sábado, 29 de noviembre de 2008

Sabatina energética


Foto: I.N., Cementerio en Barjac, Francia, 2008
Anoche pensaba entregarme a una saludable reclusión de fin de semana y tenía una película para ver, en mi tendencia última a la repesca de viejos hits, Tres mujeres (Kvinnors väntan) de Bergman, cuando apareció un visitante inesperado y algo secreto, que necesitaba, dijo, toda mi atención, una especie de full immersion de unas horas. Y como para mí las leyes de la hospitalidad son sagradas (en mi propia religión laica a medida, con su propia ética y sus mitos) y me podía la curiosidad de la escritora que sigue ahí agazapada, a pesar de mis dudas y parón de estos días, me dispuse a escucharle y saqué queso y frutos secos (y mango y piña desecados) para acompañar su vino y tras unos cuantos rodeos, él me contó su historia, que no resultó tan larga ni tan dramática, y también surgieron más cosas imprevistas y descubrimientos que no contaré, pero sí acabamos viendo la película a trozos, y me gustó, aunque en mi memoria ya no está clara la división entre nuestro encuentro y ese relato en blanco y negro lleno de una vitalidad amorosa que latía, donde las mujeres de la historia contaban su vida secreta, como mi amigo, y todo eran dramas a la sueca, es decir, pequeños momentos de gran tensión que acaban resolviéndose bien, como ese marido engañado que se mete en la cabaña con un fusil y amenaza con pegarse un tiro, y mientras el amante lo vigila, la mujer va a buscar a un sabio vecino que entra en la cabaña y le vemos salir con el fusil y tirarlo al mar. Y cuando el amante o la mujer le preguntan: "¿Cómo le has convencido?", él responde: "Le he dicho que es peor estar solo que ser engañado. No sé si es verdad, pero sonaba bien." O cuando una mujer le dice a un amigo mayor que su hermana pequeña va a fugarse con su amante, él le dice: "Deja que se fuguen. Ya volverán... Ya vendrán las lágrimas y el arrepentimiento, ahora deja que lo pasen bien." O un matrimonio que se salva al quedarse encerrados en un ascensor... Y las imágenes, el silencio y esas actrices que miran a la cámara llenas de ensueño y de ironía y cuentan sus pasiones y dificultades y esa luz tan nórdica y oscura.
En medio de todo llamó un conocido de otro tiempo, que dijo estar deprimido porque no vende sus esculturas, no tiene dinero y no encuentra con quien hablar y sus amigas sólo le hablan de sus niños pequeños, como en aquella escena genial de Caro diario. Años atrás era un buen interlocutor nocturno y en el jardín de su casa había intentado enseñarme a distinguir estrellas y constelaciones. Ahora me cuesta conectar con él; no muestra la más mínima curiosidad por leer nada mío, ni me pregunta qué hago, y si aludo a algo de mi vida muestra enseguida signos de impaciencia, pero al final concluye extrañamente que es fantástico hablar con alguien como yo.
Volviendo a mi amigo, sus revelaciones me recordaron a aquella escena favorita de El idiota en que todos se cuentan un momento vergonzoso de su vida, y a nadie le parece para tanto lo que cuentan los demás, pero todos piensan que el suyo es el más humillante...
Esta mañana me he despertado extrañamente energética. He salido a la calle y al devolver la película en Enric Granados me he encontrado a un blogger que vive por allí y que no recordaba mi nombre. Era el viento, que barre también la memoria. En cierto momento, mientras hablábamos en la calle, él ha señalado una montaña de nubes oscurísimas que se elevaban amenazadoras en el Tibidabo. Luego se ha levantado viento y nos ha caído una lluvia de hojarasca y los dos hemos lanzado exclamaciones admiradas, igual que un niño muy pequeño que cruzaba la calzada con dos mujeres, mirando al cielo alborozado. Poco después ha pasado un risueño Ramón de España, no sé si feliz o burlón o tal vez ambas cosas, ya que mi vista no me permitía detectar con precisión. Y al volver a mis barrios, me he cruzado con un también sonriente J., que me ha recordado una anécdota graciosa asociada a su gabardina neoyorquina...
Tengo que ponerme a trabajar, dentro de nada llegará G., que necesita ayuda con un trabajo... El ambiente de crisis arrecia. Amigos que antes vivían bien me cuentan dificultades y preocupaciones. Yo sigo imaginando una segunda vida como okupa o sin techo, sin biblioteca, sin armarios, siempre en peligro de ser desalojada por los mossos (por cierto, en la estación de Provença, alguien ha añadido muy atinadamente en un anuncio para ingresar en los Mossos: "Si t'agrada torturar". Y es que a los mossos que torturan les ascienden y ponen medallas, porque la consellera Tura los conoce bien y porque Saura tiene ese particular concepto de la izquierda, que encaja con la idea que nuestros Verds tienen del ecologismo. Para ellos ser de izquierdas y ser ecologista consiste en declarar que lo son, mientras hacen política de derechas y antiecologista, rivalizando con la oposición, como Blair hizo con los tories. ¡Y sus partidos les revalidan! En un país donde los alcaldes condenados por corrupción son reelegidos, ¿qué podemos esperar?). En el metro me he encontrado una vieja amiga muy joven, que fue canguro de G. y es una chica alta, culta, lletraferida y con sentido del humor. Me ha dicho que en estas elecciones votará en blanco porque le gustaría mucho que perdiera el Tripartit.
Y la gata Gilda sigue durmiendo, sin preocuparse por la crisis ni ver el cielo espectacular que se muestra ante mis ojos, recordándome aquella idea de Virginia Woolf en On Being Ill que ya he contado aquí .

