lunes, 30 de junio de 2008
Día de la presentación
sábado, 28 de junio de 2008
Tomas de tierra
viernes, 27 de junio de 2008
La ciudad no es para nosotros
Y en mi micromundo, a medida que se acerca la presentación del libro, me invade la inquietud. Cómo me gustaría una presentación en una pequeña librería, sin tener que pensar en sillas, tráfico, electricidad, sonido, locos voluntarios que intentan intervenir, etc. És la última vez, me prometo a mí misma. Y aún no he pensado qué diré. Desearía saltar directamente al martes... He pasado por la librería Jaime's y se les habían acabado los ejemplares de La plaza del azufaifo, pero habían pedido más. En La Central había una buena pila. Y me ha dicho el editor que en la Casa del Libro de Madrid tenían otro generoso montón (en cambio en la del Passeig de Gràcia ni uno, ¿será que los de allí leen más a Sagarra que los de aquí?).
jueves, 26 de junio de 2008
Arboricidios: la amenaza continúa
martes, 24 de junio de 2008
Solsticio y ruido
jueves, 19 de junio de 2008
Del resentimiento y los adjetivos
Foto: I.N. La que fue mi casa en la Diagonal, 2007
Yo también he sentido simpatía por Julien Sorel, sobre todo en un país como éste, destruido para siempre en lo cultural por una Guerra Civil que fue de clases, y que nos llevó para siempre a la burramia y la pasividad, que desterró de las Universidades toda ilustración y la sustituyó por simple lealtad al régimen, aunque fuese analfabeta. Yo nací en Figueres, pero crecí en la Diagonal, y curiosamente, a pesar de haber sido comunista en la clandestinidad y haberme arriesgado por lo que creía, y haber defendido siempre lo que me parecía ético en los espacios que he tenido y no haber heredado y haber tenido que trabajar siempre, parece que tengo que seguir pidiendo perdón por ello. (De haber podido elegir, habría preferido una familia más intelectual, más de izquierdas y sobre todo, más hopitalaria, pero por desgracia, no me preguntaron.) Lo que me parece mal es que a nuestros políticos, de la izquierda sólo les queda ese resentimiento, y no dudan en apoyar al mercado y dejar que nos gobiernen los lobbies y que las grandes corporaciones decidan cómo debe ser la Universidad y a quién se beca o financia, y asignan a la policía poderes extraordinarios y la sitúan por encima de toda crítica, y sustituyen toda inversión en conocimiento e investigación por inversión en ladrillo... pero eso sí, les queda intacto el resentimiento... o la culpa. (Siempre vuelvo a aquella banda de nombre genial, Os Resentidos de Vigo).
Iba yo hoy andando hacia mi destino -una heladería japonesa de Urgell, donde comprar el postre para llevar a una cena, ni burguesa ni derechista, sino simplemente intelectual- y he cruzado el Turó Parc, pensando: "No todos podemos vivir en estas casas, ni mucho menos, pero todos podemos atravesar estos jardines." Luego he cruzado la Diagonal, mi antigua calle, ahora que la casa en la que viví ha pasado a otras manos y nunca más podré visitarla (qué importa, lo que se veía por las ventanas ya no existe, ha sido arrasado y engullido por el cemento), pensando: "No todos podemos tener un piso ni un despacho en la Diagonal, pero podemos atravesarla, bajo la sombra pequeña de esos pobres árboles altos y flacos, sin lugar para expandirse, que el ayuntamiento ha decidido sacrificar. ¿Por qué? Por dinero, sí, y corrupción y política derechista al servicio de los intereses de un mercado que nos ha llevado a la crisis, pero también por resentimiento.
No son de izquierdas ni son revolucionarios precisamente los que califican Sant Gervasi de barrio burgués y lo condenan a muerte. No es casual que sea éste el barrio donde menos edificios han sido declarados monumento: no será porque hubiera menos... La voluntad de nuestros políticos municipales era clara (aunque algunos de ellos procedan de aquí, pero hay que pedir perdón y pagar, por un extraño masoquismo). Creo que nunca entendieron realmente a Julien Sorel. Es una falsa crítica, sin distancia ni razón, ese resentimiento que sólo se indigna por la frustración de un deseo o que destruye aquello que no cree poder poseer en un "la maté porque era mía".
