jueves, 31 de marzo de 2011

Este invierno

Foto: I.N., Las sequoyas de John Muir, 2011
Se me ha hecho muy largo y frío, pero dos amigas me dicen que ha sido un invierno suave, que apenas han puesto la calefacción, que han llevado poco el abrigo. Tal vez haya sido mi invierno interior, ese frío de Scrooge que aprieta los huesos anímicos, que me ha helado por dentro y ha convertido mi espíritu ligero de cigarra nonchalant en un viejuzo lleno de tos y lagrimeo. Fue la muerte de M la que pintó este paisaje de barro y desolación. Y luego, a pesar del viaje y de los bosques de Muir, como en su estela, pasé por Allí, y estuve en Outland, y una parte de mí sigue sin recuperarse, y como símbolo, uno de los tres puntos de mira de mi intervención, ese lugar simbólico donde se corta el cordón que nos une a la madre, se ha rebelado y no ha querido reabsorber sus puntos, y arde incluso mientras hago mis ejercicios en el gimnasio alemán. Es como si no hubiera cura y Jacques le fataliste intenta celebrar mi caída. Le digo a G., que está casi curado pero aún no ha recobrado su aspecto esplendoroso y se niega a salir de fiesta, que aproveche estos días para estudiar.
Ayer fui a comprar una papaya y el frutero me contó que su madre murió y él se puso enfermo y no se acaba de curar. Me pareció curioso que su historia repitiera un eco de la mía, aunque su explicación era errática y no pudo interesarme. Una amiga madrileña protectora me trajo un dvd restaurador y un lustroso paquete de semillas de lino mezcladas con almendras picadas y nueces del Brasil, llenas de propiedades. Me lo olvidé en el café de La Central, donde tomábamos un té ella y yo el sábado por la tarde antes de que volviese a su Ave, y al volver a buscarlo, el camarero me dijo que tenía muy buena pinta. "¿No será comida de perro?" preguntó Ramón de E., con cierta sorna, justo antes de contarme de su inminente primavera neoyorquina. Qué suerte, Nueva York en mayo y junio... En la puerta de La Central me encontré a ese amigo poeta secreto, hipercrítico, estudioso del sánscrito y viajero de India, y hablamos de libros y malaises hasta que me sentí helada y nos bifurcamos, él con su bicicleta hacia el sur de la ciudad y yo andando hacia arriba con mis botas de siete leguas.
"¿Cuál es el deseo escondido de ese sueño?", me preguntó alguien. Y yo no supe contestar. ¿Cómo desenterrarlo? Tal vez andando por la calle encuentre la solución al enigma. Yo me doy cuenta de que necesito andar, pero el humo de los coches me molesta (a nuestros políticos sólo les molesta el del tabaco). Tal vez podría armarme de valor y de fuerza cuando me ataca el insomnio, vestirme y envolverme en mis chales de este frío invierno de mi descontento y echar a andar... hasta llegar al peral, como en el cuento. O a la puerta de la Tamarita, a ver las sombras de mis árboles y oler su aire en un momento de descanso de esos feos animales rugientes que llenan la ciudad, isla de cemento, tapadera de parkings, pobre Barcelona despojada de tierra y verde donde los habitantes se volvieron mutantes y no saben andar, sólo cargar sus pesadas barrigas en sillines de moto y asientos de coche y volcar sus ceniceros en el pobre jardín del azufaifo.
No escribo, no escribo, sólo traduzco y preparo la clase. La no-escritura me duele en ese orificio simbólico que me unía a la infancia. La no-escritura me chilla con voces burlonas, voces de grajos, de madrugada. Firmé un contrato que me permitirá seguir viviendo aquí, aunque no tuve reflejos y asumí una carga que no me correspondía. Ay, la tristeza de mis madrugadas... Soñé que iba a morir en julio de 2012, astrológicamente estaba escrito, no parecía haber escapatoria, y yo pensaba: "Me dará tiempo a acabar la novela. Será bueno para mis libros y así dejaré algo..." Pero luego pensaba: "No voy a morir, tal vez algo mío murió cuando M perdió la cabeza y al mismo tiempo fue the end of love, pero no todo, no lo más importante. Todavía quiero quedarme aquí y voy a quedarme". Así me desperté a un día primaveral.
No escribo, pero a veces leo, no sé cuándo, no sé cómo, porque no hay tiempo. Tengo aquí las Entrevistas a Hélène Cixous publicadas por Icaria, el Bes Nagana de un amigo de antes (le vi algo tímido y serio, pero recobrándose al decir aquel poema "Al so de la donzella de la costa" donde cuenta cómo decidió no trabajar nunca en un puesto fijo, brillante, y uno de Max Jacob, a quien descubrí gracias a él cuando yo era adolescente, le vi en ese programa donde nunca salió ninguno de mis libros), y dos recién pescados allí donde el librero de la calle Berlinès, la Correspondencia completa de César Vallejo (oh, esa amistad con Alfonso de Silva, que le daba consejos para soportar el hambre: quedarse quieto en la cama, inmóvil, para no despertar sus punzadas, o recorrer el mercado y consolarse pensando en lo que se puede y no se puede comer. O sus cartas al director de la cárcel, ¡o las cartas a Juan Larrea! Libro deslumbrante, me ha hecho pensar en aquella misma extrema pobreza parisina de Palau i Fabre que contaba una vez Gimferrer, no sé si consuela saber que ellos también fueron ignorados y vivieron hambrientos -"I must do something of my poverty", decía Vinyoli en "Sordejo"-, y está publicado con gusto y delicadeza por Pre-Textos) y los Sueños de Walter Benjamin (son distintos que los de Adorno, más poéticos y luminosos, como su escritura, pero se impone la misma fuerza del material onírico, ese surrealismo nuclear, mucho más áspero, hondo e incontestable que el surrealismo consciente). Cuántas maravillas. Este sábado iré con dos amigos del pasado, felizmente recuperados, a ver las sequoyas del Montseny. Tengo que alimentar ese pobre espíritu quejumbroso que me habita, resentido del invierno helado de mi descontento. Y para mi curso Otras lecturas releo un cuento melancólico y perfecto de Alice Munro, del que ya hablé en mi reseña, hace tiempo.
Y la tristeza japonesa y la misma sensación de que nos gobiernan locos, que han decidido enriquecerse aunque sea a costa del planeta, aunque su dinero no les servirá en el espacio sideral. Habría que detenerlos con firmeza. Habría que impedir que siga esta mascarada mortífera. Habría que defender nuestros bosques, todo lo que aún brilla en mis madrugadas. Dice Rilke que lo siniestro no es sino la capacidad de soportar lo terrible en el espacio de la belleza. Todas las metáforas y pesadillas de la ciencia ficción se han encarnado en nuestro pobre mundo.
Eso sí, a finales de mayo presentaremos Sinrazones del olvido.

