miércoles, 29 de agosto de 2012

Sueño y vigilia

Foto: I.N. La terraza desde dentro, 2012
Soñé que mucha gente tenía llaves de mi casa y cada día que pasaba desaparecía una hilera de libros. Me preguntaba quién podía ser y cuando volvía a mirar había otro estante vacío. Al principio, pensaba: Así tendré más espacio. Luego descubría con dolor qué franja se habían llevado y me sentía mal... Más tarde iba en los FFCC con Montse y el tren terminaba en Provença. Iba a salir, pero había colgado mis cosas en un gancho, las descolgaba con esa cámara lenta desesperante del sueño que ralentiza los movimientos y cuando intentaba abrir la puerta, no funcionaba el mecanismo, aunque veía a Montse al otro lado, esperándome.
En mi sueño de hoy estaba en Madrid. Salíamos de un edificio con altísima escalinata, como la tarta mussoliniana. Había cambiado el tiempo y nevaba y el frío era atroz, pero por suerte yo llevaba un gorro con orejeras y unas botas abrigadas. La policía me detenía porque no llevaba una tarjeta necesaria que tenían que haberme dado en la estación y no me dejaban salir volver a la estación a coger el AVE. Llamaba entonces a una de mis hermanas y ella me decía: "Bueno, si duermes en Madrid está muy bien." Yo protestaba: "¡Pero dormiré en un centro de detención de inmigrantes en Aranjuez!" Ella ya había colgado. Yo buscaba afanosamente entre los tarjetones de mi bolso, que eran muchos, pero no aparecía. Entonces me llamaba otra de mis hermanas, la reina del reiki, y me decía: "Yo tengo tu tarjeta. Dime dónde estás y te la llevo. Entonces la policía desconfiaba, me preguntaban cómo saber si mi hermana no me daba su propia tarjeta. Yo les decía: "Porque ella les enseñará también la suya", y ellos reponían: "Puede ser de un tercero..." Ahí me he despertado. Sé que antes había soñado otra cosa, pero lo he olvidado. Me he despertado con el cuerpo dolorido, me lesioné una costilla, es tan fácil cuando no hay más que piel para proteger los huesos y cuesta mucho de curar. Lo peor es la inmovilidad nocturna y por las mañanas se hace durísimo. Hoy vendrá un osteópata que tal vez pueda ayudarme. 
Me han despertado los carros de hierro que todas las mañanas, a las siete, y los sábados a las ocho, arrastran por toda la calle los empleados del supermercado de abajo con un fragor tremendo, acompañándolo de gritos desaforados. Si ellos están despiertos, que todo el mundo se despierte, parecen pensar. Luego han empezado los obreros de la obra de al lado, arrojan al suelo grandes pedazos de no sé qué con estrépito inmenso y se hablan a gritos. Qué país tan primitivo y salvaje. Al fin, a mediodía, cuando los obreros de al lado habían parado con las máquinas pero seguían vociferando con gritos y risas en su descanso, les he interpelado por la terraza. Les he dicho que ya era delirante el fragor de las máquinas, les he dicho que estoy enferma, les he pedido que al menos cuando al fin las paran, tengan la consideración de no aullar. Y han bajado el volumen, a pesar de las risas de uno de ellos. Naturalmente las máquinas tercermundistas y salvajemente ruidosas no son culpa de ellos, sino de nuestros políticos corruptos, que no imponen límites de decibelios a las obras, ni horarios; pagando se puede atronar a todos los vecinos también sábado y domingo. Es el país del ruido, parece que reine una completa insensibilidad auditiva. Y tal vez los obreros serían quienes más derecho tendrían a gritar, aunque llueva sobre mojado, pero no son los únicos. Aquí la gente que cena en sus terrazas vocifera y atruena y los hay que se divierten cantando a voces o chillando toda la madrugada por las calles. También a veces me he encarado a unos y otros, pero es un país en el que no se enseña la consideración ni el respeto a los demás.
Ayer vino Anne y me trajo un maravilloso coffret de películas de Mizoguchi, además de Dersu Uzala de Kurosawa, que yo vi hace muchos años. De Mizoguchi he visto algunas, recuerdo los Cuentos de la luna pálida, ¡qué maravilla de escenas cuando las geishas andaban en holgada fila a pasitos cortos por la estrechez del kimono en una melancólica penumbra! Recuerdo una historia de amor imposible y cruel entre una geisha y un hombre sin dinero para rescatarla. Es un tesoro tenerlo aquí. Mi DVD se negó a mostrármelo. Sólo admite algunas películas, le da igual que sean nuevas por estrenar, las rechaza igual. Es como un aparato de música que tenía mi amigo serbio que cada vez le restringía más los cds que aceptaba. Según él, el aparato tenía un gusto muy particular y no precisamente bueno. Mi DVD no quiso aceptar The River, pero sí aceptó The Swimmer. Así que las veré en el ordenador o usaré ese enchufe para verlas a través del ordenador, aunque a veces hace mal contacto y tiñe la película un momento. Yo nunca tuve suerte con los reproductores de DVD. He tenido tres y siempre me fallan inexplicablemente, algo que exaspera a G. A veces es como si las máquinas tuvieran su idiosincrasia y sus caprichos.