Un comentarista de El País, escritor cuya novela reseñé yo con entusiasmo en este blog, considera hoy en su espacio que aquí, los poetas bailan una "danza lírica burguesa alrededor del azufaifo". Quizás yo esté equivocada, pero me parece que el adjetivo de burguesa sirve para condenar o ridiculizar todo esto y muestra sólo un prejuicio, un estereotipo, como cuando detuvieron a un millonario por estafa y añadían siempre el adjetivo "judío", pero curiosamente no lo añadían al citar a un prestigioso teórico de la ciencia que gobierna una institución cultural, o un artista, o un escritor, a menos que él se autodeclarase así. ¿Y por qué es una danza burguesa? ¿Porque cuestionar a un ayuntamiento que se ha aliado a las inmobiliarias es de burgueses? ¿Porque se "baila" en la escasamente burguesa calle Arimón? ¿Porque este barrio es tan sospechoso que lo "progresista" es abandonarlo y dejar que lo destruyan?
Antoni Puigverd supo matizar en La Vanguardia sus ideas sobre este barrio, donde sin duda hay alguna calle o franja de calle de ricos, vestigios de alguna zona burguesota, pero también hay -y si no, que le pregunten a quienes llevan la asociación de vecinos- mucha gente mayor en este barrio que pasa hambre, que no llega a fin de mes, profesionales con medios escasos, gente anciana sin recursos y mucha "clase media apretujada", como dijo Puigverd al visitar mi calle. Me gustaría que el comentarista de El País se diera una vuelta por aquí; tal vez concluyera que el origen no lo es todo y que él mismo vive más holgadamente. Es un barrio que fue pueblo, barrio de menestrales, que coexistían con los señores y sus mansiones. Y ahora, cornudos y apaleados. Para el ayuntamiento, tenemos que pagar nuestra culpa y por tanto, no tenemos biblioteca, ni gimnasio ni apenas escuela pública, ni servicios. No nos dan la plaza del azufaifo porque estamos castigados. Aquí apenas llegan los coches de limpieza y una barrendera nos dijo que era "menos prioritario", que sólo venían si les sobraba tiempo: órdenes municipales. Todo es más caro, y no se sabe por qué. Antes, había menos contaminación, más verde, más frescura. Ahora sólo quedan cemento y grúas, ruido y polvo. Pero las tiendas siguen siendo más caras (por cierto que enviar un ejemplar de La plaza del azufaifo por correo a Nueva York, a la fotógrafa que me cedió una foto, me ha costado 16 euros. Me pregunto si también la estafeta de correos será más cara en Sant Gervasi, ya que las farmacias sí lo son).
Es cierto que el resentimiento o esas fantasías sobre la suerte de los otros se pasan con el tiempo: nadie tacha a Mercè Rodoreda de burguesa por haber nacido en Sant Gervasi ni dejan de leer por eso sus novelas. Ni se lo dicen a Casasses, que nació aquí, o a Todó o a tantos escritores. Pero no tenemos derecho a defender un árbol aquí frente al cemento, porque es una actividad burguesa. Tal vez el comentarista no hojee el libro porque lo considera burgués, ya que él, aunque sólo sea por su origen, tal vez se considere revolucionario. Y el origen no lo es todo, y si no, que le pregunten a Nicolás Sartorius, o a algunos empresarios voraces e implacables venidos de clases humildes. También cuenta lo que uno hace, lo que elige y el valor de lo que escribe. ¿O acaso la literatura también tiene que pedir perdón para ser leída, demostrar previamente que no es de clase? Y la demostración necesaria es emigrar de este barrio, no defenderlo jamás, sino echar leña a la hoguera pública.