viernes, 28 de noviembre de 2008

Ya sé que no escribo


Foto: Guillermo Aguirre, Gilda dormint, 2008

Hace casi una semana que tengo el blog abandonado y una sensación de cierto encallamiento de las cosas, con los editores silenciosos (y mi urgencia se asocia a mi falta de tenacidad: con el tiempo yo pierdo interés por las cosas, pienso sólo en el siguiente libro, necesito que salgan esos cuentos para seguir escribiendo libremente. Sé que en esos cuentos, aunque me asuste publicarlos, he escrito mejor que antes, he avanzado a los otros libros). Hay agitación navideña por todas partes (horterada luminosa derrochada por el ayuntamiento, que se añade a esos árboles de hierro tan caros de los que habla Cacho en su blog, más exhortaciones al consumo por parte de Montilla, exhortaciones a subir el agua, nos cobrarán las bolsas de plástico; parece que la crisis (y todo) tenemos que pagarla nosotros, además de los impuestos, que no se usan para la educación ni lo social sino para los sueldos de los ministros, la construcción de infraestructuras que destrozan el paisaje, para la tala generalizada, para la escuela privada. Y a nadie se le ocurre una medida para contener los precios o que la austeridad la compartieran los altos ejecutivos de los Bancos, que siguen repartiendo dividendos, o los políticos, que no se bajan el sueldo). La traducción que avanza perezosamente me roba demasiado tiempo de escritura, y de las conferencias que tengo que preparar, y sigue esa nueva tradición de lo que yo llamo "desplantes" con la que los hados se burlan de mí de vez en cuando desde hace al menos un año y que V interpreta como reacción a la mejora de mi situación, lo cual me recuerda a la frase de un artista cuando le dieron el premio nacional de artes visuales: "Con lo bien que estaba yo en mi cómodo fracaso... Ahora todos me odiarán..." (y dicho esto se metió en la cama, deprimido). Es el mal de este país, según Larra, aunque también sea universal. Cualquier pequeño logro, pequeñísimo avance o cualquier cambio que agite las fantasías de otros nos convierte en objeto de sus celos y por tanto, de sus furiosos desplantes. A mí no me han dado ningún premio nacional, pero ya cuando publiqué casi clandestinamente tuve el dudoso placer de observar ese fenómeno en alguna gente que creía próxima. "Míralo por el lado bueno", me dijo alguien que practica el positive thinking. "Así te libras de falsos amigos".
Otra prueba para mi espíritu son escenas de negación de la realidad que resucitan viejos demonios de mi niñez. Un documental y una entrevista, dos personajes femeninos que niegan la memoria histórica en cada expresión y acaban defendiendo cualquier cosa con tal de proteger esa máscara pétrea que se han construido, la que debía evitar que se desmoronaran pero que las ha hecho difíciles para los otros, los hechos que señalan desmienten esa negación, pero ellas, obstinadas, siguen negando, aun nonagenarias. Es casi un patrón, una pauta, una exageración del reflejo sano de olvidar para seguir viviendo y está estudiado, pero a mí me produce escalofríos, me enerva, y si lo resisto, al día siguiente se traduce en una resaca melancólica. La negación caracterizó el entorno de mi infancia. Por eso para mí se hizo tan importante el valor de decir, el poner en palabras, por eso necesito lo declarativo, el reconocimiento verbal de las cosas para no enloquecer.
Sigo con mis gestiones a favor de mi amigo blogger persa-canadiense. Hay pequeñas cosas cotidianas que me recuerdan a él. Todo parece encallado también en ese terreno. Ojalá no esté en una celda de aislamiento, como sugería otro blogger iraní en Francia, entre otros horrores. Grupo de Facebook aquí.
Al pasar por la plaça Joaquim Folguera siento un temblor por esos almeces generosos (alguno centenario) que se disponen a arrancar. Se me encoge el espíritu, prisionero del cemento sin aire ni sombra. O cuando atravieso la Diagonal. O cuando leo las cartas de ciudadanos desdichados o engañados que se lamentan por Lesseps. Y en Polis, siguiendo con mi defensa de los árboles, el manifiesto y sus primeros firmantes.
Confesaré aquí algunas de mis consolaciones, las que pueden decirse. Ayer vi esa película maravillosa que siempre me vuelve, Jules et Jim. Me gusta tanto cómo está contada, las ideas que reúne con toda naturalidad, las imágenes y la canción (Le tourbillon de la vie) y la cara de Jeanne Moreau cuando la canta. Y ellos tres. Qué gozada. Y esta mañana, mientras desayunaba, he visto parte de otra película menos redonda y poética, pero me he quedado hipnotizada contemplando a un Peter O'Toole sumido en un cómodo caos doméstico encallado en la infancia, en un antecedente del Big Lebowski, y comprender la tentación incestuosa que ofrecía a su hermana, Susannah York. Peter O'Toole siempre fue para mí razón suficiente para ver una película, así como la encarnación de la belleza masculina, aunque fuese gay. De hecho, mirándole bien, he descubierto que al menos dos de mis partners tenían algún rasgo común (!!!) con él, aunque la combinación o el resultado fuese otro...
G se mueve con sus propias revoluciones y empieza a contemplar la posibilidad de un cambio de rumbo profesional, que surgió accidentalmente, mientras yo le estaba contando algo sin saber muy bien por qué (creo que sí lo sabía; de hecho se había planteado, algunas veces había bordeado esa idea...). Ah, y pienso escribir en Polis sobre los estudiantes, Bolonia, la ignorancia no del todo inocente de los periodistas y el buen artículo de Jordi Llovet en El País de ayer.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Un paréntesis

Foto: Linda Danz, Back Garden, 2006
Entre tanto mensaje y artículo apocalíptico y creíble, tengo la sensación de que éste es el paréntesis que me queda antes de que llegue mi hora, me vuelva indigente o aprendiz de okupa y tenga que sobrevivir sin mis libros, usar cartones para el frío, huir de skins atacantes y guerrear por el agua en un mundo sin árboles. Los periódicos apenas ayudan (excepto VM y algún que otro artículo, vean mi Polis de hoy), y tengo unos cuantos amigos que echan leña al fuego, dos que siguen las teorías de la conspiración, uno tremendamente pesimista, otro paranoico, en fin, que yo intento disfrutar del tiempo que me quede antes de que se cumplan todos esos vaticinios, que tienen una base real indudable.
Anoche vi, gracias al blogger Eph, que me la recomendó, una película maravillosa de Rohmer que ya anticipaba todo esto, L'arbre, le maire... y donde un personaje dice esa frase magnífica de que la abolición de la pena de muerte debería excluir a los arquitectos (y lo digo metafóricamente, porque para mí, defender la pena de muerte es lo mismo que apoyar la ley del Talión o el Código de Hammurabi). Yo encerraría a esos arquitectos y constructores (y los alcaldes y políticos corruptos) en un lugar donde no pudieran destruir ni destruirnos más de lo que ya han hecho. ¿Han visto, por cierto, que ahora se disponen a destruir el yacimiento arqueológico de Numancia rodeándolo de hoteles y centros comerciales? Así es nuestro país, siempre demostrando su burramia, gracias a los 40 años de dictadura que destruyeron el espíritu general.
Gracias al Librero de la calle Berlinès, estuve contemplando imágenes de la Barcelona de antes, maravillada de la frondosidad del "Salón de Sant Joan" (Passeig del Triomf) y de la plaza Tetuán, de las casitas y prados de Muntaner, de los palacios magníficos que había por todas partes, y los hoteles y cafés esplendorosos que han ido destruyendo con saña analfabeta. Lástima que pocas veces señala cuándo se destruyeron esos edificios. Con ellos, Barcelona sería tan hermosa e interesante como tantas ciudades europeas, que los han conservado. Llegué a la conclusión de que el espíritu destructor y arboricida viene de lejos, como ya explicó Stendhal. Pero qué agradable paseo por esas páginas... Ya tengo conmigo un ejemplar del libro El secreto del cristal, del cual el librero de la calle Berlinès es coeditor y que tiene un pintazo...
Sigo leyendo a Isabelle Eberhardt y me fascina esa atmósfera pre-islamista del mundo musulmán, donde la religión es sólo una espiritualidad construida a base de rituales (el muecín, los rezos) y de frases hechas que la gente pronuncia cuando algo le ocurre, como el beduino que, admitiendo su pobreza, exclama "Elhal-hal Allah!" con esa ele casi catalana de los árabes, y que significa "La suerte pertenece a dios" (En ese contexto no parecía un fenómeno opresivo que impidiera vivir a las mujeres ni sustrajera toda libertad, como es ahora, sino que evocaba más bien el encanto de las Mil y Una Noches) Como aquella escena (del espíritu budista) que contaba Jung en sus memorias de un callejón de la India donde chocaban dos carros y las naranjas de uno y los cartones de otro caían y se desparramaban por el suelo. Y uno le decía al otro: "Todo está en la mente" y el otro le contestaba: "El mundo es una ilusión", antes de saludarse y recoger cada uno lo suyo sin más. Para Isabelle Eberhardt sería mejor la condena a muerte que la cárcel: espíritu libre, necesita los grandes espacios y no puede imaginarse enclaustrada. He decidido acompañar mi conferencia de imágenes que ayuden a restituir su atmósfera y otra vez Lydia Oliva ha acudido en mi ayuda para mostrarme imágenes de fotógrafos que recorrieron esos lugares en la misma época, así que los que se apunten a ese ciclo podrán contemplar maravillosos paisajes y retratos de Clerambault, de Lehnert y Landrock, etcétera.
Hoy pienso volver a ver una película que me fascinó en su momento. La vi en el año 82, al volver de la India, y la experiencia fue gozosa y feliz. Se trata de The River o Le fleuve de Renoir, y esta noche será el momento. El viernes estuve en el cine viendo una película de Jonathan Demme que no me convenció. Me recordó a Festen, de Vinterberg, pero sin su dinamita crítica contra la familia (eso sí, Anne Hathaway estaba perfecta en su papel, casi como Jennifer Jason Leight en Georgia), y esas bodas tan emocionales americanas, y todos mencionando a dios en cada ocasión, y mucha música. Salimos a la calle y un viento huracanado luchaba por hacernos salir volando a Tigridia y a mí como en El mago de Oz. Pero pude pasar por delante de mi vieja casa y comprobar que algo kitsch que yo creía desaparecido seguía allí.
Y esta mañana he ido a pasear, he visitado mi barranco preferido (que aún existe, aunque con estas bestias municipales, sin duda intentarán destruirlo) y luego he entrado en la Tamarita, feliz bajo esos pinos gigantescos, que parecen salvados de la codicia que nos gobierna.
Otras direcciones donde se hacen eco de la detención del blogger persa Hoder.
Y en Polis, el manifiesto y los primeros firmantes... ¡Vayan a verlo!
Dos añadidos de última hora. En el Babelia, VM sobre el proceso literario de Kafka, Walser, el melancólico (y sí, hilarante, tiene razón, pero en esa alegría triste, en ese humor melancólico está la clave de la mejor literatura; también Bernhard!) Instituto Benjamenta and so on...
En La Vanguardia hacen tres preguntas sobre la cúpula de Barceló y la función del arte a varios personajes del mundo del arte. J me ha recomendado con razón las respuestas de Pazos. Para mí son las mejores con diferencia (como no puedo poner el link, las copio aquí).
(Arte, poder y política. Artistas y críticos reflexionan a propósito de la cúpula de Barceló) CARLOS PAZOS, artista ¿Qué sentido tiene poner el arte al servicio de la política en el siglo XXI?
No tiene ningún sentido que un artista crea que, con su trabajo, puede tener un impacto en el desmantelamiento de la mentira organizada. ¿Qué opinión le merece la obra de Miquel Barceló en Ginebra, más allá de este debate?
He tenido la suerte de no haber visto, ni en fotografía, esa pieza. En cualquier caso imagino que será más de lo habitual. Como ya he dicho por escrito en otras ocasiones: chapapote en tecnicolor. ¿Qué función debería cumplir hoy el arte?
Un artista debe evitar creerse un dios creador. Eso es el kitsch. Si un artista es consciente de su papel social, a lo máximo que puede aspirar es a hacer compañía a sus semejantes en este valle de lágrimas. ¡Ligereza, que no banalidad!

