Como saben algunos lectores silenciosos (sé que me repito), tengo cierta alergia a la vida social barcelonesa. Esas reuniones con todo el mundillo cultural, editorial o de la movida me entristecen mucho y suelen dejarme resaca, a veces durante días. En algunas ocasiones, en medio de esos tumultos me encuentro a alguien con quien mantengo una buena conversación y eso puede llegar a compensar la sensación espinosa. Otras veces no. Esta vez quiso la suerte que tuviera un malencuentro particular, silencioso, injusto y triste.
Pero me gustó mucho ir al estreno del Retorno de las almas de Jordi Esteva, y aún están conmigo las imágenes más poderosas, la belleza, las escenas de los rituales animistas, los sonidos, la percusión que arrastra, el árbol gigante, el narrador y su magnífico acento afro en francés, la idea de cómo en esas sociedades los psicóticos y los que no encajan, por cualquier excentricidad, tienen su lugar y son respetados como iniciados, chamanes, sacerdotes... en lugar de ser encerrados o perseguidos como en nuestro mundo asfixiante. Me gustó también haber colaborado (humildemente) a que Jordi pudiera exhibir su película en esta ciudad. Y verle allí, en esa celebración que es el estreno, una especie de gran cumpleaños, arropado por amigos de siempre y también facebookianos y recientes. Estaba todo el mundo, por decirlo así (también la reina de las albercas!). Sólo cabían los espíritus del bosque. Eso sí, estuve sentada con mis amigos en una de las últimas filas y al acabar nos fuimos deprisa a celebrar el cumpleaños de la Belle Elaine, que fue muy agradable y conversativo, aunque todos bebían mojitos y comían, mientras que yo -con mi dieta médica radical-, me limité al agua y unas deliciosas aceitunas. Pero allí estaba el espíritu del león de Massala encarnada en la pintura, con un amigo que sabía pronunciar el nombre de Walter Benjamin, y un alegremente hipercrítico anticuario y escritor secreto, y un poeta-traductor metamorfizado en terapeuta musical y una productora de cine y crítica literaria, y una profesora y activista llena de empuje vital y la propia Belle Elaine, alegremente festejante.
Al pasar junto al azufaifo descubrí con regocijo que se habían llevado la basura. Eso sí, habían tonsurado el jardín como la cabeza de un monje tibetano, llevándose de paso todos los pequeños azufaifos, la maleza, las prímulas que adoran los ingleses, todo... pero también la basura. Es triste vivir en un país donde la gente tira la basura a los jardines y no a los contenedores de enfrente, aun por encima de la valla. La belleza, lo verde, los árboles, todo lo que nos maravilla a otros, a ellos les provoca un impulso de destrucción.
Hoy he estado con Tigridia en el Festival de cinema d'autor y he visto una curiosa película de Mathieu Amalric, L'illusion comique, donde el director lleva el texto de Corneille a un setting contemporáneo, pero respeta el texto, de modo que esos actores de la comédie française hablan, susurran, gritan y bailan en alejandrinos (y qué bien lo hacen, dan ganas de ir a ver teatro acullá, no como aquí), con la paradoja de su realidad unida a los líos amorosos y la intervención del mago del XVII, con una ironía paródica que todo lo salva.
Ayudé a G. a corregir un trabajo suyo y pese a que caímos en ese hoyo informático horrible de Bill Gates en que todo un documento desaparece y se lleva todas las modificaciones hechas y hay que volver a empezar, su trabajo era tan bonito e interesante que apenas nos pusimos nerviosos. Era sobre un libro de Lévi-Strauss y vimos sus coincidencias-reticencias hacia el psicoanálisis, G. llevaba días contándome historias de animales mágicos de los mitos americanos, con su base escatológica freudiana y su relación con lo real. Un día pasó por casa y cuando ya no estaba descubrí que en la pizarrilla donde anoto lo que hay que comprar, había añadido: "Chotacabras". Tuve la sensación de que G. abriría un día una vía nueva en su campo, un acercamiento entre dos saberes que ahora parecen tontamente irreconciliables.
Fui a ver al hombre que escucha. Su lugar está frente al local modernista de mi próximo editor, con sus gatas y sus azoteas y mi amigo seráfico. El hombre que escucha me devolvió mis palabras en una partida de ping pong y cuando bajaba las escaleras me vino uno de los significados posibles al acertijo del oráculo.
Rufus sigue alternando el sueño profundo con su bullicio primaveral y su pasión. Una noche tuve una pesadilla brutal, unida a la pesadilla real de este invierno mío, a la amenaza que a veces vuelve inesperadamente. Me desperté angustiada y en ese momento Rufus entró, se acercó, me puso dos de sus calcetines blancos en la frente y con ese ronroneo volví a la calma. Rufus es otro espíritu del bosque. A veces le llamo sin querer por los nombres de mis antiguos gatos (Jasper, Gilda, Beni) y es que en cierta manera, él los representa a todos y me permite restituir algo perdido.