Me alegré ver lo que dicen de EVM en The New Yorker. Al fin los americanos lo han descubierto y desde 2004 le publican sus novelas. "Reading a Vila-Matas novel is like watching someone weave a beautiful tapestry with one hand, while unraveling it, equally expertly, with the other..." No puedo leer la crítica en la red, pero J. me buscará la revista, y ahora veo que está aquí. Sé que califican Dublinesca de obra maestra, y dicen: As in all his novels, Vila-Matas grapples with the freedom of the individual, a freedom inevitably compromised by tragedy and failure but also graced by moments of alleviation, even happiness. By lifting the heavy weight of the past, by setting irony against dogmatism and loyalty, Vila-Matas allows his characters, and us, to contemplate the future."
He estado leyendo La marge, de André Pieyre de Mandiargues, regalo de J. En un contexto muy distinto, son unas postales suyas de Barcelona, concretamente del Raval y de Ciutat Vella en los setenta, y sus paseos hacen un barrido por todos los locales que conocíamos y la atmósfera de entonces en la calle Robadors, el Panams, el Amaya, el Marsella, el Molino, tantos lugares, llenos entonces de anuncios de "gomas" y de prostitutas y olor a orina (L'Arc del Teatre: un pissoir privé d'eau) También me gusta que, discretamente, un ex taurino de Nîmes se vuelva antitaurino en aquel país nuestro de la posguerra, de pronto ve la misma "hideuse alliance" que en la misa con lo más violento y fascistoide). Es un hombre que recibe una carta y antes de leerla atisba unas líneas terribles, dramáticas, y pospone la lectura mientras vive la ciudad en ese barrido maravilloso que resucita la vieja Barcelona de mis incursiones en la adolescencia. Había acabado The Namesake de Jhumpa Lahiri, que me gustó, aunque no era la vieja India con la que yo intentaba reconectar, sino una India en Boston o Nueva York, de segunda generación de emigrantes. Y yo necesitaba algo más antiguo, como Satyajit Ray o Narayan o las crónicas de JP., que me sigue escribiendo sus crónicas de cibercafé, sin acentos ni eñes en los teclados hindúes:
Al final me he decidido por Ladhak, me voy el martes y espero alejarme un poco de la lluvia. Otros anyos voy huyendo del monzon y consigo mas o menos evitarlo, pero este anyo parece que lo llevo conmigo, ya te conte que en Rajasthan no habia llovido ni un solo dia y desde que llegue cada dia casi a las mismas horas, sobre las cuatro.
Ahora en Delhi lo mismo, supongo que es debido a que este anyo es un monzon tardio.
Como hoy es sabado, el dia de Saturno, el templete del dios Shanu, el Saturno indio, cerca de la Fundacion Ramkrishna donde voy a meditar un ratito por la manyana y a ver los lotos en flor del estanque, estaba lleno de mendigos esperando limosnas o un poco de comida. Me fije en un senyor vestido muy pobremente, de pelo y barba inmaculadamente blancos, con un collar de cuentas rojo que los miraba con la inocencia de un ninyo que ha llegado tarde a una reaparticion de regalos. Era un viejo guapo, digno, pobre, gastado, de los que me roban el corazon, parecen seres llenos de luz, me recordaba a esas fotos bellisimas de Ramana Maharsi. Le di una pequenya limosna (el ni me habia mirado ni me la habia pedido, absorto mirando de pie hacia el templo) e hizo el gesto tipico de llevarsela a la frente, agradeciendosela a dios y no a mi, hay una dignidad en ese gesto, como en tantos otros gestos indios, que me reconcilia con el hombre. Le das una limosna a uno de ellos y tienes claro que sin hacer nada son ellos los que te estan dando algo a ti, aligerandote de lo que te sobra, devolviendole dignidad al dinero. No puedo entender las quejas de los ricos sobre la pobreza de India, la pena que les da ver pobres, precisamente ellos a los que el dinero no les deberia importar y podrian encontrar a tanta gente a la que ayudar y recibir su bendición por ello.
En el sitio donde voy a desayunar se reunen los vendedores de helados que empujan sus carritos por toda la ciudad, la mayoria duerme al aire libre y no se como se las arreglaran los dias de lluvia, muchos son de Bihar, uno de los estados mas pobres y mas bellos de India, algunos estaban todavia despertando y removiendo y guardando cuidadosamente los cartones y las mantas que les sirven de cama. Otros mas afortunados tienen una cama de hierro colocada alli en la calle y deben pagar algun tipo de soborno para que nadie les incordie y los deje tranquilos.
Las lacras y miserias, las llagas de la India estan ahi para que las vean todos, aunque supongo que uno llega a acostumbrarse tanto que ya no las ve, pero no lo creo, si un leproso te pide limosna, si cada dia ves montones de tullidos, de mendigos, de ninyos desnudos, llenos de mocos, pero jugando ruidosa y felizmente, es imposible insensibilizarse, puedes a veces mirar hacia otro lado pero siempre acaban volviendo...