jueves, 20 de noviembre de 2008

Un amigo detenido y en peligro en Irán

Hossein Derakhssan (Hoder), blogger persa que vivía en Canadá y hasta hace poco en Londres y al que conocí hace dos años. Seguíamos hablando de vez en cuando por el chat de gmail y no sé si fue en julio o agosto me dijo que pensaba volver a Irán en septiembre, me contó que pensaba montar una revista, estaba muy derridiano. Él me había hablado de una Persia ya olvidada, de lo que quedaba de ella, la generación de sus abuelos y bisabuelos, con mujeres que recibían en sus casas, escribían y pintaban y vivían libremente. También me hablaba de una juventud urbana, de ahora, que no tenía nada que ver con la mentalidad del gobierno, y me explicó que las manifestaciones de apoyo a Ahmadineyad nunca eran en Teherán, sino en medios rurales.
Extrañamente, los últimos posts de su blog mostraban un cambio radical de punto de vista: de pronto defendía a Ahmadineyad y atacaba a Israel con ferocidad. Llegó incluso a criticar a los grupos de derechos humanos que informaban sobre abusos cometidos en Irán. ¿Qué estaba ocurriendo? El corresponsal de The Guardian sugiere que tal vez recibía amenazas e intentaba congraciarse para que dejaran en paz a sus familiares. Eso explicaría su detención, que de otro modo parece incongruente: si realmente había dejado de ser crítico, ¿por qué detenerlo?
La noticia de su detención e hipotética condena a muerte (en las primeras noticias se hablaba de condena a muerte, lo que sin duda ha resultado ser precipitado e infundado) por ser espía de Israel me ha llegado a través de mi amiga americana. ¿Podrían haberle torturado? Su blog recibía unas 200.000 visitas al mes. Y ese extraño cambio de punto de vista sobre Irán en el blog, como si le dictaran un contratexto. ¿Sería por eso por lo que decidió volver? Él sabía que estaba vigilado y no hace falta ser un lince para suponerlo. Por lo visto hizo algunas prospecciones antes del viaje y concluyó que no iban a detenerle si volvía.
Era colaborador de The Guardian, Brian Whitaker escribe sobre él. La idea de su condena a muerte era una locura. Me parecía tan irreal. Y medieval. La pena de muerte es inaceptable en cualquier caso. He hablado con Amnistía Internacional, he escrito a Avaaz org y al Foreign Office de Canadá. Y me he apuntado al grupo de Facebook Free Hossein Derakhshan, Liberez Hossein D... Si estáis en Facebook, podéis uniros en esta dirección
Un nuevo artículo de Brian Whitaker en The Guardian sobre el tema.
Mientras, algunos visitantes de este blog se preocupan por mi estado. Mi cabeza es una cómoda, un archivador. Y si el cajón donde está HD palpita y se reabre (en esos momentos procuro actuar, escribir a instituciones, pedir consejo a amigos diplomáticos, etc), hay muchos otros que exigen atención cotidiana, de muchas clases. Así que nada de desesperación. Y la verdad es que espero que Hoder se salve.
Aunque a veces me invade un extraño pensamiento, la sensación de una hiperexposición al mundo, de un mundo despiadado que todo lo espía...
Last Minute News (sábado 22)
Por lo visto en Irán no se habla de pena de muerte sino de simple detención. Todo es oscuro e impreciso, pero los términos ya no son tan dramáticos, como se desprende de la información de la corresponsal de El País en Irán, Maria Ángeles Espinosa. Por lo visto ni siquiera hay una confirmación oficial de que "Hossein D..." (como llaman en la prensa al detenido que ha confesado) sea realmente Derakhshan, aunque es muy improbable que no lo sea (en cualquier caso, él no ha vuelto a aparecer en sus blogs desde el 1 de noviembre). Esa clase de oscuridad y rumores sí son habituales en todos los regímenes autoritarios. En cualquier caso, parece que parte de esta noticia se generó por una traducción precipitada o malinterpretada, según aparece en el comentario del propio traductor en The Guardian. Es cierto que en Irán, la acusación de traición equivale a pena de muerte. Ahora bien, según me dicen, a otros intelectuales en situaciones parecidas se las han conmutado. Todo lo cual son buenas noticias.
Excepto que en Teherán acaban de ahorcar a un hombre por la misma acusación. Da escalofríos.

Hace sol

Foto: Bonfils, Beduinas, 1860
En mi sueño tenía una entrevista con Dios, que era un político con un mandato definido, pero mientras el despertador sonaba intermitente (opción snooze) yo decidía no ir. Me he reído al despertarme. Mi memoria de los sueños o más bien mi censura me permite recordar últimamente el último sueño de la noche, lo que sueño cuando suena el despertador. O bien integro su sonido y lo decoro. El otro día soñaba que llamaban al teléfono y la puerta al mismo tiempo y yo no acudía: sólo era el despertador.
Ya tengo diagnóstico para mi pobre brazo: el nombre es feo, pero parece que tranquiliza saber en qué consiste, aunque sea difícil de eliminar. Epicondilitis o codo de tenista (ironía para mí, que nunca me interesé por el tenis! De pequeña, un médico me dijo que mejor me abstuviera de cualquier deporte desequilibrador de un lado. Eso me sirvió para que mi padre no insistiera. Tampoco a mí me atraía...). Veremos si los posibles tratamientos ortodoxos funcionan mejor que los alternativos o si tengo que dejar de escribir este blog y usar un programa de dictado (demasiado caro) para mis escritos. De momento intento apoyar el codo en la mesa...
Los días se escapan. La actividad social sigue siendo excesiva. Las pequeñas cosas pendientes, también. Y hoy me espera la horrible silla del dentista, que nunca me depara nada bueno. Qué desastre. Ayer me llamaron para ofrecerme un seguro de defunción: era la primera vez. Supongo que a partir de ahora empezarán a llamar todas las compañías: es la vejez.
Los pintores han pintado la puerta de mi casa. Se han ido volviendo educados y amables desde nuestros primeros encontronazos. Ahora la puerta se adhiere al marco y hay que forzarla descortésmente para abrir o cerrar. He descubierto que el olor a pintura más directo no me trae recuerdos; es el olor que queda al secarse, más vago y diseminado, el que me devuelve a mi primera llegada a Barcelona, a los 5 años. A aquella ciudad que ya no existe. Sigo en busca de imágenes para mi libro, pero el tiempo se desvanece, se licúa, se evapora...
Anteayer el jardinero sabio Joan Bordas nos insistió en que si construyen en la parte baja de la parcela del azufaifo el árbol morirá de todas todas. Así que habrá que seguir la batalla. Y yo la sigo. El lunes tuvimos una entrevista, veremos en qué queda todo...
Leo y preparo mi conferencia de Isabelle Eberhardt. Me encantó el texto que le dedica Michel Tournier. Ayer me llegó la edición de The Tenants de Malamud con prólogo de Aleksandar Hemon. También me ha llegado la bio de Isabelle Eberhardt de Edmonde-Charles Roux, un libraco de poche que no pesa, y que me llevaré al dentista. No sé si continuaré aquí, ni cuándo... habría que hacer unas ofrendas a los dioses griegos por mi brazo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Sabatina destemplada de ayer

