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Foto: Manel Armengol, Murs fantàstics, La Pedrera, 1983
Ayer había sido un día difícil, con el mismo estruendo implacable de las obras que ahora mismo me rodea y me produce desolación, y sembrado de inconvenientes, así que llegué a La Pedrera con un humor dudoso. Temía que cuando me tocara hablar, la gente ya estuviera cansada o con prisas y empezaran a levantarse. De hecho bromeé con que, si eso ocurría, yo diría: To be... or not to be, como aquel pobre Hamlet de Lubitsch. Pero no ocurrió. Al contrario, la sala estaba abarrotada y hasta al premiado le quitaron su sitio de primera fila mientras hablaba frente al atril. Era una sensación muy sugerente contemplar el techo ondulado, las dunas de yeso de Gaudí (eché de menos a un amigo que había vivido en La Pedrera, en una misteriosa simbiosis con el espíritu de ese edificio mágico-místico de Gaudí, y me ayudó a descubrirlo años atrás. Le nombré en la conferencia, seguramente no pudo venir. Yo no podía evitar recordar aquel otro techo gaudiniano de su casa, con una inscripción enigmática, y las excursiones nocturnas con él al tejado de guerreros medievales ni las fotos que hizo). Creo que esas dunas de yeso son perfectas para escuchar poemas. Leyeron cuatro de ese libro de Kavafis traducido por Eusebi Ayensa, ganador del premi de traducció poètica Jordi Domènech. Ayensa es un helenista de Figueres, que dirige el Cervantes de Atenas y es conseller de cultura de Riudemorts, y pasa la vida en los aviones. Él leyó los poemas en griego (se notaban poetas y traductores en el público, prestando oídos e inclinando la cabeza para captar esa fonética familiar y lejana de los griegos) y Montse Vellvehí, actriz, los leyó muy bien en catalán, de una forma pausada y vibrante al mismo tiempo. Había un poema sobre el remordimiento que me encantó.
Toni Clapès me elogió mucho al presentarme, fue generoso y entusiasta, y también crítico, dijo que la cultura catalana no se sabe, ni sabe valorar lo mejor que tiene y habló de Jordi Domènech y nos dio ganas a todos de que salga al fin el libro de sus poemas reunidos en Cafè Central-Jardins de Samarcanda. Sam Abrams presentó a Eusebi Ayensa como un helenista apasionado e incansable, que había perseguido siempre su pasión de saber.
Yo leí mi texto, y en esa lectura, pude ir mirando a algunos amigos (a pesar de mi miopía) en los momentos en que algo de lo escrito les concernía. Aunque debería haberme pausado (siempre tiendo a acelerarme y cuanto más me agobio, más me acelero en el ritmo), el público era afín y me aplaudió mucho, y al acabar muchos me felicitaron, entre ellos algunos traductores de poesía que se sentían identificados. Me felicitó el cantante Josep Tero, que había interpretado un poema de Kavafis traducido por Ayensa. Tero es de Empúries y bromeábamos sobre los tres del Empordà. De hecho, al llegar a la Pedrera, Eusebi Ayensa me preguntó "Tu ets de Figueres, oi?" Por lo visto, le habían llamado de un periódico ampurdanés que cuenta con un buscador de oriundos del Empordà y le habían advertido: "La conferenciant també és de Figueres", lo cual tenía su gracia. Como decía, Tero me felicitó con su sonrisa romana, o más bien etrusca, y me dijo varias veces "Has treballat molt"... Le dije que no. La verdad es que había gozado escribiendo esa conferencia, surgían muchas reflexiones de tantos años traduciendo (en eso sí que he trabajado mucho, aunque para alguna interlocutora institucional, ese trabajo no tenga valor) y él me dijo: "Aleshores ets molt sàbia", lo cual no es cierto, naturalmente, yo no sé nada, no soy erudita, ni estudiosa y admiro a los que lo son, y mis aprehensiones de las cosas son siempre fragmentadas, caprichosas, sesgadas. De hecho, mi texto de ayer empezaba explicando por qué me siento intrusa. En la traducción, en la escritura, en la lengua catalana, en la crítica literaria y en casi todo.
Luego tuvimos cena en el histórico sagarriano Bauma y tertulia en un bar cercano. Lo pasamos muy bien, con esa combinación de humor, curiosidad, intercambio de pensamientos y entusiasmo. Me tocó un matemático al lado, apasionado de su materia, y cerca estaba la poeta visceral e inteligente Esther Zarraluki y la reina de la traducció (Hac Mor dixit) con quien tengo pendiente un libro sobre el tema. Y resultó que el reflexivo patrocinador del evento, amigo del poeta y traductor desaparecido cuya memoria es la razón de todo eso, era hermano de un amigo mío de la preadolescencia, a quien me habría gustado ver también allí. También apareció un histórico, mi antiguo profesor de matemáticas y física, navegante: creo que no se aburrió.
En cuanto al texto, saldrá publicado por Cafè Central dentro de un año.
Por cierto, qué ilusión me hacía ayer, bajo las dunas del techo y los árboles del Passeig de Gràcia asomando por las generosas ventanas gaudinianas, ver entrar y sentarse silenciosamente a algunos amigos que vinieron a escucharme. Les veía buscar asiento, me daban ganas de hacerles gestos para indicarles que tal o cual estaba por allí cerca. Sus caras entre el público me hacían sentir acogida, en plena hospitalidad. Esa gratitud se queda ahí como un poso feliz de la amistad. Y también estaba G., con la guapa P., los espectadores más jóvenes. Mucho más tarde le mandé un sms a G. para decirle cómo me había gustado verles entre la multitud y me dijo: "M'ho imaginava. Per això intentava mirar-te entre els caps..."