Hay un senyor anciano, vestido con ropas harapientas, llenas de mugre, de color indefinido, delgadisimo, la cara de un monito humano y bueno, las piernas dos munyones que asoman por el pantalon cortado, pinta una figura de Hanuman en el suelo y espera que los devotos echen limosnas, rodeado de jovenes yonquis o de esnifadores de pegamento, siempre lo miro y sin embargo no siento pena, una enorme piedad y compasion si, pero es la misma que siento hacia mi mismo, hacia todos, a ratos hasta me parece feliz...
Y unos días después...
Al final no sabes que contento estoy de haberme decidido venir a Ladhak, llegue hoy por la manyana y ya el viaje desde Delhi es divertido, llegar a un aeropuerto pequenyo, con dos aviones militares al lado, rodeado de montanyas enormes de colores rojizos, escarpadas y sin un solo arbol, el algunos valles unas sombras verdes y alegres de alamos que persiguen el rio, las cumbres del Himalaya a lo lejos todavia llenas de nieve, lor rios de color arena.. y luego sus habitantes que siempre estan riendo, corriendo, tranquilos y a la vez inquietos, con un ritmo totalmente suyo. En las aceras las mujeres vendiendo todo tipo de verduras: coles, dos tipos de rabanos, acelgas, espinacas, patatas, brocoli, guisantes, tomates y sobre todo unas manzanas pequenyas deliciosas y unos albaricoques que son puro nectar, se entremezclan las musulmanas shiies con las ladhakis tibetanas dandole colorido a la escena, algunas senyoras llevan monedas y un tocado de flores artificiales en el pelo que les da un aspecto muy festivo y gracioso. En cambio los hombres en otro lado venden albaricoques secos y las semillas de los albaricoques que son deliciosas.
Estaba tan contento y excitado que no me pude quedar en el hotel como recomiendan para evitar el mal de altura, a los cinco minutos estaba en la calle, tenias qie ver al duenyo de la pension donde me alojo, esta igual que la ultima vez que lo vi hace tres anyos, guapo, delgado, amable, sin necesidad de usar gafas, con todos sus dientes resplandeciendo y tiene 78 anyos.
Ya he comprado de todo: manzanas, albaricoques, chapati del horno, postales, hierbas aromaticas para perfumar, guantes de lana... todo por el placer de mezclarme y pasear por el  bazar. Los hombres musulmanes trabajadores temporales muchos de ellos, son guapos a rabiar, viriles, y al mismo tiempo simpaticos y dulces, hablan un dialecto de Jammu que me encanta...
(Han pasado unas horas y reanudo este post ya de noche).
Hoy ha venido a verme la mujer más guapa del mundo, estaba radiante del verano (yo ahora veo a todo el mundo tan saludable y sensual por contraste a mi fragilidad ósea y extraña) y me ha traído unos regalos franceses. Ella me entiende sin apenas palabras en un aspecto que otros no pueden comprender y en ese sentido me animó, además de su conocimiento del cuerpo, como gimnasta rítmica que fue y acostumbrada a entrenamientos, lesiones y cambios. Ayer vino una colega de batallas verdes y sociales y me trajo extraordinarias verduras de su huerto ecológico, sobre todo unas judías verdes maravillosas. Durante esta época tan irreal he descubierto con sorpresa no sólo el afecto de mis amigos sino la cantidad de gente que sólo quiere ayudarme y que confía en que me recupere. He tenido que aprender a dejarme ayudar, a aceptar la generosidad, a depender en muchas cosas. No había otra posibilidad y no ha sido fácil. J. ha vuelto y se ha ocupado de organizar y traer un montón de cosas necesarias, con esa eficacia asombrosa suya, que encajaba con mi agotamiento de estos días.
La mujer más guapa del mundo ha venido después del osteópata, que me ha aliviado considerablemente y me ha permitido albergar la esperanza de dormir mejor esta noche al fin. Sigo esperando la lluvia. La ciudad arde de cemento y contaminación. Yo necesito el agua como un nómada busca un oasis. Necesito oler a tierra mojada. Necesito que llueva una noche y un día seguidos. Necesito que este aire sucio y pegajoso se desvanezca y llegue un aire digno de respirar.
He seguido escribiendo, con pequeñas interrupciones y sin avances espectaculares, pero sigo ahí y espero que pueda seguir...
Entretanto Rufus ha vuelto a enamorarse. Esta vez la gata es blanca, no sé si persa o siamesa porque sólo la he entrevisto de noche, y vive en el sobreático. Ella quisiera saltar y él quisiera elevarse, pero es muy arriesgado y los dos maúllan con nostalgia. Es una gata muy alocada, de hecho una vez saltó y se cayó al colegio de al lado; no era la primera vez y no le ocurrió nada, milagrosamente, y el veterinario le dijo a mi vecina: "Sí, es de esos gatos paracaidistas". De momento, es un amor imposible, pero Rufus sueña...