Foto: Manel Armengol, Torroella, 1993 (sèrie Vent)
Ayer por la mañana fui a Caixafòrum. El Espai Freud organizaba un pase de la interesante película Una cierta verdad, documental de Abel García-Roure, rodada en el hospital del Parc Taulí de Sabadell, con la implicación del psiquiatra y psicoanalista Josep Moya y su equipo. Es una película sobre la psicosis, y hablan algunos enfermos, sobre todo uno, que aun en medio de su delirio, de esa escisión del lenguaje y de esos otros mundos que les acosan, en su caso con vocabulario paracientífico y técnico, planteaba preguntas inquietantes o que en cualquier caso no son fáciles de contestar.
Era inevitable pensar en Foucault (y en lo que Morey dijo en su conferencia del Espai Freud) y en la represión de la locura, en la identidad del "loco" como alguien que no encaja, que no puede someterse o avenirse a razones, en los problemas sociales que llevan a encerrarlo, en su condena sin fecha, en su insumisión... O interrogarse de cómo puede ser que en algunos lugares de África esos enfermos vivan aún entre los demás, sin medicar, acogidos de alguna manera, como en la antigüedad. O de los psicóticos que, como algún matemático, han logrado canalizar y reconducir ese delirio hacia un lugar posible. O de los tabúes y la estigmatización social de la enfermedad mental.
También sorprende y alivia que en ese centro los psiquiatras y psicoanalistas hablen de ellos como sujetos y los traten como a tales, les escuchen (en la medida de lo posible, hasta el punto que la sanidad pública del país lo permite) en lugar de esa actitud dopadora-represiva-policial de la psiquiatría neurocientífica actual, donde los médicos parecen a veces simples vendedores de los laboratorios, que tapan la boca a los pacientes.
Una de sus preguntas cuestiona las limitaciones de la medicación, pero cuando lo planteé al iniciarse el debate, me contestaron como si yo hubiera objetado a la necesidad de que esos enfermos se mediquen (y no era el caso). De hecho, yo sólo me pregunto hasta qué punto tiene recursos el profesional de la salud mental para encontrar una medicación a la medida del paciente, es decir, que le evite los "apagones", el sufrimiento o las peores crisis que generan violencia, etc., pero que no provoque tantos efectos secundarios, esos efectos que le impiden recordar las cosas, hablar bien, moverse, que le estigmatizan como enfermo mental -ya que son visibles-, etc. Recordaba una entrevista con un premio Nobel de Medicina, en La Contra, que denunciaba que los laboratorios farmacéuticos no están interesados en medicamentos que curen del todo, o que no tengan efectos secundarios, porque resultan menos rentables, me preguntaba si en el caso de la salud mental hay remedio contra eso, si hay maneras o si los enfermos están prisioneros y sometidos también en ese sentido.
Pero sobre todo, al preguntar, yo no sólo intentaba romper el hielo para que otros hablasen, sino que estaba también luchando contra la tristeza que me había producido la película. Esa soledad tan aguda de los enfermos mentales, esas voces que los habitan y con las que no pueden dialogar (había una mujer que lloraba y se decía perseguida por otra que la habitaba; un chico de 17 o 18 con los cascos y la capucha puestos para protegerse del mundo, que se negaba a hablar ni a tomarse la medicación, y me hacía pensar si nadie había podido reanudar esa conexión, si habrían tardado tanto en pedir ayuda, si ese chico no podría reaccionar con más tiempo de escucha, si la mentalidad de este país, tan reacia a pedir ayuda para lo mental, lo hacía más difícil...) esas imágenes me hicieron conectar con un miedo antiguo de mi adolescencia y me trajeron el recuerdo de la gente que a mi alrededor sucumbió a la locura y la muerte. También pensé en la división dudosa de gente que vive en el mundo sin muchos problemas pero tiene esa misma estructura mental.
Hubo un paciente, que vive independiente, con trabajo y familia, que contó cómo en un momento determinado, el sentido de las palabras se le escapaba y para intentar fijarlo hizo una especie de diccionario, con entradas aparentemente convencionales y una división entre dos mundos, donde luego se sumaban otros sentidos o que luego tenía que matizar o relacionar con flechas y dibujos. Para los que desconocemos el funcionamiento de esos procesos era dolorosamente interesante y hasta cierto punto cercano a otros problemas de lenguaje o a sensaciones fugaces de cosas que hemos leído. Más duro era oír cómo otro paciente, mucho más medicado (con más efectos secundarios) y triste, hablaba de sus "apagones", momentos cuya duración ignoraba y en los que dejaba de tener conciencia de sí mismo.
A mí me consuela mucho la idea de que en este país haya algún centro en la sanidad pública con una orientación así, humanista y psicoanalítica dentro de los límites materiales. Una cierta escucha para esa cierta verdad. Y el documental es riguroso, discreto y realista y tiene su poética propia. (La película se estrenará dentro de poco en los cines).
Me fui andando por la Gran Via, mirando los árboles y pensando: al menos quedarán éstos (y alarmándome porque tal vez estoy ya dando por perdida la Diagonal, como Joaquim Folguera) y en casa de L. me fui pacificando (como el tráfico) contemplando libros de fotos antiguas de la ciudad, para mi libro. Luego estuve en la mani, tal como cuento en Polis, hubo un momento alegre dentro de la tristeza social y la desesperanza del mundo y nos reímos V., L. y yo allí vociferando consignas liberadoras o escuchando la lengua sonora, energética y misteriosa del palestino recién llegado de Gaza (el traductor sintetizaba muchísimo) y después me refugié en la lectura y las conversaciones de sofá y teléfono (ese intercambio de vacíos, que decía Manuel Delgado), volví a Isabelle Eberhardt... Luego, viendo una película de Joris Ivens sobre la guerra civil española, con la voz de Hemingway, me sorprendió que en la banda sonora, mientras se veían imágenes (y se hablaba de) de Castilla y de Madrid, se oían sólo sardanas y canciones reivindicativas catalanas, desde el Som i serem hasta Els segadors, junto al Himno de Riego. No sé quién les vendió que eso era "música popular española", pero tenía gracia. He visto que en el Macba le han incluido en un ciclo de cine.
Esta mañana, antes de irme al Mercat de Sant Antoni en busca de esas imágenes que no encuentro, leía a Alejandra Pizarnik: "... cuando leo y escribo con ganas, mi vida no me parece pobre. Todo lo contrario. Lo que me hace sentir pobre e idiota es compartir el ritmo de la llamada "gente normal", como ahora, por ejemplo, en que los otros nadan, navegan, toman el sol, hablan de cosas intrascendentes, comen y beben con gusto... Otra cosa que me dolió fue encontrarme con Marguerite Duras, feliz con sus cuatro baños diarios en el mar... (...) Y yo siempre tan lejana, tan al borde del abismo, sintiendo un dolor agudo cuando me baño en el mar, sufriendo bajo los rayos del sol, quieriendo morir de tristeza cuando juego con los niños de X., sintiendo con todas mis fuerzas que no puedo vivir, que estoy tensa y deshecha, un despojo humano...". Yo me situaba entre los dos puntos, podría disfrutar de la felicidad de esos baños de Duras, pero me siento muy mal cada vez que voy a un acontecimiento donde se reúne el mundillo editorial de BCN, y la resaca me dura siempre unos días, como el encuentro con Jacques le Fataliste.
Ayer picoteaba en la interesante correspondencia entre Sales y Rodoreda, él ironizando sobre si congelarían a Franco para que fuese eterno (faltaban días para su muerte) y diciendo de Gimferrer "com tots els joves és poeta, i com tots els poetes, és gandul". Cuesta imaginar a ese joven poeta perezoso que no acababa la traducción.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Memoria, sueños