No se le ocurrirá al comentarista que la ciudad es también territorio común, para todos, y que pasear por una zona arbolada o con casitas antiguas sería bueno no sólo para sus propietarios. Con más árboles llovería más. ¿Acaso Collserola no era el pulmón verde de la ciudad y no sólo para hipotéticos propietarios de pequeñas torres? Los ingleses, que sí protegen su patrimonio verde, ayudan a los propietarios de jardines a financiarlos con la condición de que los abran al público de vez en cuando.
Cada uno tiene su parcela de resentimiento, veamos lo que queda del mío. Como burguesa, creo que sólo tuve un sueño, un espíritu, ya que mi padre dilapidó y mi orfandad material fue para siempre. Tampoco privilegios ni aceptaciones en el mundo literario, que se rige a veces por lo social. Más bien puertas pequeñas y estrechas y condicionadas a quedarme en mis márgenes, donde he aprendido a vivir con cierta felicidad. Márgenes de resistencia y años de trabajo, aunque fuese en un terreno elegido. Libre, inseguro, sin facilidades.
En la antigua Yugoslavia, hubo lugares donde el resentimiento no ganó, y se preservó la arquitectura austrohúngara junto a las mezquitas turcas, las catedrales ortodoxas y al lado se construyeron avenidas arboladas estilo soviético. Pero en Pristina triunfó el eslogan "Destruyamos lo viejo para construir lo nuevo" y la hermosa ciudad turca fue arrasada y conservó su estructura, reedificada feamente con cemento. El comisariado político fue más fuerte. Los censores de nuestro ayuntamiento pretenden hacer lo mismo con Sant Gervasi, y sin duda lo están consiguiendo.
Por suerte, hay comentaristas que juzgan leyendo. Màrius Serra ha leído La plaza del azufaifo y le ha gustado. Lo ha recomendado en su Lecturàlia de Catalunya Ràdio con estas palabras:
Recomanàrius. La plaza del azufaifo, d'Isabel Núñez (amb pròleg d'Enrique Vila-Matas) ... (Melusina, 2008) Isabel Núñez és una escriptora de contes i crítica literària que viu a Sant Gervasi i que, ara fa un any, va engegar una exitosa campanya per salvar un ginjoler bicentenari en un solar del carrer d'Arimon que estava amenaçat per una obra. Aquest llibre reprodueix les entrades que va anar escrivint en un blog durant un any (de maig a maig), i narra la complicitat del barri, de poetes, escriptors i periodistes, com Enric Casasses, Oriol Bohigas, Lluís Maria Todó, Antoni Puigverd, Pi de Cabanyes (que recorda que els murcians també en diuen jinjolero ). Les reflexions poètiques i filosòfiques d'Isabel Núñez s'alternen amb les cròniques dels recitals pel ginjoler i la correspondència amb l'Ajuntament, sobretot amb Imma Mayol. Nuñez no estalvia gens de crítiques a la Barcelona aquesta del Visca per decret. Construlàndia, en diu. Entre les firmes per salvar el ginjoler destacaven les dels pares de l'alcalde Hereu. El blog arriba a llibre per suggeriment de Vila-Matas, que va ser el primer d'escriure sobre el cas a "El País".