jueves, 23 de agosto de 2012

Desde este lugar extraño

Foto: I.N. Nubes desde mi hamaca esta tarde, 2012
En que vivo, un mundo aparte distinto del de antes, del de los demás, un mundo óseo sin derecho a lo sensual ni a apenas a lo plácido (aunque a veces, cuando duermo una media hora de siesta con brisa natural o con aire artificial, me he sentido tan bien con la luz filtrada por una cortina naranja que casi podía imaginarme en mi cuerpo de antes y sin moverme experimentar aquella antigua felicidad entonces no sabida), un mundo sin certidumbres, lleno de dudas e interrogaciones sobre la vida y la curación, desde ese lugar extraño puedo aún contemplar las nubes, leer y ver películas maravillosas.
Un amigo cineasta me adivinó el pensamiento y me trajo, en una de esas cenas heroicas de hace unos días, dos películas que quería volver a ver. Fue casi telepático y podría probarlo. Una era The Swimmer, basada en uno de esos cuentos de John Cheever con paisaje suburbano y carga de profundidad. Al leer el cuento recordé que había visto aquella película y quise volver a verla, pero no la encontré. Es maravillosa. La única objeción -la vi con mi amigo músico y él se quejó de inmediato- es una banda sonora absurda, que en la época ni siquiera advertí. Pero las imágenes se quedan grabadas en la memoria. Burt Lancaster, con su pura gestualidad de ese cuerpo atlético a punto de ser vencido, su mirada irradiando una luz que por su pura intensidad ya permite detectar una herida, una disociación, una necesidad compulsiva de ensoñación y negación, sostiene la película con su paisaje radiante y toda su melancolía creciente y amarga hasta el final. 
La segunda película que adivinó quien me la trajo era The River, o Le Fleuve de Renoir, que yo había visto en el invierno de 1981, justo antes de irme a la India y que tanto me conmocionó entonces y que tanto recordé una vez allí. Siempre había querido volverla a ver y la había buscado en vano. Y ese mismo día, por la mañana, al ver que tenía La Règle du jeu de Renoir, había pensado: Pero la que yo quiero ver es El río...
La he visto hoy en una solitariedad feliz. Qué bien lo he pasado viéndola, ese color increíble, la música, esa atmósfera de la vida que fluye como un río, ese espíritu panteísta, el afecto, la tristeza y el absurdo de las heridas físicas y psíquicas de la guerra, y los templos y dioses hindúes y los rituales de belleza y la naturaleza exuberante y una deliciosa sagèsse de un Renoir distinto y más inspirado y apasionado que nunca. En cierto momento, el hombre con una sola pierna, por la guerra, y la mujer mezclada por su condición mixta india y occidental, sin casta, hablan de aprender a aceptar su carga y lo ocurrido y ¿cómo podía yo no asociarlo a mi condición, a lo que a mí me ocurre? El hinduismo respira esa aceptación con el desapego de los que creen que todo está en la mente y a pesar de sus conflictos, el país también tiene ese espíritu flotando en el aire, de una gran y antigua humanidad.
Al mismo tiempo me llegan los mensajes de JP desde India bajo las lluvias del monzón, sin acentos ni eñes, con descripciones de atmósfera que me refresca: 
En la Jama Masjid, la mezquita mas grande de Delhi, a lo lejos las cupulas de los templetes que coronan espaciadamente las murallas de Lal Qila, la fortaleza roja de los moghules, decenas de halcones sobrevolando el cielo… Como todavía están celebrando Eid, el fin del Ramadan, las familias musulmanas vienen a la mezquita a pasar el rato, vestidos con sus nuevas galas, las niñas en horrendos vestidos de colores chillones de gasas y de raso y con todo tipo de volantes encajes y excesos vestimentarios. Los hombres todos con sus kurtas blancas con bordados y sus gorritos de encaje. El ambiente no es nada rigido, una vez pasados los cancerberos de la puerta que tratan de cobrarte lo que sea y de incordiarte un poco, (para mas inri el encargado de hacerlo es un sordomudo)…
La cantidad de halcones  debe de ser proporcional a la cantidad de palomas que cubren parte de las tres grandes cupulas, en forma de capullos de loto a punto de eclosionar. La mezquita es muy elegante, aunque a mi me enamoran poco las mezquitas indias, que encuentro todas parecidas y anyoro las mezquitas afghanas o iranies, que no conozco, con esos azulejos azules que compiten con el color del cielo, pero reconozco que el juego de lineas y colores entre la piedra roja y los marmoles blancos, las escasas pero bellas escrituras cuficas en negro en forma de sellos, sus cupulas y templetes indomoghules, los minaretes rayados de blanco con templetes en su cima y abriendose en forma de columnas egipcias, la fuente para las abluciones en el centro, y sobre todo sus alrededores llenos de restaurantes de comida deliciosa, todo eso la convierte en mi lugar favorito de Delhi. Pero el gentio es tal que aguanto pocas horas y tengo que buscar lugares mas neutros, menos cargados. Ire a comer y a tomarme un cafe luego a la Delhi Coffe House, un sitio con un pequenyo jardin que me gusta porque esta lleno de viejos senyores sikhs, y donde puedo leer a gusto The Hindu, el único periodico indio que trae algo de informacion y no cotilleos sobre el mundo de Bollywood o los jugadores de cricket.
Esta mañana ha venido Aurora, me ha traído una fruta latinoamericana con propiedades mágicas y las verduras que necesitaba. Se ha asustado al verme y se ha ofrecido para traerme lo que sea dos o tres veces por semana. Su visita me ha dejado una estela alegre y generosa, con tanta delicada comprensión. Luego ha llamado Magda, quería traer algo como fuera y he intentado buscar en La Central algún libro de R.K. Narayan, en vano, luego alguno de Satyajit Ray, pero tampoco. Y al fin he seguido el consejo de la librera y le he encargado a Magda una novela de Jhumpa Lahiri (de quien ya leí The Interpreter of Maladies), The Namesake, aunque yo quería una India más antigua y he decidido buscar películas de Satyajit Ray para consolarme. Yo sabía que necesitaba algo de la India (al fin y al cabo sigo tomando la medicación que me han prescrito desde Calcuta y Bengala, aunque no sea exactamente eso, sino una forma de intentar asumir este extraño mundo en el que vivo) y aún no había visto The River desde 1981.
Magda ha coincidido con Cris, que me traía un cartucho de tinta para la impresora (así podré ver lo que he escrito de otra manera o eso espero) y una mezcla deliciosa de aceituna y almendra... Algunos me felicitan por mi forma de llevar lo que me ocurre y eso me desconcierta. No veo nada admirable en mi actitud. ¿Cómo podría hacer si no? Me dice Anne que cuando me cure, podríamos celebrarlo con todos mis amigos en un gran jardín. La idea me ha encantado... Insh'allah.
Y sigo escribiendo. Ya no tan deprisa como antes. Desconcertada ante ese magma que crece sin estructura, con ideas que vienen con cuentagotas, o releyendo y corrigiendo, y entonces surgen otras, y algo perpleja de lo que surge. No sé qué pasará con ese texto, sigo sin saber si serán cuentos o una novela, o qué será exactamente. "Yo lo llamo libro", me dijo una vez autoburlón Aleksandar Hemon cuando le pregunté por lo que entonces estaba escribiendo (luego fue una novela). Yo no sé si me atrevo a llamarlo libro. Todavía son sólo veinte páginas aproximadamente. 
Hoy he soñado y he olvidado mis sueños. The River me ha alegrado el día. Sabía que volvería a encontrar algo allí también esta vez y claramente la película me hablaba a mí. Cuando el niño de la familia protagonista se moría en su aventura intentando encantar a una cobra, el padre (con su propia herida de guerra) decía, dolorido: Deberíamos celebrar que un niño muera niño. Al menos él ha escapado. Nosotros les encerramos en nuestras escuelas, les enseñamos estúpidos tabúes, les atrapamos en nuestras  guerras, masacramos a los inocentes. El mundo es para los niños. El mundo real. Ellos trepan a los árboles y se revuelcan en la hierba, cerca de las hormigas y libres como los pájaros. Son como los animales. No se avergüenzan. Ellos saben lo que es importante. Ha nacido un ratón o una hoja cae en un estanque. Si el mundo estuviera hecho de niños...: We should celebrate that a child died a child. That one escaped. We lock them in our schools, we teach them our stupid taboos, we catch them in our wars, we massacre the innocents. The world is for children. The real world. They climb trees and roll on the grass, close to the ants as free as the birds. They’re like animals. They’re not ashamed. They know what is important. A mouse is born or a leaf drops in a pond. If the world could be made of children…

