Al parecer, los que se ocupan de la destrucción del edificio no han recibido órdenes de tener cuidado con el árbol, aunque la empresa ha tenido que pagar 20.000.-euros de depósito por ese ejemplar, si bien en los documento oficiales lo inscribieron con el nombre de otra especie, probablemente para no dar la alerta a Parcs i Jardins de que se trata de una especie protegida por las leyes europeas y nacionales. Ahora está rodeado de escombros, algunos muy pesados. Los libros antiguos están diseminados en ese jardín junto con juguetes, ositos de peluche, documentos personales de los propietarios, recuerdos, pedazos de muebles olvidados, fragmentos de una casa: es inevitable pensar en una instalación de Boltanski (Tout ce qui reste de mon enfance) o tantas piezas judías sobre la memoria.
He observado un momento a los que destrozan la casa, rompiendo techos, molduras y rosetones como si fueran de papel. Escaleras, vidrieras, bonitas persianas que filtraban la luz con sombras verdosas, finas columnas, un agradable porche. Es una lástima ver tantas energías jóvenes puestas en la destrucción del patrimonio de la ciudad, de su fisonomía, de la armonía de la calle, de la sombra y las flores que caían sobre la acera, por donde pasan hileras de niños diminutos cogidos unos a otros con sus maestras. También me resulta inevitable no pensar que es mi mundo el que cae y que yo no me identifico con la fealdad que crece y se construye a toda velocidad, engulléndolo todo. Nosaltres no som d'eixe món.
La campaña para salvar el azufaifo está en marcha. Tenemos un escrito para recoger firmas en el barrio y el martes presentaremos la instancia oficial. Si conseguimos salvar el árbol contra los intereses inmobiliarios (que no se han ajustado a la ley, y han preferido buscar una vía de falsedad) y contribuimos a paliar un poco la horrible degradación de este rincón de nuestra pobre ciudad habrá sido mucho. Además, resistir ayuda a sentirse vivo y no podremos decir que no lo hemos intentado.
Y desde el punto de vista simbólico, para mí, el azufaifo protagoniza una escena de mi infancia que sigue en mi cabeza, esperando a la escritura. Por eso salvar ese jardín (contra el parking) significa también simbólicamente. La ayuda entusiasta y eficaz de N. ha sido decisiva. Por cierto, una amiga italiana me ha contado que la madera del azufaifo se usa para fabricar las tenoras, y me ha mandado una pieza de Picasso representando una.
Y desde el punto de vista simbólico, para mí, el azufaifo protagoniza una escena de mi infancia que sigue en mi cabeza, esperando a la escritura. Por eso salvar ese jardín (contra el parking) significa también simbólicamente. La ayuda entusiasta y eficaz de N. ha sido decisiva. Por cierto, una amiga italiana me ha contado que la madera del azufaifo se usa para fabricar las tenoras, y me ha mandado una pieza de Picasso representando una.
Un extraño y contradictorio comentario de Galeno sobre este árbol: "Verdaderamente, yo no puedo testificar en que cosa las açufaifas sean utiles, para conservar la salud, ò expeler las enfermedades. Solamente conozco que son vianda de mujeres, y de niños desenfrenados... no obstante las açufaifas son pectorales, engruesan los humores calientes y subtiles, que destilan al pecho, e mitigan los dolores de la vexiga, y de los riñones..." No curan, pero curan, vianda de mujeres y de niños desenfrenados. Eso me devuelve al huerto de azufaifos cuya tapia salté o de pequeña, deslumbrada por los muros encalados, y a la reprimenda y el castigo que me llevé por el atracón. Y al olor dulce de esas frutas.
Pienso inevitablemente en la atracción melancólica que ejercían en mí, sobre todo de pequeña, las casas abandonadas, tal vez por identificación con mi propio abandono. Entrar en el mundo de unos desconocidos, en sus vestigios, la extraña violencia casi obscena de aquel espionaje, la sensación de pérdida y el paisaje melancólico del extrañamiento. Recuerdo haber guardado mucho tiempo los dibujos bonitos, pero algo torpes de una casa que tiraron detrás de la Diagonal. O la casa más antigua abandonada en el barranco, junto al colegio, con un calendario sucio donde ponía justamente 1939, y de cómo para entrar, me quedé colgada de unas zarzas, en el precipicio, y las otras dos niñas huyeron, y acabé entrando yo sola, con los muslos arañados, empujando una puerta vencida, en aquel lugar abandonado al acabar la guerra, entre la fascinación histórica el miedo de encontrarme una rata.