Foto: I.N., Regalo del gato de Cheshire, que fue mi huésped unos días, 2012
Ha puesto en danza silenciosa a los cipreses de la casa de enfrente. Ha llovido con furia, como en el cuento de Somerset Maugham, pero sólo un momento. He salido a comer con P.R. al Floral Café, y me ha hecho una minientrevista, pero con las preguntas atinadas y precisas que algunas entrevistas más largas no tienen. Por el camino de vuelta nos hemos encontrado a G., que estaba radiante con esa luz extraña de las nubes negras. Mi nuevo
malaise -que se originó el viernes, en la tensión y el encuentro del pasado más insidioso- persiste, pero procuro no preocuparme y pensar en su significado simbólico, de esos lazos que tienen que sustituirse, de ese viejo cordón con mi infancia oscura y luminosa al mismo tiempo. P.R. ha vuelto a su novela y se ha sumergido en esa fase feliz en que uno sólo quiere estar allí y todo le suscita nuevas ideas que utilizar en esa mezcla, en cualquier punta de ese tapiz. Yo también descubrí una idea ayer, hablando con la misteriosa
Dear Prudence, que debería rescatar para mi novela, uno de esos fogonazos, un pequeño fulgor.
Fui a ver Un amour de jeunesse y no me gustó tanto como a los dos amigos que venían conmigo. No tenía la ironía ni la capacidad de síntesis ni el ritmo de Rohmer, que ha hablado mucho mejor de esas cosas. Es cierto que los dos personajes estaban bien construidos y que era bonita de ver, con esos silencios de viento del Ardeche y las bajadas al Loire y las escenas hiladas sin rematar. Pero a mí me irritó por algo personal, porque me impacientan un poco esas obcecaciones amorosas de vivir solo a través del otro, de obstinarse en alguien que no puede ser, de sentir que el mundo sólo vale la pena a través de alguien que no quiere estar ahí y se aleja. Me cuesta entenderlo y recordé cómo me dolió ver sufrir a alguien cercano por una razón parecida, sin querer ver que tenía en él todos los recursos y los talentos, desvalorizándose y exponiéndose absurdamente al sufrimiento, a la contemplación casi escatológica, casi pornográfica de la traición en directo. Le dije que fuese a verla, pero no sé si lo hará.
He vuelto a Shakespeare, por una extraña propuesta para octubre, que implicaba elegir a un personaje femenino (pero no me dejaron elegir a Ophelia ni a Gertrude) y después de considerar a Cordelia del Rey Lear, decidí escoger a Desdémona (con su Sancho Panza, esa interesante y pragmática pero también engañada Emilia, ¿pero quién no se engaña en Othello? Shakespeare sabía pescar en una novelita o una pieza mediocre y convertirla en algo grande, distorsionando, reinventando, equilibrando y dejando entrar la profundidad, las complejidades, los juegos de poder y la belleza.
Vuelve a llover, lo que me convierte una vez más en Isabel viendo llover en Macondo, esta vez con fondo de
Dear Prudence. Y su frase que anoté para no olvidar.
Rufus sigue durmiendo, despertándose de vez en cuando para sus abluciones. Esta mañana ha venido a despertarme tan cerca que le veía borroso y oía su vibración como la estela de un mantra.
Me gustaría estar escribiendo ya otro libro, pero sólo puedo hacer tentativas de abordaje de una historia que no sé si de verdad deseo contar, y sólo probando puedo averiguarlo. Cómo añoro esa otra fase siguiente, una vez dentro... Si veo que tardo, tal vez me ponga a escribir un viejo cuento que se me quedó pendiente. No sé por qué necesito esos tiempos muertos para que se vaya cociendo algo por dentro o para hacer el trabajo del duelo del libro anterior, o para despedirme de una novela que aún no ha salido al encuentro de los lectores, pero saldrá pronto.
Aún no he acabado la infancia rusa de Sofya Kovalevskaya ni tampoco la
Anthropologie de la douleur porque a veces quiero olvidar el dolor y viajar a otra parte, al menos hasta que acabe el dolor físico. Tengo que ponerme ya con los libros de mi siguiente clase sobre Correspondencias. ¡Qué fiesta fue la clase sobre Adorno y Benjamin! Yo iba dubitativa porque no había puesto en orden mis notas, pero el talento maravilloso de mis dos protagonistas dio la clase por mí y de qué manera. No me di cuenta del tiempo y la clase pasó las dos horas. Y es que los alumnos son inspiradores.
Alguien me ha dicho que en Altaïr han puesto
Mis postales de Barcelona en un lugar destacado. También en Laie la incluyeron en un
escaparate de libros recomendados. Me alegró mucho la recomendación de Màrius Serra en su
Lecturàlia. En La Central queda preciosa en esa mesa de novedades junto a la escalera. Si todo va bien, el
sábado 2 de junio estaré en la CASETA 207 de la Feria del Libro de Madrid de 12 a 14h firmando ejemplares para quienes quieran venir. Ya lo saben, lectores silenciosos madrileños o gente de paso. Por la tarde haré un trayecto desconocido para ver a Dear Prudence y el día antes iré a ver la exposición de mis amigas Isabel y Elena Pan de Soraluce en la galería Fernando Herencia y espero poder conversar con unos cuantos de mis amigos de allí.
Me escribieron indirectamente unas lectoras para interrogarme sobre un libro maravilloso que traduje y sus preguntas me hicieron pensar que hay gente que lee extrañamente: parece que quisieran entenderlo todo de una forma masticable, saber qué pensaba exactamente el autor cuando escribió cada palabra, pero yo no imagino una literatura sin enigmas ni misterio. Como si la belleza no estuviera justamente en esos interrogantes, en esos enigmas, en esos finales abiertos, en las zonas de sombra del propio autor, que logró ser popular en un país donde la gente sí acepta los misterios y las paradojas, o donde saben que lo poético puede tener una función decisiva en lo literario. Si no, ¿qué sería
Quanta, quanta guerra de Mercè Rodoreda, por ejemplo, o incluso
El carrer de les Camèlies? Sin ese ingrediente poético y surreal, esos libros no serían lo que son. Esas lectoras no apreciarían la magia fragmentaria y minúscula del universo benjaminiano, esa
Infancia en Berlín, por ejemplo, esas bolas de cristal con ciudades donde nieva al agitarlas, Rosebud, que según Adorno tanto gustaban a Walter Benjamin.
Pienso en curarme contra el miedo ajeno y las sentencias médicas, pienso en esos momentos de dolor como en un proceso, pienso en los sueños más oscuros que tendrán que quedar atrás.
Tout cela sera balayé, escribió Gide.
Ha salido el sol y el cielo se ve completamente azul, casi Mondrian, o Matisse. No he contado aquí (¿o tal vez sí?) que G. y yo asistimos a un concierto libre, experimental y maravilloso de nuestro mirlo. Se había apostado en un lugar invisible, bien alto, y
convertía el patio de la cocina en un bosque oriental.