martes, 21 de agosto de 2012

Más allá del calor

Foto: ? Ayer me mandaron esta vieja foto, no sé quién la hizo, donde aparezco con J y J en una playa gallega, seguramente de 1986.
Sueño con lluvias como en el desierto se sueña con oasis. La sequía ardiente, el fuego, la contaminación y los árboles cortados en mi barrio forman parte de una pesadilla, o las 18.000 hectáreas de bosque incendiado en este pobre país.
Y sin embargo, sarinagara, yo he vuelto a escribir. Hace cuatro días. No tengo ninguna garantía. No sé adónde me llevará todo esto, pero por primera vez en meses, siento que deseo seguir ahí. Es un experimento, no sé si es el capítulo de una novela o si es un cuento o si irá creciendo magmáticamente informe. Escribo de lo que sin duda había estado rehuyendo, lo único de lo que mi inconsciente, amo de los escritores como yo, quería realmente. Y rechazaba todo lo demás. Ahora sólo esto podía ser. Aunque me haya sorprendido a mí misma. Aunque creyera que era demasiado pronto. Todo lo demás me sonaba lejano e impostado, banal, no podía colorearlo, insuflarle vida. Ahora sí... Tampoco sé si me quedaré a mitad, si de pronto no sabré seguir, si me desalentaré, pero de momento vivo ahí, más allá del calor absoluto y metafísico, del aire caliente, pegajoso y sucio que se adhiere al cuerpo al salir a la calle llena de estruendo y obras. Sin árboles. Sin sombras. Sin frescura. Sin lluvia. Más allá de las miserias de este cuerpo extraño que habito ahora, en esta época irreal. Más allá de las inquietudes que se despiertan de noche con cualquier síntoma. Más allá del oscuro temor de no lograr curarme.
Más allá de lo que leo.
La América rural de William Goyen, en este momento. Acabé ya el libro de Pim Van Lommel, que me ha cambiado la percepción de la muerte o al menos, ha abierto una interrogación feliz. 
Hace dos noches, a pesar de mi condición, volví a salir a cenar heroicamente y otra vez me alegró esa conversación, que despertó tantos pensamientos de cine, de escritura, de la voz y las vibraciones que transmiten otros contenidos no dichos, de la autoimagen... Me sentó bien, aunque no pudiera echarme a la romana para digerir al acabar la cena y aunque el aire acondicionado me acabara agarrotando los huesos, también hay que cuidar el espíritu.
Agosto no se ha llevado a todos los amigos. Unos se han ido, pero han vuelto otros. V estuvo aquí luminosa pese al calor, trajo inciensos japoneses de crisantemo y el libro que yo le había pedido. Tigridia me trajo ayer verduras de un huerto amigo y me ayudó con cosas que ahora son difíciles para mí. Rod fue al mercado y me trajo pescado el sábado. Mi amigo músico ha vuelto y es rápido y eficaz y se ofrece para todas las ayudas, incluso me acompañó a mis tratamientos. Es un trayecto corto, pero atravesar Mitre se ha convertido en una hazaña. Esa clase de calle-autopista que les gusta a nuestros políticos, talando todo árbol y dejando sólo el cemento. Ahora arde ese cemento y para rematar, lo han abierto para hacer obras, de modo que necesito mucho valor para atravesarlo con este cuerpo, fragilizado y espectral. Si me curo, iré a reponerme a un lugar fresco y frondoso, a un lugar lleno de árboles inmensos, de manantiales, o cerca del mar. En mi sueño de hoy, yo era como antes y me encontraba con un poeta amigo y yo le conducía de forma vacilante en coche a alguna parte. En el sueño había un concurso de cartas, yo perdía y no me importaba porque no estaba convencida de mi carta, ganaba un joven guapo de un pueblo cercano a Vic, que la había escrito en rima. Y nos reíamos tanto y tan alegremente...