Foto: Cyd Charisse y Fred Astaire en The Band Wagon, 1953
Yo bailaba en mi sueño de esta noche y recuerdo la sensación fluida de deslizarme sin obstáculos por una pista estrecha de madera, y veía a mi acompañante, que no sabía bailar, mirándome inmóvil como si pensara: "Baila bien, pero sigue bailando igual que antes", en una hipotética crítica por no haberme innovado. Diría que mi acompañante era alguien con quien ayer tuve una discusión difícil por teléfono, una discusión que acabó bien, aunque detrás haya cosas indecibles o cosas que pueden decirse sólo simbólica, metafóricamente, y eso lo haga todo más difícil.
Confieso que me alegra soñar, después de tanto tiempo sin recordar mis sueños.
Aún están pintando el edificio. Cada vez que salgo a la escalera me sorprende cómo el olor a pintura fresca me devuelve instantáneamente a mi llegada a Barcelona, a los cinco años, desde Figueres, al olor de la casa de la Diagonal, que me parecía tan inmensa y bonita, y que me intrigaba tanto y me llenaba de absurdas esperanzas (mi infierno familiar continuó; la única esperanza justificada era crecer para alejarme de ellos, para esquivar los golpes y salir de mi perenne encierro, pero cuántas esperanzas crecían como malas hierbas en el paisaje y los libros...). ¿Y por qué ese olor me lleva allí y no a tantos otros lugares más recientes de pintura fresca, a las sucesivas casas de mi vida adulta, a tantas otras situaciones? Tal vez porque ese olor, como dos o tres gestos cotidianos, reviven violentamente mi infancia y con ella, curiosamente, siempre hay una palpitación ensoñada, vital y esperanzada, a pesar de lo horrible que fue todo excepto el paisaje y los libros, siempre hay nostalgia. ¿Nostalgia de qué?, es mi eterna pregunta. ¿Qué había de feliz en aquello, si no mi imaginación o tal vez lo puramente fisiológico?
Ha salido el sol al fin, y yo me he ido a otra cita para el dolor de mi brazo, que no cesa. No tengo grandes esperanzas (cómo me gustó esa novela; qué deseo de releerla; yo me sentía Pip; no podía en Miss Havisham). Y mientras leo o releo a una de las protagonistas de nuestro ciclo de conferencias, Isabelle Eberhardt, y vuelvo al desierto y a las dunas y a su osadía vestida de hombre y acampando con los beduinos y perdiéndose tras la tormenta de arena... Y esa hechizante y loca combinación suya de religiosidad y libertad total, en que se adapta las normas transgrediéndolas con naturalidad.
El dolor de mi brazo ha vuelto a pasar a primer plano tras mi encuentro, hace unos días, con Jacques le fataliste, despiertas y espoleadas las tres cabezas del pozo que me habitan: aletargadas, narcotizadas por mis últimos avances, añoran y esperan una ocasión así para abrazarla y pillarme desprevenida y tomar nuevamente el poder. Son las brujas de Macbeth de mi infancia y su caldero y su canto (Double, double toil and trouble; Fire burn, and caldron bubble!) se renuevan porque yo las interioricé y porque reinaron en mi adolescencia y sólo más adelante aprendí a arrinconarlas.
Hoy le explicaba mi desesperación a un especialista de feldenkrais, un israelí de ojos azules que no quiere prometerme nada y que admite que tal vez su técnica me haya sensibilizado más al dolor. Entiendo lo que me dice y tiene sentido para mí, encaja con lo que yo sé, pero eso no basta para que nada se resuelva. Yo intuyo lo que significa este síntoma y a qué parte de mí corresponde a un nivel más interno, o más analítico. Veo con qué momento vital coincide y qué fuerzas lo movilizan. Me falta un buen diagnóstico médico, así que me he resuelto a visitar a un Doctor Muerte, aunque me gustaría llevarme un impermeable psíquico (lo imagino de charol negro) porque los médicos son a veces como esos chamanes que nos condenan a muerte y lo malo es que luego hay que morir, aunque sólo sea porque ellos lo han dicho. No sé si el diagnóstico servirá simplemente para que mi homeópata utilice esa información o para entenderla como una nueva metáfora de mi inconsciente.
Pero mientras me cuesta todo, y la vida social sigue agitándome, mal que me pese. Y los signos siguen produciéndose misteriosamente, y yo sigo escribiendo de forma tentativa, y también continúa esa serie de desplantes tan molestos -aunque ahora ya comprenda su sentido, incluso empiece a verlos integrados en un nuevo cuento sobre el dolor y la sorpresa-, y la lectura de Isabelle Eberhardt, especie de libre Li Bai más alocado, adquiere un carácter distinto en este contexto, como aquel escritor de Sarajevo que leía Un artista del hambre durante el asedio (muerto de hambre y soñando con comida), y leía Guerra y paz en plena guerra. Y todo eso sale en mi libro balcánico, que cada día que pasa está más cerca, a pesar de las brujas de Macbeth. Por cierto, que esta mañana he recibido un mensaje de una mujer ilustre que había leído La plaza del azufaifo y me decía: "Isabel, me leí tu libro hace ya unas cuantas semanas. Me ha gustado muchísimo, es de las lecturas que más he disfrutado en este año. Es precioso. Se devora... También me he vuelto mucho más atenta a los árboles y el fin de semana pasado en Sevilla me acordé de tí por los impresionantes ejemplares centenarios que hay en esa ciudad. En cambio en Madrid es muy triste ver cómo al ayuntamiento le ha dado por poner un material sintético, cubriendo totalmente las jardineras y bordeando el tronco de muchos árboles de las aceras y tapando sus raíces. Esto ya me había llamado la atención hace tiempo, pero tras leer tu libro comprendo que es arboricida y me angustia todavía más. Imagino que es para que los perros no defequen, pero en realidad es imposible que esos arbolillos escuálidos crezcan aprisionados en el cemento ese... He aprendido mucho de tu libro, al tiempo que lo he vivido con emoción y ésa es la clase de libros que uno necesita leer para que la vida valga la pena." Ese mensaje generoso, unido a las inteligentes y esperanzadoras interpretaciones que V. me ha hecho hoy de mi serie de infortunados desplantes, se ha convertido en lo mejor del día. Pero aún me queda una cena esta noche y espero volver a tiempo antes de que la carroza se convierta en calabaza!
Todo el día intentando publicar este post, pero el servidor me lo impide. Ayer fui a ver el Herbarium de Manel Armengol en la galería Triangle, vale la pena. Y he vuelto de la cena con RH., que me había mandado un cuento hoy. Yo siempre le pregunto por su abuela, de 99 años, que les recibe a su padre y a él diciéndoles: "Buenas tardes, señores, no sé quiénes son ustedes, pero me encanta recibir visitas..." Está preocupada porque había calculado su pensión hasta los 100, ¿y si llega a los 110? La cena ha sido divertida, a pesar de que había uno de esos temibles grupos de 20 allí sentados. Hemos llegado al último metro y he tenido que bajar las escaleras corriendo y RH se ha admirado de mi velocidad. Su tren aún no había llegado...
La otra buena noticia de la noche es que VM me incluyó en la lista de los blogs que visita. Hay cosas que no puedo explicar, sólo constatar la sensación, que es poderosa y errática. Por ejemplo, la presencia del librero de la calle Berlinès o de L.O. en mis presentaciones callejeras me parecían una garantía de que todo iría bien, y que mi blog esté en esa lista forma parte de la misma, si estoy en esa lista, por muy larga que sea, no puedo evitar la impresión de que, como diría mi amiga neoyorquina, something good will happen.
Todo esto fue ayer jueves, porque el servidor rebelde no me dejó postear... Firmad aquí para salvar los árboles de la Diagonal, Joaquim Folguera, la Ciutadella! Y no hagáis caso de la petición de dinero de la web, nada que ver con nuestro manifiesto...

