Foto: I.N., Gavines de Sa Conca, Cadaqués, 2007
A veces, mi desorden y mi mala cabeza me llevan a situaciones absurdas, por ejemplo, aceptar varias citas o proponerme ir a tres lugares distintos en el mismo día, lo cual me lleva a pensar que yo debería multiplicar cada día por tres, por ejemplo, vivir tres lunes 4 de febrero distintos, y cada uno llenarlo con las distintas opciones... Y eso significaría tres noches también, en cuyos sueños se reflejarían las variaciones motivadas por las distintas maneras de vivir el mismo día...
Ayer y anteayer logré reunir el valor necesario (no sé qué temor extraño -"síndrome de Jonás", Carlota dixit, y me encantó el nombre, aunque no estoy segura de que signifique eso, ya me imaginaba tan cómoda en el vientre de la ballena, sin querer salir al ruedo, al mundo-, me impide acabar más deprisa ese libro y me ha llevado a perder tanto tiempo pidiendo becas de apoyo simbólico, psicológico o moral, factores externos que me forzaran a acabarlo) para enfrentarme a mi libro balcánico casi acabado. Ese esfuerzo titánico, retrasado hasta la última hora del día, después de la vida social y otros menesteres y lecturas, además de una peregrinación bajo la lluvia por esas partes de BCN que se parecen más a una autopista para los coches que a nuestra antigua ciudad mediterránea (de la Diagonal Carles III a otros cinturones, Mitre, etc.) y de donde me rescató finalmente un autobús 74 (por suerte, ese autobús vuelve a existir los fines de semana, aunque reducido, porque antes nos lo quitaban), ese esfuerzo, como decía, me produce auténtica felicidad. Y al mismo tiempo me llena de dudas que darán lugar a una nueva revisión y una nueva poda, antes de entregarlo. Me gustaría tener otro editor como Melusina, que hiciera ese trabajo por mí, pero no es el caso. Los editores que esperan leerlo se lo darán a lectores, y en este país, los lectores editoriales son crueles y despiadados, lo sé porque yo he sido una de ellos: Es muy duro leer por obligación y por tan poco dinero, con lo cual la impaciencia y el desdén predominan y ninguno te lee como leía Gabriel Ferrater, ni como lee mi editor de La historia del azufaifo. En Alemania, los lectores estudian para desempeñar esa actividad, que se paga dignamente.Yo creo que esa situación injusta y casi miserable de los lectores editoriales en este país tiene la culpa de que muchos editores hayan perdido la capacidad de apostar por nuevos talentos, de que sólo se atrevan con lo que ya ha sido reconocido por el éxito o lo que creen que se le aproxima, cuando la función primera de un editor debería ser descubrir talentos y lanzarlos, aunque también tenga antenas para buscar más allá y memoria para recuperar los mejores clásicos. Siempre hay originales que no pasan ese filtro y que habrían merecido más atención. Recuerdo un informe sobre mis cuentos diciendo que se notaba que era una autora de las nuevas generaciones, cuando ahí se hablaba del franquismo, y era obvio que el lector no me había leído. Pero también recuerdo que Jordi Herralde me pasó un libro de T.C. Boyle sobre el que tenía informes contradictorios y que yo, tras dudar mucho a mi vez, acabé por no recomendar, pero él decidió no hacerme caso y me propuso que "como castigo", lo tradujera. Y lo hice, y al traducirlo (lectura lenta y meticulosa) lo redescubrí, su forma dickensiana, su ingenio crítico, su humor exigían un tempo distinto. Luego se convirtió en "autor mío": traduje aquella parodia suya de una colonia de escritores con sus egos gigantes y sus rivalidades, enmarcada en la vieja dualidad (y el título originalmente kipliniano: se llamaba East is East, de "East is East, West is West and never the twain shall meet", pero Anagrama decidió seguir la idea del editor alemán y la llamamos Oriente, Oriente, pensando que en nuestros lares nadie conocía la famosa frase de Kipling ni sus ecos del supuesto choque de civilizaciones), me dejé hechizar por sus encantos, traduje unos cuantos libros suyos más, pero Herralde acabó renunciando a él porque aquí no se vendía (tiene mucho éxito en el mundo anglosajón y en Francia y Alemania), y más tarde lo rescató Hans Meinke para Galaxia, pero no sé si Mondadori se quedó con él o también le condenaron. Yo le conocí una vez, con su aspecto de viejo hippie y su buen tono al leer, le pregunté por una palabra que nunca había encontrado y me dijo: "La inventé, ¿qué hiciste tú?", me entró la risa: "Inventarla también", y entonces él me dio su dirección terrestre, para que preguntara y le escribiera si tenía más dudas y me dijo que sabía algo de español y que le había gustado cómo sonaba su texto en mi traducción. Pero el mérito era suyo, escribía muy bien, musicalmente, y aunque estaba lleno de palabras raras, que había que buscar, el ritmo me arrastraba e inspiraba. La última novela suya que traduje se me hizo demasiado larga.