jueves, 16 de agosto de 2012

Es difícil

Foto: I.N., La cortina de mi habitación de Rupià (añoranza de aquel bosque), 2012
Resistir el calor y el ruido atronador de las obras (unas máquinas que taladran el cerebro y que en ninguna parte del mundo civilizado están permitidas, pero ya se sabe que vivimos en un país salvaje) y el anuncio de más calor tampoco ayuda.
Sin embargo, esta mañana corría una brisa maravillosa en mi casa mientras yo seguía leyendo ese libro del cardiólogo holandés Pim Van Lommel publicado por Atalanta y que no se parece en absoluto a mis lecturas habituales. La cuestión es que me ha interesado y consolado leer esa perspectiva justo después de la muerte de mi hermana. Recoge las experiencias de gente que ha estado clínicamente muerta y luego ha sido reanimada, y que reúnen una serie asombrosa de puntos comunes y plantean la cuestión -argumentada con el apoyo de la física cuántica y de estudios rigurosamente científicos- de que la conciencia exista más allá de la vida física, ya que si no, un humano con el corazón parado y un cerebro sin riego no podrían pensar ni tener emociones como esos pacientes tuvieron. Todos accedían a un no-lugar no-tiempo con una gran sensación de felicidad y beatitud y se encontraban con otros conocidos ya muertos, y no querían volver, además de momentos de extracorporalidad en los que veían su propio cuerpo siendo reanimado y más tarde contaban detalles que no podían haber visto ni oído en el quirófano, pero que coincidían con la realidad. Yo no creo ni dejo de creer, pero me ha gustado vivir unos días con esa sensación.
Es extraño pasar a ese libro justo después de los Trois contes de Flaubert, que son maravillosos, con su melancólica inteligencia, y que releí gracias a JP. Precisamente JP me escribe ahora desde algún lugar de la India, donde no para de llover (son los monzones) y contempla murciélagos gigantes, oye una algarabía de gorriones y se rodea de un paisaje humano y físico bien distinto que éste. Se enteró allí de la muerte de A. y me dice que los muertos no mueren del todo si los amamos un poco. Por cierto que el marido de mi hermana me trajo una plantita que había sido favorita de ella, muy delicada y en un estado muy precario. Le busqué un rincón de la casa y ha empezado a brotar enseguida alegremente. Le mandé una foto a mi favorita experta en plantas, M., y enseguida me dijo que era un trébol morado llamado Oxalis triangularis. M. está en Galicia estos días, donde dice que desde julio sólo han tenido tres días de solazo y lo demás es mal tiempo y lluvias, que es justo lo que a ella más le gusta y refresca. Fue M. quien me dio también el nombre de la espifita, esa planta que vive colgada de los árboles, sin tierra, con la humedad y la herrumbre, y que yo encontré en el jardín de Mercè Rodoreda en Romanyà de la Selva. 
La gente pone en facebook imágenes paradisíacas de mar y viajes maravillosos y yo pienso que para mí, el paraíso sería tener el cuerpo de antes y poder ir adonde quisiera. A veces me impacienta esta lentitud de agosto, que lo hace todo tanto más difícil y me pregunto cuándo llegarán el alivio y los cambios para bien. Intento imaginarme recuperada y pensando en esta fase con una sensación de incredulidad, como quien recuerda una pesadilla. Sé que lo que me está ocurriendo pesa tanto que no me deja escribir de otra cosa, pero al mismo tiempo desearía escribir otra cosa, y todos mis intentos me aburren, me demuestran que no deseo escribir eso y acabo por abandonar.
G. se ha ido hoy al sur. Echaré de menos sus visitas diarias, nuestras conversaciones, la placidez con que acabábamos dormitando los tres, yo en mi pequeña siesta obligada, G. con su falta de sueño por las nocturnidades y Rufus porque los gatos adoran dormir y más aún dormir en compañía. 
No pude ver las Perseidas. Además de la contaminación lumínica de la ciudad, el cielo estaba absurdamente cubierto... si al menos hubiera llovido. ¡Cómo añoro las tormentas de agosto! Recuerdo veranos maravillosos, echados sobre grandes telas indias en el suelo del jardín en las islas o sobre mantas en la montaña, contemplando ese cielo de la lluvia de estrellas. O el verano pasado en Serbia, en aquel bosque que sólo parecía visitar yo, mirándolas desde la hamaca...


