Fotograma de la película, Freud-Montgomery Clift y la "paciente" Susannah York
En el Meliès, he visto la película de John Huston sobre Freud. Tiene la ingenuidad del principio contada a la americana, pero también tiene algún guiño orsonwelliano y aunque sea algo esquemática -la respuesta airada y el escándalo que suscitaban las teorías de Freud en la conservadora clase médica vienesa, su descubrimiento del origen de la neurosis en el complejo de Edipo, a través de una paciente y de los recuerdos "refoulés" del propio Freud respecto a su padre y a su deseo de la madre, trasladada al rechazo que suscitaría y aún suscita el psicoanálisis en el mundo, a pesar de que gran parte de su discurso y su lenguaje está ya en boca de todos, incluso de quienes lo rechazan...-, es una historia bien contada por Huston y bien interpretada por Montgomery Clift, Susannah York, etc. La película es de 1962 y creo que la voz del narrador es del propio Huston.
Yo venía pensando que la vida era como en la visión baudelairiana, un gran hospital, lleno de enfermedad y de locura, y que andamos con nuestras enfermedades intentando buscar caminos de salida, como ese Freud de la historia, con la verdad flotando entre mentiras.
Pensaba también en los oráculos, en la Esfinge y en Delfos. Y también me preguntaba por qué me siento tan libre escribiendo en el blog, sin la presión de la pantalla en blanco. Y mientras andaba, iba contemplando los magníficos plátanos de Barcelona y disintiendo de un blogger profesor de literatura, según el cual (o según una experta arboricida que le convenció) dañan las calles y sus raíces arrancan los cimientos de las casas (¡Barcelona no existiría!), y resultan monótonos. Pero yo los veía estirando sus brazos al cielo cada uno con una forma distinta y con esa corteza sutilmente tricolor y las elegantes arrugas de las mangas en los codos, y me pareció que rompían la monotonía arquitectónica, permitían escapar de la fealdad de los rótulos y edificios vulgares y le daban a las calles una belleza más anárquica e imprevisible. Seguramente él se refiere a las carreteras que en este país se han talado y destruido (Bohigas intentó evitarlo en los setenta, en Serra d'Or) pero que aún pueden verse en Francia (afortunados vecinos gabachos), pero a mí me encanta esa supuesta monotonía y la prefiero a nuestras carreteras sin árboles, puro asfalto bajo el sol despiadado y sin sombra. Y en cuanto a esta ciudad, los pobres árboles que soportan el ruido, las vibraciones, la sequía, sufridos y larguiruchos plátanos conviven bien con acacias, tilos y palmeras. Veo que Amics Arbres cita a Bohigas defendiendo con buenas razones (en 2005) los plátanos de Barcelona contra los arboricidas municipales que, con argumentos parecidos a los de esa experta, han empezado a cargárselos. Además, talar árboles viejos y sustituirlos por otros que jamás llegarán a alcanzar su volumen, con la contaminación y el cambio climático, no parece justificado.
Debo advertir que la copia era bastante mala, con saltos y algún corte, y el traductor o traductora, ¿de dónde lo habrían sacado? Al parecer había traducido de pantalla, sin guión escrito, ¡pero ni siquiera sabía quién era Darwin! Ni que existe la palabra "histeria". Realmente tenía que estar en la web que una agente literaria inglesa (de origen) quería hacer una vez, hemeroteca de errores de traducción. Yo tengo una vieja deformación, y no puedo evitar mirar los subtítulos. En Sarajevo una vez no pude seguir una película americana porque me entretenían los subtítulos serbocroatas, aprendía palabras o lo intentaba, y se me escapó del todo la compleja trama. En los Balcanes, todo se subtitula y jamás se dobla. Tal vez por eso la gente hable los idiomas sin acento, acostumbrados a escucharlos a diario.
Y dicho esto me vuelvo a la calle, a tomar algo con unos amigos que viven aquí cerca. Tal vez unos interlocutores iluminen un poco mis pensamientos.