Ayer, de pronto, se estropeó un enchufe vital (el de la kettle que me regaló JC, el tostador y la máquina del pan), de modo que se ha alterado mi desayuno, la razón por la que me levanto por las mañanas, he tenido modificar el ritual preciso de todos los días. Para rematar, al tirar de la cadena del váter (¿Cómo se decía en inglés tirar de la cadena? me preguntó alguien por sms, e imaginé vagamente una escena con un amante anglosajón descuidado, que olvidaba hacer lo propio, y añadí una broma a la respuesta. To flush the toilet. Flush es otra de esas onomatopeyas convertidas en verbo o sustantivo que tanto usan los ingleses y que sin duda ayudan a los poetas. En realidad, lo preguntaba para su hijo, que hacía sus deberes de inglés), empezaron a sonar las trompetas de Jericó. O algo muy similar. Llamé al lampista y me ofrecieron una hora intempestiva, las 8:30 am de hoy, lo que me obligaba a alterar también mis ejercicios matinales y ducharme antes. G. simplemente se ha quedado durmiendo: hoy no le toca madrugar.
Apenas he salido de la ducha, a las 8:01, ha sonado el timbre y he tenido que vestirme a toda prisa.
"Me dijo a las 8.30", le digo al abrirle, pero él, que no ha leído la definición de impuntualidad de Monzó, según la cual los que llegan antes son también desconsideradamente impuntuales, no cree que deba disculparse, sino que parece tan contento: "Pues he venido antes", dice, exultante y victorioso y con un leve acento gallego. "Ya sabía yo que sería aquí..." Entonces le recuerdo vagamente, aunque no es el hombre del tupé, su compañero con aire de rockero antiguo, el que una vez me preguntó si quería consultar con mi marido el cambio de una tubería. "No hay nada que consultar: Mi marido se fue", le dije, conteniendo la risa, y el hombre me miró un momento, perplejo.
Este lampista necesita feedback constante, pero sólo la gata está interesada y ella no habla. "El depósito pierde agua", anuncia. "Bueno, le digo yo: "¿y qué hay que hacer?". "Cambiar el mecanismo." Hace una pausa cada vez, esperando mi reacción. No comprende que yo pretenda seguir con mis quehaceres matinales. Me habla desde el lavabo, y eso que le he advertido: "Si quiere algo, me llama". Ha bajado tres veces a la calle a buscar un enchufe, un mecanismo nuevo para el váter, qué sé yo. ¿Por qué no trae nada de lo que necesita? Llama y llama a la puerta, empeñado en que le haga caso. Al fin, recuerdo el consejo de un viejo amigo: "A los hombres tenéis que decirnos las cosas muy claras", y aunque mi amigo se refería a un contexto completamente distinto, decido aplicarlo aquí: "Oiga, yo no puedo oírle desde mi mesa, así que cuando quiera algo, avíseme, pero no puedo quedarme aquí escuchándole". Parece que se resigna, pero aburrido, vuelve a la calle y a llamar. Obligo a la gata a retirarse a la terraza, ya llena de sol. "Vés a jugar amb les mosques", le digo (es una gata catalana, del Maresme. Como le intrigan mucho lampistas y operarios, se va de mala gana, aunque ya hay unas cuantas mosquitas precoces que vuelan describiendo círculos en el aire luminoso). "Em pots ajustar la porta?", me pide G. desde la cama. G no cierra las puertas, sino que las ajusta. No abre las persianas nunca hasta arriba, sino que las deja a mitad, para mi exasperación. En ese momento llega J y cuando le digo que está el lampista, entra, le saluda y sigue hasta la sala. "Así verá al hombre de la casa", dice, riéndose. Eso habría afectado al viejo rockero-lampista del tupé, pero el lampista gallego no se altera. J se asoma a mi dormitorio. "La habitación del pecado", bromea. Luego llama desde abajo para decirme que mi peor vecina se va. J siempre lo ve todo: en otra vida debió de ser un detective americano (tal vez el personaje que apuntaba en su libreta en la novela de JPA). Ha visto sus objetos desfilando para una mudanza. Libros de sociología del marido profesor, que sí me saludaba. La marcha de la única vecina que no me saludaba, me miraba con furia y ponía la tv altísima por la noche es una magnífica