Last Minute News:
He recibido un comentario de un escritor amigo que entiende mejor que yo "el caso del comentarista de El País" y elogios aparte, lo explica con precisión y ecuanimidad. Respecto a las razones de los otros, a mí me ha convencido. Dice así: "Jo sempre tinc present allò del pare del Gatsby: que coses que a mi, i altres com jo, ens van ser donades de naixement, com qui diu: l'accés a l'alta cultura, llibres i diaris a casa, bona música i conversa intel.ligent, etc, etc, etc, tot això hi ha molta gent que ho ha hagut de conquerir, aprendre o prendre. No crec que sigui un resentit. Potser té un sentit moral molt rígid, una mica calvinista, i deu pensar que ja tens prou padrins amb els que tens (suposo, no tinc cap dada que em permeti pensar això)... Ah, i no t'enganyis: sí, que has heretat, has heretat moltíssim, des d'uns gens esplèndits fins una manera de parlar, de llegir, de moure't, de sentir música, de relacionar-te amb la gent, has heretat molt, i és tan absurd renegar-ne com enorgullir-te'n, és així i prou. "
La Diagonal, en peligro
martes, 17 de junio de 2008
La voz humana... y las voces del mercado
Plus tard... Miércoles (de luna llena, creo)
Ardua negociación en el Mercat. Un representante del distrito había pasado por allí dándoles una información equivocada, porque había confundido nuestra presentación con otro acto. Y no había manera de entenderse. Por suerte, venía conmigo Ratachina, que procede de una familia frondosa, amante de los árboles y lectora fan de Vila-Matas, con su temple firme y plácido y sus ojos verdes. Yo ya no tengo temple ni nada que se le parezca: cuando han empezado los problemas me he enervado, pero ella ha sabido hablar con todos, el Districte, la carnicera y jefa, el subdirector, el dueño del bar y al final, todo dependía del barrendero, pero hemos llegado a un acuerdo con él (alguien del mercado tenía que quedarse para que tuviéramos electricidad y sillas). Mientras esperábamos ha aparecido Casasses, con el pelo al viento, y ha dicho que en esa plaza no se oirá nada con el tráfico y que pidiéramos la otra. El problema es que nos ha costado meses que nos dieran un permiso, que nos contestaran siquiera y es el distrito quien ha elegido el lugar. Pero los dioses son compasivos: al llegar me encuentro con que Màrius Serra ha mandado un mensaje al editor: "Enhorabona per aquest magnífic llibre. Ja l'he llegit. Demà dijous el recomenaré des del 'Lecturàlia' de Catalunya Ràdio, al programa de l'Antoni Bassas..." (Si puedo, pondré esa radio a las 10 am...) Estas cosas me ponen tan contenta... ¿Pero cómo volver a concentrarme en mi trabajo? Si ni siquiera me he acordado de comer...
lunes, 16 de junio de 2008
El artículo de Joan de Sagarra
JOAN DE SAGARRA
La Vanguardia, 15/6/2008
El viernes me zampé La plaza del azufaifo, un libro de la señora Isabel Núñez, con un prólogo de mi primo Enrique Vila-Matas. El prólogo de Enrique no tiene desperdicio. Comienza así: “Este libro debería dejar mudos de la sorpresa a todos aquellos que tan intensamente hablan maravillas de Barcelona. Este libro habla de la otra ciudad, la que no llegan a ver nunca sus múltiples y entusiastas visitantes. Este libro quedará como uno de los testimonios más lúcidos de la destrucción general de Barcelona a principios del siglo XXI”. Toma castaña.
El libro de la señora Núñez trata sobre un azufaifo (un ginjoler) centenario y hermosísimo, un árbol situado en una finca de la calle Arimon, en Sant Gervasi, y cuya vida peligraba a consecuencia de unas obras que se hacían en aquella calle el pasado año. Pues bien, la señora Núñez organizó una campaña, que tuvo amplia repercusión mediática, y logró salvar el azufaifo, pese a la indiferencia mostrada por lo que la señora Núñez denomina, con frase un tanto proustiana, por no llamarla de otro modo, “nuestro magnífico Ayuntamiento de Hereuville”, y de manera especial por la señora Imma Mayol, la jefa de los verdes municipales.
El libro de la señora Núñez, amén de una muestra de civismo, es también un recorrido por una Barcelona, la de su infancia y adolescencia, prácticamente desconocida.
La señora Núñez es uno de esos ciudadanos de los que habla Enrique en su prólogo, “que han perdido las referencias urbanas y que vagan como almas en pena, como expulsados de unas calles que ya no reconocen”. No tengo el gusto de conocer a la señora Núñez, más joven que yo, pero podría muy bien haberme cruzado con ella, cuando la niña Isabel Núñez pasaba delante de mi casa, en el paseo de Sant Gervasi esquina plaza Bonanova, para ir al colegio de Jesús y María.
