Foto: I.N., Restos de un antiguo esplendor, Barcelona, 2008.
Que tengo el blog abandonado. Ya no recuerdo qué es lo que me ha apartado de aquí. Tal vez mis proyectos de otros ciclos de conferencias con Lydia Oliva, que se multiplican. O una pequeña traducción urgente. O mi glorioso aunque lento retorno a la escritura (propiciado por una frase de mi editor), en un proyecto interrumpido, pues depende extrañamente de unas imágenes que surgen de mi memoria y que tengo que ir a buscar a la calle, con la cámara, cuando todavía existen. A veces, en su lugar me encuentro ruinas con obreros poniendo cimientos para construir un nuevo horror sobre la belleza perdida, como me pasó el otro día en ese tramo tan afeado y ruidoso de la calle Còrsega, donde habían derruido el histórico Cibeles (nos arrancan trozos de memoria y los llenan de sus feas nadas, de sus vacíos sucios). Siempre he asociado el trabajo a mi mesa, a un ordenador desde que existen los ordenadores individuales, y me cuesta pensar en un trabajo callejero sin sentirme culpable, y sólo lo hago de paso, a la carrera, o en domingo: hoy me ido corriendo con la cámara a dos lugares de Gràcia, identificados primero por alguien más memorioso que yo mediante el qdq. Corría murmurando oh dear, oh dear, I shall be late..., porque G. esperaba sus patatas chinas al horno, y más tarde bajaré a ver al pobre azufaifo, rodeado de pájaros, flores y de la basura que esos mutantes que nos rodean, feos barceloneses descerebrados y salvajes, le arrojan a diario, para alegría del distrito y su regidora, quien ha expresado en reuniones y cenas su disgusto por la preservación del azufaifo. El florista me ha parado para decirme que el día 7 de abril una concejal del distrito hablará en Vil·la Florida del proyecto de tala masiva de los almeces; pobre plaza Joaquim Folguera. Yo no iré. Escuchar a esa gente mentirosa y arboricida del distrito es peligroso para mi salud. Pero preguntaré a alguien que vaya, tal vez algún periodista...
Mientras, he leído, avisada por mi editor, que Alejandro Gándara vuelve a citar mi libro en su siempre interesante blog (con mordiente literario) y eso me llena de alegría. Lo importante es que quienes saben de literatura lo valoren, no la opinión de quienes no saben. "No paro de leer críticas favorables de tu libro", me dijo el otro día Jordi Herralde, antes de la charla que mantuvo con Vicente Molina Foix en Bertrand. Les escuché decir que nadie compra cuentos y me habría gustado quedarme para objetar. Vi a Pere Gimferrer, pero no pude saludarle; tuve que irme antes de que terminara y se lo dije cuando me lo encontré el viernes en el bar de Casa Fuster. "¡Has escrito un libro albano-kosovar!", me dijo al saludarme. Hablamos un momento. Le conté que alguien me había recomendado efusivamente su libro Tornado, que aún no he tenido ocasión de leer, pero lo remediaré pronto. En la librería Bertrand yo buscaba maquinalmente el espacio del antiguo cine. Vi que predomina ostensiblemente el best-séller (me consoló el jardín del fondo) y fui a "quejarme" de que no tuvieran mis libros, pero resultó que La plaza del azufaifo estaba en el escaparate. Una buena librera que trabaja allí me dijo que pensaban equilibrar esa desproporción momentánea con otra clase de libros, reclamó 100 días para valorar la librería y me prometió que pedirían más ejemplares de Si un árbol cae. Hace poco me escribieron de una librería madrileña, De Viaje, donde recomiendan el libro en su web y en el escaparate.
El viernes por la noche fui a ver la película de Doris Dörrie. Por desgracia, sólo la ponen en ese cine semiabandonado que es el Casablanca Gràcia, donde hay asientos impracticables con el cartel "butaca averiada" (lástima de cámara) y nos dieron unos pedacillos de papel donde la taquillera había anotado la sesión a mano. Me recordó a aquellos descampados, campos abiertos o barrizales en el Marruecos de hace treinta y pico años, donde al dejar el coche siempre aparecía un hombre de detrás de unos arbustos diciendo Parking! con un pedacito de papel donde ponía 1 dirham, tachado, 3 dirhams... La película me gustó, pese a una longitud tal vez excesiva y pese a que hay algo exagerado o mal explicado en esa familia que se desconoce (y eso sí me resulta familiar... Pero lean mejor el comentario inteligente de V). Yo iba con mis pensamientos negros sobre las maldiciones y desencuentros familiares y me gustó que se hablara de eso, de lo que no se podía o no se lograba decir, de la torpeza y de las prisiones de cada uno. Me gustaron las imágenes, me gustó mucho la actriz protagonista, Hannelore Elsner y no pude librarme de la tristeza. Se trataba de la vejez, y yo me sentía como mi amigo octogenario cuando fuimos a ver aquel maravilloso teatro de Riga y nosotros nos reíamos, y él dijo que nosotros no podíamos entenderlo pero para él era duro. J'ai plus de souvenirs que si j'avais mille ans, pensaba yo, y me sorprendió que alguien joven llorase a mi lado mientras que su acompañante dormía.
Mientras, acabé mi conferencia sobre el dolor, aunque no la he revisado. Estuve buscando con ese pretexto en el libro de Sophie Calle, picoteando otro de Chantal Maillard, hojeando uno de la Duras que no abordaba el tema, seguí con Colette, que sí lo aborda. Con mi torpeza tecnológica no supe poner en facebook un vídeo histórico punk que siempre me vuelve a la memoria y que data de la época de una de mis muertes. En su Dietario voluble, de hoy, VM habla de la condición amoral de la literatura. Justamente ayer pensé que disentía del texto de otro articulista que defendía a Soljenitsin diciendo que no le importaba que no fuese una cumbre de la literatura y yo me preguntaba por qué defender al quejumbroso Soljenitsin si está Shalamov, que sí es una cumbre de la literatura... Fue Shalámov quien me hizo comprender a mí los horrores de Stalin. Él sí siguió la máxima de Spinoza: "No llorar, ni lamentarse, inteligir." Es como si VM le contestara. Pero luego he empezado a preguntarme si me habría explicado bien en una de mis reseñas, donde sí cito cierto código moral o mi falta de simpatía por su actitud, aunque creo que he dejado clara la sensación de tedio que me produce esa escritura vacua, para mí sin vida (intento como siempre mostrar su escritura, para que quienes me lean puedan decidir que tal vez a ellos sí les interese). Dedicarse a la ensoñación inocente mientras a su alrededor, los suyos perpetraban matanzas y genocidios, aunque no me inspire simpatía, podría justificarse con buena literatura descreída y amoral. El problema es que, para mí, su escritura sólo muestra un vacío tedioso con el que rodea su silencio. Yo necesito la subjetividad en la lectura como condición necesaria e inescapable, y por eso tampoco pretendo ser indiferente a la ideología o la moral o los estereotipos, porque también detienen la lectura, aunque sea por saturación de un discurso reductivo. O de un mensaje que se superpone cansinamente a la forma y la pervierte, la agota, la limita... al menos a nuestros ojos, con nuestra lupa. Por encima de todo está el goce de la literatura. Si no no podría explicar por qué perdono la misoginia rabiosa de unos y nunca la de otros. Todo depende de la escritura y de lo que cada lector encuentre en ella.
Mañana, nuestra última conferencia en CajaMadrid. Hablaremos de Gisèle Freund y Natalia Ginzburg. A las 19h en plaça Catalunya 9. Entrada gratuita.