lunes, 28 de marzo de 2011

Mis sueños se encadenan

Foto: I.N. John Muir Woods, 2011
Mientras duermo, paseo por ciudades americanas, que se han quedado prendidas no sé cómo en esa memoria onírica. Anteanoche soñé que estaba en NY con dos personajes de mi infancia (con quienes viajé por última vez a los 15 años), salía de un apartamento en un rascacielos y me dejaba, como en tantos otros sueños, las llaves y el bolso dentro, con el teléfono. Intentaba volver al apartamento, aun sin recordar cuál era, pero las escaleras eran laberintos con barreras, por donde muchos otros huéspedes saltaban e intentaban en vano llegar arriba. Volví a la calle, y allí, dos chicas jóvenes que había conocido en las extrañas escaleras me ayudaron a llegar al ascensor.
Anoche estaba primero en Nueva York, luego en Washington, una pareja mayor me llevaba en coche por un barrio de brownstones, pero yo tenía que parar para comprarle a L. material informático, y un arquitecto que conozco, que antes de la crisis me contrataba para dar conferencias en una universidad privada, era en mi sueño el propietario de la tienda, donde se pagaba en pesetas, y al salir, era Barcelona otra vez, la plaça Adrià se había convertido en un jardín frondoso tras unas obras, desafiando lo real, que tiende justo en la dirección opuesta.
La otra tarde me senté en el café donde doy ese curso informal e improvisado que titulé Otras lecturas buscando una mesa silenciosa. No podía evitar overhearing, como dicen los anglosajones (nosotros, perezosos, no tenemos palabra; tampoco la tenemos para decir "combe", que es una especie de valle anticlinal, producido por un plegamiento de la Tierra, y hoy he tenido que recurrir a un pequeño circunloquio al traducir a Giono), y me quedé sorprendida. En la mesa de enfrente un hombre le decía al otro que el aspecto mefistofélico quedaba disminuido por el erotismo sordo del personaje... mientras en la mesa de mi izquierda una mujer le contaba a otra cómo la policía franquista los desalojó y la detuvieron, aunque no era militante, y pasó dos meses en la cárcel por asociación ilegal. Acostumbrada a oír siempre conversaciones muy banales en esta ciudad ("Ustedes no hablan, hacen ruido", decía una vez Gustavo Bueno a unos que en efecto, no decían nada, sound and fury) y a que cuando aquí se habla de algo realmente, con propiedad y con insight siempre sean argentinos quienes hablan (una vez acabé dándoles las gracias a dos jóvenes argentinos que hablaban alegremente en el metro, contraponiendo el simbolismo feliz de la navidad y su conflicto y desajustes con lo real, y me pidieron disculpas por no dejarme leer, mientras que yo estaba contenta de poder pensar con sus palabras prestadas), me pregunté si ese café sería el último reducto de la gente pensante de esta ciudad. Lo extraño es que a las seis de la tarde ese café está plagado de gente ociosa, con su bullicio pensante... Y yo pensaba que tendríamos que anular ese curso, pero no fue así.
Llevo una semana sin escribir, agotada por circunstancias diversas que me dejan sin tiempo, pues G. se puso enfermo y ha estado encerrado conmigo y yo cuidándole mientras ocurrían muchas otras cosas. Sólo Rufus ha conservado su plácida quietud, aunque en realidad, él nos cuidaba con su afecto. Desde que pasé por allí y aún más desde que recibí una de esas amenazas que me hizo volver a 1984 en todos los sentidos, Rufus no se ha apartado de mí, y cuando G. enfermó, amplió su actitud cuidadora a G., que alternaba su impaciencia por la lentitud de su virus con la admiración por el gato. "Rufus tiene un esplendor...", dijo un día de pronto, y creo que se refería a ese aspecto arrogante y majestuoso que tiene a veces, mientras que otras veces es puro Garfield o puro carrolliano gato de Cheshire.
Por cierto, pueden leer aquí mi artículo sobre Natsume Soseki, que es intensivo, en el número 76 de la revista TURIA. Me ha llegado hoy el número 78-79 de esa misma revista, donde aparece una selección que he hecho de fragmentos de Jean Giono, del libro que estoy traduciendo para Impedimenta, Un rey sin diversión. Y También aparece mi reseña del primer volumen de Jin Ping Mei, en esa edición magnífica de Atalanta, traducida por Alicia Relinque. Es un número lleno de chicha, y escriben también Cataño, Álvaro de la Rica, J.A. Tello, Fresán, Thays y tantísimos otros.
Alguien desconocido me desea en facebook que las emociones me abrasen y, puestos a desear, le he dicho que preferiría que me embargase una plácida calma, algo como la beatitud, noticias felices, porque no puedo más de esta aceleración salvaje, carrera de obstáculos sin reposo. Escribo este post rápido sólo para no desaparecer de este espacio; ojalá cuando vuelva haya recobrado el aliento. Sé que ayer por la tarde, en algún momento, anduve por la calle alegremente, contemplando una luz casi ensoñada. El viernes y el lunes doy unas clases en la UAB para enseñar a unos alumnos a argumentar, a defender o criticar algo, en este caso, unas películas, y curiosamente, esas películas forman parte de la atmósfera de estos tiempos. No puedo evitar la tristeza y la aprensión de Fukushima. La sensación de que el mundo se ha vuelto loco y de que nos gobiernan unos psicóticos peligrosos, que en su prisa por enriquecerse, no piensan que destruyen también su mundo y su futuro inmediato, su presente, el suelo bajo sus pies. Hoy me dedicaré a pensar esas clases. Tendré que volver a mis antiguos mantras. Rufus se ha ovillado a mi lado, ojalá me contagie sus ondas de vibración feliz.

