Foto: I.N., Mirlo en Belair, Luxemburgo, 2007
Mientras iba a comprar jamón a aquel hombre que lee a Chateaubriand, no he visto un escalón y me he torcido el tobillo. Al principio he seguido andando, pero unas horas después, al volver a casa de acompañar a G. con P. a su visita traumatológica (!), el dolor se ha vuelto insoportable. No podía poner el pie en el suelo y me he puesto de color gris y el pie sombreado en negro, con un dolor intenso que me arrancaba lágrimas. G. me ha traído sus muletas y mientras contemplaba mi avance por el pasillo, ha dicho: "¿Quién hace ahora el ruido del capitán Ahab?" Me sentía tan torpe con ellas que he decicido andar a la pata coja (para regocijo de los amigos que han llegado después) o desplazarme de lado con un solo pie en una especie de twist.
En cuanto a mis problemas estomacales, se han desvanecido ante el dolor del pie, un poco como decía Séneca, citado por Montaigne en francés: ""J'étais trop torturé par le mal de mer pour songer au danger", cuando, enfermo de mareo en el barco, decide ganar la orilla a nado.
En el momento peor de la crisis y desaliento, he llamado a mi sabia homeópata, le he dicho: "Tendré que ir a que me vean..." Me ha dicho: "Nooo... ahora te tomas Rhus toxicodendrum 30ch en una disolución, y mañana, si sigues así, ya irás al traumatólogo". ¿Cómo lo supo sin verme? Ella es así. Efectivamente empecé a mejorar al cabo de dos horas. ¡El dolor se desvanecía! He puesto música y he visto que podía bailar con un solo pie. Han venido mis amigos con sus películas, su champagne francés, su maravillosa quiche "de todo" y su chispeante conversación. He tenido que recibirles tal como iba, en vaqueros y camiseta negra, hemos cenado, hablado y hablado, y claro, a la hora del cine medio dormitábamos. Hemos visto una de las primeras pelis que hizo Scorsese (Who's That Knocking at My Door), muy formalista y godardiana (¡no pasaba casi nada! Una escena interesante y triste sobre la misoginia y los celos, que me hizo volver a Coetzee, que en su Boyhood muestra tan claramente esa raíz edípica de la misoginia), incluso buñueliana o lynchiana! Con un Harvey Keitel jovencísimo y asombroso. Luego hemos revisto Peeping Tom, un clásico (no recordaba que salía Moira Shearer, Miss zapatillas rojas! otra película de Powell). Se nos han pasado las 12 y nos hemos comido nuestros arándanos y frambuesas tarde, cantando unas imaginarias campanadas entre risas. Y hasta le he echado las cartas a uno de los invitados (aunque echarlas sin saber de qué se habla es siempre peor, no se puede decir apenas), y D. nos ha leído un horóscopo numerológico que todos menos D. (¡a él le favorecía!) hemos tachado de equivocado para 2008. Y con las horas, no sé si por la homeopatía o por los amigos o por una combinación feliz de las dos cosas, mi pie ha ido mejorando y ahora, abandonadas las muletas, voy cojeando, pero ya apoyando ligeramente el pie en el suelo y puedo decir que no empiezo el año con tan mal pie. En medio de los sms que iban llegando como pequeña lluvia con sus interferencias, ha llegado uno especial de G., que hablaba de mi libro balcánico y me hizo pensar una vez más en la suerte que he tenido con él.
Sigo pensando que no dejo de buscar maneras de no ir a la casa de mi infancia, donde hay que despejar y vaciar.
Y ahora quería dejar aquí, como celebración de este año, uno de los brindis de Li Bai, ese poeta chino favorito que me descubrió V (no se pierdan su post de fin de año, ni el Tanguy de Cachodepan), ese autodesterrado libre, traducido por Anne-Hélène Suárez.
La hierba vernal, como intencionada,
se extiende a la sombra del pabellón.
La brisa oriental trae melancolía,
del cabello cano sufro el asalto.
Solitario bebo, invito a mi sombra,
retirado canto al bosque oloroso.
¿Qué sabéis vosotros, pinos vetustos?
¿Para quién lanzáis los suaves rumores?
A la luna danzo sobre las rocas,
mi cítara taño en medio de las flores.
Fuera y más allá de esta única jarra,
no hay preocupación que turbe mi mente.