La señora Núñez habla en su libro de un territorio –el barranco junto a la torre Castañer, la torre de los Güell– que también es el de mi infancia, y en cuanto a su colegio, del que la señora Núñez no guarda muy buen recuerdo –la expulsaron–, también forma parte de mi adolescencia: con dos compinches de los jesuitas (de Sarrià) saltamos una tarde la tapia de aquel colegio de monjas para ir a ver una chica –no recuerdo cual, pero podría ser muy bien Nuria de Arana (todos estábamos enamoradísimos de la guapa Nuria)–, y a punto estuvieron de expulsarme de los jesuitas por aquella proeza (pero, desgraciadamente, no lo hicieron, entre otras razones porque mi papá era el autor de La ferida lluminosa, y su hermana, la tía Pilar, una monja muy importante en Jesús y María).
Desde que murió mi madre, hace ya veinte años, no he vuelto a poner los pies en la Bonanova. Cuando murió mi madre, ya no tenía nada que ver con la Bonanova que conocí, recién llegado de París, al final de nuestra guerra.
Aparte de un par de cines –el Murillo y el Adriano– y de la pastelería del señor Cortacans, la Bonanova no fue nunca mi barrio (la Bonanova era el punto de partida para descender a Barcelona).
Yo descubrí el barrio, la vida de barrio, cuando me fui a vivir donde actualmente vivo: en la parte alta del paseo de Sant Joan, en el Eixample. Cuando me instalé allí, lo desconocía por completo, así que me apropié del barrio, de los recuerdos de mi primo Enrique, que vivió su infancia y adolescencia justo al lado de donde yo vivo.
Mi barrio era el del cine Chile, de la bolera del paseo, de la pastelería Baylina (sólo esta última sigue en pie). Mi barrio, con el tiempo, se fue convirtiendo en una mezcla del actual y del antiguo paseo del general Mola, con la fábrica Elizalde muy dañada, pero todavía en pie. Era mi barrio y el de mi primo escritor. Pero, a partir del mes de diciembre del pasado año, mi barrio se ha convertido en el barrio de otro niño que recuerda haber visto a mi primo Enrique, con pantalón corto, bajar por el paseo Sant Joan camino de los maristas, de su colegio. Ese niño, que hoy es un funcionario que trabaja en el Museu d'Arqueologia de Catalunya y está a punto de jubilarse, no es otro que el señor Enric Sanmartí, cuyo personaje me honro hoy en introducir en esta crónica –crónica de barrio, de esos barrios que van desapareciendo– y que habrá de acompañarnos en más de una ocasión.
A finales del pasado año, el señor Sanmartí me hizo llegar una extensa memoria en la que me descubría cómo era el barrio de su infancia, me hablaba de cines, bares y comercios desaparecidos y me contaba la vida y milagros de muchos que todavía aguantan.
Gracias al señor Sanmartí, dentro de unos minutos, cuando acabe de escribir esta crónica y me vaya a comprar el diario en el quiosco del paseo con la calle Provença, me olvidaré por un instante de que el bar Provença es el bar Provença y entraré en el bar Quiroga, una especie de taberna, con su barra de mármol y sus grandes botas de vino. Un bar en el que está sentado el dibujante Opisso, ya muy viejo, que repite siempre la misma frase: “La vida és com la camisa d'un infant: curta i cagada”. Y unas mesas más allá hay un grupo de gitanos y cómicos que aguardan para ir a visitar a Carmen Amaya que está ingresada en la clínica Puigvert, al otro lado del paseo. Entre los cómicos se halla el actor José Nieto, que le firma un autógrafo al niño Enric Sanmartí. Ese es mi barrio, mis barrios. Moltes gràcies, senyor Sanmartí, pel seu regal.