lunes, 21 de marzo de 2011

Hace dos noches

Foto: I.N., Ayer, 2011
Hace dos noches dormí inquieta y soñé que me despertaba y pensaba con terror: "Hoy es el día que tienen que cortarme la cabeza", pero enseguida pensé: "No, no van a cortarme la cabeza, sólo tengo que viajar, tengo que llegar a tiempo al aeropuerto". Y al fin me desperté de verdad y pensé: "Sólo he quedado para ir de excursión". Luego, dejé que entrase Rufus el ronroneador, y dormí artificialmente un poco más, hasta que llegó la hora de despertarme. Viajamos en tren, atravesando ese horror de basura industrial y construcciones espantosas en que han convertido Catalunya los que tanto pretenden defenderla y tanto la nombran. Y llegamos, con nuestras conversaciones, a un pueblo que milagrosamente conserva aún unas cuantas casas modernistas y novecentistas y tiene algunos senderos que recorren rutas de la ladera del Montseny. Como había llovido, los arroyos bajaban con una furiosa alegría de agua y espuma y las cascadas parecían irradiar esos iones tan benéficos que dicen que emanan los manantiales. Era muy bonito, el aire fresquísimo, el sol radiante, los árboles de mimosas apareciendo como fuego amarillo en los recodos y no se veía -extrañamente en este país mentecato e ignorante- basura en el suelo del bosque. Luego recorrimos un poco el pueblo (que años atrás dio nombre a una productora) y finalmente volvimos a coger el tren, ya con un aire más frío, atravesando los obstáculos de desinformación, pues la estación estaba cerrada y vacía y sólo lo logramos gracias a un lugareño avispado. Y fue como en el día de la marmota o como si hubiéramos entrado en un extraño loop, porque al volver al tren, las dos corpulentas pasajeras sáficas de la ida estaban también allí y el mismo revisor de antes, aunque hubieran pasado unas horas y anduviéramos en la dirección contraria y aunque todos hicieran como si nada.
Mientras andábamos por el bosque, recibí otras dos invitaciones para paseos más urbanos, que espero poder aceptar otro día, de la Belle Elaine y de C., también andariega y literaria. El paseo nos permitió olvidar un rato la mezquindad y la dureza de todo. Luego, yo estuve leyendo un poco más para un curso que seguramente se acabará, y descubrí algunas cosas de Carson McCullers. Y me puse a corregir mi último texto para el catálogo de Joan Miró, y a mirar sus cuadros llenos de su ironía, su pasión, su capacidad de encantamiento, su rabia libre contra la tiranía que acabó venciéndonos para siempre. Encontré unos mensajes sombríos en mi bandeja, que sólo añadían a la desolación por la muerte de M.
Esta noche he soñado que volvía a la casa de la Diagonal, donde viví mi infancia barcelonesa, la que luego fue casa de M tantos años y que aún sigue acudiendo a mis sueños. Era en el office, aquel espacio luminoso que tal vez hayan destruido (en este país la gente no valora la belleza de las cocinas y cuartos de baño de antes y enseguida los destruye para afearlos) los nuevos propietarios. Allí estaba mi Evil Aunt, que había recuperado la vida y su movilidad, incluso tenía un aspecto juvenil sin canas. Yo me extrañaba de que nadie me hubiera avisado de su recuperación, y la abordaba para preguntarle por qué había sido tan violenta y cruel en mi niñez. Ella, acorralada, apoyada en el friegaplatos, respondía con una retahíla de palabras sin sentido, y yo me enfadaba más y le repetía: "Todo aquel maltrato, ¿por qué?"
Después he decidido incorporar esos dos últimos sueños a un libro de sueños que había abandonado y al leer la última entrada me han entrado escalofríos. Cómo pude adivinar... Algo en nosotros sabe siempre sin que sepamos, y de vez en cuando, nos lo recuerda en un fogonazo.
Esta mañana he roto mis costumbres para desayunar en casa de J., y probar su exótica receta de zumo restaurador y sus tostadas con speisequark. G., que en mis peores semanas se encargó de consolarme y ahorrarme preocupaciones, estaba ahora con fiebre y anginas. Al volver a casa, Rufus estaba quejoso, porque le gusta repetir ciertos rituales de mañana y hoy no había podido ovillarse conmigo mientras desayuno. Y al fin he vuelto a Giono, y a su vocabulario intrincado y misterioso, a su ingenio y sus búsquedas, que desafían mi capacidad traductora. Hoy en el pueblo helado y umbrío, donde todos gozan la belleza de los árboles en lugar de cortarlos, se despertaban con terribles descubrimientos:
Una noche, el saco de heno que obstruía el tragaluz de la cuadra de Fulgence apareció caído, desmigajado, y al llegar la mañana, ¡vaya espectáculo! El caballo y la vaca degollados y alguien se había comido un poco de uno y otro. Trece ovejas aparecieron desventradas, al parecer por el mero placer de frotarse los dientes con la lana. A una cuadragésima se la habían llevado. Las heridas del caballo y la vaca denotaban una potente mandíbula y una feroz determinación. Ya no se trataba de lobeznos. Estábamos ante alguien a quien no le importaba figurar o no en las fábulas de La Fontaine. Era un trabajo de veterano trotamundos. Incluso de trotamundos veterano que tiene a quien alimentar. Y, a juzgar por el salto que había tenido que dar, con la oveja en los dientes, para trepar de nuevo por el tragaluz, era ciertamente un tipo con quien no convenía cruzarse en un rincón del bosque. Sin olvidar que todo el asunto había ocurrido sin un ruido, lo que indicaba, además, una prodigiosa confianza en sí mismo. Por cierto que el próximo número de la revista TURIA publicará unos fragmentos de Giono que traduje y seleccioné para la ocasión, además de mi reseña de Jin Ping Mei.
Todos los días a esta hora de après-midi viene a verme un mirlo macho, con su pico rabiosamente naranja, y me hace curiosos comentarios desde la barandilla de la terraza. Rufus recobra su apostura de tigre silencioso y parece creer que de verdad lo atrapará. El otro día, G. y yo vimos a un gato gordo y precioso que intentaba cazar a otro mirlo más pequeño y desdeñaba al que tenía más cerca, todo sobre el tejado de ponzoñosa uralita del garaje, que nadie se molesta en retirar, a pesar de ser altamente tóxica. El mirlo pequeño miró al felino y cuando se cansó, salió volando majestuoso y fue a posarse en un lugar lo bastante alto para humillar al gato.
A veces leo algún fragmento de un libro que me consuela muchísimo, porque contrarresta las amenazas que he recibido, y opone a ese discurso de big pharma otras maneras de pensar la salud y la enfermedad, más acordes con mi espíritu.
Una característica de estos tiempos es que todo lo que ya sabíamos y temíamos, todo lo que los expertos independientes predecían hace años, se está cumpliendo y destapando dramáticamente en el mundo. Aquí no les importa, siguen cortando árboles y cubriendo la ciudad de cemento y parkings. Yo sueño con Islandia. Y en cuanto a la tristeza y la aridez de los periódicos, de vez en cuando aparece algún artículo donde brilla el pensamiento, esas columnas que necesitamos cada vez más, en medio de la complejidad, la dificultad y la dirección equivocada del mundo.

