jueves, 31 de julio de 2008

Mientras no escribo


Foto: I.N., Nîmes, maison carrée, 2008

Se multiplican los extraños efectos del calor y me acuerdo de un amigo ucranio-madrileño-exampurdanés, escritor y artista multifacético, que se iba a bailar solo a clubes donde sabía que ponían música afín. Iba solo, no hablaba con nadie, bailaba su dosis hasta cansarse y luego se retiraba. En verano le envidio: bailo sola. Si supiera un lugar donde pusieran música afín lo intentaría, pero sólo se me ocurre uno donde los africanos no me dejarían bailar sola. No bailo con salsa ni merengue. Seguramente me inspiró ayer el grupo de adolescentes italianas que fueron a bailar con G., S. y sus amigos tras la cena de anoche, mientras el resto nos enzarzábamos hablando con un viejo amigo pintor del control en internet, la crisis, el azar, la mentira, la pintura, la escritura, los resquicios de la prensa. Esa calle ajardinada, de noche, me alivió un poco el espíritu antes de volver al cemento ardiente y sucio de la mía. O el soul que estoy escuchando por azar en este momento. O que no haya obras. O este calor húmedo que me hace pensar en La Habana.
Un anónimo me manda flores virtuales. Son flores extrañas, mustias, secas, marchitas, que me hacen pensar en mi vejez. Lo he dicho al dorso en Polis. Muchas veces he pensado en flores marchitas al mirarme envejecer en el espejo. Me consuela pensar que a mí siempre me han gustado las flores también en esos estados últimos de pétalos cayendo, arrugadas, o con aquel olor dulce de flores descompuestas por el calor tropical de la India. Tuve dos partners que siempre me compraban flores, uno era daltónico y nunca sabía de qué color eran, pero no fallaba en la belleza. El otro era un inglés socarrón que tal vez compensaba así su falta de expresividad en sus estados sobrios o las particularidades de nuestro extraño affair intermitente. También hubo alguien anónimo que me mandó flores reales dos veces, pero siempre pensé que sería una mujer. Los hombres que conozco y que podían mandarme flores siempre querrían dejar su huella. Más tarde alguien dejaba músicas en mi contestador, pero nunca supe si se equivocaba.
Necesito escribir el próximo cuento, pero aún no estoy segura de abordar ese u otro fragmento de mi particular tejido vegetal o pulposo, ese tejido de patchwork que tan pronto se adhiere con savia vegetal, sangre seca o lágrimas como con gas hilarante de los dentistas, postales antiguas, o los recortes de aquellos periódicos que en casa de mi madre ponían alrededor de la cocina, para proteger el suelo al freír y que yo siempre encontraba inexplicablemente llenos de unas noticias mucho más interesantes que los del día.
Ayer recordaba que en Luxemburgo leí (comprado en la livrairie Alinéa) un librito de Marie Darrieussecq y la atmósfera se quedó conmigo, mezclándose a lo que me ocurrió aquellos días. Pensaba que le había dejado el librito a N. como prenda simbólica por su hospitalidad, pero me equivocaba... (¡era otro!). En un trayecto de bus y algo más de sofá pude leer su Naissance des fantômes, con una foto de Francesca Woodman en la portada de la bonita edición de Folio, uno de esos autorretratos borrosos en que FW desaparecía, como desaparece el marido de la narradora, que se borra de las fotos familiares, que vuelve convertido en fantasma inconsistente, o por lo menos, eso cree la narradora... Es un relato extraño, sugestivo y brillante, y la metáfora central es poderosa y le sirve para expresar la melancolía y la soledad en las relaciones, lo que nunca llegamos a entender del otro, los misterios y la lejanía que la rutina disimula o el deseo que sólo nace de la pérdida, de la imposibilidad, y por fin el delirio... O más bien, es una metáfora del matrimonio, de la pérdida o desaparición del otro, al que conocíamos por ejemplo, libre y salvaje o soñador, y que ya no está ahí, que ha desaparecido engullido en convenciones y rutinas o convertido en su propio padre, o la dificultad de acceder a aquel ser deseante que despertaba simplemente cuando la narradora se sentaba en sus rodillas. Y que ya no está. Y cómo se borran sus contornos y se convierte en un ser light, parodia de sí mismo, conformado con una situación que hace tiempo dejó de gustarle, acomodado a una postura que cada vez le resulta más difícil a cada uno.
Ahora suena en la radio una chica que canta como Janis, pero con otra música...
Y entre tanto, mientras no bailo ni escribo, tengo que volver a las correcciones, no hay más tiempo que perder... (tal vez siga luego... Ay, la vida social ha irrumpido, secuestrándome una vez más... hasta el après-midi).
Más tarde se ha hecho un silencio absoluto. Supongo que el fragor se ha trasladado a la carretera. Con un poco de suerte interrumpirán también las obras. Aunque tenga que andar y andar para encontrar un periódico o un estanco abierto con sellos, sería fantástico pasar unos días en este silencio. Por un momento me abstraería del cemento y de los planes arboricidas del temible ayuntamiento de Hereuville, en un compasivo paréntesis...

martes, 29 de julio de 2008

Refugios



Foto: I.N., La tumba de Albert Camus en Lourmarin, 2008

Contra el calor, contra la invasión de cemento y corrupción que me enferma, para olvidar lo que está pasando en este país, en esta ciudad, y lo que nos viene en el mundo (anoche una amiga judía y cosmopolita reconvertida en isleña y ahora a punto de irse a Berlín me decía que las crisis económicas le preocupan sobre todo por las posibles contrapartidas políticas. Y tiene razón, pero de esto hablaré en Polis. Me refugio de momento en mis lecturas (por cierto, en La Vanguardia Cultura/s de hoy, mi reseña de Peter Cameron y su recomendable novela que pronto se estrenará en cine), y en la escritura, y en la nostalgia del itinerario provenzal, no puedo resistir la tentación de poner aquí un poema que Antoni Clapès dedicó a la tumba de Albert Camus.
Camí solitari d’espígols
i romanins marcits:
el mur atrapa el reflex
del silenci, l’heura evoca
la possibilitat del mot.
Glaçada
llum de lluna.
Y otros dos dedicados a Luberon, también en la Provence...
Imperceptible bonior
d’insectes en l’arena
de l’alzinar.
Com retenir
aquesta música de l’ànima?

______________________
Migdia ardent: flonges
campanades, pluja
de borrons d’acàcia.
Només la invisible llum
fa visible el món.

Antoni Clapès (Alta Provença)

Mientras, sigo con los testimonios sobre el psicoanálisis en La regla del juego, título renoiriano (cómo me gustó esa película! Casi tanto como El río... Ninguna de las dos me ha abandonado...), libro lleno de itinerarios autobiográficos, de reflexión, de deseo, pensamientos, humanismo... un refugio como la Provence, como los poemas de Clapès, como mi deseo de seguir escribiendo esos cuentos, como la anunciada visita de interesantes franceses. En la calle, he visto un momento a mi hermana italiana y a su Yassine, junto al azufaifo: tengo que hacer una coca de verduras para la cena de esta noche, a hora europea. G. duerme a pierna suelta, a pesar de la charla agudísima de las golondrinas en el patio, pesa más su ritmo de vacaciones. Dentro de unos días se irán en bici al pays gabache. La gata también duerme, pero a veces se levanta a una de sus patrullas. La he visto observando un momento el cuerpo indolente de G, tal vez valorando si podría unirse a él sin peligro de ser descubierta. ¿O tal vez ha visto alguno de esos mosquitos tigre que nos atacan?

Calor, cemento, escritura, misoginia


Foto: I.N. La corniche sur l'Ardeche, 2008.