lunes, 10 de noviembre de 2008

De la vida social y otras cosas

Foto: I.N., Corteza de árbol en Collserola, 2008
Un espíritu riguroso y casi monacal se apodera de mí a veces tras varios días de agitada vida social, con cumpleaños escorpinianos incluidos. Sostiene ese espíritu que todo lo externo es inconsistente, e intenta culpabilizarme por no haberme centrado en la escritura solitaria. Cierto, ayer dediqué la tarde a escribir o intentar escribir mi libro urbano, o pensarlo mientras lo escribía, pero eso no es suficiente para el monje que me habita, que censura mi falta de sueño nocturno y considera que debería haber empezado al menos dos artículos pendientes, uno de memoria histórica y otro de azufaifos y ciudad. Debería haber avanzado más en mis investigaciones de autoras para las conferencias, debería... Todo esto me recuerda a los diarios de Tólstoi: aquel desequilibrio constante entre lo que se proponía hacer y lo que realmente hacía. ¡Pero él escribió Anna Karenina!, pensaba yo incrédula ante la censura férrea de su súper-ego furibundo. Acabó por abrumarme. Dios le da a uno un don, escribió aproximadamente Truman Capote, y se lo da con un látigo. Para autofustigarse. He leído un librito contemporáneo en el que la autora exponía-deconstruía ese proceso suyo de escritura, con fustigamientos mezclados al humor, su búsqueda de un ángulo y de conversaciones imaginarias para no contar o contar sesgadamente y deprisa... Me hizo pensar en aquel libro sorprendente que me prestó V. una vez, La locura Wittgenstein, donde una psicoanalista era visitada por el filósofo, que se le aparecía (como la Filosofía al pobre Boecio encarcelado antes de su ejecución) en las situaciones más difíciles y lanzaba sus frases casi crípticas, que a ella le permitían hacer sus descubrimientos, sin preocuparse por hacer el ridículo...
El sábado, en el Babelia, Muñoz Molina hablaba de los árboles, de una exposición que los defiende en la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid mientras aquí sólo los maltratan y cortan. El artículo era bonito y la foto también, pero su queja parecía presuponer que en todas partes del mundo arrancan y talan los árboles sin límites legales, para construir, y no consideraba que en otras partes del mundo (y en general en Europa) las leyes los protegen, no como aquí, donde predomina el mismo viejo y furioso impulso arboricida que Stendhal atribuía con razón a los españoles, un impulso que se extiende a aquellos que acuchillan los árboles para grabar sus nombres, que les hunden basura en sus huecos, que les atan cables eléctricos y adornos navideños estrangulando sus ramas, que los cortan porque "les tapan la vista", pero sobre todo a aquellos responsables que los podan mal y a destiempo, cuando ya están enfermos o cuando es arriesgado, que mandan cortarlos con cuaqlquier motivo o sin él (tranvía, metro, montaña rusa, bicing, cualquier pretexto es bueno para dejarnos sin su sombra, sin su tierra, sin su oxígeno), y aún más a esos arquitectos antisostenibles (¿cómo se atreven a hablar de sostenibilidad y de ahorro de energía si deciden cortar árboles que han tardado un siglo o medio para crecer y empezar de nuevo con otros? ¿De dónde sale ese desprecio?). Que vayan a Alemania, a Inglaterra, a Francia y propongan sus barbaridades arboricidas y verán cómo se les oponen. Esas talas salvajes que se practican aquí no forman parte de ningún progreso y a mí me sigue escandalizando que nuestras leyes no pongan límites. Por cierto que L.O. me mostró un libro precioso y antiguo de casas retratadas por una fotógrafa americana, FBJ. Allí, los árboles se fundían con la arquitectura, reseguían o contrapesaban sus estructuras formales, entablaban juegos de luces y sombras y reflejos con las fachadas. Todo era tan bonito... Había muchas casas altas de madera combinada con altas y dobles chimeneas de ladrillo formando cenefas, había escaleras y molduras y chimeneas y una amplitud y unos espacios que por comparación, me hacen pensar que vivo en el puro embrutecimiento y la reducción máxima, pero sobre todo el silencio de aquellas casas llenas de viento, árboles y pájaros, sin obras ni griterío ni tráfico ni humos. Tal vez lo más sugerente era eso: la combinación de silencio, murmullo de hojas y juego de luces y sombras de los árboles inmensos que las acariciaban.
A veces, en los periódicos, aparte del suplemento literario y de artículos como el de V.M de ayer, encuentro consolación en la carta de algún lector crítico que no mienta. Ayer había dos cartas que me interesaron: Una hablaba de la vergüenza y tristeza de la plaza Lesseps. La otra de las mentiras y la pasividad sobre el aumento del coste de la vida en estos últimos años, sobre ese atraco a mano armada que nos practican sin que nadie lo limite.
Citaré a V.M. (aunque mi blog no esté entre sus elegidos), que decía el mes pasado: "Se hace difícil volver, pero ya he vuelto. Lo que sucede es que me hago fuerte en casa, me resisto a salir. Temo que hayan iniciado la destrucción de la Diagonal, y eso ya no quiero ni verlo. Que no quiero verla, que decía Lorca. Aunque, de hecho, esa destrucción la iniciaron hace años, cuando la transformaron en intransitable y hasta altamente peligrosa para los paseantes. Pero ahora parece que la cosa va todavía más en serio. Se intenta copiar la ejemplar destrucción de la plaza de Lesseps de estos últimos 40 años. La plaza Lesseps, sí. Ese icono total de nuestra inigualable incompetència."
Dadas las circunstancias, no es extraño que esta noche haya soñado que la fachada de casa se abría a un paisaje urbano distinto, a un escenario como de cuadro de Edward Hopper, y yo seguía en Nueva York. Y qué diablos, es posible que siga ahí. Después de todo, nada nos dice dónde nos encontramos y, como diría Mark Strand, cada momento es un lugar donde nunca hemos estado."
Pasar por ese lugar horrible que es Lesseps es una tortura y produce indignación y tristeza. Los responsables municipales de ese desaguisado quieren ampliarlo a la Diagonal, a la plaza Joaquim Folguera, a todas partes. Se supone que ellos no necesitan oxígeno para respirar o tendrán preparado retirarse a una ciudad francesa cuando acaben de torturar a los envilecidos barceloneses durante años de obras y polvo, dejando la ciudad convertida en una autopista. Y los arquitectos que han diseñado ese horror deberían estar entre rejas.
Otra cosa que me cuesta entender son esas tertulias de gente que no sabe nada. Esta mañana he oído un fragmento de una y daba vergüenza. Si se trataba de decir boutades sobre las noticias centrales, al menos podrían haber sido más ingeniosos. ¿Pero a quién le interesa la opinión de gente que no sabe nada ni parece capaz de pensar? Ayer también, en una sección de El País que me repele tanto como las páginas de sucesos, hablaban de las madres inmigrantes que se ven obligadas a dejar sus hijos en el país de origen: la lista de consejos y recomendaciones (al parecer, de una pedagoga) para superar ese trauma era completamente banal. Pero en este país a los medios ni se les ocurre como en Francia preguntar a un psicoanalista, que al menos vería más allá de sus narices y podría reflexionar en lugar de dar recetas como "hay que usar palabras de amor en las conversaciones telefónicas... La risa es muy útil..." Uno se imaginaba a la madre que intentara reírse al teléfono porque es útil o impostara expresiones amorosas porque se lo han aconsejado. Como si lo importante en cualquier caso, lo que transmitimos, no estuviera debajo y no fuese inconsciente y poderoso. La mediocridad y la estupidez (esto me recuerda a John Malkovich en una película de los Coen, encañonando a un tipo: "Usted representa la estupidez del mundo, contra la que siempre he luchado". En esa película, que debe mucho al Superagente 86, excepto en el para mí insoportable exceso de violencia, también parodiaban las conversaciones telefónicas con un ordenador, que todos sufrimos en estos tiempos) suele tener más éxito que la complejidad y la reflexión o los interrogantes. Ayer V. trataba de algo parecido en su blog respecto a los que hablan de China y los editores que deciden publicar lo mediocre y engañoso antes que lo iluminador.
Hace un sol magnífico, casi calor. Se ha despertado e intensificado el dolor de mi brazo, planteándome nuevas preguntas amargas y desesperación.
En El País, un artículo habla (someramente) de los posibles efectos de la crisis en el mundo de la cultura, los museos, las ventas de libros, las entradas de teatro en NY. Por una parte, se dice que en la crisis necesitamos más libros y más arte, más exposiciones. Los libros son los regalos más baratos que podemos hacernos, añaden. Pero las entradas de teatro son demasiado caras. Ante la crisis, dice El País en esa sección frívola, las drogas se abaratan. ¿Y la comida? Los precios de los productos básicos son astronómicos en este país, y más aún en mi barrio. Es una vergüenza.
Otro elemento que se añade al panorama desolador de desierto cultural, gobierno del mercado y sus lobbies por encima de todas las cosas y destrucción de la enseñanza y el humanismo es el siniestro proceso de Bolonia: lo explica muy bien José Luis Pardo.
Yo sigo picoteando un poema de Lavorare stanca de Pavese casi todas las mañanas. Anoche rescaté a Li Bai y a Alejandra Pizarnik en busca de un poema que hablase de la muerte, por si acaso acabo asistiendo a una sesión poética en Cadaqués, con ese tema. Podría leer uno de mis dos o tres favoritos en ese punto. O tal vez debería escribir algo, ya que para mí, Cadaqués siempre está relacionado con la muerte de mi padre y con la imposibilidad de soslayar su ausencia allí. Y como siempre, dudo si ir. Me entristece la sensación de vacío que me produce el lugar, abarrotado de una gente desconocida, zafia y ruidosa, de coches y motos, sin los viejos conocidos de antes, con la construcción excesiva y descontrolada invadiendo las montañas y la costa, destruidos los antiguos caminos de grillos y muros de tierra seca y sustituidos por más asfalto. Pero hay un paseo hasta el faro de la Sebolla o de Cala Nans que me gustaría tanto repetir, en solitario (si aún montase me gustaría hacer justamente a caballo ese recorrido que ahora hago a pie), cruzando los puentes de piedra, por la montaña aterrazada y con aquella luz... Es la misma luz de los poemas de ese libro de Pavese.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Imprevistos