viernes, 18 de marzo de 2011

Fui

Foto: I.N., Sausalito, cerca de los bosques de Muir, 2011
Fui a ver Lola (Abuela) una película filipina de Brillante Mendoza. Ante esa atmósfera de pobreza abigarrada y compleja, bajo una lluvia feroz que me recordaba al Somerset Maugham de "Rain" (Outside, the pitiless rain fell, fell steadily, with a fierce malignity that was all too human"), me gustó ver a esas dos abuelas opuestas luchando solas, agotadas y frágiles, pero llenas de recursos en un mundo donde los hombres sólo existían para ser alimentados o para crear problemas con su fuerza física y su estamina, y el agua omnipresente, los pasos arrastrando las chanclas, la sensación del trópico, la comida que esas abuelas siguen preparando y llevando en bolsas, los patos, o esa escena primera contra la lluvia y el paraguas intentando encender una vela por un asesinado. Me preguntaba qué había dejado España allí, salvo esas palabras mezcladas al tagalo o a las múltiples lenguas. Los nombres. La expresión de una de las abuelas, tan española con esas cejas dibujadas y su orgullo antiguo en medio de la pobreza. Pensé en Donde hay nilad.
No era tan radical y salvaje como otra película de B. Mendoza (sobre la adopción-compra de niños en las chabolas de Manila- que vi en el Baff (ay), ésta parece algo más comercial, sencilla de estructura y en dos ocasiones le pone musiquilla cuando no hacía falta, y pese a todo, sarinagara...
También me gustó escuchar a mis amigos cineastas hablar de sus películas. Luego, la Belle Elaine y yo subimos andando hacia nuestras respectivas colinas. Le conté que antes, cuando iba hacia el cine, me había encontrado a alguien que me dijo algo extraño, pues no parecía hablar de mí. Primero dijo: "No te llamo porque parece que estés tan rodeada de gente..." (¿sería eso algo malo?, me pregunté yo, siempre feliz de que mis amigos sigan apareciendo). Y luego concluyó (por la muerte de M y mi operación) que yo estaba atrapada en el sufrimiento, que atraía la desgracia en ese famoso goce lacaniano. Me dejó estupefacta. Es alguien que apenas me conoce, me ha visto dos veces, y sólo ve en mí oscuridad, pero extrañamente sigue acercándose. Hay gente que no advierte nuestro humor, y yo lo comprendo, el sentido del humor no puede compartirse con todos, ni las afinidades, ni la simpatía, ¿pero por qué seguir acercándose a alguien que te disgusta? ¿Qué puede ser eso sino puro goce?
Yo, que me sigo sintiendo a veces extrañamente feliz en medio incluso de esta época agitada y de la tristeza convulsa del mundo, y aún en el duelo, que me asalta a oleadas inesperadas, y del postoperatorio, con su estela más larga de lo que parecía, al cabo de un rato puedo seguir bailando o celebrando a mis amigos, encontrando caminos para mi novela en un simple paseo hasta el Eixample, siendo visitada por los mirlos, que no pueden resistir más que no empiece la primavera, cubriéndome del ruido de las obras con impermeables de música celestial, me quedé atónita. Le dije que se equivocaba, que yo llegaba tarde, y volví, por suerte, a lo mío.
Uno de los amigos cineastas, anoche, estaba ya radiante con la primavera, aunque yo sentía humedad y frío mientras les esperaba y ellos pedían shawarmas, y hoy he visto que tenía razón. El sol lo ha inundado todo, aunque el aire aún sea fresco. Al abrir los ojos, Rufus estaba tan cerca que casi no le he visto. Venía a apoyar su frente de tigre en la mía, para despertarme, en ese saludo ritual que también me hacía Gilda. Y el sol se había enseñoreado de la casa.
La lluvia del cine me devolvió a nuestra lluvia de estos días, tan insólita aquí. La Belle Elaine contó cómo ella había salido a las Ramblas ya harta de refugiarse en la Fnac, en plena granizada, luchando con el paraguas y oyendo a la gente gritar y luego atrincherada en una tienda donde vomitaban una música terrible cuando sonó su móvil y un amigo le contó que le había picado algún bicho tropical en otro continente y estaba hospitalizado, pero el pobre no debía de estar tan mal porque le preguntó asombrado qué era aquel estrépito de horrible música.Y yo, cuando salí de la terapia geocromática y casi ni veía la calle del agua cayendo a chorros, simbólicamente cerca de la antigua casa de M., de la casa de mi infancia, el paraguas invertido y el viento, tuve que coger un taxi casi a la fuerza para salir del agua y pese a todo llegué a casa chorreando. Pero la lluvia tropical es otra cosa, con calor, con chanclas, como en La Habana. Y ayer hablamos de otras lluvias. Y luego Elaine (parece que nuestro libro de cartas saldrá pronto) y yo pasamos por un lugar donde M tuvo un famoso olvido que yo puse en Crucigrama y por ese cable que se llenaba de pájaros en República Argentina y que sale en mi libro de la ciudad. El otro día, alguien le dijo a J. que podría presentarse como alcalde y J. bromeó que en ese caso me encargaría a mí los pregones. Y estuvo parodiándome por teléfono en esos supuestos pregones donde yo decía algo que parecía de Armando Manzanero: "Estas calles de Barcelona que me vieron llorar..." y me hizo reír. Pronto presentaremos Sinrazones del olvido.

miércoles, 16 de marzo de 2011

¿Qué será del mundo?