Todo parece quieto. Los periodistas que me propusieron hacer especiales sobre los árboles y la ciudad talada de Hereuville se han quedado silenciosos. Todo el mundo se va de vacaciones, salvo, por desgracia, el ramo de la construcción. El fragor continúa. Las obras de mi edificio terminaron ya, pero ahora atacan por la izquierda y el frente, el barrio es una cantera humeante y polvorienta, eso no se arregla, sino todo lo contrario.
El calor crece y no hay sombra donde refugiarse. La política de Hereuville promueve el aire acondicionado, elimina los pasadizos de ventilación, elimina la sombra y los árboles que traerían lluvia, elimina la luz natural. Sólo queda recurrir al gasto energético. No sé si he dicho aquí que el apelativo Hereuville, que gusta tanto a los periodistas, es cosa de L.O., que ya empezó en la era de Closville, y su ironía sólo expresa la actitud de esos alcaldes que creen que la ciudad es suya y pueden destruirla a su antojo. En ese sentido, aunque parecía imposible, Hereu ha superado a su antecesor, para peor. Con 35.000 firmas pidiendo que detuvieran la inmensa tala de encinas de Collserola y toda la oposición en contra, él siguió adelante sin conceder siquiera un momento de reflexión, para poner la montaña rusa (Iniciativa i els Verds se quedaron callados, ¿cómo se explica? ¿Quién creerá en ellos?). Ahora "The Evil H" se dispone a convertir la plaça Joaquim Folguera en una plaza de cemento para que los turistas puedan subir a su montaña rusa desde abajo. ¿Cuántas plazas tendrá que talar y convertir en nuevos hornos de cemento y alquitrán, sin sombra? (Parcs i Jardins sólo ejecuta talas y trasplantes, acepta en silencio que no dejen tierra para árboles, que nunca vayamos a poder tener más sombra en esa plaza. A diferencia de lo que ocurre en otras ciudades, Parcs i Jardins se posiciona contra el verde de la ciudad).
Mientras, mis tres nuevos cuentos empiezan a reposar. Ayer se los leí a V., que vino como una bailarina años cincuenta, envuelta en su luz como las libélulas de Frikosal, y escuchó y trazó luego sus asociaciones y su lectura de esos tres cuentos, dos de los cuales que me obligarán a cambiar el título (no me importa, ya tengo otros posibles), porque han cambiado temáticamente y en ellos el pasado familiar es lo que más pesa, dos escenas que me hacen pensar en una instalación de Martha Rosler o una historia de Jeffrey Eugenides. La lectura de V. me sirvió. Hubo un momento en que pensé que no podría seguir leyendo, pero pude. Ahora tienen que reposar y tengo que esperar a mi lector serbio (en otro tiempo tuve un poeta que me leía y animaba, pero desapareció. Tal vez mi nombre se le borró, como en aquel bosque de Lewis Carroll donde nadie tenía nombre o el poema de la Dickinson que siempre cito, donde el musgo cubre bocas y nombres de los dos). Pero siento un fuerte deseo de continuar, y espero encontrar otro hilo de los múltiples de mi tejido de las mil puntas.
Por cierto que ayer L.O. me mandó un artículo en La Vanguardia que se hacía eco de otro del Independent sobre el peligro de cierre de la magnífica casa de Edith Wharton, The Mount, donde escribió The House of Mirth y donde tan bien acogido se sintió Henry James. Claro que la casa era mucho más bonita antes de restaurarla, ya que predominó la tendencia americana al pastel. Encontré una foto preciosa de la biblioteca... Me gustó que en el artículo citaran la casa de Harriet Beecher Stowe. Todo el mundo ha leído o visto o oído hablar de La cabaña del Tío Tom, aunque sea en forma de dibujos animados, pero ¿cuántos saben que la escribió una mujer y recuerdan su nombre? El ninguneo es tan persistente... Acabo de recibir la revista de la Asociación de Escritores, República de las Letras, un flamante número de portada tricolor, dedicado a la República y a los escritores contra el fascismo, y suerte que ponen a María Zambrano y Maria Teresa León, las dos únicas escritoras que han querido recordar, y cuando hablan de escritores extranjeros que apoyaron a la República se olvidan de Dorothy Parker o de tantísimas otras, incluyendo a Virginia Woolf, Lilian Hellmann, Martha Gelhorn. O de Mercè Rodoreda. Como aquel sociólogo que escribió en La Vanguardia Cultura/s sobre Hannah Arendt y se permitía darle lecciones y aludir a ella con un tono condescendiente, sin darse cuenta de que ella ha legado una obra importante y en cambio él no: su nombre de sociólogo sí será enterrado, no por el musgo dickinsoniano, sino por el puro cemento de esta ciudad. Es lo de siempre, diga lo que diga mi amigo Jorge, y resulta agotador, como el fragor de las obras y el cemento.

lunes, 28 de julio de 2008

Leer, escribir, rabiar


Foto: I.N., Cedros en Bonnieux, 2008

Hace mucho calor y las obras rugen con su estruendo español, de corrupta burbuja inmobiliaria, de crisis sin esperanza, de políticos sin remedio, de ciudadanos vencidos, que lo aceptan todo. Viajar sirve para olvidar, pero el retorno es mucho más duro. Aquí, en Barcelona, la basura se acumula en la calle, la gente se cree desarrollada, europea, contemporánea, pero no lo es y tira papeles, colillas y porquerías al suelo. Y no se queja ni conoce sus derechos, ni se molesta en interpelar a esos representantes y políticos a los que paga, ni es consciente de que sus impuestos le dan derecho a exigir ni de que la democracia es algo más que el voto. Y si criticas este país, si te atreves a decir que Francia, Inglaterra o Alemania están por delante en lo que respecta a preservar los árboles y el entorno, en no tirar basura al suelo, en la educación... entonces te acusan de idealizar Europa, de creer que es una Arcadia, de odiar este país y de tener defectos oculares.
Leo esas ensoñaciones irónico-poéticas-melancólicas de Bolaño, soñando con escritores, en Tres: "Soñé que estaba preso y que Boecio era mi compañero de celda. Mira, Bolaño, decía extendiendo la mano y la pluma en la semioscuridad: ¡no tiemblan!, ¡no tiemblan! (Después de un rato añadía, con voz tranquila: pero temblarán cuando reconozcan al cabrón de Teodorico.)... Soñé que traducía al Marqués de Sade a golpes de hacha. Me había vuelto loco y vivía en un bosque... Soñé que Pascal hablaba del miedo con palabras cristalinas en una taberna de Civitavecchia: 'Los milagros no sirven para convertir, sino para condenar', decía... Soñé que me enamoraba de Alice Sheldon... Soñé que follaba con Carson McCullers en una habitación en penumbras en la primavera de 1981. Y los dos nos sentíamos irracionalmente felices." Curiosamente, Bolaño sueña que habla con los escritores, mientras que con las escritoras sus sueños son siempre eróticos, a veces asesinos. No me parece casual. En él la misoginia no es absoluta, sino contradictoria, pero a veces arde furiosamente. No es casual que firmara el manifiesto en apoyo a aquel mal escritor oportunista que triunfó con el estereotipo de siempre, la voz del violador, la justificación más simple. Y algunos supuestamente contemporáneos le apoyaron como si fuese literatura. Y es que el propio Bolaño había titulado un libro casi en esa línea. Sólo que su escritura no está limitada en ese sentido y sus personajes femeninos pueden ser tanto o más poliédricos, inteligentes y talentosos que los masculinos, a diferencia de lo que les ocurre a otros. A mí me encantó el Bolaño de Llamadas telefónicas, Estrella distante, Literatura nazi en América. Y ahora estas ensoñaciones de Tres, a las que me ha costado entrar.
Leo también, para reseñar en La Vanguardia, La regla del juego, ese contralibro negro del psicoanálisis, traducido aquí y ampliado con las aportaciones de algunos escritores, psicoanalistas y personalidades de este país y del mundo latinoamericano que sienten gratitud o fascinación por ese lenguaje, que se han sentido salvados por él. que gracias al psicoanálisis han podido vivir y encontrar su lugar en el mundo. Como yo misma. Me ha sorprendido ver a Imma Mayol entre ellos. Pero yo sé que el psicoanálisis nos mejora respecto a nosotros mismos, no en comparación con los otros o según sus expectativas. Con todo, recuerdo una carta abierta suya a Bono, sugiriéndole amistosamente que resolviera su problema con el padre (guardia civil o militar, no recuerdo) y nos dejara a los demás libres de todo eso.
Leo un artículo de Jasmina Tesanovic que Ll. me manda vía boing boing, sobre la impunidad con la que Karadzic ha vivido en plena capital de Serbia, humillante para los que le sufrieron. Vuelvo a la corrección de mi libro balcánico.
Y sobre todo escribo. Desde que estoy aquí he escrito tres cuentos, seguidos, en una extraña fiebre de escucha silenciosa y matinal. Y respecto a esos cuentos me siento perdida, en el extravío postescritura del que hablaba Barthes, no sé lo que he escrito, no sé si son engendros o son cuentos, si podrán llegar a serlo o resultarán fallidos. Necesito a mi amigo serbio, que ha prometido leerlos a finales de esta semana, y mientras se los leeré en voz alta a V., y eso me ayudará a verlos, ella tiene una noción de estructura por su background teatral, y una lectura especial, china y psicoanalítica y entusiasta que complementa la sobriedad despiadada y sabia de mi amigo. Y tal vez Albértigo venga también a escuchar, o tal vez no. Pero sé que no he acabado de escribir, que este impulso sigue ahí y lo necesito para sobrevivir a la brutalidad del entorno, a mi desesperación.
Ayer me llamó otra hermana, desde un montículo ibicenco en busca de cobertura, para decirme de su lectura de La plaza del azufaifo. Estaba entusiasmada, pero su interpretación tenía el punto de vista del taiheki, las células, dijo que mi historia con el árbol era la del que da la voz de alarma, el que se convierte en voz de otros, la voz que comunica... Me recordó a la lectura que mi homeópata hizo de mi Crucigrama ("Los cuentos me han confirmado que el medicamento que te di es el bueno", me dijo). Pero no pudo seguir porque se encontraron una banda de podencos abandonados y convertidos en salvajes, y aunque no eran agresivos (la gente les da de comer), a su partner le inquietaban. Mi hermana italiana me había escrito días atrás, se había vuelto arbórea y tenía más ganas de escribir, gracias al azufaifo. Es extraña esa casi unanimidad, insólita.
Y he decidido releer ese germen de libro de nuevos cuentos que tengo para saber qué he hecho, qué son esas historias. Me doy cuenta de que he perdido un poco la memoria de los que escribí tan seguidos. Pero estoy contenta de ese libro aún inacabado: aún no sé qué editor podrá tener.
Mientras, las compañías telefónicas abusadoras y estafadoras sin que nadie les ponga límites en este país sumiso han estafado a mi madre, aprovechando su edad y los ictus que la han dejado en un estado vulnerable. El abogado dice que no hay nada que hacer, que graban la conversación y la usan como prueba. ¿Como prueba de qué, de que ella es inocente y ellos se aprovechan? Me dicen que no es casual, que es una campaña, que los empleados van a comisión y buscan personas así, mayores, perdidas, ignorantes de la tecnología, para engañarles. Y nuestros políticos lo saben y miran a otra parte. Prefieren perseguir a los timadores de la calle, que son mucho más humildes. Protegen a las todopoderosas compañías que en realidad nos gobiernan.

