticas, que a ella le permitían hacer sus descubrimientos, sin preocuparse por hacer el ridículo...
El sábado, en el Babelia, Muñoz Molina hablaba de los árboles, de una exposición que los defiende en la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid mientras aquí sólo los maltratan y cortan. El artículo era bonito y la foto también, pero su queja parecía presuponer que en todas partes del mundo arrancan y talan los árboles sin límites legales, para construir, y no consideraba que en otras partes del mundo (y en general en Europa) las leyes los protegen, no como aquí, donde predomina el mismo viejo y furioso impulso arboricida que Stendhal atribuía con razón a los españoles, un impulso que se extiende a aquellos que acuchillan los árboles para grabar sus nombres, que les hunden basura en sus huecos, que les atan cables eléctricos y adornos navideños estrangulando sus ramas, que los cortan porque "les tapan la vista", pero sobre todo a aquellos responsables que los podan mal y a destiempo, cuando ya están enfermos o cuando es arriesgado, que mandan cortarlos con cuaqlquier motivo o sin él (tranvía, metro, montaña rusa, bicing, cualquier pretexto es bueno para dejarnos sin su sombra, sin su tierra, sin su oxígeno), y aún más a esos arquitectos antisostenibles (¿cómo se atreven a hablar de sostenibilidad y de ahorro de energía si deciden cortar árboles que han tardado un siglo o medio para crecer y empezar de nuevo con otros? ¿De dónde sale ese desprecio?). Que vayan a Alemania, a Inglaterra, a Francia y propongan sus barbaridades arboricidas y verán cómo se les oponen. Esas talas salvajes que se practican aquí no forman parte de ningún progreso y a mí me sigue escandalizando que nuestras leyes no pongan límites. Por cierto que L.O. me mostró un libro precioso y antiguo de casas retratadas por una fotógrafa americana, FBJ. Allí, los árboles se fundían con la arquitectura, reseguían o contrapesaban sus estructuras formales, entablaban juegos de luces y sombras y reflejos con las fachadas. Todo era tan bonito... Había muchas casas altas de madera combinada con altas y dobles chimeneas de ladrillo formando cenefas, había escaleras y molduras y chimeneas y una amplitud y unos espacios que por comparación, me hacen pensar que vivo en el puro embrutecimiento y la reducción máxima, pero sobre todo el silencio de aquellas casas llenas de viento, árboles y pájaros, sin obras ni griterío ni tráfico ni humos. Tal vez lo más sugerente era eso: la combinación de silencio, murmullo de hojas y juego de luces y sombras de los árboles inmensos que las acariciaban.
A veces, en los periódicos, aparte del suplemento literario y de artículos como el de V.M de ayer, encuentro consolación en la carta de algún lector crítico que no mienta. Ayer había dos cartas que me interesaron: Una hablaba de la vergüenza y tristeza de la plaza Lesseps. La otra de las mentiras y la pasividad sobre el aumento del coste de la vida en estos últimos años, sobre ese atraco a mano armada que nos practican sin que nadie lo limite.
Citaré a V.M. (aunque mi blog no esté entre sus elegidos), que decía el mes pasado: "Se hace difícil volver, pero ya he vuelto. Lo que sucede es que me hago fuerte en casa, me resisto a salir. Temo que hayan iniciado la destrucción de la Diagonal, y eso ya no quiero ni verlo. Que no quiero verla, que decía Lorca. Aunque, de hecho, esa destrucción la iniciaron hace años, cuando la transformaron en intransitable y hasta altamente peligrosa para los paseantes. Pero ahora parece que la cosa va todavía más en serio. Se intenta copiar la ejemplar destrucción de la plaza de Lesseps de estos últimos 40 años. La plaza Lesseps, sí. Ese icono total de nuestra inigualable incompetència."
Dadas las circunstancias, no es extraño que esta noche haya soñado que la fachada de casa se abría a un paisaje urbano distinto, a un escenario como de cuadro de Edward Hopper, y yo seguía en Nueva York. Y qué diablos, es posible que siga ahí. Después de todo, nada nos dice dónde nos encontramos y, como diría Mark Strand, cada momento es un lugar donde nunca hemos estado."