De modo que tengo que ser implacable en mi poda balcánica y no esperar ninguna clemencia de quienes me leerán. Por cierto, que alguien me regaló un libro que ya había encargado, pero no me importa, es tan maravilloso que me reservo el derecho de regalar el ejemplar del encargo. Hay editoriales que me mandan libros sin pedírselos, otras me los mandan a petición propia y otras, sólo acceden a mandármelo en el caso comprobado de que vaya a salir la reseña, casi con firma ante notario. Hay una que me mandó galeradas, pero nunca envió el ejemplar editado, aunque la reseña había salido. Yo no suelo pedir libros que no vaya a reseñar, pero he empezado a hablar de ellos en el blog, y si me visitan y leen hasta 460 personas al día (según el contador) creo que esos últimos editores son injustos y no merecerían mi apoyo, ¿pero qué le voy a hacer? Me importan más los libros. Había propuesto reseñar el libro de Zweig en La Vanguardia y en Qué Leer, pero no pudo ser en ninguno de los dos casos y lo encargué al librero de la calle Berlinès. Mientras, me encantó leer El dibujo de la vida, el texto que Vila-Matas hizo en el Babelia. Y anoche empecé a leerlo Stefan Zweig biografiando a Montaigne, en un texto apasionado y dolorido, intentando buscar en su destino renacentista y su actitud, un refugio para el horror y la locura que agitaban Europa y que arrastraron a Zweig a un difícil exilio latinoamericano, para acabar suicidándose allí (bien publicado y bien traducido, con notas que remiten a la edición reciente de los Essais en castellano).
Zweig sitúa a Montaigne, recuerda que fue "maestro de Shakespeare", quien le leyó en inglés, detecta el "ligero matiz de tristeza" que quiebra su voz a veces "por la fragilidad de nuestra naturaleza humana, por la insuficiencia de nuestro intelecto, la estrechez de miras de nuestros líderes, la absurdidad y la barbarie de nuestra época" y la identifica a la tristeza de Hamlet, de Bruto, de Próspero... ¿Cómo no advertir la vigencia de los dos autores, de Montaigne y de Zweig, en este tiempo nuestro? "Sólo aquel que tiene que vivir en su alma estremecida una época que, con la guerra, la violencia y las ideologías tiránicas, amenaza la vida del individuo y, en esta vida, su más preciosa esencia, la libertad individual, sabe cuánto coraje, cuánta honradez y decisión se requiere para permanecer fiel a su yo más íntimo en estos tiempos de locura gregaria..." Zweig describe muy bien la sonrisa de Montaigne, su forma de introspección y de reserva y de vida sólo hacia dentro, para protegerse de lo que ocurre fuera y mantenerse siempre en un prudente "low profile", e intenta aprender esa actitud que le habría salvado: "Lo externo no puede quitarte nada ni turbarte, mientras tú no te dejes turbar... 'El hombre de entendimiento no tiene nada que perder.'... el desvarío de la época no es una calamidad real mientras conserves tu claridad de ideas. E incluso los peores de estos acontecimientos, las aparentes humillaciones, los golpes del destino, los vives sólo en tanto que te muestras débil ante ellos, pues ¿quién sino tú mismo les otorga importancia, les atribuye placer y dolor?" Ésta es sólo la introducción que permitirá a Zweig dibujar mejor la trayectoria del charmant Sieur de Montaigne, desde sus orígenes familiares y la sorprendente educación que le dio su padre. De nuevo todos necesitamos a Montaigne y a Zweig en esta época nuestra. No pude evitar hacerme enseguida con otro Zweig, La lucha contra el demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche), y quién sabe si podré evitar hablar aquí de ese libro.
15 comentarios:
Me impresiona la angustia que le causaba a Zweig la estupidez humana. Una estupidez que va repitiéndose generación tras generación sin que nadie aprenda nada. La matanza de S. Bartolomé en la época de M. y el mundo que se derrumbaba por segunda vez alrededor de Zweig.