jueves, 9 de agosto de 2012

Calor

Foto: I.N., mi encina favorita de la casa del bosque, 2012
Hace mucho calor y el estruendo de obras es incisivo, pero yo me pongo esos casquillos de lujo que me prestó J. y la música me embriaga... A veces alguien me manda una canción y es como si la música quebrase unos muros imaginarios de mi espíritu o como si me zambullera en el agua. O en otro tiempo. Un amigo arquitecto humanista que venía a mi curso me ha contagiado estos días su pasión por la chanson française... Una amiga escritora que sólo conozco de facebook me recomienda olvidarme de mi cuerpo (de interna en un campo de concentración) y bañarme en alguna piscina porque dice, y es verdad, que el agua parece curarlo todo, es como si bajo el agua no existieran los males... Ella me habla de una piscina muy agradable, inmensa, donde hay muy poca gente y los que van son variopintos y no se miran ni se juzgan, dice que desde su casa el paseo bajo los plátanos hasta allí es muy agradable, lástima que no sea en mi ciudad...
He pasado días muy malos, pero parece que algo empieza a moverse otra vez hacia delante y que podré seguir mejorando como hasta ahora, aunque sea tan despacio... Una noche hice un gesto revolucionario y cené fuera; podía ser malo para mi cuerpo, aunque comí solo lo permitido, pero el entusiasmo de mi compañero de cena por el cine y por mi escritura me alegró el espíritu y eso también ayuda al cuerpo a curarse. Yo temía molestos encuentros sociales, gente que me preguntase por mi condición, pero por suerte el único encuentro fue precisamente el arquitecto humanista, que me alegró mucho ver allí... Luego, gracias a esa cena he estado viendo algunas películas... Una comedia de Lubitsch, una película triste y extraña, delicadamente expresionista, a veces casi oriental, de Marcel Hanoun, y ahora me toca Chris Marker...
Ayer tuve un momento dolorido viendo triste a G., me sentía tan fragilizada y sin energía como si necesitara otro cuerpo para animarle, aunque luego la conversación cambió y sólo pensé en lo extraordinario que es G. y en lo que llegará a hacer. Después de quedarse plácidamente dormido en la silla de Charles Eames, con esa belleza durmiente que parece tan feliz, y toda la fuerza de su edad y de su pasión deportiva, su tristeza y la mía se fueron volando como las mariposas de la casa del bosque. 
Mucha gente ha venido a decirme cosas por la muerte de A., mis amigos y muchos lectores y gente de fb. Muchos me hablan del texto que escribí y eso me alegra, me transporta allí donde quiero estar, en la escritura. Muchos simplemente comprenden o intuyen lo que es esencial. Pero algunos desconocidos enseguida quieren romper la necesaria tristeza del duelo con frases new age, o tópicos cualesquiera, otros creen saber cómo me siento, como si todos fuéramos iguales, y describen sorprendente y equivocadamente lo que creen que es mi estado de ánimo, o bien creen que sólo pienso en eso o que he desesperado o que no sé que donde está A. ya no sufre. Pero hay que permitirse un momento de tristeza, ¡al menos unos días! Como los tres días del duelo judío tradicional, durmiendo en el suelo... Alguien que sí comprendía sin conocerme me puso el poema de Auden, que es maravilloso y que yo cité cuando murió mi padre, aunque es un poema de amor, pero expresa ese momento de dolor y resistencia a que alguien se vaya, y es sobre todo humano. Tal vez porque ahora mi cuerpo tiene una presencia tan intensa con sus pequeñas miserias, yo he puesto el lugar del duelo en una habitación de mi espíritu, pero no me he aposentado en ella, aunque a veces se asome su cara de pronto o un objeto o un sonido desencadena ese recuerdo, como explicaba Proust en Contre Sainte-Beuve, sólo que aquí la identificación es inmediata. 
Ayer Tigridia me trajo La Vanguardia con el Cultura/s, porque los kioscos cierran y hay que irse cada vez más lejos.  Precisamente Tigridia me regaló hace unas semanas una inmensa buganvilla y ha ocurrido algo curioso. Al lado de donde la pusimos había una pobre pequeña buganvilla en estado precario, era de flores rojas y durante dos años no floreció y al tercero le salieron las fucsias, que son las únicas que se dan bien aquí, pero estaba desnuda sin apenas hojas y muy mustia. Al colocarle a esa exuberante hermana al lado, la pequeña ha cambiado radicalmente, se ha llenado de unas hojas grandes y saludables, como nunca había tenido. No creo que sea cuestión de sombra, sino que realmente las plantas son organismos vivos y se detectan... Una vez leí que algunas plantas "avisan" a otras de la llegada de ciertos parásitos o plagas, de modo que las plantas siguientes ya han desarrollado defensas cuando les llega el bicho... Eso denota cierta comunicación y la idea me gusta mucho, como las hermanas buganvillas (y ahora dos palabras sobre la gran buganvilla y su hermana pequeña me han devuelto de nuevo a A., y a esa frase del cuento: Hermana Ana, ¿qué ves? / Veo el sol que brilla y la hierba que verdea) que P. quiso poner en el recordatorio... Así funciona la memoria. Una noche, la víspera de la muerte de A., en la casa del bosque, donde al oscurecer todo se volvía misterioso y telúrico con los pájaros silbones, el erizo escondido y el cielo plagado de estrellas (por cierto, ¡me había olvidado de las Perseidas!), mientras P. me hacía reiki a distancia, noté que el aire olía al olor de mi padre. Más allá de su colonia y del tabaco canario que fumaba, mi padre tenía un olor particular, que llenaba su habitación cuando se levantaba y que yo de pequeña asociaba a un batín francés muy confortable que llevaba. El olor se hizo más y más intenso y no se desvanecía y me hizo preguntarme si me habría visitado para saber de A. Recordé que, cuando mi madre se puso enferma y la ingresaron, soñé que mi padre, que ya había muerto hacía años, me llamaba por teléfono. 
- Eh... -empezó con su vacilación típica- ¿Cómo está tu madre?
Yo le respondí que estaba bien, mejor, le informé como pude, y al acabar, le pregunté, porque en el sueño yo sabía que él ya no estaba en el mundo:
- Pero tú... ¿dónde estás?
Él soltó una de sus risas leves y carraspeantes y colgó.
Cuando se lo dije a mi madre, que creía en todos los mundos invisibles, me dijo:
-Me alegro de que se acuerde de mí, aunque sea ahora...
Esa noche de la visita olfativa de mi padre tuve insomnio y salí frente al bosquecillo y paseé mirando la luna y el cielo y sintiendo la atmósfera de la espesura y su vida oculta. Al día siguiente llegó la noticia.
He estado leyendo un Diario de John Stuart Mill que me trajo mi amigo Joan, muy subrayado (se lee de otra manera sabiendo lo que le interesa a otro lector), también la novela autobiográfica e inacabada de James Agee, y he vuelto a Vinyoli y a Emily Dickinson a ratos... Intento escribir cuando me encuentro bien, son sólo tentativas, probaturas, estoy en esa fase difícil que requiere mucho coraje y energía y mi salud no ayuda, por eso me embriago de cine y música... Siempre viene alguien a verme y me preguntan antes qué necesito, pero temo los días en que no quede nadie aquí, porque no estoy para peregrinaciones... 
Pero un día surgirá algo al escribir, descubriré mi deseo otra vez y me llevará a algún lugar, aunque a veces parezca imposible.