Foto: I.N. Antes de entrar en los bosques de Muir, 2011
A veces me acuerdo de aquellos globos terráqueos a los que Mafalda ataba pañuelos como si tuvieran dolores de muelas o resfriados. Lo de Japón produce sobre todo tristeza, pero en estos días aún soporto menos leer nuestros periódicos nacionales con las declaraciones torpemente cínicas de políticos negando que aquí pudiera ocurrir algo así. No sé qué será de nosotros, gobernados por las grandes corporaciones, big pharma, fabricantes de armas y lobby nuclear.
La poeta Dolors Miquel , que siempre selecciona lo mejor de cada casa, había puesto estos versos de Verdaguer en Fb:
De la terra n'he vist poc com més ne veig, menys m'agrada, tot hi és ombra i vanitat, ...pols i cendra i terregada. L'aigua dolça que jo vull enlloc del món l'he trobada, pertot allà on ne cerquí he trobat la mar salada.
Y al mismo tiempo, la angustia outlandish que me invadía ha empezado a remitir y reducirse gracias al mundo alternativo, a mis lecturas de otras percepciones de la salud y la enfermedad, a los médicos homeópatas hindúes y a una sesión terapéutica que podría tener que ver con la física cuántica y la luz, pero que algunos achacarían directamente a la brujería. O al placebo, pero yo no tengo fe, sino que soy inevitablemente pragmática. Me alejo de lo que me enferma, abandono lo que no me funciona y sólo me acerco y persisto con aquello que me ayuda. Vete a pasear por el bosque, me aconsejó la ex médica del Clínico y ahora terapeuta de la geometría cromática. Le hablé de los Muir Woods y me dijo que en el Montseny hay dos sequoyas. La cuestión es que, gracias a esa exótica sesión geométrico-cromática empecé a recuperar una ligereza casi alegre, y por la tarde, en el curso de un necesario paseo hasta la librería a recoger dos libros urgentes para mi trabajo, se me ocurrió una vía para continuar o acabar mi novela (acaba de visitarme un mirlo macho que se ha posado en la barandilla de la pequeña terraza, con su pico naranja, ha escuchado los sonidos que yo le hacía, me ha observado, ha dejado caer un recuerdo terrestre al vacío y se ha alejado volando; esas visitas siempre me alegran), que estaba parada. Al llegar a casa casi cantando Ayvó como los enanos de Blancanieves, me encontré a G. echado en el sofá (the person from Porlock!), que quiso contarme algo. Luego se fue, a mi pesar, porque quería estar sola para escribir y a la vez quería que se quedara; y estuve escribiendo y no me parecía mal.
Hoy he acabado de traducir otro texto de Miró y lo paso bien buscando sus cuadros para entender las descripciones y dejándome llevar por las interpretaciones de los críticos de esos campesinos suyos terrestres y místicos, cabalísticos y políticos, irónicos y espirituales, sobre su dualidad de plenitud y vacío en campos pictóricos de intensos azules. ¡Oh, universo Miró!
Rufus es un gato terapéutico y está siempre alrededor, para recordarme la belleza del mundo, la empatía y la fisicidad. Me pone sus dos guantes blancos en la cara, atrapa mi pelo como si fuese un insecto. De noche se empeña en que salgamos juntos a la terraza. Ayer, justo antes de desaparecer, la luna tenía dos aureolas de arcoiris, y sólo la vi gracias al empeño de mi gato. Ayer le conoció un fotógrafo viajero, escritor y cineasta, experto en gatos y dijo que parecía un gato japonés: Rufus se tendió discretamente junto a él.
Releo un cuento de Carson McCullers para mi curso informal y quincenal de los martes y vuelve a maravillarme su mundo y su talento. Al lado tengo la biografía que me ha regalado la Belle Elaine. He encargado una música de cuencos tibetanos para seguir con mi proceso restaurador y preventivo. El tiempo dirá, si antes no estalla el mundo. Hablo con dos amigas y se oyen bebés de fondo; las dos han sido abuelas porque sus hijas, contra la tendencia de estos años, han querido ser madres a los veinte. Las voces de los bebés son potentísimas y yo no puedo evitar pensar en el mundo desolador que les dejamos. Ojalá fuese verdad que aún podría cambiar la dirección de las cosas.