sábado, 26 de julio de 2008

En El País/Babelia, J.A. Millán escribe

Foto: I.N., Barjac, Mas du Pellier, 2008
Isabel Núñez
Prólogo de Enrique Vila-Matas
Melusina. Barcelona, 2008
224 páginas. 19 euros

CRÓNICA. "CON LA CIUDAD vendida a la especulación inmobiliaria y a las hordas del turismo, estamos asistiendo al trágico fin de Barcelona", afirma en el prólogo de La plaza del azufaifo Enrique Vila-Matas. El azufaifo es un árbol venido de China que florece en un jardín del barrio de Sant Gervasi. Con el derribo de la casa, el ejemplar, bicentenario, estaba condenado a muerte. Eso fue lo que lanzó a la escritora y traductora Isabel Núñez a liderar una movilización de vecinos y simpatizantes; en la calle, la prensa o la web. ¿Todo por un árbol, aunque extraordinario? No exactamente: su tesis no es que las piezas únicas deben preservarse. Eso está en la ideología oficial, que a cambio de salvar un edificio aquí y un árbol catalogado allá permite que la Especulación (y sus compañeras la Destrucción y la Fealdad) se ceben en nuestra ciudad. No: el libro es un alegato a favor de la vida, del derecho de los ciudadanos a gozar de los entornos bellos forjados por las generaciones anteriores.
Por eso Isabel Núñez empuñó el ordenador, el teléfono, y empezó el calvario de averiguaciones y protestas para intentar la salvación del árbol. El libro es el relato de esa lucha. La autora ha tenido el acierto de no hurtar los nombres y los hechos de los políticos o ciudadanos que no ayudaron a la causa (¡vergüenza eterna sobre ellos!), así como los de aquellos que dieron su apoyo (¡que el Azufaifo Celeste les cubra con su sombra!). Y esa es la materia prima de la obra (inclasificable, bellamente escrita): recuerdos infantiles, cartas a las autoridades, poemas, paseos por el barrio, relatos de enetrevistas y fotografías se trenzan en una preciosa edición desde cuyas guardas vela el perfil del árbol.
Pero atención, ¡vigilemos!: el azufaifo de la calle Arimón aún no está definitivamente salvado...

