Foto: Caterina Solivellas, Al otro lado de Cala Figuera, Mallorca, 2008
Dijo G. anoche que el piloto había aterrizado muy bien en Barcelona, y era verdad. Pero la suavidad de su aterrizaje no pudo evitar la dureza ni los trompicones del retorno a la realidad de esta mañana, después de un fin de semana en la isla, rodeados de árboles vetustos con troncos inmensos y sombra generosa, ficus y almeces, con cielos suntuosos de nubes baudelairianas, en una ciudad vieja elegante y bien conservada, con ese aire italianizante que decía L., y que M. y yo recorríamos andando con nonchalance hasta que se nos unió un escritor mallorquín, viejo amigo de M. (y amigo de VM) al que yo había conocido en París, y me fue explicando la historia de algunos edificios y rincones, mientras ellos dos intercambiaban observaciones sobre la conservadora excentricidad de carácter y protocolos de los mallorquines.
Por cierto que pasamos por una librería nueva de Palma que me gustó mucho, con su café. La selección de pensamiento me pareció interesante, así como la más puramente literaria y de ficción, y allí estaba La plaza del azufaifo. M. lo compró para regalárselo a una amiga y yo acabé dedicándoselo al escritor mallorquín, quien a su vez me trajo El informe Stein, reeditado con la portada que siempre quiso, una misteriosa foto de Cartier Bresson inspiradora de un retrato paterno en la novela.
Esa noche M. y yo repasamos hablando el tiempo perdido, instaladas en esa zona nuestra de entente sobre lo familiar, las relaciones y la memoria, entre su cultura judía y mi pasión psicoanalítica, y acabamos a las tres y media, pero la noche siguiente teníamos cena con J.C.L y la bella H, que le acompaña a todos los homenajes y tournées francesas (por lo visto él sigue triunfando en Francia más que en este país, y cuando le pregunté por ese éxito dijo que era la sonrisa que se le ponía al afeitarse, y cuando se preguntaba a sí mismo: "¿De qué te ríes?", le venía a la mente el éxito francés). Lo cierto es que empecé su libro esa madrugada, al acabar la cena, y reencontré esa escritura suya que arrastra, con una extrañeza cercana, y pensé que le gustaría a G.
Mientras, G. paseó y conversó con su viaje amiga C., la misma que de pequeños trepaba como él por el marco de la puerta de la sala hasta el techo, en un alegre y extraño ritual.
En el aeropuerto de Barcelona, la guardia civil había parado a G., quien ya lo había previsto. Los dos estábamos malhumorados ante la larga cola del aeropuerto, maldiciéndonos por viajar en fin de semana en estas fechas, y cuando salí al fin de la mascarada ritual y le vi con la guardia civil, me dirigí a ellos indignada y logramos abreviar las cosas (no eran de lo peor, aunque no estuvieran dotados para la dialéctica ni siguieran ninguna lógica, y acabaron disculpándose e intentando congraciarse con G, que les perdonó antes que yo).
En ese momento G. vio a Frikosal, que acababa de salir del mismo desagradable e inútil protocolo y se iba hacia un país andino. Nuestra dirección de embarque no estaba lejos y estuvimos andando con él por las cintas. Dijo que seguramente tendría poco tiempo para mirar bichos, sólo el fin de semana, así que tal vez traiga más fotos del lugar que de especies interesantes, pero quién sabe. Fue un paréntesis agradable en medio de la pesadilla de los aeropuertos.
En Mallorca, el tiempo fue otoñal, con muchas nubes, alguna lluvia dispersa, pero nada impidió nuestros paseos, incluso un baño fugaz ayer en un mar de agua transparente y maravillosa (¿Cala Blava?), y luego comimos y paseamos hasta Portitxol. Antes habíamos recorrido Cala Figuera y los alrededores, y la verdad es que todo estaba bastante cuidado y limpio. Todo el fin de semana fue muy agradable, gracias a la hospitalidad de nuestros amigos, a la aromática galería de su casa, a los paseos y a esa afinidad de conexión en la que todo se retoma fácilmente, como si el tiempo no hubiera pasado.
Volver a esta pobre ciudad invadida de basura, hoteles y cemento, a sus pobres árboles escuálidos y amenazados y al barrio más ruidoso de Barcelona resulta triste. Supe que nuestro autoritario alcalde, señor del cemento, había aceptado una consulta popular sobre la destrucción de la Diagonal que ha decidido emprender, pero al parecer luego matizó sobre tal consulta. Cuenta con la pasividad de los ciudadanos, miedo revestido de pereza y nihilismo, incultura arboricida y pensamiento débil, esa parte indudablemente heredada del franquismo, que dejó todo atado y bien atado.
A la vuelta, con su ironía burlona, G. me dijo que formábamos un grupo cohesionado (él y yo), y así nadie nos pararía en los aeropuertos.
Supongo que iré reconciliándome con las cosas, desprendiéndome del lastre de los excesos, escribiendo (aunque el dolor del brazo ha vuelto enseguida) y leyendo, y tal vez la visita de mi amigo serbio sea uno de los alicientes para soportar lo que aquí ocurre, como la buena noticia de que ya hay galeradas de mi libro balcánico.
Plus tard...
He salido a la calle y no he parado de encontrarme gente conocida. ¿Qué pasaba hoy? Yo iba leyendo a Brigitte Reimann mientras me dirigía a un estudio familiar y luego, subiendo Major de Gràcia, leía Ella era Hemingway y No soy Auster, de Enrique Vila-Matas, en una de esas pequeñas ediciones tan logradas que ha hecho la nueva editorial Alfabia (me gustaron las páginas donde habla del "encanto" del escritor, como habló Stevenson, o como Lorca en Teoría y juego del duende, ese hechizo que hace que perdonemos todo o casi todo a algunas personas, el mismo que poseen algunos escritores, aunque no sean siempre los más grandes, y del que carecen algunos de los más grandes, decía VM). Justamente el otro día J.C.L me habló de esa nueva editorial de la que era editora mallorquina de Alpha Decay. Yo iba hacia casa de V., y le llevaba un libro de Tanizaki por haber cuidado de nuestra Gilda estos días. V. estaba hoy como el campo de JRJ, llena de vida y de pasión, con una fiereza radical que impresionaba, pero que a mí me tranquiliza en cierta manera, porque yo tengo ese état d'âme otras veces y la visceralidad suele despertar mi simpatía (como al leer la crítica acerada que VM hace de la arrogancia de Unamuno), mucho más que la tibieza de espíritu. De vuelta a casa, he seguido encontrándome gente por la calle y preguntándome por qué. Por cierto, me encanta que en esos libritos de Alfabia haya un espacio para notas. Piedad para los que, como yo, ¡acabamos anotando cosas en los periódicos, las tarjetas de metro y la última página de algunos libros! La cuestión es que, pensaba yo andando hacia mi casa, V. tiene ese enchantment de Stevenson, o duende lorquiano. Y también lo tiene G., al menos a mis ojos. G ha venido un momento y me ha arreglado el teclado, que parecía muerto. Tras este intensivo juntos, parece que los dos, en vez de saturarnos, nos añoramos...
En Polis, un artículo del AVUI de hoy sobre la basura que los vandálicos habitantes de este barrio arrojan al descampado del azufaifo y que el Ayuntamiento y el distrito se niegan a limpiar, ni a requerir al propietario que limpie. Sepan que en Hereuville se tolera el mantenimiento de vertederos urbanos, aunque eso incluya ratas y haya una guardería al lado (dicho esto, yo no me considero "líder" de ningún "movimiento vecinal").