Pronto presentaremos nuestro libro SINRAZONES DEL OLVIDO. Ayer en La Central ya se habían acabado los primeros ejemplares.

viernes, 11 de marzo de 2011

Atmósfera cero

Foto: I.N., Escalera interior, 2011
Ayer por la tarde entré en Atmósfera cero. O tal vez fuese 1984. O Matrix. En cualquier caso fue una pesadilla y ahora me pregunto si habré logrado salir sólo un momento a la superficie a respirar, si cada vez tendré que volver a bajar a ese lugar horrendo, si me despertaré de nuevo allí después de atravesar mi largo umbral del sueño. El tono triunfal de quien me recibió en el infierno, la celadora reprogramada para reclutar nuevos prisioneros, me produjo aún más angustia. Era como llenarse de una intensa impresión de muerte, que se adhería al cuerpo como una masa caliente. Tú no eres de este mundo, me decía una voz interna, tú puedes salir de aquí. Me acompañó Tigridia y luego, mientras andábamos de vuelta, yo miraba esas casas que vacían completamente por dentro (en este país que desprecia el patrimonio incluso cuando cree respetarlo, como si los techos, las molduras, las columnas y escaleras y chimeneas no formasen parte del patrimonio) y sólo son fachadas huecas, hasta que las llenan de fealdad mediocre, y me sentía casi como una de ellas, triste y amenazada. Como la celadora insistía, le dije que prefería seguir arriesgándome fuera, en mi mundo, aunque eso supusiera el fin. Lo que se dijo allí no coincidía con ningún sentido común, ni sentido íntimo. Es lo que en castellano se llama "matar las moscas a cañonazos". Luego fui a La Central del Raval y hablé un momento en un programa junto con otros lectores de relatos (todos hombres excepto yo). No tenían nuestro libro Sinrazones del olvido, pero tenían otros tres míos, aunque había que buscarlos afanosamente por las estanterías para encontrarlos.
El cielo y el aire encajan perfectamente en ese tiempo de mi pesadilla. ¿Por qué he entrado yo ahí? ¿Qué ha podido ocurrir? ¿Tal vez ya no quedan resquicios de huida en el mundo? ¿Tal vez se acabó todo lo que conocía? Para quitarme los efluvios de esa pesadilla amenazante necesitaría una ducha de espuma antirradiactiva como la que les daban a Ursula Andress y a Sean Connery en aquella película de 007. Dos días antes alguien nos invitó a comer en un restaurante japonés maravilloso y luego me regaló un libro muy bien editado sobre Alexandre Cirici. Antes fui a ver un piso en una casa racionalista que siempre me gustó (y que sale en mi libro de BCN), y era barato, pero no daba a la callecita del jardín silvestre (donde se ha instalado un editor), sino a una calle ruidosa. Sentí el impulso de quedármelo para salvar el cuarto de baño y la cocina de la destrucción, pues según el hombre ignorante que me los enseñaba, "había que hacerlos nuevos de arriba abajo". Ni él ni el propietario comprendían el valor ni la belleza sobria de un baño de entonces.
Sigo traduciendo sobre Joan Miró, revisitando alegremente sus esculturas y pinturas, paseando por el Mont-roig y por las montañas mallorquinas con su mirada y su creación a ciegas. Dice Miró de sus esculturas de los años treinta: "Nunca las planeaba de antemano. Una fuerza magnética me atraía hacia un objeto, y luego me atraía otro objeto que añadía al primero, y su combinación creaba un impacto poético, además del impacto físico de su forma original, que desencadena el movimiento de la poesía, y sin el cual no tendría ningún efecto."
Ya no sé de qué dependerá que acabe mi novela. Todo se mueve. Se resitúan algunas prioridades. Se desvanecen cuestiones que antes importaban. Una escoba invisible lo barre casi todo, y también se lleva algunas ilusiones y aprensiones pequeñas. Empiezo a descubrir otras vías que encajan mejor con mi lógica y que tal vez... Leo de unos especialistas hindúes... Me pregunto si volveré a ser yo misma. Leo un librito de Amélie Nothomb para reseñarlo. Me llaman mis amigos. G. y J. me han acogido con una calurosa hospitalidad. Mañana por la mañana iré...
Rufus me ofrece su trato especial, cuida de mí con su presencia orgullosamente felina y me ofrece ese afecto ilimitado, sin perder nunca esa dignidad elegante de los gatos.