jueves, 24 de julio de 2008

Quien se aleja de su casa ya ha vuelto


Foto: I.N, Nîmes, 2008

Reconozco que la vuelta, el abandono del pequeño paraíso donde he estado y la llegada a BCN me ha deprimido. Tengo la sensación de que vivimos en un estercolero, donde sólo hay basuras, ruido de obras y grúas, y donde la fruta y la verdura es mucho más cara y el aire más sucio. He estado paseando por la Provence y he pensado muchas veces en el reseñista del Heraldo de Aragón que se pregunta si sufro "algún trastorno ocular al pasar al otro lado de la frontera". Yo no sé cuáles son las prioridades de ese reseñista ni de qué cree que hablo. Según él yo confundo Europa con una Arcadia inexistente. Sin embargo, yo sé bien que Francia tiene 58 centrales nucleares (cosa que me horroriza y preocupa, y no sólo ahora con los últimos accidentes), por ejemplo, además de estar gobernada por un derechista peligrosamente imaginativo y dado a la improvisación y los golpes de efecto. Pero si hablamos de paisaje, de medio ambiente, de educación y de calidad de vida, de patrimonio arquitectónico conservado, de árboles centenarios, entonces tal vez los cuatro que recorrimos la Provence sufrimos el mismo trastorno ocular y auditivo. Hemos disfrutado del silencio y escuchado el rumor del viento en los árboles altísimos. Hemos comprado deliciosos albaricoques a 2 euros el kilo (higos a 3 euros) entre campos de lavandas. Como los cuatro somos fumadores, llevábamos las colillas apagadas en la mano hasta encontrar un cenicero o una papelera: en todo el tiempo, ni en el campo ni en las ciudades ni en los pueblos hemos visto un papel o una colilla en el suelo. Los lugares donde dormíamos eran más baratos de lo que se encuentra aquí, y las condiciones magníficas. Hemos visto pueblos enteros y ciudades sin una sola casa fea, ni un trozo de uralita o metacrilato, sin un solo edificio que rompiese el conjunto histórico, las casas con sus hermosos porticones y sus fachadas de colores tradicionales. Seguramente el trastorno ocular nos atacó también al volver, pero a la inversa, ya que al cruzar la frontera española, paramos a estirar las piernas y volvimos a ver el suelo lleno de papeles, colillas y basura (sin duda todo era soñado y la realidad inversa). Iré poniendo aquí las fotos para que los lectores juzguen si mi trastorno ocular y auditivo es poderoso o está extendido. Yo sé que la manera de mirar y las prioridades influyen. Alguien me dijo una vez que París era como la calle Pelai. Si París es como esa calle, efectivamente yo sufro un trastorno que mi oculista no ha detectado.
Hemos atravesado campos de lavanda, caminos de flores y mariposas, carreteras con bóvedas arboladas de plátanos y robles, cedros y encinas. Hemos vuelto a ver luciérnagas brillando en los propios jardines donde nos hospedábamos. Hemos visto libélulas y mantis y una oruga gigante de una combinación de colores y dibujos maravillosa o una mariquita con extraños dibujos geométricos y un saltamontes que nos miraba con expresión arrogante y burlona (según Inés, quijotesca). Cascadas espectaculares en un entorno intacto y rodeado de espesura boscosa. O una carretera (corniche) que serpentea sobre gargantas profundas sobre un río donde más tarde bajamos a bañarnos. Las cabras salvajes nos observaban con su extraña mirada entre las matas a los lados de la calzada. En general hemos encontrado gente amable y educada (y no a la manera fríamente cortés y altiva de París, sino muy hospitalaria y con simpatía por nuestro origen), y nadie se dirige a un desconocido sin decir "Pardon, Madame" o "Pardon, Monsieur", a diferencia de esas bruscas interpelaciones de aquí, donde cualquiera te pregunta directamente las cosas y nadie se disculpa por interrumpir. Allí, cuando un camión o un coche hace esperar y forma un pequeño atasco en una carretera comarcal, la gente espera sin tocar el cláxon. En Nîmes, reconstruida sabiamente, no al estilo Disney o Poble Espanyol, sino con sobriedad y delicadeza, los almeces (lledoners) gigantescos y generosos me recordaban dolorosamente que en Barcelona se ha aprobado la tala (oh sí, el simulacro de trasplante) de todos los de la plaça Joaquim Folguera, para convertir uno de los pocos refugios de sombra del barrio en otra cantera humeante y rodeada de tráfico. Oh no me hagan caso, todo esto es producto sin duda de mi trastorno, afortunadamente detectado por el sagaz reseñista.
También debo de haber imaginado lo que leí en portada de El País: Numancia, amenazada por nuevos bloques de viviendas. Algo imposible e inimaginable en Alemania, Francia o Inglaterra, que sin ser Arcadias, no se permiten esos atropellos y si lo intentaran, sus ciudadanos recurrirían a las instituciones e instrumentos que les defienden contra los abusos del poder.
Lo hemos pasado bien estos días, entre risas, descubrimientos y conversaciones, protegidos por la belleza histórica y preservada que nos rodeaba. Mis compañeros de viaje se reían de mi afición a visitar cementerios, aunque algunos la compartían. Otro día contaré de algún museo interesante. Para rematar y sin ánimo de ofender a nadie: en el pays gabache hay muchos más hombres guapos (en el sentido de que prefieren no cultivar una enorme barriga ni ese abandono supuestamente viril) que por estos lares.
Me da rabia pensar que otra vez me acostumbraré a esto o que me resignaré, aunque siga atacando mis nervios (me pregunto si el reseñista lo achacaría a la femenina histeria...). Ayer L. me mandó una foto de una pobre pareja embrutecida que tomaba el sol en la playa bajo una excavadora. Acostumbrarse a la fealdad y a la degradación del entorno y acabar bañándose entre polvo y ruido ensordecedor. Pensar que este país es maravilloso y que quienes ven algo mejor fuera padecen trastornos oculares. El reseñista olvida los trastornos auditivos, que nos hacen imaginar estruendo de obras y tráfico o nos hacen soñar con rumor de viento en los árboles en la Provence. O también olfativos, ya que volviendo por el campo ampurdanés nos pareció oler a purines, sin duda una alucinación del olfato.
Abel Ramon Vidal me ha mandado una reseña breve de La plaza del azufaifo que copio aquí, y que saldrá en Butxaca, Agenda Cultural, en septiembre. Él sí se ha leído mi libro con atención, lo ha comprendido y le ha interesado. Es triste esperar que los críticos lean nuestros libros porque la mayoría no los lee y escribe cosas que no son. La plaza del azufaifo no es la crónica de una asociación de vecinos, ni su autora fue líder de ningún movimiento vecinal (nunca hubo tal movimiento vecinal). Se trata de escritura, aunque haya una crítica dolorida y airada a lo que está ocurriendo en esta ciudad. Así lo ha entendido Vila-Matas y también el señor Sagarra. También es un libro ilustrado y con una edición cuidada, pero algunos reseñistas no lo abren para comprobarlo: ¿o será mi trastorno ocular, que me hace imaginarlo también? Es extraño que tantos lectores, algunos desconocidos que me escriben, lo perciban como yo.
La plaza del azufaifo, Isabel Núñez, Melusina, Barcelona, 2008.
Isabel Núñez, escriptora i traductora de llarg recorregut, té dos blocs a la xarxa que renova regularment. En un d’aquests blocs va començar a explicar, fa un any i mig, la seva filiació amb el ginjoler del carrer Arimón, al Putxet, un arbre bicentenari i preciós que l’ajuntament volia transplantar -matar- per tal que una constructora hi edifiqués. A partir dels seus textos i les cartes a diverses personalitats municipals, amb l’ajuda d’alguns veïns i establiments del barri, la lluita va fructificar i finalment el ginjoler -l’azufaifo- restarà on era.
La plaza del azufaifo, prologat per Vila-Matas, és la història d’aquesta anècdota, però la seva naturalesa polièdrica és gairebé inabarcable. El llibre s’inicia amb una estampa infantil de l’autora, que de forma rizomàtica recorre els meandres de la seva vida sense perdre de vista el ginjoler. Així que l’anècdota dóna pas a la reflexió, Isabel Núñez aprofita per escriure, de forma ramificada, sobre l’acte de la creació, l’escriptura, la memòria històrica... A la manera d’una Montserrat Roig en els seus grans assajos sobre l’escriptura, l’autora camina, a través de l’escriptura, pels carrers d’un barri que un dia fou rodoredià, a la recerca de la ciutat perduda, a la recerca de la bellesa perduda.
Abel Ramon
Ayer, en Lourmarin, fui a ver la tumba de Albert Camus, una piedra humilde y rugosa que crecía entre matas de flores silvestres, me acordé de dos escenas favoritas de Le premier homme y con la mano en la piedra le pedí simbólicamente apoyo en mi escritura. Más tarde, volviendo ya de Montpellier, otra ciudad con centro histórico precioso al que no había vuelto desde mi adolescencia, empecé a escribir un cuento. Aún es pronto para saber si prosperará, pero yo espero que sí, porque eso es casi lo único que ahora puede consolarme.
Supe de la detención de Karadzic por sms y hasta anoche no pude ver las imágenes surrealistas, que no deberían distraer a la gente ni hacerle olvidar que se trata de un criminal de guerra, responsable de la matanza de Srebrenica y de tanto sufrimiento y muerte. La poeta bosnia Ferida Durakovic me dice que es "demasiado tarde", y Slavenka Drakulic escribe que establecer la verdad es necesario. Igor Marojevic dice que contó a los manifestantes nacionalistas radicales y eran sólo 1200. Aunque sea tarde, le he escrito a Ferida, me parece importante ese reconocimiento de la justicia y le recuerdo que en España los responsables de las atrocidades del franquismo no sólo no pagaron por sus crímenes sino que conservaron su poder, sus propiedades usurpadas ilegítimamente, sus puestos públicos y sus pensiones hasta la muerte (alguno sigue en la política activa). No sólo eso, sino que cuando mueren tenemos que sufrir que se les trate de demócratas y de personas entrañables. Naturalmente, algunos reseñistas, orgullosos de este país (y con los ojos fuertemente vendados), pensarán que estoy loca o trastornada, pero a mí no me parece casual que en esos pueblos y ciudades donde se cuida el medio ambiente y no se tira la basura al suelo haya pequeños monumentos por las víctimas de la II Guerra Mundial. Yo creo que este pobre país nuestro, sometido y humillado y sin el necesario reconocimiento de la historia, es como aquellos colegios autoritarios donde los alumnos destrozaban los pupitres y las paredes. Sin establecer los hechos y sus responsables, sin instaurar una democracia real, sin hacer memoria, sin cambiar el himno ni la bandera, sin saber de dónde venimos y quiénes fueron los responsables es imposible que la gente aprenda a querer su país ni a cuidarlo.
Id a Polis para ver más arboricidios recientes