Foto: Frances Benjamin Johnston, retrato sentada frente a la chimenea, vuelta a la izquierda, con un cigarrillo en una manoy una jarra de cerveza en la otra, en su estudio de Washington, D.C., 1896 (pongo esta foto en homenaje a Lydia Oliva, que me hace descubrir estas maravillas).
Este libro que ahora empiezo me arrastra a la calle (y con mi cutrecámara) y eso es en cierta manera un desafío o un desconcierto. Por un lado siento que me escapo y por otro... Aún sé poco de ese libro extraño y la impaciencia me ataca de pronto. Y al mismo tiempo, qué agradable sentirse acogida en un libro e irlo alimentando de pequeños fragmentos, ideas tentativas, exploraciones... sin saber.
Por otro lado, aún estoy preguntando a algunos, contados, editores, si quieren leer mis cuentos, siguiendo las recomendaciones de la experta librera y también una sugerencia del librero de la calle Berlinès (quien por cierto sigue extendiendo su actividad y ahora coedita el libro El secreto del cristal. Aforismos y desafueros de Gonzalo Suárez, junto con Anne-Hélène Suárez; he leído una cita magnífica y he pedido que me lo reserven).
En esta ocasión tenía que ir al Born, donde pensaba cumplir varias misiones: 1) visitar uno de los lugares de mi libro, registrarlo, pensarlo; 2) deshacerme de la maldición de Jacques Le Fataliste (que casi acaba conmigo ayer; de hecho no pensaba volver más a este espacio, y eso que ayer me visitaron 400 lectores invisibles: ¡Gracias a ellos!) con remedios recomendados por una amiga madrileña más espiritual que yo (de hecho cada vez se parece más a Rayo bendito, aquel monje budista de Tintín en el Tibet, que levitaba y tenía visiones; sólo que ella es guapa y "un jardín para sus amigos", como le dijo una vez una bruja en Ibiza que era como la hermana pequeña de Cher), adaptados a que por allí hay un templo hospitalario donde una vez me dijeron que siempre podría acudir a pedir ayuda; 3) comprar un saquito de Lung Ching; y 4) lo que saliera. Ese último apartado ha incluido hacerme con un chal indio de lana de esos finísimos que pueden salvarte de una pulmonía sin añadir peso al bolso (ni quitar demasiado a las arcas), y otro ha sido aterrizar casualmente en la tienda anticuaria hindú de JP, que acababa de volver de la India. JP es uno de esos vendedores que no quieren vender, personajes que yo colecciono metafóricamente. Tiene la tienda abarrotada y ya no le cabe un peine, pero observa con gran desconfianza a los que osan acercarse con ánimo comprador y temo que los eche sin contemplaciones, como aquel personaje de la tienda de discos de Nick Hornby. JP se había releído el Quijote y Anna Karenina en su periplo hindú, además de un Camus y no sé si algún Amitav Gosh. Dice que Anna Karenina es el mejor personaje femenino que hay en la literatura. Por cierto, me ha hablado de una novela de Camus que pasa en Bruselas, una historia llena de niebla, pero yo me temo que sea La chute y que se trate de Ámsterdam. Y es una lástima porque me la habría llevado en mi viaje a esa ciudad europea... Me encanta leer las ciudades mientras las visito, se duplica y distorsiona la mirada, se ven otras capas de tiempo... Yo le he hablado de mi fascinación por Le premier homme... Hemos seguido entre libros y conferencias. JP es hipercrítico y apenas le gusta nada. Me ha dicho que le interesó más o menos mi conferencia sobre Natalia Ginzburg (cuando me dejaba ir y transmitía mi pasión, dixit), pero no le gustó la de los Diálogos en el Jardín (No hay escritura sin memoria) porque cuando la gente que habla de sí misma se aburre profundamente. Es decir, no le convence el uso de lo autobiográfico como construcción -o como pregunta, que es mi caso, yo creo que mis cosas o algunas de ellas, mezcladas o recortadas, me sirven para interrogarme e interrogar, y para mí, esa double exposure suma cero, es decir, yo no siento que me exponga, sino que utilizo, construyo, tal vez deconstruyo... Pero él, a la que huele algo que podría sonarle personal o de supuesto ajuste de cuentas (yo procuro ajustar cuentas sólo con el tiempo, el fatuum o los posibles sinsentidos) se distancia y abandona.
Enseguida ha llegado P.A., un director de documentales amigo de J.P. que se ha unido a la tertulia. J.P. le ha criticado un texto académico suyo como introducción de un curso. Luego hemos hablado un poco de cine. P.A. hablaba de Vertov y al volver me he topado con un blog donde lo citaba con su nombre real. (JP hablaba de la región india de Orissa y al leer en El País a la vuelta hablaban de la violencia en esa región; he titulado Imprevistos este post y luego leo en el índice del libro que leo un capítulo titulado Imprevisto. Envío mis cuentos a un editor y al día siguiente otra editorial me manda un libro escrito por él, y me encargan la reseña de un libro publicado por él...; esas cosas pasan y yo ni siquiera puedo contarlas, sé que hay gente que las interpreta como signos, pero siempre recuerdo el delirio de un enfermo que decía: "Los suecos me miran en la playa, ¿sabes qué significa? que me van a dar el premio Nobel") tiene ya montones de películas que enseñarnos y un día de éstos tal vez convenceremos a la Belle Elaine para hacer un pase en su casa. Claro que ella, E., tendrá también material mexicano que mostrarnos, ya que acaba de llegar del D.F. y justo en plena fiesta de los muertos, y ella con su cámara de cineasta... JP no reconoce a la Ginzburg como escritora de primera (lo es sin duda), aunque le gusta, y PA se ha burlado de él porque afirma que "la fotografía no es un arte". Y con todo, parece que la fotografía apasiona a JP.Y rodeados y arropados con figuras de Ganesh, Lakhsmi, Vishnu, Hanuman, algunos Budas y tantos otros personajes de la abarrocada fantasía mítica hindú, con mis sillas favoritas ocultas tras otros muebles, colgantes, tobilleras, cinturones tejidos, dagas y cuadritos con esa plata bañada en oro que por lo visto vale un potosí, hemos hablado un rato hasta que ellos han cogido sus bicis y yo me he vuelto hacia el Ateneu, donde pensaba quizás encontrar a R, con quien hace meses intento (intentamos) quedar a cenar, pero es muy complicado. Hoy tampoco ha podido ser, y se me había hecho tarde para ir al CCCB a la expo china, donde estaba seguramente V., así que me he vuelto perezosamente a casa, pensando en leer a Isabelle Eberhardt para mi conferencia y a Natalia C para La Vanguardia y rematar con un episodio de In Treatment.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Hoy