Escucho los cuencos tibetanos con lluvia una vez al día, esperando que algo se restaure por sí solo. A veces, andando por la calle siento una felicidad incomprensible, inargumentable, algo que sólo sale del puro cuerpo. Otras vuelve die Angst, o el desaliento. El mirlo sigue viniendo a verme, con su interpelación burlona.
Olvidé contar aquí dos anécdotas de Sant Jordi. Una, repetida del año pasado. Una mujer mayor, insegura y algo trémula, señaló mi libro y le preguntó a su pareja: "I aquest?" Y el hombre le contestó, tajante y despectivo: "No, aquest, no!" El año pasado ya me ocurrió en el puesto del distribuidor de Algunos hombres... y otras mujeres. Una señora estuvo hojeando mi libro y le dijo a su pareja: "A mi m'agrada aquest", y el hombre le respondió, como quien regaña a un niño: "Ah no, això són tonteries!" En ese caso me dio tiempo a decir en voz alta. "El meu llibre són tonteries?" Y la autora que había a mi lado meneó la cabeza significativamente. Yo siempre he pensado que en Sant Jordi, tristemente, nadie busca ni descubre libros, sino que van a buscar sus best-séllers o sus famosos, y lo demás ni lo miran. A mi lado estaba Manuel Rivas, que no paró de firmar. Pero vino una mujer joven, que dijo ser aragonesa y añadió: "En cuanto lo he visto, lo he tenido claro: Éste será mi libro de Sant Jordi". Así que se lo dediqué y se marchó muy contenta. Su gesto me recordó que siempre puede surgir lo inesperado. En facebook sigue la agitación -se prepara la manifestación del 15 de mayo, los apagones de los martes, el movimiento antinuclear, la indignación contra políticos y lobbies, etc.
Y tiene razón Luis Vea, pongo aquí un silencio por Ernesto Sábato.
Voy a releer a Clarice Lispector para mi curso de los martes. Ayer le regalé a la Belle Elaine Revelación de un mundo y un segundo libro de Lêdo Ivo. Y ella me regaló una sesión maravillosa de Feldenkreis y me pasé el día notando mis raíces bajo tierra, como un árbol andante. Me siguen escribiendo estudiantes que han leído Si un árbol cae, pidiéndome contactos y ayuda para trabajos en los Balcanes. Al principio procuraba ayudarles a todos, pero empiezo a agotarme. Si sus Universidades me invitaran a conferenciar y me pagaran o si yo estuviera supervisando su tesis... pero yo no gano dinero con mis libros, y no sé cómo comprar tiempo para escribir los siguientes. Ayer recibí una nota con las ayudas a escritores en lengua catalana. En castellano no hay ninguna, ni en la Generalitat, ni en el Ministerio ni en ninguna parte. En La foneria i el paper, un librito precioso editado de una forma extraordinaria por un editor secreto que hace los libros en su casa, con tapas de papel, muy buen gusto y sólo para regalar a los amigos, firmando Roure Edicions, dice ECF, que me lo regaló, "Estan tots d'allò més tranquils. Posseïts d'una fe impertorbable que ni tan sols necessita expressar-se en paraules, esperen el miracle. No ho sembla, més aviat sembla que estiguin passant l'estona, que estiguin fent coses, però de fet esperen el miracle..." y luego añade, en un comentario que me recuerda a Clarice Lispector y sus milagros vitales, que "el veritable ateu no es dedica a esperar cap meravella venidora perquè viu, veu, nota, sent, experimenta, respira, palpa, reconeix, mama, mastegam tasta, endevina, i fins i tot interpel·la, el miracle que hi ha, el miracle que ja hi és, el miracle que està passant, el miracle de veure, notar, sentir, experimentar, viure, respirar, palpar, reconèixer..." Y yo pienso que soy de los dos. Por una parte no puedo evitar esperar un milagro, algo que me rescate de mis imposibilidades, que me dé tiempo de escribir, que me salve de la indigencia, que impida que gente amiga, culta, ética y valiosa sea maltratada y esclavizada por mediocres, que pare la tala de árboles y la dirección equivocada del mundo y la injusticia social tremenda y el cemento y las centrales nucleares y el dominio de big pharma y los ogm. Y por la otra resisto, avanzo contra corriente, guerreo como puedo, y voy por la calle (o bailo por mi casa) extasiándome ante ese extraño milagro de ver, oír, palpar, hablar, andar, tener lectores, silenciosos o no, y seguir rodeada de algunos amigos.