viernes, 18 de julio de 2008

Me voy


Foto: Mor War, Yassine en el baobab, 2007

No escribiré aquí hasta el miércoles por la noche. G cuidará de Gilda y de la casa, pero no de este espacio, que quedará suspendido en el aire, como la varita de un hada despistada o como aquella frase del I Ching de la suspensión de la incredulidad. No podré asistir al jardín nocturno de Hölderlin que organizan cerca de mi casa, ni tampoco a los Diàlegs en el jardí del Espai Freud. Espero que mis ausencias me sean perdonadas. Yo intentaré airearme con unos amigos en el pays gabache, donde a pesar de Sarkozy, del chauvinismo y de todos los defectos indudables, no cortan los árboles ni tiran las casas. Hoy he tenido que recorrer la ciudad y el cemento hervía: nuestros políticos han convertido Barcelona en una ciudad mediterránea despiadada, sin sombras ni tierra, puro asfalto ardiente que se añade a la contaminación. ¿Y por qué será que ahora casi todas las motos rugen y no sólo las de los jóvenes que quitan el silenciador? ¿Acaso los fabricantes no tienen que respetar ningún límite de decibelios? ¿Ni sus conductores? Cacho me ha llamado desde Tarragona: dice que está preciosa, mucho más limpia que Bcn y que tiene muchos y mayores árboles. Al final, estos políticos de la falsa izquierda habrán conseguido que Barcelona sea la más sucia, contaminada, destruida, mediocre y sin árboles.
Anoche leía cómo Hölderlin tuvo que volver a pie de Burdeos a Alemania y el agotamiento y la insolación acabaron con él, y cuando volvió, pese a la solicitud de parientes y amigos, lo que escribía ya no era inteligible para nadie y su delirio acabó tornándose resignada lasitud. Hoy he empezado Tres de Roberto Bolaño, regalo que he intercambiado con una amiga psicoanalista (yo le he regalado Contes d'un carrer estret).
Es la noche del azufaifo (el título cambia con las horas y los états d'âme) Tengo que bajar un momento a la calle y lo veré balanceándose suave y majestuoso. Yo necesito huir unos días: por suerte quedarán aquí vigilantes arbóreos para proteger lo que queda. A mi vuelta tendré que enfrentarme a una sombra, pero tal vez por el camino haya reconectado con algún tono y pueda volver a mis cuentos. Y si no, paseos y lecturas y conversaciones me restaurarán en tierras galas. Boas noites

jueves, 17 de julio de 2008

Interrogaciones

Retrato de Juan Ramón Jiménez por Daniel Vázquez Díaz. Por cierto que Vila-Matas contaba en El viento ligero en Parma que quería ser JRJ porque sabía que en su exilio americano, el mayordomo entraba en la habitación donde él escribía o recibía y le anunciaba: "Señor, el crepúsculo", y JRJ iba presto a contemplar el espectáculo. Me encantó esa escena.
La semana pasada murió mi osteópata. Era joven y delicada y no fallaba nunca, al menos conmigo. Me curó todos mis males óseos y musculares en cada momento, en una o dos sesiones. La misma primera contractura en la que todos los demás fracasaron -masajistas, fisioterapeutas, quiroprácticos y osteópatas- y ni siquiera aliviaron un poco, ella pudo deshacerla enseguida, sin problemas. Tenía algo dulce y alegre y siempre veía alternativas a todo; estudiaba todas las técnicas. Y de pronto se puso misteriosamente enferma. Se le encharcó un pulmón y estuvo de baja. Fui a verla cuando empezaba a atender a unos pocos pacientes y parecía otra persona. Había adelgazado muchísimo, era toda ojos, parecía El grito de Munch o el dibujo expresionista de La pequeña vendedora de fósforos de Andersen. ¿O tal vez era la Gerda de La reina de las nieves? Puedo imaginar a aquella vieja hechicera alisándole el pelo rubio rojizo con el peine que hacía olvidar, en un jardín sin rosas. Pero la vieja olvidó arrancarle del sombrero de paja esas mismas flores que podían recordarle a Kay y Gerda emprendió su viaje a Laponia, ayudada por la hija de una ogresa ladrona que leía el futuro en trozos de bacalao seco, y llegó al fin al palacio de cristal capricorniano. También podía ser Gretel, junto a los barrotes de su Hansel prisionero, engañando a la bruja con su encanto. Se había convertido en una niña de cuento nórdico. Conservaba su expresión dulce pero le costaba respirar y se cansaba. No pudo recobrarse. De vez en cuando tropiezo con sus mensajes en la bandeja de entrada y hoy he releído uno donde me recomendaba unas gotas -mágicas como el peine del cuento- contra mi bloqueo de entonces. Era una idea tan parecida a los cuentos que me habían salvado de pequeña que las compré (tuve que hacer una excursión a una extraña tienda mágica y semioculta, yo siempre soñando con el médico chino de la Alice de Allen -nada menos que el chino hollywoodiense y gremliniano y kungfudiano Keye Luke en su último papel) y me las estuve tomando con una sonrisa y con mi natural descreímiento hasta que se acabaron. Lo cierto es que sólo después me di cuenta de que había sobrevenido una época en la que no paré de escribir, un cuento tras otro. "Lo ves, incrédula?", me decía mi amiga M., que no pierde nunca la fe. Luego he visto otro mensaje, donde me llamaba seráfica y contaba que estaba descansando para reponerse y visitando a su médico francés.
No he podido dejar de conectar la desaparición de la dulce pelirroja osteópata con la chica de la tienda dietética de abajo, que siempre estaba rodeada de gente pidiéndole consejos de salud y que enfermó también misteriosamente, pero de una forma fulgurante y se fue paralizando hasta enmudecer y luego morir. Me preguntaba si sería una locura pensar que la enfermedad de los otros las hubiera ahogado. Que no hubieran podido poner distancia y se hubieran contagiado de todos -o de algunos- males ajenos. Quién sabe.
Hace un calor sucio en la ciudad del cemento, sin apenas árboles ni sombras. He pasado por el supermercado chino, buscando azufaifas, y he encontrado admás guisantes verdes picantes y pepitas de té verde. He entrado en Alibri (La plaza del azufaifo estaba en el escaparate, como en la librería Platón) a comprarle un cuento a un niño de ojos negros que tiene miedo de mi gata. Leo La literatura y la vida de Gilles Deleuze , que en realidad se titula Critique et clinique! ["Escribir no es ciertamente imponer una forma (de expresión) a una materia vivida. La literatura está más bien del lado de lo informe, o de lo inacabado, como lo dijo e hizo Gombrowicz.], donde habla también de Bartleby; y una edición de El Archipiélago de Hölderlin (recomendada por Toni Clapès) en la que sólo el prólogo ya me ha hecho entrar en su melancolía iluminada y visionaria, walseriana, "Hölderlin es uno de esos hombres, con Leopardi, Schopenhauer, Nietzsche, que han recibido la misión de penetrar en las sombras profundas y trágicas de la existencia", dice Luis Díez del Corral. Y dice Hölderlin: "Poetas, es nuestra misión permanecer / con la cabeza descubierta en medio de las tormentas de Dios, / coger con la mano el mismo rayo / del Padre, y transmitir al pueblo / envuelto en canción el don celeste."
Mi amigo serbio está ahora inmerso en esa parte social que arrastra a escritores a la prensa y el público, pues se ha estrenado una obra suya en un teatro importante de Belgrado, y me escribe. Él nunca regala un elogio ni adorna sus opiniones, que son sólo intelectuales y se refieren a la estructura, y nunca aluden a las emociones ni a la sensualidad. Para él, mis cuentos "encajan" o "no encajan", y sólo después, con el tiempo, valora de otra manera. Esta vez dice así: "Estoy leyendo tu libro: es muy interesante, diría que incluso original porque es diario, ensayo, prosa, todo eso o ¿nada de eso porque al final -después de que uno lo lea- pasa a otra forma en la cabeza del lector? Quiero decir que hasta el momento no tiene mucho parecido con los libros que había leído pues los cambios genéricos me parecen constantes. Sí que por un lado es un diario/ensayo/, pero por otro lado tiene una trama concreta, la lucha por un árbol que, a través del sistema pars pro toto, quiere decir mucho más. Lo que pasa es que ahora estoy con periodistas y ensayos y el estreno, y lo dicho son tan solo mis primeras impresiones. Me dedicaré al libro sólo cuando esta esquizofrenia mía de RP&autor de pieza acabe y entonces te diré algo más concreto."
Y cierro aquí con el fragmento de una de las Perles de Llull puestas en verso por Verdaguer editadas por Casasses y Agnès Prats, donde siempre "la sageta de l'amor" multiplica el dolor con los placeres, y la visión del amado es un "colirio divino" que cura los ojos y el espíritu, pero a la vez multiplica sus tormentos...
" ... llavors l'amor me gorí
amb lo col·liri diví
de vostra hermosa presència
i Vós per paga i favor
me donàreu més amor.
que duplicà ma dolència."

miércoles, 16 de julio de 2008

Aturdimiento y epifanías



Foto: Mor War. Mi sobrina Yassine con sus amigos Immnou y Awa, junto a un baobab milenario a las afueras de Dakar, cerca de Thies, febrero 2007. Es una suerte que el baobab no creciera en Barcelona: el ayuntamiento habría encontrado ya un pretexto para talarlo o simular que lo trasplantaba.