viernes, 3 de agosto de 2012

Mi texto de adiós a Ana




Foto: Cristina Núñez, recordatorio de Ana (1965 - 2012) - (diseño gráfico de Pati Núñez)
Cómo cuesta decirle adiós a Ana: dulce y difícil, obstinada y perfeccionista Ana. De pequeña yo la mecía en brazos para dormirla, en uno de esos gestos inversos de quien acuna a otro porque desearía ser acunado. Más tarde le contaba cuentos y ella pedía más y más, desde la cuna en el cuarto de mis padres, en la casa de la Diagonal, y la hacía reír. Yo siempre le repetía la frase de un cuento de Perrault: “Hermana Ana, ¿qué ves?” Y ella tenía que contestar: “Veo el sol que brilla y la hierba que verdea!”
Tengo una foto suya de esa época, con el pelo muy corto, en las escaleras de la casa del alemán, en Comarruga, con una cara recién despierta y algo huraña en la que se le ríen sólo los ojos. Tenía los ojos muy bonitos, grises y verdes, aterciopelados. Luego le creció el pelo y parecía una ninfa de cuento, o una de aquellas niñas que fotografiaba Lewis Carroll. Hay una foto de Colita donde aún se la ve así. Mi madre la quiso mucho y siempre estuvieron unidas, aunque de una forma a veces difícil de comprender. Es inevitable pensar que se ha ido con ella. Ana me decía que yo había sido su segunda madre, aunque fuese sólo en la escucha afectiva, ¿pero cuántas segundas madres tuvo? Pati y Alicia siempre la apoyaron, no sólo en lo profesional, Luisa la acogió en su casa en su peor momento y Cris también quiso cuidarla; prácticamente todo el mundo intentó ayudarla, aunque ella no siempre se diera cuenta. Sus amigos también la querían, su amiga Sandra atravesó todas las barreras y le fue fiel desde casi la infancia. Y Ana nunca renunció al amor ni a la pareja.
Ana tenía sentido del humor y podía ser muy alegre; irradiaba un encanto especial, un tono acariciador, sobre todo cuando se acercaba a pedir algo: no era deliberado, era una especie de instinto natural que seducía y que contrastaba con su exigencia, con su fiera obstinación. Yo siempre quise ingenuamente protegerla, al principio intentaba corregir una dirección de su vida que me parecía equivocada: como si eso fuera posible, como si yo hubiera sabido. Tampoco nuestra relación fue siempre fácil. Estuvimos largos periodos distanciadas. Curiosamente, al final, cuando las dos estábamos enfermas, incluso en sus últimos momentos, cuando Ana ya empezaba a perder el uso de las palabras, las encontraba para protegerme a mí.
Quise ir a visitarla antes de irme unos días a la casa del bosque, porque no sabía si volvería a verla. Fue emocionante, a la vez triste y feliz, porque pudimos decirnos cosas importantes libremente.
“Me preocupa verte aquí”, dijo nada más verme. No pudo explicar por qué, pero yo lo sabía. Había una conexión casi física entre las dos en estos últimos tiempos, aun sin vernos apenas. Dijo: “Me gusta mucho lo que ha pasado entre tú y yo”. También dijo que me quería y que no hacía falta verse para quererse. De pronto me preguntó: “¿Me estoy muriendo?” Yo le dije que no. Ella repuso: “Porque lo parece”. Yo le dije que creía que morirse no era así. Y ella dijo: “Si fuera así, ya no me importaría”. Estaba empezando a desconectar, aunque le dolía sobre todo separarse de Nicolás, su lazo más importante con el mundo.
Aquel día tenía buen color, la sacaban a pasear por las mañanas entre árboles inmensos, un ombú gigante, una gran acacia que se veía desde su ventana, un magnífico castaño de Indias. Yo sabía bien que se iba y hacía días que notaba, desde el bosque, sin que nadie me lo dijera, que se estaba alejando. Pero es extraño cómo funciona el inconsciente. Aunque sepamos que no hay remedio y que alguien tiene que irse o que ya es mejor así, en el fondo siempre queda una fantasía de que pudiera ocurrir un milagro y salvarla. Por eso la muerte, tan definitiva, tan misteriosa, ese soplo de vida que huye del cuerpo, convirtiéndolo en algo inerte, una imitación de quien lo animó, duele tanto. Lo único que me consuela ahora es ese último encuentro y esas palabras suyas, sonriendo muy alegre y apretándome la mano sobre la barandilla de la cama: “Me gusta mucho lo que ha pasado entre nosotras”.
Isabel Núñez, Barcelona, agosto 2012

jueves, 2 de agosto de 2012

Adiós a Ana


Foto: Jose Aguirre, Ana (1965-2012)
Ana, mi hermana pequeña, de la que he hablado mucho aquí con su inicial, murió ayer. Su muerte ha proyectado una sombra de tristeza y duele, aunque ya lo supiera, aunque ya fuese incluso mejor así, y me lleva inevitablemente a repensarla desde el principio. 
Hoy sólo quiero poner aquí una foto suya y mañana colgaré el texto que, si puedo y si mi condición me lo permite, leeré en el rito de despedida laico que mañana se celebra en el tanatorio de Les Corts a las 11:30 de la mañana, sala 16, y si no puedo, le pediré a mi hermana que lo lea. También pondré el recordatorio que Pati haya hecho con un retrato que le hizo Cris, más bonito y actual que éste.