noticia para empezar el día. Además, J me ha traído los periódicos. Por fin, el lampista gallego acaba su trabajo. Al parecer, el enchufe se ha arreglado mágicamente nada más verlo, lo cual refuerza su aire victorioso. Hasta los enchufes reclaman a veces simple atención. Lo ha desmontado y examinado, pero estaba bien. (Para su sorpresa, había otro enchufe que de verdad se había quemado ¿Habría concluido que yo lo imaginaba todo? Lo arregla sin comprender). Ahora todo funciona y de paso, el nuevo mecanismo del váter es más sostenible y permite ahorrar agua. G sigue durmiendo y yo tengo que traducir. Esta noche cenaré pescado en casa de un editor afín, y su partner traductora (de Silvia Plath por ejemplo; CHM la llama "reina de la traducció"), que me han propuesto conferenciar en abril. Allí veré a unos amigos poetas que siempre están de bolos por ses illes, ses terres de l'Ebre, Aielo de Malferit o ciudades alemanas e italianas. El librero de la calle Berlinès me propuso también participar en las actividades de la Comissió de l'Any Freud, y tenía que elegir psicoanalista para un dueto conferenciante, escritor y psi. Se lo propuse a una de mis favoritas y ayer fijamos el tema, justamente el tema que nos unió y por el que nos conocimos, la memoria histórica. Así que las cosas avanzan, aunque yo quisiera haber acabado mis traducciones más imperiosas y estar escribiendo lo pendiente. Mi brazo aún no se ha quejado hoy, tal vez gracias al buen hacer de mi profesor de yoga o a mi agradable nocturnidad de ayer. O tal vez sólo espera a que me adentre en la traducción para empezar a fastidiar.
Por iniciativa del abogado Borja Querol, hemos vuelto a pedir audiencia a Urbanismo para saber del pobre azufaifo. Según nuestros expertos, necesita una poda terapéutica casi con urgencia y la basura se acumula en el solar, para alegría de los responsables del distrito, misteriosamente contrarios a nuestra causa. De las ratas no hemos sabido más, tal vez han pasado a la clandestinidad, tras la incursión de los arrogantes cow boys de alcantarillado, o han emigrado al templo de Karni Mata.
8 comentarios:
hubiera jurado que nos esperabas con una narración de subido erotismo!
feliz pescado!
Huy, Cachodepan... Siempre me sorprende que algunos podáis encontrar algo de eros a mis autorretratos de old age. A lo mejor quito la foto, que es gemela de otra que ya puse, y la cambio por una lagartija...
Peor es quedar con un lampista y que venga dos horas más tarde de la hora convenida o que no aparezca, habiendo pedido un dia de vacaciones en el trabajo.
Eso es de juzgado de guardia, Civislib. El mío es fiable, no hace esas cosas
Es curioso, no hay secretos, pensaba. Reparar una cisterna no tiene misterio cuando se sabe lo que hay que reparar. Todo está inventado ya, decían. Sólo hay que dar con la persona que sabe hacerlo. En las búsquedas de internet o al buscar datos para el texto de un trabajo, por ejemplo, no hay que saber de todo, ni conocer todos los datos: hay que saber dónde hallarlos, o en su caso en qué biblioteca del mundo encontraremos lo que buscamos.
impromptu.
Y pese a todo, a veces hay gente que no encuentra lo que busca! Conocí una familia excéntrica e interesante que tenía un lampista zahorí. Creo que hablaré de ellos al otro lado, porque lo merecen. Muchas veces hablando surge aquel tipo porque sería útil en otros lugares y probablemente se haya jubilado: se concentraba y sabía decir dónde estaba la fuga, abría y siempre acertaba. O tal vez el mito era más fuerte que la incredulidad.
y donde estaba el truco?
impromptu.
Si lo supiera no habría vuelto a acordarme de él... Por alguna razón funcionaba. Tal vez las fugas de agua fueran proyecciones del inconsciente como en una película de sci-fi muy antigua... y el zahorí lograba apaciguarles. Tal vez les tenía hipnotizados y les hacía ver y dejar de ver agua manando o secándose. Tal vez les engañaba con trucos y tenía otro método para localizarla. Tal vez...
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