Estos días, tal vez como resaca de la presentación de mi libro o de los efectos de la sombra en mi memoria, me siento aturdida. Me encuentro gente que me pregunta qué tal y tengo que hacer un esfuerzo para contestar porque no recuerdo bien cómo estoy, o me parece como si hubiera un vacío. Sé que necesito volver a la quietud y la concentración, acabar la corrección de mi libro balcánico, volver a la escritura de mis cuentos, aunque también necesito cierta desconexión (provenzal: allí voy cuatro días). Tal vez el cambio de paisaje me ayude a escribir de nuevo. En este momento me obsesiona algo que quizá sea demasiado cercano para escribirlo bien, ¿pero qué hacer con lo que duele, sino intentar convertirlo en escritura?
El domingo fui al TNC a ver el Dido y Eneas de la coreógrafa alemana Sasha Waltz. Una gozada. La poética de los coros de Purcell que tanto me transportan representada en movimientos ondulantes y con ironía por una compañía de bailarines espléndidos. A pesar de mi perenne falta de sueño, qué felicidad de espectáculo. Había momentos maravillosos, como el baile acuático con la visión de los vestidos de gasa de las bailarinas serpenteando en el acuario, o los ropajes que lanzaban al aire y parecían personajes voladores, o las manos y cabezas que se balanceaban en las trampillas del suelo como culebras, o las sopranos y tenores y bajos que tenían cuerpo y sabían moverlo en el espacio, o los grupos abigarrados y teatrales y la entrada de los coros o el violinista que subió del foso de la orquesta a pasear por el escenario, o los dos que se refugiaban y andaban bajo la falda de una bailarina con seis pies, mimetizados en insectos, o los duetos danzantes, y el cuerpo atlético y flexible de todos. ¡Qué ganas de bailar! No de bailar como ellos, sino de desperezarme y moverme con la música.
El lunes por la noche falté a los Diàlegs en el jardí del Ateneu porque tenía concierto, el de Alfonso Vilallonga en la plaça del Rei (ese lugar donde nos encontrábamos cuando yo tenía 16 años, sentados en las escaleras, sorteando los controles policiales, llenos de vitalidad y de sueños, aun en medio de la enfermedad). El lugar estaba lleno de amigos y conocidos, inesperadamente. No cabía ni un alma. Alfonso estuvo sembrado e ingenioso y qué derroche de voz... Lo pasé muy bien escuchándole. Llegó incluso a hacer un dúo simulado con Tom Waits, que en aquel momento actuaba en el Fórum. Ahí tuve fuertes deseos de cantar y me pregunté si estaría demasiado encogida, si estaría renunciando a algo, si...
Ayer fui a ver a mi antigua psicoanalista. Necesitaba que me ayudase a descifrar algunos códigos recientes, a aquietar el torbellino. Me gusta ver cómo lee en voz alta y traduce y desentraña las cosas que le voy diciendo. Siempre siento no haberla grabado, pero hubo dos ideas esenciales que me sirven inmediatamente y otras que espero que vayan saliendo con la quietud. Y así se despliega el verano, con los grillos que el otro día cantaban asombrosamente junto al TNC, en medio de ese feo valle industrial con carteles prometiendo feos pisos tal vez en vano (por la crisis), como esos anuncios que ofrecen: "No pague hasta enero" y L. vaticinaba que en enero la tienda estaría ya cerrada y con suerte no habría que pagar. La noche acabó con una cena china interesante y llena de conversaciones sugerentes y de comida deliciosa, en una especie de despedida de verano, aunque seguramente habrá más contactos.
De vez en cuando, cuando paso por ese rincón de la casa, leo alguna de las Perles de Verdaguer-Llull (Verdaguer rimó fragmentos del Amic e Amat de Llull y Casasses los edita y prologa. Por cierto que Casasses reescenifica su D'Om el martes 22, 20.30h, sala Beckett) y pienso en leérselos a G., o contárselos a E. o a V. y luego me olvido. Copio una de las versiones de Verdaguer, "entregado a la experiencia mística de la poesía":

Pensant l'amic amb l'amor
ho volgué provar un dia
si sens pensar amb l'Amat
en son cor s'hi sostindria.
Lo plor fugí de sos ulls
i de son cor l'alegria,
i anà dient a tothom
de temor que es moriria:
-Hauríeu vista l'amor?
Sabeu on la trobaria?

Postscriptum arbóreo. Por cierto, a pesar del gobierno terrible que tienen, en Italia no son arboricidas como aquí. Una revista, Urban Magazine, llama a los árboles monumentales Monumenti vivi y les dedica un artículo (página 12 y sigs.). Aquí, la gente acuchillaría los troncos y el ayuntamiento los habría talado para prolongar el metro, para que pasara un tranvía o para construir feos pisos. Y mucha gente se alegraría de verlos caer, para tener un aparcamiento más cerca. Son árboles maravillosos, altísimos, oxigenan el aire y su contemplación produce felicidad, con esa belleza humilde majestuosa (Rafa Zaragoza dixit).

lunes, 14 de julio de 2008

Del azar, el agradecimiento, la desesperación...


Foto: Alberto Seoane? Tigridia y yo en Bergondo, en mayo de 1983. Yo, que acababa de cortarme el pelo en uno de mis arrebatos, acariciaba las lanas de la oveja tal vez con nostalgia. Pasamos unos días rodeados de bosque y lluvia, y yo escribí un cuento infantil al que le faltaba el núcleo principal, puesto que sólo era atmósfera, paisaje y cásting, y que Inés ilustraba. El cuento se llamaba Los días verdes de Guillermo, y tal vez sirvió para dar nombre a G. años después.

