Anoche me despertó un sonido insólito. Parecían las uñas de un animal pequeño, como cuando a la gata le crecen las suyas y se la oye andar como a los perros, pero aquí en versión reducida, el tic-tic más continuo de un bicho más pequeño. Como una araña con zapatos de claqué. Parece una tontería, pero en la hondura de la noche y arrancada sin transición de un profundo sueño donde predominaba el azul, me asustó muchísimo. Le pregunté a D. si lo había oído.
Estaba segura que me diría que no, nunca nadie detecta lo mismo a esas horas insomnes, como en el poema de Alexander Kushner en que un hombre oye llorar a alguien en medio de la noche y la mujer que está a su lado en la cama le dice que no es nada, que se duerma. Como cuando, muchos años atrás, en Cadaqués, nos despertó un leve temblor de tierra y yo volví al sueño inmediatamente, pero J. se quedó despierto y militante, escuchando la radio, casi escandalizado de que yo pudiera volver a dormirme tras algo así.
Por eso me sorprendió la respuesta de D.
Por eso me sorprendió la respuesta de D.
"Sí", dijo, y parecía casi inquieto. "¿Qué era?"
Me pregunté si lo decía por seguirme la corriente, para que no le sacara de su sueño plácido y agotado de siempre, de esa fisicidad que a veces envidio porque apenas tiene umbral del sueño. Despierto parece lleno de energía, pero si se queda quieto, D. puede dormirse sin acabar una frase. Extrañamente, al cabo de un momento, la voz de D. volvió a interrumpir mi escucha atenta y palpitante: una búsqueda quieta, cazadora, en la oscuridad, del bicho invisible que había agujereado mi somnolencia.
"¿No tienes un gato? (lo dijo poniendo el acento a la francesa, dijo gató, o gateaux, es decir, pastel... Iba a hacer una broma sobre darle un pastel al ratón, pero el agotamiento ayuda a economizar palabras). "Il faut qu'il travaille", murmuró entonces D., como dándose cuenta de que el sueño le devuelve a su lengua. "Tu sais que j'aime pas les chats", me dijo al oído, quizá para que no le oyese ningún animal, mais il faut bien qu'il travaille..."
"C'est une chatte", dije yo, acordándome de Colette y un poco ofendida por la sugerencia de explotación de la pobre Gilda, inducida por un descastado al que no le gustan los gatos. En realidad, pensé, su falta de empatía gatuna es una de las cosas que me cuestan de D., como si fuera una prueba de algo peor. ("Are you a cat person or a dog person?", me preguntó una vez una niña australiana para decidir si yo le gustaba...) Pensé en la fábula de Esopo, Venus y el gato, en que Venus recobra su viejo self y salta de la cama a por el ratón.
D. se ofreció a abrir la puerta de la terraza y Gilda salió encantada de su caseta perruna y entró, sin uñas, sigilosamente ("à pas de chat", como diría Cixous). Yo la cogí y le enseñé la zona del ruido. Pero Gilda sigue sus propias reglas. Parecía más interesada por la presencia de D. que por ninguna otra cosa. O tal vez, molesta por sus comentarios.
En vez de aprovechar para subirse a la cama, o entregarse apasionadamente a una de sus cacerías nocturnas, la chatte prefirió dormir cerca de la puerta de la habitación, plácida y vigilante al mismo tiempo, en la butaca que hay a la entrada, en una concesión generosa a mis temores.
Cuando D. se iba, y Gilda tomaba el sol matinal en su terracita, he pensado vagamente y con cierta pequeña aprensión que aparecería el ratón oculto. O la tarántula.
3 comentarios:
me pareció ver un lindo gatito (decía el canarito de la warner)
(ayer blogger no me dejó colgar ningún comment)
ja ja... el gato y el canario! me gustaba ese par...
blogger se pone muy testarudo a veces!
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