Foto: I.N., S y M en San Petersburgo, 2002
Los que paseamos por la ciudad vamos descubriendo edificios destruidos y arboricidios por todas partes. No sólo es el viento, ese viento huracanado del cambio climático. Hoy una amiga me acaba de avisar: la placita que hay entre las calles Ganduxer, Beethoven y la Diagonal, la plaza Wagner, que era un jardín, ha sido destruida. En silencio y sin que la prensa diga nada. Al parecer en este país los ciudadanos no tenemos derecho al verde y pueden arrebatarnos la frondosidad a capricho del temible ayuntamiento de Hereuville y sus arrogantes arquitectos amigos del cemento. No tenemos derecho al oxígeno que los árboles expanden a la atmósfera todos los días, y que mitiga la contaminación excesiva de la ciudad. El estilo Lesseps, la "falsa vanguardia", según la definió Victoria Combalía, va creciendo y extendiéndose por la ciudad como una mancha de aceite. Ayer vi el dibujo del proyecto de los nuevos Encants, de auténtica pesadilla. Más Lesseps. Todo es feo, sin historia, sin árboles, sin dimensiones humanas. Es la Barcelona que le gusta a este equipo municipal. Pronto habrá que cruzar la frontera para ver un árbol, para respirar... y para tener silencio. Hace poco, alguien que vive en París pasó unos días aquí por trabajo y al volver allí escribió a sus amigos: "No creo que vuelva pronto a Barcelona. Al llegar aquí me parece que París es una ciudad muy silenciosa." El otro día se lo contaba a una amiga médica y me decía que en efecto, las sirenas de las ambulancias son injustificadas en la mayoría de los casos. Además hablamos de esa normativa que no limita los decibelios de las obras y que sólo contempla como derecho el silencio nocturno. Ella misma me contaba que una vez, al volver de otra ciudad europea, salió al P. de Gràcia y tuvo que taparse los oídos, impresionada del ruido. Así es siempre, gracias a nuestro equipo municipal.
Es cierto que me han invitado a asistir a una reunión de la reforma de la Diagonal, el día 17 de febrero, pero no tengo muchas esperanzas. Dicen que consultarán a los ciudadanos (podremos elegir entre dos proyectos, ¿y si no queremos ninguno? ¿y si los dos se cargan nuestra Diagonal, con su diversidad arbórea?). Da mucha rabia ver cómo destruyen lo que era nuestro, la historia, el patrimonio arquitectónico, la identidad de esta ciudad, la frondosidad, el oxígeno y quietud de los árboles (el silencio que procuran al absorber el ruido), y encima pagados por nuestros impuestos. La única solución que tienen nuestros políticos para la crisis es la construcción. Sin innovación, ni cuidado del medio ambiente, ni dinero para la educación o la investigación. Ya sé que se me ha colado aquí algo de Polis.
En realidad, yo sólo debería estar pensando en la presentación de mi libro balcánico, que es el martes 3 de febrero a las 19.30 en La Central de la calle Mallorca. Y en mi conferencia del lunes en el CCCB, y en las entrevistas de la radio del 4 y el 5, y en las Jornades Identitat i Exili en las que participaré el sábado 7 de febrero. Pero me queda aún un espíritu furioso de dríade y no puedo separarlo mentalmente ni callarme.
No sé si dije que en esa sala Mirador del CCCB se creó cierta atmósfera mágica, con los espíritus de Isabelle Eberhardt y Anna Atkins flotando en imágenes y palabras por aquel espacio frente a un cielo nocturno recorrido por aviones silenciosos. Algunos asistentes vinieron a felicitarnos al acabar y hubo dos o tres que dijeron que ya estaban deseando que llegara el siguiente lunes. El público ayuda, definitivamente, como ayudan los lectores.