Pero esta vez la angustia fue insuperable.
En efecto, Nmp, pero Bernhard sentía lo mismo y logró sobrevivir, convirtiendo su rabia y desesperación en literatura, a pesar de su soledad y su mala salud. A veces es difícil decir qué es lo que en definitiva salva o deja caer a alguien inteligente y sensible, rodeado de ese horror de la estupidez humana unida a la violencia.
Qué esperanzador que suena Montaigne: "El hombre de entendimiento no tiene nada que perder". Me he acordado de Baltasar Gracián, al que tanto admiraba Lakhan: "Hombre de su siglo: Los sugetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos, aunque le tuvieron, no acertaron a lograrle. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso. Pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno: y si este no es su siglo, muchos otros lo serán"
Pensaba en Shakespeare, Kleist y Nietszche... y en que al menos nos queden polulando sus palabras
Bien por Gracián! Me encanta esa frase de los sujetos (sugetos) raros y del tiempo y la eternidad de lo sabio...
Curioso el trabajo del lector profesional, la de gente que procura que la lectura sea un placer para el resto de mortales. Electores neutrales que separan lo bueno de lo malo, que dejan entrar al Olimpo de los libros impresos o por el contrario cierran las puertas a la gloria creada por Gutenberg. En cierto modo hacen el mismo trabajo que Pedro a las puertas del cielo.
Pues sí, y por eso mismo deberían pagarles mejor, ¿no crees?
Totalmente de acuerdo Isabel, además creo que al pagarles mejor harian mejor su trabajo, con lo que el Editor también ganaria más.
Pero ya sabes, todo va como va, chapuzas y poca profesionalidad
Exacto. Pagar mejor también significa seleccionar mejores lectores. Además, los lectores podrían disfrutar de la lectura, en lugar de zamparse todos los manuscritos en un día, etc. Es como las traducciones, cuando alguien tiene que vivir con esos precios miserables, no puede materialmente dedicar la atención necesaria a lo que hace. Yo no excuso una mala traducción, pero las condiciones cuentan. Cuando traduje a Jacob Riis y o las piezas más políticas de Dorothy Parker calculé que ganaba menos a la hora que la señora que viene a limpiar a mi casa una vez por semana. Para mí ese es el indicio definitivo del valor de la cultura en este país, no las macroexposiciones, ni los honorarios de aquel comisario local bastante carpetovetónico que en el Fòrum cobraba 200 millones de viejas pesetas como honorarios, y hubo que anular porque el dato salió a la prensa. Mientras, por supuesto, nos racaneaban a los traductores un precio digno.
Me interesa mucho Zweig como autor de novelas cortas. Me parece magistral. En cuanto a los lectores profesionales no los envidio. Yo por ese camino aborrecería lo que más puede gustarme. Y en cuanto a los traductores, personalmete mi deuda con ellos, contigo también Isabel, es impagable, tanto o más que con los autores.
Un saludo.
no acepto, aunque no me queda otra posibilidad, lo de pertenecer a otro siglo...la eternidad? una chorrada. Yo vivo ahora y lo demás para los venideros.
A qué te refieres? Pertenecer a otro siglo? Quién habló d eternidad? Creo que lo he soñado todo...
no te comentaba a tí, sino a gracián...
Sí, luego lo he visto
Ayer mi comentario se debió extraviar por la red. Era sólo para decirte que el Zweig de las novelas cortas me parece excepcional, que los lectores profesionales no me dan envidia ( yo acabaría aborreciendo la lectura) y que le debo tanto a los traductores como a los autores de las obras que leo traducidas.
Un saludo.
A mí me gusta la crítica literaria, es decir, tirarme al sofá a leer de forma remunerada y saber que luego podré resarcirme, vengarme o compartir mi entusiasmo escribiendo sobre esa experiencia, es decir, que tendré que sentarme y analizar qué es lo que falla y qué es lo que funciona, por qué me interesa o me conmueve o por qué me molesta o me aburre. Eso sólo me consuela de leer algo que a lo mejor abandonaría a mitad o que sólo acepto (a veces) a propuesta del periódico, sin saber...
Gracias por lo que dices de las traducciones. Tu comentario, HdeB no subió ayer, porque estoy teniendo problemas con el servidor, algunos mensajes se pierden, a ratos la conexión es mala... ahora sí.
Por cierto que no me contestaste a mi respuesta sobre lo de la educación
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