lunes, 7 de marzo de 2011

¿Cómo decir sin decir?

Foto: I.N., Chinese Historical Society of America, 2011
Una cosa es lo que ocurre y otra el peso, la resonancia que cada hecho tiene en nosotros. A veces son sólo las palabras las que nos devuelven a otros momentos. Nada significa lo mismo para todos. Cada cual lleva consigo sus cicatrices. Por eso creemos decir algo y al otro le llega un mensaje muy distinto, que no habíamos imaginado. Hay gente que no quiere pensar, ni saber, sólo olvidar, y cree que los que intentamos comprender lo que hay detrás, los que nos aferramos a la memoria para escribir, -aun sabiendo que sólo recordamos una parte de las cosas, que estamos reescribiendo lo vivido sin darnos cuenta, encajándolo no sólo en estructuras literarias sino también en absurdas estrategias de las que nada sabemos-, los que queremos entender somos una especie de pesadilla, o de brusco despertador que podría arrancarles de su estupor y mostrarles el reflejo que más temen. Hay gente que proyecta sobre nosotros extrañas fantasías, que nos atribuye cosas que no somos, gente que nos detesta sin conocernos o nos desprecia porque no acumulamos el poder que ansían, o que necesita desdeñarnos para sentirse algo mejor ese día, o que nos ve rodeados de una facilidad o unos privilegios que nunca tuvimos. Hay gente que decide abandonarnos porque escucha historias ajenas que nunca llega a comprobar. Historias contadas por alguien que tenía miedo y nos utilizó como escudo, alguien que para no ser convencido ni arrastrado prefirió utilizar nuestro nombre en vano. También hay gente que no nos acepta a pesar de múltiples afinidades. Muy pocos se atreverían a juzgarnos por lo que decimos o escribimos; la mayoría prefieren no arriesgarse. Pero unos y otros hablamos lenguajes distintos y no podemos entendernos.
Yo estoy sumida en mi duelo, aunque eso no me impide bailar. La gente me dice que tengo buen aspecto, la piel luminosa o que se me ve relajada: ¿tal vez pasar por el quirófano pueda convertirse en un tránsito purificador? La vida es pura paradoja. Mis cicatrices externas se van cerrando despacio, con la ayuda de la restauradora rosa mosqueta. Dice Tigridia que el cuerpo tarda un mes en recobrarse de cualquier intervención. Lo sé porque me canso, porque no puedo recorrer la ciudad con mis botas de siete leguas, porque de pronto desfallezco extrañamente. ¿Y lo que queda más allá del cuerpo?
Leo a Grace Paley para la clase de mañana, pero la leo con una rara intensidad. La semana pasada, en dos momentos flacos, acepté dos misiones peregrinas y ahora tendré que acatarlas disciplinadamente. El sábado estuve en una reunión que recordaba a los Diez negritos de Agatha Christie o a los cuervos del parque de Belgrado. Allí comprobé una vez más que lo mezquino y violento siguen dominando en el entorno antihospitalario que conocí al llegar al mundo. Pregunté al aire a M. y a GN. por qué nos dejaron así, en esta confusión atada e injusta, y cómo podría salvarme de todo eso. Me quedó un poso melancólico que se mezcla al duelo y a la espera venenosa de mis resultados.
Por la mañana, mi amigo seráfico me ha llevado al claustro de la catedral, donde las ocas guardianas de la tradición romana se saben contempladas y desarrollan su teatralidad impertinente con alegría. Por delante andan como modelos en una pasarela. Por detrás, como señoronas de anchas caderas. Pero sus plumas tienen la pureza y el glamour del encaje de alta costura y las rayaduras verticales dan a sus cuellos una elegancia de cisne. Allí, en dos lugares deliberados, he dejado unas velas encendidas. Luego hemos ido al mar de la Barceloneta, que estaba sembrado de figuritas humanas. Yo lo veía todo desde lejos, como si volara. Es el efecto del postoperatorio. Son mis células, mis órganos. Una de mis cicatrices, la de la antihospitalidad, me hace sensible al desprecio facebookiano y a la sensación perpleja de que alguien no se canse de intentar infantilmente hacerme daño. Tal vez abandone ese ámbito. Tal vez los abandone todos. ¿Qué hago escribiendo aquí?
Rufus me busca, me mira con sus ojos asombrosos, se reúne conmigo en el sofá, dormita a mis pies mientras escribo, viene a despertarme con un ronroneo intenso, me interpela con su afecto y su belleza.