Siempre me ha asombrado esa extraña concatenación de las cosas que llaman azar, una especie de tenacidad burlona, como cuando mi furiosa vecina albina, pariente de la mascota barcelonesa en todos los sentidos -la única de la casa que no me hablaba y que cerraba violentamente la puerta del ascensor para impedirme el paso-, salía o entraba siempre de la casa en los mismos momentos que yo, sin horario ni regularidad alguna, en una extraña repetición de coincidencias que se repetía todos los días, y cuando se lo conté a B., que también vive en el barrio, empezó a encontrársela también.
Ese mismo azar hizo que yo acudiese a una presentación de la novela La cabeza de mi padre de Kalman Barsy donde quien oficiaba de presentador (alguien que había rechazado un buen cuento mío sin leerlo) aludió a un escritor serbio allí presente y luego, otro escritor, que había sido redactor jefe de Lateral, me animó a escribir a mi futuro amigo serbio sobre mi proyecto balcánico, y de ese modo todo se fraguó en una dirección, y yo empecé mi libro entrevistándole a él, y enseguida llegaron los viajes y los demás contactos. Y hace poco (re)conocí a Kalman Barsy, que esta vez presentaba el libro de Alberto Hernando, y pude contarle esta historia.
Y ese mismo azar hizo que, cuando yo buscaba no sé qué canción para un cuento que nunca hice, mi amiga parisina se empeñara en mandarme unos discos de boleros a través de una conocida suya que se convertiría en amiga mía. Y cuando me iba a Nueva York en 2001, de nuevo mi amiga parisina me dio la dirección de una amiga suya neoyorquina a la que nunca llamé, pero de vuelta en Barcelona, le escribí para explicarle por qué no la había llamado y nos enzarzamos en una conversación que aún sigue, y en cambio, he perdido casi por completo la comunicación con mi amiga parisina.
Todos esos azares me inspiran agradecimiento en distintas direcciones, y esa emoción tan frecuente en mí es una de mis principales fuentes de felicidad. Y por otra parte, me lleva a buscar cómo corresponder a los favores recibidos, ya que tampoco quisiera acabar cortándome el dedo meñique, como los Yakuza, para evitar la carga de una deuda. Siempre vuelvo a aquella página de Oscar Wilde.
En el lado contrario, ha empezado a desesperarme la idea de que el "efecto Sagarra" no llegue más allá de Barcelona y ningún periódico de Madrid se haga eco de La tarde del azufaifo (un título otro que Vila-Matas sugirió y que me gusta: es como si ese libro tuviera cambios horarios o estacionales, y adquiriese color rojizo en otoño, por ejemplo, y mutase mágicamente el título como las Variaciones Gould porque, como también dijo VM una vez, "El azufaifo no se acaba nunca". ¿Y acaso no hay algo mágico en ese árbol? Yo creo que sí. Siempre parece saludarme sonriente cuando vuelvo a casa o me alejo (Quien se aleja de su casa ya ha vuelto), balanceando sus hojas en esas ramas curvadas como brazos enormes y múltiples contra el cielo). Yo esperaba dos cosas: una, que alguien en un suplemento o revista o medio hispánico leyera mi libro con atención (sin confundirlo con el folleto de una asociación de vecinos, sin inventarse que yo era líder de un movimiento vecinal que nunca existió, sino leyendo lo que dice, como hizo Maria José Gil con mi Crucigrama en El caballo verde, o como podría hacerlo Alfonso Armada), que lo entendiera (no parece tan difícil). Y dos: yo soñaba con que ese libro trajese un salvoconducto para mí, un pase, algo que me permitiera no traducir tanto, no machacarme mi brazo rebelde, escribir en una revista donde pagaran, que las instituciones con presupuesto aceptaran las propuestas de conferencias, alguna manera que mágicamente me curase del mal de este año.
Mi impaciencia sólo se justifica por el hecho de que, por mucho que el libro se está vendiendo y circulando en Barcelona y los libreros lo conocen y algunos lectores lo piden, si no sale nada en la prensa castiza o norteña o etc antes de que acabe el verano, cuando llegue la avalancha de novedades editoriales de septiembre, los libreros de esos lugares devolverán mi azufaifo para hacerles sitio.
Cuando mi homeópata me visitó por primera vez, entre esas preguntas desconcertantes que hace para buscar un medicamento, me pidió que me describiera, y yo, borrada de pronto o incapaz de asociar mi abstracta sensación de mismidad a unas características que pudieran estar en su software homeopático, le dije que era impaciente. Lo curioso es que no se me ocurrió nada más.
Anoche, cuando volvíamos de tomar algo en la terraza de un hotel que hasta ahora era muy agradable y que también frecuentaba Gimferrer con Cuca Cominges (el camarero nos dijo que iban a renovarlo porque, según dijo, "a la gente le gusta lo nuevo", esa idea tan barcelonesa que comparten los analfabetos con nuestras flamantes autoridades municipales: por eso unos destruyen los cafés de siempre y las tiendas de siempre para sustituirlas por la nada actual -a diferencia de madrileños, lisboetas, londinenses y parisinos-, y los otros no dudan en sustituir los árboles centenarios por palitroques nuevos que nunca crecerán), nos disponíamos a cruzar la Rambla Catalunya cuando Tigridia preguntó, señalando una forma oscura que corría: "¿Eso es una rata?" Lo era. Así que decidimos dar la vuelta, pero a los pocos pasos apareció otra. Acabamos dando un rodeo hasta el coche de Tigridia, e incluso la andarina L. se dejó acompañar a casa en coche y yo me sorprendí imaginando que paseaba con mi gata y lamentando no llevar pantalones en vez de falda.
G ha aparecido tras un fin de semana por ahí. Su cauta y sobria felicidad me ha contagiado. Yo sabía que algo bueno le ocurriría, pero a veces hasta yo misma me impaciento de que no se cumplan mis predicciones. "No diguis això! -me pidió el propio G. un día cuando le advertí negativamente- Tot el que tu dius acaba passant!". Pero también se cumplió lo bueno. "Tuviste razón", solía decirme mi amigo serbio, con su uso particular de los tiempos verbales. "Como siempre". Y es que, para algunos hombres, yo soy casi como la Pitonisa de Muntaner es para mí. Yo me fijo en ese terreno escabroso que son las coreografías de las relaciones y sé algunas cosas básicas que G y mi amigo serbio ignoran. La Pitonisa de Muntaner sabe mucho mejor que yo cómo funciona el mundo, sus resortes, todo lo que deduce de su concienzuda y despierta lectura de la prensa.

sábado, 12 de julio de 2008

Escritura y ajedrez

Foto: I.N., El carrer estret dels contes d'A.C, Cadaqués, 2008
Ya no sé si lo he dicho aquí o fue al reverso, pero necesito repetirlo. Ante la pregunta de si me ha ayudado la escritura en el blog (este mediodía me he encontrado a C. en la calle y me lo ha dicho), la respuesta es sí, absolutamente, me ha hecho soltar amarras... Sólo podría comparar ese entrenamiento de escribir deprisa y ser leída a los ajedrecistas hindúes que juegan en la calle, partidas de cinco o diez minutos. Hay un jugador sentado con la mesita y el tablero y una cola de jóvenes aspirantes que van a por él. La partida se desarrolla en minutos y tienen gran emoción, rodeada de público connoisseur. Esa práctica les permite a los ajedrecistas desarrollar unos reflejos y un sentido de alerta y una capacidad de imaginación rápida en el espacio que son impagables, pero la adaptación a las partidas lentas, ¿reales?, estilo Casparov, de tres, cuatro y cinco horas, es muy difícil. Los ajedrecistas educados en la rapidez de la calle no tienen paciencia, y a veces se adormecen, les vencen por KO. Pero algunos de ellos logran adaptarse y ganar también en la lentitud. Escribir en el blog ha sido para una forma de desahogo de esa incontinencia mía, ha sido una exploración de la no-estructura convertida en estructura, de un ritmo otro, de la feliz confusión de los géneros, de la multiplicación de mi vieja costumbre de mandar postales hacia el mundo (This is my letter to the world / That never wrote to me). Una forma de diario interactivo, actualizado, abierto en las autopistas de la información. Una forma otra de exponer(me).
Pero nada de eso garantiza que pueda seguir con mis cuentos. La lentitud de Casparov o de Karpov implica una estructura rígida que no es tan rígida, pero que a veces me es escamoteada, qui se heurte, un poco como aquellos calcetines que según Seinfield se pegaban a las paredes de la lavadora, con las palmas para esquivar a la mano que recoge la ropa, determinados a perderse, siempre uno de cada par, el calcetín rebelde.
Ese pensamiento me viene ahora junto con un deseo de volver a mis cuentos, tras las conferencias, en medio de la urgencia de acabar la corrección del libro balcánico (ya programado en Alba para enero 09), unida a la larga corrección del libro sobre Trauma y transmisión para octubre (y hoy se une una extraña proposición de traducción literaria, casi surreal, que debo considerar para noviembre), y todo eso entrelazado con algún peregrinaje vacacional. No sólo eso. El deseo está ahogado y enmascarado y mediatizado por esa especie de gruesa hiedra de mi perenne y babeliano bloqueo, siempre dispuesto a reírse de mí. Pero de pronto, en los meandros de esa gruesa y peligrosa hiedra, salen ideas sueltas, o una nota en un cuadernillo extraviado, o fulguraciones al abrir los ojos por la mañana. Hoy ha surgido una de esas ideas asociada a mi dolor de ayer y a la frase: ¿es el pasado lo que me duele? Veremos si la dejo salir...
Y una vez concluido El viento ligero en Parma, siento que esa lectura me ha dado una apoyatura de citas y pensamientos para lo que yo hago, para mi escritura sin género o de fusión de géneros, para la autoficción, para responder a esa pregunta exasperada e insistente de por qué hago lo que hago y lo que significa. O a la obsesión de algunos de entenderlo todo por completo y no, como dijo Gil de Biedma que decía Coleridge que había que entender la poesía, "de una forma vaga y general". O de esa realidad que se empeña en vivir dentro de la ficción, como cuando V dice que cuando le cuento mis historias las ve como cuentos míos, o cuando mirando algo o a alguien en la calle me doy cuenta de que otra vez he entrado en uno de esos cuentos, en lo que VM llamaría "la victoria de la invención sobre la vida misma" (algo que conoce bien el librero de la calle Berlinès!). VM, que se siente felizmente en un capítulo "lector invencible" (con su versión francesa del Tristam Shandy en el bolsillo, andando por París, "la vida es shandy") da vueltas en torno a la lectura y la escritura y los escritores, amigos o desaparecidos, y el libro es divertido y deslumbrante (Tenías razón, Ratachina, "Un plato fuerte de la China destruida" es magnífico... ).
Intentaba recluirme hoy a trabajar, pero no lo he logrado. Han venido varios visitantes, primero J con el pequeño Daniel, luego la bella Raffaella, y después he acabado entablando una larga conversación telefónica en el sofá con mi hospitalaria amiga María, que está en Ibiza y espera que le llegue esta tormenta mañana, además del intercambio de fotos por email con L. para nuestras pesquisas de escritoras y fotógrafas. Y ahora al fin hay silencio y siguen los relámpagos a lejos, pero no se oye ningún trueno.
En POLIS, mi otro blog, sobre la destrucción de la ciudad...