Pasar por ese lugar horrible que es Lesseps es una tortura y produce indignación y tristeza. Los responsables municipales de ese desaguisado quieren ampliarlo a la Diagonal, a la plaza Joaquim Folguera, a todas partes. Se supone que ellos no necesitan oxígeno para respirar o tendrán preparado retirarse a una ciudad francesa cuando acaben de torturar a los envilecidos barceloneses durante años de obras y polvo, dejando la ciudad convertida en una autopista. Y los arquitectos que han diseñado ese horror deberían estar entre rejas.
Otra cosa que me cuesta entender son esas tertulias de gente que no sabe nada. Esta mañana he oído un fragmento de una y daba vergüenza. Si se trataba de decir boutades sobre las noticias centrales, al menos podrían haber sido más ingeniosos. ¿Pero a quién le interesa la opinión de gente que no sabe nada ni parece capaz de pensar? Ayer también, en una sección de El País que me repele tanto como las páginas de sucesos, hablaban de las madres inmigrantes que se ven obligadas a dejar sus hijos en el país de origen: la lista de consejos y recomendaciones (al parecer, de una pedagoga) para superar ese trauma era completamente banal. Pero en este país a los medios ni se les ocurre como en Francia preguntar a un psicoanalista, que al menos vería más allá de sus narices y podría reflexionar en lugar de dar recetas como "hay que usar palabras de amor en las conversaciones telefónicas... La risa es muy útil..." Uno se imaginaba a la madre que intentara reírse al teléfono porque es útil o impostara expresiones amorosas porque se lo han aconsejado. Como si lo importante en cualquier caso, lo que transmitimos, no estuviera debajo y no fuese inconsciente y poderoso. La mediocridad y la estupidez (esto me recuerda a John Malkovich en una película de los Coen, encañonando a un tipo: "Usted representa la estupidez del mundo, contra la que siempre he luchado". En esa película, que debe mucho al Superagente 86, excepto en el para mí insoportable exceso de violencia, también parodiaban las conversaciones telefónicas con un ordenador, que todos sufrimos en estos tiempos) suele tener más éxito que la complejidad y la reflexión o los interrogantes. Ayer V. trataba de algo parecido en su blog respecto a los que hablan de China y los editores que deciden publicar lo mediocre y engañoso antes que lo iluminador.
Hace un sol magnífico, casi calor. Se ha despertado e intensificado el dolor de mi brazo, planteándome nuevas preguntas amargas y desesperación.
En El País, un artículo habla (someramente) de los posibles efectos de la crisis en el mundo de la cultura, los museos, las ventas de libros, las entradas de teatro en NY. Por una parte, se dice que en la crisis necesitamos más libros y más arte, más exposiciones. Los libros son los regalos más baratos que podemos hacernos, añaden. Pero las entradas de teatro son demasiado caras. Ante la crisis, dice El País en esa sección frívola, las drogas se abaratan. ¿Y la comida? Los precios de los productos básicos son astronómicos en este país, y más aún en mi barrio. Es una vergüenza.
Otro elemento que se añade al panorama desolador de desierto cultural, gobierno del mercado y sus lobbies por encima de todas las cosas y destrucción de la enseñanza y el humanismo es el siniestro proceso de Bolonia: lo explica muy bien José Luis Pardo.
Yo sigo picoteando un poema de Lavorare stanca de Pavese casi todas las mañanas. Anoche rescaté a Li Bai y a Alejandra Pizarnik en busca de un poema que hablase de la muerte, por si acaso acabo asistiendo a una sesión poética en Cadaqués, con ese tema. Podría leer uno de mis dos o tres favoritos en ese punto. O tal vez debería escribir algo, ya que para mí, Cadaqués siempre está relacionado con la muerte de mi padre y con la imposibilidad de soslayar su ausencia allí. Y como siempre, dudo si ir. Me entristece la sensación de vacío que me produce el lugar, abarrotado de una gente desconocida, zafia y ruidosa, de coches y motos, sin los viejos conocidos de antes, con la construcción excesiva y descontrolada invadiendo las montañas y la costa, destruidos los antiguos caminos de grillos y muros de tierra seca y sustituidos por más asfalto. Pero hay un paseo hasta el faro de la Sebolla o de Cala Nans que me gustaría tanto repetir, en solitario (si aún montase me gustaría hacer justamente a caballo ese recorrido que ahora hago a pie), cruzando los puentes de piedra, por la montaña aterrazada y con aquella luz... Es la misma luz de los poemas de ese libro de Pavese.