martes, 1 de marzo de 2011

A veces el tiempo se estira

Foto: I.N., Encuentro en el jardín del puente de oro, 2011
Mágicamente. Es difícil entender por qué, así que más vale aceptarlo como un don de los dioses griegos. Hoy he podido traducir, acabar un catálogo, hacer mis llamadas, tomar café con dos amigas aquí cerca y escribir un capítulo de mi novela. No sé cómo, pero me queda tiempo para este post. También he tenido tiempo de desalentarme.
Ayer, mientras buscaba a la Belle Elaine, hablé un momento con un poeta y traductor mercuriano y al mencionar a un escritor que nunca me gustó, pero de quien he leído hace poco un texto logrado, me dijo: "¡Ah, X es un canalla!" y me gustó el adjetivo y cómo lo argumentaba porque así supe de su ética. Cuando me quejé sobre mi estado de reposo forzado, ese hombre mercuriano me dijo: "Pero puedes leer y escribir, que es lo importante!"
Siempre olvido escuchar los mensajes de mi teléfono fijo. Ayer, después de escuchar los últimos y borrarlos, la voz grabada me dijo que tenía tres mensajes antiguos, que había guardado por distintas razones. Uno era de uno de esos Bancos alternativos, la Banca ética, adonde quisiera cambiarme un día cercano, otro era un viejo mensaje de una amiga que deja mensajes siempre expresivos como una conversación, dice cosas que nadie dice nunca a un contestador y me hace reír, y el tercero, oh el tercero era la voz de M pronunciando mi nombre en una gran confusión: ¿Isabel? ¿Isabel?, preguntaba, y aunque yo sabía vagamente que ese mensaje estaba ahí, el sonido de su voz me estremeció. No lo borré entonces, ¿cómo iba a borrarlo ahora? También ayer, buscando una postal que tenía que ver con el nuevo pasaje de mi novela, encontré una inesperada tarjeta de M para G., que no recordaba. Mi estado es estacionario, no sé si levemente mejor o si me habré acostumbrado. Mañana tal vez, si hay suerte, me despojarán de esas ataduras que me recuerdan tanto a Frankenstein y recobraré mi antigua movilidad. Si la suerte me acompaña y House lo acepta.
Ayer salí a la calle y cuando ya me había alejado sólo pensaba en volver. No estaba tan lejos, pero me mareé, me dolía, tenía un sudor frío y me parecía que no llegaría nunca a casa. Quise llamar a G. para que viniera a rescatarme, pero había olvidado el móvil. La calle con todo su cemento y su contaminación, sin un árbol amigo, nada. Y los semáforos siempre estaban rojos para los peatones. Me han aconsejado que anduviera, aunque doliese. No hay garantías de mi liberación, salvo mi deseo perentorio de recobrar mi movilidad y olvidarme de ese dolor. De volver a mi gimnasio alemán. De corretear por ahí, para olvidar mi condición esclava y dejar de ser además prisionera. Mientras, me queda efectivamente escribir (esa extraña novela que ahora me obliga a avanzar hacia dentro o hacia atrás), traducir despacio Giono con sus enigmas o traducir a toda velocidad una sinopsis urgente de guión documental, leer (me dice la Belle Elaine que me ha guardado para mí una preciosa biografía anglosajona de Carson McCullers), envolverme en la música -ayer Barbara cantaba Nantes, cantaba Ne me quite pas-, pero hoy he escuchado algo de la Música callada de Mompou (dice un amigo músico que Mompou la compuso en un piso ruidoso del passeig de Gràcia, pero hay que comprender que "ruidoso" no significaba lo mismo en 1959 o 1962, ni tampoco la queja de Proust de los carruajes y cascos de caballos que le impedían concentrarse. Yo vivo en el estruendo de las obras, rompiendo el suelo, y la calle llena de coches, con el rastro de los árboles talados por el espíritu arboricida de Hereuville). Ya empiezan a visitarme los mirlos machos, de pico naranja y plumas negras, se posan en la terracita, me miran, atraen el instinto cazador de Rufus y se van volando, burlones, impacientes y expectantes del tiempo que vendrá.
Ayer comí un delicioso arroz con verduras que me trajo J. y una amiga que vive en el barrio vino con un caldo reconstituyente y dos confituras y estuvimos hablando un rato de reconocer los propios errores, de percepciones distintas, de trabajo, de la condición de supervivencia y esta vez, cosa rara, no hablamos de escritura.
Ah, se me olvidaba, el martes que viene, de 18 a 20h, empezaré a dar un curso de Lecturas otras, gracias al entusiasmo de algunas alumnas de mi curso del Ateneo. Quien quiera apuntarse que me mande un comentario con su email y le mandaré la información. Empezaremos con Grace Paley. Cada quince días hablaremos de un autor, a veces sólo a través de un libro.