jueves, 10 de julio de 2008

En medio del calor, una sombra

Foto: I.N., Mis pies polvorientos tras la caminata, Cadaqués, 2008.

Pero no la sombra de un árbol, refrescante y acogedora, sino la sombra de la guadaña, que ronda no muy lejos y me ha sumido inexplicablemente en un túnel de recuerdos. He pensado en mi vieja idea de que todo estaba equivocado en la familia, o casi todo, o lo más importante. He pensado en la conclusión áspera, aunque saludable a la que me condujo al fin, tras una estela de espinosa repetición.
También me ha visitado mentalmente la sombra del sadismo en la medicina, de la que tanto me alivió leer en De la violence, editado por Françoise Héritier, en el ensayo de Jean-Pierre Peter, "Connaissance et oblitération de la douleur dans l'histoire de la médecine". Ese poder de los chamanes, estudiado por los antropólogos, de hacer enfermar y hasta morir a sus víctimas con una simple maldición, un poder que casi nadie atribuye a los médicos, y sin embargo lo ejercen y hay que sobrevivir a ellos. Y de ese afán de algunos de esos matasanos de castigar a sus pacientes (aún más si son mujeres).. Y de lo que significa para mí esa idea, y de mis enigmas. Y mis preguntas: ¿Qué es lo que realmente me duele? ¿Por qué ese peligro me obliga a hacer balance histórico, como si fuese un final? ¿Es el pasado lo que me duele? Al pasar frente al espejo he visto sus ojos en los míos, y anoche, sentada en la cama reconocí algo suyo, justamente la zona del peligro, en el perfil de mi cuerpo, también de soslayo, involuntariamente. Pero si en eso no nos parecíamos... Tal vez la mancha shakesperiana-ginzburgiana, que se extiende y simboliza el trauma. Tal vez...
He bajado a Ciutat Vella: en el Institut d'Humanitats, Lydia Oliva y yo daremos un ciclo de 5 conferencias en enero-febrero de 2009. Es una buena noticia y había cierto entusiasmo en el aire. Una de las fotógrafas de L. es completamente nueva para mí y las imágenes que me ha mostrado eran fulgurantes: su osadía, sus autorretratos teatrales, andróginos y audaces, anticipando tanto a otras fotógrafas posteriores. Cuando nos despedíamos, L. se ha desviado un poco de su camino para acompañarme hacia el metro y mientras hablábamos allí de pie, he recordado que la calle Pelai, junto con una visita en agosto hace 5 años a una playa de Barcelona llena de una gente que no sabía hablar pero hacía mucho ruido y que componía una visión esperpéntico-televisiva de la España profunda, me parecen visiones del infierno. Había un pobre tipo en el suelo, semidesnudo, con el cuerpo lleno de una especie de pústulas, como un leproso medieval. Y mucha gente obesa, con ropa estrecha, que andaba bruscamente, empujando a otros. El ruido era espectacular. El aire estaba sucio. En esa calle ni en muchas otras de esta ciudad, no hay un solo árbol, sólo cemento ardiente.
Seguiré consolándome con mis lecturas y tal vez busque cine de efecto inmediato. Precisamente este fin de semana pasado estuve leyendo en la barca de mis anfitriones un libro de Vila-Matas, El viento ligero en Parma, que permite retomar a trozos y lo alterno con mi pila de libros de siempre (a la que se ha añadido un Kawabata). Me encantó una conferencia de subtítulo secreto, "Mastroianni-sur-mer", escrita en estado de gracia, la he llenado de señales, de puntos luminosos y me arrastra ese humor, a veces melancólico y otras hilarante, sin perder hondura y sin soltar nunca la presa literaria. Es exactamente lo que ahora necesito. Voy a dejar de picotearlo y me lo lleve en el bolso, para leerlo en todos mis trayectos. También sigo con la biografía de Mercè Rodoreda escrita por otra Mercè, Ibarz, y a pesar del trauma histórico, aun su melancolía está iluminada por la trayectoria literaria apasionante. Y me he comprado el IV Vologda de Chalamov en italiano, del que me hablaba Julio, justo antes de irse a su periplo vasco-ruso-balcánico.
Mis états d'âme cambian deprisa y me recobro sin darme cuenta, y encuentro un compartimento en mi cabeza para guardar la tristeza más pesada, y puedo abrirlo a ratos y cerrarlo asombrosamente. Pero cuando lo abro y veo salir de él esos gases ensoñados y cargados, a veces de puro azufre (en el reverso me ha parecido que me llamaban indirectamente demonio; no sé si será verdad o será producto de la neblina sulfurosa de este día mental), o en cascada, me parece que necesito algo más poderoso para contrarrestar, algo que siempre he tenido y ahora no tengo, no sé por qué, tal vez por una opción inconsciente o por un ahorro de energía psíquica o por el equilibrio de los dioses griegos, pero siento ese extraño vacío uniéndose al cortejo.
Nada de eso impide que me maravillen los efectos del Diálogo en el Jardín del Ateneo, que siguen produciéndose, y que me alegre la extraña unanimidad con que tantos lectores, conocidos y desconocidos, me hablan de La plaza del azufaifo. Lástima que algunos medios sigan impermeables a esa acogida de mi libro. ¿O es mi impaciencia?
Y de pronto, todo desaparece con un barrido en un alegre torbellino, entre la música que G. me pone con vídeos de youtube, brasileña, jamaicana, anglosajona, y mis planes de itinerario francés para finales de la semana que viene con Tigridia y los amigos de Austin. ¡Verano! Pigmentos para la pintura de una elegante lechuza. Acueductos y pequeños museos. Y decididamente, el libro de VM ejerce un efecto terapéutico sobre mí, a pesar de las afinidades que encuentro, que siempre pinchan a la vez que conmueven, o "golpean", como a él descubrir que Sagarra se había apropiado del Paseo de su infancia. Habla de la novela como un tapiz que se dispara en todas direcciones y yo, en mi plaquette El cec de l'Odissea, el bloqueig i un somni d'editors (que hizo reír a Jordi Herralde) soñaba que escribía un libro que era un tejido, como un sari infinito que podía retomar o seguir por cualquier punta... Ese sueño fue el origen de este blog, sólo que entonces yo no lo sabía.