martes, 1 de marzo de 2011

A veces el tiempo se estira

Foto: I.N., Encuentro en el jardín del puente de oro, 2011
Mágicamente. Es difícil entender por qué, así que más vale aceptarlo como un don de los dioses griegos. Hoy he podido traducir, acabar un catálogo, hacer mis llamadas, tomar café con dos amigas aquí cerca y escribir un capítulo de mi novela. No sé cómo, pero me queda tiempo para este post. También he tenido tiempo de desalentarme.
Ayer, mientras buscaba a la Belle Elaine, hablé un momento con un poeta y traductor mercuriano y al mencionar a un escritor que nunca me gustó, pero de quien he leído hace poco un texto logrado, me dijo: "¡Ah, X es un canalla!" y me gustó el adjetivo y cómo lo argumentaba porque así supe de su ética. Cuando me quejé sobre mi estado de reposo forzado, ese hombre mercuriano me dijo: "Pero puedes leer y escribir, que es lo importante!"
Siempre olvido escuchar los mensajes de mi teléfono fijo. Ayer, después de escuchar los últimos y borrarlos, la voz grabada me dijo que tenía tres mensajes antiguos, que había guardado por distintas razones. Uno era de uno de esos Bancos alternativos, la Banca ética, adonde quisiera cambiarme un día cercano, otro era un viejo mensaje de una amiga que deja mensajes siempre expresivos como una conversación, dice cosas que nadie dice nunca a un contestador y me hace reír, y el tercero, oh el tercero era la voz de M pronunciando mi nombre en una gran confusión: ¿Isabel? ¿Isabel?, preguntaba, y aunque yo sabía vagamente que ese mensaje estaba ahí, el sonido de su voz me estremeció. No lo borré entonces, ¿cómo iba a borrarlo ahora? También ayer, buscando una postal que tenía que ver con el nuevo pasaje de mi novela, encontré una inesperada tarjeta de M para G., que no recordaba. Mi estado es estacionario, no sé si levemente mejor o si me habré acostumbrado. Mañana tal vez, si hay suerte, me despojarán de esas ataduras que me recuerdan tanto a Frankenstein y recobraré mi antigua movilidad. Si la suerte me acompaña y House lo acepta.
Ayer salí a la calle y cuando ya me había alejado sólo pensaba en volver. No estaba tan lejos, pero me mareé, me dolía, tenía un sudor frío y me parecía que no llegaría nunca a casa. Quise llamar a G. para que viniera a rescatarme, pero había olvidado el móvil. La calle con todo su cemento y su contaminación, sin un árbol amigo, nada. Y los semáforos siempre estaban rojos para los peatones. Me han aconsejado que anduviera, aunque doliese. No hay garantías de mi liberación, salvo mi deseo perentorio de recobrar mi movilidad y olvidarme de ese dolor. De volver a mi gimnasio alemán. De corretear por ahí, para olvidar mi condición esclava y dejar de ser además prisionera. Mientras, me queda efectivamente escribir (esa extraña novela que ahora me obliga a avanzar hacia dentro o hacia atrás), traducir despacio Giono con sus enigmas o traducir a toda velocidad una sinopsis urgente de guión documental, leer (me dice la Belle Elaine que me ha guardado para mí una preciosa biografía anglosajona de Carson McCullers), envolverme en la música -ayer Barbara cantaba Nantes, cantaba Ne me quite pas-, pero hoy he escuchado algo de la Música callada de Mompou (dice un amigo músico que Mompou la compuso en un piso ruidoso del passeig de Gràcia, pero hay que comprender que "ruidoso" no significaba lo mismo en 1959 o 1962, ni tampoco la queja de Proust de los carruajes y cascos de caballos que le impedían concentrarse. Yo vivo en el estruendo de las obras, rompiendo el suelo, y la calle llena de coches, con el rastro de los árboles talados por el espíritu arboricida de Hereuville). Ya empiezan a visitarme los mirlos machos, de pico naranja y plumas negras, se posan en la terracita, me miran, atraen el instinto cazador de Rufus y se van volando, burlones, impacientes y expectantes del tiempo que vendrá.
Ayer comí un delicioso arroz con verduras que me trajo J. y una amiga que vive en el barrio vino con un caldo reconstituyente y dos confituras y estuvimos hablando un rato de reconocer los propios errores, de percepciones distintas, de trabajo, de la condición de supervivencia y esta vez, cosa rara, no hablamos de escritura.
Ah, se me olvidaba, el martes que viene, de 18 a 20h, empezaré a dar un curso de Lecturas otras, gracias al entusiasmo de algunas alumnas de mi curso del Ateneo. Quien quiera apuntarse que me mande un comentario con su email y le mandaré la información. Empezaremos con Grace Paley. Cada quince días hablaremos de un autor, a veces sólo a través de un libro.

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