Foto: I.N., Collserola, 2008

He empezado, tentativamente, un libro nuevo. Creo que la escritura, el tono de ese libro (que, si todo sale comme prévu, editará Melusina), surge de aquí. Es decir, no es que sea una escritura bloggeresca o que siga una convención de blogs, sino que yo la he aprendido o se ha generado en este espacio. Veremos cómo avanza pero ese primer capítulo o entrada o post, que lleva su foto: lo ha escuchado G. (me ha animado mucho) y lo ha leído L, que me ha llamado para decirme que le encantaba (aún me ruborizo cuando pienso que me ha comparado a Atget, que fotografió el París que ya dejaba de existir. Guardo su mensaje en la carpeta For Dark Moments). Trata de la ciudad que ya no existe, de la Barcelona que se fue y la que queda. De vestigios y recuerdos, de eso trata. Veremos.
Mientras, he ido al premio Herralde de novela. Lo ha ganado un escritor mexicano, Daniel Sada y el finalista es el escritor peruano Iván Thays. Sada ha contado con gracia su novela de una historia de amor con pudor exacerbado, de amantes que no se tocan, que apenas se ven nueve horas en nueve años...
Estaba Enrique Vila-Matas, aunque no sé si estaba realmente allí, o si seguía en Nueva York, se había ido a Londres o a cualquier otro lugar para no estar en Barcelona, de la que querría siempre huir. Pero se le veía contento, tal vez precisamente porque se mantiene fuera. Herralde también estaba contento: ha dicho que aparte del ganador y el finalista, otros tres libros presentados al premio se publicarán en febrero, ya que el nivel era alto. Otro miembro del jurado, Luis Magrinyà estaba sólo en espíritu, que según él, es como mejor luce. Pero sí he encontrado a Paulina Fariza, también editora mía de Si un árbol cae (mi libro balcánico), y unos cuantos albaneses más. Se podía fumar... He visto un momento a Valeria Bergalli, que me ha hablado de su primer autor del país, Jesús del Campo, un asturiano que elogia Azúa. También estaba mi editor del azufaifo, José Pons, y la responsable de prensa, Carol París. Pons hablaba con Lluís Morral, de Laie (quien por cierto sigue considerando que La plaza del azufaifo es un libro de barrio, no sé por qué esa obstinación, y cree que sólo se venderá bien en la Platón. Le he dicho que se vende bien en La Central, por ejemplo, que no es del barrio, pero sé que no voy a convencerle; se nota que no leyó al Llibreter, ni ha abierto mi libro), sobre la crisis. Dice que aún no la han notado, pero él es pesimista. Me cuenta Cacho que en Argentina la gente siguió leyendo, pero prestándose o recurriendo a librerías de lance y bibliotecas. En cambio Juan Milà, de Salamandra, es moderadamente optimista porque cree que en tiempos difíciles, la gente necesita más los libros. Y yo estoy de acuerdo (mientras no lleguemos al panorama apocalíptico de las guerras del agua). Creo que los libros consolarán a muchos de no poder viajar, comprarse ropa, cambiar el coche o el sofá... Me cuenta JM que, en Francfort, los editores e mostraban mayoritariamente optimistas.
He saludado a Jesús Zulaica, "Yo te hacía en Tarazona", me ha dicho. Y me ha aconsejado que proponga un taller; tiene toda la razón. Dice que la conferencia de Manguel fue magnífica. Zulaica venía de Kenia y de Italia, donde había comido gíuggiole y de pronto se había dado cuenta de que eran azufaifas (me ha recordado a Aldo Busi, que quería quedarse a nuestra fiesta del gíuggiolo). Z. también intenta moverse lo más que puede, llevándose sus traducciones por ahí. También he hablado con Cristian Cirici (no falta casi nunca), que firmó por los árboles de la Diagonal, y Anna Bricall. No he visto a Ana María Moix.
He vuelto temprano, andando y contemplando los erguidos plátanos y las jóvenes acacias de Sant Gervasi, pensando: Por lo menos a vosotros no os talarán.
Y al llegar, G. estaba instalando un aparato de dvd nuevo que ayer me regaló Tigridia. Veremos si ahora podemos ver todas esas películas raras bajadas de Internet por unos y otros, películas orientales de V., películas bien elegidas de Magrinyà y películas de G. Por cierto, conectando con personajes de Peter Pan, C. me escribió el otro día: "Bel, el jueves fuimos al Auditorio, cantaba Jessye Norman. Lo más impresionante fue que había ¡una directora de orquesta! Nunca había visto a una mujer dirigiendo una orquesta. Me emocionó. Lo más parecido que había visto eran las hadas, con su varita mágica, y ¿Campanella? de Peter Pan. Y en verdad esa mujer tenía algo de Campanella, moviendo grácilmente al compás de la música todo el cuerpo, y no sólo el brazo o la mano: un movimiento fluido, armonioso, sutil, que sabía ser muy enérgico cuando la música lo requería. Muy delgada, con pantalón y zapato plano negro, sobrios y masculinos, una levita blanca con vuelo, que cimbreaba al ritmo de su movimientos, y una bonita melena que en los descansos se mesaba, y que al saludar echaba hacia delante, hasta casi tocarle el suelo. ¡Un espectáculo! Eso sí, en un alarde de modestia quiso quedarse en segundo plano y dejó que fuese la Norman quien recibiese todos los aplausos. Se llama Rachael Worby, y en el 84 ya dirigía una orquesta." Recordé un artículo de Le Monde donde contaban las dificultades de las mujeres directoras de orquesta para superar el boicot de tantos teatros y festivales donde se niegan a contratarlas, aduciendo que es trabajo de hombres. Pero parece que ya empiezan a superar esos prejuicios. Yo vi una directora excelente y elegante, casi coreográfica, justo antes o después de que actuara la Camerata Sant Cugat.
Y ayer fui con Tigridia (y Cacho vino un poco) a ver Rodchenko y me gustó mucho, sobre todo las fotos, tan cubistas, me recordaban al D'ací d'Allà, y esas composiciones constructivistas, y los carteles con Mayakovski (yo descifraba las letras cirílicas), lástima una réplica absurda de un mueble que contrastaba para mal con el resto. Ya me lo dijo L. y tenía razón, ¿para qué las réplicas? La exposición vale la pena y me he quedado con ganas de quedarme el catálogo, pero tuve un momento rata y no lo compré.
En Polis hablo de la victoria de Obama...