viernes, 13 de junio de 2008
Plaza del azufaifo
Esta mañana, antes de salir a por los periódicos, mi amiga L. me ha avisado de que Joan de Sagarra hablaba del libro en su interesante sección La terraza. El artículo es estupendo y casi todo el mundo me ha felicitado porque es bueno para el libro, aunque mi madre, que acababa de liberar al pájaro herido -recogido, alimentado y reconstituido por ella con granos de arroz integral y guardado en un carrito de la compra con rejilla-, cree que eso de referirse constantemente a mí sólo con mi apellido paterno como "la señora Núñez" me hace parecer vieja, y G. ha dicho que se alegraba, aunque con algunas reservas. Pero a mí, su frase "me zampé el libro", en ese estilo suyo de devorador, capaz de degustar y digerir copiosos banquetes y libros en esa celebración ritual tan particular, me ha parecido un buen síntoma, y la cita de su primo Vila-Matas añadiendo un expresivo "¡Toma ya!" me ha convencido. Y el tono de su artículo y los demás personajes y la historia y la pérdida de la ciudad. Además de la extensión y la difusión que sin duda tiene: me han llamado y escrito unos cuantos que lo habían visto. Su artículo y la referencia irónica de Francesc Arroyo en El País me han alegrado el día. No tengo tiempo de más. Este fin de semana, la vida social y las noticias, junto con ciertos planes de itinerario francés con Tigridia, lo han ocupado todo. No me ha quedado tiempo de quietud y escritura, que también añoro y que temo no poder tener durante la ruidosa semana, llena seguramente de las dificultades para celebrar la presentación (gracias al distrito, todo es muy difícil, aunque eso sí, Casasses ha aceptado la nueva fecha, y Manuel Delgado también; pero cada día surge un nuevo obstáculo. Parece que en el Distrito están tan furiosos de tener que soportar la presencia de un árbol exuberante en lugar de más cemento que han decidido que no podamos presentar el libro). Y martes y miércoles me toca grabar mi Crucigrama para Llibres de Veu. Y si alguien sabe cómo conseguir una tarima y unas sillas para ponerlas el lunes 30 en la plaça Joaquim Folguera sin que nos cueste dinero, que nos avise.
Y en El País Catalunya, en sus "Perlas", Francesc Arroyo dice:
Curiosidades. El libro, una delicia, se titula La plaza del azufaifo (Melusina). Es de Isabel Núñez y se presenta con prólogo de Enrique Vila-Matas. Narra la resistencia de un grupo de vecinos del barcelonés Sant Gervasi para salvar a un azufaifo amenazado por la construcción. Lo consiguieron. Y si se puede salvar un árbol, ¿por qué otras cosas no valdrá la pena movilizarse? El primer ejemplar lo compró Enric Casas, director de comunicación del Ayuntamiento. ¿Lo hizo para ver qué imagen se da del Consistorio? No, es que durante un tiempo vivió en la zona.
Yo pensaba estos días en la música como motor de la memoria. Al reverso, Impromptu decía que la referencia a Robert Walser le sirve para pensar en la memoria, más que la magdalena o los pavés de Marcel. Pero para mí, esa lectura supuso una revolución interna hace muchos años y ya nunca más fui la misma, aunque como ya dije una vez aquí, me alegro de no tener que compartir esa emoción. Y en cuanto a Walser, también forma parte de ese rincón mío de posesividad lectora... Un amigo de treinta y fu se burla de que me gusten algunas canciones de los setenta y yo le digo: "Tú no puedes comprenderlo porque no estabas allí". A veces unas primeras notas nos transportan, de la forma más brusca y violenta, sin contemplaciones, como aquellas olas salvajes de la playa gallega de Las Furnas, que arrojaban a cualquier osado bañista con fuerza contra la arena, con el pelo para arriba, la piel colorada y algunas contusiones. ¿Adónde nos llevan? No necesariamente a una escena concreta pero sí a un espíritu, a aquellos sueños atropellados y furiosos que no podían cumplirse o sólo se cumplirían después, a su manera imprevisible y burlona, o a un deseo imperioso y a veces destructivo, a la pérdida de todo, al arrancamiento de yos jóvenes o infantiles que quedaron atrás para siempre, o sólo a una nostalgia desbocada y abstracta que sólo la escritura puede aliviar.
Anoche volví a ver al azufaifo en uno de esos raros momentos solitarios en que nadie cruza la calle. Había un silencio casi total, de madrugada, y se oía la brisa y el balanceo leve de sus hojas. El tronco se veía negro, viejo, pero extendido con una amplitud asombrosa. Daba la sensación de una sonrisa arbórea.